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Corre

Roger

Después de deshacer el apretado nudo de mi corbata, esbocé una sonrisa hacia Daniela cuando, por cuarta vez en los últimos veinte minutos, llenó mi copa con champaña. ¿Acaso su plan era embriagarme? Porque necesitaría más que una botella para eso. La pelirroja me dedicó una mirada seductora antes de unirse a Conrad, quien bailaba animadamente en el centro de la habitación. Aunque la fiesta seguía abajo, me había retirado tan pronto como anunciaron la repentina partida de Vladimir y Dean.

Había inquietud en mi mente. No recordaba haber visto a Dean despidiéndose de nadie, ni siquiera de sus padres, y no estaba tan borracho como para haberlo olvidado. Me resultaba muy extraño, pero la preocupación se disipó un poco al recordar cómo se miraban los recién casados. Quizás no se soporten el uno al otro, pero sé que definitivamente en esa isla se quitarán las ganas que se traen, aunque el infierno se desate cuando regresen a la realidad.

Mientras me sentaba en la cama, mis ojos se perdieron en los oscuros ventanales. En toda la noche, no había intercambiado ni una sola palabra con Nikolai. Aunque no pude evitar notar que, casi mágicamente, su acompañante había desaparecido. Él tampoco intentó hablar conmigo, así que no debería ni siquiera estar pensando en él o preocupándome; mañana, todo esto será solo un mal recuerdo.

—¿En qué tanto piensas? —me tomó por sorpresa la repentina cercanía de Daniela al preguntar eso con un tono suave, mirándome con curiosidad.

—No es en qué, sino en quién... —fulminé a Conrad con la mirada cuando dijo aquello maliciosamente. Daniela se sorprendió, aunque noté algo de decepción en sus ojos. El pelinegro, por otro lado, sonrió, consciente de la incomodidad que había sembrado en la habitación.

Sabía lo que buscaba la pelirroja cuando me siguió a mi habitación, forzando una absurda conversación sobre mi estilo de cabello; sin embargo, ella no contaba con que Conrad estaría en el ascensor y con muchas ganas de hablar, como siempre. De alguna manera, terminamos en una especie de mini fiesta privada. Pero, ¿qué habría pasado si el pelinegro no hubiese aparecido? ¿Habría rechazado cualquier insinuación de Daniela? La sola idea de tener sexo con alguien más me provocaba una inusual sensación de rechazo.

—Ese "quien" ya no existe —sentencié, mirándola fijamente. Ella se sonrojó bastante, mientras que Conrad resopló, cruzando los brazos con evidente desacuerdo.

—Creo que ya es hora de que me vaya —murmuró él, leyendo el ambiente. No dije nada y me mantuve observando a la mujer que se sentó a mi lado. Daniela era muy llamativa; su cabello largo, lacio y pelirrojo resaltaba sus grandes y expresivos ojos verdes, al igual que sus carnosos labios, ahora pintados de carmín. Aunque era de baja estatura, su trasero, sus senos, y todo su cuerpo en general, estaban muy bien proporcionados. Hoy llevaba un largo vestido negro brillante que abrazaba generosamente sus curvas, acentuando aún más su figura seductora. Era el tipo de mujer que me haría voltear una segunda vez si pasara a mi lado...

O al menos eso era antes de haber conocido a ese altanero ruso.

No sentía ningún tipo de excitación al ver a Daniela. Aún así, en cuanto Conrad cerró la puerta, dejé la copa a un lado y la besé. Ella me respondió de inmediato. No siento nada. Moví mis labios con demanda mientras bajaba las manos a su cintura. No siento nada. Podía sentir el calor de su rostro mientras su lengua bailaba con la mía. No siento nada. Busqué el cierre de su vestido y lo bajé lentamente. No siento nada. Abrí los ojos al acariciar su espalda desnuda. No siento nada. Observé su pecho descubierto, mis ojos fueron desde sus pezones rosados hasta el tatuaje con forma de As de espadas entre sus senos. No siento nada. Agarré uno de sus pechos y lo masajeé mientras mi boca iba al otro, succionando y mordiendo suavemente su pezón, provocándole espasmos de placer a su menudo cuerpo. No siento nada. Ella terminó por bajar completamente su vestido, quedando solo en unas pequeñas bragas rojas que combinaban bastante con el sonrojo en su rostro. Y aun viendo a esta hermosa mujer, casi desnuda por completo frente a mí, no sentí nada.

—Es obvio que tu cabeza está en otro lado, Roger —dijo de repente soltando una risita incómoda. Sus ojos reflejaban una mezcla de resignación y confusión, pero no lucía ofendida o molesta.

—No, no, discúlpame... yo... —me quedé sin saber qué decir. Buscaba las palabras adecuadas que no le pudiesen faltar el respeto o menospreciarla. Ella sonrió levemente, como si ya supiera lo que pensaba. Ella tomó su vestido del piso con algo de gracia.

La observé apenado, pero no hice ningún intento por detenerla. Esto era demasiado incómodo.

—No te preocupes, lo entiendo —soltó finalmente mientras se comenzaba a vestir. Su voz sonó amable, pero el rubor en sus mejillas delataba que también se sentía muy apenada por la situación. —Espero que puedas arreglar las cosas con ese "quien" —añadió, dejando caer la palabra con algo de diversión.

—¿Necesitas ayu... —me callé cuando la puerta de la habitación se abrió y Nikolai entró, cargando un arreglo de flores. La expresión del ruso se desencajó por completo cuando sus ojos fueron desde Daniela, quien todavía tenía los senos a la vista, hasta mí, que me había acercado más para asistirla. La pelirroja estaba impactada, pero se apresuró a cubrirse con las manos. Los tres nos quedamos en un silencio sepulcral por unos segundos.

—Ve a buscar a otra víctima, Daniela. Nunca me caíste bien... —soltó Nikolai mientras la miraba con disgusto a la vez que se adentraba en la habitación para dejar el arreglo sobre una mesa. Daniela resopló y se subió el vestido con enojo, lanzándole una mirada fulminante. Yo estaba demasiado sorprendido como para hablar.

—El sentimiento es mutuo, Nikolai —dijo la mujer mientras se ponía los tacones. El ruso me miró fijamente de la cabeza a los pies, evaluando cada detalle de mi cuerpo. —Tranquilo, no pasó nada entre nosotros... —aclaró Daniela, rodando los ojos con exasperación. Nikolai no se sorprendió.

—Es obvio. No le moviste ni un pelo de la cabeza, aunque con lo mala que debes ser en la cama, creo que hubiese sido lo mismo si lo hubieran hecho —contestó, mirando mi cabello con detenimiento, como si buscara algún rastro de que tuvimos sexo. Daniela abrió la boca indignada y tomó su cartera con brusquedad, claramente ofendida.

—Olvida lo que dije, Roger. Tú eres demasiado para ese patán —me susurró ella, agarrándome las manos y mirándome a los ojos con determinación. Me reí al ver que lo decía muy en serio. Esos dos ya traían problemas desde antes. Nikolai se cruzó de brazos mientras esperaba a que se marchara. En otra ocasión, le habría dicho a Daniela que no tenía por qué irse, pero sentía curiosidad por saber qué hacía Nikolai aquí con un arreglo floral...

—Discúlpame nuevamente, Daniela —me excusé cuando la acompañé hacia la puerta. Ella se encogió de hombros y me dio un abrazo bajo la molesta mirada del rubio, quien se había acercado bastante, poniéndome algo tenso.

Los tres miramos hacia el ascensor cuando escuchamos el pequeño sonido que emitió. Tuve que pestañear varias veces para asegurarme de que mis ojos no me engañaban, aunque el ceño fruncido de Daniela y la expresión seca de Nikolai me decían que Viktor y el hijo menor de Dylan sí estaban comiéndose la boca a pocos pasos de nosotros. Los dos se veían bastante ebrios mientras salían del elevador sin dejar de besarse, totalmente ajenos a que los estábamos observando.

—Discúlpenme —dijo Nikolai seriamente mientras pasaba de nosotros y se acercaba a ellos. Lo vimos agarrar a Viktor por la parte trasera de su camisa y alejarlo bruscamente del adolescente. —¿Ya perdiste la cabeza? ¿Sabes quién es y cuántos años tiene? —le preguntó con molestia, mientras el pelinegro lo miraba mal. El adolescente de cabello azul se cruzó de brazos y miró con desafío a Nikolai.

—Se... llama... Aiden... y tiene... 18 a-años... —soltó Viktor, arrastrando las palabras, mientras Nikolai lo observaba con desaprobación y le hablaba en un tono tan bajo que no pudimos escuchar. Miré a Aiden, quien estaba casi vomitando y quien definitivamente no pasaba de los 16 años.

—Buenas noches, Roger —dijo Daniela suavemente a mi lado antes de acercarse al chico y llevarlo a duras penas hasta el ascensor mientras él se quejaba. Cuando las puertas se abrieron, esta vez dejaron ver a William Collins, quien le dirigió una ácida mirada a su borracho hijo, que parecía a punto de caer en la inconsciencia.

—Gracias, Daniela —le agradeció William mientras lo sostenía antes de echar una mirada hacia el pasillo. Él suspiró y los tres se marcharon. Regresé mi atención a los rusos y arqueé las cejas al notar que Viktor había comenzado a llorar un poco.

—¿Por... q-qué se f-fue c-con él? —preguntó con amargura. Nikolai lo miró con confusión. El dolor en los ojos del pelinegro me decía que no está hablando de Aiden y William. —Vladimir n-no lo m-merece... —soltó, aferrándose al brazo de su hermano para evitar caerse. Lo sabía. Viktor sentía algo por Dean.

—Estás borracho, no sabes lo que dices... —masculló Nikolai por lo bajo mientras lo conducía hacia su habitación, pero Viktor resopló con obstinación y se resistió.

—¡Dean no merece lo que Vladimir le está haciendo! —exclamó con violencia, soltando a su hermano. Luego se apoyó contra una pared, arrastrándose hasta quedar sentado en la alfombra del pasillo. Nikolai parecía visiblemente irritado por la escena y, por la forma en que buscaba ocultar a Viktor de mi vista, se notaba que también estaba avergonzado.

Caminé hacia ellos y me agaché frente a Viktor, mientras Nikolai me miraba consternado y molesto, pero lo ignoré. Los ojos negros de Viktor se veían enrojecidos e hinchados, y algunas lágrimas aún descendían por sus mejillas. Lucía perdido y demasiado borracho como para seguir estando consciente.

—Volverás a verlo en unos días y podrán hacer muchas cosas juntos. ¿Por qué no le das un tour por tu cuidad cuando regrese, o qué tal si le hablas de tus libros favoritos? —le dije con un tono suave y animado, como si estuviese tratando con un niño pequeño. Logré encender una chispa de felicidad en sus ojos, que luego fue opacada por los fuertes celos que sentía.

—¿Por q-qué no s-se enamoró p-primero de m-mí? —preguntó, mirándome con súplica, como si yo fuese capaz de responder aquello.

—Esto es absurdo, lo llevaré a su habi...

—No te tortures pensando en esas cosas, Viktor. Dean te ve como un buen amigo, uno que necesitará a su lado, cuidándolo y apoyándolo siempre —interrumpí a Nikolai sin ningún titubeo, realmente creyendo en mis palabras y tratando de infundirle a su hermano un poco de consuelo. Viktor se mostró serio de repente, como si tuviese un instante de lucidez en medio de su embriaguez. Él también sabía que eso era cierto. El pelinegro soltó una risa boba después de asentir.

—Háblame m-más sobre e-el —me pidió, más calmado y bostezando mientras se levantaba del piso con ayuda de Nikolai, quien tenía el ceño fruncido a pesar de que ya Viktor lucía más controlado.

—Le gusta mucho el fútbol... —mencioné sin saber exactamente qué decirle. Viktor asintió con emoción, pero luego se removió con rabia cuando guardé silencio. Me relamí los labios cuando Nikolai me hizo señas para que siguiera. —Aunque es británico, odia mucho el té y se ofende si asumes que le gusta y lo preparas sin siquiera preguntarle... —Viktor soltó una risita mientras caminábamos hacia su habitación; sus ojos estaban cerrados y lucía a punto de dormirse mientras su hermano lo llevaba. Pensé en qué más podría decir al ver que estaba más tranquilo. Me rasqué la nuca. —Como sabes, le gusta mucho leer... puede pasarse días encerrado en su casa solo leyendo... —Nikolai me hizo señas ahora para que me callara al ver la sonrisa boba de Viktor, quien pareció enamorarse un poco más tras oírme. Me reí un poco y busqué la tarjeta de la habitación en uno de sus bolsillos.

Inserté la tarjeta y mantuve la puerta abierta para que pasaran. Observé a Nikolai cuidadosamente acomodar a su hermano sobre la cama para luego quitarle los zapatos con preocupación y paciencia. Viktor comenzó a roncar casi de inmediato. Dejé la tarjeta sobre la mesa de noche y salí de allí, siendo seguido por Nikolai.

—Eres demasiado duro con él, solo está enamorado y borracho —le dije en cuanto cerró la puerta. Él miró hacia el fondo del pasillo por un segundo, como si su mente buscara alguna respuesta, y luego me observó. Sus ojos lucían sombríos, lo que me provocó un ligero nerviosismo.

—Ese es el problema. Viktor no puede andar por ahí deseando al esposo de Vladimir, ya tenemos suficientes problemas en la familia con Yakov —soltó seriamente mientras se masajeaba las sienes. Opté por guardar silencio, ya que tenía razón. Al desafortunado Viktor solo le quedaba ser un mero espectador del complicado vínculo entre Dean y su hermano. —¿Y qué fue todo eso sobre que él será el amigo que necesitará? Hablas como si tú no estarás ahí para él...

Evité su mirada mientras nos dirigíamos a mi habitación. Así que se dio cuenta...

—Regresaré mañana a mi casa —me limité a responder, deteniéndome frente a la puerta abierta de la habitación. Observé sorpresa en sus ojos, seguida de una expresión de decepción que lo acogió de golpe.

—¿Así de fácil es para ti? —preguntó con una sonrisa triste que me lastimó. Mantuve mi fachada de serenidad y asentí.

—No le caigo muy bien a Vladimir, así que lo mejor será estar lejos de él —dije con cautela. Él alzó una ceja, aparentemente sin creer lo que escuchaba. Observé detenidamente su rostro, notando el cambio que había tenido; se había quitado la barba, por lo que ahora lucía unos cinco años más joven. Me pregunté en silencio qué se sentiría besar esos labios sin el roce al que me había acostumbrado.

—Sabes tan bien como yo que Vladimir no te hará nada malo —contestó con convicción. Torcí la boca con inseguridad. Antes estaba seguro de que no me pasaría nada, pero después de haber visto la verdadera naturaleza de su hermano, ya no estaba tan convencido de que mi integridad estaría asegurada.

—Ya tengo mi vuelo comprado, me marcharé, Nikolai —respondí tras respirar hondo. Él ignoró mis palabras y sonrió al verme pasar saliva, como si supiera que su perfume me acababa de hacer la boca agua. —No me gustan las flores, pero esas están lindas, lo tomaré como regalo de despedida —solté al echar un vistazo al interior de la habitación y ver el ramo de coloridas flores que me había traído. Cuando regresé la vista al frente, lo encontré todavía sonriendo.

—¿Te irás aunque estés enamorado de mí? —ladeé la cabeza con impacto al oír su pregunta. Él me empujó hacia el interior de la habitación. Estaba atónito, y mi corazón latía con frenesí.

—¿Enamorado? —repetí, tratando de confirmar que escuché bien, él se rio.

—Te escuché hablando con Dean. Ya lo sospechaba, pero es bueno estar seguro —masculló, acercándose peligrosamente. Retrocedí hasta que sentí la cama detrás de mí. Como si no fuera lo suficientemente patético haberme enamorado en unas pocas semanas, también tuvo que escucharme decir eso en voz alta. —Quiero estar contigo, Roger... y lo sabes. Lo has sabido desde lo que sucedió aquella tarde en ese sofá... no, lo has sabido desde que me miraste a los ojos por primera vez...

—Nikolai, no hagas esto más difí... —un beso me interrumpió, dejándome aturdido. La piel de su rostro se sentía suave. Dejé que me acostara en la cama y le seguí aquel beso con sabor a despedida...

Dean

Dos minutos. Habían transcurrido dos minutos desde que estábamos en completo silencio en la habitación. Todavía me encontraba dándole la espalda, sin atreverme a darme la vuelta y encararlo. ¿Por qué no dice nada? Me pregunté con el ceño fruncido, aceptando rápidamente la idea de que yo tenía razón y él solo quería agregarme a su lista. Un gélido sentimiento se apoderó de mi cuerpo.

Manteniendo el silencio, me senté sin dejar de darle la espalda y posé mis pies en el cálido piso de madera. ¿Por qué me sorprendía un poco? ¿Por qué una parte de mí esperó algo diferente? La forma en que tuvimos sexo habló por sí sola. Vladimir me folló, duro y sin cuidado. Fue excitante, ardiente y me dejó deseando mucho más, pero también dejó un vacío en mi pecho al no notar ni una pizca de amor o siquiera de cariño durante aquel acto que tanto habíamos ansiado. Fue como si su único interés era saber qué se sentía estar dentro de mí.

Me estremecí cuando una de sus manos recorrió mi espalda, descendiendo con suavidad hasta alcanzar mi adolorida cadera.

—¿Cómo te sientes? —su pregunta fue seria, lo que finalmente me dio el valor para girarme.

Cuando lo hice, me di cuenta de que me observaba intensamente. Sus ojos amelados bajaron por mi cuerpo sudado con deseo, incluso más intenso que antes. Tragué con dificultad cuando sus ojos adquirieron una tonalidad más oscura, revelando una expresión hambrienta. Era evidente que quería más, se veía sumamente insatisfecho hasta que su mirada llegó a mis caderas y la frialdad cruzó su rostro. Bajé la vista, desconcertado por su cambio, hasta que noté sus dedos marcados en mi trasero y en mis caderas. Aunque en el momento no lo sentí tan fuerte debido al placer, estaba claro que Vladimir me había agarrado con una fuerza desmedida, y esas marcas rojas eran la prueba de ello.

Una extraña tensión impregnó el ambiente mientras él me miraba con el ceño fruncido. Hice el intento de levantarme de la cama, pero sentí las piernas tan débiles que me tuve que sentar otra vez.

—Quédate un rato acostado —me ordenó mientras se levantaba para ponerse un bóxer. No quería seguir su orden, pero no tenía opción. Me recosté y me quedé mirando el techo tras cubrirme con las sábanas a pesar del calor que tenía. Ni siquiera cuando perdí mi virginidad experimenté un dolor tan agudo como el que sentía ahora...

—Debes tener una vasta experiencia en esto —solté con sarcasmo al verlo entrar al baño y salir poco después llevando papel en las manos. Él me miró con una ceja arqueada.

—¿En "esto"? —preguntó con el mismo tono sarcástico que yo había utilizado mientras se sentaba junto a mí. Le sonreí con frialdad.

—Digo, me imagino que a todos los dejas así... sin poder levantarse —aclaré, sintiendo unos irracionales celos de repente. Él se mantuvo impasible, examinándome con la mirada. Siempre he sabido que es un mujeriego, pero aún así, me sentía fastidiado e irritado al pensar que ha estado en esta situación con muchas otras personas.

—¿Estás celoso? —me interrogó con una pequeña sonrisa burlona. Resoplé y traté de alejarme, pero él me agarró las piernas con firmeza tras quitarme las sábanas de encima, dejándome expuesto. Lo miré indignado y asustado, pero él ni siquiera se inmutó. —Solo voy a limpiarte, tranquilízate —masculló con fastidio mientras yo intentaba quitar sus manos de mi cuerpo, a pesar del dolor que sentía. Sabía que quería ayudarme, pero el solo imaginar esa acción tan simple me molestaba y me llenaba de vergüenza. ¿A cuántos más habrá "limpiado"?

—Eso puedo hacerlo yo mismo. ¡No quiero que me toques! —grité con frustración, dejándolo algo asombrado por mi reacción alterada. Él alejó sus manos de mí finalmente. Tomé las sábanas y volví a cubrirme, sintiendo el cuerpo helado. Vladimir soltó una risa floja y se levantó de la cama, pude ver su fría y distante expresión antes de salir de la habitación. La puerta se cerró de golpe, dejándome solo con mis pensamientos.

Me agarré con fuerza una mano, la cual había empezado a temblar frenéticamente mientras recibía una oleada de ansiedad de golpe. Sorpresivamente, me molestaba que él no se comportara como un imbécil. Me fastidiaba que siguiera mirándome como si estuviese loco por volver a hacerlo, y me aterrorizaba porque no sabía en qué momento aquello cambiaría. La desconfianza que sentía hacia él era enorme. Creí que lo peor hubiese sido ser rechazado por él después del sexo, pero esta incertidumbre era más irritante y peligrosa que aquello.

Oculté mi sorpresa cuando él regresó a la habitación, esta vez tomándose un vaso de agua repleto de hielo. Creí que se había enojado, pero él no se veía irritado. En cambio, sus ojos estaban clavados en mí con curiosidad, como si fuese un acertijo o un enigma.

—Si todavía no crees en nada de lo que dije, ¿por qué quisiste tener sexo? —preguntó arrastrando una silla y sentándose frente a mí con intriga.

—Fue solo para satisfacer una necesidad que ya no tengo, gracias —mentí con brusquedad, sacándole una gran carcajada. Él levantó el vaso de agua hacia mí, brindando y dando un gran trago, como si estuviera saboreando más que simplemente agua helada.

—Esta es la primera vez que me siento usado, pero ha sido un placer satisfacer tu necesidad, Hadriel... —contestó con una sonrisa ladeada mientras se levantaba. Resoplé ante su respuesta, sabiendo que su ego sexual estaba demasiado alto como para ofenderse o tomar en serio cualquier mentira que le dijera. No podía culparlo; con lo que traía entre las piernas y por cómo se movía, cualquiera tendría los humos en el cielo...

—¿Cómo crees que me siento yo? —respondí con la voz debilitada, negando lentamente al darme cuenta de que, ni siquiera ahora, veía arrepentimiento en él. Giré el rostro con rechazo cuando intentó tocar mi mejilla. —Aun cuando Yakov me mostró todo lo que tu familia hace... aun sabiendo que eres un narcotraficante, no huí. Pude haberme dado por vencido en cualquier momento, y con la ayuda de mis padres, podría haber seguido viviendo cómodamente. Pero una parte de mí... una estúpida parte de mí creía en ti, en que respetarías nuestro acuerdo y, claro, en que tenías un límite para no dañarme. Obviamente, me equivoqué. No me digas que te casaste para protegerme. Si así hubiese sido, no habrías modificado el contrato y no hubieses tenido un barco lleno de cocaína saliendo la misma noche de nuestra boda. No pensaste en mí. Si algo sale mal, tú y yo sabemos perfectamente que todo el mundo creerá que yo también era parte de ese negocio. No me quieras engañar, ni te engañes a ti mismo. Todo esto lo hiciste por razones malas y egoístas... —sentencié, pronunciando cada palabra con toda la frialdad que sentía en mi corazón. —Tú quieres que sea parte de tu mundo... quieres que sea como tú... —murmuré mientras llegaba a esa conclusión a medida que hablaba.

Sentí que su máscara finalmente había caído. Vladimir Sokolov me miraba con una mezcla de admiración, deseo y molestia. Era una mirada diferente a cualquier otra que hubiese visto en él, pero, sobre todo, era honesta y sin apariencias. Sentí nervios. Había dejado que las palabras salieran de mi boca libremente, pero no estaba seguro de que tenía la razón en lo último que dije, hasta ahora. El sexo fue la clave para descubrir la verdad, una verdad terrorífica.

Tuve miedo.

No, el miedo le quedaba corto al aceleramiento de mi corazón y al sudor que recorría mi espalda. Sentía terror por como él me miraba, pero también había un culposo rastro de excitación dentro de mí. Vladimir me observaba como si fuese suyo en todos los sentidos...

—No creo que me ames, Vladimir, solo quieres llenarte la boca diciendo y creyendo que soy tuyo y de nadie más... —afirmé con amargura y dolor, pero él soltó una risa leve y se alejó para vestirse, permitiéndome respirar en paz por un breve segundo.

—Estás equivocado, yo nunca querría que fueras como yo —aclaró seriamente, haciendo caso omiso de todas las otras cosas que dije. Negué sin creer sus palabras.

—Deja de men...

—¿Qué es para ti el amor, Dean? —me interrumpió con interés mientras se ponía los pantalones. Su pregunta me extrañó, dejando mi mente en blanco. Creo que nunca me había detenido a pensar en un concepto específico del "amor", pero él parecía estar esperando mi respuesta, así que lo consideré seriamente.

—El amor... —comencé, buscando las palabras adecuadas. —Creo que... amar es tener una conexión emocional con alguien... es quererlo incondicionalmente, desearle el bien, no hacerle daño... es algo que va más allá de la atracción física... —dije vagamente, encontrándolo un poco complicado de explicar. Vladimir se sentó nuevamente en la silla frente a la cama, aun con el torso descubierto, y pareció sopesar mis palabras.

—No estoy de acuerdo contigo... tú también me has hecho daño, y aún así sé que me amas... —soltó relajadamente, dejándome confundido.

—¿Cuándo te he hecho daño? ¿Hace años? —pregunté, tratando de encontrarle sentido a sus palabras. Él negó lentamente, dejándome aún más perdido.

—Mírame y dime que no confías en que siento algo real por ti —me instó, sentándose a mi lado y sosteniendo mi mentón con firmeza. Mi estómago se encogió al observar esos orbes mieles que me hacían sentir tanto temor y tanto amor al mismo tiempo.

—Eso no es amor... —susurré, captando la adoración reflejada en sus ojos, pero también una sed de posesión bastante evidente.

—Es algo más fuerte que eso —contestó él en un tono ronco y bajo, y mi corazón amenazaba con estallar. —No tienes ni idea de lo que yo haría por ti... —murmuró, acariciando mis mejillas; tragué saliva cuando sus ojos parecieron perder brillo, luciendo vacíos. Creo que sí tenía una idea de lo que sería capaz de hacer. Un escalofrío de excitación me recorrió bajo la intensidad de sus palabras, dejándome atrapado en una contradicción entre el temor y el deseo.

—¿Cuánto te va a durar eso? —quise saber, bajando la voz. Él me dedicó una sonrisa torcida, algo fría, que encendió la tensión entre los dos.

—Todavía no lo entiendes... yo siempre he sentido esto por ti... —confesó sin siquiera pestañear. Abrí mucho los ojos, sorprendido. —Sé que estás asustado, y quizás sí deberías estarlo... —agregó, mirándome fijamente. Sabía que probablemente mi expresión era de terror, y a pesar de que tenía miedo y mi cuerpo se sentía en peligro, mi corazón estaba más emocionado que nunca. Era como si hubiese recobrado una parte que había faltado desde hace años. Lo entendía... la locura que veía en los ojos de este ruso, mi corazón la comprendía, aun contra todas las señales y gritos de advertencia de mi cabeza...

—Si siempre te has sentido así, ¿por qué fingiste estar muerto durante todo ese tiempo? ¿Por qué me dejaste solo por tantos años? —pregunté confundido y triste. Él hizo una pequeña mueca y se alejó de mí, logrando que sintiera frío y soledad a pesar de que mi cuerpo sudaba. Observé cómo se encerraba nuevamente en sí mismo, y dejé caer los hombros. Lo sabía. No puedo estar con él, ni puedo perdonarlo, y me da igual que sienta o crea que soy suyo; todo esto debe terminar. —Habías dicho que me contarías todo... —le recordé, haciendo un último intento por lograr que se abriera, pero él simplemente se pasó una mano por el cabello y me estudió con la mirada.

—Las cosas cambiaron... te lo diré todo, solo que no hoy... —respondió, frunciendo un poco el ceño. Bajé la mirada a las sábanas, soltando un suspiro de frustración. No le creía. Lo único claro aquí era que él me deseaba más que antes y que estaba convencido de ser mi dueño. Parece creer que siempre estaré aquí, pasando por alto todas las cosas que hace u oculta...

—Ya ni te molestes en hacerlo, no quiero saber nada —afirmé, envolviéndome en la sábana casi por completo. —Vete, necesito estar a solas —le pedí con frialdad, deseando darme un baño frío en silencio, pero sabía que el camino hacia la tina sería demasiado vergonzoso. Probablemente tendría que arrastrarme. Vladimir arqueó una ceja.

—Estás sudando, ¿vas a dormir así? —preguntó con fingida curiosidad. Asentí firmemente, aunque mi cabello ya se pegaba a mi frente y a mi cuello debido al calor opresivo. Vladimir me ignoró y abrió las ventanas de par en par. El viento que entró por ellas era algo fresco. Observé cómo las cortinas color turquesa se movían suavemente con la brisa y el olor a sal marina nos envolvía.

—Ya puedes irte —le dije con calma, sin prestarle mucha atención, hasta que noté de reojo su mirada fija en mí, con una expresión indescifrable.

—Descansa —contestó con una pequeña sonrisa que me inquietó. Tras mirarme de arriba abajo, se marchó. Tenía la sensación de que estaba presenciando los últimos rastros de decencia que poseía ese hombre y que, de un momento a otro, dejaría de controlarse por completo.

Intenté levantarme de la cama nuevamente, logrando hacerlo, aunque mis piernas temblaban un poco. Caminé lentamente hacia el baño para limpiarme, sintiendo que cada paso era una pequeña victoria. Tardé una eternidad en llegar y hacerlo. Tantas veces que dije que no me acostaría con él, y ahora me encontraba observando un trozo de papel higiénico mojado con su semen. Me maldije a mí mismo y regresé a la cama. Me puse los boxers y me quedé acostado boca abajo, encontrando tranquilidad en el sonido del vaivén de las olas en el exterior...

. . .

Cuando abrí los ojos, noté que el frío que sentía se filtraba por las ventanas que aún estaban abiertas. Todo estaba a oscuras, salvo por la tenue luz que provenía de una de las lámparas exteriores. Me incorporé en la cama y froté mis ojos mientras bostezaba. Me puse de pie, sintiéndome mejor después de haber descansado. Al encender las luces, me acerqué a las ventanas para cerrarlas y me estremecí cuando el viento helado sopló directamente sobre mí.

Un extraño sentimiento de temor me acogió ante el hecho de que afuera no se veía casi nada debido a que la luna estaba oculta tras el cielo nublado. Nunca me había gustado estar en la playa o cerca del mar durante la noche. Era aterrador cómo algo tan apacible y hermoso durante el día podía adquirir un aspecto tan siniestro y lúgubre por la noche.

En parte, me sentí aliviado de haber estado inconsciente cuando me trajeron aquí, porque, sin duda, me habría dado un mini paro cardíaco al presenciar el camino hacia este lugar.

Me encaminé hacia el closet y escudriñé entre mi ropa en busca de algo que fuese lo suficientemente abrigador. No podía dejar de arrepentirme de haber dañado el control de la temperatura. Me imaginé la cara de triunfo y burla que tendrá Vladimir al verme lidiar ahora con el inquietante frío que hacía.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —repetí con irritación al constatar que todos los pantalones, incluso los de pijama, eran cortos, y las camisas eran todas ligeras y de manga corta. Aunque no podía culpar ni a Roger ni a Ilya, yo tampoco pensé que necesitaría un abrigo en una isla.

Me di la vuelta para ver la ropa de Vladimir. Ni siquiera me fijé en los pantalones, ya que eran demasiado grandes para mí, pero sí rebusqué entre sus sobrias y monocromáticas camisas y camisetas. En medio de ellas, encontré un abrigo negro con una tela ligeramente gruesa. Me lo coloqué y me miré en el espejo mientras sacudía la cabeza. Me quedaba demasiado grande. Las mangas eran excesivamente largas y la parte inferior llegaba a cubrirme el trasero, pero era cálido. Mi cuerpo agradeció de inmediato la sensación reconfortante de la suave y acogedora tela. Con el abrigo puesto, salí del closet.

Al salir de la habitación, encontré a Vladimir sentado en el sofá, mirando con irritación hacia la televisión.

—Solo hay películas de mier... —él se interrumpió al desviar la mirada hacia mí, sorprendido al observarme de arriba abajo. Sin emitir ni una sola palabra, me dirigí hacia la cocina, sintiendo una sospechosa satisfacción al notar que sus ojos no dejaban de seguirme. Mientras tomaba con calma un poco de agua, reprimí una sonrisa al verlo aproximarse con evidente deseo en la mirada. —¿Ya te sientes bien? —preguntó con demasiado interés. Resoplé y le esbocé una sonrisa fría mientras me sentaba en la encimera.

—Perfectamente —contesté con sarcasmo mientras él terminaba de acercarse. Observar finalmente el poder que parecía tener sobre él me estaba volviendo loco. Su mirada era deseosa y excitada mientras me recorría sin disimulo alguno. Me relamí los labios y me terminé el agua, sin dejar de mantener contacto visual con él.

—Bien... porque ya no puedo esperar más... —respondió con la voz ronca, deslizando sus manos por mis piernas y retorciendo todo mi interior. Arqueé una ceja y puse las manos en su pecho para apartarlo de mí. Él frunció el ceño.

—Puedes irte al baño si tienes tanta prisa —le aconsejé maliciosamente mientras me alejaba y lanzaba una rápida mirada al bulto en sus pantalones. Esperaba que se molestara, pero en lugar de eso, soltó una pequeña risa sin gracia y me atrapó de espaldas contra la encimera, casi sacándome un gemido de sorpresa y excitación. Sus labios bajaron por mi oreja mientras sus manos se metían por debajo del abrigo. Mis piernas se sentían débiles, y yo, vulnerable.

—¿Por qué habría de hacer eso si tengo un supermodelo por esposo? —preguntó, bajando la voz y manoseándome el trasero. Me mordí el labio con frustración al sentir su erección cuando me levantó el abrigo y la presionó contra mi ropa interior. —Además, esto es tu culpa... tú me la pones así de dura... —soltó sensualmente mientras se pegaba más a mí. Todo mi cuerpo ardía. Deseaba tanto volver a sentirlo...

—¡Ay! Todavía tengo algo de dolor... —mentí rápidamente, sacando mi última pizca de voluntad para apartarme de él. Esta vez logré sacarle una mirada molesta. Sonreí y me acerqué al sofá. Me hago una idea de lo frustrado que debe estar el señor Sokolov, acostumbrado a que cualquiera abra las piernas con solo una mirada suya. Mi sonrisa se amplió. —Vamos a jugar algo... —le propuse, observando unos cuantos juegos de mesa en una esquina del estante de la televisión.

—¿Jugar? —repitió, arqueando una ceja. Todavía lucía algo irritado. Asentí y mientras él iba por una botella de vino, me senté en el suelo y saqué las distintas cajas que encontré. Tomé la más pequeña de todas, parecía ser un juego de cartas normal, hasta que las saqué y vi que tenían preguntas escritas. "¿Cuál es tu posición favorita?" Guardé rápidamente las tarjetas al percatarme del tipo de preguntas que contenían.

—¿Por qué lo guardas? Yo quiero jugar esto —dijo Vladimir, quitándome la caja de las manos con diversión y leyendo la descripción. —¿O es que te da vergüenza? No sabía que eras tan tímido —soltó con evidente burla. Bufé y dejé de lado las otras cajas.

—Juguemos —acepté el reto mientras me acomodaba en el mullido sofá. Él sonrió de lado y sacó las cartas. Lo observé barajarlas con mucha habilidad sin siquiera mirarlas. —Escuché que tienes casinos, ¿están en Rusia? —pregunté con curiosidad al recordar que Yakov me dijo que lavaban dinero a través de ellos. Vladimir soltó un suspiro antes de asentir.

—Y en China, Indonesia, México... —murmuró mientras dejaba el fajo de cartas entre nosotros. La mirada que me lanzó me invitaba a no seguir indagando en sus negocios, pero no me inmuté. Él tomó una carta y pasó sus ojos por ella en silencio, luego sonrió un poco y me miró. —Ya me sé la respuesta de esta, pero ahí va, ¿has tenido un orgasmo en todas tus relaciones sexuales? —preguntó mientras vertía vino en las dos copas. Ambos sabíamos cuál era la respuesta a esa pregunta, solo necesitábamos recordar a David para tenerla clara. Ni siquiera respondí y tomé una carta, preguntándome dónde podría encontrarse ahora mismo el pelirrojo.

—¿Dónde te gustaría hacer el amor? —leí la pregunta antes de tomar una de las copas. Vladimir observó mis labios durante unos segundos. A pesar de que las puertas corredizas estaban abiertas, permitiendo que el viento entrara, se sentía algo de calor en el ambiente.

—En el sofá de una casa en la playa —la seria respuesta de ese hombre me hizo reír un poco. Él bajó la mirada por mis piernas y sonrió. Como si fuera posible, la tensión se hizo aún más palpable. Le di un gran sorbo al vino.

—Vaya fantasía —contesté como si fuera algo remotamente posible. Él levantó su copa y, tras dar un trago, tomó una carta. Su mirada se enfrió por un segundo antes de dejar la pequeña tarjeta de lado y tomar otra. —¿Qué dice? —le pregunté con curiosidad mientras tomaba la que había descartado.

—Algo que yo no quiero saber y que tú no vas a querer decir —respondió con calma. Sentí una piedra en el estómago al leer la pregunta. "¿Cómo fue tu primera vez?".

—Fue buena. Claro, en ese momento creí que eso estaba bien, pero no fue traumática... —contesté, conteniendo la amargura en mi interior y notando cómo la mirada de Vladimir se volvía fría y vacía. Sonreí soñadoramente, fingiendo que recordaba con felicidad aquella primera vez de la que me arrepentiría hasta el día de mi muerte. —Robert fue bastante suave y amoroso, él...

—Hadriel.

Mi boca se cerró por instinto en cuanto escuché su seca y molesta voz. Estaba furioso. Sus ojos ardían con rabia. Encogí los hombros y le di un trago a mi copa, sin haber logrado mi propósito. Él estaba celoso, eso era obvio, pero no había rastro de dolor en sus ojos. Quería, necesitaba y anhelaba ver aunque sea un poco de sufrimiento en esa fría expresión suya. Quería que él comprendiera cómo me ha hecho sentir en demasiadas ocasiones.

—Mi turno... —respondí, tomando otra carta para dar por terminado ese incómodo momento. Vladimir me sorprendió al arrebatarme la carta de la mano. Me extrañó ver que mantenía su mirada vacía.

—Se acabó el juego —contestó, dejando la carta sobre la mesa y quitándome también la copa cuando la tomé. Lo miré confundido, pero él me sonrió con frialdad. —Si te sientes capaz de hablarme así de otro hombre, entonces tenemos un gran problema... —soltó, desabrochándose el pantalón. Mi corazón se detuvo por un segundo, hasta que volvió a latir con prisa.

—¿Tan sensible eres? Ya sabías que no has sido el primero en mi cama, y tampoco creo que serás el último —solté con un tono malicioso, pero él se rio con diversión.

—Así como tú también sabes que no serás el último para mí...

Vladimir detuvo mi mano antes de que esta impactara contra su rostro. Él tenía una sonrisa tranquila, mientras que yo sentía el corazón apretujado por el dolor. ¿Por qué intenté abofetearlo? Ni siquiera lo había pensado; simplemente lo hice al sentirme algo ofendido.

—Sí, eso es justo lo que pensé... —murmuró como si hubiera confirmado algo. En ese momento, me sentí como un estúpido al darme cuenta de que solo había dicho aquello para provocarme. Los dos nos asesinamos con la mirada, y aún así, era como si ambos supiéramos a la perfección que no habría lugar para nadie más en nuestras vidas. —Sabes lo que pasará con cualquiera que se atreva a tocarte... —añadió, atrayéndome hacia él y sentándome en sus piernas. Arqueé una ceja con incredulidad.

—¿Qué? ¿Vas a matarlos? —le pregunté en voz baja mientras él sujetaba mi cintura. Pude notar cómo su mandíbula se tensaba y la amenaza estaba claramente escrita en sus ojos. Un escalofrío de excitación recorrió mi cuerpo. 

—Lo haré, sin importar quién sea —respondió con seguridad, acelerando aún más mi corazón. Su mirada fría me inquietaba, pero no pude resistirme cuando me besó con demanda. Vladimir era tan tóxico, exudaba puro peligro, pero mi cuerpo no podía evitar rendirse ante él, aunque su boca tuviese un sabor a inevitable destrucción.

Enterré los dedos en su lacio cabello negro y deslicé mi lengua en su boca húmeda, siguiéndole el ritmo exigente que había marcado. Era el amor de mi vida, lo sabía, lo sentía en cada célula y en cada poro de mi cuerpo. Mis labios parecían hechos para ser besados por él de la forma en que lo hacía, mi cintura parecía moldeada para que sus manos se cerraran a su alrededor con la posesión que ejercía, y mi corazón latía únicamente por él.

Lo que sucede en la isla, se queda en la isla, ¿no?

Él me levantó ligeramente, solo para terminar de bajarse los pantalones, liberando una vez más aquello que hace unas horas me había vuelto loco.

—H-Hagámoslo a-así... —le pedí al ver que intentó recostarme del sofá, pero yo quería quedarme como estábamos, conmigo en sus piernas. Temía que volviese a ponerme en cuatro y me follara otra vez sin ningún cuidado. Él se detuvo y me miró.

—Te daré un millón de dólares, completamente limpio... si haces que me venga en esta posición en menos de diez minutos... —dijo de repente, dejándome boquiabierto. Parecía hablar muy en serio. Tragué duro y sentí un cosquilleo en las manos mientras repetía la cifra en mi cabeza. ¿Un millón por eso? Aunque si está apostando eso, debe ser porque esta posición no le gusta mucho. Sonreí y me levanté de sus piernas.

—¿Cómo sé que vas a cumplir? —pregunté con desconfianza, siguiéndole el juego. Él me miró directamente a los ojos, sin titubear.

—Nunca me he negado a pagarte —me recordó despreocupado. En eso tenía razón. Aunque era altamente probable que ese dinero no fuera tan limpio como decía...

Solo era cuestión de tiempo para que mi cuenta bancaria mostrara números rojos, y no ayudaba saber que él seguirá interfiriendo en mi trabajo a pesar de que ya estábamos casados...

Lo miré por un momento, ¿tan necesitado cree que estoy?

Solté un suspiro. Vladimir abrió los brazos y me miró expectante. Sin siquiera sonreírle, me puse de pie frente a él y, sin cortar el contacto visual, bajé suavemente hasta quedar de rodillas frente a su erguido miembro. Sus ojos adquirieron un brillo de sorpresa. Cuando agarré su cálido y prominente pene, sus ojos ardieron, ansiosos porque mi boca fuera lo siguiente en tocarlo...

—Cierra los ojos... —le ordené mientras comenzaba a mover la mano de arriba abajo, acariciándolo. Él obedeció con una sonrisa. Sin dejar de tocarlo, me acerqué a su oído. —Te dije que no sería tu prostituto, Sokolov —susurré, dejándolo perplejo. Le di un beso en la mejilla y me alejé de él.

Solo en su desquiciada cabeza estaría bien ofrecerme dinero por sexo. Moría por hacerlo con él y estuve a punto de hacerlo, pero lo castigaría un poco por haberme propuesto algo así.

—Ya he sido demasiado bueno contigo... —me detuve en cuanto puse un pie en la terraza. Vladimir estaba detrás de mí, podía sentir su cuerpo rozando el mío. No me di la vuelta, ni siquiera cuando puso sus manos en mis hombros.

—No sabía que estabas siendo bueno... —susurré, observando la hilera de bombillitos amarillos que iluminaban un poco la pequeña terraza, mientras la playa ahora podía verse mejor gracias a que el cielo se había despejado. La luna derramaba su luz sobre la arena y el agua. Cerré los ojos cuando sentí los labios de Vladimir en mi cuello.

—Te he dado tu tiempo, he ido a tu ritmo, y no dejas de faltarme el respeto —abrí los ojos y arqueé una ceja al escuchar las cortantes palabras de ese hombre que hablaba contra mi cuello.

—¿Qué respeto le debo yo a un egoísta como tú? —respondí con su mismo tono. Una leve risa escapó de sus labios mientras me daba la vuelta, agarrándome por la cintura. Había pasión y algo de molestia en sus ojos. —Solo eres alguien de quien me voy a divorciar en cuanto regresemos a la civilización —aclaré sin ningún rodeo en la voz. Él enterró los dedos en mis rizos y sostuvo mi mirada.

—La muerte es la única salida para esto... —susurró, pasando sus pulgares por mis mejillas. Fruncí el ceño. ¿Este habrá sido su plan desde el principio? ¿Convencerme de un matrimonio falso para luego no dejarme ir? —Mientras más rápido lo aceptes, más feliz vas a ser... —añadió, cargándome de repente y caminando hacia uno de los sillones de la terraza.

—No... no quiero esto... —mentí con voz apenas audible cuando él comenzó a repartir besos por mi cuello. Estábamos sentados, y yo permanecía en sus piernas, luchando contra la contradicción de mis palabras y el anhelo de sus caricias.

—Deberás ser más convincente si esperas que me detenga —replicó él mientras retiraba con facilidad mi bóxer. Traté de cubrirme con el dobladillo del abrigo, pero él apretó con fuerza mis manos y me miró a los ojos con seriedad, excitación y una hostilidad palpable. Me relamí los labios con nervios. —Ahora haremos las cosas a mi modo, hasta que entiendas que eres mío —me advirtió, soltándome las manos. Estaba hipnotizado y aterrado al mismo tiempo.

—Imbécil pedante, el que debe entenderlo eres tú. Yo no te pertenez... —un grito me interrumpió cuando ese idiota agarró mis caderas y empezó a penetrarme sin ninguna preparación. Lo asesiné con la mirada, pero él me miraba expectante mientras se detenía después haber entrado un poco más que la punta. Mi cuerpo sudaba frío.

—¿Algo más que me quieras decir? —me incitó con burla y desafío. Mi respiración se volvía irregular mientras me agarraba de sus hombros, como si eso pudiese evitar que entrara por completo en mí. Era obvio que buscaba que siguiera insultándolo para aprovecharse de eso. —¿Por qué estás tan callado de repente? —preguntó, metiendo las manos debajo del abrigo y deslizándolas por mi espalda con una sonrisa maliciosa.

—Te voy a asesi... —otro grito salió de mi boca cuando me sentó de golpe, entrando por completo de una forma brusca y dolorosa. Mi cuerpo temblaba, mis dientes castañeaban mientras el frío viento de la playa nos envolvía, pero mi piel estaba ardiendo, al igual que mi interior. —E-Eres u-un a-animal... —susurré con dificultad con la frente apoyada en su pecho mientras intentaba recuperar el aliento. Me dolía a horrores, pero también estaba extasiado. Vladimir acarició mi espalda suavemente, un gesto bastante tierno que contradecía lo desconsiderado que acababa de ser.

—Y tú eres un insolente —me susurró de vuelta antes de separar aún más mis nalgas y comenzar a moverse a un ritmo lento y profundo. Mordí su hombro para callar mis gemidos, pero él me agarró el rostro con una mano y me obligó a mirarlo. Me cubrí la boca con las manos, negándome a sucumbir a sus deseos, pero él soltó una pequeña risa mientras me miraba con detenimiento a la vez que se movía con más violencia.

—V-Vladimir y-ya b-basta... —le rogué con un tono suplicante, sintiéndome en la luna por el placer.

—Bien, me voy a detener —soltó después de unos minutos, retirando las manos de mi trasero justo cuando estaba a punto de llegar al clímax. Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios mientras lo miraba mal. Se recostó, entrelazando las manos detrás de la cabeza con una expresión relajada. Solté un suspiro de resignación y finalmente comencé a moverme, notando cómo fruncía el ceño y su mirada se volvía más intensa. Sonreí levemente sin dejar de observarlo mientras marcaba un ritmo suave, como si estuviésemos haciendo el amor, compartiendo un momento íntimo y no simplemente follando.

Vladimir me agarró por la cintura y se levantó del sillón cuando iba a besarlo. Mis ojos se abrieron de par en par cuando entró en la casa y me empujó contra una pared, penetrándome con dureza, nublándome el pensamiento y transformando mis gemidos en gritos de placer y algo de dolor. ¿Qué diablos le pasa a este hombre?

Lágrimas saladas surcaban mis mejillas mientras aferraba mis uñas a su espalda, tratando de soportar la intensidad de sus movimientos y la fuerza con la que me estaba cogiendo. Ni siquiera podía seguirle el ritmo. Era simplemente, bestial.

Después de unos minutos, cuando finalmente terminé, busqué su mirada, pero él tenía el rostro escondido en mi cuello mientras continuaba moviéndose hasta que lo sentí llenarme. Sus hombros se relajaron al salir de mí. Aún me sentía mareado por el placer. Él me cargó en sus brazos y me llevó hacia el sofá, mis piernas se sentían débiles y temblorosas.

—¿Por qué lo hiciste adentro otra vez? —le pregunté mientras sentía todo el trasero mojado. Él se rio un poco y me miró directamente a los ojos.

—Siempre lo haré dentro de ti —contestó tranquilamente, provocando que mi rostro y mis orejas se calentaran aún más. —Te prepararé un baño, ¿o prefieres ir a la playa? —preguntó tras dejarme en el sofá. Mi expresión de terror lo sorprendió un poco.

—Mejor el baño —afirmé con seguridad. Él cruzó los brazos y me escrutó con la mirada mientras evaluaba mi respuesta.

—¿Le tienes miedo a la playa? —preguntó algo confundido. Resoplé y me pasé una mano por el cabello, fingiendo que había escuchado una tontería.

—Claro que no, simplemente quisiera un baño caliente —respondí despreocupado. Él asintió con una sonrisa burlona mientras se ponía los pantalones.

—Yo también quisiera uno, pero, ¿con qué crees que se controla el calentador del agua? —su pregunta sarcástica me dejó con la boca abierta. Dirigí una mirada fugaz hacia la pantalla rota en la pared. Eso explicaba por qué el agua estaba fría cuando me limpié hace unas horas. —Le tienes miedo a la playa de noche, pero no a un lago congelado —agregó él con ironía, mientras miraba hacia la playa.

—El lago tiene un límite que puedes ver; la playa no —argumenté, confirmando que sí le tenía algo de temor. Él pareció pensarlo por unos segundos, hasta que finalmente asintió como si aceptara la validez de mi punto. —El agua de la ducha exterior estaba caliente —recordé mientras lo observaba ir a la terraza y regresar con mi ropa interior.

—Afuera hay un sistema independiente. Vamos a la piscina —propuso, acercándose nuevamente.

—Puedo ir yo mismo —respondí antes de que siquiera me tocara. Tomé mis boxers negros de sus manos y me los coloqué con algo de dificultad mientras él me observaba con atención. —Puedes adelantarte —le sugerí, cruzándome de brazos, pero él negó.

—Te esperaré —decidió maliciosamente, consciente de que no podría ni dar dos pasos sin apoyarme de algo. Solté un suspiro y usé toda mi fuerza para levantarme de sofá. Manteniendo una apariencia calmada, aunque sintiendo un dolor notorio en el cuerpo, comencé a caminar con rigidez. —Tal vez llegues a tiempo para el desayuno —bromeó aquel ruso con una sonrisa, rodé los ojos. Seguí avanzando lentamente hacia la terraza.

Esta vez pude confirmar que Vladimir solo sabe follar. Al parecer, para él, no había espacio para el amor a la hora de tener sexo...

Mis pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos cuando él me levantó sobre su hombro y me llevó al exterior en menos de un minuto, dejándome sin la oportunidad de refutar. En cambio, en cuanto me dejó en una de las sillas de playa, me quedé absorto observando las luces que se proyectaban en el fondo de la piscina, delineando el suave movimiento del agua. Mientras Vladimir iba hacia la pantalla en la pared para encender el calentador, miré al cielo estrellado, sorprendido por la paz que sentí.

Cuando bajé la vista tras un largo rato, lo encontré saliendo de la casa con un bowl de fresas en las manos, observándome. Se sentó a mi lado y acercó una fresa a mi boca sin apartar la vista de mis labios. Le quité la fresa y le di una mordida mientras lo miraba con burla; él se rio un poco, a pesar de haber arruinado cualquier idea erótica que pudiera haber cruzado por su mente.

—Ya debe estar caliente —comenté, y ambos observamos cómo salía un poco de vapor desde el agua. Me puse de pie y me saqué el abrigo, evitando mirar a Vladimir. Decidí sacarme también los boxers y caminé desnudo hacia la piscina, sintiendo sus ojos sobre mí. Al sumergirme en el agua tibia por completo, mis músculos se relajaron casi al instante. Cuando subí a la superficie, noté que él permanecía sentado en la silla, observándome con satisfacción, y claro, manteniendo esa mirada que parecía reclamarme como si fuera su posesión.

Debía ser más fuerte, más astuto. Necesitaba idear algún plan que me permitiera escapar de él antes de que fuera demasiado tarde. Esa debía ser mi prioridad ahora mismo, y sabía que debía usar su mentalidad posesiva y el poder que ejercía sobre él a mi favor. Pero, ¿cómo podría hacerlo? Dudaba que pudiese manipularlo de alguna forma, él era demasiado inteligente para caer en trampas sencillas.

Consideré la opción de negarme a tener sexo otra vez con él si no me daba mi libertad, pero los dos sabíamos que solo sería cuestión de tiempo para que cayera rendido a sus pies otra vez. También estaba la última y más peligrosa opción; aceptar que era suyo, volverme su igual y estar a su lado aceptando el rol de esposo genuino. Sin duda, esa opción podría darme un poder diferente sobre él con el tiempo, posiblemente más libertad, pero mi orgullo y la rabia que ardía en mí no lo permitirían. Sería dejarlo ganar, confirmarle que puede poseer todo lo que desea en este mundo, incluyéndome a mí.

No, Vladimir merecía sufrir. Pero, ¿cómo podría hacerlo pagar y, al mismo tiempo, ser libre?

—¿Estás planeando asesinarme esta noche? —su pregunta me regresó a la realidad. Lo vi entrar al agua con una ceja arqueada, también desnudo. Desvié la mirada. —Puedes poner veneno en mi bebida, me la tomaré si eres tú quien me la ofrece —susurró, abrazándome por detrás. Sonreí un poco y me alejé de él.

—¿Así de fácil podría deshacerme de ti? —pregunté, simulando sorpresa. Él asintió tranquilamente.

—Solo si eres tú —me aclaró con una mirada seductora. Subí la vista al cielo. Cuando él decía ese tipo de cosas, no sabía si hablaba en serio, aun cuando había verdad en sus ojos. Pero, claro, supongo que sabe perfectamente que, incluso teniendo la oportunidad, nunca atentaría en serio contra su vida...

—¿Cómo fue tu primera vez? —lo interrogué, recordando el juego de las cartas y dándome cuenta de que sentía demasiada curiosidad por saber aquello de su pasado.

—Mi primera vez... ¿envenenando a alguien? Nunca lo he hecho —dijo con aparente ignorancia, entrecerré los ojos y no me rendí.

—Tu primera vez teniendo sexo, Vladimir —aclaré, notando la pequeña mueca que hizo, como si le resultara más sencillo hablar de su primer asesinato que de su primera experiencia sexual.

—No lo recuerdo, fue hace mucho tiempo —respondió con calma, sosteniéndome la mirada. Está mintiendo...

—Vamos, cuéntamelo —le insistí, aún más intrigado que antes. Él suspiró y me miró extrañado.

—¿Para qué quieres saber eso?

—Curiosidad —contesté rápidamente. Él arqueó una ceja y pareció pensarlo.

—Tenía como 13 años, fue en la academia de mi familia, nada especial —se limitó a contestar, acercándose más a mí. ¿Eso es todo? Me pregunté sin comprender por qué no había querido decirme. ¿Acaso fue por respeto o simplemente es demasiado reservado?

—¿Con quién lo hiciste? ¿Una profesora mafiosa? —le pregunté con diversión. Él soltó una pequeña risa.

—Una compañera —aclaró, masajeando mis caderas. Su tono daba por terminada la conversación, pero me dejó con un extraño amargor en la boca. ¿Una compañera? No le veía nada extraño o vergonzoso a su historia, pero sentía una espina clavada en el corazón, como si estuviera omitiendo algo importante.

—¿Quién? ¿Ivanka? —pregunté sarcásticamente, esperando una risa o algún gesto de negación, pero él se quedó simplemente observándome. Mi estómago se revolvió. —¿Lo hiciste con Ivanka? —volví a preguntar con incredulidad, y él suspiró pesadamente. Quise vomitar mientras los celos me carcomían por dentro. —Supongo que ella también era virgen —dije con obviedad. Él acarició mis hombros y me miró seriamente, aparté sus manos con molestia.

—Sabía que te ibas a poner así... —murmuró, frunciendo el ceño. Apreté los dientes con fuerza y nadé hacia la pequeña escalera. —Te recuerdo que tú también lo hiciste con alguien más... —dijo mientras me seguía. Resoplé y salí de la piscina, dejando que el aire fresco tocara mi piel húmeda.

—Sí, pero yo no hablo, trabajo, o tengo contacto alguno con Robert, a diferencia de ti, que todavía seguías con ella —respondí con molestia mientras me ponía mi ropa interior y el abrigo. Él salió de la piscina, podía verlo luchando contra una sonrisa. ¿Esto le parece gracioso? Lo miré con rabia, ignorando que estaba desnudo frente a mí, y caminé rápidamente hacia la casa, tragándome el dolor que sentía en el cuerpo.

—Nunca he sentido algo por ella, siempre ha sido solo sexo —dijo mientras me seguía tras haberse puesto el bóxer. Negué lentamente y caminé hacia la habitación.

—Tú nunca has sentido nada por nadie —le recalqué mientras abría la puerta.

—Excepto por ti —no me detuve, aunque mi corazón se aceleró al escuchar su respuesta instantánea.

—No quiero verte, Vladimir —le dije mientras entraba al baño y cerraba la puerta de golpe. Lo último que vi fue su ceño fruncido. Le puse el seguro y me maldije al sentir un atisbo de emoción. Estaba enojado, me molestaba demasiado saber que de alguna forma, ellos han estado juntos durante tanto tiempo, pero eso último que dijo, me sonó muy real.

Llené la tina con agua fría y, mientras me sumergía, recordé cuando los vi a punto de tener sexo en su oficina. Esa mirada vacía que él tenía en aquel momento estaba muy lejos de la expresión de placer y excitación cuando estaba conmigo. Sé que Ivanka no debería perturbar aún más mi paz mental, pero era inevitable sentir algo de celos.

Luego de bañarme, salí del baño y vi a Vladimir de pie junto a la ventana. Se giró hacia mí al escuchar mis pasos. Lo miré con desdén y entré al closet. Mientras me secaba el cabello y me ponía unos boxers, tomé otro de sus abrigos, esta vez uno blanco, y salí de allí. Al escuchar el sonido del agua corriendo en el baño, supe que se estaba bañando. Salí de la habitación y me dirigí a la cocina al sentir mi estómago gruñir por el hambre.

Abrí la nevera y confirmé lo que él había dicho. Todo estaba crudo.

—Ilya... —murmuré, reconociendo que esta probablemente fue una estrategia suya para obligarnos a hacer algo juntos, o más bien para que lo hiciera yo, considerando la inexistente habilidad de su hermano para la cocina.

Puse algo de música clásica en la televisión y regresé a la cocina, donde tomé una barra de pan de la encimera y comencé a cortarla. Mientras lo hacía, escuché cómo caían algunas gotas de agua afuera; aunque el sonido era relajante, sabía que eso solo empeoraría el frío. Vladimir salió de la habitación ya cambiado y con una toalla pequeña en la cabeza; sonrió un poco al verme, lo ignoré y metí el pan al horno con un poco de aceite de oliva. Mientras cortaba un tomate por la mitad, lo sentí acercarse y posar sus manos en mi trasero. Levanté la mirada con molestia y me alejé de él.

—Solo tuvimos sexo, Vladimir. No me importa que en tu imaginación creas que te pertenezco, no puedes tocarme cuando quieras —dije mientras cortaba un ajo, notando de reojo su expresión exasperada. Es necesario que conozca los límites de esta complicada y extraña relación que teníamos.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con eso? —preguntó con impaciencia, tomando asiento en uno de los banquillos.

—Si yo fuera tú, no esperaría algo diferente de mí —contesté, tomando una fresa del bowl en la encimera. Él se encogió de hombros.

—Nada que otras sesiones de disciplina no puedan arreglar... —lo fulminé con la mirada cuando dijo aquello con una insinuación sugestiva, bajando la vista por mi cuerpo. Me aparté el cabello del rostro y tomé otra fresa.

Saqué el pan del horno; se habían tostado un poco. Bajo la mirada de Vladimir, tomé cada tostada y le restregué el tomate y el ajo. Me comí una, al igual que él. Saqué algunos cortes de carne de la nevera, junto con otros ingredientes mientras formaba en mi cabeza alguna imagen de lo que quería hacer. Cuando me giré nuevamente hacia Vladimir, no pude creer que se había comido todas las tostadas en ese corto lapso de tiempo. Él me miraba con atención, como si estuviese esperando el siguiente platillo.

—Tuviste suerte de nacer en una familia rica —le dije mientras colocaba un tazón repleto de mini papas frente a él. Mis palabras lo hicieron reír. Con ese tamaño, no me sorprendería que comiera unas diez veces al día. —Corta esas papas por la mitad —ordené, mientras me ocupaba de las carnes. Él tomó uno de los cuchillos y comenzó a cortarlas.

—Háblame sobre ti, Dean. ¿Qué solías hacer normalmente en tu tiempo libre? —su pregunta sonó tranquila y bastante interesada, así que no me molesté por la genuina curiosidad que mostraba hacia mí.

—Cuando no estaba trabajando, casi siempre me quedaba en casa con Mitsy, viendo películas o leyendo... algunas veces salía a comer con mis amigos o iba a la casa de Dylan... —respondí, recordando con pesar a mi gata y reconociendo que mi vida no era tan interesante como la gente quizás creía. Vladimir sonrió levemente sin dejar de cortar las papas.

—Una vida normal y tranquila —murmuró para sí mismo, aunque alcancé a escucharlo.

—Así fue en los últimos años —dije, recordando lo oscuros que fueron los años anteriores en los que me odiaba por haberlo "dejado morir". —¿Qué hay de ti? ¿Qué haces aparte de esquiar y arruinar vidas? —le pregunté mientras tomaba las papas. Él arqueó una ceja.

—Observarte.

Mis manos se detuvieron cuando estaba lavando las papas, el sonido del agua golpeándolas fue lo único que se escuchó mientras un escalofrío recorría mi espalda tras oír su extraña respuesta. Me di la vuelta con el ceño fruncido, buscando alguna explicación. Él me sonrió, como si estuviera disfrutando de algún tipo de juego o chiste que solo él entendía, y luego comenzó a reírse, haciéndome resoplar.

—No tengo mucho tiempo libre. Estas han sido las vacaciones más largas que he tenido en mi vida —contestó con calma. La sorpresa me envolvió de nuevo, pero esta vez fue acompañada de una pizca de compasión.

—Qué triste es eso —reconocí mientras secaba las papas. Él no pareció darle importancia alguna a mi comentario, como si ya se hubiese resignado a cargar con el peso de un estilo de vida tan absorbente.

Esta experiencia también era nueva para mí. Las únicas veces en las que me había desconectado del exterior fueron aquellas ocasiones en las que me internaron en un psiquiátrico cuando era todavía un adolescente, y ni siquiera aquello se comparaba con literalmente estar lejos del resto del mundo.

—¿No te preocupa no saber nada de lo que está sucediendo en tus negocios? —pregunté curioso tras unos minutos en silencio, tratando de entender cómo era que estaba tan tranquilo. Él negó levemente, como si la idea de perder el control sobre su imperio no le preocupara en lo más mínimo.

—Me importa más lo que está pasando aquí —su respuesta me hizo rodar los ojos, pero aún así luché contra una sonrisa. Este donjuán tiene una respuesta para todo. Sé que solo busca desviar el tema. —¿Necesitas ayuda con algo más? —preguntó, levantándose y mirándome desde donde estaba. Me fijé mejor en su camiseta gris y en los pantalones holgados que traía. Lucía mucho más relajado que cuando estaba en su casa, donde casi siempre era un frío y distante hombre centrado en sus asuntos.

—¿Puedes atender las papas? Solo asegúrate de que no se que... —me callé al abrir el refrigerador para buscar hielo. Observé su interior, y después miré a aquel gigante que ahora removía las papas en el sartén; él me miró, esperando que terminara de hablar. —¿Por qué hay cocos congelados? —le pregunté con cautela, mirando unos cinco cocos literalmente cubiertos de hielo. Él me miró como si la respuesta fuera demasiado evidente.

—Son para hacer helado, solo hay que abrirlos —contestó tranquilamente mientras apagaba la estufa. Me pasé una mano por el cabello y cerré la puerta del refrigerador mientras sacudía la cabeza. —Sabía que tendrías mucho calor, pero aún así te dormiste  —añadió como si nada, mientras servía las papas en los platos con carne.

¿Lo hizo por mí? Estoy seguro de que el helado de coco no se hacía congelando literalmente los cocos enteros. Le di la espalda mientras fingía buscar los cubiertos, pero no quería que viera mi rostro que ardía al aguantarme la risa. Vladimir era único.

Estoy enojado con él. Estoy enojado con él. Me repetí aquello en la cabeza hasta que sentí que despertaba del sueño en el parecía estar. Nada de esto estaba bien. No debía ser amable con él ni tener ningún tipo de consideración.

—Puedes sacarlos de ahí o comértelos tú, no me gustan los cocos —respondí con un tono de desinterés total, mientras él me observaba en silencio, como si tratara de descifrar la verdadera razón detrás de mis palabras.

—Más cocos para mí entonces... —murmuró con extrañeza mientras llevaba los platos. Lo seguí hacia la mesa.

Me senté en silencio y comencé a cenar mientras me forzaba a mantener la mirada en mi plato, evitando el contacto visual que podría revelar que mentía y abriendo aún más una grieta entre los dos.

—No, solo quiero agua —dije con indiferencia al ver sus intenciones de llenar la copa junto a mí. Él bajó la botella de vino y comenzó a comer.

—¿Te sucede algo? —preguntó mientras cortaba la carne. Fingí un bostezo y negué.

—No, es solo que estoy muy aburrido aquí —mentí con tanta naturalidad que Vladimir detuvo lo que estaba haciendo y me miró un tanto sorprendido. Decir aquella mentira me había dolido, ya que, a pesar del enojo y de nuestras diferencias, estaba disfrutando culposamente esta luna de miel, pero mi frío esposo debía sufrir.

Vladimir dejó los cubiertos sobre el plato, sus ojos mieles estaban fijos en los míos. Sabía que estaba jugando con fuego, que cada palabra falsa que pronunciaba profundizaba la brecha entre nosotros, pero en ese momento, el impulso de herirlo era más fuerte que cualquier otra cosa.

—¿Cuánto tiempo nos quedaremos? Voy a perder la cabeza aquí... —mis palabras fueron afiladas como cuchillas, cortando el aire entre nosotros. Sentí una mezcla de amargura e irritación al ver su expresión plana e inexpresiva.

—Regresaremos mañana —respondió él con relajación antes de tomar un poco de vino. ¿Acaso no le importó lo que dije? Sentí que me daban un puñetazo en el estómago al pensar que mañana regresaríamos a nuestras frías vidas. Miré alrededor, admirando nuevamente cada detalle de esta cálida casa.

—Mañana... —repetí, intentando disimular mi decepción. Vladimir asintió y siguió cenando sin alterarse ni un poco. Hice un esfuerzo por centrarme en la comida, pero cada bocado bajaba con dificultad debido al nudo que sentía en la garganta. Se creó un gran silencio en la mesa, interrumpido solo por el sonido de los cubiertos. —Saldré a caminar un poco —dije mientras me levantaba, Vladimir alzó la vista hacia mí.

—No has terminado de comer —me recordó, mirando ahora mi plato casi intacto. Negué, sintiendo una opresión en los pulmones.

—Ya no tengo hambre —contesté cuando me miró. Su expresión vacía me molestó aún más. Caminé hacia las puertas corredizas y salí.

El aire fresco y frío de la playa me envolvió, pero no logró disipar la tensión que se acumulaba en mi pecho. Traté de no mirar mucho hacia el agua oscura cuando comencé a caminar sobre la arena, la cual estaba un poco húmeda por la ligera lluvia de hace unos minutos. Tomé una gran bocanada de aire. La luz de la luna me brindaba la iluminación suficiente como para seguir alejándome de la casa. Miré hacia las palmeras y los arbustos. De noche resultaban aún más aterradores.

Seguí caminando hasta que escuché el sonido del agua corriendo más adelante, distinto al del oleaje en la playa. Me dirigí hacia el sonido con curiosidad al notar que se hacía más fuerte con cada paso. Caminé por unos minutos hasta que miré hacia atrás y noté lo lejos que estaba de la casa. Aun así, me adentré entre los arbustos y seguí el sonido mientras apartaba las hojas y miraba dónde pisaba. Sabía que no era una buena idea meterme aquí descalzo, a mitad de la noche y casi sin iluminación, pero mis pies no se detenían.

Finalmente, me detuve cuando llegué al origen del sonido. Era un hermoso río. Contemplé cómo el agua reflejaba la luz de la luna, creando destellos plateados que rompían la oscuridad de la noche. No era profundo; desde aquí podía ver las piedras del fondo, pero los arbustos impedían ver qué tan largo era o dónde desembocaba. Me acerqué al agua y me estremecí al meter los pies, descubriendo que estaba helada.

Jugué con el agua por unos minutos. El frío se filtraba a través de mi piel, enviando corrientes de escalofríos por todo mi cuerpo, lo cual era extrañamente revitalizante. Mi cabeza se giró bruscamente hacia la izquierda al captar el sonido de algo arrastrándose sobre las hojas en el suelo. Mis ojos buscaron qué había sido aquello. Los entrecerré para ver mejor, y mi corazón se detuvo al distinguir dos serpientes verdes cerca de la orilla del río, a punto de entrar al agua. Solté un grito tan grande que probablemente lo escucharon en Italia y sin pensarlo demasiado, corrí como loco, tratando de alejarme lo más pronto posible de esos horribles reptiles.

El miedo me calaba los huesos mientras huía frenéticamente. Mis pulmones ardían, mis pies descalzos se encontraban con piedras y ramas, pero la imagen de esas serpientes me mantenía corriendo sin importarme nada más. Cuando finalmente me detuve, a una distancia que consideraba segura, miré atrás y noté que había ido tan lejos que ya no podía ver o escuchar las olas. Todo lo que tenía alrededor eran árboles, matorrales, palmeras y probablemente más serpientes escondidas en la vegetación. Traté de controlar mi corazón, pero los latidos eran tan fuertes y rápidos que no me dejaban concentrarme ni para tratar de pensar o de orientarme.

Intenté recordar el camino de vuelta, pero la tensión seguía nublando mi mente. Hice algunas respiraciones profundas y luego guardé completo silencio, tratando de descubrir hacia dónde estaba la playa, pero mi mente se cerraba al solo recordar esas serpientes. Este lugar había pasado de paraíso a pesadilla en un milisegundo. Comencé a caminar, tratando de avanzar en la dirección que creía que me llevaría de vuelta.

—¡Dean! —casi lloro de alivio al escuchar la voz de Vladimir a lo lejos. Creo que nunca me había sentido más feliz por escucharlo. Corrí hacia su voz con prisa, apartando las hojas que golpeaban mi rostro y pisando entre toda la maleza.

—¡Estoy por aquí! —exclamé rápidamente sin detenerme. En cuanto lo vi, corrí hacia él. —¡Cárgame! —le exigí con prisa. Él se sorprendió un poco, pero no tardó en levantarme para que rodeara su cuerpo con mis piernas. Suspiré de alivio cuando mis pies estuvieron bastante lejos del suelo.

—¿Qué pasó? Escuché tu grito —me dijo mientras caminaba. Agradecí que estuviese un poco oscuro para que no notara mi rostro sonrojado al pensar que había venido corriendo, ya que llegó bastante rápido.

—Vi dos serpientes en un río —le respondí mientras seguía mirando alrededor con algo de paranoia. El pecho de Vladimir vibró un poco mientras reía, lo miré mal.

—Eso suena como el comienzo de un mal chiste —dijo, como si eso justificara su risa, aunque era evidente que se burlaba de mí.

—No las viste, eran enormes —me sentí en la necesidad de agregar aquel detalle. Él asintió y me sobó un poco la espalda como consuelo.

—Ya pasó —contestó como si estuviese dándome ánimos. Resoplé y no bajé la guardia mientras miraba alrededor, deseando estar en el interior de la casa.

—¡Hay una araña subiendo por tu brazo! —exclamé con horror al notar a la enorme cosa negra de gruesas y largas patas subiendo hacia su cuello. Vladimir se detuvo. —La voy a sacudir, no te mue...

—No la toques, puede ser venenosa —me interrumpió él cuando me disponía a mandarla a volar. La araña subió rápidamente y lo picó antes de que él se la quitara de encima para luego pisarla.

Me quedé pasmado por un momento, procesando lo que acababa de suceder. Vladimir, por otro lado, simplemente sacudió la cabeza como si nada, como si no acabara de tener una enorme tarántula encima. Me bajé e inspeccioné su cuello con preocupación. Él agarró el cadáver de la araña y lo levantó para verlo bien. Tragué duro, esperando que dijera algo.

—¿Es venenosa? —pregunté con temor. Él soltó un suspiro.

—Sí, voy a morir —respondió cargándome nuevamente sin previo aviso. Lo miré mal cuando sonrió un poco. Me relajé al ver que parecía estar bromeando.

—No es gracioso —dije seriamente mientras salíamos a la playa. Él arqueó una ceja y me agarró firmemente por la cintura. La brisa marina sirvió para calmar mis nervios.

—Yo pensé que querías deshacerte de mí —contestó haciéndose el sorprendido. Sonreí un poco y puse las manos en su cuello. Mi sonrisa se borró en cuanto sentí que estaba ardiendo donde la araña lo picó, aparte de que se sentía hinchado.

No era una broma. Sí era venenosa.

—Te está dando fiebre, ¿qué vamos a hacer? —le pregunté con temor mientras tocaba su frente. Él se veía inalterado y no me permitió alejarme cuando quise bajarme. —¡Vladimir! —exclamé con rabia al ver que no decía nada a pesar de que ya su frente estaba también ardiendo.

—Cálmate... todo estará bien —respondió, manteniendo la serenidad, aunque gotas de sudor bajaron por su cuello y su rostro.

—Se está propagando muy rápido. ¿Sabes qué araña era? —le pregunté, notando lo rápido que esa picadura hizo efecto en un hombre tan grande. Él asintió. —¡¿Y?! —exclamé para que siguiera hablando, pero su silencio solo confirmaba que esto era muy malo. —Tenemos que comunicarnos con alguien, debemos irnos lo más pronto posible...

Moya lyubov', tienes que relajarte... —dijo, mirando al frente y acariciándome ahora el cabello. Hice una mueca. ¿Qué rayos había dicho? Que estuviese hablando en ruso era una terrible señal.

—Vladimir, no estás bien —murmuré con cautela mientras miraba su rostro sudado.

—Te preocupas por tonterías —respondió mientras entraba a la casa. En cuanto lo hizo, me bajé y agarré su mano para llevarlo hacia la tina. Su cuerpo debía enfriarse pronto. Mi corazón y mi estómago estaban hechos un lío por los nervios. —¿Puedes traerme un poco de agua fría? —preguntó de repente mientras detenía mis manos que trataban de desabotonar su camisa. No pude negarme al ver que me miraba fijamente.

Salí con prisa hacia la cocina y serví rápidamente un vaso de agua con hielo, luego regresé a la habitación, encontrándolo acostado en la cama. Me acerqué con confusión.

—Debes entrar en la tina —le dije mientras le pasaba el vaso. Él se tomó el agua sin dejar de mirarme y, cuando dejó el vaso a un lado, me atrajo hacia su cuerpo, abrazándome. Estaba caliente como un horno. —Necesitas enfriarte. No podemos arriesgarnos a que la fiebre siga subiendo —le insistí, pero él continuó sosteniéndome en silencio.

—Quiero pasar mis últimos minutos contigo —respondió mientras escondía su nariz entre mis rizos.

—No me harás cargar dos veces con tu muerte. Levántate —dije alejándome de él y tirando de su brazo para que se levantara de la cama, pero él negó y bostezó.

—Voy a dormir un poco —soltó mientras se acomodaba. Fruncí el ceño.

—¡No te puedes dormir así! —exclamé golpeando suavemente su mejilla para que abriera los ojos, sin éxito alguno. Decidí tomar medidas. Agarré una camiseta y regresé a la cocina, puse un puñado de cubitos de hielo en la tela, y después formar una especie de compresa, regresé a la habitación. Me acerqué a él y le puse la compresa en la frente; sin embargo, ni siquiera se movió ni abrió los ojos. —Debe haber medicamentos en este lugar... —dije distraídamente mientras me dirigía al baño para revisar los estantes en busca de medicina.

Saqué con prisa un botiquín de primeros auxilios del compartimento debajo del lavabo y lo abrí rápidamente, buscando algo que pudiera funcionar, pero no encontré ni una sola pastilla. Me pasé las manos por el cabello con desesperación. ¿Qué demonios puedo hacer?

—Hadriel... —regresé junto a la cama cuando Vladimir me llamó. Él estaba agarrando la compresa. Me acosté a su lado sin subir los pies y la sostuve por él justo cuando abrió los ojos y me observó. A pesar de que sudaba, su mirada era un tanto feliz, como si le alegrara que estuviese con él.

—Esto es mi culpa —dije apartando el cabello de su frente. Él negó levemente y acarició una de mis mejillas.

—¿Por qué siempre te culpas por cosas que no puedes controlar? —preguntó, tratando de forzar una sonrisa, pero me sentí aún más desanimado y angustiado. Prefería al Vladimir molesto antes que a este que lucía a punto de morir.

—Otra vez estás en peligro por mí... si no hubiese salido... —murmuré, sabiendo que esto sí era mi responsabilidad.

—No te culpo —me interrumpió él alejando mi mano con la compresa. —Así como nunca te he culpado por lo que sucedió en Londres —me quedé petrificado cuando dijo eso sin dejar de verme. Él me miró con seriedad.

—Entonces... ¿por qué has querido vengarte de mí? —le pregunté confundido, pero él cerró los ojos y se mantuvo en silencio. —Vladimir... —lo llamé mientras lo removía, pero no respondió. Pegué mi oído de su pecho y me alivió escuchar sus latidos. Él abrió los ojos con dificultad, se veía cansado. —No me asustes así —lo regañé cuando me atrajo más hacia él mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Este no era el momento para presionarlo sacándole información, debía descansar. Pero, ¿eso sería suficiente contra el veneno de esa araña? Tal vez lo mejor será que se mantenga despierto mientras vemos cómo evoluciona. —Te mentí hace un rato, no me he aburrido aquí... —confesé para captar su atención al notar lo soñoliento que se veía. Él me miró con diversión.

—Lo sé —respondió tranquilamente. Arqueé una ceja. —Tu mentira fue buena, pero después parecías que ibas a llorar. Asegúrate de que cuando mientas, no te duela más a ti que a la otra persona —me aconsejó, envolviendo uno de mis rizos en su dedo. Suspiré, pensé que mi actuación había sido perfecta.

—Dijiste que nos iremos mañana —le recordé para confirmar aquello; él se limitó a negar con la cabeza. Fingí estar exasperado, aunque en realidad quería estar más tiempo lejos del caos. —Parece que ya estás mejorando —dije tratando de alejarme, pero él me apresó en sus brazos.

—Me siento muy mal —contestó seriamente. Le regresé el abrazo hasta que noté que la compresa improvisada ya estaba goteando.

—Voy a ponerle más hielo —murmuré, alejándome de él. Él negó y me haló la mano, logrando que la camiseta cayera al piso, regando los hielos. Me bajé para recogerlos antes de que se derritieran.

—Quédate aquí conmigo —soltó Vladimir, sonreí un poco hasta que mi atención fue atraída por una caja de madera debajo de la cama. La saqué con cuidado y sentí un alivio momentáneo al ver los pequeños frascos de antídotos organizados en hileras. Pero, noté que faltaba uno, y curiosamente, había un frasco vacío tirado al lado. Maldito Sokolov...

¿Se tomó el antídoto y ni siquiera quiso decirme? Debe querer sacarle el mayor provecho a su situación...

Guardé la caja con cuidado y me levanté; él parecía estar cayendo en el sueño. Me senté a su lado y pasé una mano por su cabello; disimuladamente, la fui deslizando hasta su cuello y noté que su fiebre estaba bajando. Controlé mis ganas de estrangularlo.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté cruzándome de brazos. Él fingió una tos y abrió los ojos.

—Mucho peor —soltó mientras me abrazaba. Le lancé la compresa fría en el rostro mientras me levantaba de la cama. Él me miró confundido, pero después se rio levemente, sabiendo que lo había descubierto. —¿Así tratas a los enfermos? —preguntó con indignación. Levanté el frasco vacío del piso y arqueé una ceja. Él volvió a reírse.

—Tú disfrutas verme sufrir —dije con molestia, a lo que él negó rotundamente.

—Yo disfruto tenerte cerca —me corrigió mientras palmeaba el espacio a su lado. Lo miré mal y tomé una almohada.

—Dormiré en el sofá —contesté mientras también tomaba una sábana y me marchaba.

—¿Vas a dejarme aquí solo? —me di la vuelta solo para mostrarle uno de mis dedos cuando preguntó eso, fingiendo desaprobación. Él me estaba mirando con el ceño fruncido. Todavía lucía mal, pero definitivamente sobreviviría.

—Buenas noches —me despedí con una inocente sonrisa y le apagué la luz para no seguir viendo esa expresión de molestia que tenía. Cerré la puerta y miré alrededor. Al menos el sofá lucía algo cómodo...

Salí a la ducha exterior para lavarme los pies y no tardé en regresar a la sala, donde cerré todas las puertas y apagué las luces. Me acosté en el sofá y me cubrí con la fina sábana. Sin quererlo, observé hacia la playa y me estremecí al comenzar a recordar todas las películas sobre tsunamis y tragedias en islas que había visto a lo largo de mi vida. Me cubrí la cabeza y traté de dormir a pesar del frío.

Di unas cuantas vueltas tratando de encontrar una buena posición hasta que casi terminé cayéndome del sofá. Me quité la sábana y miré nuevamente hacia la playa; los cristales estaban empañados y mis extremidades se sentían heladas. Me quedé despierto por unas horas, solo observando la aterradora oscuridad afuera, hasta que me rendí y me levanté con cuidado. Vladimir debería estar durmiendo ya...

Caminé con sigilo hacia la habitación, llevando conmigo la almohada y la sábana. Cuando entré, cerré la puerta con cuidado y me dirigí hacia la cama, donde me metí. Supe que tomé la decisión correcta al sentir lo caliente que estaban las sábanas. En cuanto me acosté, puse una mano en la frente de Vladimir. Me relajé al notar que solo tenía un poco de fiebre.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó, asustándome, ya que creí que estaba durmiendo.

—No, ¿te sientes mejor? —lo interrogué mientras me acercaba disimuladamente a su cálido cuerpo.

—Sí, gracias por lanzarme los hielos a la cara, eso ayudó mucho —contestó con un tono divertido. No pude evitar sonreír. Se lo merecía.

—¿No les inyectan veneno en la academia para crear inmunidad o algo así? —pregunté con curiosidad. Él pasó un brazo sobre mi cintura y se acercó más a mí. Me sentía muy agotado como para replicar, además, su calor corporal era lo que más necesitaba ahora mismo.

—En realidad sí, pero mis hermanos y yo no pasamos por eso... mi padre cree que si llegamos a ser envenenados por alguien o por algo, entonces merecemos morir por nuestro error, aunque claro, esa araña no me iba a matar, solo me iba a hacer sufrir unas horas... —respondió casualmente. Me hubiese gustado ver su expresión en este momento. Conociendo a Valentin, no debería sorprenderme, pero me costaba comprender cómo alguien podía tener tan poca empatía con sus hijos como para decir algo así. Los dos nos quedamos en silencio, solo escuchando la respiración y el corazón del otro.

¿Qué pasará cuando esto acabe? Me guardé para mí mismo esa pregunta que quería hacerle, y cerré los ojos para finalmente, dormir...

. . .

El olor a café recién hecho me despertó. Cuando abrí los ojos, miré a mi lado y encontré a Vladimir sentado, tomando de una taza. Él me miró por unos segundos, sus ojos fueron desde mi cabello hacia mi rostro, y sonrió. No necesité de un espejo, ya sabía cómo se desordenaban mis rizos durante la noche.

—Buenos días —dijo, luciendo fresco como una lechuga, mientras yo me restregaba los ojos. Él se inclinó y me dio un suave beso con sabor a café, pero respondí mordiendo su labio inferior con fuerza. Al separarnos, le sonreí y él me regresó una mirada molesta. —Te hice el desayuno —añadió, señalando la mesa de noche a mi lado. Iba a negarme, pero mi resistencia flaqueó cuando vi la bandeja con café, huevos y tostadas.

—Veamos qué tan desabrido está —solté sarcásticamente, haciéndolo fruncir el ceño. No me sentí culpable. Este día no sería débil y lo trataría como se merece. Ya debo espabilar. Probablemente nos iremos mañana y aun no sé qué rayos hacer con él.

Tomé un poco del café, que resultó ser bastante decente, y luego probé los huevos, que tenían un toque justo de sal y pimienta. Noté de reojo que Vladimir esperaba algún comentario.

—Meh... —murmuré con indiferencia antes de darle una mordida a una de las tostadas. Vladimir lucía algo sorprendido, tal vez le extrañaba mi cambio de actitud. —Me dolerá el estómago si como todo eso —dije, dejando la bandeja de lado y levantándome de la cama. Él arqueó una ceja, pero no lucía dolido. ¿Qué es lo que puede llegar a quebrar tu ego, Vladimir Sokolov? Me pregunté, mirándolo con desaire antes de encerrarme en el baño para lavarme el rostro y cepillarme los dientes.

Cuando salí, Vladimir ya no estaba. Me cambié el abrigo por un short de baño y me cubrí todo el cuerpo con protector solar. Luego, salí de la habitación, encontrando a mi molesto esposo mirando pensativo hacia la playa. Le pasé de largo y salí a la terraza bajo su mirada. El clima era un poco caluroso, pero no tanto como en la tarde de ayer. Me dirigí a la playa y me sumergí en la fría agua cristalina. Estuve flotando alrededor y nadando por un buen rato hasta que vi a Vladimir con un coco en la mano, sentado en la terraza, observándome. Salí del agua y caminé hacia él solo para presenciar su fallido intento de helado.

—¿Cómo quedó tu helado? —le pregunté mientras me paraba a su lado con los pies llenos de arena y con el cabello goteando. Él me mostró el coco abierto. El agua se había congelado y él estaba comiéndose el hielo con una cuchara. Extrañamente, se veía... bueno.

—Refrescante —respondió con calma. Me relamí los labios al antojarme de un poco cuando sentí el calor subir. Vladimir se encogió de hombros y me ignoró mientras seguía comiendo. —¿Necesitas saber algo más? —preguntó con falsa curiosidad al ver que seguía ahí parado con la boca hecha agua. Levanté las manos y negué. Él sabía que quería probarlo. Resoplé y rodeé la casa hasta llegar a la ducha exterior mientras la arena caliente se adhería a mis pies y el sol me golpeaba el cuerpo.

Mientras me bañaba, escuché el sonido de una lancha, así que entré con prisa al baño y luego a la habitación. Cuando miré hacia la ventana, vi que se acercaba una lancha. Me vestí rápidamente y fui hacia donde estaba Vladimir. Me detuve en seco al verlo sacando un arma de una caja fuerte detrás de un cuadro. Alcancé a ver nuestros pasaportes y teléfonos allí.

—¿Quien viene? —le pregunté, acercándome más a él y sintiendo un poco de tensión en el aire.

—Alguien que atiende esta casa —contestó mientras se guardaba el arma en la parte trasera del pantalón.

—¿Y por qué tienes que llevar eso? —lo interrogué, confundido. Él me miró de reojo.

—Es precaución, quédate aquí adentro —contestó, regresando su atención a la caja. No pude ver la clave que puso antes de colocar el cuadro en su lugar. Él me miró con advertencia para que acatara su orden. Resoplé y me encerré en la habitación mientras él salía de la casa.

Me acerqué a la ventana y observé lo que sucedía cuando la lancha se detuvo cerca de la orilla. Un hombre rubio y un poco alto se bajó de ella y se acercó a Vladimir. Miré cómo se daban la mano e intercambiaban varias palabras. Observé la lancha con ansiedad. La parte dolida y enojada de mí me decía que debía buscar la forma de huir en esa lancha, mientras que la estúpida parte enamorada deseaba quedarse aquí con Vladimir. Sabía que no podría pedirle ayuda a ese desconocido; era obvio que estaba del lado del ruso. Vi cómo sacó una pequeña bolsa de la lancha y ambos caminaron hacia acá. Me escondí rápidamente y abrí la puerta de la habitación para escuchar qué decían.

—Hubo un pequeño accidente y se rompió... —dijo Vladimir en italiano, y entendí al instante que el hombre iba a arreglar la pantalla de la temperatura.

Abrí la puerta por completo para salir, pero Vladimir alcanzó a verme y solo bastó un vistazo enojado para saber que no quería que saliera. Lo miré mal y volví a cerrar la puerta. Eso era lo que buscaba, quería que pensara que estaría aquí adentro enojado. Sonreí y caminé hacia la ventana, la cual abrí y con cuidado, salí por ella. Vladimir Sokolov no es, ni será nunca, mi dueño. El sexo era una cosa, pero no permitiré que siga manejándome a su antojo como una marioneta.

Corrí hacia la lancha, cruzando los dedos para que estuvieran lo suficientemente concentrados en lo que hacían. En cuanto llegué, me subí con prisa y me agaché, buscando algo con qué cubrirme. Mi corazón latía desenfrenado cuando agarré una enorme bolsa negra y gruesa con olor a pescado y me la puse encima, haciendo un ovillo en una esquina.

Los minutos parecieron horas, y casi no podía respirar por el calor que tenía. El sol estaba cocinándome vivo aquí debajo.

Cuando sentí al hombre subirse en la lancha, contuve la respiración y me mordí el labio con fuerza cuando nos pusimos en movimiento. Tenía sentimientos encontrados. Estaba feliz porque mi plan funcionó, y triste porque estaba alejándome de Vladimir. Lo imaginé buscándome como loco y me sentí peor.

Vladimir es malo, no se merece mi compasión ni mi amor. Me usó para traficar, me convirtió en un criminal. Él no era bueno para mí. Me repetí esas cosas una y otra vez mientras sentía lo rápida que iba la lancha. La confusión y la lucha interna se mezclaban en mi mente, tratando de justificar mi huida mientras dejaba atrás al hombre que, de alguna manera, había dejado una marca imborrable en mi vida.

Moví un poco la bolsa y pude ver al rubio manejando. No podía saber que estaba aquí, de hacerlo, sé que se devolvería sin titubear. Me quedé en silencio y sin moverme por unos largos minutos hasta que la lancha se detuvo.

—¡Pietro, los hombres del ruso quieren hablar contigo! —me alarmé en cuanto escuché eso. Ya Vladimir debe saber que me marché.

Esperé a que el hombre se bajara de la lancha para finalmente quitarme la bolsa de encima y ver mi alrededor. Estaba en un puerto algo concurrido. Vi al señor rubio siguiendo a otro hombre, así que aproveché para bajarme y mezclarme entre la gente rápidamente. Debía conseguir un teléfono y comunicarme de alguna forma con Roger, ya que no tenía ni dinero ni mi pasaporte.

Cubrí mi rostro con disimulo al ver a un grupo de guardaespaldas acercándose a la lancha. Me desplacé entre la gente antes de que me vieran. ¿Cómo iba a salir de aquí? Me pregunté al ver que una cerca eléctrica rodeaba todo el perímetro y solo había un puesto de control. Los guardias barrerían este lugar en cinco minutos, así que corrí a lo largo de la cerca, buscando algún espacio vacío. Escuché el ladrido de algunos perros detrás de mí, pero aún así, seguí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Sentí alivio al divisar una especie de entrada abandonada más adelante. Me dirigí hacia ella y me agaché para cruzar por la barra de seguridad, luego corrí por la calle vacía sintiendo punzadas de dolor en el trasero.

Estaba empapado en sudor y jadeando por la falta de aire, pero la urgencia me impulsaba a seguir corriendo. Llegué a una calle donde circulaban muchos autos a pesar de que aquí no había ni un solo edificio a la vista. Las señales en italiano, confirmaron en qué país estaba. Al detenerme a un costado, hice señas desesperadas para que algún vehículo se apiadara y se detuviera.

Una camioneta blanca frenó a mi llamado, y me acerqué rápidamente al cristal.

—¿Necesitas ayuda? —me preguntó una señora mayor de cabello blanco y ojos verdes que estaba al volante. Asentí con rapidez.

—Sí, necesito llegar a la ciudad —contesté con prisa, mirando varias veces hacia atrás con temor de que los guardaespaldas aparecieran de un segundo a otro.

—Vamos, vamos, sube —me apresuró ella con preocupación al notar mis nervios. Me subí sin perder más tiempo.

—Gracias, ¿usted tiene algún teléfono que pueda prestarme? Necesito hacer una llamada —le pregunté en cuanto el auto se puso en movimiento. Ella asintió y me pasó su celular.

—No pareces un criminal... ¿de quién estás huyendo? —dijo ella mirándome todavía con preocupación. Solté un suspiro.

—De mi esposo tóxico —contesté en voz baja. Ella se rio y pareció tranquilizarse un poco, sin saber que no estaba bromeando. Miré la pantalla del teléfono con la mente en blanco. No me sabía el número de nadie, ni siquiera el de Dylan...

Me pasé una mano por el cabello con frustración y forcé mi mente a pensar en qué hacer.

¡El bufete! Entré a Google y busqué el número de la oficina de los Brown en Londres. Podría buscar el número de mi padre, pero le daría un infarto si supiera que huí de Vladimir.

Buenos días, ha llamado a Brown y asociados, ¿en qué podemos servirle?

—Hola, necesito hablar con Dominik Brown, es un asunto urgente. Dígale que es Dean Mackay —le dije rápidamente a la chica que me contestó.

Disculpe, el señor Brown no está disponi...

—¿Quién está ahí? ¿Cameron? —pregunté, tratando de mantener la calma.

Permítame un momento para confirmar —respondió la chica, suspiré. Si Dylan no se encontrara de vacaciones, hubiese llamado a su oficina. —Señor, Mackay, lo transferiré de inmediato —suspiré con alivio al escuchar eso tras unos dos minutos.

¿Dean? —casi lloro al oír la voz confundida de Cameron.

—¡Cameron! Necesito tu ayuda, estoy varado en Italia, no tengo mis documentos ni dinero, y estoy seguro de que los hombres de Vladimir me van a perseguir... —le expliqué rápidamente mientras miraba el espejo retrovisor. Agradecí que la señora no parecía hablar inglés, así que no entendió nada de lo que dije.

Mierda, ¿Vladimir te hizo daño? —preguntó con enojo.

—Es complicado. No puedo ir a la embajada o a algún lugar donde pueda encontrarme... —añadí con frustración. Cameron suspiró.

Hablaré con Dominik de inmediato para ver qué podemos hacer. ¿Dónde estás exactamente?

—Disculpe, ¿dónde estamos? —le pregunté a la señora.

¿Con quién estás? —escuché que preguntó Cameron un poco alterado.

—Estamos en Sorrento, casi llegando a Nápoles —respondió la señora, mirándome confundida. Debe sorprenderle que ni sé dónde estoy.

—Estoy en Sorrento, cerca de Nápoles con una señora que me está dando un aventón. ¿Puedes avisarle sobre todo esto a Roger? —le dije mientras miraba otra vez por el espejo.

Sí, ya Dominik está llegando, hablaré con él... no me cuelgues...

—Puedes llamarme a este número en unos minutos —le dije al notar que la señora se estaba poniendo algo nerviosa.

Está bien, ten cuidado —respondió antes de colgar. Dejé el celular de la señora en el portavasos de la camioneta y respiré hondo.

—Si estás perdido, tal vez deberías ir con la policía —sugirió ella, mirándome de reojo. Negué. Vladimir ya debía tener al menos un hombre en cada estación cercana al puerto.

—No se preocupe, ¿falta mucho para llegar a la ciudad? —le pregunté con un tono suave que pareció relajarla un poco, ya que negó con una pequeña sonrisa.

—Unos seis o diez minutos —contestó con calma, asentí. —Eres muy atractivo, ¿cuántos años tienes? ¿25... 24? ¿De verdad estás casado o eres soltero? Tengo una hija de veinte años que también es muy bonita... —me reí cuando escuché su tono pícaro mientras me miraba rápidamente.

—Sí, estoy casado —respondí, mirando los anillos que llevaba. ¿Cómo se estará sintiendo Vladimir? Probablemente con ganas de asesinarme... —Es mi amigo —le dije a la señora señalando el celular cuando comenzó a sonar. Ella asintió, así que lo tomé con prisa.

Te rentamos una casa a las afueras de la ciudad mientras las cosas se calman y vemos qué hacer. Dile a la señora que te deje en la entrada de Nápoles, allí habrá alguien esperándote.

—Gracias, Cameron —le agradecí, sintiéndome más tranquilo. —No le digas a nadie sobre esto, solo a Roger y a Dylan —le pedí, deseando mantener toda esta locura bajo control.

Está bien, Francesco te dará un celular, te llamaremos cuando llegues a la casa —el tono confiado de Cameron me relajó. Me despedí de él y miré al frente.

—Gracias, me quedaré en la entrada de la ciudad —le dije a la señora mientras le pasaba el teléfono. Ella asintió con una sonrisa amigable que le devolví. Todavía quedan personas buenas en el mundo...

Minutos después, cuando vi a unos cuantos metros el letrero gigante que decía "Bienvenido a Nápoles", noté que había un auto parado a un lado de la calle con un hombre de traje negro recostado de él. La incertidumbre de si se trataba del tal Francesco o de algún hombre de Vladimir, me hizo titubear por un momento.

—Puede dejarme más adelante —le dije a la señora mientras me inclinaba para ver mejor. Ella asintió y detuvo el auto a pocos pasos del misterioso hombre. —Muchas gracias por todo, me ha salvado —le agradecí con honestidad. La señora me sonrió y negó lentamente.

—No fue nada, espero que puedas arreglar las cosas con tu esposo tóxico —me dijo con diversión. Me reí un poco y tras sonreírle nuevamente, me bajé del auto.

—¡Gracias! —le dije agitando una mano mientras me alejaba; ella también me devolvió el gesto mientras ponía el auto en marcha.

—¿Dean Mackay? —me preguntó el hombre castaño, alto, de ojos cafés, duras facciones y fuerte acento italiano cuando me acerqué; asentí. —Los Brown me enviaron por usted —dijo con seriedad mientras me abría la puerta trasera del auto. Me subí en silencio. —Esto le pertenece —el hombre me pasó un celular antes de cerrar la puerta; lo tomé y revisé los contactos. Mis hombros cayeron con relajación al ver el número de Dominik, Cameron, Dylan y Roger. Llamé a este último.

Si las cosas se arreglaron entre Roger y Nikolai, él podría saber qué estaba pasando del otro lado, qué estaba haciendo Vladimir o qué planeaba hacer.

—Roger —dije en cuanto se abrió la llamada.

Intenta otra vez, amor.

Colgué rápidamente en cuanto escuché la fría voz de Vladimir. Mis manos temblaban mientras agarraba el celular. Vladimir tenía a Roger; el rubio jamás dejaría que alguien contestara su teléfono. Me preocupé, pero sabía que Nikolai nunca permitirá que su psicópata hermano le haga daño al hombre que ama. Pero, ¿cómo rayos estaba Vladimir tan rápido con Roger? No habían pasado ni tres horas desde que escapé.

Llamé a Cameron con temor.

—Vladimir tiene a Roger, no le digas donde estoy —le advertí rápidamente, deseando que no fuese demasiado tarde.

¿Qué? Eso es imposible... Roger está de regreso en Miami —me explicó Cameron con mucha confusión. Me pasé una mano por la cara y me sentí como un gran idiota al pasar por alto algo muy importante.

—Vladimir tiene su teléfono intervenido, y probablemente ya debe tener este rastreado —dije, recordando al grupo de hackers que trabajaban para él. Cameron maldijo.

No te preocupes y pásame a Francesco —dijo, recuperando la calma. Le pasé el celular al conductor italiano. Lo observé afirmar varias veces hasta que se detuvo, salió del auto y lanzó el teléfono contra el asfalto, luego lo pisoteó varias veces. Me sentí desanimado. Había perdido otra vez el contacto con mis amigos, pero era necesario si quería escapar de Vladimir.

Mantuve el silencio cuando el hombre regresó al auto y aceleró. Cuando se desvió de la carretera unos diez minutos después, miré a mi alrededor con atención. Estábamos en un camino de tierra rodeado solo por árboles. Mi mente comenzó a divagar de un segundo a otro y volví a preguntarme, ¿cuál era la salida para todo esto? Huir por siempre o quedarme atrapado en Italia no era una opción, pero sabía que si volvía a caer en las manos de Vladimir, él me encerraría en Rusia o en algún otro lado, solo permitiéndome trabajar en proyectos que él decidiera y controlando cada aspecto de mi vida.

Dejé de pensar en aquel ruso cuando llegamos a una vieja casona en medio de la nada. Las paredes parecían ser de piedra tallada y estaban pintadas de un llamativo naranja que contrastaba con el techo formado por tejas de terracota. Tenía seis pequeñas ventanas y un balcón en el segundo piso. Se veía antigua, pero a la vez muy bien conservada. El auto se detuvo frente a la doble puerta de madera y tanto Francesco como yo, salimos.

—Dentro de la casa hay un teléfono, Dominik lo llamará cuando sea seguro. Iré a comprarle lo que necesite para su estadía aquí. Si puede hacerme una lista, lo agradecería —dijo el hombre con un tono muy respetuoso pasándome su celular mientras entrábamos en la casa. Lo tomé y le escribí algunas cosas básicas; cuando terminé, le devolví el celular.  —Iré de inmediato —Francesco no perdió ni un segundo antes de marcharse, dejándome solo.

Finalmente, miré el vestíbulo en el que me encontraba. El techo era alto, de él caía una gran lampara de araña, y el piso estaba cubierto por baldosas cremas. No me molesté en fijarme mucho o en ir hacia la cocina que vi de reojo a la izquierda, ni tampoco hacia la gran escalera de la derecha que llevaba al segundo nivel. Tenía la sensación de que no estaría aquí durante tanto tiempo. Mis manos sudaban con ansiedad, como si temiera que Vladimir llegara en cualquier momento.

Al sentir mis pies cansados, caminé hacia la sala de estar, en la cual había dos grandes sofás con un anticuado tapiz rojo, pero con vista a la parte delantera de la casa. Noté también una alta y pequeña mesa en una esquina, sobre la cual había un teléfono inalámbrico. Me recosté en uno de los sofás y me quedé mirando al techo mientras escuchaba el aire corriendo por el sistema de ventilación.

Necesitaba renegociar los términos de la extraña relación que tenía con Vladimir; esa era la única solución que veía, pero la desventaja que tenía contra todo su poder era un gran problema.

El estrés tenía mi cuerpo agotado. Cerré los ojos y casi pude escuchar el oleaje y las palmas moviéndose en aquella isla. Sonreí al recordar la terrible pasta que hizo Vladimir y solté un suspiro; esos recuerdos siempre estarán en mi mente, y sé que también en la suya.

Me pasé las siguientes dos horas con los ojos cerrados sin poder conciliar el sueño. Me reincorporé cuando escuché un auto acercándose. Me levanté con prisa; estaba muriendo del hambre, y aunque no le puse nada de comida en la lista, esperaba que Francesco hubiese traído aunque sea un chicle. Abrí la puerta y salí de la casa, frenando en seco al ver que el auto que se detuvo a pocos pasos era distinto del de Francesco.

—¡¿Pierre?! ¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté más confundido que nunca cuando se bajó del auto y se acercó a mí, tomando mis manos y mirándome con preocupación.

—Roger me habló hace horas y me dio esta dirección, me dijo que necesitabas mi ayuda —me explicó rápidamente con sus ojos marrones inspeccionando mi rostro y mi cuerpo, como si buscara algo. Fruncí el ceño. Eso no tenía sentido... Cameron y Dominik no se arriesgarían a decirle la dirección a Roger sabiendo que Vladimir tenía su celular intervenido, y aunque lo hubiesen hecho antes de que descubriéramos la intervención, sabía que Roger no pediría la ayuda de Pierre.

—¿Él te llamó o te envió un mensaje? —lo interrogué mientras alejaba mis manos de las suyas con inseguridad. Pierre me miró fijamente.

—Me llamó... —contestó con seguridad. Tuve un mal presentimiento mientras lo miraba, sentía que me mentía. Miré su auto, el cual seguía encendido.

—Déjame ver la llamada, creemos que Vladimir tiene uno de sus números intervenidos... —le dije casualmente, intentando parecer tranquilo, pero él lució muy sorprendido al escucharme, y casi pude ver felicidad en sus ojos, como si le alegrara saber que estaba huyendo de Vladimir.

—Borré el registro por si uno de los hombres de tu esposo me encontraba —se excusó el francés rápidamente. Pasé saliva. Nunca había desconfiado o temido de Pierre, pero, ¿por qué me está mintiendo tan descaradamente? Él pareció ver la desconfianza en mi rostro, ya que intentó tomar mis manos nuevamente, pero me alejé. —Sé que todo esto te resulta extraño, pero créeme, solo quiero ayudarte —dijo con cautela. Entrecerré los ojos.

—Francesco ya debería haber regresado, ¿qué le hiciste? —le pregunté con molestia mientras retrocedía; él se sobó las sienes y negó.

—Toda esta palabrería no funciona, Pierre, solo tráelo y ya... —mi corazón se encogió cuando escuché esa voz. Mis ojos no creían lo que veían. David se había bajado del auto de Pierre, llevando un bastón, y con todo el rostro magullado. Me cubrí la boca al ver que tenía una oreja menos, la nariz torcida y una gran herida en la frente. —¿Te sorprende mi nuevo look? Fue cortesía de uno de los lacayos que tiene tu hombre. Me arrancó todas las uñas, me rompió una pierna y cinco costillas, me hizo un moderno corte en una oreja y me reacomodó la nariz —soltó David con sarcasmo y odio puro. Miré a Pierre con terror, pero el francés me miraba con seriedad.

—¿Q-Qué h-haces con él? —pregunté con titubeo. Pierre me miró con tristeza.

—Escuchaste todo lo que le pasó a causa de tu esposo, ¿y eso es lo único que dices? —su respuesta me hizo soltar una risa sin gracia. Miré a Pierre con desprecio.

—Es lo que se merece por violarme y tratar de chantajearme —contesté sin sentir ningún tipo de lastima por David. Pierre giró su cabeza en automático hacia el pelirrojo y lo miró impactado. —Pero claro, creo que se le olvidó contarte eso —dije al notar que Pierre estaba muy sorprendido. David frunció el ceño y negó.

—Eso no es cierto, Pierre. ¡Vladimir le tiene el cerebro lavado, debemos ayudarlo! —exclamó el desagradable hombre con desesperación. Pierre se acercó a él y le dio un puñetazo, logrando tirarlo al suelo mientras se quejaba de dolor.

—Perdóname, Dean. Cuando supe que Vladimir tenía planeado mover una gran cantidad de cocaína el día de tu boda, quise advertirte, pero lo admito, tuve miedo. David me había contactado esa misma noche cuando me marché, se inventó toda una historia de que Vladimir te estaba obligando a estar con él, y me contó sobre todo lo que le hizo uno de sus hombres... le creí... él me dijo que había alguien que podía protegerte de tu esposo y que quería conocerte, pensé que haríamos lo correcto al llevarte con él... —Pierre lucía miserable mientras me miraba con culpa, pero lo ignoré y repetí sus últimas palabras en mi cabeza. ¿Alguien poderoso que puede protegerme? No estará hablando sobre la familia que me mencionó Vladimir, sus enemigos, por los que todo esto supuestamente había comenzado...

—¿Quién? ¿De quién te habló? Y dime la verdad, ¿cómo se enteraron de que estaba aquí? —le pregunté con prisa mientras miraba alrededor. David se comenzó a reír desde el suelo, y en sus ojos vi mucha maldad.

—Ri-nal-di —canturreó el pelirrojo desde donde estaba. ¿Rinaldi? Vladimir no mencionó el apellido, pero sabía que hablaban de la misma familia al ver la burla en David, pero, ¿qué tenía que ver él con todo esto? ¿Qué relación guardaba con esos mafiosos? Claro, aparte del odio hacia Vladimir.

—David fue quien consiguió la dirección, él me dijo que habías escapado o algo así —maldije en cuanto Pierre dijo eso.

—Esto es terrible, Pierre. Los Rinaldi son enemigos de Vladimir, dudo mucho que quieran ayudarme —le dije mientras miraba alrededor con temor. El francés abrió los ojos como platos. —Debemos escondernos —le dije con prisa cuando un deportivo negro apareció en el camino, acercándose a una velocidad descomunal.

—No creo que sean ellos —dijo Pierre al ver cómo David comenzaba a arrastrarse con temor hacia su bastón, se veía completamente aterrorizado.

—Tampoco es Francesco —respondí, observando cómo el auto frenaba estrepitosamente, dejando una cortina de polvo y humo sobre nosotros. ¿Será Vladimir? Me pregunté con horror mientras tosíamos.

—A-Abraham... —chilló David mientras lloraba. ¿Abraham?

—Maldición —mascullé por lo bajo cuando las puertas se abrieron y Vladimir salió del lado del conductor con una expresión helada, otro hombre robusto y pelinegro había venido con él. Me estremecí con miedo cuando Vladimir me miró por unos segundos y pasó la vista por los demás. David lo miraba boquiabierto y Pierre empalideció.

—Eres más escurridizo que una cucaracha, pero sabía que me llevarías a Lorenzo —le dijo el ruso a David, el cual se mostró horrorizado. ¿Lorenzo? Debe ser algún integrante de la familia Rinaldi, pero aun no dejaba de preguntarme qué tenía que ver David en todo esto.

—T-Tú... ¿m-me d-dejaste e-escapar? —le preguntó al tal Abraham, al cual finalmente miré con más atención. Era un hombre alto y fuerte de cabello negro y helados ojos azules. Vladimir y él se miraron y se rieron un poco, lo que empeoró la expresión de David y confirmó que su "libertad" solo fue parte de un plan. —M-Mientes, n-no sabes d-dónde está Lorenzo... él s-se marchó en c-cuanto supo que e-estabas aquí, si no h-hubieses perdido el tiempo b-buscando a t-tu querido e-esposo, tal v-vez tus hombres lo h-hubieran encontrado —soltó con diversión y malicia. Me quedé boquiabierto cuando Vladimir se encogió de hombros, sin negar aquello.

—Estoy muy seguro de que sé dónde está —contestó finalmente, a lo que David frunció el ceño.

—No entiendo nada, ¿qué tiene que ver David con todo esto? —le pregunté a Vladimir con confusión. Él ni siquiera me miró, lo que se sintió como recibir un golpe en el estómago.

—Te dije que una familia te estaba vigilando... —comenzó diciendo mientras se acercaba al pelirrojo, cuyos nervios no lo dejaban estar de pie; él estaba casi llorando. —No fue ningún investigador el que encontró la conexión que teníamos, fue esta basura el que te vendió —al oír eso, miré a David con incredulidad, y el pelirrojo me observó con algo de vergüenza.

—¿Por qué? —pregunté en un susurro, viendo esos temerosos ojos verdes en los que alguna vez confié. —¿Cuándo lo hiciste? —lo interrogué con rabia y confusión.

—Fue antes de que se conocieran, él solo se acercó a ti porque pensaba que tú y yo seguíamos teniendo contacto, y quería llegar a mí —las frías palabras de Vladimir me atravesaron como puñales; el rostro de David estaba rojo por la vergüenza mientras el ruso le jalaba el cabello para que lo viese a la cara. Tuve náuseas, el asco que sentí hacia David me impresionó a mí mismo. Creí que no podría aborrecerlo más de lo que ya lo hacía, pero me equivoqué.

"David está planeando algo", recordé las palabras de Vladimir aquella noche en la casa de playa de Will, cuando fingió haber sido él quien cambió mis antidepresivos por cocaína solo para que no terminara con el pelirrojo. Aunque me pareció cruel en aquel momento, creo que ahora lo comprendía un poco mejor. Él sospechó de David desde el principio.

—De verdad me llegué a enamorar de ti, Dean... quise dejar el arreglo que tenía con Lorenzo en cuanto vi que eras inocente y bueno...

—Ya, ¿eso fue antes o después de violarme? —lo corté con dureza, sintiendo el corazón como un témpano de hielo al ver que todo fue una mentira. Ese encuentro "casual" en el café de su hermana, todo fue un montaje. Ahora entendía por qué me insistió tanto para que le prestara atención y por qué me pidió que me casara con él en tan poco tiempo, también fue idea suya el acompañarme a Inglaterra, donde conoció a Vladimir. Ahí no había amor, solo codicia y maldad. Probablemente él y el tal Lorenzo planeaban tenerme como alguna especie de arma contra el ruso.

—T-Todos los días m-me a-arrepiento de e-eso... p-perdóname. Los m-meses que pasé c-contigo fueron los más f-felices de mi... —un disparo entre las cejas lo interrumpió. Vladimir había sacado su pistola sin que siquiera lo notáramos. Pierre y yo nos quedamos en shock, viendo cómo se desplomaba el cuerpo del pelirrojo, quien murió con la boca abierta y con una expresión de terror. Pierre ahogó un grito asustado. Miré a Vladimir nuevamente, pero él ni siquiera me prestó atención y apuntó hacia el francés con sus fríos y vacíos ojos en él.

—Sigues tú... —soltó sin emoción alguna.

—¡No! —reaccioné con prisa mientras me ponía delante del francés, lo cual irritó a Vladimir en sobremanera, ya que me miró encolerizado.

—Llévalo al auto —ordenó sin dejar de apuntar. Me acerqué corriendo a él cuando vi las intenciones de Abraham de dirigirse hacia mí.

—No lo hagas, Vladimir. Pierre no me ha hecho nada malo, él solo quería ayudarme —le dije con desesperación cuando llegué a su lado, pero su mirada era fría incluso hacia mí.

—S-Solo quería protegerlo —dijo Pierre acercándose a nosotros con valor. Vladimir lo asesinó con la mirada.

—Ese no es tu maldito problema —le contestó con rudeza. Pierre frunció el ceño. Lo mejor sería que se quedara callado.

—Vladimir, por favor... —le supliqué, agarrando su mano para que bajara el arma. Él me miró fijamente por unos segundos. Se veía muy decepcionado y molesto, pero aún así, bajó su brazo.

—Felicidades, Leroy, vivirás otro día más para contarlo —dijo con un fingido tono de diversión mientras ambos se miraban con desprecio. —Ahora, Abraham, averigua cómo es que un simple vinicultor parece saber tanto —le ordenó al matón que observaba a Pierre en silencio. Negué rápidamente.

—No le hagas daño, estoy seguro de que te dirá lo que quieras saber —le dije, pasando la vista desde Pierre hasta Vladimir, pero la cara de indecisión del francés parecía contradecir mis palabras. Vladimir sonrió y Abraham no tardó en llevar a Pierre con violencia hacia el interior de la casa. El castaño no pudo defenderse ya que la diferencia de fuerza era considerable. —Vladimir, ¡detén esto! —exigí con molestia, pero él ni se inmutó. —Ya sabes dónde está el tal Lorenzo, ¡búscalo e interrógalo a él! —dije con rabia. Él resopló.

—No sé dónde está, solo dije eso para que David fuese aún más miserable antes de morir... pero el idiota tenía razón, tuve que enviar a todos a buscarte, así que eso le dio tiempo para que se largara otra vez —contestó tranquilamente con algo de irritación en la mirada. Dejé caer mis hombros y traté de no mirar el cadáver de David, pero no pude evitarlo y lo hice; la sangre había cubierto todo su rostro y su cabello. Me tapé la boca al sentir deseos de vomitar y me quedé unos cinco minutos viendo la tierra y controlando mis arcadas, bajo los fríos ojos de Vladimir. Si yo no hubiese escapado, ¿él seguiría con vida? —Tarde o temprano lo iba a matar, relájate —miré a Vladimir cuando dijo aquello sin expresión alguna mientras me observaba; probablemente tenía la culpa escrita en el rostro.

Al escuchar la puerta de la casa, miré hacia atrás cuando Abraham y Pierre salieron. El francés no parecía tener algún golpe, pero sí se veía muy enojado. Lo observamos caminar hacia su auto sin siquiera verme.

—Pierre... —lo llamé con extrañeza. Él se detuvo y me miró por un corto segundo, luego sus ojos fueron al cadáver de David.

—Cuídate, Dean —dijo él, subiéndose rápidamente al auto y marchándose como alma que lleva el diablo. No pasé por alto cómo la fría mirada de Vladimir lo seguía.

Miré alrededor y me fijé en los hombres que estaban vigilando todo el perímetro, eran demasiados. Suspiré y miré a los ojos al que era mi esposo. Ya sé lo que debo hacer.

—Quiero entrar —le dije. Él arqueó una ceja.

—¿A dónde quieres entrar, Hadriel? —preguntó sarcásticamente mientras sacaba su celular y escribía en él. Se lo quité de las manos para que me prestara toda su atención, lo cual logré ya que me observó expectante.

—A la mafia, quiero ser un verdadero Sokolov... —sentencié con firmeza. Vladimir me miró sin sorpresa alguna y una sonrisa se formó en sus labios, transformándose rápidamente en una risa.

—¿Te diste un golpe en la cabeza? ¿Por qué aceptaría algo así? —preguntó ahora con burla, agarrándome por un brazo y llevándome hacia el deportivo mientras Abraham se alejaba para hablar por el auricular. Me solté con rabia. Si me subía en ese auto sin aclarar las cosas, mi libertad sería solo un sueño.

—No me refiero a que voy a matar gente o a vender drogas, solo quiero que esto sea real. Deja de alejarme de ti y de ocultar las cosas, quiero estar contigo como tu esposo... porque te amo... —dije, sintiendo mis mejillas calentarse un poco al repetir aquellas palabras por primera vez desde los votos en la boda. Vladimir se quedó en silencio y me alzó el mentón suavemente.

—Si de verdad quieres entrar, debes saber que la primera regla es no intentar verme la cara de estúpido. Sé que me amas y sé que, aunque no quieras aceptarlo, sabes que siento algo fuerte por ti, pero nunca intentes manipularme con esas cosas, Hadriel, porque no saldrá bien —me advirtió con un tono gélido mientras me obligaba a mirarlo. Arqueé una ceja sin intimidarme. Al menos lo intenté...

—¿Eso significa que estoy dentro? —le pregunté con el mismo tono helado. Él sonrió un poco y me soltó.

—Significa que lo pensaré...

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