Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15 - Para llegar al objetivo es preciso aproximarse

Blaime

Tras echar un rápido vistazo al pabellón donde se encuentra Hate para asegurarme de que está bien, me dirijo al cuartel, donde va a tener lugar el segundo asalto. El mío. Para cuando llego, ya han trasladado al detenido a los calabozos, donde espera en una celda, observando a mis compañeros como una maldita bestia enjaulada.

Haciendo un barrido visual a mi alrededor para ver quienes son los presentes, descubro que también está Jerome, con sus 12 puntos de sutura sobre una ceja después del golpe que se llevó esta tarde.

Cruzamos miradas, cómplices. Yo agradecido de que hubiera permanecido a mi lado durante el asalto. Con pocos compañeros me entiendo tan bien como con Jerome. Él con un gesto adusto en su rostro. No está para bromas. Hoy hemos visto la muerte a la cara... Dos veces...

Vuelvo a centrar mi atención en el detenido para preguntar a los presentes.

—¿Le habéis leído sus derechos?— Como soldado de mayor rango en la sala me toca hacer este tipo de cuestiones.

—Sí señor.

—Bien ¿Y ha dicho algo?

—Nada, señor— Responde uno de los compañeros presentes. Vale, parece que tenemos un hueso duro de roer.

Acercándome un par de pasos hacia la celda para observarlo mejor, me tomo mi tiempo intentando descifrar qué pasa por la cabeza de alguien que decide entrar en un hospital, armado con un machete junto a otros tres perturbados para perpetrar una masacre.

Estoy a punto de comenzar con el interrogatorio, cuando los gritos de una mujer vuelven a disparar todas las alarmas. Desquiciada, dominada por la rabia y con los ojos llenos de lágrimas, irrumpe en la sala la doctora Chelsea que se abre paso entre los soldados a empujones hasta que logra ver al malnacido que estuvo a punto de matarla.

—¡¡THACIANE!!!— Brama con ira mientras avanza implacable hacia la celda para hacerle frente al mismísimo diablo. Es Jerome el que la detiene apenas a un metro de la celda. Pero lo que no es capaz de frenar es esa cólera que la invade —THACIANE MALDITO HIJO DE PUTA, COMO HAS PODIDO...

En el tiempo que llevo aquí, jamás había visto a la doctora Chelsea perder la calma de este modo, pero lo que verdaderamente me llama la atención no es esa ira desbocada, sino el hecho de que conozca el nombre del detenido.

Un compañero interviene.

—Cálmese señorita— Le advierte con un tono severo que suena bastante hostil. Y en este punto intercedo yo.

—La señorita Laurent estuvo a punto de morir a manos del detenido— Replico sin apartar la vista de esa bestia que nos observa como si pretendiera matarnos a todos con la mirada —Lo menos que se merece ahora mismo la doctora es un poco de comprensión después de lo que acaba de vivir —A mi alrededor se hace el silencio. Cada cual con sus juicios morales. Pero lo que me interesa ahora es saber de qué se conocen el detenido y la doctora —Señorita Laurent, ¿conoce al detenido?— La respuesta de Chelsea llega sin apartar la vista de ese ser inmundo que no muestra la más mínima señal de arrepentimiento.

—Claro que lo conozco...— Responde afectada —Atendí a su mujer en el parto de su quinto hijo... A su hijo mayor cuando se cortó supuestamente haciendo un trabajo en el campo —Va alzando progresivamente la voz a medida que avanza en su revelación —Vive aquí, en el pueblo, ¡ES NUESTRO VECINO!— Finaliza la declaración en un grito de rabia. La perplejidad se dibuja en los rostros de todos. Así que el diablo vive entre nosotros...

—¿Conocías a los otros tres?— Inquiero desviando la mirada de ese monstruo que no se merece ni el aire que respira, para centrar mi atención en el testimonio de Chelsea, tratando de atar todos los cabos.

—Si— Responde implacable— Eran Thomas, Gaspard y Hussein. Todos vivían aquí, a todos los atendí en algún momento, conozco a sus mujeres, a sus hijos...— Su voz se quiebra en este punto. El dolor y la rabia se hacen patentes en su mirada, siempre llena de luz. Hasta el momento en el que le plantaron un machete en la garganta atentando contra su vida. Vuelve a armarse de valor para dar un par de pasos más hasta quedarse frente a frente con su agresor —¿Por qué lo hiciste?— Hablan la rabia, la impotencia y la desesperación de una mujer, hasta el día de hoy imparable en esta lucha.

Pero ese maldito bastardo aparta la mirada de ella con desprecio, dando a entender que no le va a dar respuesta, provocando un silencio tenso que me atrevo a romper golpeando los barrotes de la celda con la culata de mi pistola, buscando intimidarlo.

—Responde a lo que te está preguntando la doctora— Le exijo. El sonido de mi pistola golpeando las rejas de la celda lo sobresalta, obligándolo a levantar la cabeza para clavar sus ojos en mí con una opacidad extraña, propia de un estado alterado, en un gesto de insolencia que me envenena.

Tengo que reprimirme para no entrar ahí y partirle la cara delante de todos los presentes, porque en este momento no solo me juego una confesión determinante para la seguridad de este pueblo, sino mi propio ascenso a suboficial.

Sigue ahí, sin responder, desafiándome con su silencio, por lo que decido tomar una vía más diplomática. Acerco una silla de las que hay al fondo de la sala y me siento ante él. A menos de un metro. Con mi arma entre las manos y la mirada clavada en él. Y espero.

Por un instante nadie se atreve a abrir la boca en la sala, el silencio es sepulcral, sólo estamos ese diablo y yo. Después de unos minutos, retándonos con la mirada, se decide a hablar.

—¿Qué vas a hacer, matarme?— Interpela aparentemente tranquilo, tratando de mostrar seguridad. Pero por como suda y el grado de dilatación en sus pupilas, sé perfectamente que esto es sólo en apariencia. Su forma de ver el arma y de evitar mirarme directamente a los ojos me dan a entender, que no se siente tan seguro como pretende mostrarse. Está acorralado y lo que intenta ahora es una huida hacia delante. Pero lo que tiene delante soy yo, y ahora, yo tengo el control.

—Podría— Respondo, impasible, sin inmutarme— Y ninguno de los presentes diría nada. Ninguno de los tuyos sabría que te he matado como a un perro. Por no tener no tendrían ni un lugar al que llevarte flores tus hijos... ¿Quieres eso?— Sentencio.

Entonces llega la respuesta más absurda que haya oído en mucho tiempo de boca de un detenido.

—Dios te juzgará— Amenaza. Y a mi casi me da la risa al oírlo.

—No me importa Dios— Me inclino hacia delante demostrándole lo poco me impresiona al exponerme a una reacción violenta por su parte, separados tan solo por unas rejas por las que podría meter los brazos y agarrarme del cuello —Y te voy a decir algo, a ti tampoco te importa Dios. Si te importara no harías lo que acabas de hacer. Así que, puede que nos encontremos los dos en el infierno y entonces rendiremos cuentas a quien corresponda, pero ahora, me vas a rendir cuentas a mi. Quiero que contestes a la pregunta de la doctora, o te aseguro que no voy a tener piedad, ni compasión, ni misericordia, con alguien que valora tan poco la vida humana como tú— Marco cada pausa, con firmeza, mientras amartillo el arma. El click del percutor al desplazarlo resuena entre las paredes de esta habitación, amplificado por el silencio que guardan los presentes que parecen estar conteniendo la respiración —Responde— Le exijo, imparable, decidido. Porque voy a llegar hasta el final.

Silencio.

Por un momento tengo la impresión de que no va a ceder. Se mantiene en esa actitud aparentemente imperturbable, carente de toda emoción humana en esos ojos apagados que se desvían de mi para observar el arma con cierto temor. Bien... Haces bien en temerme, cabrón...

—No hacía nada malo— Se justifica, creyéndose su propia mentira. Pero no se queda ahí su confesión. Abre la boca para soltar una tontería más, poniendo a prueba mi paciencia —Ni gusa inyenzi (solo son cucarachas)— Murmura entre dientes clavando su odiosa mirada en la doctora. Ahora busca provocarla a ella. En sus ojos puedo ver la mayor falta de humanidad que haya presenciado nunca antes en un individuo. Ni rastro de arrepentimiento por haber intentado matarla o por haber acabado con la vida de las dos enfermeras ruandesas que tuvieron la desgracia de cruzarse con ellos en el momento en el que irrumpieron en el hospital para llevar a cabo su macabro plan.

Sostenerle la mirada a un asesino es un ejercicio que requiere de mucho autocontrol. Lo sé bien. Pero la doctora Chelsea nos da una lección magistral de entereza al permanecer firme en su posición para proclamar:

—Ukuri guca mu ziko ntigushya (La verdad pasa por el fuego pero nunca se quema)

Y dejándonos a todos con la boca abierta ante su arrojo, se retira para permitirnos seguir con nuestro cometido.

De nuevo ese perro y yo, frente a frente, cara a cara en esta guerra psicológica por ver quién es más fuerte. Prosigo en mi causa.

—Eres de la milicia...? Como se llama...— Hago un intento por recordar el maldito nombre de esos cabrones que legitiman la barbarie amparándose en consignas partidistas corrompidas por el odio, pero no logro acordarme. Entonces gruñe para replicar de forma heroica.

—Interahamwe.

—Interahamwe...— Repito en tono suspicaz. Los demás continúan tras de mí, en silencio como si no quisieran interferir —Y dime, ¿Qué significa esa mierda?— Mi comentario le molesta. Arruga la cara con una mueca de rabia para responder en un alarde de osadía.

—Los que pelean juntos— Afirma de nuevo con esa seguridad que le permite el creer que estaba haciendo algo grande por esta nación. Pero yo, que ya no me trago ninguna de estas consignas de mierda, no puedo reprimir una sonrisa burlona ante la sin razón de algo que para él resulta épico y honorable. Asesinos los llamo yo...

—¿Hay más?

—Claro que hay más— Respuesta escueta para mi gusto. No me vale. Necesito detalles. Nombres, números, algo... Porque si no lo paro, esto se va a volver a repetir..

—¿Aquí, en el pueblo?— Alza la vista, mira a los presentes, evita la pregunta, pero insisto —¿Aquí, en el pueblo, hay más?— Silencio. Su mirada en el arma y la mía clavada en él— RESPONDE— Le exijo.

Pero entonces la voz de mi capitán entrando en la sala desvía mi atención, rompiendo el predominio que llevaba durante todo el interrogatorio.

—¡Sanders!— Al ponerme en pie para formar frente a mi superior un latigazo de dolor en las costillas me sacude. Joder, lo había llevado bien hasta hora...

—Señor.

—Retírese— ¿QUÉ COJONES... ? ¿Por qué?

—¿Disculpe señor?— Interpelo con incredulidad, porque de verdad me cuesta aceptar que me esté apartando de esto.

—Ya me ha oído— Replica autoritario. Pero yo no me pienso retirar así de esta contienda, y menos aún llevando la ventaja sobre el detenido.

—Pero señor...— No me permite seguir hablando.

—Sanders, es una orden— Decreta.

Contengo la rabia como puedo, pero aún así me atrevo a cuestionar el mandato de un superior. No voy a claudicar.

—Lo siento señor, pero estaba obteniendo una información muy valiosa para la seguridad de este territorio— Vuelve a interrumpirme para amenazar.

—Sanders... No te juegues el ascenso— Su mirada fulminante baja hacia mi costado derecho para después ascender y clavarse en mis ojos mostrando su dominio— Ve a que te examinen esas lesiones.

Y sin dejarme opción a réplica, se acerca a la celda del detenido, dando por zanjado el asunto para asumir la función que hasta ahora llevaba a cabo yo de forma eficaz.

Joder...Alucino. Me parece increíble que me retire así...Pero no me queda más opción que obedecer, me ha puesto entre la espada y la pared.

Furioso, abandono el calabozo teniendo que hacer un esfuerzo para no golpear todo lo que encuentre a mi paso. Pero al salir al pasillo, ahí está ella. Con el miedo aún incrustado en sus preciosos ojos color avellana que me observa con una mezcla de temor y preocupación. Y con solo mirarme, consigue apaciguar a todos mis demonios.

—¿Cómo estás? ¿Ha dicho algo ese ...?— la preocupación desaparece de su hermoso rostro para dar paso al odio, dejando la pregunta en el aire.

—No puedo hablar, lo siento, esto es un asunto oficial y no se me permite compartir información con civiles, pone en riesgo la investigación— Una investigación que quedará para cuando la guerra acabe, me lo huelo. No seré yo el que haga pagar a Thaciane por lo que acaba de hacer. Me muestra una mueca de decepción, pero no insiste. Comprende que esto forma parte de mi trabajo.

Salimos juntos al exterior, donde nos recibe la fría brisa de la noche que se siente como una agradable caricia, en comparación con el ambiente viciado del calabozo. Creo que es momento de dar por finalizado este día de mierda, la jornada de hoy ha sido dura y necesito descansar. Pero cuando me voy a marchar, ella me retiene.

—¿Cómo te encuentras?— Y su voz vuelve a sonar con verdadera preocupación.

Mal. El dolor en las costillas es intenso. Durante el asalto y el interrogatorio era soportable gracias a la explosión de adrenalina que se liberó en mi sistema, pero ahora, con los nervios más templados, vuelve para hacerse notar.

—Estoy bien...— Estoy hecho una mierda, pero no lo voy a admitir. Frunce el ceño mirándome con determinación para contestar.

—Ven— El contacto de su mano sobre mi brazo me saca de mi estado de ofuscación para levantar la vista hacia ella y contemplar su carita de ángel que me mira suplicante —Deja que te examine ese golpe— Baja la mirada al suelo, parece afectada —Al caer debiste hacerte daño.

Y tanto que me hice daño, ahora me duele más que antes, pero no voy a ceder. No voy a admitir, y menos delante de ella, que estoy mal. Estoy fatal, pero durmiendo se me pasa. Mañana será otro día...

—No. Estoy bien— Repito algo brusco.

Pero entonces se me planta delante frenando mi avance, mirándome con decisión. Y cuando me mira con esa seguridad, me deja sin munición...

—No aceptaré un no por respuesta— Sale a relucir la obstinación de Sheyla. Vale. Me rindo. Tú ganas. Tal vez un analgésico no me venga mal en este momento.

Ya en la sala del hospital, la misma donde tuvo lugar la primera revisión antes del ataque, dispone todo para comenzar de nuevo con mi tortura personal.

—Quítate la ropa— Esta vez no suena tan agresiva como hace unas horas. Parece más moderada, avergonzada diría yo. Tiene motivos. Si hubiese obedecido a mi orden, ahora mismo no estaríamos aquí. Obedezco, me vuelvo a quitar la camiseta tratando de contener el dolor de todas las formas imaginables, pero en cuanto me toca, ¡joder! Ese latigazo que me deja sin aire otra vez —Tranquilo— Susurra en tono amable— Tengo que comprobar si tienes costillas rotas— Si, ya me conozco yo tus métodos para comprobarlo... En estos momentos lo que daría por una máquina de rayos X...

Reprimo un gemido de dolor al contacto con sus manos, pero lo que no soy capaz de contener es mi enfado recordando el momento en el que apareció en mitad del asalto, para poner en juego su vida y mi misión.

—De tranquilo nada ¿Sabes que desobedecer la orden directa de un militar durante un proceso de paz constituye un delito grave de desacato a la autoridad?— O lo que es lo mismo, ¿tú sabes el mal rato que me has hecho pasar al verte bajo el filo de un machete, como rehén de ese hijo de puta? Porque parece que aún no es consciente de que su comportamiento ha sido tan irresponsable que podría haberle costado la vida. De no ser por la intervención de mis compañeros... Dios... No quiero ni pensar en cómo podría haber acabado todo esto...

Levanta la cabeza para clavar su herida mirada en mí, sin hacerse una idea de lo mucho que me molesta cuando me mira de esa forma, con esa rabia, como si yo fuera el enemigo.

—¿Me vas a echar la bronca ahora?— Replica a la defensiva mientras continúa la exploración, provocándome un dolor insoportable. Me tengo que apartar para poder hablarle porque el dolor es tan intenso que me corta la respiración.

—¡Hiciste algo muy irresponsable, Sheyla!— Le recrimino conteniendo la rabia como puedo. Pero no conforme, contraataca.

—¡Mi mejor amiga estaba a punto de morir!— Responde con lo que pretende ser una defensa que para mi no se sostiene.

—Yo no lo iba a permitir— Zanjo tajante, cada vez más furioso con ella por su temeridad. Lejos de apaciguar, mi respuesta solo consigue echar más leña a ese fuego que arde en sus hermosos ojos, acelerándome el pulso.

—¡Dirás lo que quieras pero yo sola conseguí liberarla!— Me grita convencida, con furia. Y su rabia me atraviesan como la más afilada de las espadas, lo que me duele más que el golpe que me ha traído hasta aquí. Entonces el que se enciende soy yo. Porque no tienes razón, Sheyla, no me vas a ganar en esto.

—¡Si pero a costa de poner tu propia vida en peligro!— Me hierve la sangre ante su insensatez— ¡Nada justifica que hayas actuado de forma tan temeraria para salvar a nadie!—Se queda paralizada ante mi reproche como si acabara de recibir una bofetada. Su cuerpo en tensión. Su mirada fulminándome. Pero a mi aún me queda munición —Si salvas una vida, pero mueres tú, el saldo es el mismo...

—¿¡Importa acaso!?— Habla la rabia desbocada de Sheyla. Y su respuesta logra lo que busca, descolocarme, sacarme del juego. De nuevo una explosión de adrenalina se libera en mi cuerpo al rememorar las imágenes del asalto en mi cabeza, ante esa insistencia por defender su comportamiento imprudente y peligroso. El miedo a perderla, la tensión, la impotencia de ver el hilo de su vida a punto de ser cercenado por el filo de un machete ante mis ojos, se apoderan de mi. Y en los suyos, las lágrimas que amenazan con desbordarse. Su mirada empañada por un brillo húmedo me golpea como los puños de mi enemigo más feroz. Pero aún le queda energía para encajarme otro golpe con la voz rota —¡Cualquiera de vosotros es más necesarios aquí que yo!— Porque resulta que la que tiene más munición ahora es ella...—Chel dirige el hospital, sin ella este lugar no funcionaría. Tú— Apunta con su dedo a mi pecho como si fuera una pistola —Lo defiendes— Respira profundo antes de seguir. Prepárate Blaime que aquí viene otro golpe —Y además tienes una hija a la que tienes que ver crecer...— Acierta en el blanco, justo donde duele—Yo no tengo nada que perder... Si yo caigo, nadie lo lamentará...— Y por un momento tiene el coraje de sostenerme la mirada, desafiándome, haciendo gala de ese valor genuino que siempre me planta cara. Como el que ha demostrado hoy al enfrentarse a la muerte por salvar a su amiga. Aunque me joda...

—Tu vida importa, ¿Me oyes?— Me oye, y claro que me oye, pero me esquiva. Mira hacia otro punto como buscando algo pero lo único que busca es contener las lágrimas y evitarme. Porque en el fondo la señorita Sheyla es una orgullosa a la que no le gusta que la vea llorar. Da un paso atrás, con la intención de girarse y ganar espacio, pero me anticipo a sus movimientos al retenerla —Oye, escúchame bien, tu vida es tan valiosa como la de cualquiera de nosotros. Yo diría que incluso más, porque tú estás aquí por convicción y no por dinero como la mayoría de nosotros— Y esto es verdad. Si algo debo de reconocerle es ese corazón y ese coraje que ha demostrado tener desde que pisó esta tierra. Pero continúa negándose a aceptar mis palabras intentando alejarse de mí.

—¡No!— Replica con la voz quebrada, la mirada en otra parte —No importa...— Me empuja, trata de librarse de mi agarre, forcejea y se resiste, pero no la voy a dejar ir. No así...

Finalmente se rinde, deja de luchar. Se queda inmóvil entre mis brazos que la rodean para apretarla fuerte contra mi. Su cabeza en mi pecho y todo su cuerpo en tensión, como en el momento en el que se la arrebaté de las manos a ese hijo de puta, poco antes de que Mark apareciera y me la quitara...

—No digas eso...— Le susurro, dolido en el fondo, porque piense así de ella misma.

—Yo no tengo nada, no tengo nada que perder— Continúa repitiendo, amortiguando su voz contra mi cuerpo y su respiración erizándome la piel con cada palabra —No tengo novio, ni marido, ni hijos... ni siquiera se si los podré tener...Y tampoco me llevo bien con mi familia... Por eso huí ...— Confiesa, con un dolor desgarrador que se me hace difícil de soportar —Por eso busqué darle un sentido a mi vida, ayudando a otros... Porque no pierdo nada de valor...— Me quedo sin palabras, noqueado por el golpe. Pero aquí tampoco voy a claudicar.

—Si, tu vida...— Lo único que alcanzo a decir...

—No Blame...— Toma distancia, separándose de mí como si le faltara el aire, evitando mirarme para volver a insistir— No importa...

Me niego, a seguir permitiéndole creer que su vida no vale nada, a dejarla ganar, infravalorándose de esta manera.

Ante su persistencia, la tomo por el mentón obligándola a hacerme frente para negar esa idea que tiene de sí misma. Nuestras miradas se cruzan en este instante. Sus preciosos ojos color avellana mirándome a través de ese cristal empañado que ahora son, me estremecen. Su cuerpo temblando ante mi. Sus labios rojos de la tensión, a escasos centímetros el uno del otro. Y de nuevo, mi corazón descontrolado, esa sensación en el estómago, esa corriente de atracción recorriendo mi cuerpo sin control, como la noche en que la vi, mojada y desnuda como una sirena bajo la luz de la luna.

—A mi me importa...— Confieso como un imbécil, rendido a su presencia que me altera, a esa ambivalencia. Valor y fragilidad, fiereza y compasión, belleza y coraje que me desafía a cada instante, con ese carácter que me pone a prueba y me lleva a debatirme entre lo que está bien y lo que está mal, razón o corazón, instinto o deber...No es que me rinda. Es que me vence ella con su poder cautivador. Me vence el corazón, la pasión, el instinto, las ganas que le tengo...

No se quien empieza, cuál de los dos da el paso, si es algo mutuo o es que soy yo el que se lanza sin tener en cuenta las consecuencias. Pero el roce de sus labios al unirse con los míos en un beso, desata una reacción en cadena imparable en mi cuerpo, incendiando mi boca que busca desesperadamente el contacto con la suya, respondiendo a mis besos con una intensidad increíble. Y mi corazón acelerado como si quisiera salir de mi pecho para unirse con el suyo... Ya no tengo yo el control... Ahora lo tiene ella...

Sus manos ascendiendo por mis brazos van erizando cada centímetro de mi piel, hasta detenerse en mi nuca para atraerme hacia su boca, volviendo nuestros besos más profundos, más ardientes, haciéndome enloquecer... Deseando hacerla mía, que no pare, que este momento no se acabe.

Pero se acaba...

Al contacto de sus manos sobre mis costillas dañadas no soy capaz de reprimir un gemido de dolor que se ahoga en su boca, sacándola de esta fantasía que nos atrapa. Se aleja de mí, tomando distancia mientras recupera el aliento con el gesto desencajado por mi queja.

No... No te vayas...

—Lo siento...— Musita, sonrojada. Sus ojos brillando como nunca antes los había visto. El rubor en sus mejillas que me enciende. Su respiración agitada...

—No importa...— Suspiro.

Por tus besos ahora mismo soy capaz de soportar cualquier tormento. Hazme daño, destrúyeme... Pero hazme tuyo...

⭐⭐⭐

__HOLA COOPERANTES__
¿Qué tal están? Lo primero quiero dar las gracias tanto a los que actualización tras actualización estáis ahí, al pie del cañón, y a los que me habéis estado apoyando estos días con vuestros votos en el concurso de Instagram, no sabéis lo feliz que me hace vuestro apoyo.
Por eso quiero dedicaros esta actualización.

Hilaldesalonica iPaulie brenda09xd leonelis_pascual leyjazoliro raidiry _milefiscela_ FernandoDiego13 MarcelMaratuech eliaj_02 pau_nu123 AyelenBogao juliana_tinjacastro uxiaotero eclipsafernandez dgAzrael Jenny_UM AshleyValdess @floresita_cofco jvlc2007 idequel_25 Aleja_28 eemiliotorresa91 AstridZarateBravo lady13579 -gothiccake SabinaM12 itsarasousa MauG_8 Soulshine_M Paula07simpson07 evy_benitez

❤️❤️❤️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro