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Capítulo Único

Advertencia

Este One-shot contiene lenguaje vulgar y descripciones sexuales explícitas.

Sin más qué decir, qué disfruten la lectura💛

An Airad

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Dos dedos fueron suficientes para que la princesa albina se retorciera debajo de aquel demonio fornido de cabellos plateados, mientras vagos recuerdos llegaban a su mente tras cada movimiento que él ejercía en su húmedo interior.

—Duele... —apenas las palabras salían de su boca, mientras su mente se iba nublando con cada recuerdo que llegaba a ella.

¿Acaso todo eso era real?

—Meliodas... —las lágrimas caían una tras otra mientras ese nombre iba haciéndose cada vez más difícil de pronunciar.

¿Por qué comenzaba a sentir desprecio al nombrarlo? ¿Qué estaba mal en todo eso? ¿No era a Meliodas a quien en realidad amaba? Elizabeth comenzaba a dudarlo.

—¡Te dije que te haría recordar por las malas! —exclamó Estarossa, mientras empujaba en el interior de ella.

—¡Para! ¡No quiero esto! —jadeó la princesa, tratando de resistirse a él.

—Es necesario... —le dijo a la joven, mientras sus manos apretujaban sus curvaturas —¡Te daré duro hasta que lo recuerdes todo!

Elizabeth gritó con todas sus fuerzas en cuanto él comenzó a embestirla sin piedad.

La joven había estado reservándose para Meliodas durante tanto tiempo y ahora que él la estaba tomando de esa manera se sentía fatal. No podía aceptarlo y tampoco podía asimilar las cosas que venían a su mente a cada minuto en que Estarossa seguía haciéndola suya.

La tristeza, la desesperación y el dolor la invadieron por completo y no supo en qué momento se desmayó. Creyó que de esa manera todo volvería a la normalidad, pero estaba equivocada. Las imágenes que veía se hicieron aún más claras y poco a poco se dio cuenta de que Estarossa no estaba mintiendo.

Elizabeth siempre creyó que le pertenecía a Meliodas, pero en el momento en que Estarossa comenzó a someterla, se dio cuenta de que sus caricias eran eso que ella había estado deseando desde hace mucho tiempo, pues sus manos eran perfectas para su cuerpo. Sólo sus manos podían tomar por completo sus voluptuosos pechos, cosa que no sucedía cuando el rubio lujurioso la tocaba.

Y sólo entonces fue que al fin pudo contemplar algo mucho más claro. Algo que la hizo estremecer hasta la médula. Elizabeth se vio a sí misma con ese albino. Ambos se encontraban sin nada, con la luz de la luna iluminando sus cuerpos empapados de sudor y el melodioso rechinar de la cama que iba al ritmo de los bestiales movimientos de Estarossa.

—Voy a terminar —advirtió, el demonio, cuyas caderas no dejaban de moverse, mientras la chica gemía debajo de él.

—Hazlo dentro esta vez —pidió ella tímidamente, mientras sus uñas se clavaban sobre la bronceada y sudorosa espalda de él.

—De acuerdo —gimió, dando una última embestida, llenándola rápidamente por completo y depositando un cálido beso sobre su mejilla enrojecida.

—Quiero que pases la noche conmigo —le susurró ella, en cuanto él dejó de moverse y se dedicó a llenarla de caricias.

—Me gustaría, pero no puedo —le respondió, con tristeza —Debo asegurarme de que Zeldris obtenga esas almas que tanto ha estado pidiéndome.

—Entiendo, pero... ¿No hay manera de que las obtengas sin lastimar a nadie? —la voz de Elizabeth sonó bastante preocupada y Estarossa soltó una risita nasal.

—Lo siento, linda. Nosotros los demonios no somos benevolentes —le respondió, apartando su cabello de su fino rostro angelical.

—Comprendo —contestó desanimada, pues no le gustaba que el hombre que tanto amaba se dedicara a sembrar el caos.

—Ya, ya. No te preocupes tanto, ¿sí? Desde siempre he hecho estas cosas, ¿lo olvidabas? —la tomó del mentón, mientras salía lentamente de su cálido interior.

Ella asintió y lo miró a los ojos, mientras sentía que su semilla comenzaba a derramarse lentamente por sus temblorosas piernas, eso era algo que le gustaba mucho y pronto se olvidó de las atrocidades que él haría esa noche.

Luego de unos minutos de silencio y suaves caricias, el mandamiento se levantó de la cama y comenzó a vestirse, mientras la albina tomaba una sábana blanca para cubrir su desnudez.

—Aún no llega mi período —le dijo tímidamente a su amante.

Estarossa se sorprendió bastante, pero pronto una cálida sonrisa se dibujó en sus labios.

—No te preocupes por eso, estoy dispuesto a asumir la responsabilidad... Además, la llegada de un bebé no nos vendría tan mal, creo que seríamos buenos padres —el demonio la envolvió entre sus fuertes brazos y después le dio un beso de despedida —Volveré mañana en la noche y te traeré un regalo —le dijo, mientras seguía aferrado a su esbelta figura.

—Entonces estaremos esperándote —susurró la chica sonriente, mientras deshacían el abrazo lentamente, imaginándose cómo sería su vida junto a él si tenían un hijo —Cuídate, Estarossa...

<<¿Qué es esto?>> pensó la princesa con asombro, en cuanto vio aquella escena en la que se había entregado al albino y el amor con el que ella lo había tratado <<¿En qué estaba pensando cuando hice esto?>> se preguntaba, toda confundida <<Señor Meliodas... Perdóneme>> se lamentó.

Aquel recuerdo se había desvanecido de su memoria y Estarossa seguía sin darse cuenta de que ella se había desmayado entre sus brazos y al no escuchar quejas por su parte, comenzó a embestirla con más fuerza hasta que alcanzó el clímax.

Llenó su interior en un intento de recuperar el tiempo perdido, pues cuando su hermano se apropió de su adorada Elizabeth, esta se encontraba embarazada. Meliodas no soportó eso y terminó por pedirle ayuda a su padre quien les puso una maldición a ambos para que estuvieran juntos por la eternidad, pero en un arranque de ira, el rubio terminó acabando con ella, pues no soportó más la idea de que ella estuviera esperando con ansias la llegada de ese bebé que no era suyo.

En cuanto la princesa vio aquellas nuevas imágenes en su mente en medio de la inconsciencia, sus ojos se llenaron de lágrimas. Ella siempre había creído en las palabras de Meliodas y en la promesa que le había hecho sobre salvarla de esa terrible maldición, cuando en realidad, él mismo había sido el causante de ello.

La había condenado a vivir atada a él en contra de su voluntad, mientras Estarossa sufría en silencio, pues no contaba con nadie para ayudarlo. Nadie decía nada al respecto y ni siquiera se acercaban a él para saber cómo se encontraba. Simplemente lo veían como un traidor, pues muchas veces había dejado sus responsabilidades para irse con Elizabeth y cuando su actitud comenzó a verse influenciada por ella, nadie soportó ese cambio y fue duramente castigado con horribles torturas físicas que lo llevaron a sufrir fuertes trastornos psicológicos durante largo tiempo.

Elizabeth abrió los ojos lentamente y se encontró con la oscura mirada de Estarossa sobre ella. Notó que él también estaba llorando. Se sentía culpable, pues la había tomado por la fuerza y la había lastimado bastante, pues ahora todo su cuerpo tenía severos signos de violencia.

—Perdóname... —Elizabeth apenas pudo escuchar la voz del mandamiento, quien la tomó entre sus brazos para acercarla a su cuerpo —Mi desesperación me llevó a esto. Yo... Sólo quería que me recordaras, sólo quería que me amaras a mí y no a ese maldito mentiroso. Estaba harto de verte junto a él. Me hervía la sangre cada que él te tocaba de esa manera tan vulgar frente a todos... No merezco siquiera que me mires... Alguien tan estúpido como yo no merece... —el albino fue silenciado por los suaves labios de la joven, quien había tomado el valor suficiente para besarlo, pues ya se había dado cuenta de toda la verdad.

—No tienes que pedirme perdón. Tú sólo querías recuperar a la mujer que amas... Y yo estoy feliz por eso... Gracias por luchar por mí, Estarossa... —le susurró, mientras seguía besándolo.

Estarossa estaba tan contento de que su amada albina al fin recordara todo lo que habían pasado juntos que, no se dio cuenta del momento justo en que sus amigos llegaron a buscarla.

Ambos seguían desnudos. Estaban abrazados de tal manera que, la única vista que los recién llegados tenían era la de las perfectas nalgas de Estarossa, pues él se encontraba cubriendo celosamente la bella figura de su amada.

—Princesa... —murmuró King bastante sorprendido al verlos así.

—¡Elizabeth! —Derieri estaba de piedra de sólo ver que la chica de buen corazón se encontrara de esa manera cerca del demonio que había asesinado a su querido Monspeet.

Sariel y Tarmiel se enfadaron muchísimo, pero sabían perfectamente que en el pasado ella amaba a ese demonio con toda el alma y que eso ninguna maldición iba a cambiar por más que Meliodas tratara de ocultarlo.

De algún modo todos habían conspirado para que ese rubio embustero se quedara con ella, pues detestaban la idea de que estuviera con Estarossa, pues él jamás iba a ser el heredero al trono y nadie confiaba en él por su tosca y retorcida forma de ser.

Meliodas podría ser un hijo de puta, pero en el fondo era amable y tenía pensado realizar un tratado de paz para con sus enemigos en cuanto heredara el trono de su padre. Eso era algo que el clan de las diosas quería, por eso estaban dispuestos a que Elizabeth fuera maldecida y se olvidara de Estarossa.

—No hay nada que podamos hacer —le dijo el pequeño arcángel a Tarmiel.

—Creo que tienes razón —le contestó entristecido.

—Larguénse de aquí —espetó el albino, quien abrazaba a Elizabeth con el miedo de que ellos se la fueran a arrebatar de nuevo.

—¡Nos llevaremos a la princesa! ¡Así que suéltala ahora mismo! —exclamo King con enfado y Estarossa endureció la expresión de su rostro.

—No iré con ustedes, King —dijo la chica tímidamente —Ya no necesito estar junto al señor Meliodas... Al fin sé a quién pertenece mi corazón y no quiero cambiar eso —la princesa hizo una pausa y sonrió —Lamento haberlos metido en todo esto, pero espero puedan comprenderme —se disculpó amablemente —Estoy dispuesta a luchar contra todo aquel que se interponga entre nosotros y no me importa si eso implica que deba ser enemiga de ustedes a partir de ahora...

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Espero que les haya gustado esta pequeña obra, pues esta fue la tercera versión que hice de este One-shot, ya que las anteriores no eran lo suficientemente interesantes para mí...

An Airad

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