Silencio
Dean
Terminé de arreglar mi cabello con cuidado, asegurándome de que cada rizo estuviera en su lugar, aun sabiendo que en cuanto salga de la casa, el viento volverá a desordenarlos. Pasé la vista por mi ropa en el closet y tomé un gran abrigo gris. Deslicé mis brazos por las mangas, ajusté el abrigo a mi cuerpo y salí a la habitación para verme en el colosal espejo que ocupaba toda una pared. Me quedaba bien.
Mis ojos fueron al reflejo de Vladimir, quien se encontraba a pocos pasos poniéndose unos elegantes gemelos en la camisa. Desvié la vista hacia mí otra vez para no fijarme demasiado en él. Al parecer no mintió y sí duerme aquí por las noches. Me di cuenta cuando desperté y lo encontré sacándose la ropa para bañarse. Después de un frío "Buenos días. Saldremos en media hora" había entrado al baño sin dar más explicación. Traté de recordar a dónde se supone que iremos a esta hora, pero no pude hacerlo así que le escribí a Roger hace unos minutos. Le hubiese preguntado directamente a Vladimir, pero no quería ser el que rompiera el incómodo silencio entre nosotros. Tomé el celular para ver si Roger ya había contestado.
"Cambiaron el almuerzo con los socios por un desayuno. En la tarde tienes una cita con la estilista".
"¿No pueden cortarme el cabello mañana? Hoy no me siento muy bien" respondí, mientras pensaba en los planes que teníamos Yakov y yo para esta tarde. El castaño había insistido en darme el recorrido por la academia solo a mí. Me parecía bastante sospechoso, pero aún así no desaprovecharía la oportunidad de obtener respuestas.
Vladimir tenía un control prácticamente absoluto sobre todo este lugar, lo que significaba que nadie estaría dispuesto a proporcionarme la información que deseaba y necesitaba acerca de las verdaderas actividades de su familia, las cuales, por supuesto, no se publicaban en las noticias. No sabía cómo Yakov planeaba mantener en secreto lo que haríamos, pero supongo que debe tener sus medios, porque si Vladimir se enteraba, sin duda, aquella salida se cancelaría.
No bajaría la guardia con Yakov, sabía que no podía confiar demasiado en él. Estaba consciente de que solo busca perjudicar a su hermano de alguna forma...
—¿Te tomaste tus pastillas? —miré a Vladimir cuando preguntó eso al tiempo que tomaba uno de los frascos de la mesa y, con una ceja arqueada, examinaba detenidamente la etiqueta.
—Sí —mentí con firmeza, manteniendo mi mirada firme en la suya. Él se quedó observándome por unos segundos hasta que su ceño se frunció. —Relájate, todo está bajo control —añadí, rodando los ojos y dirigiéndome hacia la puerta. Él no lució muy conforme con mi respuesta, pero no me importó en lo absoluto. No es como que pueda obligarme a tomar ese veneno contenido en pequeñas pastillas.
—Eso espero —respondió con seriedad mientras caminaba a mi lado. Un suspiro escapó de mis labios y lo seguí de cerca cuando se adelantó. No lo dijo en voz alta, pero los dos estábamos conscientes de que en el desayuno de hoy había mucho en juego.
Jugué nerviosamente con el anillo de compromiso en mi dedo, sintiendo el frío de la plata contra mi piel. Descendí las escaleras junto a Vladimir, pero me detuve abruptamente al ver unas cuatro maletas apiladas junto a la puerta de la entrada. La incertidumbre me acogió. ¿Serán de Ivanka? Me pregunté mirando con disimulo alrededor, pero no logré ver señales de ella.
—Sígueme, quiero mostrarte algo antes de que nos vayamos —dijo Vladimir de repente, desviándose en dirección a la oficina. Lo seguí, sintiendo un poco de curiosidad al notar lo tenso que se veía ahora.
—¿Qué es? —le pregunté sonriéndole un poco a Niko, Ilya, Roger y Yakov, que se encontraban desayunando en el comedor, ellos me regresaron las sonrisas. —Buenos días —los saludé. Yakov me dirigió una mirada significativa acompañada de una sonrisa cómplice. Estaba un poco emocionado por el recorrido de hoy, aun sabiendo que quizás terminaré traumatizado o teniendo algún ataque de ansiedad...
—Pasa —respondió Vladimir, con su mirada penetrante clavada en la mía. Poco después, sus ojos fríos se desviaron hacia su hermano mayor, quien lo ignoró mientras seguía concentrado en su desayuno. Me preocupé un poco, ¿habrá notado algo?
Cuando entramos en la oficina, él cerró la puerta y soltó un pesado suspiro. Lo miré expectante, preguntándome qué era lo que quería mostrarme. Sus ojos se posaron en un punto detrás de mí, así que me di la vuelta con confusión.
Lo que vi me dejó sin palabras. Sobre el sillón de la esquina, se encontraba una gata de abundante pelaje blanco y profundos ojos negros que reconocería en cualquier rincón del mundo. Mis pies se movieron por inercia hacia ella, y la abracé con fuerza y emoción. Comencé a acariciar su suave pelaje mientras ella maullaba y me lamía el rostro. Mi corazón latía con intensidad y la alegría me inundó mientras le daba unos cuantos besos en su blanco pelaje.
—Pero, ¿cómo es que está aquí? —pregunté, todavía impresionado, dándome la vuelta hacia Vladimir, quien nos observaba con una ceja enarcada. Me quedé un poco extrañado por la sorpresa. —¿Tú la trajiste... para mí? —añadí impactado por aquello, él soltó una risita.
—Es tuya, ¿no? —soltó con sarcasmo, su respuesta arrancó una tonta sonrisa de mis labios. Sin pensarlo dos veces, me dejé llevar por la emoción y me acerqué a él abrazándolo con fuerza tras dejar a Mitsy en el piso.
—Gracias —dije con sinceridad mientras mis brazos lo rodeaban en un cálido abrazo.
Mierda...
Mientras lo abrazaba, comencé a maldecir en mi cabeza al pensar seriamente en lo que había hecho. ¿Es que no conozco el autocontrol? Y al parecer tampoco la autopreservación... tuve miedo de alejarme y de ver su rostro de fastidio por mi abrazo tan repentino.
Cuando finalmente me alejé y tuve el coraje de mirar hacia arriba, quedé atónito por la expresión de sorpresa total en el rostro de Vladimir...
Nunca lo había visto tan descolocado como en este momento. Me reí algo nervioso mientras me alejaba de él, un poco decepcionado de que no me haya correspondido el abrazo. Sintiéndome como un idiota por mi atrevimiento, caminé hacia mi gata y la cargué nuevamente, buscando recuperar un poco de compostura.
—Ya debemos irnos... —mencionó, caminando hacia la puerta. Lo seguí sin cruzar miradas. En cuanto salimos, él le dijo algo en ruso a Mila, quien se encontraba poniendo un plato sobre la mesa. La pelirroja se aproximó, mirando a mi gata con una sonrisa y con bastante sorpresa.
—Me encargaré de ella mientras no estés —me aseguró con tranquilidad. Asentí y, después de acariciar a Mitsy un poco más, se la entregué. Ambos nos sorprendimos cuando Mitsy, en brazos de Mila, se volvió arisca e intentó arañarle el rostro. Me quedé boquiabierto. Mila la soltó con temor y ella no tardó en esconderse debajo de un estante.
—Lo lamento mucho, es la primera vez que la veo comportarse de esa forma —me disculpé, sintiendo una fuerte vergüenza. Mila miró hacia el estante con preocupación, posiblemente tratando de entender lo que acababa de suceder.
Cuando finalmente le presté atención a los demás, me llevé una sorpresa al notar que todos estaban visiblemente asombrados, incluso Yakov. No entendía si estaban así por ver a una gata o por el comportamiento de ella. Me fijé en Roger, quien observaba a Vladimir con mucha confusión.
—Vámonos —soltó aquel hombre, ignorando a los demás y caminando hacia la entrada.
—No puedo dejarla así —me quejé, pensando en que quizás Mitsy estaba asustada por el vuelo. Vladimir se cruzó de brazos y negó con la cabeza. A pesar de eso, no me moví de donde estaba.
—Yo me encargaré de ella, puedes irte —miré a Roger con gratitud cuando dijo eso con tranquilidad. Asentí, agradecido. Aunque no le gustaban los animales, Mitsy se sentía cómoda con él.
Caminé hacia Vladimir, quien estaba taladrándome la cabeza con la mirada desde el umbral del comedor. Le dediqué una leve sonrisa, pasando por alto su mirada molesta. Sin duda, traer a mi gata fue un gesto que jamás habría esperado de su parte...
Una corriente de tensión recorrió mi cuerpo cuando vi a Ivanka salir de la casa, pero rápidamente se transformó en satisfacción al notar que varios guardias la seguían, cargando sus maletas. Disimulé por completo cualquier señal de felicidad cuando salimos y nos cruzamos con ella. Arqueé una ceja al percibir todo el desprecio en su mirada hacia mí. Vladimir ni siquiera se molestó en mirarla por un segundo, y se dirigió hacia uno de los vehículos estacionados. Mientras caminaba, observé que varias personas estaban quitando toda la nieve acumulada alrededor de la casa.
Me mantuve a cierta distancia cuando la castaña se acercó a Vladimir, quien la ignoró por completo, sin dirigirle ni una palabra, mirándola como si no la conociera, a pesar de que ella parecía estar suplicándole algo. Sorprendentemente, sentí un poco de compasión por ella. Vladimir parecía utilizar a las personas como si fueran piezas de un juego, desechándolas cuando ya no le servían o le aburrían, y actuando como si fueran completos desconocidos. Eso era malvado, y aunque no me agradaba Ivanka, ni siquiera ella merecía ese trato.
—Tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos de tu alcance... —me detuve cuando ella se acercó para murmurarme eso mientras Vladimir ahora hablaba con Leo. Sus ojos verdes estaban enrojecidos y brillaban con lágrimas contenidas. Suspiré, observando que, aun estando destrozada, tenía ánimo para lanzarme su veneno...
—Porque yo lo he querido así, pero ten la certeza de que el día que desee algo más, él correrá a dármelo todo... —le susurré pausadamente, disfrutando ver cómo su expresión se tornaba cada vez más furiosa con cada palabra. Confiaba ciegamente en lo que dije, pero esa confianza solo se limitaba a lo sexual. Sabía que si tomaba la iniciativa para seducir a Vladimir, él caería rendido al instante. Pero, por desgracia, lo que yo realmente deseaba de él iba más allá del sexo, y era algo que sí estaba fuera de mi alcance. También sabía, sin duda alguna, que terminaría tal y como Ivanka, desechado como un pañuelo usado en cuanto se aburriera de mí. Aunque fui yo quien le pidió que la sacara de la casa, sabía que si él tuviese el mínimo interés en ella, no la trataría así.
—Solo espero que no seas celoso, porque yo solo soy una más de tantas... —respondió ella, dejando a relucir en sus ojos el dolor que aquello le provocaba. Aunque sonreí por fuera, por dentro mi pecho se retorcía de dolor.
—No creo que sigas siendo una más... —contesté al ver la indiferencia de Vladimir hacia ella. La mujer se mordió el labio inferior con fuerza y miró al cielo, luchando por contener las lágrimas. Ivanka era simplemente otra víctima que cometió el mismo error que yo; enamorarse de ese hombre. —Adiós, Ivanka. No lo tomes a mal, pero espero no volver a verte otra vez... —dije tranquilo mientras retomaba mi camino. La escuché resoplar. Vladimir estaba a pocos pasos de nosotros, mirándonos con el ceño fruncido.
—Él hará exactamente lo mismo contigo... —susurró antes de que me alejara. Sus palabras resonaron en mis oídos, pero no me sorprendieron. ¿Qué podría decirme que ya no supiera?
Ya sabía que ella no era el problema, en cambio, Vladimir sí. Resultaba evidente lo coqueto que era con las mujeres, y tampoco podía olvidar lo que me contó Viktor, que él le había sido infiel muchas veces a Sebastian Graham, con quien había mantenido una relación seria de dos años. Debía admitir que, en cierto modo, me alegraba que Vladimir se limitara a odiarme y no intentara llevar las cosas a otro nivel conmigo, porque, sin duda, sería aún más miserable si me convirtiera otro más en su lista.
Entré en el auto cuando Leo abrió la puerta trasera, Vladimir entró después de mí. Metí mis dedos congelados en el abrigo, lamentando haber olvidado ponerme guantes.
Permanecí absorto, observando el paisaje mientras Vladimir hablaba por teléfono. ¿Cómo habrá sabido que mi gata estaba con Killian? Y, sobre todo, ¿cómo sabía que yo tenía una gata? Pensaría que Roger le dijo, pero el rubio lució muy sorprendido...
Lo miré con curiosidad. Tenía un gesto un tanto irritado mientras hablaba con alguien. Nuestros ojos se encontraron y le sostuve la mirada. Un hormigueo recorrió mis manos mientras su ceño se iba relajando poco a poco. Vladimir tenía una forma de mirarme, tan atenta y concentrada, como si no hubiese nadie más en el mundo...
Rompí el contacto visual al sentir mi nariz y mis mejillas un poco calientes. Será mejor que ni siquiera sospeche que estoy enamorado de él...
Cuando llegamos a la ciudad, pasamos por el parque que había llamado mi atención desde que llegué aquí. Lo miré con ilusión, era simplemente hermoso. Quería caminar por él durante la noche, cuando todas las luces estuvieran encendidas y el molesto sonido de los autos no estuviese presente.
—Sabes hablar italiano, ¿verdad? —me giré hacia Vladimir, quien me miraba con expectación, aunque ya parecía conocer la respuesta. Asentí, un poco sorprendido de que lo supiera. —Bien, quiero que te concentres en la señora Ferretti. No me importa de qué hablen, solo asegúrate de caerle bien... —me ordenó con frialdad. Me encogí de hombros y asentí nuevamente, suspirando. Cuando me irrite su tono mandón, solo pensaré en esos doce millones de dólares esperándome a la vuelta de la esquina...
—¿Y si me pregunta sobre nosotros? —le pregunté mientras el auto entraba a un estacionamiento subterráneo.
—Le dices que nos conocimos hace unos años en tu país, que nos volvimos a encontrar hace un tiempo y que nos enamoramos. Apégate a la historia original...
—En la historia original no estamos enamorados —lo interrumpí secamente, tratando de disfrazar el dolor que se escondía tras mis propias palabras. Vladimir me observó con las cejas arqueadas y soltó una extraña risita que me hizo preguntarme si había notado la herida que mi propio comentario había causado en mí.
—Por supuesto, si me hubieses dejado terminar... en fin, solo quita las cosas malas que sucedieron e imagina que estamos locamente enamorados —agregó con un tono sarcástico. Asentí en silencio. En resumen, solo tenía que soñar despierto y creer que el escenario que tantas veces había imaginado era real. —Dean...
—Ya entendí, Vladimir. Resulta que eres el amor de mi vida y no lo supe hasta 18 años después de haberte perdido, ¡ya entendí! —lo interrumpí, utilizando su mismo tonito sarcástico. Él se quedó observándome en silencio durante unos segundos. Fruncí el ceño al ver que no se bajaba del auto ni decía nada a pesar de que Leo ya estaba afuera. Después de un rato, suspiró y finalmente abrió la puerta.
Lo seguí, sintiéndome un tanto desconcertado por su reacción. Probablemente piensa que voy a arruinarlo todo. Por un momento, me arrepentí de no haberme tomado las pastillas. ¿Qué iba a hacer si tenía un episodio en pleno desayuno? Vladimir me mataría...
Ambos caminamos hacia el ascensor en el estacionamiento. No pasé por alto que no había más autos estacionados y que varios hombres custodiaban la entrada. Cuando entramos, Leo se quedó afuera y Vladimir presionó el botón del último piso. La incomodidad y la tensión se volvieron palpables en este pequeño espacio.
—¿Recuerdas la última vez que estuvimos en un ascensor? —preguntó con una sonrisa divertida, logrando que mis nervios se dispararan. Lo maldije en mi mente y me esforcé por mantener una expresión serena.
—No, no lo recuerdo —le mentí con tanta facilidad que hasta yo mismo me sorprendí. Él resopló sin creérselo, aunque por la forma en que me miró con los ojos entrecerrados, supe que al menos por un instante dudó de mi respuesta.
—Cada vez tus mentiras parecen más creíbles, ¿debería comenzar a preocuparme? —su pregunta cargada de curiosidad casi logró que se me escapara una sonrisa.
—¿Quién dijo que estaba mintiendo? —respondí con otra pregunta, lo cual provocó una risa en él, aunque su mirada no reflejaba diversión. Le dediqué una sutil sonrisa ladeada y luego dirigí mi atención al frente, haciéndome el desentendido.
—Quizás deba refrescarte la memoria... —tragué con dificultad al escuchar cómo su voz descendía a un tono que me dejó la boca seca.
—Ya casi llegamos —contesté sin quererlo en un susurro que sonó demasiado sugerente. Lo miré y mi garganta se cerró. Él me devolvió la mirada con intensidad y chasqueó los labios con fastidio cuando las puertas del ascensor se abrieron. Dejé que mis hombros cayeran por el alivio. No sé qué habría sucedido si hubiésemos estado aquí encerrados por más tiempo...
Cuando salimos, observé la peculiar y fascinante distribución del restaurante, que claramente tenía un estilo japonés. Lo supe de inmediato al notar los cuadros que colgaban de las paredes marrones, mostrando icónicas casas y paisajes famosos japoneses, como el monte Fuji. El centro del salón estaba ocupado por las típicas mesas y sillas de un restaurante elegante, todas estaban desocupadas. Lo inusual del lugar eran los pasillos en una pared del fondo. Parecían entradas a callejones o algo así, lo que le añadía un toque de misterio al restaurante.
Una chica asiática se acercó a nosotros con una sonrisa amable. Habló en ruso con Vladimir, el cual se quitó el abrigo y lo dejó colgando de una pared, lo imité. La chica nos condujo hacia uno de los enigmáticos pasillos.
—Dame tu celular —ordenó Vladimir, extendiendo una mano. Lo miré con confusión, pero su gélida mirada me indicó que no debía replicar. Bufé y se lo pasé con resignación, él lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Doce millones... doce millones... me repetí en la mente para mantener la calma.
No podía evitar preguntarme si me quitó el celular porque los socios no permitían que lo usara o si lo hizo para evitar que usara el traductor. Algo dentro de mí sugirió que la última opción fue su motivación real.
Mis pensamientos se desviaron cuando la chica se detuvo en medio del pasillo y corrió unas puertas, dejando a la vista un salón privado. Me sentí un poco nervioso al ver a las cuatro personas sentadas en cojines alrededor de una mesa japonesa. Todos se pusieron de pie tan pronto nos vieron. Había dos señores pelinegros de unos sesenta años, una mujer rubia de una edad similar, y un hombre también rubio de unos 30 y tantos. Todos saludaron a Vladimir con gran respeto, y él les correspondió de la misma manera. Luego, los ojos se posaron en mí con curiosidad.
—Él es mi prometido, Dean Mackay —me presentó Vladimir, mirando hacia mí con una pequeña sonrisa. —Ellos son Marco, Mattias, Alessandra y Ángelo Ferretti —agregó señalando a cada uno. El buen italiano de Vladimir me dejó impresionado.
—Es un placer —respondí en italiano. Ellos me regresaron el saludo, luciendo un poco sorprendidos al notar que hablaba su idioma. Todos nos saludamos con dos besos en las mejillas, como era costumbre en Italia.
—Eres mucho más hermoso en persona, Dean —miré a la señora con sorpresa cuando habló. Ella me estaba mirando con gran interés, le sonreí. Era evidente que ellos habían investigado o habían visto noticias sobre mí en algún momento. No era la primera vez que escuchaba ese elogio; tal vez se debía a que en persona estaba más natural, a menudo sin maquillaje como en este momento.
—Gracias —le respondí, sin saber exactamente qué debería decir en este caso. Todos nos sentamos en los cojines alrededor de la mesa. Vladimir y yo nos sentamos juntos, con las piernas cruzadas e inevitablemente cerca el uno del otro.
Me sentía notablemente más relajado al ver que estas personas parecían buenas, lo que reforzaba la idea de que los tratos que Vladimir quería cerrar eran legítimos y de confianza. Los dos señores tenían los ojos de un cálido verde aceitunado, mientras que los de la señora eran de un marrón claro que rebozaban amabilidad. En cuanto al hombre, los suyos eran también verdes. Este último se había sentado a mi derecha y no dejaba de sonreírme de forma amigable. Aunque, supe que Vladimir no estaría conforme al ver la distancia que me separaba de la señora, a la cual debía acercarme, pero Ángelo se había apresurado a sentarse a mi lado.
—¿Y cómo se conocieron? —me preguntó el hombre con intriga, lo que hizo que Vladimir y los dos señores guardaran silencio. Todos me miraron con expectación en los ojos. Por la sonrisita soñadora de la señora y por las miradas cálidas e interesadas de todos los demás, finalmente entendí por qué Vladimir no pudo hacer esto con Ivanka... los italianos son unos románticos. Se notaba que esperaban escuchar una historia de amor, no podía siquiera imaginar a la fría Ivanka contándoles una...
—Nos conocimos en Londres cuando éramos adolescentes, y desde el primer instante en que nos vimos, tuvimos una conexión muy fuerte. Siempre supe que él era el amor de mi vida... pero, lamentablemente, perdimos el contacto durante muchos años, hasta que, por casualidad, nos reencontramos después de 18 años y supimos que era el destino. No podíamos dejarnos perder otra vez, así que aquí estamos... —expresé mirando fijamente a Vladimir. Él se quedó absorto observándome, y en ese momento, los demás desaparecieron. Ambos sabíamos que había más verdad que mentira en todo eso que dije. Él me regaló una leve sonrisa que me hizo sonrojar ligeramente. Retiré la mirada de él sintiéndome un poco avergonzado. Los Ferretti nos miraban con asombro, la señora tenía los ojos vidriosos. ¿En serio se emocionó tanto al escuchar eso?
—Qué historia tan agridulce, no puedo ni imaginar lo difícil que debió ser estar separados durante tantos años —comentó Marco. El señor pelinegro agarró la mano de Alessandra por encima de la mesa. Hubo un instante de complicidad entre ellos, donde sus miradas se llenaron de amor. Sonreí inconscientemente al verlos...
—Cada día se sintió como estar en una pesadilla sin fin... —miré rápidamente a Vladimir cuando pronunció esas palabras, él apartó un rizo de mi rostro mientras acariciaba una de mis mejillas. Me quedé mirando sus serios ojos dorados. Eso no sonó como una mentira...
—Tienen mucha suerte de haber tenido la oportunidad de reencontrarse y, por supuesto, de estar tan enamorados. Hay personas que nunca en su vida llegan a conocer qué es el verdadero amor... —desvié la mirada hacia Mattias, quien nos miraba muy complacido. Vladimir se merecía un Oscar si logró que estas personas crean que está enamorado de mí. El dinero puede sacar el actor que lleva dentro cualquiera...
—Es bueno que tengas un compañero de vida, Vladimir. Uno que te acompañe en cada paso del camino —aunque Ángelo se dirigió a Vladimir, su mirada estaba centrada solo en mí. El ruso entrelazó una mano con la mía, y asintió en respuesta. Ignoré el cosquilleo en mi estómago al sentir sus grandes dedos entre los míos y aproveché la llegada de una mesera para liberar disimuladamente mi mano antes de que me comenzara a sudar.
Después de ordenar el desayuno, me extrañó que Vladimir y los dos señores comenzaran a hablar en ruso, y poco después, Alessandra se unió a la conversación. Me esforcé por no mostrar mi descontento ante lo que consideraba algo de muy mal gusto. ¿Qué estaban discutiendo que yo no podía saber?
—¿Y tú hablas ruso? —le pregunté a Ángelo. El hombre negó lentamente. Al menos, no era el único excluido de la conversación.
—No te sientas mal, ellos siempre hacen esto —dijo señalando a los que parecían ser sus padres. Asentí comprendiéndolo por completo. Desde que llegué a este país, sé lo que se siente estar a medias en casi todas las conversaciones.
—Sé lo que sientes —respondí mientras observábamos que ni siquiera nos estaban prestando atención. Ángelo soltó una pequeña risa.
—Tu italiano es muy bueno —comentó acercándose un poco más a mí.
—Gracias. Lo estudié por unos seis o siete años y también he practicado mucho en tu país, solía ir casi todos los veranos, me encanta demasiado —le expliqué mientras una chica ponía frente a mí un jugo de fresas y frente a él, uno de naranjas. Ángelo me miró muy sorprendido y feliz, noté que todos se habían callado en el momento en que mencioné mi amor por Italia. Cuando miré alrededor, noté que tenían pequeñas sonrisas, excepto por Vladimir, quien me miraba un poco serio.
—Tenemos una hermosa casa de verano en una isla privada cerca de nuestro país. ¿Por qué no pasan allá su luna de miel? —sugirió Mattias, haciendo que toda la sangre me bajara a los pies. Todos nos miraban expectantes. Le lancé una mirada a Vladimir, tratando de transmitirle mentalmente que debía rechazar aquello. Era una locura. Él me miró y soltó un suspiro, en sus ojos vi que él tampoco querría eso.
—Nos encantaría —respondió, dejándome estupefacto. Agarré su mano por debajo de la mesa y le clavé las uñas mientras le sonreía a los demás, tratando de ocultar mi molestia.
—¡Bravissimo! Amarán la casa y las bellezas de la isla...
Dejé de escuchar lo que comenzaron a hablar al sentir mi mano humedecerse por el sudor, seguía estrangulando la de Vladimir con mucha ansiedad. ¿Cómo demonios íbamos a estar en una isla privada en una falsa luna de miel? La sonrisa un tanto forzada en el rostro de Vladimir me indicó que solo había aceptado porque quiere estar bien con los Ferretti. Espero que tenga algún plan para remediar esto antes de la boda.
Será una tortura estar en una isla con ese hombre...
Mi respiración se agitó un poco al escuchar esa voz, seguida de varios murmullos. Vladimir agarró mi mano y la apretó suavemente, provocando que mi ansiedad disminuyera casi por arte de magia y que mi mente se quedara en silencio. Lo miré con incredulidad, pero él había regresado a hablar en ruso con los demás. Solté su mano cuando trajeron el desayuno.
—¿Y en qué proyecto estás trabajando actualmente, Dean? —me preguntó Ángelo con curiosidad mientras comenzaba a servirse unas tostadas.
—Por el momento solo estoy enfocándome en la organización de la boda —mentí, sabiendo que tenía a Ilya y a Roger respirándome en el cuello para que hiciera eso. El rubio asintió.
—Será el evento más grande del año —murmuró, mirando ahora a los demás, quienes asintieron de acuerdo. Hice un esfuerzo por no fruncir el ceño. ¿Cómo que el evento más grande del año? —Todos los medios estarán hablando de eso —agregó el rubio cuando siguieron conversando, asentí sintiéndome un poco desconcertado y nervioso. Sabía que sería un gran evento, pero tal vez será más importante de lo que imaginaba.
Tomé la pajilla de mi jugo y le di un pequeño sorbo sin tener muchas ganas de desayunar. Miré alrededor mientras todos comían, di un pequeño respingo cuando me encontré con la mirada de Vladimir, él bajó los ojos a mis labios, donde todavía tenía la pajilla presionada contra estos mientras tomaba del jugo. Su inesperada atención en mi boca provocó un latido acelerado en mi pecho.
—Dean, te verías muy bien en una campaña que queremos lanzar dentro de unos meses, es de ropa de equitación —miré a Ángelo cuando me habló, sus ojos verdes me escudriñaron detenidamente.
—¡Qué bien! ¿Será con caballos? Me encantan las sesiones con caballos —le contesté con emoción. Él asintió con satisfacción.
—¿Te gustaría ver la propuesta? —preguntó tranquilo.
—Me encantaría, puedes hablar con mi representante —le respondí relajado, él asintió. La mano de Vladimir se posó en una de mis rodillas y la apretó con algo de fuerza. Sabía lo que significaba eso. Debía callarme. —¿Te doy su número? —le pregunté a Ángelo con una sonrisa, él asintió nuevamente luciendo encantado. La mano de Vladimir aumentó la presión en mi rodilla. —Disculpa, acabo de recordar que se me quedó mi teléfono, y no me sé el número de Roger de memoria —dije, fingiendo lamentarlo al recordar que Vladimir tenía mi celular y que definitivamente no me lo regresaría pronto.
—¿Te sabes el tuyo? Puedes enviarme luego el de tu representante por un mensaje —sugirió Ángelo rápidamente. Asentí con una sonrisa al verlo sacar su celular. Le dije mi número y volví a tomar del jugo mientras él me sonreía. Vladimir estaba furioso, lo sabía porque ya me estaba comenzando a doler la rodilla por tener su mano ahí apretándome con fuerza. Él le dijo algo en ruso a los demás y se puso de pie, yo también lo hice al ver que todos lo imitaron. ¿Ya nos vamos?
—Fue un gusto conocerte, Dean. Ya nos volveremos a ver pronto —Alessandra se acercó a mí diciendo aquello con amabilidad. Le sonreí y comencé a despedirme de todos.
—Ya seguiremos hablando, Vladimir —le dijo Mattias mirándolo seriamente, a lo que Vladimir asintió. Los dos caminamos hacia la puerta. Me despedí agitando ligeramente una mano al notar que ellos se quedarían. Todos me sonrieron. En cuanto cerramos la puerta y nos quedamos en el pasillo, Vladimir me fulminó con la mirada.
—Vámonos —dijo secamente mientras comenzaba a caminar agarrándome con algo de fuerza por un brazo.
—¿Qué fue lo que hice mal ahora? —le pregunté exasperado, sin entender muy bien por qué estaba tan enojado. ¿Acaso fue porque le di mi número a Ángelo? —Me estás lastimando —mascullé tratando de quitar su mano de mi brazo, él me soltó de golpe. ¿Qué rayos le pasa?
—Te dije que te enfocaras en la señora, no en el hijo —soltó con frialdad sin detenerse, resoplé.
—¿Es mi culpa que se haya sentado a mi lado? Solo fui amable con él...
—Fuiste demasiado amable —me interrumpió con brusquedad. Me detuve y lo miré, demasiado confundido. ¿Estaba celoso? Él también se detuvo y me observó. —No vas a hacer ningún proyecto con ellos, ¿me oíste? —me crucé brazos al escucharlo ordenarme eso con autoridad, arqueé una ceja.
—¿En qué parte del contrato dice que no puedo tener nuevos proyectos? —pregunté con sarcasmo, sabiendo que aquello no lo decía en ninguna parte. Vladimir se pasó una mano por el cabello y miró a ambos lados del pasillo, luego abrió una puerta y me arrastró al interior de una sala. Miré alrededor, aquí solo había una larga mesa alta con unas veinte sillas, sobre la mesa se encontraban platos, cubiertos y copas dispuestas, lo que sugería que harían una cena o algo parecido.
—Escúchame bien, no vas a trabajar con esa gente —soltó nuevamente con molestia, rodé los ojos ante su actitud posesiva.
—Solo estás celoso —respondí caminando hacia la puerta hasta que él me agarró del brazo y me giró hacia su cuerpo con brusquedad.
—Todavía no he terminado de hablar contigo —masculló entre dientes.
—Pero yo sí terminé contigo así que suéltame —le ordené mirándolo con disgusto. Su mirada sombría se posó en mis ojos.
—¿Creíste que no te diría nada después de verte coqueteándole a Ángelo en mis narices? —lo miré anonadado cuando preguntó eso apretando un poco su agarre sobre mi brazo. ¿Coqueteándole?
—Definitivamente estás loco... te repito, solo estaba siendo amable —contesté fríamente tratando de quitarme su mano de encima, pero él me pegó a su cuerpo con violencia. Mi respiración se entrecortó y un escalofrío recorrió mi espalda al ver algo ardiendo en sus ojos.
—Pues no me gusta que seas tan amable —mis mejillas ardieron al escuchar su enojado tono. Tras decir eso, los dos nos quedamos observándonos en silencio...
Tragué duro al sentir la abrumadora tensión contenida en el ambiente, era un poco sofocante. Mi cuello comenzó a doler un poco debido a que tenía que mirar hacia arriba para enfrentar sus ojos.
—Lamento que no te guste, pero así soy yo —contesté con determinación, manteniendo la frente en alto. Él resopló y se acercó aún más a mí.
—¿Y por qué conmigo no eres así? —preguntó en un susurro ronco, agarrando mi mentón con brusquedad, sin mostrar delicadeza alguna. Contuve el aliento al sentir lo calientes que estaban sus dedos. Su mirada era desafiante.
—Porque a ti te odio —respondí aquello sin dejar de verlo. Él me dedicó una media sonrisa y se acercó tanto a mi oreja, que pude sentir sus labios rozándola. No puedo más...
—Enséñame qué tanto me odias...
Tras decir eso, enterró sus dedos en mi cabello, apretándolo suavemente para luego atraerme hacia su rostro uniendo suavemente sus húmedos y calientes labios con los míos, haciéndome entreabrirlos tímidamente para corresponderle el beso bajo los escalofríos casi eléctricos que me recorrían todo el cuerpo. Al saborear el ligero toque de café en su aliento, lo suaves que eran sus carnosos labios, y lo cálida que era su saliva, el beso se tornó poco a poco en uno más desesperado. Agarré su cuello y lo pegué más a mí, abriendo la boca para que su lengua se adentrara en ella, lo cual no tardó en hacer. Mi mente estaba en blanco, solo podía dejarme llevar del ritmo marcado por sus labios y de lo extasiado que me hacía sentir. Nunca había experimentado algo tan fuerte. Era un beso que tenía el sabor de la nostalgia y el deseo reprimido después de tantos años. Inevitablemente, mis ojos se llenaron de lágrimas al sentir que estaba besando al amor de mi vida...
Él me levantó en sus brazos, obligándome a rodear su cintura con mis piernas mientras seguíamos besándonos como si el mundo entero estuviera desapareciendo a nuestro alrededor y no nos importara en lo más mínimo. Nuestras lenguas y nuestros labios se movían al unísono, compartiendo las mismas ganas. Me derretí por la excitación cuando sus manos descendieron a mi trasero y me apretaron contra su cuerpo, haciéndome sentir su gran erección. Me llevó hasta la mesa y me depositó en ella sin alejarse, posicionándose entre mis piernas. Una de sus grandes, fuertes y masculinas manos se perdió entre mis rizos, mientras que la otra recorría todo mi cuerpo, provocándome un cosquilleo y una oleada de calor en las zonas por donde pasaba. Necesitaba más de él. Algunos platos cayeron al piso y se rompieron, pero eso no nos importó. Nos besamos hasta que me alejé, soltando un pequeño gemido cuando mis pulmones gritaron por oxígeno. Todo mi cuerpo estaba tembloroso y se sentía en llamas mientras mis labios ansiaban desesperadamente el contacto con los suyos, casi como si fuese una necesidad para seguir viviendo.
—Tu boca... es tan... dulce... —susurró él con la voz entrecortada antes de volver a juntar nuestros labios en un apasionado beso. Todo mi ser palpitaba mientras nos seguíamos probando el uno al otro.
Fue el sonido de otro plato haciéndose trizas en el suelo lo que finalmente me hizo regresar a la realidad. Me separé de él y cuando nos miramos, justo en ese momento supimos que habíamos cruzado un umbral sin retorno. Mi corazón latía desbocado en mi pecho, y todo mi ser estaba eufórico mientras miraba esos ojos dorados llenos de adoración. Sabía que nunca nadie me volvería a besar como él lo hizo...
—E-Estamos d-destruyendo e-este l-lugar... —murmuré tratando de normalizar mi respiración. Él ni siquiera miró al piso, sus ardientes ojos estaban varados en mí. Mi instinto me decía que esto era peligroso, que él era peligroso... y que debía salir de esta situación lo más pronto posible...
—Al diablo con este lugar —me quedé boquiabierto cuando gruñó eso antes de comenzar a repartir besos en mi cuello mientras intentaba desabotonarme la camisa, detuve sus manos rápidamente y me eché un poco hacia atrás. Él frunció el ceño.
—Alguien puede venir... —respondí con la mirada fija en él. Lo vi soltar un profundo suspiro y apartarse de mí, recobrando la compostura. La verdad era que me sentía muy abrumado por su cercanía, y sabía que si seguíamos en este lugar, los besos no serían lo único que compartiríamos. Por más que ambos lo deseáramos intensamente, no estaba dispuesto a permitir que me tomara aquí, como si fuese un cualquiera...
—Leo está esperándote afuera, él te llevará de regreso a la casa —mi cuerpo se enfrió al escuchar su tono algo seco mientras miraba su celular. Me bajé de la mesa y traté de acercarme a él, pero su ceño fruncido me detuvo. ¿Por qué no me sorprende que haya regresado a su estado natural?
—¿Así eres tú? ¿Si no quiero tener sexo contigo vuelves a ser un idiota? —le pregunté con sarcasmo, aunque mi dolor era evidente al ver que él ni siquiera me miró. Sacudí la cabeza lentamente. —Mi celular —pedí fríamente extendiendo una mano y luchando contra las lágrimas. Él finalmente me miró, pero cuando sus ojos se quedaron fijos en mis labios, su mirada se volvió fría. Me estremecí ante lo vacíos que lucieron sus ojos cuando me pasó el celular.
Salí de allí con el corazón ligeramente adolorido, deseando alejarme lo más posible de él. Caminé rápidamente hacia el salón principal, aun sintiendo el calor y la palpitación en mis labios. Tomé mi abrigo y me lo puse apresuradamente al ver a Leo esperando junto al ascensor. Ambos entramos en silencio, y mientras las puertas se cerraban, mordí mis labios con fuerza para contener las tristes emociones que se desataban en mi interior.
Estuve completamente absorto en mis pensamientos durante todo el camino de regreso. No podía evitar tocarme los labios con una mano, reviviendo ese breve pero emocionante momento una y otra vez en mi mente.
Lo amaba demasiado... y también lo odiaba.
En cuanto llegamos a la casa, me despedí de Leo y entré rápidamente, chocando por accidente contra Viktor, quien estaba a punto de salir. Él me agarró por los hombros y me miró con una ceja arqueada.
—Disculpa —dije alejándome. Él se limitó a suspirar antes de pasar de mí y salir de la casa. Respiré profundo y seguí mi camino hacia la cocina para buscar a Mila pero me detuve en el comedor al ver a Anna jugando con Mitsy. Sonreí un poco al ver cómo mi gata movía la cola de un lado a otro mientras la niña acariciaba su lomo.
Me acerqué con prisa a la mesa al ver que todavía no se habían llevado los restos del desayuno. Mi estómago gruñó. Sin perder tiempo, me senté en la mesa, tomé un pancake y un poco de tocino. Estaba ansioso. Besar a Vladimir me había dejado confundido, triste y preocupado...
—¿No estabas en un desayuno? —giré la cabeza cuando Roger me interrogó al llegar al comedor.
—No pude comer prácticamente nada —respondí tomando también un poco de huevos revueltos. El rubio asintió luciendo confundido y se sentó a mi lado.
—Tus padres me han llamado como diez veces, dicen que no les contestas ni los mensajes... —me rasqué la nuca y saqué mi celular al oírlo. Otra vez lo había dejado en silencio.
—Los llamaré de inmediato —dije levantándome de la silla y tomándome un gran vaso de agua.
—Espera... —miré a Roger cuando murmuró eso sin dejar de examinarme de arriba abajo. Mi nerviosismo aumentó cuando sus ojos se entrecerraron. —¿Sucedió algo? —preguntó con sospecha. Suspiré, todavía me impresionaba su habilidad para darse cuenta de las cosas.
—Vladimir y yo nos besamos —murmuré, mirando alrededor. Sus ojos se abrieron de par en par, luego su ceño comenzó a fruncirse.
—¿Tú lo besaste? —preguntó horrorizado. Lo miré mal.
—Fue él quien empezó... —respondí, dejándolo completamente impactado. El rubio se veía muy preocupado. Su cara de tragedia me asustó.
—¿Y qué tipo de relación tienen ahora? —me interrogó, cruzándose de brazos. Me encogí de hombros.
—Fue solo algo de una vez, todo sigue como antes... —mascullé, sabiendo a la perfección que nada sería como antes. Roger me miró con una expresión de sarcasmo.
—Deberías tener más cuidado, y jamás olvides que no puedes confiar en Vladimir, nunca, ¿me entiendes? Él no es una buena persona —asentí con pesar cuando el rubio me susurró esas palabras con algo de alarma. Ya lo sabía.
—Te preocupas demasiado —le dije con calma mientras cargaba a Mitsy en cuanto Anna la dejó. —Por cierto, ¿tú le dijiste que Killian la tenía? —pregunté oliendo el suave pelaje de mi gata, Roger negó. —¿Entonces cómo se enteró? —murmuré para mí mismo, pero el rubio dejó caer los hombros.
—¿Y qué tal son los socios? —preguntó, cambiando rápidamente de tema.
—Son unos señores agradables, son italianos —le dije sin más, él se quedó pensativo y confundido. —Llamaré a mi madre —anuncié al recordar que debía hacerlo, Roger asintió. Le eché una última mirada antes de caminar hacia las escaleras sin soltar a Mitsy. Como pude, saqué el celular y llamé a mi mamá por videollamada.
—¡Dean, mi amor, necesito saber todos los detalles de tu compromiso con Vladimir! —sonreí en cuanto la castaña de ojos negros y cálida sonrisa que me dio a luz apareció en la pantalla. —Estás precioso, hijo —me reí un poco y entré en la habitación. Nunca entenderé por qué mi madre sigue hablándome como si fuese un niño...
—Mamá, ¿cómo estás? ¿Y papá? —le pregunté sentándome en la cama y dejando a Mitsy a un lado.
—Estoy bien, cariño. Tu padre salió a jugar golf con sus amigos —respondió ella encogiéndose de hombros, asentí levemente. —Pero hablemos de ti, ¿siempre estuviste enamorado de Vladimir? No sabía que seguían siendo amigos...
Me quedé petrificado al escuchar a mi madre decir eso con curiosidad. ¿Qué sabe ella sobre el pasado que tenía con Vladimir?
—Creo que no estoy entendiendo... ¿a qué te refieres? —pregunté saliendo de mi asombro. Ella arqueó una ceja y me miró confundida.
—Vladimir y tú llevan toda la vida conociéndose, pero creí que habían perdido el contacto... —respondió, aparentemente perdida, fruncí el ceño. ¿Celine le contó algo sobre nosotros?
—Yo no diría que llevo "toda la vida" conociéndolo. Conocí a Vladimir a los 16 y nos volvimos a reencontrar después de 18 años, mamá —dije acariciando a Mitsy cuando se frotó contra mi brazo. Mi madre se quedó boquiabierta.
—¡Esto es el destino! ¡Qué romántico que se hayan reencontrado! —exclamó con felicidad. Me rasqué la nuca sintiéndome un poco incómodo. Ella resopló tras unos segundos. —¿Y cómo que a los 16? Vladimir y tú se conocieron cuando tenías ocho años...
—¿Qué? —dije rápidamente sin entender lo que estaba diciendo, ella me miró sorprendida. —Creo que estás confundiéndolo con alguien más... —agregué riéndome un poco, ella me miró indignada. ¿Cómo sería posible que Vladimir y yo nos hubiésemos conocido de pequeños? Era algo imposible.
—Es hijo de Valentin Sokolov, ¿verdad? —asentí cuando mi madre mencionó aquello como si fuese obvio. —Entonces, no estoy equivocada. Celine y yo salimos con Valentin varias veces, y Vladimir siempre estaba con él, así que, sí, fueron amigos durante un tiempo. ¿Ninguno de ustedes dos lo recuerda? ¿Por qué crees que no te gusta que te llamen Hadriel? —cuando mi madre hizo esa última pregunta, traté de hacer memoria, ella tenía una sonrisa divertida en el rostro. Me sentí horrorizado cuando comencé a tener vagos recuerdos de mi infancia...
. . .
Mordisqueé mi bastón de caramelo mientras me balanceaba en el columpio del pequeño parque junto al restaurante. Caminé hacia la mesa en la que estaban sentadas mi madre, su mejor amiga Celine y Dylan, el cual estaba durmiendo profundamente en el regazo de su madre. Miré con atención al alto hombre que se acercó a ellas, él iba con niño pelinegro cuyo rostro no alcancé a ver porque estaba de espaldas a mí.
—Hadri, ven aquí —dijo mi mamá con una sonrisa. Me detuve frente a ella y miré con molestia a Dylan. ¿Planea quedarse durmiendo todo el día? —Ellos son Valentin y su hijo, Vladimir Sokolov —me giré hacia los desconocidos. El hombre me sonrió levemente, él se había sentado junto a la madre de Dylan. Miré al niño y fruncí el ceño al ver lo serio que estaba. Los dos tenían el mismo color de ojos, un extraño dorado parecido al color de la miel. Él ni siquiera vestía como un niño, llevaba una camisa blanca y una corbata negra, su cabello era largo y lacio, contrario a mi cabello rizado y corto, él tenía una pequeña coleta baja. Me acerqué más a mi madre al sentir un poco de temor cuando él arqueó una ceja y me miró con frialdad. —Amor, salúdalos...
—Hola... me llamo Hadriel —susurré a regañadientes. Noté la sonrisita burlona que Vladimir ni siquiera se disimuló en ocultar. Me sentí inseguro.
—¿Por qué no van a jugar un poco? —miré al hombre rubio cuando sugirió eso sonriendo un poco. Supe que era ruso al escuchar un fuerte acento, ya había oído un acento parecido en algunas películas que veía mi papá. Vladimir soltó un suspiro y lo miró fijamente, después sus ojos se dirigieron a la madre de Dylan, la cual tenía los ojos hinchados, como si hubiese estado llorando. Vladimir soltó otro suspiro y comenzó a caminar hacia los juegos del parque. Miré a mi mamá con súplica. No quería jugar con él. Me daba miedo.
—Anda, ve, te vas a divertir —me incitó mi mamá con confianza. Me rasqué la nuca y seguí al extraño pelinegro.
—¿Quieres un poco? —le pregunté a Vladimir enseñándole mi bastón de navidad, él lo miró y luego me miró a la cara con asco.
—¿Tus bacterias? No, gracias —respondió con desdén, lo miré de reojo ofendiéndome un poco. Él hablaba lento y su acento era más pronunciado que el de su padre, probablemente todavía estaba aprendiendo este idioma. Me dio risa cómo pareció decir "bacterrias", pero me contuve para no reír. No quería que se sintiera mal.
—¿Y a qué quieres jugar? —pregunté nuevamente esforzándome por ser amable. Él se sentó en uno de los columpios y me miró con atención.
—Juguemos a ver quién hace más silencio, Hadriel —contestó mencionando mi nombre con un tono algo extraño, él se quedó mirándome fijamente, era como si inspeccionara cada centímetro de mi rostro. Mis mejillas se calentaron y mi corazón se aceleró un poco.
—¿T-Tienes algún p-problema con mi nombre? Me llamo Dean Hadriel —lo encaré sin entender por qué mi corazón latía con tanta prisa al ver esos extraños ojos dorados. Vladimir miró mis mejillas por unos segundos y pareció enojarse de repente.
—Hadriel es el nombre de un ángel, así que no te pega con lo feo que eres —en cuanto dijo eso sentí mucho dolor en el pecho y mis ojos se llenaron de lágrimas. Él frunció el ceño al verme.
—Al menos no soy un amargado como tú, ruso estúpido —respondí tragándome mis lágrimas y encarándolo. Él se sorprendió, probablemente esperaba que saliera corriendo mientras lloraba, y aunque eso era lo que quería hacer, no dejaría que me intimidara. —Pareces un viejo en el cuerpo de un niño —solté cruzándome de brazos, él se sorprendió aún más y soltó una risita.
—Alégrate tú, que sí eres un niño completo, aunque más bien pareces uno en el cuerpo de un... enano, ¿cuántos tienes, cinco años? —soltó con burla levantándose del columpio y mirándome desde arriba.
—Se dice "pareces" no "parreces", ni siquiera sabes hablar bien —dije con burla, él arqueó una ceja. Ya no me importaba si se sentía mal. Es un niño muy desagradable.
—Sé hablar casi diez idiomas, niño broccoli —soltó fríamente mirando mis rizos.
Apreté los dientes con fuerza y sin pensarlo dos veces agarré de la arena a nuestros pies y se la tiré en la cara, él no tardó en abalanzarse furioso sobre mí. Comenzamos a pelear con fuerza, mordí una de sus manos antes de que me diera un puñetazo por un ojo con la otra.
—¡Eres un malnacido! —le grité mientras le mordía una oreja sintiendo mi ojo doler por el golpe.
—Tú pareces una sopa china con esos rizos —mi furia creció cuando lo oí decir eso mientras jalaba mi cabello.
—¡Niños! ¡Niños! —miré hacia mi madre cuando ella y el padre de Vladimir llegaron con prisa para separarnos, pero justo antes de eso, el puño de Vladimir impactó contra mi otro ojo...
. . .
—Vladimir me hacía bullying, ya lo recuerdo —murmuré todavía un poco impactado, mi madre se rio y asintió. ¿Cómo pude haber olvidado aquello? Gracias a él había despreciado mi segundo nombre y no dejé de planchar mi cabello cuando era adolescente porque odiaba mis rizos. Vladimir fue el creador de todas mis inseguridades. Pero, también recuerdo que solo nos vimos unas tres o cuatro veces...
—Ustedes se comenzaron a llevar mejor la última vez que se vieron antes de que ellos regresaran a Rusia. Te volviste loco y lloraste por una semana después de eso. Además, estuviste en depresión por unos seis meses —respondió mi madre con suavidad. Arqueé una ceja, sintiendo un dolor punzante en la cabeza. Tenía la sensación de que debía recordar algo más, como si algo importante hubiera ocurrido esa última vez que nos vimos, pero mi cabeza no podía hacer memoria. Quizás Vladimir sí lo sabe...
Lo que sí sabía, era que incluso desde pequeños, ese hombre me ha estado atormentando...
—Gracias, mamá. No recordaba esas cosas... —le dije aun sintiéndome desconcertado, ella sonrió.
—Estoy muy contenta de que estén juntos, la verdad es que David nunca me pareció de confianza —murmuró ella algo recelosa. Asentí, pensando en qué habrá pasado con el pelirrojo. ¿Qué le habrán hecho los hombres de Vladimir?
Estuve hablando con mi madre aproximadamente por una hora. Quería que Vladimir llegara a la casa. Deseaba preguntarle sobre esos cortos momentos que pasamos juntos en nuestra infancia, y por supuesto, si había algo más que debería estar recordando...
Aunque, por otro lado, no quería que él llegara. ¿Qué se supone que haremos después de lo que sucedió? Y, ¿por qué sigo queriendo besarlo y tocarlo aún más? Aun después de ver su frío cambio tras lo que hicimos...
Miré la hora y salí de la habitación para buscar a Roger, pero en cuanto salí a la sala de estar, logré ver a Yakov bajando las escaleras del tercer piso. El castaño me miró y se apresuró en acercarse.
—Este es el momento perfecto para que nos vayamos. El único que está en la casa es Nikolai y debe estar muy entretenido con tu amigo —soltó mirándome a los ojos. Asentí ligeramente nervioso, dudando por un segundo si esta sería una buena idea. Después de todo, Yakov seguía dándome una mala vibra...
—¿Estás seguro de que Vladimir no se enterará? —le pregunté cuando nos dirigimos a las escaleras. Él hizo una mueca y abrió la puerta de la entrada para mí.
—Ya veremos —murmuró mientras se dirigía a un elegante auto negro. Me senté en el asiento del copiloto rápidamente al sentir mis dedos helarse. —Primero iremos a la academia —anunció, abrochándose el cinturón. Sentí la emoción crecer dentro de mí, y él pareció notarlo cuando me miró, ya que sonrió un poco.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Crees que no sé a qué se dedica realmente tu familia? —le pregunté con escepticismo cuando puso el auto en marcha. Él me miró de reojo con una expresión de lástima y negó.
—Sé que no lo sabes todo, lo supe con solo ver cómo se comporta Vladimir a tu alrededor. Cualquiera que lo viera hasta diría que no es tan malo después de todo... —comentó Yakov con sarcasmo, me sorprendí. Nikolai había dicho algo parecido ayer... —Creo que mereces saber la verdad si te vas a casar con él... —añadió con seriedad, entrecerré los ojos, empezando a atar cabos sueltos. Ya lo entiendo todo. Él espera que me arrepienta de casarme con su hermano después de descubrir lo que hace...
—Lo amo, Yakov... y no creo que haya algo que pueda cambiar eso... —confesé con honestidad, el castaño suspiró.
—Veremos si seguirás diciendo eso cuando lo veas todo... —respondió cuando los guardias lo dejaron pasar sin siquiera revisar el auto; ya debían saber que era suyo.
Él estuvo conduciendo durante unos veinte minutos por un estrecho camino en medio del bosque, hasta que más adelante pudimos divisar un puesto de control de seguridad rodeado por paredes blancas idénticas a las que marcaban los límites de la propiedad en la que estaba la mansión. Los guardias permitieron que el auto pasara, y de inmediato pude vislumbrar cuatro grandes edificios blancos y numerosos jóvenes caminando por los alrededores, todos vestían de negro. Iban de un lado a otro, hablando, riendo, llevando libros en sus manos y otros parecían estar practicando combate o algo similar. Admiré con fascinación lo elegantes que eran las instalaciones.
Yakov se detuvo en un estacionamiento. Los dos salimos, recibí algunas miradas curiosas de parte de algunas personas que estaban cerca.
—Vamos —dijo el castaño caminando hacia la puerta de uno de los edificios, lo seguí.
—Hay muchos estudiantes aquí —le dije bastante sorprendido, él me miró de reojo y asintió.
—Son unos 800 —respondió con un tono vago, miré alrededor. Este lugar me recordó el instituto en el que estudié, solo que aquí, todas las paredes eran blancas, mientras que los murales informativos que colgaban de ellas, eran negros. Los dos caminamos por un pasillo, miré hacia las puertas a los lados, alcanzando a ver varias clases que se estaban desarrollando. —Esto es como un instituto normal, la diferencia es que los estudiantes también reciben una educación práctica y teórica para ser básicamente... asesinos —dijo con calma. Asentí con pesar. Eso ya lo sabía. Miré las fotos que colgaban de las paredes, eran de graduaciones anteriores. —Mira aquí... —seguí su dedo cuando señaló uno de los cuadros. Sonreí un poco al ver a Vladimir, a Dominik y al otro rubio en su graduación, los tres estaban sonriendo.
Me fijé en la inscripción de la foto, donde se leían las calificaciones finales de cada estudiante.
—Él fue el mejor de su clase... —murmuré sorprendido, Yakov rodó los ojos y asintió. Un tal Dimitri estaba en segundo lugar y Dominik de tercero, estaba unos diez puntos abajo de él. —Qué raro que Dominik no haya estado entre los dos mejores —mencioné extrañado, sabiendo que él era excepcionalmente inteligente y se destacaba en todo lo que hacía. El hombre a mi lado soltó una risita.
—Eso es porque Dominik no quiso hacer el examen final... —soltó recostándose de la pared. Lo miré sin comprenderlo. Él suspiró. —La prueba final consiste en hacer un "encargo", es como una especie de misión en la que debes eliminar a alguien. Dominik se negó a hacerlo, y como siempre fue un consentido de mi padre, aún así pudo graduarse —me explicó rápidamente. Me quedé mirando el sonriente rostro de Vladimir mientras repetía sus palabras en mi cabeza. ¿A qué edad fue que él cometió su primer homicidio?
—¿Y cómo era Vladimir cuando estudiaba aquí? —pregunté mientras seguíamos caminando. Yakov se llevó una mano a la barbilla mientras pensaba.
—Era insoportable —respondió secamente, sonreí un poco. Eso no lo dudaba ni un segundo. —Pero era único —añadió con la mirada algo perdida, me mantuve en silencio. —Vladimir instaló aquí un sistema de contrabando de drogas. Le vendía a casi todo el instituto cualquier sustancia que te puedas imaginar, cocaína, éxtasis, marihuana... de todo. Creó un sistema tan perfecto, que mi padre no se dio cuenta durante dos años. Cuando finalmente lo desmanteló, en lugar de regañarlo, como comprenderás, lo felicitó y lo convirtió en su hijo favorito... —el resentimiento era palpable en la voz del castaño, y en sus ojos negros relucía el desprecio. —Si tan solo a mí se me hubiese ocurrido hacer algo así, las cosas serían muy diferentes hoy en día... —agregó con amargura. Fruncí el ceño. Yakov tiene razón, quizás si eso se le hubiese ocurrido a alguien más, tal vez Vladimir podría haber tenido una vida distinta...
—Él tampoco quería todo esto... —murmuré. Yakov me miró con burla.
—Eres demasiado inocente si de verdad crees eso. Vladimir ha sido una mente criminal desde joven, y siempre porque él así lo quiso. Nadie lo obligaba a vender drogas aquí, tampoco necesitaba el dinero... no, Vladimir hizo eso y muchas otras cosas porque quiso... —sus palabras fueron como cortantes dagas, y me hizo sentir mal notar lo honesto que se veía. Pero eso era algo que solo el mismo Vladimir sabía, si realmente le gustaba esta vida... —¿Qué solías hacer a los 14 años, Dean? —preguntó de repente, con mucha curiosidad.
—No lo sé... ir a la escuela, salir con mis amigos... —respondí un poco desanimado, Yakov sonrió.
—Bueno, a esa edad, Vladimir ya era uno de los sicarios de élite de nuestro padre, algo que yo apenas alcancé a los 20 años, Niko y Viktor a los 19, e Ilya siempre fue una princesa consentida. Esa mujer nunca tuvo que ensuciarse las manos a pesar de que recibió la misma formación que todos nosotros —masculló con desprecio. Respiré hondo y traté de controlar la ansiedad que comenzaba a sentir.
—Ya me imaginaba todo esto, Yakov, no me sorprende —le dije fingiendo calma, él sonrió un poco.
—Este es solo el pasado, Dean. Lo que realmente importa son las cosas que verás en las oficinas, el presente y, por supuesto, el futuro...
No emití palabra alguna a pesar del escalofrío que me recorrió de arriba abajo al ver la malicia en sus ojos negros. El resto del recorrido fue bastante impresionante. La academia era enorme. Las habitaciones de los estudiantes eran de alto nivel, al igual que la comida que vi en los distintos comedores que tenían. Lo más impactante fueron las prácticas de tiros, tenían un campo exterior y una instalación interna para eso. Tuve que usar unas almohadillas protectoras en las orejas por lo fuerte que sonaban los tiros. Había estudiantes que impactaban al objetivo hasta con los ojos cerrados.
—En nuestros tiempos, las cosas no eran tan buenas como ahora. Todas las camas eran muy pequeñas, las habitaciones parecían calabozos, la comida era terrible y existían divisiones sociales como el "infierno" donde estaban todos los violadores y pervertidos recluidos... pero esas cosas cambiaron cuando Vladimir ascendió al trono —masculló el hombre con burla.
—Pero eso es bueno... —dije un poco a la defensiva, Yakov se rio.
—Claro... excepto por lo del infierno, ya no es un solo lugar en específico, ahora todo es considerado el infierno. Para Vladimir, aquí no hay espacio para los débiles, así que no hay nada que separe a los débiles de los fuertes, o a los violadores de las víctimas, no... todos están juntos, así que no tienen más opción que vivir estando alerta y convertirse en cazadores para no terminar siendo las presas —me sentí horrorizado al escuchar eso. Yakov asintió con seriedad al ver mi rostro.
—¿Y qué sucede con los que son obligados por sus padres a estar aquí y no pueden defenderse? —pregunté con preocupación. La mirada de Yakov se oscureció.
—No es muy difícil imaginar lo que les pasa. Pero tranquilo, las violaciones y los abusos ya no son tan comunes como en otros tiempos, los instructores están siempre muy pendientes de todo lo que sucede... —suspiré un poco más aliviado al oír eso. Yakov siguió caminando. Miré a los estudiantes en el pasillo. Había algunos chicos y chicas que lucían bastante indefensos. No puedo creer que a Vladimir no le importen los abusos que puedan sufrir estando aquí... —Creo que ya vimos suficiente, ¿nos vamos? —preguntó el castaño, girándose hacia mí. Asentí aun pensativo.
Lo seguí de regreso a su auto. Mi estómago gruñó, recordándome que lo que había comido en el desayuno no fue suficiente, estaba muy hambriento. Aún así, me mantuve mirando mi celular mientras Yakov conducía. Sentí náuseas al ver una noticia sobre lo que estaban diciendo de mí en un programa de televisión.
"Dean Mackay, ¿cómo es que no puede retener a ningún hombre a su lado? Definitivamente el problema debe ser él. ¿Será que es malo en la cama?". Deslicé mi dedo hacia abajo leyendo todas las cosas malas que ha dicho ese programa en específico en los últimos tres días.
"Ahora va tras el magnate ruso más codiciado de todos los tiempos. ¿Podrá mantener a este por más de tres meses?". Suspiré con pesadez y le mandé las noticias a Vladimir con un frío "Salir contigo seguirá ensuciando aún más mi nombre". Aunque sabía que aquello no era su culpa, era más bien de los idiotas con los que me he topado y de los entrometidos medios de comunicación, como si ellos no hicieran las mismas cosas que yo, pero en privado. Arrugué la nariz al ver que Vladimir no tenía ninguna foto de perfil.
Levanté la vista cuando llegamos a las mismas oficinas que Viktor me había mostrado hace unos días. Yakov se estacionó y salió del auto tras mirarme, lo seguí.
—Ya he visto este lugar... —le dije con calma. Él se rio por lo bajo y entró en el edificio. Le sonreí a la recepcionista, ella me regresó la sonrisa antes de que entráramos al ascensor.
Me quedé anonadado cuando Yakov marcó una serie de números en el ascensor, el cual, comenzó a bajar a pesar de que el tablero no mostraba ningún piso subterráneo...
—Hay tres pisos hacia abajo. Desde afuera del ascensor, parece que está subiendo, pero en realidad estamos bajando —me explicó él con una sonrisa. No pude disimular mi sorpresa.
Cuando las puertas se abrieron me quedé paralizado al ver a unas doce personas en lo que parecía ser una sala de juegos enorme. Todos lucían muy distintos a los que trabajaban arriba. Iban vestidos de manera informal, parecían cerebritos adictos a los videojuegos. Cuando salimos, todos nos miraron por apenas unos segundos antes de seguir concentrados en sus computadoras. Miré alrededor, en el centro había una enorme mesa negra, a los costados estaban dispuestos dos sofás de colores, neveras llenas de refrescos y botanas, en el fondo se veían pequeñas oficinas con paredes de cristal, pero en lugar de escritorios y sillas de trabajo, parecían zonas de juegos individuales. Había una mesa de billar, otra de ping-pong sobre mesa y una especie de mini cine...
—¿Qué es este lugar? —le pregunté en un susurro a Yakov al ver las pantallas que colgaban del techo y que mostraban distintas sumas de dinero, todas superaban los ocho dígitos.
—¡Hola, chicos! —los saludó el castaño, todos le regresaron el saludo en inglés sin siquiera verlo. Parecían zombies concentrados en lo que hacían. —Estos son los hackers de tu prometido, aunque parezcan vagabundos recogidos de la calle, te aseguro que son más ricos que tú —soltó Yakov, recibiendo unas cuantas miradas de desagrado cuando escucharon cómo los había llamado. Los miré con sorpresa.
—¿Y qué hackean? —lo interrogué un poco nervioso. Él envolvió uno de mis rizos en sus dedos, lo aparté con un manotazo sacándole una sonrisa.
—La pregunta correcta es, ¿qué no hackean? —contestó acercándose a ellos. —¿Sabes por qué mucha gente le tiene miedo a Vladimir? No es por temor a ser asesinados, no... es por miedo a lo que él sabe, miedo a la información, a los secretos que mi hermano parece tener de todo el mundo, y eso es gracias, a estos chicos —murmuró él para que solo yo lo escuchara, asentí muy impresionado. Todos se veían con un rango de edad entre los 17 y los 35. —También son los que se encargan de mover algunos de sus fondos a cuentas inrastreables en las islas Caimán, también de mantener sus sistemas de seguridad, y básicamente de darle todo lo que pida y necesite... —murmuró mirando hacia la computadora de uno de los chicos con una mueca, los miré otra vez. Casi todos estaban cubiertos con mantas y escuchaban música mientras trabajaban. —Vamos... —dijo Yakov tras unos segundos, lo seguí sintiéndome aún más incómodo que antes. —Se ven inofensivos, pero son terribles... —me susurró el castaño mirando con desagrado a los demás.
—Ya me imaginaba esto también... —contesté, todavía intentando mantener mi falsa fachada de calma, Yakov asintió con sarcasmo. Obviamente no me creía nada.
—Ahora viene lo mejor... ¿qué opinas de las guerras, Dean? —esa pregunta me agarró desprevenido, él me miraba con seriedad.
—Las guerras... —repetí confirmando que había escuchado bien, él asintió. —Son terribles, siempre muere mucha gente inocente por los intereses de grupos egoístas... —respondí con el ceño fruncido, él asintió luciendo muy complacido con mi respuesta.
—Estamos de acuerdo en eso... —contestó cuando las puertas se abrieron. Al ver más allá a Alice y a los dos gemelos de ayer, Yakov soltó una maldición y presionó con rapidez el botón del ascensor, pero fue muy tarde porque los tres nos miraron con sorpresa antes de que las puertas volvieran a cerrarse. —Mierda, pensé que no estarían aquí... —soltó con molestia. Me preocupé. Era obvio que ellos le avisarían a Vladimir que estábamos aquí. —Esos tres son los perros falderos de Vladimir, así que él no tardará en llamarnos para que regresemos... —murmuró cuando la puerta se abrió en el tercer piso subterráneo. Los dos salimos.
Miré con asombro los interminables pasillos blancos que se extendían a ambos lados, cada uno con varias puertas negras. Al frente, solo había una oficina detrás de una pared de cristal.
—¿Qué hacen Alice y los gemelos, y que hay en todas esas puertas? —pregunté con curiosidad. Yakov se pasó una mano por el cabello, lucía preocupado.
—Alice es la peor perra de todas, cuídate de ella. Después de Nikolai, ella es quien controla todo cuando Vladimir no está o está muy ocupado. El gemelo rubio se encarga del tráfico de armas y del lavado del dinero, y el castaño controla a los hackers y el tráfico de las drogas...
Mi boca nunca se había abierto tanto al escuchar finalmente una confirmación de uno de los Sokolov de lo que hacían. Yakov me miró con burla.
—¿Y qué hacen Viktor e Ilya? —pregunté en un hilo de voz.
—Viktor vive en su mundo de libros la mayor parte del tiempo, y el restante se lo dedica a las empresas que están arriba al igual que Ilya —me explicó señalando hacia arriba, asentí un poco mareado. —Pensé que ya sabías todo eso. No tengo tiempo para decirte cuántos años de prisión conlleva cada delito, pero ya viste lo que hace tu futuro esposo, y entenderás, que si él llega a caer algún día, todos seremos arrastrados con él, incluso tú, aunque seas inocente, lo cual ya no eres, ya que ahora sabes todo esto y no lo vas a denunciar por lo mucho que lo amas. Aunque, claro, podrías elegir no casarte con él y alejarte de toda esta mierda en caso de que explote... —dijo Yakov rápidamente dejando a relucir la satisfacción que le causaba tenerme en esta situación. Me relamí los labios con nerviosismo. Estaba asustado. Mentiría si no dijera que ver todo esto me había aterrorizado. Y el temblor en mis manos me estaba delatando... —Ven a ver —mis ojos siguieron a Yakov cuando comenzó a caminar hacia uno de los pasillos. —Al final de cada piso hay un ascensor que lleva a un estacionamiento subterráneo, ahí es donde deben estacionarse los que trabajan aquí abajo, y claro, por allí también se saca cierta mercancía...
Me cubrí la boca al ver la montaña de dólares que había tras una de las puertas. Todos estaban muy ordenados. Fácilmente podría haber unos setenta o cien millones...
—Dios mío... —murmuré estupefacto. —¿Es real? —le pregunté acercándome.
—Es falso, está aquí esperando a ser lavado —respondió él agarrando un fajo. Agarré uno y lo miré fijamente. Lucía exactamente como un billete real.
—¿Y cómo lo lavan? —le pregunté mientras lo olía, negué lentamente. Incluso el olor era como el auténtico.
—No estoy muy seguro de cuáles son los métodos de Vladimir, pero supongo que una gran parte lo blanquea a través de los casinos que tiene y de las inversiones ficticias que hace —dejé el billete en su lugar cuando Yakov habló. Esto era muy serio...
—¿Cómo es que el FBI todavía no está detrás de él? —pregunté asustado. Yakov negó lentamente. ¿Cómo es posible que Vladimir pueda salir tranquilamente a la calle cuando está haciendo todas estas cosas?
—Vladimir es un maestro, pero no lo sé, quizás sí están detrás de él, por eso no puedes confiar nunca en nadie que se te acerque y te pregunte por él o por la familia a la que ahora perteneces —la seriedad en sus ojos aumentó mi nerviosismo. Él se acercó y me miró fijamente. —¿Ahora lo comprendes? Si te casas con él, tienes que aceptar todo esto...
Mi corazón latía con fuerza. Yakov no tenía ni idea de que ya no tenía opción de retractarme debido al contrato que firmé...
—También está el tema de las armas, dijiste que no te gustan las guerras... bueno, tu prometido se hace más rico a base de ellas al contrabandear armas en las zonas de guerra...
—Voy a vomitar... —dije dejando de escucharlo y luchando contra las arcadas. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas.
—Aquí hay un baño, ven —lo dejé guiarme. En cuanto entré, cerré la puerta y vomité lo poco que había comido hace unas horas.
Mis ojos estaban llenos de lágrimas. Tenía mucho miedo. Temía por mí, por mi futuro... y por el de todas esas vidas arrebatadas en las que él tuvo una participación ya sea directa o indirecta. No pude evitarlo y comencé a llorar y a maldecir el día en el que conocí a ese hombre.
—Debemos irnos, Dean... —me limpié las mejillas al escuchar a Yakov al otro lado de la puerta.
—Ya voy —contesté jalando la cadena. Me lavé las manos y salí de allí, él me miró con lástima.
—En serio lamento que hayas tenido que enterarte de esto...
—Ya lo sabía, Yakov, es solo que verlo... me impactó un poco —le corté rápidamente el rollo. Él me observó en silencio por unos segundos y asintió. Lo seguí en automático hacia el ascensor. Seguía con ganas de vomitar y de llorar.
—Dean, te irás conmigo —levanté la cabeza del piso al escuchar a Leo cuando regresamos al lobby. Él miraba a Yakov con molestia, el castaño me miró y asintió.
—Ve con él —respondió mirando a los dos hombres detrás de Leo, quienes lo observaban con hostilidad.
—¿Qué va a pasar contigo? —le pregunté al ver cómo se le acercaron a cada lado, Yakov se rio.
—No te preocupes por mí —respondió fingiendo calma. Apreté los dientes al notar que sí había un poco de temor en sus ojos.
—¿Dónde está Vladimir? —interrogué a Leo cuando me abrió la puerta del lobby.
—Está en una reunión —en cuanto respondió eso, saqué mi celular y lo llamé, pero él no contestó. —Sé que esto no es asunto mío, pero debes saber que Yakov es un embustero, siempre exagera las cosas a su conveniencia... —me sorprendí cuando Leo dijo aquello. Él nunca decía nada más allá de lo necesario.
—No creo que haya mentido en las cosas que me dijo —respondí subiéndome en el vehículo, él suspiró.
Nos mantuvimos en silencio durante todo el camino hacia la casa. A pesar de que le dije a Yakov que ya sabía todo eso, la verdad era que mi percepción de Vladimir había cambiado... ahora sí sentía un poco de temor hacia él...
En cuanto llegamos, salí rápidamente y subí las escaleras sin hablar con nadie. Saqué a mi gata de la habitación que compartía con Vladimir, y me dirigí hacia la que solía ser mi habitación cuando recién había llegado. Me tiré en la cama y lloré tendidamente por haberme enamorado de una persona tan terrible...
. . .
Abrí los ojos y me reincorporé en la cama mientras bostezaba. Miré la hora, eran casi las ocho de la noche. Fruncí el ceño al ver todos los mensajes que tenía de Roger, preguntando que dónde me había metido. Le contesté y acaricié a Mitsy, quien se acercó ronroneando.
—Te hemos estado buscando por casi dos horas —miré hacia la puerta cuando Roger entró regañándome. Me encogí de hombros. —Aquí hay un rumor de que saliste con Yakov, ¿eso es cierto? —asentí cuando el rubio se sentó a mi lado, sus ojos azules me miraron como si estuviese loco.
—Disculpa, pero él insistió en llevarme solo a mí, y si te lo decía, sabía que me dirías que no debía ir... —me disculpé con él mientras me levantaba de la cama. Roger entrecerró los ojos.
—He sido suave contigo porque sé que estás pasando por muchas cosas en este momento, pero, ¿cómo se te ocurrió irte con ese hombre? ¿Lo has visto bien? ¡Él odia a su propio hermano! Y se ve capaz de hacer cualquier cosa para fastidiarlo, quién sabe lo que pudo haberte hecho y nosotros aquí sin saber absolutamente nada de ti... —recibí sus enojadas palabras sin quejarme. Sabía que tenía razón. Fue arriesgado salir con Yakov, pero definitivamente había valido la pena.
—¿No quieres saber todo lo que me dijo y me mostró? —le pregunté cruzándome de brazos. Él soltó un suspiro y me miró con interés.
—Suéltalo —dijo a regañadientes. Me senté a su lado y comencé a contarle todo...
Roger no se sorprendió en lo absoluto cuando le dije todo lo que había aprendido hoy sobre los Sokolov, ya parecía estar esperando aquello o algo peor.
—Solo me sorprende que tengan las oficinas en el mismo edificio. Nunca imaginé que estaban literalmente bajo nuestros pies cuando fuimos juntos... —respondió él, muy impresionado, asentí. Ya comprendía por qué los guardias y el gemelo rubio se molestaron con Alice por estacionarse al frente de las oficinas, era porque el parqueo que le correspondía estaba bajo tierra.
—Lo queramos o no, ya somos cómplices de todo esto —le dije al rubio con pesar, él hizo una mueca. —¿Vladimir está aquí? —le pregunté. Quería hablar con él. Le diría que yo convencí a Yakov de mostrarme todo. No quería que se metiera en problemas aunque sé perfectamente que sus intenciones no fueron puras al darme aquel recorrido. Él quería que yo no me casara con su hermano...
—No. En la tarde tenían que ir juntos a un restaurante pero ninguno de los dos apareció, ¿qué te parece? —soltó Roger con una sonrisa sarcástica, podía ver en sus ojos que estaba enojado y confundido, me rasqué la nuca.
—Disculpa, no me sentía bien —me disculpé nuevamente. Él se sobó las sienes y caminó hacia la puerta.
—Mañana vendrá Daniela para cortarte el cabello y ya es hora de que elijas los detalles de la boda, Ilya está volviéndose loca —asentí con pesar cuando dijo eso. Lo seguí fuera de la habitación, Mitsy nos siguió.
—Puedes decirle que podemos hacerlo mañana —respondí resignándome. Sabía que tendría que hacerlo sin Vladimir, él ya dejó claro que no consideraba que eso fuera tan importante como para hacer un espacio en su apretada agenda. —¿Sabes dónde está Vladimir? —le pregunté al rubio, él negó lentamente.
—Esta mañana solo vino como por cinco minutos y se fue... —respondió con duda.
—Iré un rato a la biblioteca —murmuré al verlo dirigirse hacia las escaleras, él asintió.
¿Será que Vladimir está evitándome? Me parecía extraño que no estuviese aquí discutiéndome por haber salido con Yakov, y por lo que vi, tampoco contestó los mensajes que le escribí esta mañana sobre las noticias malas que un programa estaba difundiendo.
En cuanto entré en la biblioteca, me arrepentí al ver a Viktor agachado, buscando un libro en uno de los estantes. Él levantó la vista y me miró.
—Creí que no había nadie, no te vi... —dije con incomodidad mientras miraba las portadas de algunos libros.
—No te preocupes, ya me iba —respondió, levantándose. No dije nada cuando caminó hacia la puerta, pero lo miré con atención cuando se detuvo y se giró hacia mí. —Quería disculparme contigo por las cosas que te dije ayer, no soy así... dejé que el enojo hablara por mí... —dijo con seriedad, me quedé sorprendido ya que no esperaba eso. Le sonreí un poco. No es como que ayer haya dicho alguna mentira...
—No es nada... solo espero que tú puedas perdonarme... —respondí acercándome a él. Me sonrió un poco y tras asentir fríamente se retiró de la biblioteca. Me quedé mirándolo mientras se alejaba. ¿Qué se supone que significa eso? Aunque que me hablara y se disculpara sin mostrarme desprecio ya era un progreso...
Permanecí en la biblioteca durante varias horas leyendo, hasta que Mila vino a buscarme para que bajara a cenar. Observé a la chica con curiosidad durante toda la cena. Parecía muy amable y me transmitía buenas sensaciones, sin embargo, Mitsy parecía no soportarla. Sonreí un poco al ver que mi gata estaba en el regazo de Ilya.
—Dean, mañana iremos a mi casa. Allá tengo todas las muestras de telas y colores que los diseñadores me entregaron con cada propuesta de decoración —miré a la pelinegra con confusión cuando dijo eso emocionada.
—¿Tu casa? —pregunté sin entenderlo, ella soltó una risita.
—Sí, está cerca de aquí, en este mismo terreno. Aquí solo viven Vladimir, Niko y Viktor. Al igual que Yakov, yo solo paso algunos días aquí —me explicó ella mientras acariciaba a Mitsy. Asentí al comprenderlo. Al estar casada, supongo que querría más privacidad...
Yakov y Vladimir eran los únicos que no estaban en la mesa. Lo que me pareció un poco sospechoso. Niko no dejaba de mirarme con atención, parecía ligeramente nervioso, como si esperaba que mi actitud cambiara después de haber visto y sabido lo que sé...
Miré a Viktor. Él solo me dedicó unas cuantas miradas disimuladas mientras conversaba con Antón. Cuando nos retiramos de la mesa, subí a buscar un libro y me quedé en la sala de música leyendo y observando hacia los ventanales de vez en cuando. ¿Dónde estaba Vladimir? Me pregunté con el pasar de las horas.
Al ver a Leo en el exterior, dejé el libro a un lado y salí al porche. Él me sonrió levemente.
—Leo, ¿sabes dónde está Vladimir? —le pregunté mirándolo fijamente mientras sentía el frío atravesar mi camisa como si no tuviese nada puesto.
—Probablemente vendrá más tarde —respondió el castaño mirando la hora. Arqueé una ceja. Era casi media noche.
—¿Dónde está? —lo interrogué cruzándome de brazos. Él me miró con algo de incomodidad y nerviosismo.
—No tengo permitido dar información sobre el paradero del jefe en ningún momento, lo siento, Dean —lo miré indignado cuando dijo aquello.
—Soy su prometido, creo que merezco saber dónde está —contesté un poco irritado debido al frío, él se encogió de hombros y negó. Fruncí el ceño. —¿Está torturando a Yakov? ¿Es eso? —pregunté, yendo directamente al grano. Leo se quedó callado. —Quiero que me lleves con él —dije ahora con decisión, pero el hombre negó rotundamente.
—¿Por qué no intentas llamarlo? —sugirió casi suplicándome que me detuviera, mirándome con una expresión preocupada. Abrí la boca con sorpresa y dolor al pensar en dónde podría estar.
—¿Está con alguien más? —quise saber en un hilo de voz. Leo suspiró y mantuvo el silencio. ¿Está con Ivanka? —Ese maldito mujeriego... —susurré con pesar y decepción.
—Leo, si Dean te pide que lo lleves con su prometido, lo haces sin cuestionar —miramos hacia atrás cuando Nikolai llegó diciendo aquello, el rubio estaba mirando a Leo seriamente. Noté que traía mi abrigo en sus manos.
—Sí, señor, discúlpeme, traeré el auto —respondió el castaño caminando hacia el jeep con prisa. Miré a Nikolai con sorpresa.
—Si él está con alguien más, entonces no quiero ir —le dije bajando la voz. El rubio me sonrió levemente.
—Ve, Dean —contestó, pasándome el abrigo. Lo tomé un poco extrañado y me lo puse. Cuando Leo se detuvo a nuestro lado, abrí la puerta con inseguridad y entré. Niko agitó suavemente una mano antes de regresar a la casa.
Miré al frente mientras escuchaba la música rusa que puso Leo mientras conducía con agilidad por el casi congelado camino. ¿Qué estará haciendo Vladimir? ¿Se molestará cuando me vea? ¿De verdad está torturando a Yakov? Supe que no se sorprendería cuando Leo habló por teléfono con alguien sin dejar de mirarme de reojo. Era evidente que estaba informándole a Vladimir que íbamos hacia donde estaba...
Después de unos cinco minutos de viaje, miré confundido a dónde habíamos llegado. Negué con incredulidad al comprender dónde estábamos al ver sillas eléctricas subir una montaña a través de un cable.
—¿Está esquiando? ¿A esta hora? —pregunté impactado viendo que ya había pasado de las 12.
—Le gusta hacerlo de noche —respondió Leo saliendo del auto. Lo seguí cuando caminó hacia una pequeña caseta en la cual estaba una chica casi durmiéndose. Ella se sobresaltó al vernos. Ellos hablaron en ruso y la chica me sonrió un poco antes hacerme una señal para que la siguiera. Esto es una locura...
Había enormes postes de luz que iluminaban toda la montaña, pero a pesar de ello, los alrededores del bosque estaban completamente oscuros. No había absolutamente nadie más esquiando.
—Oh, no. No voy a esquiar —le dije a la chica al verla pasarme unos lentes, unos esquís y unos guantes. Leo arqueó una ceja.
—Si quieres hablar con él, tienes que subir, y la única forma de bajar es esquiando —me respondió él con tranquilidad. Resoplé y me puse todo el equipo. Cuando me senté en la silla, me puse los lentes en el cabello mientras la chica me pasaba los dos bastones de esquiar.
No sabía esquiar muy bien, solo lo había hecho unas dos veces en mi vida. Pero si tenía que hacerlo solo para bajar, entonces no habría problema. El frío viento azotó mi rostro cuando la silla comenzó a elevarse. Vladimir estaba loco. ¿Cómo podía esquiar un día después de una tormenta tan fuerte?
Aunque debía decir que la vista a esta hora era hermosa. La noche estaba llena de estrellas, y el cielo lucía despejado.
Cuando llegué a la cima, me dejé caer y solté un quejido cuando caí de cara a la nieve al perder el equilibrio por los esquís en mis pies. Al escuchar una conocida risa, levanté el rostro y seguí el sonido. Vladimir se levantó de un banco en el que había estado sentado y esquió hacia mí, mirándome con burla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó levantándome por la cintura al ver que me costaba ponerme de pie. Lo miré con molestia, notando su expresión curiosa.
—Creí que estabas torturando a Yakov... —murmuré, mirando ahora hacia la mortal bajada llena de obstáculos al otro lado de la montaña. Él resopló.
—¿Se divirtieron en su tour? —lo miré cuando preguntó eso fríamente.
—Bastante —respondí con sarcasmo, él me fulminó con la mirada. Mantuve mi mirada en la suya hasta que mis ojos descendieron a sus labios, lo que me hizo sentir nervioso. Cuando levanté la vista de nuevo, lo encontré mirando fijamente mi boca.
—¿Ahora sí me tienes miedo? —preguntó, acercándose un poco más. Intenté retroceder, pero casi me caigo hasta que él me agarró por las caderas.
—No me toques —le ordené, sintiendo un revuelo en el estómago. Él soltó una risita y levantó las manos. —Creí que sabía quién eras, pero ver todo eso... eres peor de lo que imaginé —afirmé viendo su rostro iluminado por la luz de la luna. Él sonrió con un poco de amargura. —Las armas, el lavado de dinero, lo que haces en la academia, todo es tan...
—Es tan... —me instó a que terminara la oración mientras me quitaba los lentes del cabello, liberando mis rizos y mirándome con atención.
—Tan despreciable —terminé diciendo. Él soltó un suspiro y sin decir nada más, me puso los lentes en los ojos mientras yo fruncía el ceño. —¿Qué haces? —le pregunté, mirándolo confundido. Él me sonrió de lado y me agarró por la cintura, levantando mis pies del suelo antes de plantar un suave y cálido beso en mis labios. Luego me bajó y comenzó a esquiar hacia la empinada bajada con obstáculos, dejándome impactado. —¡¿Crees que puedes besarme cuando se te dé la maldita gana?! —le grité con fuerza.
—¡No te escuché! ¡Ven y dímelo aquí! —gritó en respuesta mientras comenzaba a bajar. Gruñí con rabia y lo seguí con lentitud, temiendo caerme.
Me frustró ver lo lejos que iba, así que tomé impulso con los bastones y solté un grito cuando comencé a deslizarme rápidamente por la nieve, sin poder controlarlo.
—¡Vladimir! —llamé a ese imbécil con terror cuando intenté frenar pero seguía bajando demasiado rápido. Me quedé boquiabierto al verlo más allá subiendo por una de las rampas y dando una voltereta en el aire. Sin duda debía estar haciendo esto desde que comenzó a hablar...
—¡Tienes que relajarte! —me gritó desde donde estaba. No podía tranquilizarme, tenía ya la imagen en mi cabeza de que me caería y rodaría por toda la montaña. Vladimir ralentizó el paso, alcanzándome.
—M-Me voy a m-matar —afirmé esquivando los obstáculos a duras penas con ayuda de los bastones.
—No lo estás haciendo tan mal —soltó él con burla. Lo hubiese mirado mal si no tuviera tanto miedo de apartar la vista del frente. —Estás muy tenso, si clavas los bastones con mucha fuerza, entonces sí te vas a caer —abrí la boca con indignación al escuchar sus alentadoras palabras. Traté de relajarme e imaginar que era como el patinaje sobre hielo, algo en lo que sí era bueno.
Cuando comencé a sentir confianza, no pude evitar una rampa a tiempo y grité mientras me elevaba en el aire, para luego caer sentado en la nieve. Hice una mueca de dolor al sentir el impacto en mi trasero. Vladimir se detuvo a mi lado, reprimiendo la risa.
—Esto es demasiado difícil para un inglés como tú, no te preocupes, es normal —soltó descaradamente, mirándome con arrogancia. Me levanté con el ceño fruncido.
—Estoy fuera de práctica, eso es todo —respondí quitándome la nieve de encima. Me quedé sorprendido cuando él se quitó el gorro que traía y me lo puso, cubriendo mis orejas heladas y parte de mi cabello.
—¿Quieres otra ronda? Si quieres te puedo cargar en lo que resta del camino —dijo con un tono burlón. Resoplé, sintiendo la nariz un poco caliente. Sus ojos dorados parecían casi brillar en la noche, me aclaré la garganta y miré al frente. El final de la montaña ni siquiera se podía ver.
—Solo obser... —los labios de Vladimir me interrumpieron cuando él me besó y mordió mi labio inferior, dejándome con el corazón acelerado. Luego se separó y comenzó a esquiar de nuevo, lo miré con enojo mientras sentía mariposas en todo el cuerpo. ¿Qué rayos pasa con ese hombre?
—No recordaba que tus labios fueran tan dulces, creo que ya me hice adicto... —soltó desde la distancia. Mi rostro se encendió por completo al oírlo decir eso.
—Espero que lo hayas disfrutado, porque esa fue la última vez que los vas a probar —respondí siguiéndolo de cerca. Él se rio un poco de una forma bastante sospechosa. Sentí un escalofrío.
Respiré hondo, inhalando el aire frío y sintiendo cómo mi cuerpo se relajaba al sentirlo llenar mis pulmones. Me deslicé un poco mejor esta vez al tener a Vladimir considerablemente lejos de mí, sin que me pusiera nervioso. Comencé a divertirme cuando se me hizo más fácil ir de un lado a otro con ayuda de los bastones. Miré la brillante nieve y luego al cielo. Creo que ya comprendía por qué le gustaba hacer esto de noche. Solo estábamos los dos aquí y el paisaje era impresionante...
Casi suelto un silbido al verlo saltar un obstáculo. Él no dejaba de mirar hacia atrás de vez en cuando, rodé los ojos. Debe estar esperando a que me caiga.
—Oye, por aquí no salen osos o algo así, ¿verdad? —le pregunté, mirando con inseguridad hacia los pinos. Él se rio y disminuyó la velocidad para alcanzarme.
—Claro que sí —su respuesta tranquila hizo que mis piernas temblaran un poco. —Ahí viene una curva, ve más lento —me dijo señalando hacia adelante, lo miré con el ceño fruncido.
—¿Cómo rayos se va más lento? —le pregunté con terror al ver que la curva estaba a pocos pasos.
—Presiona la parte delantera de los esquís contra la nieve —me explicó rápidamente. Hice una mueca de horror al ver que no me salía bien y todavía iba muy rápido. Vladimir negó lentamente y se acercó más a mí. Abrí la boca con sorpresa cuando me agarró con agilidad por la cintura y me cargó sin siquiera tambalearse, me abracé a su cuerpo con horror cuando se adentró en la gran curva. Cerré los ojos esperando el impacto...
Los abrí nuevamente al sentir su pecho vibrando un poco por su risa. Miré hacia adelante, ya se podía ver el pie de la montaña.
—Ya puedes bajarme —le dije con un poco de incomodidad, pero él mantuvo las manos en mi cintura mientras aumentaba la velocidad. Miré su rostro mientras el viento nos azotaba con fuerza, él me miró de reojo y después sonrió un poco dejándome embobado, recosté mi cabeza de su pecho mientras miraba los pinos que pasábamos velozmente. Deseé que este momento nunca acabara...
Pero en cuanto él se detuvo, me bajé rápidamente y me alejé para que no notase nada extraño en mis ojos.
—Vamos, estoy estacionado más allá —dijo mientras comenzaba a caminar. Lo seguí, evitando su mirada.
Cuando llegamos a la caseta que había de este lado de la montaña, me quité los esquís y también le entregué los guantes y los bastones al chico de este lado. Luego seguí a Vladimir hacia el estacionamiento. Noté que él llevaba sus esquís en las manos. Él me abrió la puerta antes de dejarlos en la cajuela del jeep en el que andaba.
—¿Y bien, Dean? ¿Qué piensas hacer ahora que sabes toda esa información que te dio Yakov? —me sorprendió que dijera eso con seriedad en cuanto entró al auto y cerró la puerta. Miré la hora en la pantalla del vehículo. Era la 1:26 a.m.
—¿Acaso hay algo que pueda hacer? —le pregunté con ironía, sabiendo que el contrato no me dejaba escapar de él... y no solo el contrato...
Él me miró de reojo y sonrió levemente como si hubiese esperado escuchar algo así. Me mordí el labio inferior y lo miré fijamente.
—Aunque puedes dejarme ir... claro, firmando un nuevo contrato en el que diga que no puedo hablar con nadie sobre lo que sé... —solté solo para ver cuál era su reacción, él arqueó una ceja.
—No puedo hacer eso —contestó con un tono algo frío. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
—¿No puedes o no quieres? —le pregunté bajando la voz, él frunció el ceño.
—Dean. Ya mis socios te conocieron y medio mundo cree que estamos juntos, no puedo dejarte ir... —su respuesta me decepcionó. Me quedé mirando hacia afuera con un poco de desánimo. Me hice el adormilado y recosté mi cabeza del cristal solo para no seguir hablando con él.
En cuanto llegamos a la casa tras un viaje en silencio, salí del auto sin esperarlo y entré. Todo estaba a oscuras, exceptuando las luces de unos paneles pegados a las paredes. Subí las escaleras hasta el tercer nivel y me dirigí hacia la habitación en la que había pasado la tarde.
Me tiré en la cama y me quedé con la cara entre las almohadas deseando que al menos una de ellas tuviese el olor del perfume de Vladimir...
—¿Qué crees que haces aquí? —giré la cabeza al escuchar al susodicho en la puerta. Él me estaba mirando con una ceja arqueada y los brazos cruzados.
—Hoy dormiré aquí, ¿o es que no puedo? —pregunté sarcásticamente.
—No, no puedes —contestó automáticamente con molestia. Me levanté de la cama y asesinándolo con la mirada, salí de la habitación. Él me siguió.
Le pedí paciencia a Dios cuando entré en nuestra habitación mientras me quitaba el gorro y el abrigo. Caminé hacia el closet mientras me desabotonaba la camisa con fastidio. Vladimir entró y sin mirarme, tomó algo de ropa de su lado y salió del closet. Me puse un pijama y salí a la habitación encontrándolo cambiándose la ropa por una de dormir. Rodé los ojos cuando me miró y me metí en la cama dándole la espalda.
—Buenas noches —dijo él con calma mientras apagaba la luz tras meterse en la cama. No respondí al recordar que había otras cosas que quería preguntarle.
—¿No te importa lo que les pueda pasar a los chicos más débiles en tu academia? No todo el mundo es capaz de defenderse... —mencioné pensando otra vez en esos chicos que había visto.
—¿Qué te dijo Yakov? —preguntó él. Lo escuché cambiar de posición, pero seguí dándole la espalda.
—Dijo que los violadores están entre todos los demás o algo así —murmuré, todavía un poco horrorizado. —Aunque también dijo que ya no hay tantas violaciones, pero aún así, no creo que los chicos que hacen o hicieron eso deberían siquiera seguir en la academia... —dije dándome la vuelta. Tragué duro al ver que estaba mirándome.
—No ha habido ningún caso de violación en los últimos doce años, no desde que me encargué de darle un castigo apropiado al último que hizo eso, aparte de una expulsión, claro... —respondió dejándome sorprendido. Él arqueó una ceja. Me sentí más aliviado al oírlo.
—¿Viste el mensaje que te escribí esta mañana? —le pregunté al recordar que ni siquiera me contestó, él asintió. Lo miré expectante esperando que dijese algo.
—Ya borraron las noticias sobre ti y no volverán a hacerlo, no si saben lo que les conviene —murmuró bostezando, sonreí un poco.
—Gracias —respondí en un susurro, sus ojos dorados me miraron por unos segundos antes de cerrarse. —Una última cosa, ¿por qué no me dijiste que nos conocimos cuando éramos niños? —le pregunté con confusión. Él abrió los ojos y me miró sorprendido.
—¿Lo recordaste? —preguntó arqueando una ceja.
—Mi madre lo mencionó y recordé la primera vez que nos vimos —dije tranquilo.
El atisbo de decepción que alcancé a ver en sus ojos antes de que se enfriaran me confirmaba que sí había olvidado algo muy importante. Pero, ¿qué podría ser?
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