Capítulo 11 - Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo
Blaime
Disputas entre vecinos que acaban en asesinatos, conflictos, muertos que enterrar y guardias que no terminan. Así es el día a día aquí. Me duele todo el cuerpo después de pasarme la jornada conduciendo por esos caminos sin asfaltar mientras por la radio no dejan de sonar esas bromas macabras que enmascaran un mensaje de odio entre algo que pretende ser humor. Los acuerdos de paz que se firmaron en Arusha hace unos meses no están sirviendo de nada y nuestra mediación no tiene efecto, en cuanto nos largamos, continúan las matanzas. Para colmo pierdo el tiempo rellenando papeleo con el que alguien se limpiará el culo después porque nadie nos escucha, si lo hicieran mandarían más efectivos, pero los de arriba están más preocupados con lo que pasa en Sarajevo que en este minúsculo país.
Y por si fuera poco, no podemos intervenir, cada bala que disparo la tengo que notificar. Los días pasan y pesan, uno tras otro, y tengo la sensación de no estar haciendo nada... Absolutamente nada. Es muy frustrante. No veo el momento en que esto acabe.
Después de dejar el jeep en el parking del cuartel y dar parte de las incidencias del día, me voy al barracón. Sólo quiero quitarme este olor a muerto del cuerpo y descansar.
Para cuando llego ya está todo el mundo durmiendo. Cojo mis cosas con cuidado evitando hacer ruido para no molestar a mis compañeros, que como yo, han tenido un día de mierda y me voy a las duchas, esperando que aún quede algo de agua en el depósito para no tener que echarme a dormir con esta capa de tierra y sudor que se me pega al cuerpo. Pero parece que alguien se me ha adelantado.
A medida que me acerco a las duchas, escucho, a cada paso y con más claridad, la dulce y aterciopelada de voz una mujer que canta para sí misma. ¿ De quién será esa voz? Cristi estaba durmiendo cuando pasé por el barracón y no me parece la de Chelsea.
Atraído por ese canto angelical, me aproximo sigilosamente, deseando que no sea Sabine y me invite a ducharme con ella. Esa mujer me desconcierta a veces. Aunque no creo que sea ella, de ser así ya la habría oído antes, y esta voz es la primera vez que la escucho.
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero al menos el gato murió sabiendo, y este gato no se detiene hasta llegar a la puerta entreabierta que separa las duchas del pasillo permitiéndome ver el interior. Y entonces, me encuentro con la visión más increíble que pudiera imaginar en mis mejores sueños.
Bañada por el agua que moja su piel e iluminada por la luz de la luna haciendo que todo su cuerpo brille como el de una sirena, se encuentra Sheyla, cantándole al amor.
La luz inciden sobre las gotas que cubren su piel tersa y desnuda, resplandeciendo como estrellas que acentúan su figura curvilínea en un cuerpo pequeño de proporciones perfectas, cintura estrecha, caderas anchas... la palidez de su piel contrastando con la oscuridad de su pelo negro que fluye con el agua hasta la mitad de su espalda. En este momento me parece el ser más hermoso del mundo.
Durante unos segundos me resulta imposible apartar los ojos de ella, como si fuera testigo de una aparición celestial, un regalo de los dioses.
Y como es natural, mi cuerpo reacciona. No puedo evitar excitarme al verla, es, sin lugar a dudas, lo más bonito que he visto en mucho tiempo. Siento un cosquilleo en el estómago y la presión en mi pantalón que me indica, innegablemente, que ya no tengo yo el control.
Abrumado por la escena que tengo delante, me alejo de las duchas esperando que no me haya visto. Para entonces la imagen se ha quedado ya grabada en mi mente como una litografía, señal inequívoca de que algo me pasa con esta mujer.
Intentado recuperarme de esa visión, salgo al exterior a que el aire frío de la noche me despeje un poco y restablezca la circulación sanguínea hacia otras zonas de mi cuerpo que no sean la entrepierna.
Pero cuando ya la sangre me riega el cerebro, me doy cuenta de que estoy en el mismo problema, sigo necesitando ducharme. Mi última alternativa es el pozo, que lo veo desde aquí. Hago un barrido visual a mi alrededor constatando que estoy solo, a estas horas la mayoría de los que viven aquí ya están durmiendo y aunque hay algunas luces encendidas dudo que a nadie se le ocurra salir a por agua en mitad de la noche.
No me lo pienso dos veces, me voy hasta el pozo, deseando que el agua esté endemoniadamente fría y acabe de apagar mi calor.
El primer balde de agua cae congelada sobre mi, casi me corta la respiración, hasta se me escapa un alarido lastimero al notarla tan fría. Y en este momento se me viene a la cabeza mi Montreal y sus ríos helados. Cuando era un crío no me importaba el frío de aquellas aguas. En cambio aquí un caldero de agua fría me hace gritar como una nena. Lo que es el habituarse al medio.
Me froto la mugre de los brazos con ganas, arrancando el barro que se me ha pegado a la piel durante todo el día y otro balde de agua helada por encima.
Estoy tan distraído en mis pensamiento que casi me da un paro cardíaco cuando escucho los gritos de Jerome acercándose. Para cuando lo veo está a unos metros del pozo.
—¡Amigo! ¡Pero qué haces ahí desnudo!— Me grita entre risas. Su piel es tan oscura que solo alcanzo a ver el uniforme y su sonrisa.
Tiene gracia como nos conocimos este sujeto y yo. A los pocos días de llegar aquí, un australiano intentaba partirme la cara pero Jerome intercedió, y al final el que se fue con un par de dientes menos fue el australiano. En ese momento ni si quiera sabía que estaríamos en el mismo destino. Desde entonces somos uña y carne. Aunque a veces es un poco bocazas...
—¡Joder Jerome! ¡No grites!— Le increpo cubriéndome como puedo mientras miro a todas partes deseando que nadie haya oído su anuncio. Me siento demasiado expuesto ahora mismo.
—¿Qué pasa, que no hay duchas en el barracón?— Se acerca al pozo con una sonrisa burlona en los labios, y de lo que me dan ganas es de estamparle el balde en toda la cara para que se calle.
—Están ocupadas...— Me excuso.
—¿Todas? ¿A estas horas?— Cuestiona.
—No lo se, solo se que están ocupadas...— No le voy a contar que vi a la francesa duchándose porque entonces querrá detalles. Intento desviar el tema saliendo por otro lado —¿Pero qué diablos haces tú aquí?
—El blanco resplandor de tu culo llamó mi atención— Se parte de risa. Maldito Jerome, el jodido tiene gracia.
—Y como sigas dando voces lo va a ver todo el mundo— Me echo otro balde de agua por encima, tengo que terminar ya si no quiero que Jerome despierte a todo el maldito pueblo con sus preguntas incómodas a pleno pulmón. El último balde de agua y se acabó la tortura.
Como puedo llego hasta mi ropa y empiezo a secarme con una toalla, pero entonces a Jerome se le ocurre hacer uno de los comentarios más antiguos del mundo.
—¿Eso es tu fusil o es que te alegras de verme?— Qué idiota es...
—Me alegro de verte— Replico. Su carcajada resuena amplificada entre las colinas y el silencio de la noche. Debe de ser mi cara de asesino lo que consigue hacer que procure reprimir esa risa escandalosa que tiene porque hace verdaderos esfuerzos para contenerse. Por un momento hasta llego a pensar que se va a ahogar —Por favor, que no te de algo ahora, espera a que me ponga los pantalones, si no que van a pensar de nosotros...— Otra carcajada.
Esta vez hasta me río yo también. La situación es absurda. Dos tíos solos, uno medio desnudo y el otro haciendo comentarios sobre su miembro, en mitad de la noche. Espero que nadie nos esté viendo desde su casa porque a ver qué clase de explicación puedo dar a esto. Entonces me suelta.
—Espera aquí, vengo ahora— Puedo notar el entusiasmo en su voz antes de que desaparezca de vuelta al pueblo ¿A dónde piensa que voy a ir sin pantalones?
En lo que tardo en acabar de vestirme, vuelve con una botella de algo que me parece whisky. Y entonces el que grita soy yo.
—Eso es ... ¡¿Es whisky?!— Asiente con una sonrisa de oreja a oreja alzando la botella como si fuera un trofeo mientras yo le hago una reverencia. Cuando me pasa la botella la examino sin acabar de creerme que tenga una botella de whisky entre las manos —¡Whisky escocés!— Me sonríe, sin entender el valor económico de este objeto. Pero para mi el verdadero valor es que la vaya a compartir conmigo —¿Y esto?— le pregunto para confirmar que así es.
—Para que bebamos juntos amigo— Se ríe triunfante. Dios, casi se me saltan las lágrimas porque tenga este detalle conmigo.
Desde una loma donde hemos instalado dos sillas plegables, compartimos el whisky observando el pueblo dormir a nuestros pies como si fuéramos los señores del mundo, mientras charlamos de nuestras cosas.
—¿Qué hacías por ahí a estas horas? Hoy no tienes guardia— suelta una carcajada maliciosa antes de dar un trago al whisky. Tengo la impresión de que me va a confesar algo.
—Estaba con una chica— Responde algo tímido.
—¿Con una chica? ¿La conozco?—Lo miro sin dar crédito.
—No. Bueno es posible que la hayas visto porque vive aquí. Pero aún nos estamos conociendo. Quiero conocer a su familia y que ella conozca a la mía— Jerome y sus tradiciones...
—Senegal está muy lejos de Rwanda amigo...
Una de las cosas que más me llamó la atención cuando entré a formar parte de las fuerzas de la ONU es que un número importante de sus efectivos pertenecen a países subdesarrollados, y a menudo, colindantes a las zonas de conflicto a las que se les destina. Este no es tanto el caso de Jerome, porque él nació en una pequeña aldea de Senegal, donde creció y fue educado por la misión salesiana. Y Senegal queda en el otro punto de África. Pero no es así para compañeros procedentes de Zambia o Etiopía, por ejemplo, muy cerca de Uganda, donde en estos momentos se refugia el Frente Patriótico Ruandés.
Le doy un trago al whisky intentando ahogar las ganas que tengo de soltarle una charla paternalista sobre las relaciones y el amor, pero enseguida caigo en la cuenta de que no soy el más indicado para hablar de estos temas.
Jerome simplemente responde a mi comentario manifestando sus deseos de cumplir con lo que se supone, aspiramos todos en la vida.
—Pero yo ya quiero casarme— Casi me atraganto con el whisky al oír esa palabra. Casarse...
Y como si lo viera correr hacia un campo minado, le advierto.
—Jerome no hagas eso... De verdad, todo se va a la mierda cuando te casas— O por lo menos esa fue mi experiencia —No tengas prisa por vivir.
Me mira con ese halo de inocencia tan particular en él. Aunque es más grande que yo, a veces parece un crío ingenuo.
—Es hora de que forme una familia— Declara.
Por alguna razón sus palabras me suenan lejanas, la idea de formar una familia en estos momentos me resulta impensable teniendo en cuenta que, como soldados, no sabemos dónde vamos a estar mañana. Ni si quiera si seguiremos respirando. Por no hablar de lo complicado que es de por sí mantener una familia.
—¿Pero qué prisa tienes?— Me olvido de que aquí la gente vive a otro ritmo. Vuelve a soltar otra carcajada mientras me mira lleno de razón.
—Tu formaste la tuya— Tocado.
Él conoce toda mi historia. Una noche en la que los dos estábamos borrachos, se la conté. Esperaba que con la cantidad de alcohol que se había tragado ese día no la recordara. Pero sí, la recuerda. Lo que parece no recordar son las veces que me ha visto llorar por lo infeliz que fui al lado de Kelly, la madre de mi hija.
—No, yo no formé nada porque acabamos fatal— Otro trago al whisky intentando apagar la sensación de fracaso al recordar lo mucho que la he cagado en la vida.
—Claro que si, tu te casaste y tuviste a tu hija— Señala mi brazo, hacia el tatuaje con el nombre de mi hija. Lo único bueno que hay en mi vida. Mi Hannah.
Pero en realidad, las cosas no fueron tal y como él las interpreta.
—No. Yo la dejé embarazada cuando aún éramos unos críos y tuve que casarme porque no me quedó otro remedio— Y es cierto. Siendo todavía un niño tuve que afrontar lo que venía como un hombre y hacerme cargo de mis responsabilidades, pero ojalá me hubiera puesto un condón ese día —Y sabes que no acabó bien. Ahora Kelly y yo no nos podemos ni ver...No tengo una familia, como tu dices...
Pero Jerome ignora completamente el mensaje. Aparta los ojos de mi para mirar hacia al pueblo mientras se recuesta sobre la silla con aire místico, como si tuviera el remedio mágico que a mi me faltó.
—Las cosas funcionan si hay amor. Si tu le das amor a una mujer, ella no te abandona— Y se me queda mirando con los ojos entreabiertos y una sonrisa seductora, mostrándose muy seguro de lo que acaba de decir. Pobre Iluso. Aún no ha comprendido que a veces no es cuestión de amor... Porque el amor no da de comer, ni paga facturas, ni la hipoteca, ni la educación de tus hijos...
—¿Tienes vacas?— Aquí el tener vacas es como decir que tienes una cuenta corriente en el banco con muchos dígitos. Se gira para mirarme con el semblante serio y me responde decidido.
—En casa tengo 6— Lo dice tan convencido que casi tengo que morderme la lengua para no romper a reír.
—No son suficientes. Si es una buena mujer, valdrá por lo menos 10 vacas— Mis palabras lo hacen reflexionar. Se queda por un momento en silencio valorando mi respuesta, como si algo no le cuadrara. Es curioso cómo miden aquí el valor de las cosas.
Agotado después de un largo día de trabajo, decido dar por finalizada la charla. No voy a conseguir sacarle la idea de la cabeza y mejor será que le deje tiempo para pensar en como reunir esas 4 vacas que le faltan para demostrarle a la familia de su futura mujer que es un buen partido.
Me pongo en pie para estirarme antes de emprender el camino de vuelta a mi primer destino que era, el de irme a dormir.
—Amigo...— Le tiendo mi mano esperando a que me la estreche —La compañía es grata pero mi cama me reclama— Me estrecha la mano con fuerza, como si me la quisiera romper— Gracias por compartir el whisky conmigo.
—No hay por qué amigo— Me devuelve una sonrisa cómplice. Y entonces se me ocurre preguntar.
—Por cierto, ¿de donde salió?
—Lo trajo Madeleine— La respuesta me toma completamente por sorpresa.
—¿Madeleine ya ha vuelto de Tanzania?
—Sí, esta mañana.
—Ah...— No acierto a decir nada más porque me quedo pasmado ante la vuelta de Madeleine. Intento volver al punto en el que estaba antes de que Jerome me diera la noticia —Bueno, me voy. No te acuestes tarde, Romeo.
Asiente con la cabeza y una sonrisa en los labios, supongo que por recordar a su amada. Me alejo de vuelta al pueblo dejando al enamorado solo con sus pensamientos. Y la verdad, no se si alegrarme por él o compadecerlo, en cualquier caso, espero que tenga más suerte que yo.
Antes de dar por finalizada la jornada, me tengo que pasar por el hospital para asegurarme de que Hate está bien, no puedo acabar el día sin verla. Pero al entrar en el pabellón, allí está Sheyla. Con un pantalón vaquero recortado que deja sus impresionantes piernas al aire y una camiseta que se le ajusta al cuerpo, permanece junto a la ventana que hay al fondo de la sala desde donde puede ver todas las camas. Y en este momento vuelve a mi el recuerdo de su cuerpo desnudo como una sirena bajo el agua.
A medida que me acerco mis latidos se aceleran con esa imagen aún fresca en mi memoria. La saludo con un movimiento de cabeza, pero la mirada que me devuelve es como la de un animal herido a punto de atacar.
Opto por ignorarla, con la sensación del whisky amortiguando mis pensamientos, centro mi atención en Hate que permanece en su cama, dormida como un ángel. Me recuerda tanto a Hannah...
Y como no podía ser de otra manera, llega el ataque, por la espalda.
—Has sido muy cruel esta tarde— Me replica en un tono severo, visiblemente molesta por haberla sacado de su confortable idea de salvar el mundo sin mancharse las manos. Pobrecita, cuánto le queda por aprender...Le respondo sin alterarme. No voy a entrar en su juego. Este no es el lugar.
—¿Por qué? ¿Por mostrarte la puta realidad de África?— Ni la miro.
—No— Responde contundente— Pero por el tono en el que me hablas tengo la sensación de que no te caigo bien— Se lo está llevando a lo personal, por lo que veo.
—No es cuestión de caerse bien o mal— No me deja seguir hablando porque me interrumpe para hablar ella, obcecada en esa idea.
—¿Tan mal te caigo?—
Insiste. Un suspiro de agotamiento se me escapa del pecho. Me parece que no ha entendido una mierda de lo que le he dicho y ahora cree que el malo soy yo.
—¿Y qué más da eso?— Le respondo sin ganas. No tiene sentido seguir con esto. Pero vuelve a la carga.
—A mi sí que me importa, tengo que convivir contigo, no quiero llevarme mal con nadie¿Tan mal te caigo?— Repite de nuevo. Quiere asegurarse de que le conteste. Pero a estas horas y con el agotamiento acumulado lo que menos me apetece es iniciar una contienda con ella. No ahora. Se me escapa un bufido antes de contestar, me exaspera su actitud.
— Bufff... No me caes mal, si es eso lo que te importa. Pero creo que no estás preparada para esto.
Veo en sus ojos color avellana como su orgullo de hembra todopoderosa se resiente ante mi comentario. En un patético intento por defenderse da un paso hacia mí para cuestionarme. Se debe pensar que así me intimida.
—¿Y tú si?— La furia brilla cada vez con más fuerza en sus preciosos ojos. Y mi pulso se acelera ante ese fuego que arde en ella. Con el valor que aún me infunde el whisky, le devuelvo la mirada con firmeza para responder a su pregunta.
—Mas que tu— Y eso es cierto, en experiencia no me gana ella.
Entonces estalla. Frunce el ceño en una mueca de rabia, da un paso hacia atrás sin apartar esa mirada envenenada de mi y me responde con toda la ira que le cabe en ese pequeño y bonito cuerpo.
—¡¡Eres un cretino!!— Si lo que pretendía era ofenderme, está lejos de conseguirlo. Es más, esa actitud de fiera rabiosa la hace verse todavía más sexy. Ha perdido el control de la situación completamente. Ahora lo tengo yo y he de reconocer, que esto me excita.
—¿Eso es lo que piensas?— Le pregunto con total tranquilidad, curioso por ver como reacciona. Y su respuesta es justo como esperaba.
—¡¡SI!!— La tensión en todo su cuerpo, la furia en sus ojos, como si deseara saltar sobre mi y destrozarme, y mi corazón desbocado martilleando contra mi pecho.
Guarda silencio esperando mi contestación, pero a diferencia de ella, yo respondo con total pasividad ante esa ira descontrolada.
—Muy bien, como quieras, veremos cuanto aguantas, viendo a la muerte a la cara cuando todo esto se convierta en un puto polvorín, cuando los milicianos empiecen a llegar y masacren a todo lo que respira, porque no habrá paz, no habrá un ejército ni apoyo que los frene porque todo está podrido. Tu volverás a tu país con el mal sabor de boca de no haber podido hacer nada y entonces recordarás las palabras de este necio que en su día te dijo que uno solo no puede salvar al mundo— En este punto tengo que hacer un esfuerzo porque mi voz siga siendo solo un susurro que no moleste a los heridos del pabellón, en lugar del grito que debería ser —En el mejor de los casos, solo verás morir a todos por los que has luchado, incluyendo a Chelsea ya que su implicación directa con el país la compromete. Y en el peor... Bueno, creo que no necesitas que te lo describa. Por eso te digo que no estás preparada— Doy un par de pasos hacia ella hasta quedarme a un palmo de su cara para quemar mi última baza. Y por un momento, esa mirada de fiera se vuelve temor, parece un gatito asustado. Ahora mismo me teme. La tengo justo donde quería— Huye ahora que estás a tiempo— Sentencio— No lo vas a aguantar... —Fin de mi alegato.
Mis latidos bajando el ritmo. Sus enormes y preciosos ojos ensombreciéndose ante mi particular manera de decirle que este no es su sitio.
—Y por qué me estás diciendo todo esto— Inquiere con la rabia contenida en su voz, pero no en sus ojos que me atraviesan como espadas.
—Porque me causas cierta simpatía, no me gustaría tener que enterrarte— Le susurro.
Pero entonces el gatito se vuelve de nuevo una fiera. El temor con el que me miraba hace unos segundos desaparece para dar paso al coraje, señal inequívoca de que no va a claudicar. Y mi pulso se acelera de nuevo.
—No será necesario...— Musita airada.
A partir de aquí ya no hay más palabras. Me da la espalda para alejarse de mí y comienza a recorrer el pabellón observando a los pacientes, como si yo ya no estuviera.
He captado el mensaje. Se acabó la charla.
Le dedico una última mirada a Hate, asegurándome de que no nos ha odio, de que sigue plácidamente dormida en el país de los sueños, y me retiro.
Mi trabajo ha terminado.
Pero cuando estoy a punto de entrar en el barracón para irme a dormir, cuando pienso que este día de mierda ya se ha acabado, aparece ella.
—Hola Madeleine. Me alegro de verte...
No. No ha terminado.
⭐⭐⭐
__HOLA COOPERANTES__
Este es un capítulo un poco diferente, porque a decir verdad cuando proyecté esta historia mi idea es que fuera Sheyla narradora, pero a medida que avanzaba me di cuenta de que era necesario darle voz también a Blaime. Y la verdad que no me arrepiento. Todo lo que dice este personaje conduce a alguna parte, no son palabras al aire. Al principio de este capítulo nos habla de lo limitados que estaban por aquel entonces los cascos azules y la prioridad que le confería el Consejo de Seguridad (los que mandan) a cada conflicto y de ahí su frustración. A mayores también nos deja ver sus cartas con respecto a Sheyla porque aunque sea un tipo duro, tiene sus debilidades.
La verdad que me he divertido mucho desarrollando este capítulo, que también me ha dado la oportunidad de mostrar un poco a Jerome, otro de los puntales de este equipo y que de no ser por Blaime poca presencia iba a tener, porque el borrador original es en tercera persona y había espacio para todos, pero al pasar a narrar en primera tuve que buscar nuevos recursos para que todos los personajes tuvieran su participación. He de confesar que me lo pasé genial escribiendo la conversación en la loma, porque de vez en cuando un poco de humor no viene mal.
Este capítulo se lo quiero dedicar a Soulshine_M porque tengo la impresión de que le va a agradar mucho.
Como siempre UN MILLÓN DE GRACIAS a todos los que cada semana seguís esta historia. Nos vemos en el próximo capítulo. Gracias por estar ahí ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro