Sokolov
Roger
Me senté en el sofá y bajé la vista por el contrato que tenía abierto en mi celular, sintiendo una creciente irritación hacia mí mismo. Había cometido el error de dejar mi laptop en Rusia, un descuido del que me percaté hace apenas unos minutos, tras horas de haber pisado tierra en Miami. Los días que pasé con los Sokolov habían logrado sacarme de mi zona segura en todos los sentidos; en circunstancias normales, nunca habría dejado atrás mi computadora, que básicamente contenía toda mi vida y trabajo.
No había tardado en enviarle algunos mensajes a Ilya, pidiéndole que me la enviara cuanto antes, pero según me dijo, todos seguían en París y regresarían mañana a su ciudad, por lo que no tenía más opción que esperar. Mientras tanto, había estado revisando los miles de correos de marcas y programas de televisión que ansiaban trabajar con Dean. No tardaron en acercarse como buitres en cuanto Vladimir levantó el bloqueo que nos había impuesto. Solté un gran suspiro y apagué el celular, observando mi reflejo en la pantalla ahora oscura. Estaba un poco ofendido y molesto.
Vladimir me había enviado un mensaje la noche de la boda. Al parecer, él debe aprobar los contratos y cualquier proyecto en general que quiera hacer Dean. Era irritante y, en cierta medida, insultante. ¿Acaso cree que no sé qué es lo mejor para mi cliente y amigo? Además, solo se aprobarían proyectos si su presencia coincidía con el lugar elegido. Dean no podría realizar una pasarela en París si en la agenda de Vladimir no figuraba París en ese momento. Quería expresarle mi frustración, pero me contuve. Sabía que lo mejor sería no ponerlo de mal humor, especialmente después de enterarme esta mañana de que había reembolsado todos los gastos cargados a la cuenta de Dean durante el tiempo que estuvo sin trabajo. No solo eso, sino que también duplicó el pago por "mis servicios" durante mi estancia en Rusia, a pesar de que había decidido acompañar a Dean más como su amigo que como su manager, pero, el dinero es dinero, no me quejaría por recibirlo, aun viniendo de alguien como Vladimir.
Agarré mi cabello en una coleta baja cuando mis pensamientos comenzaron a desviarse hacia otro ruso...
Nikolai me agarró por el cabello mientras mi boca estaba ocupada saboreando su caliente y duro mi...
El sonido del intercomunicador en la pared interrumpió mis eróticos y sucios recuerdos de la noche anterior. Me levanté y me dirigí hacia el pequeño panel, preguntándome quién podría ser a estas horas. Eran casi las nueve de la noche, y no esperaba a nadie.
¿Y si es Nikolai?
Mi corazón se detuvo por un milisegundo al pensar en esa posibilidad, luego consideré seriamente la idea y me reí de mi propia ingenuidad. Ese hombre estaba a miles y miles de kilómetros de distancia.
Hice caso omiso de la tristeza que me sobrecogió y presioné el botón para encender la cámara. Arqueé una ceja al ver a un repartidor de comida en la pantalla.
—¿Hola? Creo que te has equivocado de apartamento... —dije con desinterés, mientras bajaba nuevamente la mirada a mi celular, leyendo los correos.
—¿Este no es el piso del señor Lewis? —preguntó el chico con confusión.
—Ese soy yo —respondí, dejando el celular a un lado y sintiéndome igual de confundido que él.
—Entonces esto es para usted —dijo el castaño, sacando una bolsa de papel de la mochila cuadrada que cargaba. Fruncí el ceño, tratando de recordar si había pedido algo. Finalmente, pulsé el botón para que las puertas del ascensor se abrieran al ver que el repartidor lucía un poco exasperado y apurado. —Aquí tiene, señor Lewis, disfrútelo —miré con sospecha la bolsa que me estaba extendiendo el chico de ojos negros con una sonrisa amable en cuanto las puertas se separaron. No intenté tomarla.
—Ábrela... —le pedí con desconfianza, él me miró extrañado. ¿Qué significaba esto? ¿Acaso Vladimir me había enviado una bomba o algo así?
—Pero...
—Vamos, hazlo —repetí, cruzándome de brazos. El chico me miró como si fuese algún bicho raro y, tras soltar un suspiro, abrió la bolsa de papel. De ella extrajo una pequeña caja blanca que ambos miramos por unos tensos segundos. Con una seña, le indiqué que la abriera. Aunque lució un poco molesto conmigo, la abrió y miró su contenido, frunció el ceño y me observó con cierta incredulidad. —¿Y bien? —pregunté sin comprender su reacción. Él hizo una mueca y me mostró la caja abierta.
—Es una rebanada de pastel de vainilla —contestó irónicamente mientras me pasaba la caja.
—¿Qué? —dije mientras la tomaba. Observé el trozo de pastel por unos segundos, preguntándome quién y por qué me lo habían enviado. —Pero yo no pedí nada, no enti...
—Buenas noches, señor Lewis... no me pagan lo suficiente para esto... —murmuró el chico, interrumpiéndome mientras entraba al ascensor después de lanzarme una mirada molesta.
Mi atención se centró en el pastel cuando me quedé a solas. Se nota que quien lo envió no me conoce lo suficientemente bien. Después de todo, yo detestaba las cosas muy dulces.
Me senté en el desayunador y me quedé inspeccionando el inesperado "regalo", si es que podría decirle así. Me sobresalté cuando escuché otra vez el timbre del ascensor. Rápidamente, activé la cámara y pude ver a un repartidor distinto; este tenía rasgos asiáticos.
—¿Sí? —dije confuso, llamando su atención.
—Señor Lewis, su pedido ya ha llegado —anunció el chico con seriedad. Hice una mueca y presioné el botón de las puertas. ¿Qué clase de broma era esta?
—Yo no he pedido nada... —le informé en cuanto salió del ascensor. Él me miró extrañado. Miré su camiseta y noté que era un repartidor de mi restaurante favorito de sushi.
—Ajá. Aquí tengo una orden para usted, le traigo sushi, ramen, dumplings, y otras cosas más... ¿dónde quiere que lo deje? —dijo con algo de impaciencia. Señalé la encimera del desayunador sin comprender nada, y lo observé sacar unos diez envases plásticos de su mochila. —La orden venía con esto —añadió, pasándome una pequeña tarjeta que tomé mientras mi estómago rugía ante el aroma de la comida. El chico se despidió y se marchó rápidamente.
Miré la tarjeta con intriga. Había una nota escrita en ella. "Prueba el pastel, no está tan dulce". Sentí mi corazón bajar a mis pies cuando leí aquello en ruso. Nikolai...
Me acerqué a la comida con el corazón tembloroso y las manos sudadas. ¿Acaso está en este país? Sonreí como tonto al imaginar que me siguió hasta acá.
Tomé una cuchara y probé un poco del pastel, sorprendiéndome al notar que realmente no estaba muy dulce. Casi pude escuchar su burlón "te lo dije" mientras sentía la textura casi sedosa de la masa de vainilla. Por los nervios, me lo comí todo con prisa, sin despegar los ojos de mi celular. Esperaba recibir algún mensaje suyo o una llamada. Si realmente estaba aquí, estaba dispuesto a mandar todo mi sentido común a la mierda y dejar de controlarme, siendo consciente de que probablemente no volveré a sentir algo tan fuerte por otra persona jamás en mi vida.
Comencé a comer del ramen al ver que los minutos pasaban sin tener ningún tipo de señal de vida de su parte. Solté los palillos sobre la mesa en cuanto escuché el timbre del ascensor por tercera vez en la noche. La ansiedad me recorría mientras me apresuraba hacia allá y activaba la cámara. Ahogué una exclamación al verlo de pie en el interior del elevador.
Nikolai estaba mirando hacia la cámara con una pequeña sonrisa, irradiando la elegancia innata que parecían tener todos los Sokolov. Me miré en el espejo del vestíbulo y me horroricé ante mi reflejo. Tenía notorias ojeras debido a las terribles noches de insomnio desde que "terminamos", mi cabello estaba algo despeinado y llevaba un simple pantalón de pijama con una vieja camiseta arrugada.
Observé nuevamente al rubio ruso. Él estaba tan impecable como siempre. Su camisa blanca de mangas largas y unos pantalones negros de vestir resaltaban su figura esbelta. Su cabello estaba peinado hacia atrás con cuidado, añadiéndole sofisticación a su apariencia. Me sentí avergonzado por mi descuido, consciente de la marcada diferencia entre él y mi imagen desaliñada.
—Dormiré aquí adentro si es necesario, Roger —soltó con diversión, sacándome una pequeña risa.
Me peiné el cabello ligeramente con los dedos y pulsé el botón de las puertas para no hacerlo esperar más tiempo. Cuando finalmente se abrieron, nuestros ojos se encontraron, y decidí dejar de preocuparme por cómo lucía. Me acerqué a él y lo besé sin previo aviso. Él sonrió contra mis labios y me correspondió el beso con la misma intensidad.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté con una sonrisa cuando nos separamos. Sus ojos negros me miraron llenos de amor.
—Te vine a traer algo que se te quedó —soltó, sacando una media de sus bolsillos. Me reí a más no poder. —A donde tú vayas, yo iré... —afirmó ahora, haciendo que mi sonrisa se ampliara aún más. Lo abracé con fuerza. No me importa que sea un mafioso o un asesino, lo amo, y nada podrá cambiar eso.
—Te amo, Niko —confesé en un susurro, él me abrazó con una fuerza reconfortante.
—Te aseguro que no tanto como yo te amo a ti —su respuesta resonó en el aire, provocándome mariposas en el estómago.
Dean
Me alejé de Vladimir lo más que pude en el interior del auto al que me había metido contra mi voluntad. Crucé los brazos con furia, manteniendo la mirada fija en el cristal a mi lado, a pesar de que sentía sus ojos sobre mí mientras el auto encendía. No sabía qué sucedería ahora. Aunque dijo que consideraría mi entrada a su negocio familiar, tenía la ligera sospecha de que no había hablado en serio.
Cuando él avanzó por el camino de tierra, se detuvo antes de cruzar la puerta de la hacienda al ver que Leo se estaba acercando trotando. Cuando la ventanilla de su lado se bajó, el castaño me miró por apenas un segundo antes de comenzar a hablar con Vladimir. Los ignoré y observé a los demás guardaespaldas que vigilaban los alrededores. Dejé caer mis hombros con alivio, liberándome de un peso invisible cuando noté que un enojado Francesco estaba siendo custodiado por dos rusos; por un momento, creí que David y Pierre le habían hecho daño.
Me sorprendía la ingenuidad de Pierre al creer todas las cosas que había dicho David, pero, sobre todo, sentía curiosidad por saber qué información le había dado el francés a Abraham. La forma en que se marchó me inquietaba, como si estuviera demasiado asustado. ¿Estará bajo peligro si los Rinaldi se enteran de que habló con uno de los hombres de Vladimir?
Cuando Leo se alejó y el auto se puso en marcha nuevamente, observé cómo los guardaespaldas se dirigían a sus vehículos, probablemente para seguirnos. Aclaré mi garganta y miré a Vladimir de reojo. Él parecía sumido en sus propios pensamientos mientras conducía. Sus hombros tensos y su mandíbula apretada delataban su ira, reflejada incluso en sus nudillos blancos que se aferraban con fuerza al volante. Estaba que echaba humo por las orejas, hasta un ciego podía ver eso, por lo que mi instinto de supervivencia me aconsejaba mantenerme en silencio.
Una corriente nerviosa recorrió mi brazo izquierdo, una señal de ansiedad que solo experimentaba en situaciones extremadamente aterradoras o inquietantes. Este era uno de esos momentos raros, y recordé que las pocas veces en las que había sentido esto, era cuando estaba cerca o hablaba con Valentin Sokolov.
Me asombró a mí mismo el rechazo que sentí ante la idea de que Vladimir pudiera llegar a ser exactamente como su padre, un hombre que emanaba un aura tan despreciable y aterradora. Tenía el presentimiento de que el hombre junto a mí no estaba muy lejos de eso, pero, ¿qué podría hacer yo para evitarlo? Vladimir, a pesar de que supuestamente estaba enamorado de mí, no dejaba de mantenerme lejos de conocerlo.
Lancé un suspiro al aire y cerré los ojos un momento, recostando mi cabeza del asiento. Unos minutos después, cuando estaba a punto de quedarme dormido, la grotesca imagen del cadáver de David, lleno de gusanos y en descomposición, se apoderó de mi mente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sobresalté de golpe con el estómago revuelto por las náuseas.
Vladimir me miró por apenas un segundo. Sus ojos lucían helados y cargados de escepticismo. Una sutil sonrisa de burla se dibujó en sus labios, como si hubiera captado la naturaleza perturbadora de mis pensamientos.
—Y quiere ser un mafioso... —susurró sarcásticamente, confirmando así que se hacía una idea de lo que había estado pensando. Opté por ignorarlo y dirigí mi atención hacia el cristal de la ventanilla.
Contemplé mi reflejo. Mi rostro estaba pálido, mis labios resecos, y en mis ojos se reflejaba el cansancio mental que tenía. Mis nervios se intensificaron con solo pensar en Frankie. No podía decirle que su hermano estaba muerto, aparte de que no tenía el valor para hacerlo, sabía que al decirlo, me convertiría en el principal sospechoso. Aún así, me provocaba repugnancia el hecho de que tendría que ocultarle la cruda verdad.
—Sabes que querrán interrogarme cuando David no aparezca, ¿verdad? —le pregunté a Vladimir, girándome un poco hacia él. Su mirada se deslizó hacia mí de reojo, asintiendo con calma, sin siquiera inmutarse.
—Lo sé. ¿Qué piensas decirles? —preguntó de repente, su tono llevaba una curiosidad teñida de falsedad. Inhalé con pesadez y me quedé observándolo. Su actitud me hacía pensar que él estaba más que consciente de que no abriré la boca. Espero que no se le ocurra volver a probar mi lealtad con falsos detectives secuestrándome. Mi cuerpo se tensó ante la posibilidad de que aquello se repitiera.
Aunque la confianza entre nosotros era frágil, por no decir inexistente, jamás pensaría en delatarlo, no cuando literalmente me hizo su cómplice en el tráfico de drogas.
—Diré que no sé nada de él desde que terminamos... —contesté con amargura, las palabras salieron de mis labios como un veneno que me quemaba por dentro. Odiaba ser parte de algo tan atroz, pero era el precio que debía pagar para cuidarme a mí mismo de la ira y la venganza del psicópata a mi lado, el cual ni siquiera me miró cuando esbozó una pequeña sonrisa fría.
—Si lo dices de esa forma, nadie te lo va a creer... —respondió, acelerando un poco más por la carretera desierta. Guardé silencio. No creo que para ninguna persona normal sea fácil mentir de esa manera... —Te ves pálido. ¿Te molesta que ese imbécil esté muerto? —sus gélidas y sarcásticas palabras me provocaron un escalofrío. Me relamí los labios.
—No, sinceramente no me importa —repliqué, notando cierta sorpresa en su rostro. No me sentía mal por la muerte de David en sí; lo que me incomodaba era la reacción de mi propio cuerpo al ver algo tan grotesco. Claro, también me preocupaba lo difícil que será mentirle a su familia y a las autoridades en caso de un interrogatorio.
Sé que si realmente llegaba a ser parte de la mafia, entonces debería acostumbrarme a la idea de que su muerte no será la única que presenciaré.
—¿Qué planean hacer con su cuerpo? —inquirí en un tono apenas audible. Me sentía desanimado; han pasado demasiadas cosas en tan solo unas pocas horas. Todo lo que ansiaba en este momento era sumergirme en el sueño, esperando despertar y librarme de esta pesadilla.
—¿De verdad quieres saber? —el tono de Vladimir adquirió una seriedad perturbadora; sus ojos se alternaban entre los míos y la carretera. Realmente no deseaba conocer los detalles sobre lo que harían con David. Prefería permanecer en la ignorancia, pero sabía que si mostraba tal debilidad, Vladimir lo usaría como excusa para no dejarme ser parte de su mundo.
—¿Cuándo vas a decidir si me dejarás entrar o no? —pregunté con un deje de inquietud, cambiando hábilmente de tema. Él negó ligeramente y fijó la mirada al frente.
—Esto no es un juego, Dean —murmuró con un tono algo perdido, negué. Creo que siempre ha sido evidente que esto no era un juego de niños. —No importa cuán enojado estés conmigo, no vuelvas a marcharte de esa manera... —me quedé en silencio al escuchar esas palabras. Mas que una orden, sonaron como una petición. Él seguía molesto por aquello, podía notarlo por la frialdad que veía de vez en cuando en su mirada.
—Tal vez no lo vuelva a hacer si dejas de tratarme como tu prisionero —le sugerí con un tono helado. Él soltó un extraño suspiro y se mantuvo en silencio. —Por ejemplo, ¿qué tal si me regresas mi celular? —pregunté al notar que no me respondería. Él me observó detenidamente cuando se detuvo en una luz roja; cuando su mirada descendió a mis labios, inevitablemente recordé nuestros encuentros sexuales. Me removí incómodo en el asiento. Una sonrisa leve emergió en él mientras yo sentía mis orejas calentarse un poco. Suspiré cuando volvió la vista al frente y puso el vehículo en marcha. Cuando sacó mi celular de su bolsillo y me lo pasó, lo agarré apresuradamente e hice una mueca al ver todos los mensajes que tenía. Lo primero que hice fue escribirle a Cameron para explicarle lo que había sucedido y averiguar cuánto había gastado en alquilar la casa y los servicios de Francesco; lo reembolsaría todo de inmediato.
—Nadie debe enterarse de que nuestra luna de miel ya terminó, así que no publiques nada por unos días —me advirtió Vladimir con seriedad mientras cruzábamos las puertas de un hangar privado. Lo ignoré y abrí mis redes sociales, las cuales estaban saturadas de fotos y videos de la boda. Todo el mundo había quedado encantado. Sonreí mientras leía las noticias y los comentarios de la gente. Nadie podría negar que fue una boda mágica; realmente se sintió como estar dentro de un sueño, y todos parecían convencidos de la autenticidad del amor entre Vladimir y yo. Al ver un video de cómo el ruso me miraba mientras caminaba hacia él en el altar, me ilusioné por un momento...
Recordé todas las cosas que me había confesado en la isla y que mi temor no me había dejado creer. ¿Y si estoy equivocado y él realmente siente algo por mí?
—¿Iremos a Rusia? —le pregunté, apartando esos peligrosos pensamientos de mi cabeza mientras observaba cómo llegaban los guardaespaldas en camionetas negras.
—Yo sí. Tú regresarás a tu casa... —mi cabeza giró bruscamente hacia Vladimir al escucharlo. Una sensación de pesadez se instaló en mi estómago cuando el auto se detuvo y sus intensos ojos se clavaron en los míos. Lo miré con perplejidad y confusión, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Iremos a lugares distintos?
—¿Qué hay de los Rinaldi? —pregunté con el corazón oprimido. Vladimir apartó un mechón de mi frente, su mirada seguía imperturbable.
—Estarás a salvo. Leo y Abraham se irán contigo, junto con otros más... no te sucederá na...
—¿Por qué haces esto? —lo interrumpí con molestia mientras apartaba su mano. Él se quedó callado, solo observándome. El nudo en mi garganta se apretaba más con cada segundo y toda la piel de mi cuerpo ardía.
—Tú escapaste de mí, Hadriel... pensé que esto era lo que deseabas —soltó, arqueando una ceja y desabrochándose el cinturón de seguridad. Mis ojos se humedecieron ligeramente.
—Te dije que quería estar contigo... —susurré con la mirada clavada en el jet a pocos metros de nosotros.
—¿Siendo parte de todo esto? Sabes que jamás te dejaría entrar, no quiero eso para ti —su respuesta, cargada de molestia, me dolió bastante.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres para mí? ¿No habías dicho que la muerte era la única salida para esto? ¿Por qué te estás rindiendo ahora? —le espeté, enfrentándolo con una mezcla de enojo y frustración. Él ni siquiera pestañeó.
—Me di cuenta de que no quiero forzarte a estar a mi lado. Tienes tu libertad, Hadriel. Me apartaré de tu vida, pero solo si aceptas que Leo y Abraham siempre estén cerca de ti. Yo me encargaré de los Rinaldi... —sus palabras se volvieron un murmullo en mis oídos mientras me pasaba las manos por el cabello, sintiendo que golpeaban mi pecho una y otra vez. Vladimir mantenía una expresión impasible, como si decir esas cosas no significaran nada para él. —¿No es esto lo que quieres? —preguntó con calma, limpiando suavemente una lágrima que bajaba por mi mejilla derecha.
No. Esto no era lo que quería.
—Sí... —mentí, apartando la vista de sus penetrantes ojos. Pude percibir un suspiro escapando de sus labios.
—Ten un buen viaje... —dijo él, extendiendo un brazo para abrir la puerta de mi lado, invitándome a salir. Mordí con fuerza mi labio, a pesar de que ya algunas lágrimas recorrían mis mejillas.
—E-Entonces, ¿es así c-como termina t-todo? —pregunté, haciendo un esfuerzo considerable por articular mis palabras con claridad.
—¿Qué esperabas? Imagina los titulares si alguien te hubiese fotografiado escapando del monstruo que tienes por esposo. Ya es algo humillante que todos ellos crean que me odias tanto como para huir de esa forma... —Vladimir señaló a los hombres que trabajaban para él, había un poco de amargura en su tono. En menos de un minuto, logró hacerme sentir culpable por mi escape.
—Tú sabes que no te odio... —susurré con el ceño fruncido, pero él se encogió de hombros y abrió su puerta. Eso era cierto, a pesar de todo, por más que intentara engañarme a mí mismo, me resultaba imposible sentir un odio genuino hacia él.
—A veces lo dudo —respondió un tanto cortante mientras salía del auto. Lo observé dar la vuelta para sostenerme la puerta. Busqué algún indicio de sarcasmo o de burla en sus ojos, esperando que todo esto fuera simplemente su manera de castigarme por lo que hice y no que estuviera hablando en serio. Sin embargo, la mirada dorada de Vladimir era helada. ¿Mi huida había herido tanto su orgullo?
Salí del auto y respiré profundamente, sintiendo mis piernas un tanto débiles, mientras inhalaba su perfume por última vez, aquel con el que ya me había acostumbrado a dormir.
—¿Podrás dormir sin mí? —le pregunté, fingiendo diversión y tratando de aligerar la tensión entre nosotros. Él me sonrió levemente de lado.
—Lo intentaré —contestó, deslizando sus dedos entre mi cabello. Cerré los ojos por un segundo mientras el viento acariciaba mi rostro. Soy yo quien no podrá dormir sin él a partir de ahora. Cuando sentí su mano alejarse, abrí los ojos y lo miré, encontrándome con el desafío reflejado en sus orbes mieles. —Te están esperando —dijo, desviando la mirada hacia un punto detrás de mí. Al darme la vuelta, vi a Leo y a Abraham junto a otros dos guardaespaldas, al pie de la escalera del jet. Mi vista se nubló un poco, pero asentí.
—Adiós, Vladimir —dije, volviendo a mirarlo. Él lucía muy tranquilo. ¿Acaso esto no le importa?
—Adiós, Hadriel —contestó con calma. Fruncí el ceño y le di la espalda, alejándome sin darle siquiera un último abrazo o un beso... —Espero que el orgullo y el resentimiento puedan calentarte por las noches... —susurró en voz baja. No me detuve.
¿Por eso hace esto? ¿Esta es su manera de obligarme a elegir entre mi resentimiento y mi amor por él?
Lo miré de reojo mientras caminaba; él estaba apoyado en el auto, observándome fijamente, retándome con la mirada. Era evidente que sí me dejaría marchar en paz si decidía seguir lo que dictaba mi orgullo y desconfianza. Debería sentirme feliz. Regresaría a mi vida y solo sería cuestión de tiempo hasta que él se encargara de los Rinaldi y todo volviera a la normalidad...
Una "normalidad" sin él...
Una "normalidad" a más de nueve mil kilómetros de distancia de él, lejos de sus sarcásticos comentarios, sus sonrisas burlonas, su fría mirada, su toxicidad, su cálido cuerpo, sus abrazos nocturnos... sus besos, sus caricias...
Me detuve en el último escalón del jet. Mi corazón dolía y ya sentía los ojos hinchados. Un mareo me sobrecogió al imaginarme regresando a mi solitaria casa, sabiendo que él no estaría conmigo...
—¿Te encuentras bien? —inquirió Leo acercándose con el ceño fruncido. Con un asentimiento forzado, ingresé sin voltear la mirada.
Caminé hacia uno de los asientos con la sensación de tener pies hechos de plomo por lo pesado que sentía cada paso. Los guardaespaldas charlaban animadamente entre ellos, mientras yo sentía que iba a vomitar en cualquier momento. Miré a través de la ventanilla y mi respirar se volvió difícil al encontrarme con la mirada de Vladimir, quien tenía una expresión en blanco. Aparté la vista para no llorar otra vez. ¿Esto es lo correcto? Porque no se siente así...
Inconscientemente miré hacia él otra vez y noté que ahora estaba conversando con uno de los guardaespaldas, mientras miraba su celular. Escudriñé nuevamente mi alrededor. Leo, Abraham y Mikhail ya se habían sentado, junto con otro hombre más que no reconocí. Cuando una de las azafatas emergió de la cabina del piloto para cerrar la puerta, mi corazón dio un vuelco y me puse de pie instintivamente. Todos guardaron silencio y me observaron con atención.
No puedo hacer esto.
Si este avión despegaba, una parte de mí moriría por siempre al estar lejos de él. Mi orgullo no se comparaba en nada al amor que albergaba por él.
—¿Hay algún problema, señor Mackay? —preguntó la azafata con preocupación.
—Sí, yo... olvidé algo —musité, y sin pensarlo demasiado, caminé hacia la puerta y descendí con prisa por los escalones. Vladimir se había girado y ahora me observaba con una sonrisa mientras corría hacia él; apenas podía verlo, ya que mis ojos estaban empañados por lágrimas que aumentaban con cada segundo. Al acercarme, me lancé a sus brazos, abrazándolo con fuerza cuando me levantó del suelo. —No quiero estar sin ti —admití finalmente, dejando de lado todo mi rencor.
Él limpió mis lágrimas con delicadeza mientras me miraba complacido, esbozó una sonrisa y me dio un suave beso en los labios.
—Eso es lo que quería escuchar —susurró cuando separó sus labios de los míos. Sin importarme que nos vieran, lo besé sin ninguna pena o restricción. Mis lágrimas saladas formaron parte del intenso beso que él me siguió, y cuando nos separamos, permanecí abrazándolo, consciente de que nunca querría alejarme de él otra vez.
Una vez que mis pies tocaron nuevamente el suelo, Vladimir me miró intensamente y depositó un beso en una de mis manos.
—Tienes una sola oportunidad —le dije con seriedad. Él respondió con un segundo beso en mis anillos, sin cortar el contacto visual conmigo.
—Solo eso necesito —contestó con tal seguridad que sentí una confianza total hacia él en ese momento. —Vamos —masculló, caminando hacia el jet tras consultar su reloj. Lo seguí de cerca, ya que no me soltó la mano. Pude notar de reojo que los guardias apenas disimulaban sus miradas llenas de curiosidad.
Vladimir se hizo a un lado para permitir que subiera primero por las escaleras. Entré con cierta incertidumbre. Muchas preguntas se agolpaban en mi mente. ¿Qué sucedería ahora? Él tenía su vida en Rusia y yo la mía bastante lejos. ¿Cómo podría funcionar esto?
Decidí apartar esas preocupaciones de mi cabeza. Podría pensar en ello y estresarme más tarde.
El alto ruso se sentó frente a mí mientras hablaba con Leo. Observé el mapa en la pantalla táctil de la mesa y me extrañó ver que el destino marcado era Rusia, cuando supuestamente este jet me iba a llevar a Miami hace menos de cinco minutos. En ningún momento vi a Vladimir hablar con el piloto o con alguna azafata para cambiar el destino...
—Siempre fue Rusia, ¿verdad? —le pregunté a Vladimir, arqueando una ceja cuando Leo se alejó. Su sonrisa algo traviesa lo confirmó, rodé los ojos. Fui descaradamente manipulado por él, pero en lugar de molestarme, lo agradecí.
—Necesitabas un pequeño empujón. Jamás te dejaría marchar —contestó, extendiendo una mano sobre la mesa. Me había tragado por completo su discurso anterior, diciendo que no quería forzarme a estar con él. Observé sus intensos ojos por unos segundos y coloqué mi mano sobre la suya; él me agarró con firmeza y la observó por un largo rato, en silencio, luciendo muy pensativo. —Finalmente... —murmuró antes de soltar un extraño suspiro.
—¿Finalmente qué? —pregunté, soltándolo para ponerme el cinturón de seguridad. Su mirada pareció perderse por la ventanilla mientras el avión comenzaba a recorrer la pista.
—Quiero que te quedes conmigo en Rusia... —soltó, mirándome ahora a los ojos. Ignoré las mariposas en mi estómago y disimulé mi emoción.
—¿Qué pasará con mi vida en Miami? ¿Por cuánto tiempo quieres que... —guardé silencio al ver la mirada burlona que me estaba lanzando. Me mordí el labio inferior tratando de ocultar una sonrisa. Sus ojos parecían estar diciéndome que su propuesta no incluía ningún tiempo definido.
¿Esto es real o estoy soñando? Me pregunté, queriendo pellizcarme para ver si despertaba.
—¿Qué dices? —preguntó con una mirada tan seductora que casi me sentí desfallecer. Este hombre no parecía real.
—¿Puedo decir que no? —indagué, arqueando una ceja. Él soltó una ligera risa y se encogió de hombros. —Por ahora, nos quedaremos en tu país —dije, mirándolo significativamente. Él asintió y entrelazó sus dedos con los míos. Me sentí feliz por la forma en que me miraba, como si yo fuera lo único importante en su vida, pero por apenas un segundo, alcancé a ver un destello de amargura en su expresión, que rápidamente supo disimular.
—Gracias —contestó con honestidad. No dije nada cuando alejé mi mano. ¿Cuándo me dejarás entrar? Pensé, observando cómo tomaba su celular y se centraba en él.
Agradecí a la azafata que me trajo café sin siquiera haberlo pedido. Le añadí azúcar y lo bebí mientras contemplaba las nubes en el exterior. Hasta que caí en la cuenta de la gran diferencia que existía entre este silencioso viaje en comparación a cuando estuve aquí con mis amigos, incluso los guardaespaldas estaban conversando animadamente entre ellos en ese entonces, pero ahora permanecían en completo silencio, con expresiones serias. Vladimir estaba sumido en sus asuntos.
Mis ojos se posaron en Mikhail; el rubio me observó de reojo al sentir mi mirada. Cuando le sonreí levemente, él forzó una pequeña sonrisa y volvió su mirada al frente. ¿Todos están tan tensos porque Vladimir está aquí?
Devolví mi atención al pelinegro frente a mí, quien observaba ahora por la ventanilla. Su mirada estaba algo ausente.
—¿Está todo bien? —le pregunté, llamando así su atención. Él asintió con una pequeña sonrisa que no me dio mucha confianza.
—¿No quieres comer algo? —me interrogó, intentando cambiar el rumbo de la conversación mientras seleccionaba el menú en la pantalla de la mesa.
—No, estoy bien —contesté antes de dar otro sorbo al café. Vladimir me miró por unos instantes y, al percatarse de que hablaba en serio, asintió. Luego, le dijo algo en ruso a Leo, quien no dudó en levantarse y sacar una laptop de uno de los compartimentos superiores del jet. Después, se la entregó a Vladimir, quien la abrió y se sumergió por completo en ella.
Me pasé las siguientes horas durmiendo por momentos y viendo a Vladimir por largos ratos. El ruso estaba sumamente concentrado en lo que sea que estuviera haciendo, ya que no despegó los ojos de la pantalla en ningún momento. Mientras lo observaba, pensé en el enigma que seguía siendo ese hombre para mí. ¿Cómo fue su vida en todos estos años? ¿Algún día sabría qué fue lo que sucedió exactamente hace 18 años?
Él finalmente cerró la laptop cuando aterrizamos. Los guardaespaldas fueron los primeros en bajar. Cuando caminé hacia la puerta con Vladimir siguiéndome, fue demasiado abrumador el sentimiento de emoción que me sobrecogió al ver la nieve y sentir el frío viento en mi rostro. Me abracé a mí mismo, y en ese momento, Vladimir colocó un abrigo sobre mis hombros. Lo miré agradecido y deslicé mis brazos por las mangas con su ayuda. Los dos bajamos las escaleras, y Leo nos siguió hacia uno de los vehículos que estaban esperando. Los tres nos subimos en el auto, y en menos de un pestañeo, el vehículo aceleró.
Habían pasado solo unos pocos días desde la última vez que estuve en Rusia, pero el cálido sentimiento en mi pecho me hacía sentir como si hubiera estado fuera del país durante un mes, aunque la verdadera pregunta era, ¿cómo es que me había encariñado tanto con este lugar?
Mientras contemplaba la nieve que caía del cielo y Vladimir hablaba por teléfono, me preocupé por lo que podría haber pasado entre Roger y Nikolai. Tenía la esperanza de que las cosas se arreglaran entre ellos, pero si Roger se encontraba en Miami, entonces algo no había salido bien en su reconciliación. Hice una nota mental para llamar al rubio en cuanto encontrara un momento a solas.
Experimenté un alivio palpable cuando cruzamos las imponentes puertas blancas que marcaban la entrada a la propiedad de los Sokolov. Mis ojos recorrieron los pinos cubiertos de nieve y los árboles secos hasta que finalmente llegamos a la casa tras unos minutos. Vladimir y yo nos bajamos, y corrí hacia la puerta doble de color negro cuando el frío me caló los huesos. Cuando entramos, el cálido ambiente de la casa nos recibió.
Él me dedicó una leve sonrisa y me ayudó a quitarme el abrigo. Mis ojos se posaron en sus labios y me acerqué para besarlo hasta que fuimos interrumpidos por unos pasos. Ambos miramos a Viktor, quien caminaba hacia acá desde el comedor, descalzo y llevando solo una toalla atada a la cintura y otra enredada en su cabello mojado. Venía muy distraído, escuchando música y viendo su celular. Detrás de él, Mila se aproximaba, llevando solo una toalla y el cabello suelto y mojado.
Los ojos de la chica se abrieron a más no poder al notar nuestra presencia, y el terror en su expresión al ver a Vladimir fue impresionante. Ella se apresuró en tocar el hombro de Viktor, quien alzó la vista y nos observó con estupor. La situación me causó mucha gracia, pero noté que Vladimir los estaba mirando sin expresión alguna, sin mostrar absolutamente nada. Viktor se sonrojó hasta las orejas.
—¿Q-Qué están h-haciendo aquí? —preguntó el sonrojado ruso, mirándome a mí. Había mucha vergüenza en sus ojos negros.
—Quisimos regresar antes —contesté, conteniendo las ganas de reír al ver cómo Mila trataba de esconderse detrás de él, quien se sorprendió bastante al escucharme.
—Fingiré que no acabo de ver todo esto —dijo Vladimir, tomando mi mano. Mila continuó escondiéndose detrás del pelinegro, y Viktor pareció aliviado hasta que bajó la mirada a nuestras manos entrelazadas y arqueó una ceja con asombro. —Vamos —añadió Vladimir tras soltar un suspiro. No dije nada y dejé que me llevara hacia el segundo piso.
—¿Y Niko? —pregunté al notar lo silenciosa y vacía que lucía la casa mientras caminábamos hacia la habitación.
—Está detrás de Roger en Miami —soltó al abrir la puerta. Me quedé boquiabierto mientras pasaba. —Y Yakov, supuestamente, está muy ocupado en la academia —añadió, cerrando la puerta tras de sí. Me relajé aún más al saber que ese desagradable hombre no se encontraba cerca.
Me deshice de los zapatos y me recosté en la cama, aspirando el fresco aroma de las almohadas y las sábanas negras. Vladimir se despojó de la camisa, y estiró los brazos para liberar la tensión acumulada. Parecía fatigado cuando se acostó a mi lado y me abrazó; acaricié su espalda mientras lo veía cerrar los ojos. Al pasar mis dedos por su piel, recordé que tenía un tatuaje. En ese instante, mi memoria se activó, recordando que la primera vez que vi a Ivanka, en la boda de Robert y Analise, había notado que ella llevaba el mismo tatuaje en el mismo lugar. Mi estómago se revolvió al pensar en la posibilidad de que se hicieron aquello como algún acto de amor. Pero, si él afirmó que nunca ha sentido algo por ella, ¿por qué compartirían algo que no se borraría fácilmente?
Los celos se apoderaron de mí, y me alejé ligeramente de él, logrando que abriera los ojos y me observara extrañado.
—¿Qué pasa? —preguntó con interés.
—¿Por qué Ivanka y tú tienen el mismo tatuaje? —lo interrogué sin rodeos. Su mirada se oscureció notablemente; él se acostó boca arriba y se quedó mirando el techo en silencio. —Tienes que hablarme, Vladimir... —susurré, provocando que sus ojos se abrieran con un poco de sorpresa cuando me miró. Su expresión me dejó bastante nervioso y desconcertado. ¿Qué le pasaba?
Vladimir
—Tienes que hablarme, Vladi —rodé los ojos y resoplé con frustración al escuchar a mi madre decir eso con súplica. Miré a mi tío Gavrel, sentado detrás del escritorio, con una expresión burlona que me fastidió profundamente. Mi atención fue a la grapadora, y por un segundo me imaginé grapándole la boca y los ojos. A pesar de ser el director de la academia familiar, no tiene el poder para expulsarme. Sin embargo, no duda en llamar a mi madre por cada pequeña estupidez solo para fastidiarme un poco más, y claro, para verla a ella. ¿Desde cuándo está mal intentar asfixiar con una almohada a un chico que trató de ahogarme en la clase de natación? No deseaba convertirme en un asesino, pero no lo pensaría dos veces para matar a cualquiera que intentara deshacerse de mí.
—Mamá, no he hecho nada malo, pero este fracasado que tienes frente a ti está tan frustrado sexualmente y enamorado que no busca más que excusas para verte... —solté tranquilamente, observando cómo el rostro de mi tío se deformaba en una mueca de horror y rabia, mientras que las mejillas de mi madre se coloreaban intensamente. —De nada. Supongo que tu mano no va a descansar esta noche... —le dije a Gavrel con una sonrisa maliciosa mientras me levantaba y salía del despacho. Mi madre ahogó una exclamación de sorpresa.
—Es un pequeño demonio de nueve años... —oí que decía Gavrel, pero cerré la puerta con fuerza y me apoyé contra la pared, esperando a que mi madre saliera. No me preocupaba dejarla a solas con ese patético hombre; él no tenía el valor suficiente para declararse o decir algo fuera de lugar, aun cuando mis padres llevaban cinco años divorciados.
Cuando la puerta se abrió, mi madre me miró con una ceja arqueada, a lo que sonreí un poco. Ella era hermosa. Sus ojos eran negros y tan cálidos como su sonrisa, sus facciones eran suaves y delicadas, y su cabello negro llegaba hasta la cintura de su esbelto cuerpo.
—Eso no estuvo bien, Vladimir. Tienes que respetar a tu tío —me regañó mientras tomaba mi mano y caminábamos por el pasillo.
—Ese hombre no se respeta ni a sí mismo —respondí, dejándola con la boca abierta.
—¿Quién te está enseñando a hablar así? Eso no lo has aprendido de mí y tampoco aquí —expresó con desaprobación, pero yo simplemente negué con desinterés e ignoré aquello. Estaba cansado de este lugar, estaba harto de ser entrenado para asesinar, harto de todo y de todos. —Estoy hablando contigo, jovencito —miré a mi madre cuando intentó sonar molesta.
—¿Nos iremos a la casa? —pregunté con desánimo, solo imaginando el próximo infierno que me esperaba con mi padre.
—¿Te gustaría irte por unos días? —mi madre me miró con anhelo, esperando una respuesta afirmativa. Solté un suspiro. Lo único bueno de estar en aquella casa era el hecho de pasar tiempo con ella, pero tendría que soportar la presencia de mi padre, lo que era mil veces peor que estar aquí.
—Por supuesto, mamá —contesté. Sus ojos se iluminaron y una amplia sonrisa apareció en su rostro, olvidando por completo que debía estar molesta conmigo. Ver su sonrisa no tenía precio. La amaba profundamente; era la persona a la que más quería en este mundo y por quien estaría dispuesto a hacer cualquier cosa.
—Vamos a probar una nueva receta de galletas que encontré en un libro de cocina que le pertenecía a mi hermana... —asentí mientras escuchaba su parloteo emocionado sobre hacer galletas. Aunque detestaba la cocina y todo lo relacionado con la pasión de mi madre, la pastelería, por ella, fingía interesarme por esas tonterías y siempre la acompañaba en sus momentos de chef aficionada.
Cuando salimos al estacionamiento, caminamos por la nieve, siendo seguidos por cinco guardaespaldas sin los que ella no podía salir. Aún dentro del vehículo, ella continuaba hablando entusiasmada sobre pasteles y dulces. Mientras la observaba, me pregunté cómo lograba mantenerse tan optimista y tranquila cuando literalmente es tratada como un pajarito dentro de una jaula. Aunque ya no estaban juntos, mi padre no le permitía vivir en otro lugar que no fuera la casa familiar y tampoco podía salir sola, siempre era acompañada por sus guardaespaldas personales. A pesar de eso, ella lucía feliz y no parecía afectarle mucho su situación.
—Olvidé decirte, tu padre está en Inglaterra —comentó ella cuando entramos en la casa. La miré sorprendido, y al mismo tiempo, una sonrisa se formó en nuestros labios. Exhalé un gran suspiro de alivio y la seguí hacia la cocina.
—Últimamente ha estado yendo mucho a ese país —reconocí, recordando que sus últimos tres viajes han sido a Londres. Mi madre hizo una pequeña mueca algo triste y asintió.
—Alguien parece haber llamado su atención —dijo, fingiendo una sonrisa burlona, pero pude notar que en realidad no le parecía divertido. A pesar de su divorcio, ella seguía amándolo, y sabía que él también la amaba; pero, ellos solo se llevaban bien de vez en cuando. Cuando seguían casados, las peleas eran algo constante, por razones que desconocía. No lograban entenderse, y eso fue opacando el amor que sentían el uno por el otro. El divorcio terminó siendo la mejor opción. Mi padre afectaba demasiado su delicada salud mental; era común encontrarla llorando todas las noches y gritando como loca, rompiendo todo a su paso y desmoronándose por completo. Eran tóxicos el uno para el otro. Si algo he aprendido de todo esto, es que a veces, lo mejor es dejar ir...
—O tal vez solo está haciendo negocios —respondí, intentando animarla un poco, pero ella disfrazó su tristeza detrás de otra sonrisa y asintió, como si me creyera. Tomé asiento en uno de los banquillos alrededor de la encimera y hojeé el libro de recetas que puso frente a mí.
—Vladi, tu papá tiene derecho a rehacer su vida con quien desee. Prométeme que eso nunca será motivo de discusión entre ustedes —me extrañó que saliera con algo así. Ella estaba observándome, esperando mi respuesta. No me gustó el tono con el que había dicho eso, como si estuviera segura de que algo malo pasaría.
—¿Y tú, mamá? ¿Tú también puedes rehacerla con quien quieras? —pregunté, simulando curiosidad. Ella me miró fijamente y soltó un suspiro cansado. Los dos sabemos perfectamente la respuesta de esa pregunta.
—Cada día te pareces más a tu padre, Vladimir. No sé si preocuparme —dijo ella, ahora sonriendo un poco, aunque había intranquilidad en sus ojos.
—Nunca seré como ese hombre —declaré con determinación. En respuesta, ella me dio un tierno beso en la frente y me abrazó, gesto que le correspondí con afecto. —Hora de hacer galletas —dije cuando nos separamos. Mi madre aplaudió con emoción y asintió con una sonrisa maliciosa. Creo que, no muy en el fondo, ella estaba consciente de que yo odiaba las galletas y todo lo dulce, pero esta era una tortura que no me molestaba experimentar.
—No le cuentes a tus hermanos sobre esto, se pondrán celosos —me recordó con complicidad, sacando mantequilla y huevos de la nevera.
—No prometo nada —respondí, sabiendo que se lo diría a Ilya y a Viktor en cuanto los viera. Quería que sintieran envidia, ya que ellos solo salían de la academia cuando estábamos de vacaciones o por alguna ocasión especial. Por otro lado, mi madre me sacaba de aquel infierno prácticamente cada semana. El vínculo entre ella y yo era algo especial y único que no compartíamos con nadie más.
Una hora después, ambos, con el cabello y el rostro cubierto de harina, degustamos las galletas de chispas de chocolate que acabábamos de preparar.
—¿Quieres que vayamos a esquiar hoy? —me preguntó con suavidad mientras me limpiaba el cabello, asentí.
—Yo también quiero ir —los dos nos tensamos y la atmósfera en la cocina cambió repentinamente mientras mirábamos hacia la puerta al escuchar la fría voz de mi padre. Sus ojos parecieron escanear nuestros rostros sucios y el desorden que habíamos hecho. Su mirada finalmente se detuvo en las galletas. ¿No estaba fuera del país?
—No creo que sepas ni ponerte un esquí —replicó mi madre, rodando los ojos mientras comía una galleta. Mi padre la miró con una ceja alzada y sonrió un poco.
—¿Olvidas quién fue el que te enseñó? —su pregunta me hizo mirar a mi madre con asombro, ella se puso nerviosa y su rostro se volvió carmesí. Mi padre soltó una pequeña risa y, dejándome impactado, se acercó y tomó una de las galletas. —Tan ricas como siempre —dijo tras probarla, mi madre resopló y desvió la mirada hacia las ventanas, como si tratara de escapar de él. Me sentí incómodo. Por este tipo de conversaciones y actitudes entre ellos, sabía que todavía se amaban, aunque no se comprendieran en el pasado.
—Me daré un baño —anuncié, buscando escapar de esta enrarecida tensión.
—No tan rápido, ¿qué fue lo que hiciste ahora? —me detuve cuando mi padre preguntó eso con algo de molestia. Me giré para mirarlo con exasperación.
—Ser tu hijo. ¿Cuándo van a entender que Gavrel me odia solo por eso? —mascullé antes de dirigirme hacia la puerta, no sin antes ver la mirada que intercambiaron los dos.
—No me mires así, también es tu hijo... —escuché que dijo mi madre.
—Ese niño... —contestó mi padre con cansancio. Sabía que al hablarle de esa manera me estaba ganando otro mes de entrenamiento intensivo, impartido personal y exclusivamente por él. Pero, ya estaba harto de que no entendieran que mi tío me odiaba. El resentimiento que él sentía hacia mi padre parecía extenderse hacia mí y mis hermanos, a excepción de Ilya, también conocida como la princesa Sokolov, la consentida de la familia.
Caminé hacia el tercer piso y entré en mi habitación. Fruncí el ceño al notar que la caja negra debajo de mi cama sobresalía un poco, cuando normalmente estaba perfectamente alineada al fondo. La saqué con prisa y la deposité sobre la cama antes de abrirla. Cuando lo hice, pasé la mirada por todas mis pistolas y cuchillos, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Cada uno de nosotros tenía una caja similar en nuestras habitaciones en caso de que se presentara algún problema y tuviésemos que actuar. Además, la casa estaba equipada con cuartos ocultos que albergaban arsenales de armas. Todos estábamos listos para defendernos en cualquier momento, excepto mi madre. Ella no pertenecía a la mafia ni era una asesina; su familia había sido propietaria de una panadería, donde mi padre la conoció por casualidad un día. Ambos se enamoraron, y el resto es historia.
Al salir de mi habitación, caminé hacia la de mi madre al percatarme de que la puerta estaba entreabierta, pero cuando me acerqué lo suficiente, me detuve al escucharla hablar.
—Puedes decir lo que quieras, pero en realidad me alegra que esté conociendo a alguien... solo espero que sea una buena mujer... —fruncí el ceño al oír eso. ¿Con quién estaba hablando? —No estoy celosa, Valentin puede ser complicado, pero nuestros hijos estarán siempre antes que cualquier persona... —crucé los dedos, deseando que tuviese un teléfono en la mano. Coloqué una mano en el pomo de la puerta y tuve un desagradable sentimiento. No quería abrirla. Podría darme media vuelta y marcharme, pero no podía quedarme con la duda. —¡Ya no te voy a escuchar! Sé que solo quieres meterme ideas ma... —abrí la puerta.
Le sonreí levemente a mi madre, usando toda mi fuerza para no parecer preocupado o alterado al descubrir que había estado hablando sola, o mejor dicho, con las voces en su cabeza. Su mirada oscura lucía apagada y distante, como siempre ocurría durante sus episodios.
—¿Ya nos vamos? —pregunté con cautela, tratando de traerla de vuelta a la realidad. Ella me miró confundida. Me tragué el dolor que sentí y comencé a acercarme.
—¿Ir a dónde, Vladi? ¿No deberías estar en la academia? —sus preguntas me hicieron detener. Esto era nuevo. Miré el reloj en la pared. Habían pasado unas tres horas desde que me fue a buscar a la academia. Esta era la primera vez que olvidaba algo así.
—Me fuiste a buscar para que hiciéramos galletas y...
—¡Sí! ¡Las galletas de tu tía! —exclamó recobrando el brillo en sus ojos. Solté un pequeño suspiro y asentí.
—¿Puedo usar tu baño un minuto? Creo que todavía tengo harina en el cabello —le dije mientras caminaba hacia la puerta del baño, ella asintió con una sonrisa.
—¿Iremos a esquiar? ¿Crees que tu papá querrá venir con nosotros? —preguntó con emoción mientras se adentraba en su closet.
—Seguro que sí querrá, mamá —murmuré, sabiendo que aquello era mentira. El simple hecho de que ella estuviera considerando la idea me hizo darme cuenta de que todavía estaba delirando o que quedaban rastros del episodio. Cerré la puerta del baño y abrí los compartimentos del lavabo, buscando sus pastillas.
Maldije para mis adentros al ver que los tres frascos amarillos seguían teniendo el sello de seguridad, indicando que ni siquiera los había abierto. Los entré en mis bolsillos y salí de allí.
—Iré por un abrigo —le dije en cuanto volví a la habitación. Ella asintió y salió de su closet en ropa interior, llevando un montón de ropa en las manos y tarareando una canción. Sé que estará distraída en su propio mundo por un buen rato eligiendo qué ponerse.
Salí y bajé corriendo las escaleras, llegando al primer piso. Encontrándome con Dana, la rubia del servicio que recién llegaba a la casa.
—Dana, sube con mi mamá —le ordené rápidamente. Ella me miró preocupada, comprendiendo de inmediato lo que sucedía a pesar de que mi madre no había necesitado supervisión en el último año.
—Iré ahora mismo —dijo, quitándose con prisa el abrigo y subiendo las escaleras. Sin perder tiempo, me dirigí a la oficina de mi padre y entré sin tocar, encontrándolo detrás de su escritorio masajeándose las sienes. Él me miró con exasperación, como si me dijera que este no era un buen momento para molestarlo.
—No se las está tomando y ni siquiera pudiste darte cuenta —mascullé con rabia mientras dejaba los frascos frente a él. Mi padre los miró por unos segundos, sin sorprenderse, y luego sus ojos se encontraron directamente con los míos. Normalmente, su mirada tendría el poder de ponerme nervioso, pero estaba demasiado enfadado como para preocuparme por las consecuencias de mis palabras.
—Eso es porque está tomando una nueva medicación, esas ya no funcionan... —su respuesta me dejó atónito.
Cerré los ojos por un segundo, al sentir ganas de llorar después de mucho tiempo.
—¿Vas a llorar por eso, Vladimir? —su pregunta fría e insensible me hizo respirar hondo y contener las lágrimas mientras abría nuevamente los ojos.
—No, señor —contesté apretando los dientes, deseando maldecirlo en su cara, pero su expresión seca me decía que ya había cruzado una línea delicada y que lo mejor sería guardar la calma.
—Bien, porque eso no le hará ningún bien a tu madre —respondió tomando algunos documentos y examinándolos con calma. Mis manos se cerraron en puños, apenas conteniendo la frustración. ¿Cómo podía ser tan indiferente con un asunto así?
—La nueva medicación tampoco está funcionando, hace un rato tuvo un episodio —le informé, recomponiéndome y dirigiéndome a él con la misma frialdad. Dejó los papeles a un lado y se quedó observando los frascos amarillos. —¿No crees que su estado empeora por estar encerrada aquí? —pregunté, manteniendo a raya mi resentimiento. Odiaba a mi padre; a veces era un hombre demasiado egoísta.
—Tu madre sigue con vida porque está aquí, "encerrada" como dices —soltó, levantándose de la silla y rodeando el escritorio. No retrocedí, y lo miré con confusión, sin comprender completamente lo que decía.
—¿Acaso estás amenazándola? —inquirí con furia. Él arqueó una ceja y soltó una risa burlona, carente de gracia.
—¿Realmente piensas que yo amenazaría con hacerle daño a tu madre? —preguntó con una curiosidad genuina, me crucé de brazos. En otro momento, habría negado aquello rotundamente. A pesar de que mi padre era un hombre despreciable, ella siempre fue su reina, pero ya no sabía qué pensar o creer.
—En este punto, nada me sorprendería viniendo de ti —respondí, sin parpadear siquiera cuando su mano abierta impactó contra mi mejilla. No lloré, no me moví, y me tragué mi rabia, dejándolo impresionado. —Sigo pensando lo mismo —añadí con seriedad, manteniendo mi postura. Mi padre negó lentamente mientras se reía y se alejaba de mí.
—Me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad, Vladimir, cuando creía que lo sabía todo... —mencionó con un tono algo nostálgico. No pude disimular ni un poco mi mueca de asco ante esas palabras. Él sonrió de lado al ver mi reacción. —Yo también pensaba que nunca sería como mi padre. Desprecié por mucho tiempo el negocio familiar, hasta que un día todo cambió... siempre hay algo, Vladimir, algo que te hace cambiar y aceptar quién eres realmente... en mi caso, fue enterarme de que el padre que tanto odiaba había muerto a manos de enemigos, y la madre a la que tanto quería se vio obligada a dirigir la familia por un tiempo, dejando de ser la dulce mujer que recordaba y convirtiéndose en... bueno, ya viste cómo era tu abuela... pero, respondiendo a tu pregunta, no, nunca amenazaría a Lilya. La mente de tu madre es su propia amenaza y su mayor peligro. La amo, y es por eso que la tengo aquí, cerca de mí, donde puedo tener un poco más de control de lo que hace o deja de hacer, y donde sé que nadie la va a lastimar... pero cualquier cosa puede pasar, así que ella tendrá que ser supervisada otra vez...
No pude rebatir las palabras de mi padre. Sabía que estaba siendo honesto; lo conocía demasiado bien. Era extraño escucharlo hablar sobre lo que sentía, ya que casi siempre parecía un hombre insensible y distante. Lo lamentaba por mi madre, ella odiaba tener a alguien observándola las veinticuatro horas, pero sé que será necesario.
—¿Qué vamos a hacer con ella? No puede pasarse la vida siendo supervisada por alguien y usando medicamentos cada vez más fuertes —le dije, sintiendo un peso en mis hombros. Mi padre se quedó mirándome un tanto sorprendido por unos segundos.
—¿Sabes qué hicieron tus hermanos cuando se enteraron de que usaría pastillas más fuertes? —su pregunta retórica me hizo mirarlo mal. ¿Significaba que todos estaban al tanto excepto yo? Él sonrió con sarcasmo. —Todos lloraron y lloraron... —murmuró con desaprobación. No los culpaba; yo también deseaba solo llorar en este momento, pero eso no resolvería nada. Un psicópata como mi padre nunca podría comprender los sentimientos de mis hermanos o incluso los míos. Nunca lo he visto derramar una lágrima, y sé que jamás lo haré.
—Se llama tener emociones —le expliqué tranquilamente. Él asintió y continuó observándome con fijeza, como si estuviese buscando algo.
—Lo sé. Tú también las tienes... pero no estás llorando —recalcó ese hecho con un tono misterioso. Un escalofrío recorrió mi espalda al notar un nuevo interés en sus ojos. Mi respuesta había desencadenado algo más profundo en su mente, lo que era... aterrador.
—¡Señor! —los dos miramos hacia la puerta cuando Dana irrumpió visiblemente alterada. —La señora está... está teniendo un episodio —sus palabras asustadas resonaron en la habitación y, sin perder un segundo, mi padre salió corriendo por la puerta. Lo seguimos rápidamente. Mi corazón latía desbocado, y el temor se apoderaba de mi cuerpo con cada escalón que subíamos.
Los tres frenamos en seco cuando vimos a mi madre salir de su habitación con las manos y el pecho cubiertos de sangre. Solo vestía con sus bragas y sus mejillas estaban empapadas de lágrimas, sus ojos le suplicaban a mi padre. Observé que la sangre provenía de unos profundos cortes que se había hecho en las piernas, en su mano traía un trozo de espejo.
—M-Mátame, p-por f-favor —le suplicó a mi padre mientras caía de rodillas, soltando el espejo y agarrándose la cabeza con fuerza. Mi padre no dudó en acercarse y abrazarla, susurrándole cosas al oído que no pudimos escuchar, pero que parecían reconfortarla y tranquilizarla. No fui lo suficientemente fuerte como para contener las lágrimas al verla en este lamentable estado.
—Llama al doctor Petrov —le dije a Dana después de limpiarme las mejillas cuando ella regresó con un botiquín de primeros auxilios. Sabía que mi madre necesitaría suturas en esas heridas y probablemente sería necesario sedarla. Ella asintió y se retiró entre sollozos.
Observé a mi padre quitarse la camisa para ponérsela a mi madre, quien parecía estar temblando ahora por el frío. Era desgarrador ver todo esto.
—El doctor tardará mucho, ya sabes suturar, ¿no? —salí de mis pensamientos al escuchar a mi padre, quien me miraba con el ceño fruncido.
—No estarás pensan...
—¿Puedes hacerlo? —me interrumpió con molestia.
—Al igual que tú también —le contesté con rabia.
—Tengo que ir por algo más fuerte para ella o esto no será nada para lo que querrá hacerse después —dijo mi padre observándola. Ella parecía un poco ida. Sabía que se refería sobre ir a la bóveda secreta que tenía en algún lugar de la casa. Solo él conocía la ubicación y combinación para ir allí. Asentí y tomé el botiquín. Mi padre acostó a mi madre en el piso, la sangre aún brotaba sin cesar de sus heridas.
Rápidamente me puse unos guantes y saqué el alcohol mientras mi padre me echaba una última mirada antes de irse con prisa. Después de limpiar el área, le administré anestesia local a mi ahora inconsciente madre.
—Creo que voy a necesitar más —le dije a Dana cuando regresó, por lo que ella asintió y se retiró. Tras unos minutos, saqué todo lo que necesitaba y comencé a suturar sus heridas, sintiendo el sudor bajar por mi frente y mi espalda mientras maldecía.
Cuando mi padre regresó, trajo consigo un pequeño maletín negro del cual extrajo un frasco y una jeringa. Tras evaluar rápidamente lo que hice, le inyectó a mi madre lo que había traído.
—Esto la hará dormir por un buen rato —dijo con pesar mientras la levantaba y la llevaba a su habitación. Me quité los guantes y miré a Dana cuando regresó con más anestesia que no había sido necesaria después de todo.
—Parece que llegó el doctor —murmuró ella al ver el reflejo de la luz de un auto a través de una de las ventanas. —Iré a recibirlo —dijo marchándose nuevamente. Yo caminé hacia la habitación de mi madre y, sin decir nada, fui al baño para buscar una toalla húmeda para limpiar toda la sangre que cubría su cuerpo. Nadie debería pasar por algo como esto, pero nunca me quejaré de tener la madre que me tocó. Era simplemente un ángel herido con la mala suerte de ser enemiga de su propia mente.
Tras humedecer una toalla, regresé a la habitación y me senté junto a ella. Empecé a limpiar sus piernas con los ojos llenos de lágrimas mientras mi padre la observaba con dolor. Esta era la primera vez que veía esa mirada en él, y eso me preocupaba. No era una buena señal.
Sentía impotencia, porque sabía que nadie ni nada podría salvar a mi madre de su enfermedad. Ninguna arma podría luchar contra los pensamientos de alguien.
"Mátame, por favor", esas palabras nos perseguirán a ambos por siempre, lo sabía.
Cuando el doctor entró por la puerta, él y mi padre se saludaron, mientras que yo, por mi parte, me levanté de la cama y salí de aquella habitación. Tenía un muy mal presentimiento, como si sintiera que el tiempo que le quedaba a mi madre fuese corto. Respiré hondo unas diez veces y regresé a la habitación.
—Lo hiciste muy bien —me felicitó el doctor mientras examinaba las suturas. Lo miré con desprecio, haciendo que su expresión se tornara avergonzada. ¿Qué esperaba recibir? ¿Un "gracias"? Él se alejó hacia una esquina para hablar con mi padre, y yo regresé a sentarme junto a mi mamá.
—Debemos llamar a los demás —le dije a mi padre en cuanto el doctor se marchó.
—Tu madre estará bien, no vamos a preocuparlos —me levanté de la cama de golpe al oír su decidida voz.
—Llámalos. Ellos merecen saber lo que está pasando —insistí con firmeza. Mi padre apretó la mandíbula y me miró con frialdad. —Tienen que estar aquí con ella —añadí, alterando aún más su expresión. Él sabía que contarles a mis hermanos sería aceptar la gravedad del estado de mi madre.
Él se marchó cerrando de un portazo. Me recosté y enredé uno de mis dedos en su suave cabello negro.
—Te amo, mamá —le susurré, aunque sabía que no me escucharía. Le di un beso en la frente y la abracé mientras cerraba los ojos, luchando a duras penas contra el nudo en mi garganta.
No supe que me había quedado dormido hasta que mis ojos comenzaron a abrirse al escuchar algunas voces. Cuando miré a mi alrededor, encontré a todos mis hermanos en la habitación. Ilya estaba acostada al otro lado de mi madre, llorando en silencio. Viktor y Nikolai estaban sentados en los sillones de un costado, con los ojos hinchados, y Yakov estaba comiéndose las uñas mientras lloraba y observaba a través de la ventana. El ambiente era lúgubre y triste, como si estuviéramos en un funeral.
Cuando me levanté de la cama, Viktor no tardó en ocupar mi lugar, abrazando a nuestra madre mientras comenzaba a llorar. Ninguno dijo nada, pero creo que todos compartían el mismo presentimiento que tenía yo.
Esa noche, nos acomodamos como pudimos alrededor de ella. Mi padre se quedó sentado en uno de los sillones, solo observándonos hasta que nos quedamos dormidos...
Cuando desperté, encontré a mi mamá en un estado de ánimo muy diferente. Estaba sentada en la cama, peinando el cabello de Ilya y cantando suavemente. Mi padre ya no estaba presente, y mis hermanos estaban sentados en el piso jugando Monopoly. El humor de todos había cambiado drásticamente, como si la pesadez que nos envolvía la noche anterior se hubiera disipado.
—Siempre eres el que más duerme, Vladi —dijo ella con una sonrisa, y mi atención se desvió hacia las vendas que cubrían sus heridas.
—¿Cómo te sientes, mamá? —le pregunté, frotándome los ojos para despejarme.
—Me siento muy bien con todos mis bebés aquí —afirmó dulcemente mientras posaba su mirada en cada uno de nosotros.
—Yo también quiero que me peines —se quejó Viktor, levantándose y mirando mal a Ilya, quien rodó los ojos y negó con la cabeza.
—Vete a volar, todavía no es tu turno —dijo ella con malicia, a lo que Viktor respiró hondo para calmarse. Mi madre se rio y lo llamó con una mano para luego darle un gran beso en la frente.
Pasamos todo el día con ella, y aunque lucía estable, noté cómo se quedaba absorta por momentos, como si estuviera escuchando algo en su cabeza. Aunque queríamos creer que todo estaría bien, sabíamos que no sería así.
—Sube la música, Niko —le pidió a mi hermano unas tres veces cada vez que lucía desanimada. La música parecía ayudarla un poco a distraer su mente. Me sentí agradecido con mis hermanos al ver cómo todos se unían a ella, cantando con entusiasmo sin importar lo alto que estaba el volumen. —Cuando me recupere, quiero que volvamos al ballet, Ilya —dijo ella con una sonrisa, haciendo que mi hermana asintiera con emoción. Sonreí un poco. Mi madre se dedicó al ballet profesionalmente durante unos años de su vida, por lo que mi padre le había creado un salón de baile en la casa, exclusivamente para ella e Ilya, aunque claro, dejaron de hacerlo en cuanto mi hermana ingresó en la academia.
Sabía que nada de esto era culpa de mi padre, mi madre fue diagnosticada con esquizofrenia a los doce años, pero no podía negar que él tenía algo que ver en el empeoramiento de su enfermedad. Ella siempre se opuso a que estuviéramos en la academia y a que fuéramos parte del negocio, pero mi padre hizo caso omiso a todas sus quejas. Prácticamente nos separó de ella, dejándola aquí sola sin nada que hacer. Y sin contar que ella debía estar confundida por cómo él actuaba. Un día parecía amarla y al siguiente estaba en otro país, dejándola crearse ideas de que estaba con alguien más, y aunque ella dijera que no le importaba, era obvio que mentía.
—Los amo mucho, mis niños —todos la miramos cuando dijo aquello con lágrimas acumuladas en los ojos. Mis hermanos no dudaron en rodearla y regresarle el afecto, pero yo me quedé observándola. Aquello había sonado como una despedida.
Cuando todos bajamos a comer, ella con ayuda de mi padre, me quedé en completo silencio, solo observándola mientras se reía y bromeaba con todos. Mis hermanos lucían más relajados, pero mi padre estaba igual que yo, solo evaluándola con la mirada. Cuando él y yo nos miramos por un segundo, sentí algo diferente, como si él entendiera lo que pensaba, como si tuviésemos la misma preocupación. Su expresión de "te lo dije" me fastidió, así que evité verlo durante el resto del día.
—Tócame algo en el piano, Vladi —pidió ella en cuanto terminamos de comer. Le sonreí y todos nos dirigimos al salón de música, donde toqué prácticamente en piloto automático, con la mente en otro lado.
—Es hora de hacer lo que Viktor quiere —dijo Viktor en cuanto terminé de tocar, pasándole un libro a nuestra madre.
—Hora de dormir —soltó Nikolai con sarcasmo, ganándose una mirada ofendida por parte de Viktor.
—Ese es mi sillón, Ilyasviel —masculló Yakov empujando a Ilya fuera de uno de los sillones para luego acostarse en él. Nuestra madre lo miró con reproche, pero Ilya no dudó en sentarse junto a ella. Nikolai y yo nos acostamos sobre la alfombra. El único que no estaba era nuestro padre, el cual se había marchado con uno de los guardaespaldas. Incluso Dana estaba sentada en una esquina, viéndonos con atención. Ella era la única chica del servicio que venía todos los días, mi padre despidió a las demás porque mi madre se ponía nerviosa al tener demasiada gente en la casa.
Me quedé mirando la nieve que se pegaba a la ventana mientras mi madre comenzaba a leer. Espero solo estar siendo paranoico y que nada malo ocurra.
—... Hadriel era un ángel cuyo propósito era guiar a las personas a su destino, a encontrar su camino. Entonces, él también se encargaba de custodiar una de las puer... —dejé de escuchar a mi madre cuando mis ojos se fueron cerrando contra mi voluntad. Hadriel. Repetí aquel nombre en mi cabeza hasta que me quedé inconsciente...
Me removí con incomodidad y me levanté de golpe al escuchar el ruido del motor de un auto. Todo estaba a oscuras, excepto por unos pequeños paneles en la pared y las luces del auto que acababa de llegar. Mis hermanos dormían plácidamente, pero mi madre no estaba. Me puse de pie con prisa y comencé a buscarla por todo el primer piso. Subí rápidamente las escaleras sin mirar atrás al oír las puertas de la entrada abriéndose.
—¿Vladimir? —preguntó mi padre con extrañeza.
—¡N-No encuentro a m-mamá! —exclamé casi hiperventilando, sintiendo el mal presentimiento intensificarse. Mi padre también subió con prisa las escaleras.
—Buscaré en este piso —dijo mientras abría cada puerta. Escuchamos fuertes toques en una de ellas, cuando él la abrió, Dana salió aterrorizada.
—La señora me engañó y me encerró aquí —explicó ella mientras comenzaba a revisar también. La expresión de mi padre era sombría, como si ya hubiese aceptado que lo peor había ocurrido.
Saqué las cosas negativas de mi cabeza y subí directamente a la habitación de mi madre. Estaba desierta. Traté de abrir la puerta del baño al verla cerrada.
—¡P-Papá! —lo llamé con la voz titubeante. Mi padre no tardó en llegar y con el ceño fruncido trató de abrir la puerta arremetiendo contra ella unas dos veces hasta que finalmente cedió.
Cuando entramos, los dos nos quedamos paralizados al ver a mi madre en la tina llena de sangre, con las muñecas cortadas. Yo me quedé completamente helado mientras mi padre la sacaba del agua e intentaba reanimarla, a pesar de que sus labios ya lucían azules, su piel estaba pálida y sus ojos estaban cerrados. Su expresión era tranquila, como si estuviese durmiendo. Mi corazón quedó destrozado.
Cuando pude reaccionar, miré una nota sobre el lavabo; con las manos temblando y las lágrimas bajando por mi rostro, la tomé. Mi padre seguía intentando que ocurriese algún milagro mientras le daba respiración boca a boca. Abrí la nota.
"Donde sea que esté, siempre los estaré amando".
—Papá... —lo llamé con dolor. Él detuvo lo que estaba haciendo y se quedó mirando el cuerpo inerte de mi madre, luego la abrazó y se quedó así por unos minutos. —Toma esto —le dije, pasándole la nota. Él la leyó y volvió a abrazar a mi madre con fuerza. Si en algún momento ella pensó que él no la amaba, se había equivocado... —Despertaré a los demás...
—No. No dejaremos que la vean así —dijo él con un tono apagado y lejano; mis ojos ya dolían a más no poder, pero me mantuve de pie. —Trae su vestido azul, vamos a cambiarla —me ordenó mi padre casi sin fuerza en la voz. Asentí, sabiendo perfectamente a qué vestido se refería, su favorito, el que él le había regalado en uno de sus cumpleaños.
Cuando fui al closet, mientras buscaba el vestido, mis manos temblaban. Cada prenda, cada objeto aquí tenía la huella de su presencia, lo que volvía más insoportable mi dolor. Encontré el vestido cuidadosamente guardado, y al sostenerlo, me sentí débil y vacío.
Al regresar a la habitación, encontré a mi padre depositando su cuerpo sobre la cama tras haber cubierto sus muñecas con vendaje. Los dos le pusimos el vestido en silencio. Él le dio un beso en los labios y después de arreglar un poco su cabello negro, suspiró y me miró.
—Ahora sí. Ve por tus hermanos —me ordenó.
Espero que ya estés descansando, mamá.
. . .
—Es un asco de ciudad —dije con desagrado al ver que estaba lloviendo por quinta vez en el día y la humedad en el ambiente no dejaba de incomodarme. Mi padre ignoró mi comentario y terminó de comer con calma. Negué con desaprobación al ver a unos turistas que pasaron junto al ventanal del restaurante con unas camisetas en las que se leía "Amo Londres". ¿Cómo podían amar semejante ciudad con un clima tan horrible?
Desde la muerte de mi madre hace un año, mi padre no dejaba de llevarme a todas partes con él. ¿En serio cree que algún día aceptaré el papel de sucesor para el que, al parecer, está preparándome? Debía hacerlo creer que no tenía talento alguno y que era demasiado malo como para siquiera llevar el apellido. Aunque no lo culpaba, si yo tuviese un hijo mayor como Yakov, hasta el señor que quita la nieve del pórtico sería mejor opción que él para liderar la familia.
Me sentía como un cascarón vacío. Yendo de aquí para allá sin realmente importarme lo que me rodea. No había día en el que no extrañara a mi madre, y sé que el vacío que dejó en mi corazón jamás podría ser llenado.
Cada rincón de esta depresiva ciudad solo me recordaba su ausencia, y la presencia de mi padre solo aumentaba mi sensación de desapego y desconexión con el mundo.
—Cuando regresemos, pasarás las vacaciones con tu abuela.
Como si mi día no pudiera ser peor, él tenía que decir eso. Si se tratara de mi abuela real, no me molestaría ir al cementerio para verla, pero él hablaba de Ekaterina Novikova, la señora mafiosa más respetada de toda Europa. Una excéntrica total, cuyo pasatiempo favorito, aparte de coleccionar matrioshkas, es crear psicópatas, como lo fue mi abuelo y, claro, como lo es mi padre. Los métodos y la reputación de Ekaterina en el mundo criminal eran motivo suficiente para querer mantenerme alejado de sus garras.
—Esa señora no es mi abuela —contesté antes de morder un trozo de pescado empanizado. Mi padre me miró con molestia.
—Le debemos mucho a su familia... —contestó antes de dar un trago a su vino.
—Tú le debes mucho a su familia —lo corregí dejando a un lado mi plato. No me gustaba la comida ni nada relacionado con este país. Mi padre me dedicó una mirada algo tétrica y luego sonrió.
—Algún día vas a comprenderlo todo —respondió mientras llamaba a un mesero con una seña. Lo ignoré y miré otra vez por el ventanal, notando que ya había dejado de llover y el sol estaba saliendo.
Ambos nos levantamos de las sillas en cuanto él dejó dinero en la cuenta. Caminé hacia la salida a su lado y me subí al vehículo en el que habíamos llegado, y el cual era conducido por un guardaespaldas.
Creí que regresaríamos al hotel, pero el auto se detuvo frente a un parque para niños. Miré a mi padre con una ceja arqueada, a lo que él se rio un poco. Ya estaba algo grande para esos juegos en los que nunca tuve oportunidad de jugar. Aunque tenía 10 años, por mi altura, todos creían que tenía 13 o 14.
—Vamos —me ordenó mientras se desmontaba. Lo seguí con molestia. ¿De qué se trataba todo esto? Me pregunté mientras caminábamos hacia un restaurante junto al parque.
Me sorprendí un poco cuando mi padre se detuvo frente a una mesa en la que estaban dos mujeres y un chico durmiendo en el regazo de una de ellas. Él las saludó y me presentó; ellas me miraron encantadas, aunque noté que la que llevaba al niño tenía sus ojos grises, rojos e hinchados. ¿Será esa la mujer a la que viene a ver a este país? Celine Brown, según dijo. Disimulé una mueca al ver que ambas mujeres traían alianzas en sus manos. Estaban casadas.
—Hadri, ven aquí —la voz de la otra mujer, Rossali, me hizo dejar de ver sus anillos.
Ella había llamado a alguien con una sonrisa, cuando seguí su mirada, tuve que mirar hacia abajo para ver a un niño de cabello rizado y ojos negros que se había acercado y que miraba con enojo al chico que dormía. Dejé de escuchar todo a mi alrededor mientras veía su rostro. Su cabello era una maraña de rizos y ondas desordenada, su piel blanca me recordó la nieve, sus ojos negros brillantes y expresivos me sorprendieron un poco, al igual que su nariz respingada y sus carnosos labios manchados de rojo por el bastón de dulce que traía en una mano.
—Ellos son Valentin y su hijo, Vladimir Sokolov —dijo Rossali cuando mi padre se sentó al lado de Celine. El tal Hadri se giró hacia nosotros cuando mi padre le sonrió. El niño frunció el ceño cuando me miró a los ojos después de evaluarme de arriba abajo. Quise reírme al ver cómo se acercó a su madre con temor cuando arqueé una ceja, probablemente lo asusté sin siquiera intentarlo. —Amor, salúdalos... —le insistió su madre.
—Hola... me llamo Hadriel —susurró a regañadientes. Su voz era dulce. Le sonreí con burla, lo que pareció ponerlo más inseguro. "Hadriel era un ángel..." Mi mente se desconectó por un segundo al recordar aquella última noche con mi madre. Volví a mirar el rostro del chico y sí me pareció el de un ángel. Me asqueó a mí mismo ese pensamiento tan gay y ridículo.
—¿Por qué no van a jugar un poco? —miré a mi padre con burla al escucharlo decir eso con su falso tono de amabilidad. No estará hablando en serio, ¿o sí? Solté un suspiro al ver la mirada de advertencia que me lanzó. Miré a Celine, la cual parecía algo ida y en depresión, solté un último suspiro y caminé hacia los estúpidos juegos del parque sin siquiera ver si Hadriel me seguía.
—¿Quieres un poco? —al escuchar esa tímida pregunta, miré a mi lado cuando el rizado me alcanzó y me mostró su bastón de caramelo todo babeado, lo miré con asco. Después de estar siempre rodeado de chicos que parecían haber visto demasiadas cosas horribles para la edad que tenían, me irritaba ver a alguien tan inocente como Hadriel. Sin siquiera conocerlo, podía saber que ha estado viviendo en una burbuja toda su vida.
—¿Tus bacterias? No, gracias —contesté con desdén y sin ningún interés de continuar esta conversación con semejante mocoso mimado, el cual lucía algo ofendido por mis palabras.
—¿Y a qué quieres jugar? —preguntó, tratando inútilmente de ocultar su decepción.
A que te calles la boca, pensé seriamente. Me senté en uno de los columpios y lo observé. Se veía algo incómodo, y aún así intentaba ser amable. Me asqueé aún más.
—Juguemos a ver quién hace más silencio, Hadriel —contesté, disimulando mi irritación y observando su rostro con más detenimiento. Los rayos del sol hacían que su cabello negro luciera casi castaño. Noté cómo sus mejillas tomaban una tonalidad ligeramente roja. ¿Se acaba de sonrojar solo porque lo estoy mirando?
—¿Tienes algún problema con mi nombre? Me llamo Dean Hadriel —respondió con un tono no tan amigable. Me molestó ver que su rostro enrojecía más con cada segundo que pasaba y sus ojos negros lucían algo nerviosos.
—Hadriel es el nombre de un ángel, así que no te pega con lo feo que eres —mentí, para ver si aquello frenaba la extraña reacción que estaba teniendo su inocente cuerpo hacia mí. Maldije en mi cabeza y fruncí el ceño al ver que sus ojos se llenaron de lágrimas al oírme. Evidentemente no tengo tacto para hablar con alguien tan sensible como él.
—Al menos no soy un amargado como tú, ruso estúpido —soltó de repente, dejándome auténticamente sorprendido. Aun con las lágrimas en los ojos, me estaba mirando con enojo. —Pareces un viejo en el cuerpo de un niño —agregó, sacándome una risa. Aun lucía nervioso, pero parece que su enojo era mayor. Para tener un cuerpo tan pequeño, tenía bastante carácter.
—Alégrate tú, que sí pareces un niño completo, aunque más bien pareces uno en el cuerpo de un... enano —contesté con diversión mientras me levantaba del columpio. —¿Cuántos tienes, cinco años? —pregunté, mirando a ese pequeño champiñón desde arriba.
—Se dice "pareces" no "parreces", ni siquiera sabes hablar bien —contestó con burla, sin dejarse amedrentar por mis comentarios. Arqueé una ceja. ¿En serio cree que me ofende tener un acento marcado? Con todos los idiomas que sé hablar, aquello no me importaba mucho, y menos si era el inglés, el cual lo hablaba probablemente dos o tres veces al año.
—Sé hablar casi diez idiomas, niño brócoli —respondí fríamente mientras miraba su cabello. Hadriel apretó los dientes con molestia, quise reírme. Su personalidad era demasiado molesta en comparación con su físico de niño bueno.
Dejándome sin habla, él tomó arena del suelo y me la lanzó al rostro, por lo que no dudé en abalanzarme sobre él. Los dos comenzamos a pelear, traté de controlarme un poco para no lastimarlo demasiado, pero él me clavó los dientes con fuerza en una mano, así que por instinto le di un puñetazo por un ojo.
—¡Eres un malnacido! —me gritó antes de morderme una oreja sin ningún titubeo. ¿Qué especie de bestia salvaje es este niño?
—Tú pareces una sopa china con esos rizos —contesté, jalando su cabello para que me soltara la oreja. Lo escuché gruñir con rabia.
—¡Niños! ¡Niños! —cuando él se distrajo al escuchar a su madre, no dudé en darle otro puñetazo por el otro ojo para ver si así dejaba mi oreja en paz, pero creo que lo acabo de matar...
Observé como el cuerpo de Hadriel caía sobre la arena mientras se sobaba el ojo con dolor justo cuando mi padre y su madre llegaron para separarnos.
Hadriel comenzó a llorar cuando su madre se acercó, horrorizada. Miré con una ceja arqueada el pequeño teatro que montó mientras que mi padre me observaba seriamente, con ganas de matarme.
—Lamento el comportamiento de mi hijo, me encargaré de castigarlo apropiadamente —dijo mi padre, agarrándome disimuladamente por un brazo con fuerza.
—Tranquilo, esto es normal en los niños... —contestó la madre de Hadriel con inseguridad, mientras sobaba la espalda de su hijo, el actor de primera. El pequeño pelinegro me miró de reojo y una sonrisa casi burlona apareció en su rostro mientras fingía seguir llorando. Entrecerré los ojos.
—Me mandas una foto cuando los ojos se te pongan morados —le dije fríamente, dejando a su madre boquiabierta y ganándome un apretón más fuerte por parte de mi padre. Hadriel me miró con fastidio y lloró con más ganas.
—Nos vamos —dijo mi padre, comenzando a alejarse de ellos con un tono molesto. No me resistí y me despedí de Celine agitando una mano con despreocupación; ella me correspondió con duda mientras seguía cargando a su hijo y observaba todo con confusión. Mi padre me entró en el vehículo y, tras asesinarme con la mirada, cerró la puerta. Observé cómo se acercaba nuevamente a su amiga. Solté un suspiro y me crucé de brazos.
Hadriel no era tan inocente después de todo. Veremos si seguirá creyendo que se salió con la suya cuando parezca un mapache con los dos ojos morados.
Esa noche completa me la pasé parado en una esquina, observando la pared y cargando con seis pesados libros en las manos. Cada vez que los dejara caer, con solo una llamada, mi padre le ordenaría a uno de sus hombres en la casa familiar que quemara una de las fotos que tenía con mi madre. La especialidad de mi padre, más que el castigo físico, era la tortura emocional y psicológica. Sabe que preferiría perder los brazos antes que perder algo que me recuerde a mi madre.
No dejé caer los libros en ningún momento, pero sí maldije a Hadriel unas doce mil veces en toda la noche.
. . .
—¡Estás muy grande, Vladimir! —ni siquiera me molesté en simular agrado cuando los regordetes dedos de Joseph Petrosko me revolvieron el cabello un poco. Agarré su asquerosa mano y la alejé de mí, dejándolo desconcertado.
—Agradecería que no volvieras a tocarme en tu vida —expresé con calma, provocando que todos me miraran con la boca abierta, excepto por mi padre, quien negó con una sonrisa resignada.
—¿Qué le estás dando de comer a este niño, Valentin? ¿Hierro? —le preguntó Petrosko en voz baja mientras me miraba con el ceño fruncido. Lo ignoré y miré alrededor. Nos encontrábamos en el sótano de una destartalada y sucia discoteca, el lugar predilecto de las ratas para hacer negocios. Mi padre estaba sentado en una mesa, jugando a las cartas con algunos de sus socios en Londres. Pasé la mirada por las paredes manchadas de tierra, moho y el filtrado del agua, y por último, miré los paquetes de cocaína que uno de los hombres dejó sobre la mesa, interrumpiendo el juego.
—Esta es la mercancía de mejor calidad en toda la ciudad, no encontrarás nada más perfecto por estos lados —masculló Alexi con un tabaco encendido en la boca. Mi padre bajó la vista a los paquetes grises y con una seña hizo que uno de sus hombres trajera a una joven que lucía algo aturdida. Ella tenía el cabello rubio saturado de laca, se veía tieso. Su maquillaje estaba algo corrido, también llevaba un escandaloso labial rojo y su ropa apenas consistía en un diminuto vestido de látex que no llegaba a cubrir por completo su trasero, acompañado por unas largas botas negras.
—E-Esto no f-fue lo que a-acordamos... —protestó ella mientras el guardaespaldas la sujetaba y mi padre metía un cuchillo en uno de los paquetes, dejando a la vista el polvo blanco. La chica lucía asustada.
—¡Una ramera que le tiene miedo a la cocaína! —se burló Petrosko, provocando risas estruendosas de todos, a excepción de mi padre, la chica y yo. Mi padre soltó un suspiro de irritación, logrando crear un silencio sepulcral en el húmedo y sucio espacio en el que nos encontrábamos. Luego, formó varias líneas de cocaína después de frotar un poco en sus dedos para evaluar la textura. Acto seguido, enrolló un billete y se lo pasó a su guardaespaldas, quien miró a la chica con fastidio cuando empezó a llorar. Sentí su impotencia y su rabia, aumentando mi desprecio por todos los que estaban aquí.
—¿Necesitas que te obligue? —le preguntó el guardaespaldas, sacando una pistola y colocando el cañón contra la cabeza de la chica. Ella sorbió varias veces y tomó el billete enrollado. Apreté los dientes con molestia al verla inhalar la primera línea. Mi padre me observó fríamente con una ceja arqueada.
—Termínalas todas —le ordenó él, sin dejar de dirigirme la mirada. La chica gimoteó con temor mientras contemplaba las cinco líneas que le quedaban. Hijo de su madre.
Todos estaban callados, observándola drogarse contra su voluntad, sin dejar de llorar. Me levanté de la silla para retirarme, no quería seguir viendo esto, pero la mirada amenazadora de mi padre dejó mis pies paralizados.
—Ya n-no p-puedo m-más... —murmuró la chica, cayendo de rodillas al piso. Miré la mesa; solo le faltaba consumir la mitad de la quinta línea, pero ella lucía casi inconsciente.
—¡Levántate! —gritó el guardaespaldas, propinándole una patada en el estómago. Ella se abrazó a sí misma mientras sollozaba.
—¿No ves que está casi inconsciente, maldito animal? —dije con rabia. Él me miró con las cejas arqueadas, los demás se rieron como si se tratara de un chiste, y mi padre simplemente me observaba, evaluándome como si estuviera midiendo mi reacción.
—¿Cuánto tendrás listo para el viernes? —le preguntó mi padre a Petrosko, ignorando por completo a la chica que yacía casi muerta en el piso. Petrosko sonrió, mostrando sus dientes de oro, mientras que Alexi se levantó y cargó a la chica en un hombro. Fruncí el ceño.
—Tenemos unos diez kilos en el almacén —contestó Petrosko, apagando su cigarro contra la mesa.
—Me retiro, es hora de tener una buena noche —dijo Alexi, dándole una palmada en el trasero a la chica inconsciente que llevaba a cuestas. Inhalé profundamente, tratando de controlar mis ganas de matarlo, pero sentía mi sangre hervir. Observé la pistola que tenía el guardaespaldas metida en el pantalón; podría tomarla rápidamente y dispararle en la cabeza a ese desgraciado violador...
—Vladimir —la voz de mi padre interrumpió mis pensamientos. Su mirada lacerada parecía atravesarme la cabeza, como si supiera lo que pensaba. —Ten todo listo y espera mi orden —le dijo ahora a Petrosko mientras se levantaba de su silla. Volví a mirar a Alexi, pero él ya se había marchado con la chica.
Conteniendo mi molestia y sin siquiera esperar a mi padre, subí las escaleras que conducían a la calle y salí de aquel sótano, regresando al callejón donde estaba nuestro auto. Me dirigí hacia él y el único guardaespaldas decente que tenía mi padre, me abrió la puerta de inmediato. Odiaba este mundo, odiaba la vida que llevaba mi familia y odiaba ser parte de eso.
No pronuncié palabra alguna cuando mi padre abrió la puerta e ingresó al auto poco después. Me mordí la lengua tan fuerte que sentí el sabor de la sangre en mi boca.
—Tienes que aprender a controlarte más —fue el único comentario que hizo durante todo el trayecto. No le respondí y no lo miré.
El vacío en mi interior se volvió aún más profundo mientras observaba las frías calles de Londres.
—Esta vez, compórtate —finalmente lo miré cuando dijo eso seriamente, abriendo la puerta del auto tras haber tomado una caja con una botella de vino. Cuando salí, observé el moderno complejo de apartamentos al que habíamos llegado. Creí que iríamos al hotel en el que nos estábamos quedando.
Cuando entramos al lobby, el recepcionista le sonrió a mi padre sin decir una palabra, lo que me decía que esta no era la primera vez que lo veía. Los dos entramos al ascensor, dejando al guardaespaldas afuera. Al salir, caminamos por un pasillo y nos detuvimos frente a una segunda puerta, cuando se abrió, todo cobró sentido cuando Celine Brown nos recibió con una sonrisa. Fingí mi mejor expresión de chico normal y le sonreí de regreso.
—Valentin, creí que no vendrías —dijo ella abrazándolo fuertemente. Arqueé una ceja al ver la sonrisa complacida de mi padre. Sin duda estaba loco por esa mujer casada. —Y el hermoso Vladi también —agregó mientras se disponía a abrazarme, le correspondí con falsedad. Después de todo, mi madre no estaba tan lejos de la realidad con sus sospechas...
—Tu favorito —le dijo mi padre, entregándole la caja con el vino. Los ojos grises de la mujer se iluminaron, y ambos se quedaron mirándose en silencio por unos segundos. ¿Dónde está el esposo de esta mujer que no se da cuenta de que su esposa anda haciéndose ojitos con un mafioso ruso?
Hice una mueca al ver a la madre de Hadriel acercándose. Deseé fervientemente que ese tonto no estuviese también presente.
—Vamos, la cena está casi lista —dijo la mujer después de saludarnos. Mientras entraba al apartamento, me di cuenta de que Celine no era quien vivía aquí. Me fijé en las fotos familiares que había en el recibidor, donde salía Rossali, un hombre y claro... Hadriel. Lucían como una familia normal y perfecta. Rodé los ojos y examiné la colorida decoración del lugar, contraria a los fríos tonos que predominaban en mi casa. Las paredes eran de color crema, algunas tenían un papel tapiz con estampado en tonos naranjas, los cuadros eran abstractos y llenos de color, y los sofás eran beige. —Vladi, ¿por qué no vas a jugar con Dean? Está en la segunda puerta a la izquierda de ese pasillo —sugirió la mujer con una sonrisa, arqueé una ceja. ¿Es que no quiere a su hijo? ¿Acaso olvidó lo que pasó hace apenas cuatro días? —Sé que podrían llevarse muy bien —añadió ella como si hubiese notado mi sorpresa, mi padre me lanzó una mirada de advertencia.
—Está bien —contesté, preguntándome sobre qué hablaban esos tres cuando yo no estaba presente. Solo necesitaba ver la mirada ausente que mostraba Celine de vez en cuando para saber que se trataba de algo relacionado con ella. ¿Qué le estará sucediendo? —Segunda puerta a la izquierda... —murmuré mientras caminaba por el pasillo.
Cuando llegué a la puerta abierta, me quedé parado junto al marco e hice una mueca al ver el interior. Hadriel estaba acostado en una cama, completamente concentrado en un libro que tenía entre las manos. Observé las paredes color esmeralda y los amplios estantes repletos de libros que tenía. No había juguetes a la vista. ¿No tenía cinco años? ¿Cómo es posible que solo tenga libros en su habitación?
Volví a observarlo. Él estaba boca abajo, con el rostro apoyado en un puño mientras leía. Su cabello rizado estaba atado con una pequeña liga, aunque algunos mechones se le habían escapado. Caminé sigilosamente hacia él hasta que finalmente me notó por el rabillo del ojo y casi lanza un grito de terror, pero pude acercarme lo suficientemente rápido como para poner una mano en su boca. Él me miró con impacto y miedo. Noté que sus ojos solo mostraban una ligera tonalidad morada por lo que sucedió hace unos días.
—Te voy a soltar, pero no puedes gritar —le dije con cautela, sabiendo que mi padre me mataría si llegaba a creer que le estoy haciendo algo malo. Él asintió efusivamente, aunque por la forma en que sus ojos evitaron mi mirada, supe que estaba mintiendo. —Hablo en serio, Hadriel —le advertí con el ceño fruncido. Esta vez asintió mostrándose más calmado. Arqueé una ceja al sentir su rostro calentarse y verlo enrojecer otra vez. Podría amenazarlo con matarlo si gritaba, pero este niño era un actor consumado; no dudaría en hacerse el muerto en cuanto llegaran los adultos.
Solté un suspiro y lentamente fui alejando mi mano de su boca. Él permaneció observándome en completo silencio.
—¿Q-Qué h-haces aquí? —preguntó finalmente tras unos minutos.
—Mi padre vino de visita y tu madre te odia tanto que me mandó para acá —dije descuidadamente mientras miraba su infantil pijama de bananas. Frunció el ceño al oírme. Desvié la mirada hacia los estantes. —¿No tienes cinco años? —pregunté con confusión mientras tomaba uno de los libros.
—Tengo casi nueve —contestó él, quitándome el libro de las manos y colocándolo en su lugar. Lo miré de arriba abajo y disimulé mi risa; él me fulminó con la mirada y regresó a su cama, donde continuó leyendo.
—... casi nueve minutos para cumplir los seis —murmuré con burla mientras observaba las estrellas pintadas en el techo. Escuché su resoplido. ¿Qué se sentirá vivir en este ambiente? Me hice esa pregunta al contrastar este lugar con el que había dejado hace unos minutos. No creo que Hadriel alguna vez en su vida haya visto drogas, armas o prostitutas a punto de morir por sobredosis. Observé su rostro sereno mientras se enfrascaba en su libro. No sentí envidia, pero extrañamente me sentí bien por él. Era insoportable, pero ahora me alegraba que tuviese una vida normal.
—¿Por qué vistes así? —su pregunta me tomó por sorpresa; él había levantado la vista del libro para observarme con atención.
—¿Así cómo? —respondí sin comprender a qué se refería. Hizo una mueca.
—Tan formal —contestó. Me miré en el espejo que tenía en una de las paredes. A mí no me parecía formar lo que llevaba. Vestía un abrigo gris con cuello de tortuga, unos pantalones negros y unos zapatos del mismo color. Mi cabello estaba algo largo, así que lo llevaba amarrado en una semi coleta.
—Yo me veo normal —dije restándole importancia y sentándome en una pequeña silla negra que tenía junto a una mesa de lectura. Hadriel dejó el libro a un lado y se quedó observándome. Sostuve su mirada hasta que otra vez sus mejillas se pusieron rojas, y apartó la vista con nervios.
—Tus ojos son de un color muy raro —soltó con un tono molesto mientras se levantaba de la cama y sacaba ropa de su closet. ¿Acaso intenta justificar su sonrojo con eso?
—No es tan raro en mi familia —contesté despreocupadamente. Él me miró de reojo y se encerró rápidamente en el baño para cambiarse el pijama. —Pudiste cambiarte aquí; después de todo, los dos somos chicos —comenté cuando salió del baño ya cambiado. Me miró avergonzado justo cuando un gato negro entró por la puerta. Ignoré al felino, no me gustaban ni un poco los gatos.
—¿Para que criticaras mi cuerpo? —preguntó en voz baja mientras tomaba al gato en brazos. No podía culparlo por estar inseguro a mi alrededor después de todo lo que le dije, así que me encogí de hombros y me quedé viendo las fotos que tenía en una pared. Todas eran con un chico de ojos azules, lo reconocí, era el hijo de Celine, el que estaba durmiendo en el restaurante hace unos días. Los dos salían jugando fútbol, en la playa, comiendo helado, jugando en un parque, abrazándose, riendo...
—¿Este es tu novio? —dije solo para fastidiarlo.
—¿N-Novio? —preguntó impactado, como si fuera la primera vez que escuchara esa palabra. —Es mi mejor amigo —contestó, rascándose la cabeza con confusión. Su inocencia me provocó gracia. Probablemente ni sabe que existen parejas homosexuales. —Yo... quiero disculparme contigo... —lo miré asombrado cuando dijo aquello, con la mirada clavada en el piso. Guardé silencio para que siguiera hablando. —... no debí tirarte arena ese día... —terminó diciendo mientras levantaba la vista hacia mí. Una extraña calidez me sobrecogió el pecho tras escucharlo.
Sus ojos negros me miraban expectantes y algo temerosos, aguardando mi respuesta. De repente, sentí enojo y molestia por su inocencia y por su aparente pureza. Sentí que, si continuaba hablando con él o siquiera viéndolo, de una forma u otra terminaría mancillándolo.
—Disculpa aceptada, aunque yo no tengo nada que lamentar —le respondí fríamente mientras caminaba hacia la puerta. Al no recibir ninguna respuesta de su parte, lo miré. Él estaba observándome como si le hubiera clavado algo en el pecho, lo que me hizo sentir incómodo.
Sin decir nada más, salí de allí, consciente de que le hacía un favor al no ser amable con él. Hadriel parecer ser el tipo de persona que consideraría su amigo a cualquiera que le hablara bien por unos minutos. Lo mejor sería evitarnos todo ese problema.
El hecho de que no salió de su habitación ni siquiera para cenar, me confirmaba que las personas como él no deberían hablar con los que son como yo...
. . .
Mantuve la firmeza de no hablarle o mirarlo cada vez que mi padre se reunía con Celine y su madre. Hadriel tampoco trató de acercarse, lo que me decía que tal vez estaba ofendido o molesto, o quizás solo era demasiado orgulloso.
Alejé mis manos del piano mientras escuchaba los aplausos de las personas presentes en la fiesta social en la que estaba.
—Tocas bien.
Miré detrás de mí cuando escuché aquella dulce voz. Hadriel estaba ahí parado. Supe que no seguiría con mi idea de mantener la distancia en cuanto vi cómo brillaban sus ojos mientras me miraba con algo de admiración.
—Gracias —contesté, viendo cómo sus manos temblaban un poco por los nervios. Reprimí una sonrisa. —¿Tú sabes tocar? —le pregunté, levantándome del banquillo y comenzando a caminar; él me siguió.
—No, apenas estoy aprendiendo —contestó con la mirada al frente.
—¿Qué te gusta hacer aparte de leer? —quise saber con curiosidad; él pareció pensarlo por unos segundos.
—Jugar fútbol y pasar tiempo con mi mejor amigo —respondió ahora mientras caminábamos hacia una mesa. —¿Qué hay de ti? —preguntó apoyando su rostro en sus manos y mirándome con interés. Me reí por lo bajo al pensar que no hago muchas cosas que me gusten.
—A veces voy a esquiar con mi mejor amigo —respondí, pensando en las pocas veces que mi padre nos deja a Dimitri y a mí esquiar, lo cual sucede una o dos veces al año.
—Oh... —susurró Hadriel con sorpresa. Me sorprendió ver cómo su ceño se fruncía un poco y una mirada algo recelosa se apoderaba de sus ojos. —Ya me tengo que ir, hablamos otro di...
—¿Estás celoso? —pregunté entre asombrado y divertido al reconocer su cambio de actitud. Él me miró con molestia y se levantó de la silla.
—¿Por qué? Me resulta sorprendente que alguien como tú tenga un mejor amigo —soltó, sin poder ocultar sus evidentes celos. Quise reírme. ¿Acaso él no me detestaba hace unos treinta segundos?
—¿A qué te refieres? Tengo demasiados amigos —mentí con facilidad, viendo cómo su rostro enrojecía, esta vez por el enojo.
—Felicidades —replicó con una inusual frialdad antes de marcharse sin mirar atrás.
Sonreí con desgana, presintiendo que ese pequeño inglés podría convertirse en un considerable problema para mí en el futuro...
. . .
—¿Qué le sucede a Celine? —le pregunté a mi padre mientras me abotonaba la camisa. Él apartó la mirada de su celular y me miró por un breve instante.
—Está pasando un mal momento —contestó antes de responder una llamada.
—No sabía que eras psicólogo —murmuré sarcásticamente terminando de arreglarme. Él resopló y se alejó para hablar.
—Hoy irás al cine con el hijo de Rossali, asegúrate de no golpearlo o matarlo —me dolió el cuello al girarlo para ver a mi padre cuando dijo eso, dejando el teléfono a un lado.
—¿Acabas de decir cine? —pregunté para asegurarme, y él asintió mientras se ajustaba dos pistolas en el chaleco que casi siempre llevaba debajo del saco. Nunca antes había ido al cine; no tenía tiempo ni libertad para eso, además, teníamos uno en la casa. Esto era muy extraño. —¿Por qué? —indagué, sin comprender este plan. Mi padre hizo una mueca.
—Quién lo diría, parece que le caíste bien al chico y no deja de preguntarle a su madre por ti. Además, tengo asuntos que atender por unas horas —contestó, alejándose hacia la puerta. Sentí otra vez un raro calor en el pecho al oír eso. ¿Hadriel pregunta por mí? Disimulé la satisfacción que esa información me causó y seguí a mi padre. —Te hará bien salir un poco, a ver si así te vuelves más simpático —añadió mi padre mientras caminábamos por el pasillo del hotel; rodé los ojos. Él quería transformarme en una copia suya, el hombre más falso e hipócrita del planeta, capaz de ser encantador hasta dejar a todos hipnotizados y tan letal que podría eliminar a cualquiera sin que se diera cuenta.
Cuando salimos del hotel, él extrajo un gran maletín de la cajuela del auto. Ingresé al vehículo seguido por él. Tan pronto como el auto se puso en movimiento, abrió el maletín, dejando ver cinco pistolas negras en su interior. Tomó una y me la pasó; la agarré sin entender exactamente qué pretendía que hiciera con ella. Él me sonrió levemente.
—Es tuya —dijo.
Ni siquiera desvié la mirada hacia la fría arma y mantuve mi atención en los ojos de mi padre. Su mirada era seria. Ya sabía lo que significaba esto. Él consideraba que estaba listo para matar.
—Solo la usarás en caso de que sea necesario —cuando agregó eso, cerrando el maletín, casi suelto un suspiro de alivio. Por un segundo, temí que me convertiría en uno de sus sicarios, aunque eso parecía ser solo cuestión de tiempo. Ninguno de mis hermanos había recibido una pistola personal de manos de él.
Finalmente, miré la pistola y saqué el cargador. Observé las balas por unos segundos y volví a guardarlo. La escondí en la parte trasera de mi pantalón, fuera de la vista.
Al llegar al centro comercial donde estaba el cine, nos bajamos. Afuera estaban esperándonos Celine, Rossali y Hadriel... este último estaba escondiéndose detrás de su madre. Controlé mi sonrisa mientras nos acercábamos.
—Akim se quedará con ellos —dijo mi padre mirando al guardaespaldas de una forma que me pareció inusual y extraña luego de que todos nos saludaran. Akim asintió firmemente, lo que pareció darle confianza a la madre de Hadriel, ya que sonrió y se giró hacia su hijo.
—Anda, cariño. Ve con ellos —escuché que le dijo suavemente, a lo que Hadriel asintió y miró a todas partes menos a mí. Los tres comenzamos a caminar hacia el centro comercial, al mirar atrás, noté a mi padre abrazando a Celine. Suspiré. Puede que por ahora solo sean amigos, pero tarde o temprano algo sucederá entre ellos. Además, ¿por qué siempre estaba la madre de Hadriel? ¿No le molestaba ser un mal tercio entre ellos? Aunque algo me dice que salir con su mejor amiga es la excusa que usa Celine con su esposo para ver a mi padre.
—Creí que querías verme —dije con burla al percatarme de que Hadriel seguía evitando mirarme. Fue entonces cuando me observó apenado.
—¿Quién te dijo eso? —susurró, mirando con molestia hacia donde estaba su madre marchándose en el auto con los demás.
—Sí, tu madre te delató —contesté mientras entrábamos al lugar; él arrugó la nariz y soltó un gran suspiro antes de ver al guardaespaldas con duda. —Siéntete libre, no habla inglés —le dije a la vez que Akim marcaba el botón del ascensor. Hadriel me miró un poco sorprendido, quizás preguntándose cómo es que sé lo que está pensando, pero es que él no disimulaba para nada lo que sentía.
—¿Qué quieres ver? —me preguntó mirando la cartelera cuando llegamos al cine; todavía parecía estar usando a Akim como barrera entre los dos, ya que no se acercaba a mí ni por reflejo. Suspiré y miré el listado de películas.
—La que tú quieras —contesté sin darle demasiada importancia. —Deberías ir a comprar palomitas y refrescos, Akim —le sugerí al hombre, dejando a Hadriel boquiabierto. Akim asintió, agradecí que mi padre nos dejara con él y no con el otro depravado. —¡También quiero nachos! —le dije en voz alta mientras veía el menú; él levantó ambos pulgares antes de alejarse.
—¡Wow... eso sonó muy raro! —exclamó Hadriel, mirándome con emoción, me reí. —Disculpa, solo había escuchado el ruso en las películas —me explicó, todavía con los ojos brillando. Observé su rostro iluminado por unos segundos y su tierna sonrisa radiante. Contuve el aliento y aparté un rizo de su frente, sorprendiéndome por la suavidad de su cabello.
—¿Quieres que te enseñe? —le pregunté mientras alejaba mi mano; él desvió la mirada con timidez y se rascó la nuca.
—Claro... —susurró antes de relamerse los labios y mirar otra vez la cartelera. —Veamos esa —dijo, cambiando de tema y señalando un cartel donde salía una momia animada. Parecía una película bastante absurda, pero asentí.
Cuando Akim regresó, agarramos las palomitas y las bebidas mientras él compraba las boletas. Luego, los tres entramos en la sala. Me aseguré de tomar el asiento al lado de Hadriel antes de que Akim siquiera pensara en sentarse entre nosotros. Agradecí que no hubiera mucha gente en la sala, solo estábamos nosotros tres y una señora con una niña algunos asientos más adelante.
Antes de que comenzara la película, Akim y yo nos habíamos comido un cubo completo de palomitas, mientras que Hadriel estaba muy quieto y callado, solo observando los anuncios en la pantalla y bebiendo refresco de vez en cuando. Algo le estaba pasando...
—Creo que vamos a necesitar más palomitas —le dije a Akim con cautela; él me miró exasperado, pero asintió y se levantó.
—Sabes que la instrucción específica de tu padre fue protegerlo a él de ti, ¿no? —dijo el hombre entrecerrando sus ojos azules; me encogí de hombros sin sorprenderme.
—No le voy a hacer nada, anda, ya casi va a comenzar —le contesté apurándolo, mientras Hadriel ahora nos miraba con curiosidad sin comprender nada. Akim me miró seriamente y se alejó. —Fue a comprar más palomitas —le expliqué a Hadriel, a lo que él asintió y continuó viendo la pantalla con distracción. —¿Qué te pasa? —pregunté acercándome un poco más a él, pero noté cómo se tensaba por eso. Me alejé de golpe.
—Nada... —contestó en un susurro, arqueé una ceja.
—Si te incomoda que esté a tu lado, puedo cambiar de asien...
—¡No! —él me interrumpió rápidamente y me miró mal, me pasé una mano por el cabello. Soltó un suspiro y, se relajó tras unos segundos. —Me gusta que estés a mi lado —confesó a regañadientes, dejándome perplejo; él frunció el ceño. —Lo sé, debes pensar que soy un raro... —murmuró ahora con vergüenza y confusión, me reí.
—Shhhh —la niña de enfrente nos mandó a callar. Hadriel y yo nos miramos y nos reímos.
—No creo que lo seas. A mí también me gusta estar a tu lado —susurré en su oído, y la luz de la pantalla me dejó ver cómo la piel de su cuello se erizaba.
No pude dejar de sonreír durante casi toda la película, mientras que él no dejó de intentar ocultar su rostro con su cabello, tratando de que no viese lo sonrojado que estaba. En ese momento, por primera vez en mi vida, me sentí como alguien normal...
—Buenas noches, Hadriel —dije cuando estuvimos frente a la puerta de su apartamento; Akim se había quedado unos pasos más atrás, cerca del ascensor. Hadriel me sonrió un poco y por un momento se quedó algo embobado viéndome a los ojos, por lo que tuve que chasquear los dedos mientras me reía, trayéndolo otra vez a la realidad. No sabía dónde meterse por la vergüenza.
—Buenas noches, Vladimir... —contestó rápidamente mientras tocaba repetidamente el timbre de su casa. Cuando su madre abrió la puerta, nos sonrió.
—¿Se divirtieron mucho? —preguntó con amabilidad mientras miraba ahora a Akim, quien la saludó con un ladeo de cabeza. Asentí cuando ella me miró. —¿Ya te despediste de Vladimir, amor?
—S-Sí... —contestó Hadriel en un susurro y me miró. Le sonreí un poco y me quedé helado cuando me abrazó de repente. Por la sorpresa y por lo rápido que se apartó, no pude corresponderle. —A-Adiós —dijo rápidamente mientras entraba por la puerta; su madre soltó una pequeña risa.
—Es un niño un poco tímido a veces —me dijo con suavidad, asentí, todavía algo sorprendido por el inesperado abrazo.
—Tiene un buen hijo, señora Mackay. ¿Mi padre no está aquí? —pregunté esto último con curiosidad, a lo que ella negó todavía sonriendo. —Tenga una buena noche —me despedí de ella. En cuanto me contestó, me alejé mientras pensaba en Hadriel. Nunca creí que algo como esto pasaría, pero creo que me está comenzando a gustar, y no precisamente como me gustaría un amigo...
. . .
—N-No vas a v-volver, lo s-sé...
Hadriel tenía la mirada clavada en el piso, su voz era entrecortada y estaba a punto de llorar. Todo esto me sentaba mal. Sabía que este momento llegaría; de hecho, era una de las razones por las que no quería acercarme demasiado a él. Pero fue inevitable...
—¿No confías en mí? —pregunté lentamente. Él levantó la cabeza y fue difícil para mí ver en sus ojos la tristeza que llevaba mientras las lágrimas ahora corrían por sus mejillas. Mi madre solía decir que sientes cuando quieres pasar toda tu vida con alguien, y aunque éramos demasiado jóvenes y diferentes, yo sabía que esos ojos negros eran los que deseaba ver por el resto de mis días, por más imposible que fuera. —Algún día vamos a estar juntos. Esta no será la última vez que nos veremos. Aunque sea en tus últimos segundos de vida, cuando ya estés viejo después de haber tenido una vida feliz y normal, yo te prometo que estaré ahí contigo, sin importar el tiempo que pase —le aseguré, tomando sus pequeñas manos y apretándolas suavemente. Él dejó de llorar y me miró con bastante ilusión, creyendo en mis palabras.
Lo había dicho en serio. Sentía que necesitaba su presencia en mi vida, como los peces necesitaban el agua, las plantas la luz del sol y todos, el oxígeno para vivir.
—Quiero que me hagas otra promesa... —miré con atención los ojos de ese ángel cuando me habló. —Prométeme que siempre serás tú mismo, sin importar cómo sea tu familia o lo malvado que sea tu padre; quiero que seas feliz —me pidió, observándome fijamente. Hice una mueca. Aunque le he hablado vagamente sobre mi familia, no tiene ni idea de quiénes somos realmente, por lo que no sabe qué tan imposible es esa promesa que quiere que haga, pero asentí. —Te estaré esperando, sin importar el tiempo que pase —esas palabras llenas de confianza arrojaron algo de luz en todo esto. Aquella fue una declaración de amor que para mí valió más que un "te amo". Miré sus labios y para no arrepentirme después, le di un beso, que duró apenas unos segundos pero que en mi mente duraría toda una vida.
Cuando nos separamos, él se cubrió la boca con sorpresa mientras se sonrojaba. Sonreí.
—Tenía que darte tu primer beso —dije riéndome un poco y envolviendo uno de sus rizos en mi dedo. Él estaba estupefacto.
—Vladimir —solté un suspiro y miré hacia la puerta al escuchar a mi padre. —Ya nos vamos —dijo mientras desviaba su mirada escrutadora hacia Hadriel, quien lucía algo asustado.
—Adiós, Hadriel —murmuré mientras caminaba hacia la puerta, sintiendo que dejaba mi corazón detrás.
Cuando salí de la habitación de Hadriel, mi padre y yo caminamos por el pasillo en silencio. Me despedí de sus amigas. Celine y él estuvieron hablando en una esquina por unos minutos.
—¿Y qué te pareció Dean? —la pregunta de mi padre me incomodó, pero mantuve una expresión serena. Sabía que él había notado algo entre Hadriel y yo hace un rato.
—Es solo un niño en una burbuja —contesté, esforzándome por no demostrar el más mínimo interés.
—Eso es cierto —respondió mi padre con un tono extraño mientras salía del ascensor. Lo seguí. Él tenía una pequeña sonrisa en el rostro.
Me quedé inquieto durante todo el trayecto hacia el hangar, mientras que mi padre parecía de muy buen humor, lo que era tenebroso y asqueroso.
—Voy a cambiar este jet por uno mejor, ¿qué crees, Vladimir? —me preguntó con una sonrisa mientras caminábamos hacia las escaleras de la aeronave.
—Puedes hacer lo que quieras —contesté cortante mientras subía. Pude escucharlo reír un poco.
Opté por sentarme lo más alejado posible de él y solté un suspiro profundo cuando despegamos. Mis ojos permanecieron fijos en la ventana, capturando Londres por última vez, sin tener ni idea de cuándo podría regresar, ni de cuándo volvería a verlo...
Al dirigir la mirada hacia mi padre desde donde estaba, descubrí que había estado observándome todo este tiempo, todavía con una sonrisa. Tuve un escalofrío. No debe estar pensando nada bueno...
. . .
—Mátalo.
Aunque mi mano no temblaba al apuntarle a Akim, todo mi ser me gritaba que esto estaba terriblemente mal. Pasé la mirada desde el nervioso hombre arrodillado frente a mí, llorando como un niño y que siempre había estado a mi lado prácticamente desde que nací, al hombre que era mi padre, a pocos pasos, observándome fijamente, esperando que cumpliera su orden.
—L-Le j-juro que n-nunca lo h-he traicionado, s-señor, m-me tendieron u-una trampa —suplicó Akim, temiendo por su vida. Tragué con dificultad.
—¿De verdad crees que se reunió con los Rinaldi? —le pregunté a mi padre, sintiendo cómo la mano que sostenía el arma empezaba a sudar. Akim negó violentamente, mientras que mi padre me miró con molestia.
—Te di una orden, Vladimir. Ahora, mata a ese traidor —me repitió con frialdad. Mi corazón se aceleró y un sudor frío bajó por mi espalda y mi cuello. Nunca he matado a alguien, y la idea de que Akim fuera el primero me resultaba inimaginable. No creía que él fuera un traidor.
—N-No lo h-hagas... t-tienes que creerme, p-por favor —me suplicó, llorando aún más fuerte, miré a mi padre, pero él lucía ahora impaciente.
—No me hagas repetirlo, Vladimir —dijo apenas conteniendo su furia.
—Lo siento.
El disparo que se escuchó tras mis palabras fue ensordecedor. Mis ojos no se cerraron en ningún momento mientras veía cómo brotaba la sangre del agujero que le había hecho a Akim en la cabeza. Solté la pistola, sintiéndome asqueado de mí mismo mientras miraba los ojos sin vida de un hombre que me había visto crecer.
Quise vomitar.
—Si vomitas, te tocará deshacerte de su cuerpo —me advirtió mi padre, sin una pizca de sensibilidad mientras se acercaba a mí. —Fue un buen tiro —añadió, evaluando fríamente la cabeza de Akim. —Por soltar tu pistola, tendrás que hacer un encargo... —agregó, ahora mirando con molestia mi arma en el suelo. Negué casi con súplica. No quería matar a alguien más.
—No quiero...
—No me importa lo que quieras o no, Vladimir. Vas a hacerlo —me interrumpió, sacando su celular e ignorándome. —Mira esto...
Solté un suspiro y miré su celular cuando me mostró un video. Era una grabación de una cámara de seguridad. En ella, se veía a Akim saliendo de su auto en un estacionamiento y encontrándose con un hombre que reconocí como Giorgio Rinaldi, el principal enemigo de mi padre. Fruncí el ceño al ver a Akim estrechando su mano y recibiendo una bolsa de viaje, la cual abrió y se rio, revelando que estaba llena de dinero. Aparté la mirada. No podía creerlo...
Miré nuevamente el cuerpo de Akim. ¿Por qué lo hizo?
—¿Crees que disfruto matar a mis hombres? No lo hago, pero las manzanas podridas deben ser eliminadas antes de que contaminen al resto, nunca olvides eso...
No dije nada al oír las palabras amargas de mi padre. Me sentí como un tonto, porque sí había creído en Akim.
—Un solo error nos puede costar la vida... recoge tu arma... —mi cuerpo se movió automáticamente ante su orden. Cuando tomé mi pistola, la guardé en mi pantalón y solo pude pensar en Hadriel. ¿De verdad fui tan ingenuo al creer que podría escapar de esta vida y de mi padre? —Limpien esto —le ordenó a sus hombres mientras caminábamos hacia el auto.
No podía arrastrar a Hadriel a esta vida como mi padre hizo con mi madre. No podía dañarlo de esa forma.
—¡Papi! —gritó Ilya en cuanto cruzamos el umbral de la puerta de la casa. Ella se lanzó a sus brazos, y él no dudó en levantarla con una sonrisa.
—¿Cómo está mi princesa? —le preguntó con afecto mientras caminaba hacia el comedor, donde estaban los demás. No pasé por alto la mirada de molestia que me dirigió Yakov. Mientras Ilya parloteaba, Nikolai y Viktor me miraron de arriba abajo con los ojos como botellas, al bajar la vista noté que tenía manchas de sangre salpicadas por toda la camisa y el pantalón.
—¿Estaban cazando? —preguntó Ilya con curiosidad, mirándome mientras mi padre la bajaba. La ignoré y me di media vuelta para irme a mi habitación.
—¿Acaso ves que traen algún animal muerto, niña tonta? —le dijo Yakov con fastidio.
—No le hables así a tu hermana —lo reprendió nuestro padre. Me detuve.
—Préstame tu celular, necesito hacer una llamada —le dije, sintiéndome otra vez como un cascarón vacío, tal y como cuando mi madre murió. Mi padre sonrió levemente y me pasó su celular, dejándolos a todos sorprendidos.
No oculté mi desprecio. Él sabía perfectamente a quién llamaría y por qué.
Cuando subí las escaleras y estuve lejos de la vista de todos, dejé de reprimir mis lágrimas y caminé hacia mi habitación mientras escribía el nombre de la madre de Hadriel.
—Señora Mackay... soy Vladimir, ¿puedo hablar con Hadriel? —le dije en cuanto contestó.
—Vladi, cariño. ¡Claro! Lo iré a despertar, no sabes lo mucho que lloró cuando te fuiste... no quería comer nada y...
Aparté el celular de mi oreja para no seguir escuchando aquello que solo me hacía sentir peor.
—¿Hola? ¿Vladimir? —al volver a ponerme el celular, su voz hizo que mi corazón diera un salto.
—Hadriel... —lo llamé, queriendo decirle todo lo que había sucedido y lo mucho que lo necesitaba en este momento.
—¡Vladimir! —exclamó con felicidad. Cerré los ojos con fuerza. Esto será lo más doloroso que haré en todo el día...
—Olvida nuestra estúpida promesa —le dije rápidamente antes de que me arrepintiera. Pensé que no me había escuchado, ya que el silencio reinó al otro lado de la línea.
—¿P-Por qué? ¿T-Tu padre t-te está o-obligando a decir e-eso? —cuando finalmente escuché su voz entrecortada, colgué.
Me senté en la cama y solté el celular, imaginándome su rostro bañado en lágrimas, como debe estar ahora mismo...
Mi futuro siempre había sido gris, pero ahora estaba seguro de que sería lamentable y solitario si él no estaba a mi lado.
. . .
Tomé la pistola y, sin fijarme mucho en el punto rojo al que debía darle, disparé descuidadamente, fallando en todos los tiros y ganándome una risita burlona por parte de mis compañeros.
Caminé bajo la mirada desaprobadora del entrenador y me senté en las gradas, sin mostrar ningún interés por lo que hacían mis compañeros. Noté a Dimitri más allá, haciéndome señales para que me acercara, así que me levanté y caminé en su dirección. Cuando pasé junto al chico nuevo, me hizo gracia lo concentrado que se veía, tratando de acertar sus tiros aunque sin suerte alguna.
—Tienes que bajar más las manos, Dominó —dije, diciendo mal su nombre a propósito ya que no recordaba exactamente cuál era, pero sabía que rimaba con dominó o domingo. Él me miró con molestia por un segundo.
—Como si fuera a tomar consejos de alguien que no podría dispararle bien a un elefante aunque lo tuviese en frente —contestó fríamente, dejándome algo sorprendido, ya que nadie, excepto por Dimitri y algunos instructores, se atrevía a hablarme así solo por ser un Sokolov. Me reí inevitablemente, encontrándome extrañamente divertido lo que dijo.
—No pierdes nada intentándolo —le dije, deteniéndome solo para ver si seguía mi consejo. Él arqueó una ceja y, tras soltar un suspiro, bajó un poco las manos. Negué. —Ahí —dije, ajustando su mano en la posición correcta. Él disparó y ni siquiera tuve que ver la diana; su cara de sorpresa habló por él.
—¿Cómo es que tú... cómo supiste? —preguntó, regresando a la fachada de frialdad que ha tenido desde que llegó a la academia hace una semana.
—Quizás solo fue suerte —le respondí con sarcasmo mientras seguía mi camino. —Adiós, Dominó, sigue practicando —me despedí.
—Es Dominik —me corrigió mientras me seguía, después de haber dejado la pistola con el instructor.
—Estuve cerca —le dije con su mismo tono helado. Él entrecerró los ojos y me miró con astucia.
—Eres diferente a los demás —soltó sin dejar de mirarme.
—¿Lo dices porque soy un Sokolov? —pregunté, conteniéndome de rodar los ojos. Sin embargo, me sorprendió que él negara.
—No, no es eso... hay algo peor contigo —dijo, aún inspeccionándome, así que me crucé de brazos.
—¿Ouch? —murmuré, sin saber si ofenderme o qué. Él torció la boca en una especie de sonrisa. —¿Esa es tu forma de hacer amigos, Dominik? —quise saber sin tomarme muy en serio lo que dijo. Él se pasó una mano por el cabello y se encogió de hombros.
—No vine aquí a hacer amigos —contestó secamente.
—Bien, pero procura tampoco hacer enemigos —le aconsejé, sabiendo que con solo una semana aquí, ya tenía a casi toda la academia en su contra por destacar en la mayoría de las clases que ha tomado. Los rumores vuelan en este lugar.
—¿Qué hay de ti? Supongo que no debes tener ninguno. He visto cómo alaban a tus hermanos... —dijo de repente con una mirada algo juzgona. Cuando llegamos junto a Dimitri, el rubio le sonrió amablemente, pero Dominik no le regresó la sonrisa.
—Es un poco antipático, es inglés —le expliqué a Dimitri en un susurro lo suficientemente alto como para que Dominik lo escuchara, y al parecer lo hizo, ya que arqueó una ceja.
—Lo mismo dicen de los rusos —se defendió sin rodeos, haciéndome sonreír un poco.
—Yo también tengo enemigos aquí, Dominik. Solo que los míos se disfrazan de ovejas —contesté su pregunta anterior. Él asintió algo pensativo.
Sabía quién era él. Lo supe desde antes de que cruzara las puertas de la academia. Dominik Brown era hijo de Celine. Mi padre me había ordenado hacerme amigo del castaño, también me dijo que hiciera su transición a la academia lo más "normal" posible. Obviamente, ignoré su orden y dejé que Dominik experimentara lo mismo por lo que pasan todos al llegar aquí, excepto mi familia. Así que el recién llegado inglés, ya había sufrido las bromas pesadas de bienvenida que hacen los mayores, y claro, sus enemigos no se ocultaban detrás de una máscara, al contrario de lo que habría sucedido si yo me hubiese acercado a él desde el principio. Otra razón para no querer hablar con él, era saber que definitivamente debía conocer a Hadriel, a quien he tratado de sacar de mi cabeza a toda costa.
—Soy Dimitri —se presentó el rubio, extendiendo una mano e ignorando la actitud distante del inglés.
—Dominik Brown —le contestó el castaño, relajándose un poco. Me reí al comprender el porqué de su actitud. Con todo lo que probablemente le han hecho o dicho, debe estar desconfiando hasta de su propia sombra.
—Es mejor que no estés solo, Dominik. Aquí maltratan mucho a los lobos solitarios —le advirtió Dimitri con un tono algo dramático, aunque los tres sabíamos que no exageraba. El rubio había sufrido todo tipo de abusos en su primer año, en ese entonces todavía no éramos amigos.
—Lo tendré en cuenta. Y en su grupo, ¿son ustedes dos y... —dijo el castaño, buscando a más personas con la mirada, arqueé una ceja.
—Solo somos nosotros dos —contesté con frialdad. Dimitri era el único amigo verdadero que tenía aquí, y solo él era más que suficiente.
—Mensaje recibido —dijo Dominik, levantando las manos y comprendiendo rápidamente que no había lugar para él aquí. Sentí la mirada asesina de Dimitri sobre mí, pero no me inmuté mientras veía como el castaño se alejaba.
—¿Por qué fuiste así con él? ¿Tu padre no te había dicho que fueras su amigo? —me preguntó el rubio en cuanto comencé a caminar hacia uno de los edificios. Lo miré de reojo, se veía molesto conmigo.
—¿Acaso soy una niñera personal, Dimitri? —le contesté con otra pregunta y miré hacia atrás antes de entrar en la cafetería. Dominik estaba discutiendo con un chico que le doblaba el tamaño. Tenía mucho valor, eso debía reconocerlo. Él encaraba a cualquier persona sin importar el tamaño o el rango. Pero, ¿a qué se habrá referido cuando dijo que hay algo malo conmigo?
—No va a durar aquí ni dos meses si sigue con esa actitud —murmuró Dimitri con preocupación, resoplé. ¿Por qué le importa tanto? Lo conoció hace menos de cinco minutos.
—Yo creo que estará bien —dije con seguridad, recordando sus fríos ojos grises. Él no había venido aquí a jugar, eso era evidente. —O tal vez no... —agregué al notar cómo el grupo de los Kozlov lo observaban, como si se lo fueran a comer esta noche.
Los Kozlov eran uno de los principales aliados de mi padre, pero algunos adolescentes de esa familia que estudiaban aquí eran totalmente insoportables. Se dedicaban a hostigar y prácticamente perseguir a los más nuevos. Aunque no eran tan fuertes, siempre atacaban en grupo, lo que sin duda podría ser un problema para Dominik, quien apenas estaba comenzando a recibir entrenamiento de defensa.
Observé cómo la más pequeña de los Kozlov se acercaba a sus hermanos, pero sin dejar de mirarme. Ivanka, la chica con la que probablemente terminaré casándome algún día según los planes de nuestros padres. Prácticamente nos conocemos desde que tenemos cinco años, y aunque ella era muy educada y tranquila, no permitiría que mi padre decidiera mi vida. Lo lamentaba mucho por ella, ya que no dejaba de esparcir rumores de que algún día estaríamos juntos, pero sabía que no era su culpa, sino de su familia, que ha estado metiéndole esas ideas en la cabeza al igual que mi padre a mí, claro, hasta que un día le aseguré que esa boda nunca sucedería.
—Qué hambre tengo —dije, entrando a la cafetería vacía junto a Dimitri.
—Deben faltar unas dos horas para comer —respondió él con desánimo.
—Vamos al almacén para robar al... —me callé en cuanto escuchamos un gran escándalo afuera. Dimitri y yo nos paramos en la puerta para ver qué sucedía.
—¡Pelea! ¡Pelea! —gritaban todos mientras rodeaban a los que estaban peleando. Negué con desaprobación. ¿Quiénes son tan estúpidos como para pelear a plena luz del día? Los castigos por iniciar peleas eran un dolor en el culo, desde estar tres días sin comer hasta dormir en el exterior tres noches, usando solo un pijama.
Bostecé. Miré hacia donde habían estado los Kozlov, y me pasé una mano por la cara al ver que ya no estaban ahí.
—Vamos —le dije a Dimitri mientras trotaba hacia el grupo de idiotas que seguían gritando emocionados por la pelea. —Muévete —dije, abriéndome paso entre la gente, solo para confirmar que era Dominik el que estaba peleando con los tres individuos. El castaño tenía algo de sangre recorriendo un lado de su frente, y aunque los Kozlov también se veían golpeados, sin duda tenían demasiada ventaja al superarlo en número y tamaño. —Tres contra el nuevo, vaya abuso... maldito Dominik, me harás ensuciarme las manos... —mascullé con fastidio antes de meterme en la pelea y comenzar a repartir puñetazos, los gritos de los demás se avivaron y de reojo pude ver también que Dimitri estaba lanzando golpes a diestra y siniestra con una expresión de rabia. Cada uno estaba peleando con un Kozlov. El cobrizo que peleaba conmigo, me miraba con terror y confusión, por lo que aproveché y le di un cabezazo que lo dejó tirado en el suelo. A diferencia de los demás, yo sí igualaba el tamaño de esos abusadores.
En cuanto el chico cayó al suelo, todos enloquecieron gritando con emoción, hasta que de repente los gritos se volvieron de terror cuando comenzaron a correr. Hubiese escapado, pero Dominik y Dimitri seguían peleando.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —preguntó uno de los instructores con molestia mientras dos de ellos agarraban a los Kozlov para detener la pelea. Todos estaban llenos de tierra, sangre y algo de nieve. Por primera vez en meses, quise reír a carcajadas al ver las caras abatidas que tenían Dominik y Dimitri. El inglés nos miró con una ceja arqueada, probablemente sin entender por qué lo habíamos ayudado.
—Ellos comenzaron —le dije a los tres instructores mientras señalaba a los Kozlov, quienes me miraron estupefactos. Yo no tengo nada que ver con la alianza entre nuestros padres.
—Todos van a recibir un castigo —contestó uno de los instructores con el ceño fruncido, lanzándonos una mirada de desaprobación. —Tu padre no estará contento con esto —agregó, dirigiéndome una mirada seria.
—¿Quién? —pregunté, poniéndome una mano en la oreja como si no hubiera escuchado bien. Dimitri me asesinó con la mirada y articuló un furioso "no lo hagas" con los labios.
—Tu padre...
—¿Te preguntó? —respondí riéndome, la cara de los instructores fue todo un poema mientras que los demás se rieron un poco, excepto Dimitri, quien me miró mal.
—Ustedes, tres días durmiendo afuera —dijo el instructor ofendido, señalándonos a Dimitri, Dominik y a mí. Ellos me acusaron con la mirada, a lo que simplemente me encogí de hombros, sin darle importancia. Los Kozlov soltaron unas risitas. —Y ustedes, tres días sin comer —añadió ahora mientras los miraba y cortaba sus risas. Nadie refutó, ya que eso sería agregarle más días al castigo.
—Esos tres días los tenemos por ti, probablemente solo nos iban a dar uno como mucho —se quejó Dimitri en cuanto los instructores y los Kozlov se marcharon. Me hice oídos sordos y miré a Dominik, quien nos observaba fijamente.
—¿Por qué lo hicieron? —preguntó el castaño con frialdad. Dimitri lo miró con el ceño fruncido, mientras que yo solo me crucé de brazos, sin sentir la necesidad de dar explicaciones.
—¿Así es como dicen gracias en Inglaterra? —quise saber con sarcasmo. Él soltó un suspiro y se limpió la sangre de la frente.
—Tenía todo bajo control, no necesitaba su ayuda —contestó tranquilamente, dejando a Dimitri bastante indignado. En cambio, yo lo miré de arriba abajo, se veía terrible.
—Eres un malagradecido —dijo Dimitri con un poco de molestia. El rubio también estaba muy magullado, pero Dominik nos miró mal y tras darse media vuelta, se marchó. —¿Viste eso? —preguntó ofendido al ver cómo se marchaba el castaño. No dije nada cuando Dominik levantó un zapato del suelo y se lo lanzó a Dimitri, el cual lo tomó en el aire con asombro para luego ponérselo. Los dos nos quedamos observando cómo se marchaba.
—Es un poco raro —comenté con curiosidad en cuanto desapareció de nuestras vistas. Dimitri asintió.
. . .
Cuando cayó la noche, los tres nos pusimos nuestras pijamas mientras los demás compañeros murmuraban y soltaban alguna que otra risita mientras nos miraban. Luego, salimos al patio, siendo custodiados por un instructor, el cual cerró la puerta del edificio en cuanto salimos. No hacía tanto frío; la capa de nieve en el suelo no era tan gruesa y no había mucho viento.
—Vamos a las gradas —le dijo Dimitri a Dominik, y el castaño pareció pensarlo por unos segundos, pero después asintió y nos siguió.
Cada uno buscó un lado en las gradas y nos acostamos. Me quedé observando el cielo lleno de estrellas y me imaginé el regaño que me hubiese dado mi mamá en esta situación. Cerré los ojos con el ceño fruncido y suspiré, llevándome una mano al pecho. ¿Cuánto tarda en irse este dolor? Me pregunté, abriendo los ojos nuevamente al sentirme observado. Dominik no dejaba de verme con una expresión muy seria, hasta que desvió la vista mientras frotaba sus manos. Esto no era nada para Dimitri y para mí, pero él parecía que comenzaría a temblar de un momento a otro.
—¿Quieres correr un poco? —le pregunté mientras me levantaba. Él me miró confundido.
—¿Correr? —repitió para confirmarlo. Asentí y descendí por las gradas. Dimitri bostezó y nos dio la espalda.
—Te ayudará a dormir —le expliqué, a lo que él se levantó con el ceño fruncido. Los dos comenzamos a caminar por el oscuro campo de fútbol en completo silencio, siendo solo iluminados por la luna. —¿Y bien? ¿Cómo terminaste en este lugar? —pregunté tras unos minutos cuando aceleramos el paso. Dominik me miró de reojo.
—Yo quise venir aquí —se limitó a contestar. Resoplé. Vaya mentira, ¿quién querría estar en este lugar por gusto o por decisión propia? Nadie.
—Fue por tu madre, ¿no? —lo interrogué, haciendo que se detuviera de golpe. Lo imité. Él me miraba con frialdad. —Si... eso no funciona conmigo —le dije con una sonrisa, señalando sus ojos. Una de sus cejas se arqueó. Quizás está acostumbrado a espantar a todos con esa mirada helada, pero para el que tiene un padre como el mío, aquello no era nada.
—¿Cómo sabes de mi madre? —preguntó mientras retomaba el paso. Solté un suspiro. ¿Cómo le digo que su madre parece algo desquiciada sin que se ofenda?
—Es amiga de mi padre, es suficiente con saber eso —respondí, recordando las veces que vi a su madre. Era una mujer hermosa, aunque claro, la belleza de mi madre no tenía comparación alguna, pero podía ver por qué mi padre estaba interesado en ella. Se veía inteligente, llena de traumas y con algunos tornillos zafados, al igual que él a su manera.
—Creo que nos parecemos un poco, Vladimir... —las palabras amargas de Dominik me hicieron detener. Nos observamos atentamente.
—No me conoces, Dominik —contesté secamente. Él se cruzó de brazos y negó.
—Los dos llevamos encima un peso con el que no queremos cargar... —respondió trotando nuevamente y dejándome paralizado. ¿Cómo diablos...
—¿Es que soy un libro abierto? —le pregunté con algo de molestia, sabiendo que era muy difícil que alguien me leyera después de que mi padre me forzara a ocultar todo lo que sentía o pensaba. Dominik me miró de reojo y sonrió.
—Para nada, llevo la semana entera intentando saber qué es lo que está mal contigo, nunca había tardado tanto con alguien —confesó con curiosidad. Arqueé una ceja.
—¿La semana entera? Pero si apenas hablamos hoy —dije, aunque sabía que él no dejaba de mirarme desde que llegó aquí.
—Tu padre me habló de ti, me dijo que me guiarías en todo este proceso o algo así, pero se notaba que no querías ni verme —soltó con burla. Me reí un poco y me rasqué la nuca con incomodidad. No esperaba que él supiera que lo estaba ignorando a propósito. ¿Por qué mi padre no me dijo que hablaría con él? Aunque eso no hubiese cambiado nada.
—Me agradas, Dominik —admití, y él no se sorprendió mucho.
—Sorprendentemente, tú también a mí —contestó con un tono algo altivo. Me reí y él sonrió.
—¿Sorprendentemente? —dije fingiendo estar indignado. Él aceleró el paso, yo también corrí más rápido y pronto comenzamos una carrera hasta el final del campo. Me reí cuando inevitablemente le gané; mis piernas eran más largas, por lo que podía dar pasos más grandes que él. El castaño recuperó el aliento y me miró mal. —Tienes que volver a nacer para ganarme —le expliqué, sacándole una pequeña risa.
Esperaba que se convirtiera en el mejor de la academia, algo así era lo que necesitaba para pasar desapercibido. Necesitaba a alguien que brillara como el sol, y presentía que Dominik sería el indicado...
Aunque al principio mis intenciones no fueran las más amigables y honestas, nunca creí que terminaría considerándolo más que mi mejor amigo, mi hermano.
. . .
—¿Te queda coca?
Dejé mi tenedor a un lado y me limpié la boca con una servilleta tranquilamente. Miré a Joshua, quien me había hecho aquella pregunta en voz baja. Dominik y Dimitri lo miraron de reojo mientras seguían comiendo.
—Puede ser que me quede algo... —contesté despreocupadamente, mirando al rubio de ojos verdes que lucía ahora un poco ansioso. —Encuéntrame en diez minutos detrás del salón de historia —le dije disimuladamente. Él asintió y se alejó mientras se mordía las uñas con nerviosismo. Esta será la última vez que le venderé; si seguía comportándose como un drogadicto en abstinencia, los instructores no tardarían en notarlo.
—¿Hasta cuándo vas a seguir con eso? —preguntó Dominik arqueando una ceja. Dimitri nos miró con atención mientras se comía un pan. Me encogí de hombros y me levanté de la silla. Había comenzado este negocio por las ganas de llevarle la contraria a mi padre y al orden que tenía aquí adentro, pero debía admitir que le había agarrado cierto gusto.
—¿Sabes cómo le dicen? Dios del narco —soltó Dimitri dejando el pan a un lado. Me reí un poco, mientras que Dominik resopló.
—Algunas cosas no se pueden evitar —dije humildemente mientras tomaba mi bandeja. Les sonreí a mis amigos y caminé hacia la puerta. Tras dejar la bandeja a un costado, salí de la cafetería.
—Vladimir, algunos de tus "clientes" ya parecen zombies, ¿cuánto crees que tardará tu padre en enterarse? —miré a mi lado al escuchar a Dominik cuando me alcanzó.
—Han pasado dos años, Dominik. Relájate, mi padre está enfocado en otras cosas —respondí mientras miraba cómo Ivanka salía corriendo despavorida por las escaleras después de verme. No le di importancia y pasé un brazo por los hombros de Dominik; sus ojos grises me miraban con mucha seriedad.
—Después no digas que no te lo advertí —dijo mientras subíamos las escaleras de los dormitorios. Le sonreí y él alejó mi brazo de su cuerpo. Cuando abrí la puerta de nuestra habitación, los dos nos quedamos atónitos. —Eres un hijo de perra, Vladimir... —susurró Dominik viendo lo mismo que yo. Ivanka estaba en mi cama llevando solo un sostén rojo y unas bragas negras. Ella soltó un grito al ver a Dominik y se cubrió rápidamente con las sábanas. Tragué duro.
—Es hora de que te vayas —le dije a Dominik tras recomponerme de la sorpresa, él me miró y una sonrisa burlona creció en su rostro.
—Ni siquiera sabes dónde meterlo —se burló de mí en voz baja, me reí y lo miré mal. Él perdió su virginidad hace unos meses y ya se cree experto en el sexo.
—Estoy seguro de que lo resolveré —contesté, él apenas se estaba aguantando la risa.
—Hay condones en mi escritorio, no la vayas a dejar embarazada...
—Sí, sí, ya vete —dije alejándolo y entrando en la habitación, lo último que vi fue su mirada divertida. Cuando me di la vuelta, comencé a sudar un poco al ver que Ivanka estaba mirándome muy nerviosa. La verdad es que nunca me había llamado la atención, solo nos besamos una vez cuando se me fue la mano con la marihuana. Tampoco había llegado muy lejos con alguna chica, así que no estaba muy seguro de lo que debería hacer. —¿Qué haces aquí, Ivanka? —pregunté, caminando hacia el escritorio de Dominik y abriendo con disimulo el pequeño cajón.
—Y-Yo q-quería d-darte una s-sorpresa... —susurró quitándose la sábana de encima y dejando a la vista su cuerpo casi desnudo. Sonreí un poco.
—Sí que me sorprendiste —respondí, tomando uno de los preservativos y guardándolo en mi bolsillo. Ella soltó una risita tonta, cuando caminé hacia ella, me detuve de golpe al imaginar por un momento a otra persona en esa cama...
No fue pequeño el disgusto que sentí al pensar en Hadriel.
—¿Sucede algo malo? —la voz de Ivanka me devolvió a la realidad.
—No, nada —contesté terminando de acercarme y besándola de inmediato para no darme tiempo a pensar en alguien o en nada más...
¿Qué demonios pasa conmigo?
Dean
—Vladimir... —lo llamé, pasando una mano delante de sus ojos cuando pareció perderse en sus pensamientos. De repente, se había quedado callado tras contarme cómo conoció a Dominik. Él me miró en ese momento y, tras agarrar mi rostro con sus dos manos, me besó. Le correspondí, un poco sorprendido por su arrebato. Cuando se separó, él continuó viéndome de una forma extraña, como si no creyera que de verdad estaba frente a él.
Me alegraba haber escuchado un poco sobre su infancia, pero no podía dejar de sentir amargura y molestia hacia Valentin. Ese hombre no tenía escrúpulos o consideración alguna. Cuando Vladimir me habló sobre su madre, sentí que la conocía, de alguna extraña manera había conectado con ella y con los recuerdos que él tenía.
—Sígueme hablando sobre ti, todavía no has respondido por qué Ivanka y tú tienen el mismo tatuaje —le recordé, recostando nuevamente mi cabeza sobre su pecho. Él lanzó un suspiro y se quedó mirando al techo mientras agarraba mi cintura.
—¿Qué más quieres saber aparte de eso? —preguntó con un tono lejano y con sus fríos ojos en el techo.
—Quiero saber todo lo que sucedió después de aquella noche... —dije mientras me sentaba en la cama, alejándome un poco de él para verlo mejor. No se sorprendió, pero si pareció algo exasperado. No podía más con las dudas, necesitaba saber qué rayos pasó después de que Dylan y yo lo dejáramos. Debía saber qué lo hizo cambiar tanto exactamente, y cómo fue que terminó convirtiéndose en el señor Sokolov, mandando a su padre al retiro.
—No creo que estés listo para saber la verdad —contestó, pasando una mano por una de mis mejillas. Lo detuve y negué.
—Tengo que saberlo —respondí con un tono serio. Él cerró los ojos un momento y respiró con pesadez. Luego se levantó de la cama y se acercó a uno de los ventanales. Me quedé observándolo en silencio.
—Primero debes prometerme algo.
Mi corazón se aceleró al oírlo. ¿Me contará todo? Él se dio la vuelta, y su mirada algo fría destruyó mi emoción, sustituyéndola por miedo.
—Te escucho... —murmuré, ahora algo temeroso de escuchar la verdad. Vladimir se acercó a la cama y levantó mi mentón con una mano. Sus ojos mieles no dejaban de buscar algo en los míos, pero no pude identificar el qué. ¿Confianza tal vez? ¿Miedo? Porque estoy seguro de que había bastante de eso último en ellos.
—Promete que no intentarás escapar otra vez... —respondió con un tono cauteloso, helándome la sangre. ¿Qué tan terrible era la verdad como para tener que prometer eso? —Promételo —repitió con el ceño un poco fruncido. Me relamí los labios y lo pensé.
—¿Por qué huiría? —pregunté bajando la voz y agarrando su mano, sintiendo un poco más de confianza al sentir su cálida piel. Él me miró expectante e ignoró mi pregunta. ¿En serio me hará decirlo? —Prometo que no voy a escapar —añadí a regañadientes. Él me miró fijamente por unos segundos. —Yo sí cumplo mis promesas —le recordé. Él asintió y se sentó a mi lado.
—Todo cambió cuando...
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