Mío
Ivanka
Tras haber perdido mi virginidad a los catorce años con Vladimir Sokolov, creí ingenuamente que todo en adelante marcharía sobre ruedas. Pensaba que con el tiempo él se enamoraría de mí, nos casaríamos y tendríamos hermosos hijos. Además de estar con el hombre que amaba, cumpliría con el propósito que mi familia me había impuesto; ser la esposa del líder de los Sokolov. Sin embargo, la realidad rara vez se ajusta a lo que uno espera...
Mi padre no podía siquiera verme a la cara después de que Vladimir se casara con otra persona. La opinión de mi familia no me importaba demasiado; para ellos, nunca había sido algo más que un medio para fortalecer la alianza con los mafiosos más influyentes de toda Rusia. Aun así, me sentía como una fracasada con el corazón roto, porque yo sí me enamoré de Vladimir. Lo hice desde la primera vez que me miró a los ojos cuando apenas éramos niños.
Cuando era una inocente chica, estaba encantada con la idea de que me casaría con él, pero a medida que fui viendo cómo era su verdadera personalidad, esa ilusión se desmoronó. Vladimir siempre había sido frío, burlón y desinteresado. Solo buscaba sexo, algo que pudiese entretenerlo por un rato, y una sola chica o chico no era suficiente para él. A pesar de todo, fue inevitable caer rendida ante él, como tantas otras que lo han conocido.
Siempre nos trató a todas por igual; sabíamos que no éramos las únicas en su vida. Acepté la idea de que, incluso si nos casábamos, él seguiría teniendo amantes. Sin embargo, ahora me resultaba insoportable la idea de ser una de esas amantes mientras otro hombre recibía el crédito de ser su esposo. Era irritante, pero el amor que sentía me impedía alejarme de él o estar con alguien más. Nadie podría satisfacerme como él lo hacía, literalmente. No vuelves a ser la misma persona tras haber tenido sexo con un hombre así...
Estaba nerviosa; cada vez que estaba a solas con él, mis nervios se disparaban. Él me observaba con impaciencia e interrogación, así que me recompuse rápidamente y le sonreí. Esta noche le diría algo que podría cambiarlo todo.
—¿Y bien? ¿Qué es eso tan importante? —preguntó sin siquiera mirar a su alrededor. Apenas había llegado y ya parecía apurado por irse. ¿Tiene prisa por regresar con ese idiota? En cuanto una de las sirvientas me dijo que regresaron de su luna de miel, no dudé en escribirle a Vladimir, cegada por los celos y la envidia, y esperanzada de que las cosas no hubieran salido bien entre ellos.
Debería haber sido yo quien caminara hacia él en el altar. Él me había dicho que la relación entre ellos sería solo una fachada, pero eso obviamente cambió de un instante a otro, y no pasó mucho tiempo antes de que me echara de su casa en cuanto el patético y débil Dean Mackay se sintió amenazado por mí.
—Creo que sería mejor que te sentaras primero —dije con suavidad, señalando el sofá que estaba a pocos pasos de nosotros, pero él soltó un suspiro pesado y no se movió ni un centímetro, sus ojos estaban fijos en mí con una mezcla de impaciencia y desdén, como si yo no fuese lo suficientemente importante o interesante como para tener su tiempo.
—Tengo muchas cosas que hacer, Ivanka, así que habla rápido —contestó con una indiferencia que sentí como una puñalada en el pecho. Su tono frío y distante me hizo apretar los labios para contener la ira y la tristeza que escocía dentro de mí. Yo he estado a su lado durante todos estos años, apoyándolo siempre. Merecía un mejor trato de su parte.
Aun así, me tragué mis emociones, respiré hondo y caminé hacia la mesa de centro de la sala. Tomé la pequeña caja blanca que estaba sobre ella, mis manos temblaban ligeramente al hacerlo y, por apenas un milisegundo, dudé de seguir adelante con esto. Tragué saliva, tratando de armarme de valor, y decidí que si no hacía esto, entonces él se alejaría para siempre de mí.
—Estoy embarazada —dije con firmeza tras sacar la prueba positiva de la caja, sosteniéndole la fría y lacerante mirada que me dirigió. Él se quedó en silencio, sin sorprenderse, sin siquiera pestañear, solo observándome con esa imperturbable calma que siempre me había irritado.
Tragué duro. Esta mentira podría salirme cara, pero ya había pensado en todo lo que haría para convencerlo de que llevaba un hijo suyo. Mi mejor amiga, Darhlenys, estaba embarazada y me había hecho el favor de hacer la prueba por mí. Vladimir y yo nunca hemos tenido sexo sin protección, pero los accidentes podrían ocurrir.
Él sonrió un poco, pero era una sonrisa relajada que me caló los huesos. Luego soltó un suspiro y asintió. Yo seguía tensa, esperando alguna reacción que me indicara qué estaba pensando. ¿No va a decir nada?
Lo observé sacar su celular, y todavía con esa sonrisa burlona en su rostro, se lo llevó a la oreja.
—Ve a una farmacia y tráeme cinco pruebas de embarazo —se limitó a decir sin dejar de mirarme. Sabía que hablaba con Abraham, al igual que sabía que haría eso y que no aceptaría mi palabra como prueba suficiente. Traté de no lucir nerviosa o insegura y me senté en el sofá, aguardando la llegada de su perro faldero. Vladimir se mantuvo de brazos cruzados, recostado descuidadamente de una pared. Apreté las manos en puños al ver que no lucía ni siquiera un poco preocupado.
—¿No te harás cargo de tu propio hijo? —pregunté en un susurro, mirándolo con una indignación fingida. Él resopló y ni siquiera se molestó en contestarme, pero su expresión de molestia me decía que debía callarme y no provocarlo.
El silencio en la habitación se hizo más pesado con cada segundo que pasaba. Finalmente, tras lo que parecieron horas, escuchamos el sonido del timbre. Vladimir fue a abrir, dejando ver a Abraham, quien apareció con una pequeña bolsa de papel en la mano. Arqueé una ceja, aunque la tensión y la incomodidad me hicieron sentir que pasó mucho tiempo, realmente él no había tardado ni diez minutos en traer las pruebas, lo que era sospechosamente rápido.
—¿Tenemos un príncipe heredero en camino? —preguntó el pelinegro con diversión, a lo que Vladimir se rio un poco y le quitó la bolsa. Disimulé mis ganas de maldecirlo. Era obvio que yo no era la primera en intentar usar esta mentira con él. Abraham debía tener una caja llena de pruebas en su auto, eso explicaría por qué no tardó tanto.
—Adelante —dijo Vladimir, mirándome con ojos serios mientras me pasaba las cinco cajas que sacó de la bolsa. Tomé las pruebas y caminé hacia el baño, echándole un vistazo a Abraham, quien estaba recostado de la puerta, mirándome con burla, como si supiera perfectamente que todo esto no era más que un humillante intento por mantener a Vladimir a mi lado.
Entré al baño con esas dos penetrantes miradas clavadas en mi nuca. En cuanto cerré la puerta, me giré y miré hacia el estante donde había puesto un frasco con la orina de Darhlenys. Estoy segura de que las otras mujeres no habían pensado en esto. Mi plan era hacerle creer que estaba embarazada, y así él no podría abandonarme a mi suerte por un tiempo. Cuando se descuidara, tendría sexo con él sin protección o perforaría un preservativo para quedar embarazada de verdad. Era un plan maestro con el que también lograría vengarme de Dean. Sé que quedará destrozado cuando pierda a Vladimir en apenas un pestañeo.
—Te haré compañía —solté un grito cuando iba a tomar el frasco y la puerta se abrió de repente.
Vladimir me miró, sonriendo, y luego sus ojos recorrieron el baño hasta fijarse en el estante donde había colocado el frasco. Agradecí haber usado uno verde opaco. Mi cuerpo comenzó a temblar al verlo plantarse en la puerta, mirándome ahora con una intensidad amenazante, como si estuviese a punto de matarme. Sentí que la respiración me fallaba. Él lo sabía. Algo me decía que él comprendía lo que había estado a punto de hacer.
—¿No se molestará tu esposo si me ves desnuda? —pregunté en un susurro seductor, abandonando de inmediato la idea de tomar el frasco y agarrando en cambio el dobladillo de mi camisón para quitármelo. Vladimir pareció pensarlo por un momento y luego asintió, haciéndome detener.
—Abraham, ven aquí —me quedé petrificada cuando llamó a Abraham tras abrir un poco la puerta. En cuanto el otro pelinegro apareció en el umbral, fruncí el ceño, sintiendo la humillación crecer dentro de mí. —No le quites el ojo de encima —le ordenó sin dejar de mirarme. Abrí la boca con indignación para replicar, pero la mirada que me lanzó me dejó sin habla.
¿Qué rayos significa esto? ¿De verdad se irá por lo que dije? ¿Vladimir Sokolov?
Supe que era en serio y no una broma cuando Vladimir salió y Abraham se acercó, disfrutando visiblemente de la situación. Él se colocó en la puerta como un centinela, cruzando los brazos.
—No tenemos toda la noche, Ivanka, apúrate —dijo rodando los ojos. Me relamí los labios con molestia y mis celos crecieron a niveles alarmantes. ¿En serio Vladimir le será fiel a su esposo? ¿Por qué? Me hice mil preguntas mientras sacaba cada prueba de su empaque. Mi plan estaba arruinado; no contaba con que querrían verme haciendo las pruebas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, impidiéndome ver bien. No resistí y me eché a llorar.
—T-Tienes q-que ayudarme, A-Abraham... —le supliqué, sin importarme lo patética que debía lucir ahora mismo frente a él. Me limpié los ojos solo para ver la mirada indiferente del pelinegro. —S-Sabes que no p-puedo volver a m-mi familia...
—Ivanka, siempre supiste que no eras nada para él y aún así te quedaste, no puedo ayudarte en lo que sea que estés pensando hacer —contestó sin inmutarse. Sorbí fuertemente por la nariz y asentí. Abraham era igual de desgraciado que Vladimir, por eso se entendían tan bien.
Bajo su mirada celeste, oriné en cada una de las pruebas y las alineé en el borde del lavabo, esperando los resultados. Cuando todas mostraron una sola línea, Abraham las vio y las tomó. Caí de rodillas al piso, sintiendo que mi mundo se derrumbaba.
—Mi último consejo para ti es que te olvides de él. Ama a su esposo más de lo que tú o yo podamos imaginar —levanté la vista al oír tal cosa. Abraham me miraba seriamente, sin ningún rastro de lástima o empatía.
—Vladimir Sokolov no ama a nadie... —le recordé con renovada furia tras haber escuchado aquello. Él me sonrió con una expresión burlona.
—¿No te has enterado, querida? Existe una excepción a esa regla —contestó antes de cerrar la puerta, dejándome sola con mis lágrimas.
Lloré, lloré con fuerza, sintiendo cómo cada sollozo me desgarraba por dentro. Tras unos segundos, me levanté del piso, impulsada por el odio. El fracaso me quemaba por dentro, pero no podía permitir que esto fuera el final. Regresé a la sala justo cuando se iban a marchar. Vladimir me miró sin una sola pizca de afecto o compasión. Me odiaba tanto a mí misma por amarlo con locura, aún cuando solo veía desprecio en su expresión.
—Escuché que los Rinaldi vienen a Rusia, sabes que me vas a necesitar —dije con tanta calma y frialdad que me sorprendí a mí misma. Vladimir arqueó una ceja y Abraham me miró con los ojos entrecerrados, cómo si estuviese preguntándose qué planeaba ahora.
—¿Por qué lo haría? —preguntó Vladimir con la misma calma. Sonreí, aunque mi corazón latía con fuerza.
—Soy la que mejor se lleva con Lorenzo. Se podría decir que tengo cierta influencia en él —respondí, recordando las veces en las que había interactuado con el italiano, quien había quedado completamente embobado con mi belleza. Vladimir soltó una risita que no me agradó, y sentí que me estaba leyendo la mente al ver algo de burla en sus ojos.
—No creo que tus servicios vayan a ser necesarios, Ivanka. Dale mis saludos a tu padre —contestó, echándome una última mirada antes de abrir la puerta y salir de mi apartamento y de mi vida. Mi corazón se rompió mientras veía su espalda. Abraham me lanzó una mirada de "te lo dije" antes de seguirlo.
Me llevé una mano al pecho, queriendo arrancarme la piel con un cuchillo, como si aquello fuese a liberarme del dolor que sentía. Grité, tiré de mi cabello y lloré como nunca.
Vladimir se arrepentirá de esto. No permitiré que me deseche tan fácilmente. Encontraré una manera de mostrarle que está cometiendo un error al quererme fuera de su vida...
Abraham
Observé a Vladimir desmontarse del vehículo y dirigirse a la entrada del edificio sin siquiera reparar en las miradas extrañadas que le dirigían algunos empleados que se encontraban en el estacionamiento. Seguro se preguntaban qué demonios estaba haciendo aquí en lugar de estar de luna de miel, donde estaría si no hubiera decidido casarse con alguien tan impredecible como Dean Mackay, quien aún no parece comprender la magnitud de su situación. Solo eso explicaría por qué puso su vida en peligro al escapar de la isla. Tal vez es muy pronto para que entienda seriamente que ahora es el foco de todas las miradas, que nuestros enemigos acechan como lobos hambrientos, esperando el momento oportuno para clavarle los colmillos.
Salí del auto y me apoyé de una de las puertas, sacando un cigarrillo para ver si aquello alejaba el sueño que tenía. No he dormido nada desde que tomé un inesperado vuelo a Italia, siguiéndole los pasos a David. Definitivamente no esperé terminar de vuelta en casa tras tanto tiempo. Sorbí por la nariz el helado aire mientras accionaba el encendedor. Di una calada y observé mi alrededor. Mis sentidos estaban relajados, mi cuerpo ya no estaba en alerta desde que entramos en nuestro territorio. Sin embargo, me sentía un poco herido por la falta de confianza de Vladimir. ¿Acaso creyó que lo juzgaría si me contaba sobre Dean? No me consideraba homofóbico, ni siquiera me he detenido a pensar en si me importa que existan parejas homosexuales o no, simplemente me daba igual. Sé que no soy su mejor amigo, pero Vladimir y yo nos conocemos desde que apenas estábamos comenzado a hablar, he estado a su lado la mayor parte de su vida. Entonces, ¿por qué no pudo confiar en mí como lo había hecho con el arrogante de Leo?
Mi buen humor se desvaneció en cuanto pensé en él. Leonardo Ivanovich, quien había sido mi compañero de armas por más de 17 años hasta que hace cinco años, repentinamente se le comenzaron a subir los humos a la cabeza y terminó alejándose de mí casi como si yo tuviese la peste. Poco después de su cambio, Vladimir me mandó a Estados Unidos a encargarme del orden de algunos negocios allá, por lo que no había visto a Leo más que unas dos veces en estos años.
Hace unas horas, su expresión de sorpresa me causó gracia; parecía muy impactado cuando me vio en Italia sin previo aviso. Aunque disfruté su desconcierto, no podía esperar a regresar a Denver. Al menos allí, yo era quien daba las órdenes y no tenía que vivir bajo la sombra del hombre conocido como "el mejor guardaespaldas de Rusia". Já.
Resoplé y arrojé el cigarro aún encendido sobre la nieve. Tras observar cómo se apagaba, caminé hacia las oficinas, metiéndome las manos en los bolsillos del abrigo.
—Chantal —saludé a la recepcionista con una sonrisa ladeada. Ella dio un respingo al levantar la vista de su teléfono y verme; su rostro no tardó en enrojecer, lo que amplió mi sonrisa.
—A-Abraham, ¿c-cómo estás? —se apresuró a hablar cuando caminé hacia el ascensor. Me detuve mientras presionaba el botón.
—No me quejo —contesté muy tranquilo, observando cómo los números en la pantalla iban descendiendo hasta que finalmente se abrieron las puertas. La rubia soltó una risa tímida mientras me miraba; le guiñé un ojo y entré al ascensor.
Introduje el código que me llevaría a los pisos subterráneos y esperé pacientemente, observando mi reflejo en el espejo del fondo. Me sacudí los restos de nieve en mi cabello negro y me fijé en lo liso que seguía a pesar de la humedad del exterior. Sonreí un poco al recordar a mi hermana menor, cuyo cabello rebelde se transformaba en una esponja en cuanto salía de la casa. Miré mis ojos azules y esbocé una mueca. Realmente no tenía de qué quejarme; había sido bastante agraciado por la naturaleza. Pensé en esto mientras miraba mis cejas y mi perfilada nariz.
—Y gracias a mí también —murmuré, bajando la vista a mi cuerpo. Me había matado en el gimnasio durante años... solo para ser siempre considerado el número dos. Aparté la amargura de mi mente y me enfoqué en el presente cuando las puertas se abrieron en el nivel más profundo.
Desde mi posición, podía ver claramente la reunión que se desarrollaba en el despacho de Vladimir. Las paredes de cristal me permitían ver a Alice, a los gemelos y a Leo. Casi al unísono, todos dirigieron sus miradas hacia mí. Les dediqué mi sonrisa más socarrona. Leo fue el primero en mostrarme su fastidio antes de volver a clavar sus ojos en Vladimir. Ignoré la punzada de tensión que se instaló en mi pecho y entré en la oficina.
—Sí que te tomaste tu tiempo para llegar —comentó Vladimir con un tono algo sarcástico. Me encogí de hombros y me senté en el único asiento disponible, junto a Luka. Él me dedicó una leve sonrisa, a la que no correspondí, pero revolví un poco más su ya desordenado cabello. —Como les decía, no pueden descuidar la supervisión de los casinos en Tulum... —mis pensamientos se desconectaron por un momento al notar que Leo era el único que permanecía de pie. No pude evitar observar detenidamente a ese soberbio hombre que siempre parecía acaparar toda la atención y los honores entre todos los guardaespaldas. Era casi una cabeza más alto que yo, su cabello cobrizo oscuro, casi chocolate, era su rasgo más distintivo. Claro, dejando de lado la aterradora e intimidante mirada de sus ojos marrones y su cuerpo esbelto y musculoso, cubierto de tatuajes que permanecían ocultos bajo las capas de ropa que el clima de nuestra adorada ciudad nos obligaba a llevar. En ese momento, me miró y una de sus cejas se arqueó ligeramente mientras la interrogación brillaba en su expresión. Casi pude escuchar su: "¿Qué diablos me ves?".
—La cara de estúpido que traes —articulé lentamente. Supe que comprendió el mensaje cuando su ceño se frunció y su atención volvió a Vladimir. Me reí un poco y miré también al jefe.
—... y tú, Abraham, vas a ser quien cuide de Hadriel a partir de ahora... —mis ojos se abrieron al máximo cuando escuché esas palabras. Leo estaba tan descolocado como yo y observaba a Vladimir como si hubiera hablado otro idioma, pero el pelinegro mantenía su seria y fría mirada fija en mí. Me recuperé de la sorpresa y asentí firmemente.
—Lo haré —dije, sintiendo el estómago algo inquieto por los nervios. Vladimir me miró por unos segundos más y luego asintió. Mi corazón latía con prisa, pero mantuve la compostura. Este es el trabajo más importante que me ha asignado. Que él confiara en mí para la seguridad del amor de su vida era... algo perturbador.
Los ojos de todos estaban fijos en mí, evaluando mi reacción. Cada uno de ellos sabía lo que significaba esto. No solo era un voto de confianza de Vladimir, sino también una prueba de mi capacidad y lealtad. Inspiré profundamente, dejando que el aire llenara mis pulmones y traté de calmar el torbellino de emociones que se agitaba dentro de mí. No podía fallar en esto.
Mis nervios se fueron transformando en felicidad al darme cuenta de que, después de tantos años, había logrado quitarle algo a Leo. Lo miré y vi que estaba tenso como nunca antes, y en sus ojos había mucha molestia. Se notaba que quería reprochar la orden, pero claramente no se atrevería a llevarle la contraria a Vladimir. Le sonreí, ganándome una mirada fulminante de su parte. Parece que no habrá vuelo de regreso a Denver para mí.
—Y tú, Leo... hay algo más que quiero que hagas —terminó diciendo Vladimir. El énfasis que puso al pronunciar su nombre dejó claro que quería que los demás nos marcháramos. Me levanté de un tirón con una renovada alegría y estiré mis brazos un poco.
—Me adelantaré, veré que todo esté en orden en la casa —dije, mirando únicamente a Vladimir. Él se masajeó las sienes un poco y asintió antes de revisar su celular. Su expresión cambió por completo al iluminarse la pantalla. Una sonrisa apareció en su rostro por unos segundos, y todos arqueamos una ceja al verlo reírse un poco.
—Espérame, no tardaré —me dijo antes de apagar el celular nuevamente. Asentí y caminé hacia la puerta, seguido por los demás, excepto por Leo, quien me lanzó una última mirada molesta. Le respondí con una sonrisa triunfante y me dirigí al ascensor.
—Abraham ha vuelto, bebés —les dije a Alice y a los gemelos. Los tres rodaron los ojos.
—La paz había durado mucho —soltó la peliazul con algo de malicia. Fingí que me dolieron sus palabras, pero luego pasé un brazo por sus hombros cuando entramos al elevador.
—¿De qué color quieres las rosas en tu corona fúnebre si le llega a pasar algo a Mackay? —la pregunta seria de Sergei me hizo sonreír un poco.
—No me subestimes tanto, Ser. Dean no es mafioso, así que será sencillo cui...
—Gran error —me interrumpió Luka, juntando las cejas con preocupación. Lo miré expectante mientras las puertas se abrían para dejarnos salir. —Dean es el punto más débil que tenemos ahora mismo. Todos irán a por él, y dudo mucho que siquiera sepa lanzar un buen golpe... así que, un solo rasguño en su rostro de porcelana, y Vladimir te va a castrar.
Mantuve el silencio tras las palabras de Luka. Alice palmeó mi hombro como si me estuviera consolando, y los tres se alejaron de mí, cuchicheando y riéndose entre ellos. Suspiré y salí de las oficinas sin devolverle la sonrisa a Chantal.
Entré en el auto y lo encendí. Mis ojos se perdieron en la oscuridad de la noche hasta que decidí poner algo de música. Comencé a cantar con fuerza mientras esperaba la llegada de Vladimir. Los minutos se hicieron eternos hasta que las puertas de cristal finalmente se abrieron, pero quien salió fue Leo. Me miró directamente a los ojos, visiblemente airado. Su molestia me causaba gracia y un poco de asombro. ¿Realmente le molestaba tanto que yo fuera a reemplazarlo?
Sin previo aviso, él caminó hacia mí con una actitud desafiante. Entrecerré los ojos y salí del auto para enfrentarlo.
—Esto es un error —soltó en cuanto llegó frente a mí. Me crucé de brazos y lo miré, sorprendido.
—¿El qué exactamente? ¿Que me hayan dado tu trabajo? ¿Tan celoso estás? —pregunté con un poco de desafío. Él soltó una pequeña risa sin gracia y se acercó más a mí. No retrocedí hasta que lo tuve a pocos centímetros de distancia, el calor de su cuerpo me abrumó y un extraño escalofrío me obligó a dar dos pasos atrás.
—¿Eso es lo que crees? ¿Que estoy celoso? —preguntó cruzándose de brazos, como si tratara de intimidarme. Mi irritación solo creció mas. —Esto no es Estados Unidos y Dean Mackay no es cualquier persona...
—Parece que estos años te han hecho olvidar que yo tampoco soy cualquier guardaespaldas —lo interrumpí antes de que pudiera seguir hablando. Su mirada se oscureció aún más, pero no me inmuté. Empecé a formularme ideas extrañas en la cabeza. Su reacción no era normal. Es un arrogante, pero uno que suele acatar las órdenes sin cuestionarlas. Esto era inesperado viniendo de él. —Si sigues así, comenzaré a creer que le has cogido demasiado cariño al esposo de Vladimir... —solté finalmente, escrutándolo con la mirada. Mis palabras solo lograron que alzara una ceja y soltara una risa baja.
—Cuidado con lo que insinúas, Abraham. Las palabras pueden salirte muy caras —ignoré su advertencia y me di la vuelta para buscar una nueva caja de cigarrillos en el auto, al darme cuenta de que no me quedaban en los bolsillos.
—No estoy insinuando nada, pero tampoco sería tan raro si lo hiciera. Es decir, sé que también tienes esos gustos... —murmuré distraídamente mientras me inclinaba para buscar en el compartimento entre los asientos delanteros. De repente, me quedé petrificado al sentir el cuerpo de Leo justo detrás de mí.
—¿De cuáles gustos hablas? —su voz sonó ronca mientras algo duro rozaba mi trasero. Sin temor a equivocarme, podía jurar que se trataba de su miembro. Me di la vuelta rápidamente y él se alejó. Un silencio incómodo se instaló entre nosotros mientras yo observaba su semblante relajado y divertido. ¿Le hace gracia esto?
—¿Qué demonios fue eso? —exigí saber, casi en un gruñido, sintiendo el corazón latir con demasiada fuerza. Pero él solo se rió un poco y comenzó a alejarse, como si incomodarme hubiese sido su único propósito, ahora cumplido, claro.
—No sé de qué hablas —contestó mientras caminaba hacia su auto. Iba a decirle algo más, pero Vladimir salió del edificio, distrayéndome de lo que acababa de ocurrir.
Me subí al auto, sintiéndome en el aire. Estaba muy confundido. ¿Habré alucinado lo que pasó? ¿O Leo literalmente me pegó su miembro al culo? ¿Se habrá ofendido por lo que dije? Pero, sobre todo, ¿qué lo habrá excitado para que tuviese esa gran erección?
Miré en su dirección nuevamente, pero él ya había arrancado en su auto, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Solté un suspiro y me acomodé en el asiento, justo cuando Vladimir se acercó. El viaje fue silencioso; pude sentir la mirada de mi jefe sobre mí unas pocas veces. Lo normal sería que yo estuviese hablando hasta por los codos, pero estaba demasiado desconcertado.
—¿Sucedió algo con Leo?
Mi cuerpo se tensó al escuchar su pregunta, justo cuando estaba aparcando el auto frente a la gran puerta de la mansión.
—¿Qué va a suceder? Solo está celoso de que yo vaya a cuidar a Dean —contesté, tratando de sonar convincente, aunque en mi interior no estaba seguro de que esa fuera la verdadera razón. La risita que soltó Vladimir solo me confirmó que definitivamente ese no era el caso. ¿Qué me están ocultando esos dos? —Vladimir, ¿hay algo que debería saber y que no me estén contando? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque la inquietud era evidente en mi voz. Él me miró con una mezcla de sorpresa y diversión.
—Hay muchas cosas que no sabes y que es mejor que sigan así por ahora —respondió con un tono misterioso antes de abrir la puerta de su lado y bajar del auto, dejándome con más preguntas que respuestas. —Confío en ti, Abraham. Sé que lo harás bien —dijo inesperadamente mientras se inclinaba hacia el cristal, arrancándome una sonrisa. La sinceridad y el respeto que vi en sus ojos me hizo sentir orgulloso. Solo los que conocíamos bien a Vladimir Sokolov sabíamos que era mucho más que el despiadado líder que muchos creían. —Tu trabajo comienza en unos días, no tienes que quedarte aquí —añadió con calma. Asentí, sabiendo que querían un poco de privacidad después del fiasco de su luna de miel. Unos días libres me vendrán bien para ponerme al día con todo lo que ha estado sucediendo.
—Buenas noches, señor Sokolov —le dije. Él levantó una mano en señal de despedida sin girarse hacia mí mientras se dirigía a la puerta tras la que se encontraba su esposo. Sonreí ligeramente. Estaba feliz por él. No hizo falta ser la persona más observadora del mundo para notar la soledad que lo había acompañado durante tantos años. Por eso, sentía aun más fuerte el peso de la responsabilidad de proteger a Dean. Lo haría aunque me costase la vida.
Conduje hacia la casa de los guardaespaldas, la cual no estaba tan lejos de la mansión principal. En la vasta propiedad de los Sokolov, además de la casa familiar, se encontraba la residencia de los guardaespaldas, la casa de Ilya y otra casa más alejada para las sirvientas y los conserjes. Todas estas edificaciones estaban a una distancia de unos diez minutos en auto entre sí. Las farolas a lo largo del camino me permitían ver claramente, aunque el viento exterior parecía hacerse más fuerte con cada minuto que pasaba. ¿Se avecina una tormenta? Me pregunté cuando avisté la residencia más adelante.
La residencia de los guardaespaldas se trataba de una gran casa de dos pisos con un ático. La misma poseía ocho habitaciones. Aquí solo vivían los guardaespaldas más cercanos a los Sokolov, unos quince sin contarme. Los demás vivían en sus propias casas con sus familias en la ciudad y solo estaban presentes cuando algún miembro de la familia salía o en alguna ocasión especial. Abrí la cochera y me estacioné junto a todos los demás vehículos.
En cuanto me bajé, un fuerte aroma a carne asada me invadió las fosas nasales, haciéndome tragar duro al sentir la boca hecha agua. No perdí ni un segundo y caminé con prisa hacia la cocina, pasando de largo a todos los que estaban reunidos en la sala alrededor de unos controles de videojuegos y una enorme pantalla de televisión.
—Eh, Abraham, juguemos un poco antes de que te marches —dijo Martin casi con súplica, haciéndome detener. Le sonreí.
—¿No lo sabes? Vine para quedarme —contesté, llamando la atención de todos los demás, quienes me miraron boquiabiertos.
—¿Terminó tu exilio? —preguntó Larissa asombrada, sacándole una risita a los otros y haciéndome poner los ojos en blanco. Los miré a todos con desdén.
—Me encargaron cuidar de Dean —mencioné vagamente, interrumpiendo por segunda vez las ruidosas voces de todos. Disfruté por un momento de sus caras de incredulidad pura.
—¿Y qué hay de Leo? —preguntó Jillian mientras salía de la cocina con una bandeja repleta de carne ya cocinada. Me aclaré la garganta con incomodidad. El estómago se me cerró y, al ver esa jugosa carne, solo sentí náuseas.
—Debe estar llorando en algún rincón, no me importa —contesté, sacándome la camiseta al sentir calor de repente. Me dirigí a las escaleras mientras todos seguían chismeando sobre mi nueva obligación. —¿Dónde pusieron mis cosas? —le pregunté a Mathias, quien se encontraba sentado en el pasillo, fuera de su habitación, leyendo un libro. Él me miró extrañado.
—Sigues teniendo la misma habitación de antes, es el único lugar libre —mascullé una maldición al oírlo, comenzando a negar, provocando curiosidad en sus ojos cafés.
Por un momento había olvidado que antes de irme hace cinco años, compartía cuarto con Leo. No puedo estar en la misma habitación que él, no después de que se comportara como un acosador sexual. Miré hacia la derecha y observé la escalera al fondo que llevaba al ático, y efectivamente, delante de ella se encontraba mi maleta.
—Cambiemos —le sugerí rápidamente a Mathias, pero él alzó las cejas y negó con desaprobación.
—Es casi una tradición que la izquierda y la derecha del señor Sokolov compartan habitación. Y me siento muy cómodo donde estoy... así que, si me disculpas, quiero seguir leyendo —contestó secamente antes de bajar la mirada a su libro, dando por terminada la conversación. Resoplé y caminé hacia la habitación. Ya era hora de que cambiaran algunas reglas en esta casa. Si Leo era la mano derecha y quien guiaba a todos los guardias, al menos debería tener una habitación para él solo, y yo, por supuesto, no me opondría a aquello.
Al llegar frente a la escalera que llevaba al ático, la cual era la habitación más grande de toda la casa, dejé caer los hombros con resignación, aceptando que nadie querría cambiar conmigo. No solo por esa supuesta tradición, sino también porque, ¿quién querría dormir con Leo cerca? La mayoría le tenían un respeto que rozaba el miedo. Así que, sin más, tomé mi maleta y subí los escalones.
Mi atención se centró en el panel de seguridad en la puerta e introduje la clave que recordaba, preguntándome si Leo no la habría cambiado en los últimos años. Me sorprendí un poco cuando la puerta se desbloqueó. Al entrar, las luces se encendieron y sentí una oleada de nostalgia al mirar alrededor, pero rápidamente aquella sensación fue reemplazada por incomodidad al ver lo diferente que lucía todo. Leo no desaprovechó el tiempo...
Lo primero que noté fue que mi cama había desaparecido. Solo había una enorme cama con sábanas grises en medio de la habitación. A la izquierda, había un librero y, junto a este, un escritorio. Al otro lado, estaba el baño y el closet. Observé el enorme ventanal que tenía un asiento del tamaño de un pequeño sofá. El dolor de cabeza que sentí fue inmenso. Este lugar parecía el piso de algún soltero.
Respiré hondo varias veces y dejé mi maleta a un lado. Necesitaba una ducha; habían pasado más de veinticuatro horas desde la última vez que el agua tocó mi cuerpo. Entré al baño. El espacio era amplio y bien iluminado, con una ducha de vidrio en una esquina. Encendí el agua caliente y dejé que el vapor llenara todo. Me saqué el resto de la ropa y entré bajo el agua tibia. Con el pasar de los minutos, la cabeza dejó de dolerme y el cansancio del viaje se disipó un poco.
Después de la ducha, me sentí más relajado. Me envolví en una toalla y regresé a la habitación. Toda mi relajación se fue al carajo al encontrar a Leo acostado descuidadamente sobre la cama. Él apartó la mirada de su celular por un momento y pareció escanearme sutilmente de arriba abajo. Otra persona no lo habría notado, pero yo sí lo hice. Me tensé y sentí que la toalla anudada en mis caderas no era suficiente tela. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, ardientes de algo que no identifiqué, un calor extraño me recorrió el cuerpo, hasta que una pequeña sonrisa apareció en sus labios y volvió su atención al teléfono. Salí de aquel trance y caminé hacia mi maleta.
—¿Dónde está mi cama? —me animé a preguntar mientras buscaba entre mi ropa.
—Creí que no regresarías más, así que pedí que la sacaran de aquí —su respuesta tan seria me hizo mirarlo con enojo, pero él ni siquiera me observaba.
—¿Cuándo lo hiciste? ¿Dos horas después de que me fuera? —pregunté sarcásticamente mientras tomaba un pijama y ropa interior de la maleta.
—Cuatro años y tres meses después —contestó con frialdad.
Ignoré sus palabras y caminé hacia el baño para vestirme. Esta vez, pude sentir su mirada clavada en mi espalda, pero mi cuerpo estaba rígido, así que no me giré hacia él. Cerré la puerta y dejé escapar un suspiro. Me vestí rápidamente, tratando de sacudirme la incomodidad que Leo me había provocado.
Al salir del baño, me planté frente a él con los brazos cruzados. No me miró.
—¿Dónde se supone que voy a dormir? —pregunté con irritación en mi voz. Sus serios ojos marrones pasaron desde mi cara hacia la cama. Arqueé una ceja.
—Es eso o la ventana —dijo con un tono algo agrio, como si esta situación fuese igual de incómoda para él. Miré el pequeño lugar junto al ventanal, claramente no estaba diseñado para dormir en él. —Será hasta que traigan otra cama, tú decides —añadió, poniéndose de pie y sacándose la camiseta. Aparté la vista y me senté a regañadientes en la cama, lo más alejado posible de él. —¿Te pasa algo, Abraham? Has estado actuando muy raro desde hace un rato —dijo con genuina curiosidad. Mi corazón se detuvo al ver que estaba desnudo mientras caminaba hacia el clóset. Aparté la mirada de su tatuada y musculosa espalda y me acosté de espaldas a él. ¿Qué diablos me pasa?
—No sé de qué hablas —contesté, repitiendo sus palabras del estacionamiento y encendiendo mi celular. Revisé mis mensajes mientras sentía otra vez el extraño calor en mi cuerpo. ¿Será que sí imaginé lo que pasó hace un rato? Quizás el estrés y el cansancio me afectó más de lo que creí.
—Te ves un poco nervioso —dijo, logrando tensarme aún más. Opté por no responder y, en cambio, me cubrí casi por completo con las sábanas. Esto no puede ser... pensé al sentir el calor alojarse en mi parte mas íntima. Debo estar delirando, drogado o en una pesadilla. No había otra explicación para la excitación que comenzaba a sentir. Por más sorprendente y extraño que sonase, deseaba sentir las enormes manos de Leo sobre mi cuerpo...
Tratando de mantener la calma, cerré los ojos y respiré hondo. Intenté concentrarme en cualquier cosa que no fuera Leo, pero mi mente seguía volviendo a él. Podía escuchar el suave sonido de su respiración mientras se movía por la habitación. Me quedé en la misma posición aun cuando lo oí dándose una ducha y luego vistiéndose. No podía dormir aunque estaba cansado. Mi mente estaba inquieta. El colchón se hundió ligeramente cuando él se acostó en su lado de la cama, y sentí un escalofrío recorrerme al saber que estábamos tan cerca.
Abrí los ojos e intenté distraerme con mi celular, pero las imágenes y las palabras en la pantalla parecían desvanecerse cada vez que intentaba enfocarme. Por más que quisiera, no podía ignorar la presencia de Leo a mi lado, la calidez de su cuerpo irradiaba a través de las sábanas. Finalmente, apagué el teléfono y lo dejé a un lado, resignado a la incomodidad de la situación. ¿Sería demasiado extraño si decido dormir ahora en el ventanal? Seguro que sí.
En cuanto sentí su respiración casi en mi nuca, me quedé quieto. Eso definitivamente no era mi imaginación...
Me levanté de un tirón, ganándome una mirada curiosa de su parte. Él ya tenía una camiseta y un pantalón de algodón, y su expresión pasó a ser un poco divertida, quizás por ver el horror en mi cara.
—Casi olvido que no he cenado nada —dije fríamente, con la necesidad de dar alguna explicación por mi inesperado arrebato. Él asintió con una pequeña sonrisa burlona.
—Adelante, no vaya a ser que encuentres la carne fría... —contestó algo socarrón mientras acomodaba la almohada detrás de su cabeza. Lo miré mal y salí de allí con un paso firme.
—No sé a qué diablos estás jugando, Leo, pero no me interesa ser parte —sentencié desde la puerta, observando cómo la seriedad regresaba a su rostro, acompañada de una pizca de oscuridad que no me agradó para nada y que puso cada célula de mi cuerpo en alerta. Mi instinto me decía que estaba frente a un cazador y que, por primera vez en mi vida, yo era la presa.
Dean
Observé desde el pie de la escalera cómo Viktor cargaba con dos maletas enormes, una en cada mano. Detrás de él venía Mila, con la cabeza agachada, aunque aún así podía ver su tierna sonrisa y sus mejillas sonrojadas. Me rasqué la nuca y devolví la mirada a mi cuñado. El ruso tenía las cejas fruncidas y lucía algo incómodo mientras le hablaba en su idioma a la chica. Quizás eran ideas mías, pero parecía estar evitando mi mirada...
—¿Se marchan? —pregunté lo que era aparentemente evidente. Viktor finalmente me miró y se detuvo. Durante unos segundos, sus ojos negros observaron mi rostro con detenimiento, luego apartó la vista con distracción y asintió.
—Sí, les daremos espacio a Vladimir y a ti. Tendrán la casa para ustedes solos. Regresaremos en unos días, antes que los Rinaldi —contestó mientras llegaba al primer piso y abría la puerta de la entrada sin perder ni un segundo, dándole paso al gélido viento del exterior. Entré las manos en los bolsillos y sentí una punzada de tristeza. Si Vladimir estuviese aquí, me encantaría la idea de estar a solas con él, pero lleva todo el día fuera, y algo me dice que será igual en los próximos días.
—Adiós, señor Mackay —se despidió dulcemente Mila mientras Viktor parecía apresurarla.
—Adiós... —murmuré con inseguridad, siguiéndolos afuera y viendo cómo el ruso metía las maletas en los asientos traseros de un jeep. Él me miró por segunda vez, parecía contenerse de decir algo, pero terminó soltando un pesado suspiro y subió al vehículo. Me despedí de ellos agitando una mano con desánimo y regresé a la solitaria casa.
Era consciente de que no debía temer en este lugar. Aunque no viera a nadie, sabía que debían haber al menos cinco guardaespaldas vigilando el perímetro. Aun así, no pude evitar sentirme algo asustado dentro de esta enorme mansión gótica. Miré la hora en mi teléfono, eran casi las diez, por lo que supuse que Vladimir no tardaría en regresar.
Me dirigí a nuestra habitación y me desnudé. Luego, caminé hacia el clóset y tomé una gran bata de seda negra que había entre sus cosas. Me miré en el espejo de la habitación y sonreí un poco. Tomé mi celular y le mandé una sexy foto para que se apresurara en llegar. Mi rostro ardió cuando recibí una respuesta casi instantánea de su parte.
"Ya voy para allá".
Bajé a la cocina y me serví una copa de vino. Me tomé unos cuantos tragos mientras miraba cómo la luna iluminaba el lago congelado más allá. Los minutos pasaron hasta que escuché la puerta de la entrada abriéndose. Caminé hacia allá y, en cuanto me encontré con los hermosos ojos dorados de mi esposo, tragué saliva con dificultad y casi sin aliento. Mi piel se erizó al verlo bajar la mirada por mi cuerpo, como si me estuviese quitando la bata con los ojos.
—Tardaste mucho... —mencioné, ladeando un poco la cabeza. Él se relamió los labios y se quitó el abrigo sin dejar de mirarme.
—Surgieron algunas complicaciones —contestó, desabrochando los botones de su camisa. El fuego en sus ojos dorados estremeció mi cuerpo. Dejé la copa sobre la mesa y me apoyé en ella, esperando que sea él quien se acerque a mí.
—¿Cuáles complicaciones? —pregunté en un susurro, sabiendo que ninguno de los dos quería hablar sobre trabajo o problemas en este momento.
—¿Y si dejamos eso para después? No he dejado de pensarte en todo el día —su confesión parecía honesta, en su mirada se veía el hambre y las ganas de saciarse que traía, y, por supuesto, mi cuerpo reaccionó a aquello con la misma intensidad. En cuanto él caminó hacia mí, yo también me dirigí hacia él con prisa y me lancé a sus brazos. Sus labios capturaron los míos con una pasión arrebatadora mientras me cargaba. Enterré mis dedos en su cabello, a la vez que sus manos fuertes se metían por debajo de la bata de seda y me apretaban las nalgas desnudas.
—V-Vladimir —suspiré su nombre, algo mareado por el calor que sentía, y esperando que aquello fuese suficiente para decirle lo que quería de él.
—Sí, mi amor —contestó a la petición no pronunciada que hice. Su voz ronca disparó mi corazón mientras él me llevaba hacia la mesa, donde me tomó durante toda la noche...
. . .
Cuando abrí los ojos, noté que me encontraba en la cama. Todo estaba a oscuras, así que tanteé el espacio a mi lado esperando sentir a Vladimir, pero al no hacerlo, me incorporé de golpe, arrepintiéndome al instante al sentir un fuerte dolor en las caderas. Hice una mueca mientras me restregaba los ojos, luego pasé una mano por la pared cerca de la cama hasta dar con el botón que encendió las luces de los costados. Mi boca se abrió enormemente y se me encogió el corazón al ver todos los globos grises y azules que flotaban en el techo. ¡Estaba repleto de ellos! No había ni un solo espacio vacío en esta enorme habitación, y de cada uno de ellos colgaban trozos de cinta de igual color. Al fondo, justo frente a la pared de espejos, se leía un enorme "Happy Birthday Hadriel" también en globos. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver que Vladimir no había olvidado mi cumpleaños. ¿En qué momento de la noche hizo todo esto? Recuerdo que eran casi las dos de la mañana cuando caí rendido en uno de los sofás del primer piso tras haber tenido sexo con él varias veces.
Me levanté de la cama como un zepelín, sin importarme el dolor, y corrí al clóset para cubrirme con una bata. Tomé una azul, la anudé alrededor de mi cintura y comencé a tomar mil fotos de la decoración sorpresa. Luego salí de la habitación para buscar al responsable de todo esto. No podía siquiera imaginarlo inflando globos toda la noche...
Mis mejillas dolieron por sonreír tanto cuando me encontré con un camino de pétalos que llevaba a las escaleras. Me cubrí la boca con asombro cuando llegué al primer escalón y vi todos los arreglos de rosas que había a cada lado. Las lágrimas de emoción ya estaban bajando por mis mejillas. Todo esto era hermoso y que Vladimir lo haya hecho para mí, lo hacía un millón de veces más especial.
Al llegar al primer piso, caminé con sigilo hacia la cocina al escucharlo hablando con alguien. Cuando asomé la cabeza, lo encontré frente a la encimera, con un poco de harina en la ropa y preparando lo que parecían ser pancakes. Estaba hablando con Celine a través de una videollamada en una tablet que descansaba junto al bowl con huevos. Él miró hacia acá con derrota. Fue imposible no morir de ternura al ver que definitivamente no esperaba que me levantase tan temprano.
—Ya se despertó y todo esto está crudo... —le dijo a Celine en voz baja mientras se limpiaba la harina.
—¡Dean, feliz cumpleaños! —gritó la mujer, haciéndome sonreír.
—Gracias, Celine —dije al acercarme para ver la pantalla. Vladimir mantuvo su distancia, observándome con el ceño fruncido.
—Hablamos más tarde —dijo antes de guiñarme un ojo y cortar la llamada. Me giré hacia mi esposo.
—Felicidades, Hadriel. Quería sorprenderte con un desayuno, pero...
—Shh, ya me sorprendiste bastante —lo interrumpí con tranquilidad. Él soltó un suspiro y se acercó para darme un corto beso en los labios después de agacharse.
—Debes tener mucha hambre, pediré algo de comer —dijo sacándose el celular del bolsillo. Arqueé una ceja, logrando que me mirara con interrogación.
—¿Los deliverys llegan aquí? —pregunté, recordando lo alejada de la ciudad que estaba esta casa. Vladimir se rió un poco, aunque después parecía curioso y hasta algo dudoso, como si nunca se hubiese detenido a pensar en aquello. Normal, considerando que tenía gente que le traería gelato desde Italia si así lo quisiera. —¿Nunca has pedido nada a domicilio? —formulé aquella nueva pregunta sin mucha incredulidad. Él arqueó las cejas.
—En realidad...
—Tus guardaespaldas no cuentan —aclaré rápidamente. Él se pasó una mano por el cabello y negó con calma.
—No lo he hecho, al menos no aquí —contestó, confirmando así mis sospechas. Fue imposible no reírme un poco.
—Vamos a pedir una pizza —dije, quitándole el celular de las manos. Él contuvo una sonrisa.
—¿A estas horas? —preguntó, recordándome que eran las seis de la mañana. Asentí.
—Todo el mundo debería ordenar pizza a domicilio al menos una vez en la vida —contesté mientras bajaba la vista a su celular. Hice una mueca al ver que todo estaba en ruso, así que se lo regresé. —Ordénala mientras me doy una ducha —añadí, estirando un poco mis brazos. Él me tomó desprevenido cuando me empujó contra la encimera y alzó mi mentón. Los vestigios de sueño que quedaban en mí desaparecieron bajo su mirada llena de deseo. Me relamí los labios solo para que segundos después, su boca se uniera a la mía en un tierno y suave beso. Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta descansar en mi cintura, atrayéndome más hacia él. Mis brazos rodearon su cuello, profundizando el contacto.
—Tengo otra sorpresa para ti —susurró contra mis labios cuando nos separamos. Lo miré con emoción, ansioso por escuchar más. Él negó lentamente con una pequeña sonrisa al ver mi expresión. —Vamos —dijo, tomándome de la mano y caminando fuera de la cocina. —Espera —ambos nos detuvimos de golpe cuando pareció ocurrírsele algo. Me echó una última mirada antes de regresar a la cocina. Volvió casi de inmediato, y me reí al ver que traía una servilleta de tela en las manos.
—¿Es necesario? —pregunté, sin poder ocultar mi felicidad mientras lo dejaba cubrirme los ojos. No sabía qué me emocionaba más, si la sorpresa o el hecho de que Vladimir se estuviese comportando de forma tan relajada conmigo.
—Por supuesto que sí —susurró en mi oído, haciéndome estremecer. ¿Cómo puede tener esa voz tan seductora y fuerte? Y ese acento, uff, todo en mi cuerpo enloquece con solo oírlo. Sentí sus enormes manos en mis brazos, guiándome hacia dónde caminar. Di pasos firmes, llenos de confianza, porque así era, confiaba en él demasiado.
Tras unos quince pasos, nos detuvimos. Intenté orientarme para saber en qué parte de la casa estábamos, pero antes de poder averiguarlo, sentí que Vladimir se alejaba un poco de mí. Justo en ese momento, una ráfaga de viento me hizo abrazarme a mí mismo, buscando calor.
—¿Vamos a salir? —pregunté, un poco alarmado, ya que no llevaba absolutamente nada debajo de la bata de seda que traía puesta. Al sentir el cuerpo de Vladimir detrás de mí, me acerqué un poco más a él cuando el frío comenzó a colarse por las zonas que no cubría mi vestimenta. Él me hizo dar unos cinco pasos adelante, hasta que sentí la nieve bajo mis pantuflas.
—Abre los ojos —dijo, y obedecí en cuanto dejé de sentir la presión de la tela en ellos.
No. Puede. Ser.
A pocos metros de mí, se encontraba estacionada una Mercedes G-Wagon último modelo. El auto de mis sueños, uno que mi bolsillo nunca pudo costear. Era negra, lucía completamente nueva, y tenía un enorme moño gris de regalo. Solté un grito tan fuerte que el pecho de Vladimir comenzó a vibrar por la risa. Me di la vuelta y salté a sus brazos, preso de la emoción.
—¡No es cierto! ¡No es cierto! —exclamé, aun sin poder creer que de verdad fuera para mí. Pero él asintió tranquilamente mientras me sostenía.
—Esto no es nada para todo lo que te mereces —dijo contra mis labios antes de que yo los estampara contra los suyos en un apasionado beso. Cuando las cosas comenzaron a calentarse, él apartó su rostro ligeramente, arrancándome un pequeño gruñido de protesta hasta que noté cómo me miraba. La adoración que veía en esos ojos dorados hinchó mi pecho y me hizo contener el aliento. Él estaba enamorado de mí, ya no cabía duda alguna en mi interior. —¿Quieres conducirla un rato? —agradecí que su pregunta interrumpiera el íntimo momento que ya comenzaba a abrumarme por todos los sentimientos que tenía atrapados en mi cuerpo. Asentí despacio y no solté su mano cuando me depositó en el suelo. Caminamos hacia el vehículo sin importarme que el frío ya me estuviese haciendo tiritar.
Vladimir desató el lazo de regalo y lo dejó a un lado sobre la nieve. En cuanto entré y me senté tras el volante, sonreí. Él ocupó el asiento del copiloto y me lanzó una sonrisita tan sexy que tuve que apartar la vista para concentrarme.
—Lo amo —confesé, observando cada detalle del interior mientras él permanecía en silencio, pero podía ver en sus ojos que estaba feliz. —Gracias —susurré cuando tomó mi mano para darme un pequeño beso en ella. Un suspiro escapó de mis labios antes de ponerme en marcha.
No pensaba salir de la propiedad, así que conduje por el camino contrario a la puerta principal. Mis manos se aferraron al volante y mi cuerpo se relajó mientras veíamos los copos de nieve danzar sobre el parabrisas. Mis ojos no abandonaban el camino, pero también notaba los majestuosos árboles y pinos cubiertos de hielo. Esto era un paraíso. Después de unos minutos, una imponente y acogedora casa se presentó ante nosotros, con paredes blancas y grandes ventanales.
—Es la casa de Ilya —me explicó Vladimir cuando pasamos junto a ella, asentí impresionado.
—Es muy bonita —contesté mientras seguía conduciendo, luego le eché un vistazo al hombre a mi lado. —¿Y dónde vive Yakov? —pregunté con curiosidad.
—En la ciudad —contestó sin mucho interés. Me sentí aliviado al saber que aquel hombre no estaba tan cerca de este lugar.
—¿Y esa... —me callé en cuanto la pregunta que iba a hacer se respondió sola al ver a los guardaespaldas corriendo por la nieve en un ordenado pelotón, siguiendo a Leo. Todos iban sin camisa bajo este clima, pero eso no parecía afectarles mucho. —Ahí viven los guardaespaldas —me respondí a mí mismo antes de que Vladimir asintiera.
—Abraham será quien te acompañe de ahora en adelante —añadió, observándome atentamente en busca de mi reacción. Fruncí el ceño. Ya me había acostumbrado a Leo, y Abraham, a quien apenas había visto por unos minutos, no me había parecido muy agradable cuando se llevó a Pierre casi a rastras para interrogarlo en Italia.
—¿Por qué el cambio? —pregunté, deteniendo el auto en medio de la calle y escudriñando entre los guardaespaldas, pero no divisé al pelinegro entre ellos.
—Necesito que Leo se ocupe de otras cosas. Abraham te caerá bien, ya lo verás —contestó con total seguridad, lo que me tranquilizó un poco más. No era común escucharlo hablar así de alguien.
—Parece que le tienes aprecio —observé mientras volvía a poner el auto en marcha cuando comenzamos a llamar la atención de algunos guardaespaldas.
—Les tengo aprecio a todos mis hombres, Hadriel —su respuesta tan natural me hizo mirarlo, pero él tenía la vista clavada al frente. Sonreí un poco. —Aunque, debo admitir que Abraham y Leo siempre han sido prácticamente mis mejores amigos... —mi sonrisa se desvaneció cuando terminó aquella frase con un tono algo melancólico. Sabía que aquello incluía un "aparte de Dominik". Me dolía que su amistad se haya quebrado de la forma en que lo hizo, pero sabía que ambos aún se querían lo suficiente como para recuperar lo que tenían, aunque necesitaran algo de ayuda al principio. —Hay algo que quiero que hagamos hoy...
—¿El qué? ¿Esquiar? ¿Ver alguna película? —pregunté con una pequeña sonrisa, manteniendo la mirada al frente, pero su silencio me hizo desviar mi atención a él, notando así la lúgubre y fría expresión en su rostro. Mi cuerpo se tensó automáticamente.
—Quiero enseñarte algunas cosas para que puedas defenderte en caso de que tengas que hacerlo —comprendí su cambio de humor cuando dijo aquello con mucha seriedad.
—¿A qué te refieres exactamente con "algunas cosas"? —pregunté al estacionarme frente a la casa principal. —¿Vas a enseñarme kickboxing o algo así? —indagué, quitándome el cinturón de seguridad. Vladimir apartó un rizo de mi rostro y sostuvo mi mirada.
—Te enseñaré algo más eficiente que eso —susurró antes de desviar su mano por el arco de mi mandíbula y sonreír. Esperé que dijese algo más, pero salió del auto y dio la vuelta rápidamente para abrirme la puerta. Tomé su mano cuando quiso ayudarme a bajar y caminé con prisa hacia la casa ya que había comenzado a nevar con más intensidad en cuestión de minutos.
—Explícame de qué estás hablando, Vladimir —insistí cuando cerró la puerta luego de que ambos entráramos. Él colocó las manos en mis hombros y miró hacia abajo para no perder el contacto visual.
—Primero, ve a cambiarte. Ponte algo cómodo —contestó, dirigiéndome hacia las escaleras.
—Esto es bastante cómodo...
—Algo que usarías si necesitaras salir corriendo —me cortó rápidamente, examinando mi bata.
—Algo para huir... —murmuré para mí mismo mientras armaba un outfit deportivo en mi cabeza.
—Aunque ya sabemos lo mal que se te da eso —soltó con un tono algo resentido, me reí suavemente. Era evidente que su ego había sufrido un golpe tras lo que hice.
—Yo diría que en parte fue un éxito, es decir, tardaste un buen rato en encontrarme —le recordé maliciosamente mientras caminaba hacia las escaleras. Aunque él sonrió un poco, su mirada era tan calculadora y carente de gracia que me estremeció de la cabeza a los pies.
—Pero te encontré, y te encontraré a donde sea que vayas, Hadriel —todo mi ser se revolvió ante la intensidad de aquella promesa. Y aunque la parte orgullosa de mí se siente algo molesta por su toxicidad y necesidad de posesión, mi corazón no puede evitar derretirse. Lo miré por última vez antes de subir las escaleras en completo silencio, mientras las mariposas en mi estómago hacían una fiesta sin consultarme. No dejé de sentir la mirada de Vladimir hasta que abandoné las escaleras.
Estaba en paz. Él me daba una seguridad que nunca antes en mi vida había sentido. Estaba completo. Solo espero que no decida usar el poder que tiene para destruirme. He soportado muchas cosas en la vida, pero algo me dice que perderlo a él otra vez sería una experiencia que terminaría por matarme. Esta pasión, este amor arrollador que siento sobrepasa cualquier expectativa o pensamiento lógico que alguna vez haya tenido, y aunque eso me asusta, decidiré arriesgarme y finalmente, ser feliz.
Si él no fuese un criminal, todo sería más sencillo.
Fingí no haber escuchado aquella vocecita en mi cabeza y entré inmediatamente al baño tras cruzar las puertas de la habitación. No podía permitirme siquiera considerar que Vladimir dejaría el mundo de la mafia por mí. Sería imposible.
Si un monstruo como Valentin pudo hacerlo, ¿por qué él no?
—Quizás porque el plan de Valentin siempre fue dejar a su hijo a cargo —contesté entre dientes mientras abría la llave del lavabo. Me regañé a mi mismo por haber contestado aquella pregunta.
Yo solo digo que si te amara tanto como dice hacerlo, entonces podría hacer ese sacrificio por ti.
Nunca dijo que "lo amaba" exactamente, ¿o sí? ¿Alguien recuerda haber escuchado eso?
Ahora que lo dices... tienes un punto, Vladimir Sokolov nunca ha dicho "te amo".
Creo que ni conoce esa palabra.
—No necesito escuchar eso para saber lo que siente —respondí, interrumpiendo la molesta conversación que mantenían las voces imaginarias.
Claro, porque esa violencia con la que te folla habla por sí sola...
Detuve mi mano cuando iba a ponerme jabón en el rostro al escuchar aquello cargado de sarcasmo. Sentí un poco de dolor en el pecho al recordar que Vladimir nunca ha sido suave conmigo a la hora de tener sexo.
El hombre lleva casi toda su vida deseándote, ¿en serio esperas que sea suave? —mis hombros se relajaron un poco cuando una de las voces dijo eso con reproche. Tiene razón. Quizás con el tiempo las cosas lleguen a ser más románticas en la cama... aunque tampoco puedo decir algo negativo de él en ese sentido. Ese hombre sí que sabe como alborotarme todo. Sus manos y sus labios cargados de innegable experiencia sabían cómo hacer una noche inolvidable.
Las voces finalmente se callaron mientras los recuerdos de la noche anterior se desplegaban como obscenas escenas en mi mente. Cuando regresé a la habitación, fui hasta el clóset y me coloqué una camiseta gris, seguida de un abrigo verde oscuro. Si Vladimir me pidió que usara algo con lo que huiría, eso quiere decir que probablemente saldremos de la casa, a pesar de que el cielo nublado indicaba que se acercaba una tormenta.
Luego de ponerme un pantalón de chandal del mismo color que el abrigo, agarré mi celular y salí de allí. Le escribí una rápida respuesta de agradecimiento a mis padres y a mis amigos tras ver sus llamadas perdidas y los largos mensajes de felicitación que me habían enviado. Tenía miles de notificaciones de mis fanáticos, y usualmente me detendría a contestar algunos de sus mensajes, pero creo que todos comprenderán que no lo haga ya que todo el mundo cree que estoy aún de "luna de miel".
Cuando bajé nuevamente al primer piso, busqué a Vladimir por todas partes sin éxito alguno, hasta que decidí ir a su oficina. ¡Tarán! Él estaba detrás de su escritorio con la atención puesta en una computadora. Debió notar mi cara de pocos amigos cuando me detuve en el umbral, ya que me sonrió un poco y se levantó.
—Creo que deberíamos regresar a la isla —dije finalmente, siendo consciente de que mientras tenga su oficina al alcance, él nunca estará relajado por completo. Hizo caso omiso de mis palabras y me miró de arriba abajo con aprobación, tal parece que había acertado al elegir mi vestimenta.
—Quiero mostrarte algo —mi curiosidad se reavivó nuevamente cuando se acercó. Caminé a su lado cuando me indicó que lo siguiera con un leve ladeo de la cabeza.
—¿Ella era tu mamá? —pregunté cuando atravesamos el comedor y vi el enorme retrato de una cautivadora mujer pelinegra. Vladimir asintió con tranquilidad. Alcé una ceja al verlo dirigirse hacia la cocina, pero lo seguí.
—Necesito que recuerdes exactamente todo lo que vas a ver ahora —su ceño fruncido y su mirada seria encendieron mis alarmas. Él se había detenido frente a la puerta negra que llevaba a la cava de vinos. Asentí, y no pasé por alto cómo apretó un poco la mandíbula antes de abrir la puerta, dejando a la vista las escaleras que descendían, las cuales se iluminaron de inmediato.
Me sentí como el protagonista de alguna película de terror mientras bajábamos. Estaba nervioso sin razón alguna. Sabía lo que había abajo, quesos y vinos. ¿Qué es lo peor que podría pasarme en un lugar como este? Mi leve intolerancia a la lactosa era lo más peligroso ahora mismo.
Cuando llegamos al último escalón, quedé bastante sorprendido con lo enorme que era el lugar. Las paredes y estantes rebosaban de botellas de vino, formando una colección impresionante. Más allá, divisé una imponente puerta de madera.
—¡Esto es increíble! —exclamé, incapaz de contener u ocultar lo que pensaba. Vladimir me miró por el rabillo del ojo y caminó hacia la derecha, en dirección contraria a la enorme puerta del fondo, la cual supuse que guiaba a los quesos.
—Veinte pasos a la derecha, diez a la izquierda... —recitó en voz alta, sacándome de mi ensimismamiento. Me miró con una expresión inquisitiva, como si quisiera asegurarse de que estaba entendiendo sus indicaciones. Lo seguí con prisa cuando dobló repentinamente a la izquierda y se metió entre los estantes. Luego, se detuvo frente a una puerta negra que tenía una pantalla de seguridad en ella. —762517, esa es la contraseña; anótala en tu teléfono —me ordenó a la vez que introducía los dígitos en ella. Obedecí rápidamente mientras la puerta se abría.
Al cruzar, había un largo y ancho pasillo que también se iluminó en cuanto los sensores de movimiento nos captaron. Las paredes estaban hechas en ladrillo negro que contrastaba con la pulida madera del piso. Caminamos unos cinco metros hasta quedar frente a otra puerta. Escribí la nueva contraseña que Vladimir me dio y esperé a que la puerta se abriera con el corazón palpitándome con fuerza.
—Joder —dije, sin darle crédito a lo que veían mis ojos. Habíamos entrado en una vasta sala, con un largo sofá gris, pequeños y elegantes sillones frente a este, una mesa de centro de cristal y una decoración que destilaba la elegancia y exclusividad de los Sokolov, pero, también mostraba lo peligrosos que eran, o al menos eso indicaba la colección de armas que colgaba de las paredes. Este lugar era diez veces más grande que el pequeño cuarto oculto en la oficina de Vladimir. —Espera, ¿esta es la bóveda secreta que solo han conocido los líderes de tu familia? —pregunté, recordando que la había mencionado antes. Él asintió y caminó hacia una de las puertas del fondo. Me quedé donde estaba, impactado. —¿Por qué me la estás mostrando a mí? —lo interrogué sin salir de mi sorpresa. Probablemente ni sus hermanos han estado aquí antes. Vladimir me miró desde una de las puertas con una expresión que no pude identificar.
—Este es el lugar a donde vendrás en caso de alguna emergencia —contestó, abriendo la puerta y volviéndose hacia mí con expectación, invitándome a seguirlo. Caminé hacia él con confusión.
—¿Crees que sucederá algo cuando Lorenzo venga? —pregunté, deteniéndome frente a él. Sus ojos no revelaban nada, ni preocupación, ni seguridad, nada. Solo me observaban atentos.
—Esto no es por él, Hadriel. Esta es la zona más segura de la casa. Todas las puertas están blindadas y no es tan fácil de encontrar. Debes aprenderte las contraseñas y borrarlas del celular cuando lo hagas... —respondió, apretando suavemente uno de mis hombros. Asentí con la boca algo seca.
—Aunque tú vendrás aquí conmigo si sucede algo malo —mencioné como si fuera obvio, esperando su reacción. La sonrisa torcida y divertida en su rostro me contestó. Me crucé de brazos y lo miré con reproche.
—Ya veremos... —respondió, tomándome desprevenido de un tirón y atrayéndome hacia el interior de lo que pronto descubrí que era una segunda sala, o más bien una habitación, ya que en el centro se encontraba una gran cama matrimonial. Pero, el lugar era tan grande, que también tenía un sofa, una televisión, una zona de té conformada por una mesa redonda y tres elegantes sillones tapizados. Admiré las pinturas en las paredes, conté siete en total. Cuando me acerqué para ver mejor una de ellas, sonreí un poco al reconocer que era una réplica de un Monet.
—Está muy bien hecha, casi parece original —comenté, bastante asombrado. Ante el silencio de Vladimir, me di la vuelta, su sonrisa divertida me secó la garganta e hizo que mis mejillas se calentaran por la vergüenza.
—No es una réplica —contestó como si nada mientras abría las puertas de un clóset. Asentí con distracción, sintiendo incluso las orejas ardiendo. Estoy en la casa de una de las familias mafiosas más acaudaladas, ¿en serio esperaba que tuviesen réplicas de arte en sus paredes?
Iba a comentar algo hasta que vi el interior del clóset frente a él. No había ni una sola prenda, pero en su lugar, se encontraba una gran puerta de una bóveda. Era enorme, llegaba casi al techo, y las dos manijas que tenía lucían complicadas de abrir. No hice ningún ruido e incluso creo que contuve el aliento mientras Vladimir la desbloqueaba. Cuando la abrió, la curiosidad debía estar dibujada en mi rostro porque me miró expectante, esperando que entrara y echara un vistazo.
No sé qué esperaba encontrar. ¿Dinero? ¿Mas armas? Aquello me hubiese sorprendido menos que descubrir lo que realmente yacía en el interior de aquella boveda.
Valentin amó mucho a la madre de sus hijos...
Fue imposible no pensar aquello al ver a la derecha unos diez enormes retratos de la hermosa pelinegra que había dado a luz a Vladimir. Y no solo era eso, en una esquina de la gran habitación blanca aclimatada, había un rail con vestidos de gala a simple vista muy llamativos. Todo el lado izquierdo del lugar parecía destinado para sus cosas. Parecía un pequeño museo dedicado a "Lilya" por lo que alcancé a leer en la portada de un diario. Había libros y joyas dentro de una pequeña vitrina. Cuando pierdes a alguien a quien amabas, es normal escuchar comentarios como "debes dejarlo ir", o, "deberías donar sus cosas", pero el que creó este espacio sin duda tenía una idea completamente diferente a todo eso. Fruncí el ceño al haber supuesto de inmediato que esto era cosa de Valentin, ¿qué tal si no?
—¿Tú creaste este espacio? —pregunté en voz baja mientras mis ojos iban hacia la vitrina, y luego a un delicado cepillo de tocador y al maquillaje.
—Lo hizo mi padre —contestó él mientras buscaba algo en el otro lado de la bóveda, al cual finalmente me digné en mirar bien mientras me preguntaba cómo alguien tan malvado como Valentin fue también capaz de amar tanto...
El lado derecho de la bóveda era muy diferente y frío. Consistía en una serie de lockers y cada uno parecía tener algo distinto dentro. Desde papeles enmarcados hasta pequeños frascos con algunas sustancias, estos últimos estaban dentro de una vitrina distinta, una que tenía un termómetro fuera, el cual ahora mismo indicaba una temperatura de -3 grados, lo que explicaba el hielo a su alrededor. Al acercarme más, no entendí de qué se trataba ya que las etiquetas estaban en ruso al igual que los escritos en los papeles.
—¿Qué es todo esto? —pregunté en un hilo de voz. Vladimir estaba rebuscando al fondo de uno de los lockers, así que me distraje notando el sistema de ventilación del techo. No había ni una sola mota de polvo en todo el lugar.
—Patentes, certificados de acciones, títulos de propiedad, testamentos, contratos y algunas cosas más —contestó él mientras sacaba una caja negra aterciopelada que había estado oculta debajo de algunos papeles.
Me acerqué más y miré la cajita con atención, esperando que la abriera, hasta que me la tendió. Mis manos sudaron con un poco de ansiedad, pero aún así la tomé y la abrí.
Mi mente se quedó en blanco ante la belleza y rareza de la joya en la caja. Era un collar con una gran piedra negra en el centro. La piedra llamaba la atención porque no reflejaba la luz, no brillaba, sino que era de un intenso negro mate. Alrededor de ella había un entretejido plateado.
—¿Es una obsidiana? —pregunté con inseguridad, alejando la mirada por un segundo para ver los ojos dorados de Vladimir justo cuando negó.
—Es un diamante negro —contestó, dejándome aún más perplejo. Esta era la primera vez que veía uno, en realidad, ni siquiera sabía que existían diamantes así. —Esto puede ser lo que desate la guerra con los Rinaldi —agregó, cerrando la caja y guardándola en su bolsillo. Lo miré confuso.
—¿Por qué? —pregunté mientras caminábamos hacia la puerta. Noté que su expresión se ensombreció un poco.
—Era del hermano de Lorenzo. La noche en que lo asesiné, lo encontré antes de que quemáramos todo...
—¿Cómo estás seguro de que era suyo? ¿Y si era de otro de esos hombres? —lo interrogué rápidamente, sintiendo mis niveles de estrés dispararse. Vladimir negó.
—Esta pieza era muy reconocida. Los Rinaldi tienen la colección de diamantes negros más grande del mundo —me explicó mientras recorríamos el pasillo para salir de aquel lugar.
—¿Por qué conservaste algo tan peligroso? Si Lorenzo se entera de que fuiste tú quien mató a su hermano... —me callé ante el horror que se desató en mi cabeza por aquel pensamiento. Vladimir se pasó una mano por el cabello antes de hacerse a un lado para dejarme pasar primero por la puerta que daba al cuarto lleno de armas.
—Tengo la ligera sospecha de que Lorenzo ya sabe lo que sucedió, quizás esa es otra de las razones que tiene para venir aquí —comentó con indiferencia.
—Deberías deshacerte de ese diamante —le sugerí, alzando la voz un poco más de lo que quise. Él no titubeó en ningún momento cuando negó. —¿Y por qué tienes esas sospechas? Han pasado muchos años desde lo que hiciste —indagué sin comprender por qué Lorenzo intentaba acercarse ahora.
—Una de las tres chicas que rescatamos esa noche, Lucy, comenzó a trabajar para él hace unos cinco años cuando terminó la "deuda" que tenía con mi familia. Ella sabe perfectamente lo que pasó ya que lo vio en primera fila, así que probablemente ya lo ha contado todo —la calma en su voz no hacía más que alterarme.
—Ha tenido mucho tiempo para intentar cobrar su venganza —contesté, aún sin entender por qué Lorenzo ha esperado tanto en caso de que sí esté enterado de todo. Vladimir soltó una risa sarcástica, cargada de frialdad, lo que me hizo detenerme y mirarlo.
—Sí. Lorenzo es un hombre paciente, y ahora es que todo el mundo, incluyéndolo a él, sabe que tengo algo importante que perder...
Mi estómago se contrajo ante su mirada intensa, llena de calidez. Estaba preocupado ahora que todo cobraba sentido en mi cabeza, pero escuchar a Vladimir decir que era tan importante para él... se sentía maravilloso.
Agarré una de sus manos y entrelacé nuestros dedos en silencio. Sus grandes y fuertes dedos apretaron suavemente los míos, dándome seguridad. No dijimos nada hasta que él se separó de mí en la habitación de las armas. Lo vi dirigirse hacia la zona donde solo había pistolas y armas más pequeñas.
—Escoge una —me ordenó, haciéndose a un lado para permitirme ver las pistolas. Solté una risa un poco nerviosa y me acerqué con cautela, creyendo que se trataba de alguna broma, pero la seriedad en sus ojos me revolvió el estómago. No está jugando...
—¿Para qué? —pregunté, dejando que mis ojos pasaran por cada una de las armas.
—Quiero enseñarte algo —estaba de más preguntar qué quería enseñarme, pero aún así no me animé a tomar ninguna pistola. Clavé mi mirada arriba, en sus ojos. Él parecía analizar cada uno de mis movimientos con cautela.
—No voy a usar un arma contra alguien, Vladimir —repliqué, pero él ni pestañeó.
—Y yo espero que no tengas que hacerlo, pero debes aprender a sostenerla al me...
Vladimir se calló cuando agarré una pistola y la apunté hacia él. Arqueé una ceja cuando una sonrisa se fue formando en sus labios, aunque no alcanzó sus ojos, los cuales me observaban con una mezcla de diversión y afecto.
—Estás temblando —no comprendí su mirada hasta que dijo aquello. Miré mi mano, que efectivamente estaba temblando un poco mientras mis dedos se cerraban alrededor del frío metal. Vladimir cubrió mi mano con la suya, deteniendo el temblor.
—Esto no es para mí —susurré, intentando apartarme de él sin éxito.
—Eso lo veremos ahora —contestó contra mi cabello al inclinarse para hablarme al oído. Quise disimular mi estremecimiento, pero sin siquiera darme tiempo a pensar, él me quitó la pistola y me llevó rápidamente fuera de aquel lugar.
Me mantuve en silencio mientras me dejaba llevar por él hacia el exterior de la casa. Agradecí haberme puesto botas cuando nuestros pies se enterraron en la nieve. Me acerqué un poco más a su cuerpo cuando atravesamos parte del jardín trasero. Miré hacia el cielo nublado y observé la nieve caer sobre nosotros. Sonreí un poco al notar los copos blancos en el cabello negro y lacio de Vladimir, el cual ya había comprobado que era demasiado suave. Mi cuerpo ardió al recordar cómo me dio la vuelta y me tomó contra la mesa...
—¿Algún pensamiento que quieras compartir? —me sobresalté cuando preguntó eso con burla, pero había fuego en sus orbes doradas. El calor en mis mejillas debió delatarme.
—¿Ese es un campo de tiro? —pregunté, ignorando deliveradamente su pregunta y corriendo unos cuantos metros hacia las cinco dianas que había más adelante. Me detuve a unos quince pasos de la primera.
—Pareces bastante emocionado ahora —comentó él con curiosidad mientras me pasaba la pistola. La tomé aunque ahora mis manos temblaban aún más por el frío.
—No tengo problema con dispararle a un pedazo de... ¿metal? —contesté con un poco de duda sin saber de qué estaban hechos los objetivos. Vladimir se metió una mano en un bolsillo y sacó un par de guantes. Lo miré mientras me tomaba una mano y me ponía uno. ¿Cómo puede ser tan atento? ¿Y tan delicado? Me pregunté, observando cómo deslizaba mis dedos por la tela con una maestría y una calma aplastante. Él ni siquiera apartaba la vista de mi rostro, por lo que la intensidad de su mirada estaba volviéndome loco. Sostuve el arma con la mano enguantada mientras él me colocaba el otro.
No me extrañó sentir un poco de sudor bajar por mi pecho cuando él se posicionó detrás de mí. Con la misma maestría, guió mi brazo, que ahora apuntaba hacia el objetivo. Su presencia a mis espaldas, la forma en la que se agachó para estar a mi altura y cómo sostuvo mi mano con traquilidad, estabilizándola, todo eso estaba haciendo que mi corazón se saltara varios latidos y que mi estómago se revolviera tal y como cuando era un adolescente.
Por Dios, cálmate. ¿Qué va a pensar de ti? Debe estar sintiendo tu taquicardia ahora mismo.
Mandé al diablo a la voz en mi cabeza; fue sencillo, porque aunque la presencia de Vladimir me alteraba a niveles descomunales, era esa misma presencia la que podía llegar a mantener mi locura bajo control. Me concentré y le presté atención a las explicaciones que me había comenzado a dar, pero que no fui capaz de escuchar por todo lo que sentía.
—No escuchaste nada de lo que dije, ¿verdad? —preguntó repentinamente, como si me hubiese leído la mente. Me reí con un poco de vergüenza y asentí como todo un mentiroso. Él me dio un beso en el cabello y guió nuevamente mi mano. —Dispara —me ordenó, apartándose un poco de mí para darme libertad de movimiento. En cuanto dejé de sentir su calor, la inseguridad me rodeó y sin quererlo, moví un poco la mano de donde él la había posicionado, pero aún así, disparé. El impacto y el estallido de adrenalina se sintió por todo mi cuerpo, pero me mantuve firme mientras miraba el objetivo.
—¡Mira eso! —exclamé al ver lo cerca que estuve del punto central, casi a unos cinco centímetros de distancia. Miré a Vladimir con emoción, él me sonrió un poco.
—Si no te hubieses movido, habrías dado en el blanco —se quejó con un fingido tono de desaprobación. Rodé los ojos sin dejar de sonreír y me moví hacia el siguiente objetivo, el cual era más difícil porque estaba más lejos.
—Mira y aprende —dije, levantando el brazo y apuntando. No me giré a ver la expresión del ruso, pero sí pude oír su risa.
Estuve unos dos minutos posicionando mi brazo sin ayuda. Vladimir no emitió ni un solo ruido para no interrumpir mi concentración, supuse. Me relamí los labios y cuando estuve seguro de tener el blanco en la mira, disparé.
Esta vez estuve esperando el impacto así que mi cuerpo estaba más controlado, hasta que vi a dónde había disparado.
—Nací para esto —llegué sencillamente a esa conclusión al ver que otra vez estuve bastante cerca del blanco, esta vez a unos diez centímetros. Vladimir soltó una carcajada. Me asombró lo relajado que sentía mi cuerpo tras aquellos dos tiros.
—No está nada mal para ser la primera vez —contestó mi esposo con un tono que esta vez sí me hizo darme la vuelta para verlo. Había orgullo y un hambre insaciable en su mirada, como si estuviese a nada de hacérmelo aquí mismo en la nieve. Me aclaré la garganta y me encogí de hombros, fingiendo despreocupación.
—Quisiera verte hacer algo mejor que eso —dije ahora, retándolo y señalando mi tiro. Esta vez se rio con más ganas, hasta que vio que hablaba en serio. Entonces arqueó una ceja y abrió la mano para que le diera la pistola, la cual casi parecía un juguete en esa enorme mano.
Pensé que me diría que me apartara o algo así para tener una mejor visión, pero él apenas miró la diana por un segundo antes de disparar. Mi boca se abrió automáticamente al ver que había dado al blanco de forma tan fácil. Y, al parecer, hoy se sentía con ánimos de alardear, ya que disparó hacia las dianas que estaban más lejos y asestó todos los tiros.
Lo miré sin poder aguantar más la excitación. Ese hombre tan letal y frío me miraba ahora con tanto deseo que, sin pensármelo dos veces, caminé hasta él y solo hice acercarme para que me cargara y devorara mis labios en un intenso beso mientras ambos caíamos sobre la nieve.
Ese hombre ahora era solo mío y de nadie más.
. . .
Los últimos cuatro días fueron los mejores de mi vida. No podía estar más enamorado de Vladimir. Entre nuestras mañanas desayunando juntos, nuestras tardes llenas de amor y conversaciones profundas, y nuestras apasionadas noches, no sabía qué había sido mejor. Pero ya nuestra luna de miel había acabado. Hoy era lunes y era hora de volver a la realidad. Vladimir se había ido a las oficinas hace tan solo unos minutos, y yo aun estaba en la cama, buscando ánimos para salir de ella. Mi cuerpo dolía un poco después de la pequeña ronda de acción que tuvimos al despertar, y aunque todavía me inquietaba que Vladimir siempre me follara sin compasión, la verdad era que no me podía quejar. Ese hombre era un cien en una escala del uno al diez. Sabía cómo dejarme pensando en él todo el tiempo y deseando que regresara pronto para volver a tenerlo entre mis brazos.
Tras unos minutos de mirar fijamente hacia la pared, me levanté y caminé hacia el baño. Llené la tina con agua caliente y vertí en ella un poco de aceite de jazmín. Después, como ya era casi costumbre, me di un largo baño mientras miraba las montañas nevadas a lo lejos.
Esta tarde tenía una reunión con Nikolai. Después de pensarlo, decidí aceptar la oferta de ser el rostro de la nueva campaña de perfumes de los Sokolov. Debía esperar a la llegada del rubio, lo que me hizo preguntarme si Roger también vendría.
Después del baño, me vestí rápidamente, decidido a dar una vuelta en mi nuevo vehículo. Debía aprovechar antes de que Lorenzo Rinaldi llegase a Rusia; algo me dice que Vladimir me querrá tener aquí encerrado hasta que el italiano se largue de regreso a su país.
Al bajar las escaleras, saludé a algunas de las chicas del servicio que ya habían regresado, y caminé hacia la puerta. Al salir, Abraham se acercó a mí tras haber salido de un auto. Me detuve y lo miré con cara de pocos amigos. Él me dedico una deslumbrante sonrisa. Por un momento, había olvidado que ya Leo no será mi guardaespaldas...
—Buenos días, ¿a dónde iremos hoy? —preguntó jovialmente. Me detuve y lo miré con más detenimiento. Abraham era un hombre de un metro setenta y algo, cabello oscuro y ojos azules que parecían un cielo despejado en verano. Era atractivo, sin duda, y definitivamente estaba consciente de sus virtudes físicas, o al menos eso indicaba su sonrisa de chulo, algo arrogante. Todo lo contrario a Leo, quien parecía más un militar serio que no tenía siquiera tiempo para sonreír. —Sé que no comenzamos con un buen pie, pero espero que sepas que te protegeré sin importar qué —agregó Abraham, leyendo claramente el desconcierto en mi expresión. Me sorprendió un poco lo diferente y serio que lucía ahora. Asentí levemente.
—Es agua pasada. Quisiera ir a un café —contesté, entrando las manos en mis bolsillos. Él pareció un poco sorprendido y confundido, pero asintió. Quizás se pregunta por qué quiero ir a un café cuando las chicas que trabajan aquí hacen uno demasiado delicioso, pero necesitaba salir de esta casa, respirar aire fresco.
—Conozco uno muy bueno en la ciudad —respondió emprendiendo la caminata hacia su auto, no me moví.
—Voy a conducir yo —dije, haciendo que se diera la vuelta con las cejas arqueadas. No esperé su respuesta y caminé en dirección a la cochera.
—Hay mucho hielo y nieve en el camino —dijo mientras me seguía con un paso rápido.
—Me imagino que sí —contesté, conteniendo una sonrisa al ver lo desubicado que lucía.
—Por eso, quizás es mejor que conduzca yo —me explicó ahora con una sonrisa ganadora, como si esa fuese razón suficiente. Negué.
—No pasará —me limité a decir mientras abría la puerta de la cochera. Le eché un vistazo a todos los autos de lujo de los Sokolov, hasta que mis ojos se detuvieron en el jeep que me regaló Vladimir. Caminé hacia él con emoción y me subí sin esperar a Abraham.
—Me gusta mi cabeza donde está —comentó él a regañadientes al subirse a mi lado. Lo miré con mucha curiosidad ahora. Abraham es el guardaespaldas ruso más expresivo que he visto hasta ahora, aparte de Mikhail, cosa que me agradaba demasiado.
Ya está ganando puntos. Pensé mientras ponía el auto en marcha. Pronto me di cuenta de que, aunque él es quien está más cerca de mí, no es el único que vendrá con nosotros. Al menos eso me dijo el auto que nos siguió desde que salimos de la casa.
Seguí la dirección que puso en el mapa y llegamos a un recatado café. Noté su cambio de actitud desde que salimos del territorio de los Sokolov. Ahora miraba disimuladamente como un alcón a todo su alrededor. Al bajarnos, noté que los demás guardaespaldas se quedaban vigilando la calle. Suspiré y entré en el lugar.
Cinco minutos después, tras tomarme fotos con casi todas las personas que estaban allí, incluidas las camareras, pude tomarme tranquilamente una taza de café. Abraham estaba sentado frente a mí como se lo ordené, ya que me inquietaba un poco verlo parado contra una pared mirando a todo el mundo como una posible amenaza.
Estaba teniendo un agradable momento hasta que él se tocó el diminuto auricular que llevaba en una oreja y su ceño se frunció.
—¿Qué sucede? —pregunté tras escucharlo hablar en ruso. Todo rastro de preocupación o estrés abandonó su rostro, pero noté que era solo una máscara, ya que sus hombros seguían algo tensos. Él me ignoró y se giró en su silla a la vez que en el café entraba un hombre que acaparó la mirada de todo el mundo...
Ivanka
Solté una maldición y salí del auto. Mis tacones repiquetearon mientras caminaba hacia el café en el que hace tan solo unos segundos había entrado Lorenzo. En cuanto me detuve en la puerta, lo primero que miré fue al imbécil de Dean, quien tenía el ceño fruncido mientras hablaba con Abraham, el cual me miró con un desprecio impresionante, al igual que el rizado cuando notó mi presencia. Ambos estaban acusándome con la mirada. Respiré hondo y con la frente en alto, me dirigí hacia la mesa donde se había sentado el segundo hombre más ardiente en este país ahora mismo.
Lorenzo estaba hablando con una de las camareras, pero sin apartar sus ojos verdes de Dean. Sentí los celos corroerme por dentro.
El italiano era alto, de piel levemente bronceada por el cálido sol del sur de Italia, su cabello castaño claro estaba peinado hacia atrás, y su barba estaba perfectamente definida, al igual que sus atractivos rasgos y su prominente cuerpo ahora envuelto por un caro traje gris. Ese hombre era un espectáculo para los ojos. Si Vladimir era un rey nórdico, frío e incalcanzable, Lorenzo era un rey sureño, cálido y cercano. Y al parecer, en una habitación llena de gente, esos dos hombres elegirían ver al mismo engreído británico, solo que a Lorenzo lo movía la sed de poder. Estar en el mismo café que él y a la misma hora no fue una coincidencia; Lorenzo no podía esperar para conocer a Dean, por lo que adelantó su llegada al país. Aunque algo me estaba inquietando bastante...
Dean lucía muy irritado y la mirada airada que le lanzó al italiano me pareció un tanto extraña. Era la mirada que le dedicarías a tu odioso ex en caso de encontrártelo por ahí.
—¿Por qué crees que te mira como si te conociera? —me sorprendí a mí misma al preguntar aquello en voz alta. Cuando devolví la atención a Lorenzo, me asombró ver que en sus ojos también había reconocimiento.
—Porque me conoce, o mejor dicho, recuerda una noche que pasamos juntos...
Casi me atraganto con mi propia saliva al tragar duro tras oír tal cosa. Lorenzo ya había dejado de mirarlo, y en cambio, me observó un tanto divertido por mi expresión estupefacta. Un nudo se formó en mi estómago. A Vladimir le va a dar un infarto cuando se entere de esto...
—¿Te acostaste con él? ¿Sabías quien era? ¿Lo hiciste a propósito? —pregunté rápidamente con impacto. Según la información que pude recabar, Vladimir siempre ha estado interesado en Dean, entonces, ¿cómo dejó pasar algo tan fuerte? A no ser... que no tenga ni idea de que su esposo se acostó con su peor enemigo...
El italiano parecía estar disfrutando tenerme casi comiéndome las uñas por la curiosidad; ya que se tomó su tiempo para responder.
—Todo lo que hago es a propósito y el mundo no es tan pequeño; claro que sabía quién era —contestó tranquilamente, pero la mirada intensa que le lanzó al rizado, me dijo que había algo más en esa oración. —Pero, esa noche, el placer fue el único motivante para lo que sucedió entre nosotros... —agregó con un tono tan ronco y un fuego en sus ojos verdes que sentí mis mejillas calentarse. Miré de reojo como incluso Dean tuvo que apartar la vista ante tanta intensidad.
—Por eso Vladimir no lo sabe... —murmuré más para mí misma, pero el descuidado encogimiento de hombros de Lorenzo lo confirmó. Vladimir no lo sabe porque al italiano no le interesó buscar pelea con eso.
—Fue hace algunos años. Uno de sus hombres, el tal Leo, lo seguía por varios meses y luego desaparecía por un par más —comentó el castaño recibiendo con una sonrisa arrebatadora a la chica que nos trajo café.
—¿Años? ¿Has sabido quién es él por años y nunca se te ocurrió...
—¿Qué, Ivanka? ¿Vengarme de la muerte de mi hermano usándolo a él? —traté de ocultar mi sorpresa pero fue imposible después de oír esa última pregunta. Lorenzo me había callado con demasiada frialdad. —¿Por qué tan sorprendida? ¿Creíste que no sabía que fue Vladimir quien lo hizo? —volvió a preguntar ahora con un tono socarrón, con una sonrisa peligrosa que no llegó a sus ojos. Me mantuve callada, fría, helada. Ni siquiera podía procesar bien lo que acababa de descubrir. —¿Qué quieres? ¿Que asesine a Dean? —sus preguntas retóricas eran cada vez más desafiantes y llenas de sarcasmo. Me sentí en peligro, y la piel de mi nuca se erizó cuando clavó los ojos en mí. —Lamento decepcionarte, pero no está en mis planes ponerle fin a la vida de alguien que luce así —sentenció finalmente, regresando a su tono jovial y divertido mientras miraba hacia Dean, quien seguía hablando en susurros con Abraham. Tragué duro. Aunque la tensión era menor, en la mirada de Lorenzo había algo muy peligroso que me caló los huesos. Puede que matarlo no sea el plan, pero definitivamente algo le hará a Dean Mackay.
Sonreí.
Que comience el juego.
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