69.
Se estaba haciendo tarde, y Reaper solamente quería disfrutar un momento más de su soledad después de pasar por última vez a la villa de los humanos. Después de aquella pesadilla en media siesta estaba más contraído, podría ser que fueran malos presagios o solo una paraonía suya, sus pies flotaban en el suelo, teniendo la obligación para no matar la flora del camino en donde caminaba.
El pesimismo acompañaba su mente completamente, y ahora sus fantasías fueron opacadas otra vez con el miedo que hace unos días había olvidado, dudas que lo entristecían.
¿Y qué pasa si Geno se aburre de él?
Si no era suficiente...
¿Se iría para siempre?
¿Lejos de su alcance?
Pensarlo.
Era una.
Tortura.
Trató de quitarse tales pensamientos sacando el collar bajo su túnica, aquel que los había ligado desde el alma, creando un solo destino que ambos compartirían, aunque seguía sin comprender como otra vez estaba lagrimeando sin emitir ningún ruido.
Sus manos temblaban ante sus ideas, sentía miedo, un nudo en la garganta que le distrajo del camino, chocando con una de las ramas de un árbol, de pronto sintió como su trabajo comenzaba nuevamente. Suspiró, y se acercó con cuidado trasmitiendo una extraña seguridad a la existencia agonizante de la planta. Pronto estaba arrodillado entre sus raíces, notando como aquel ser viviente dejaba de respirar.
No se sentía a gusto de ello, estaba demasiado cómodo, acunado en su tronco, respirando aún consumido en sus pensamientos. Sin embargo algo lo alteró, una presencia demoníaca capaz de hacer entumir a cualquier ser, siendo en los días de inviernos una excepción para la Parca. Pero ahora mismo era de las épocas donde más frágil se volvía, sus huesos se tensaron.
-- Pero miren a quién me encontré por aquí.
-- ¿¡Qué haces aquí!? Chara...
Ahí estaba la mismísima demonio que una vez robó la mitad parte de su arma, poseyendo un poder capaz de destruir mucho más de lo otros creían, temerarios eran quienes se cruzaban con ella, la aludida solamente ladeó la cabeza en un ademán infantil, uno irritante para Reaper, quien estaba preso de un inusual pánico.
O era cansancio.
Uno mental...
-- Paseando.
Respondió ella comenzando a dar un paso después del otro, acercándose peligrosamente hasta quien no se movía de las raíces del árbol muerto, se agitó, desconociendo lo que pasaba por su mente tan retorcida.
-- Si das un paso más, no dudes que voy a pelear.
En vano había refutado, la de cabellos castaños no se detuvo, sonriendo cual víbora esperando que su presa cayera en la red. Cual araña.
-- Cálmate... Puedes descansar, vengo en son de paz, ¿Por qué no charlamos? Sin resentimientos, ¿Qué dices?
¿Por qué había creído en ella?
¿Por qué no se alejó antes que fuera tarde?
Chara simplemente no compartía con él una charla de colegas, ni de amigos, sin cumplidos, solamente temas referidos en el amor. ¿Y por qué? De todo el tiempo que la demonio estaba libre, había estado vigilando a la Muerte, conociendo y descifrando su debilidad, y qué mejor que compartir con él las ilusiones que el Dios poseía, los miedos.
Qué tonto has sido.
Reaper de un momento a otro estaba llorando desconsoladamente, la demonio lo había provocado, miedo, terror, locura.
Estaba ciego de tristeza, ciego de lo que hacía Chara al acunarlo en sus desnudos brazos, sonriendo y siseando como si fuera un siervo más, jurando que todo iría a estar bien, tratando a Reaper como una marioneta, un trapo.
...
La sangre iba cayendo lentamente, manchando y pintando de un nuevo color las raíces del inerte árbol, tan tortuosas que el grito no vino, nunca llegó, solamente el silencio fue interrumpido por la risa de la demonio, sonido emitido de los labios ensangrentados, sonriendo sin cordura.
El dios no sentía más que dolor en su alma, la que alguna vez se vio envuelta en calidez, su propia sangre lo ahogaba, y en su pecho un cuchillo dorado enterrado sin compasión, tornándose en oscuridad más ensombrecida que la noche, un final digno que jamás nadie hubiera esperado.
Incompleto.
-- Es hora de descansar para siempre, mi dios.
La demonio se fue cual damisela, cubierta de sangre, sin importar tener la mancha de un crimen delatador, seguía siendo perfecto, dejando un alma herida convertirse polvo lentamente.
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