Cláusula
Vladimir
Hace 21 años.
Encendí la brillante luz amarilla y me adentré en la habitación, observando el caos de ropa esparcida sobre la cama de Dimitri, contraria a la cuidadosamente limpia y ordenada cama de Dominik. Dejé caer la mochila sobre la mía y me senté junto a ella. Mi cabeza palpitaba con una terrible migraña desde que regresé a la academia, tras apenas dos días fuera. Rápidamente me levanté para apagar la luz, sumiendo la habitación en la tenue iluminación de la luna.
Masajeé mis sienes en un vano intento por reducir la incomodidad que sentía, pero fue imposible. Mis ojos se posaron en mis manos, en las cuales casi podía sentir la sangre caliente de esos hombres que había asesinado ayer. La cuenta ya ascendía a doce en este mes...
Un frío vacío me acogió, un vacío que ni siquiera la crueldad de mis acciones podía llenar. No sentí ninguna culpabilidad o empatía hasta que la imagen de mi madre cruzó mi mente e imaginé lo decepcionada que estaría de mí si viera todas las cosas terribles que he hecho con tan solo quince años.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí tristeza.
Desde hace un año, mi padre comenzó a encargarme parte del trabajo sucio que le correspondía a su red de sicarios. Todo comenzó después de descubrir que estaba vendiendo drogas bajo sus narices sin que se diera cuenta, lo cual comencé a hacer porque disfrutaba la sensación de que él no tenía un control completo de mi vida, como ha sido desde que tengo uso de razón. Al principio, quería creer que estos encargos eran simplemente un castigo por haberlo desafiado de esa forma, una especie de lección para recordarme quién tenía el control. Sin embargo, ya había pasado un año, y cada vez se volvía más evidente que tenía otro propósito conmigo. Esto no era un simple castigo, no era tan ingenuo. Sabía que él estaba moldeándome para algo más oscuro, y no era muy difícil saber para qué. Solo debía ver el desprecio en los ojos de Yakov para saber que algún día yo tomaría el lugar que él creía merecer.
¿Qué pensaría Hadriel de mí?
Dejé escapar un suspiro al pensar en aquel chico de profundos ojos negros. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que su recuerdo llegó a mi mente. ¿Por qué lo recordé justo ahora? Imagino que él me odiaría aún más si viera en quién me he convertido. Esta era una versión de mí que lo decepcionaría, considerando la promesa que nos habíamos hecho hace años y la cual había arrojado a la basura en cuanto comprendí que nuestras vidas jamás serían compatibles.
Mis pensamientos se apartaron de esos amargos recuerdos cuando mi estómago rugió de hambre. Saqué una barra de chocolate de mi mochila y salí del dormitorio en dirección al comedor. Mientras me comía la barra y caminaba sin prisa, noté cómo las conversaciones se apagaban a mi paso por el pasillo; las personas guardaban silencio en cuanto me acercaba a ellos. Las miradas furtivas y los susurros de algunos dejaban en evidencia que estaban hablando sobre mí. Algunos me miraban con temor, mientras que otros parecían envidiarme. Era consciente de que, para muchos en este lugar, recibir encargos a los quince años sería un sueño hecho realidad, pero para mí, eso solo significaba vivir en una pesadilla que ya había aceptado como mi desgraciada realidad.
—Vladimir... —volteé hacia la izquierda al escuchar el ronroneo lascivo de Marcus mientras descendía las escaleras. El rubio de ojos verdes me observaba con picardía, y ante esa mirada cargada de deseo, esbocé una sonrisa, pensando en retrasar un poco la cena.
—¿Me extrañaste? —inquirí, simulando un interés que realmente no sentía. Él hizo un pequeño puchero y asintió. Mis ojos se deslizaron por su cabello lacio, pero no pude evitar reprimir una mueca al imaginar, por un instante, cómo se verían los rizos de Hadriel, quien debía tener unos trece años ahora. ¿Por qué estaba pensando tanto en él?
—Vamos a tu habitación y te mostraré lo mucho que te extrañé —susurró Marcus, seduciéndome con la mirada y logrando desterrar al pelinegro de mi mente. Solté una risa ligera y asentí.
—Vayamos a la tuya. Está más cerca —contesté, sabiendo que jamás compartiría mi cama para nada, ni siquiera para tener sexo. Para mí, era sagrada, un espacio donde me torturaba cada noche al cerrar los ojos y dormir, siendo acosado y perseguido en mis pesadillas por todos los pecados que cometía cuando estaba despierto y por el traumático pasado con el que me tocaba vivir. Nadie podría ocupar un lugar a mi lado, en el sitio donde estaba más vulnerable y en el que cumplía una sentencia cada noche.
Seguí a Marcus por un pasillo en el primer piso, que estaba prácticamente desierto a estas horas, ya que los demás debían estar en el comedor. Una vez dentro de su habitación, cerré la puerta tras de mí y nos comenzamos a besar de inmediato. Marcus era un poco alto, no tanto como yo, pero sí como casi todos con los que solía estar últimamente. Mientras sean altos, de cabello y ojos claros, eran perfectos para mí.
Manteniendo el ritmo del soso beso, nos dirigimos hacia su cama. Desabroché mi pantalón y, separándome un momento, busqué un preservativo en mi billetera. Mientras hacía eso, observé al rubio quitarse la camisa, sus ojos brillaban con excitación.
—¿Tienes condones? —le pregunté, guardando la billetera al darme cuenta de que no tenía ninguno. Marcus hizo una mueca de disgusto y se reincorporó para buscar en la mesa a su lado.
—Se me acabaron... —murmuró con algo de temor. Me encogí de hombros y me levanté de la cama, volviendo a abrocharme el pantalón bajo su mirada indignada. —¡Podemos hacerlo sin eso! Solo he tenido sexo contigo en los últimos seis meses —añadió con desesperación. Estiré mis brazos, sintiendo algo de tensión en mis hombros, y negué con la cabeza.
—Ya nos veremos otro día —le espeté mientras caminaba hacia la puerta, lo escuché resoplar con frustración.
—¿Solo tienes sexo sin protección con tu novia? —preguntó con amargura, haciendo que me detuviera. Cuando me di la vuelta, descubrí que me estaba mirando con un poco de rabia y celos. Parece que ya había roto la regla no escrita que todos habían establecido acerca de mí. Jamás enamorarse, porque sin duda, yo no les iba a corresponder.
—No, en realidad no tengo sexo así con nadie —respondí con calma, notando cómo fruncía el ceño cada vez más. Le dediqué una última mirada y salí de allí. Aunque me encantaba el buen sexo, la idea de hacerlo sin un preservativo de por medio me resultaba desagradablemente íntima. Siempre había sido así, tanto con hombres como con mujeres, y era algo que solo cambiaría cuando quisiera tener hijos. Esa sería la única excepción.
A medida que me acercaba más al comedor, el murmullo proveniente de allí se hacía cada vez más intenso. Al entrar, me ubiqué en la fila después de agarrar una bandeja. Cuando llegó mi turno, torcí la boca con asco al ver lo blandos que lucían los supuestos espaguetis que me sirvieron. La señora que me atendió me pasó una galleta seca, sin preocuparse en ocultar su molestia hacia mí. En respuesta, le lancé un beso y caminé hacia donde estaban Dominik y Dimitri. El rubio casi gritó de emoción al verme; dejé la bandeja sobre la mesa cuando se levantó para abrazarme, mientras que Dominik se limitó a mirarme fijamente.
—Solo fueron dos días, Dimitri —le recordé con pesar al notar que me abrazaba con mucha fuerza. Él resopló cuando nos sentamos. Mi atención se desvió hacia Dominik, el castaño me observaba con demasiado escrutinio.
—Me alegra que hayas regresado en una pieza —soltó Dimitri ahora con un deje de amargura. Guardé silencio y miré sin apetito lo que tenía delante.
—Cada vez regresas más rápido... —comentó Dominik, los tres nos sumimos en un tenso silencio. Opté por no mirarlos directamente. Cada vez regresaba más pronto porque se me hacía más y más fácil hacer el trabajo sin dudar o sin andarme con rodeos. —Me alegra que estés bien —agregó el castaño con sinceridad, logrando sacarme una pequeña sonrisa.
—Ahí viene tu novia... y uno de tus amantes la mira como si estuviera a punto de matarla... —murmuró Dimitri con incomodidad, seguí su mirada. Kristen caminaba hacia mí con una cálida sonrisa, mientras que Marcus la observaba con odio desde la distancia. Le sonreí levemente a la chica con la que salía desde hace casi un año. Tenía el cabello castaño claro bastante largo, unos ojos azules cautivadores, y un cuerpo muy bien desarrollado. Kristen era la chica más alta y popular de aquí.
—Nunca entenderé cómo es que todavía no se da cuenta de que la estás engañando con media academia —soltó Dominik, rodando los ojos con desdén. —Mira a Ivanka, parece que va a saltar sobre ella en cualquier momento... —añadió el castaño con desaprobación. Me aclaré la garganta y lo miré con molestia para que se callara, justo cuando Kristen llegó a nuestra mesa.
—Amor, no sabía que llegarías hoy —dijo ella dulcemente, con una mirada de sorpresa y alegría mientras se acomodaba en mis piernas. Le sonreí antes de que nos diéramos un beso bajo la mirada juzgadora de mis mejores amigos.
—No podía estar más tiempo lejos de ti —le susurré, sacándole una risa tonta que resonó en el aire. Escuché a mis amigos resoplar, pero ella los ignoró por completo y me respondió con otro beso apasionado. Mientras todos comían y hablaban, traté de seguirles la conversación, pero me sentía un poco desanimado.
Aunque podía ver en los ojos de Kristen que estaba enamorada, algo en mí me decía que ella estaba al tanto de mis infidelidades. Sin embargo, parecía que su amor no le permitía dejarme...
Podía tener a la chica más hermosa de la academia o a cualquiera que quisiera, pero solo eran conquistas superficiales. Nada lograba llenar o borrar la sensación de inmenso vacío que siempre había existido en mi interior y que solo iba en aumento con el paso del tiempo.
Cuando terminamos de cenar, regresé a la habitación acompañado de mis amigos. Una de las ventajas de trabajar para mi padre era que nos había dejado compartir habitación, algo que normalmente se asignaba al azar.
—Adivinen lo que tengo guardado... —soltó Dimitri de repente en cuanto entramos. Él cerró la puerta con seguro y se agachó en el piso, buscando algo debajo de su cama. Dominik y yo nos miramos algo confundidos.
El rubio sacó una pequeña caja de zapatos. Al abrirla, vimos varios trozos de papel blanco en su interior. Me reí cuando lo vi sacar una pequeña bolsa de plástico con marihuana. Dominik se acercó y lo miró con incredulidad.
—Todavía me queda de la que me vendiste —nos explicó Dimitri con una sonrisa traviesa. Me pasé una mano por la cara al escucharlo decir eso con Dominik presente.
—¿En serio le vendías a él? —preguntó, mirándome con reproche. Levanté las manos en señal de rendición mientras Dimitri enrollaba varios cigarrillos con la hierba, ignorando por completo la incómoda tensión que él mismo había creado.
—Negocios son negocios, además, solo le vendía eso, cálmate —respondí con despreocupación, tratando de restarle importancia al asunto. Dominik resopló y se sentó en su cama, pero su expresión seguía siendo de molestia. Jamás le hubiese vendido algo más fuerte.
Tomé el cigarro que me estaba pasando Dimitri, ya encendido. Le di una calada y abrí una de las ventanas. Aunque era de noche, alcancé a ver a una pareja besándose y manoseándose detrás de un árbol.
—Vengan a ver esto —les dije a los demás mientras me reía un poco hasta que la luz de la luna iluminó la cara de la chica y noté que era mi puta hermana. —¿Quién diablos es ese? —pregunté en voz alta, haciendo que mis amigos se acercaran rápidamente a la ventana para presenciar la irritante escena.
—Se llama Antón, desde que te fuiste ni siquiera intentan ocultar que tienen algo —comentó Dimitri con desdén, sentí algo de furia en mi interior. Ilya debe creer que todavía no he regresado.
—Déjala en paz, Antón es un buen chico —dijo Dominik antes de dar una calada. Negué varias veces. No iba a permitir que nadie se aprovechara de ella, es demasiado tonta.
—¡ANTÓN, TE VOY A MATAR ESTA MISMA NOCHE! —grité con fuerza, asegurándome de que me escucharan. Los dos voltearon hacia acá con expresiones de terror y se apresuraron a correr hacia uno de los edificios. Me reí un poco, dudando que el chico pueda pegar un ojo esta noche. —¿Qué? —pregunté con fastidio al notar las miradas de reproche de Dominik y Dimitri. —Ustedes no tienen hermanas así que no lo entenderían —añadí con calma. Ellos se tiraron en sus camas mientras yo me quedaba sentado en el alféizar de la ventana, todavía un poco indignado de que ese tal Antón se haya aprovechado de mi breve salida.
Siempre había tenido una buena relación con Ilya, más que con el resto de mis hermanos. Quizás porque ella solo me llevaba un año de diferencia, mientras que con Viktor eran tres, con Nikolai cuatro y con Yakov, siete. Los demás ya se habían graduado de la academia, y dado que mi padre casi nunca venía por aquí, se convirtió en mi responsabilidad cuidar de mi hermana. Y no solo por eso, siempre había sentido un instinto protector hacia ella. Era demasiado ingenua para este mundo. Si de mí dependiera, ni siquiera estaría en esta academia, sino en un lugar normal, tal y como él...
Miré a Dominik mientras exhalaba el humo contenido en mi boca.
—Dominik —lo llamé, sus ojos grises se dirigieron a mí mientras daba una calada. —¿Conoces a Hadriel Mackay? Es hijo de una amiga de tu madre... —pregunté vagamente, sin dejar de observarlo. Él arqueó una ceja, y me miró con interés a la vez que soltaba el humo.
—¿Mackay? ¿Hablas de Dean? —preguntó un poco extrañado, asentí. No pude ignorar la alerta que pareció encenderse en sus ojos. No me sorprendía que reaccionara así, por esa razón nunca le había mencionado a aquel chico. —Sí, lo conozco. ¿Qué pasa con él? —inquirió un poco receloso. Me encogí de hombros, intentando ocultar cualquier indicio de tensión o incomodidad.
—Fue una simple pregunta, no te pongas así —dije cruzándome de brazos. Él entrecerró los ojos, mientras que Dimitri ya parecía estar en las nubes. —¿Cómo es él? —pregunté, desviando mi atención hacia el exterior e ignorando su actitud defensiva.
—Es un chico muy inocente, Vladimir, nada que ver con nosotros —resoplé al notar otra vez su tono algo molesto y protector. —Dime por qué quieres saber —demandó saber con un poco de frialdad. Arqueé una ceja. Ya lo conocía lo suficientemente bien como para saber que no se alteraba por muchas cosas.
—Te gusta, ¿verdad? —le pregunté con burla mientras lo observaba. Confirmé mis sospechas al ver cómo desviaba la mirada hacia las ventanas. Ignoré la extraña molestia que me provocó eso y le sonreí. —Tranquilo, solo es alguien que conocí cuando éramos niños... —añadí, tratando de aparentar indiferencia, pero sabía que Dominik también me conocía muy bien...
—Le gusta alguien más —afirmó de repente con una expresión algo consternada.
Le di una profunda calada al cigarrillo. No me sorprendía que a aquel chico le gustara alguien, después de todo, habían pasado años desde la última vez que nos vimos, pero no podía negar que sentía un pequeño atisbo de celos.
¿Quién era digno de tener su interés?
Lancé el cigarrillo hacia la nieve y cerré la ventana.
Cualquier otra persona sería mejor opción para él, de lo que podría llegar a ser alguien como yo.
Hace 18 años.
Esto era peor de lo que había imaginado. Apenas podía evitar mostrar el asco y la rabia que sentía hacia el padre de Dominik. ¿Cómo había terminado Hadriel con ese pederasta? No dejaba de preguntármelo desde que llegué a esta casa y me enteré de eso. Pero, sobre todo, ¿cómo pudieron simplemente aceptar que ese hombre tuviera una relación con un chico de 16 años?
Como era de esperarse, la situación ya había explotado. Dominik me había pedido que me acercara a Hadriel para averiguar si quería tomar algún tipo de represalia contra su padre, pero sabía que esa no era más que una excusa. ¿Qué buscaba lograr realmente?
Todavía no había hablado con Hadriel; de hecho, ni siquiera lo había visto. Según lo que me contaron, está encerrado en su habitación con el corazón roto a causa del pedófilo aquel. Yo no tenía ninguna intención romántica con él, pero sí sentía curiosidad por conocerlo y ver quién era ahora, comparado con el niño que una vez conocí.
Saqué mi celular al notar una vibración. Ilya me estaba llamando. Dudé por un momento antes de contestar. No quería escuchar nuevamente uno de sus sermones sobre regresar a Rusia. Era consciente de que mi libertad era temporal y de que, tarde o temprano, mi padre dejaría de hacerse el desentendido con mi partida, y me forzaría a regresar. Sin embargo, quería disfrutar el momento tanto como pudiera hacerlo.
—Ilya, ¿qué quieres? —pregunté, mientras caminaba hacia la puerta del salón de música, pero me detuve en seco al escuchar unos rápidos pasos cercanos.
—Vladi, ¿dónde estás? Te extraño mucho... —arqueé una ceja al escucharla decir eso. —Sabes que es muy peligroso que andes por ahí sin protección —soltó ahora con molestia.
—Puedo protegerme solo, Ilya —respondí, lanzando una mirada furtiva por la puerta. Abrí la boca con sorpresa y sentí una ligera opresión en el corazón al ver a un chico entrando en la cocina en pijama. Aunque no le vi el rostro por completo, podía sentir dentro de mí que era Hadriel, a pesar de que su cabello lucía lacio.
—Papá se fue hace unos días, quizás regrese en unas semanas, ¿por qué no vienes? —propuso mi hermana con un tono persuasivo que no convencería a nadie.
—Ya te dije que no. No volveré a esa casa en un buen tiempo —respondí con determinación, avanzando hacia la cocina. Sorprendentemente, sentí un poco de nervios, lo que me dejó bastante desconcertado.
Ignoré a Ilya cuando entré en la cocina vacía. Noté de inmediato que la puerta que llevaba al jardín trasero estaba abierta. Mis ojos detectaron la sombra del chico en el césped, escondiéndose en una de las esquinas exteriores de la casa. No pude contener una risa. Cerré la puerta por la que había salido y me marché rápidamente, colgándole a Ilya tras despedirme sin prestarle atención a lo que me dijo. Caminé hacia la puerta principal de la casa y le puse el seguro, preguntándome qué hará el chico cuando se dé cuenta de que no puede entrar en la casa.
—Chicas, ¿quieren escuchar una canción? —les pregunté coquetamente a las cinco chicas del servicio que vi en una de las salas. Sus rostros se iluminaron con sonrisas encantadas mientras asentían, podía escucharlas cuchichear sobre mi altura y mis ojos mientras me seguían hacia el salón de música.
Minutos después, mientras tocaba el piano y cantaba, escuché cómo comenzaba a llover, lo que me hizo sentir ligeramente culpable por haber cerrado las puertas al recordar que el chico solo llevaba un camisón puesto. Al mirar hacia uno de los ventanales cuando escuché un sonido sordo contra el cristal, me quedé petrificado. Un escalofrío casi eléctrico me recorrió de la cabeza a los pies al encontrarme con los ojos negros de Hadriel, quien estaba completamente empapado ahí afuera. Por su expresión de sorpresa, supe que él había experimentado la misma sensación que yo.
Me levanté y caminé hacia él con el ceño fruncido, sin terminar de creerme que había sentido algo como eso. Estaba un poco decepcionado; podía notar que él me miraba confundido, como si tratara de descifrar quién soy.
—¡A-Abre la v-ventana! —gritó con los dientes castañeándole, lo miré con fingida confusión y señalé mi oído mientras negaba, disfrutando de su creciente molestia. Su cabello negro se había rizado a causa del agua, dándole una apariencia mucho más atractiva que cuando lo tenía lacio. Sus ojos oscuros se iban encendiendo por el enojo, y sus labios carnosos no dejaban de temblar. Era un poco adorable, no pude evitar pensar eso mientras observaba las señas que me hacía, suplicando que abriera la ventana.
—Creo que está diciendo que abramos la ventana —me dijo una de las chicas al acercarse. Fingí sorpresa y abrí la ventana, ansiando tocarle aunque sea un mechón de cabello, para ver si era real o si solo era un sueño. Pero, por la forma en que se quedó absorto, viéndome a los ojos, confirmé que esto realmente estaba sucediendo.
—Si quieres, te puedo ayudar —le dije ahora al ver cómo intentaba subir por la ventana, aunque con esa altura que tenía, dudo que pueda hacerlo. Sabía que sería un chico pequeño, aunque sí era un poco más bajo de lo que imaginé. Pero, quizás lo veía más pequeño porque la casa estaba a un nivel mucho más alto que el del exterior.
—N-No n-necesito tu a-ayuda —respondió cortante, sin abandonar su inútil intento por subir. Lo escuché soltar una maldición. Sigue siendo tan orgulloso como cuando era niño... pensé, observando la determinación en sus ojos a pesar de la situación incómoda en la que se encontraba.
—Te vamos a ayudar, Dean —me contuve de mandar al diablo a las chicas cuando ofrecieron su ayuda, y le sacaron una mirada de felicidad. Mientras ellas se acercaban para asistirlo, noté cómo él, a pesar de estar mojado y frustrado, les sonrió con un genuino agradecimiento. Inevitablemente hice una mueca. Me huele a que sigue siendo tan inocente como antes, lo que explicaría cómo terminó involucrándose con un hombre que fácilmente podría ser su padre.
—Ni hablar, no puedo dejar que las damiselas hagan el trabajo sucio —solté como si fuese algo impensable. Hadriel arqueó una ceja, las chicas soltaron suspiritos de amor cuando las miré. Al regresar mi atención al chico frente a mí, lo vi dar un pequeño respingo.
—¿Y t-tú q-quién te c-crees que e-eres? —preguntó sin dejar de temblar por el frío. Me sentí aún más decepcionado al confirmar que sí me había olvidado. Eso dejó un amargo sabor en mi boca.
Sin más, me incliné y lo levanté sin esfuerzo, sintiendo una oleada de calor en todo el cuerpo cuando mis manos tocaron su cintura. Aprovechándome un poco de la situación, lo atraje más hacia mi pecho, disfrutando de su proximidad. Inhalé profundo, sintiéndome extasiado por el sutil olor a melocotón que desprendía su cabello y notando el latir acelerado de su corazón. Sonreí cuando se separó rápidamente de mí en cuanto lo bajé.
Me quedé observándolo un momento, capturando mentalmente cada detalle de él. Contuve una sonrisa al ver cómo tenía que levantar completamente la cabeza para poder mirarme a los ojos, confirmando que no había sido por el desnivel entre la casa y el exterior, realmente era un chico de baja estatura, o quizás yo era demasiado alto.
Mis ojos bajaron por su cuerpo. El agua había logrado que su camisón se pegara a su figura como una segunda piel, despertando una intensa excitación en mí. Sus piernas desnudas se veían algo trabajadas, probablemente por su afición al futbol, como me había comentado Dominik hace poco. La piel de su rostro, piernas y brazos se veía muy suave, lo que aumentó mi tentación de tocarlo para comprobar si mis ojos me engañaban o no.
Miré su cabello, preguntándome por qué lo alisaría cuando sus ondas naturales le quedaban tan bien. Sonreí un poco, haciendo que frunciera el ceño, quizás desconcertado por mi expresión.
—Soy Vladimir Sokolov, un placer —dije, tomando su mano. En cuanto lo hice, comprobé que su piel era aún más suave de lo que aparentaba, lo que me dejó muy sorprendido. Quise tocarla con mis labios, pero él apartó la mano rápidamente antes de que pudiera darle un beso en ella. Arqueé una ceja y lo miré intrigado. Tenía muy buenos reflejos.
—¿En qué siglo crees que vives? —me preguntó, rodando los ojos. Solté una carcajada al ver que seguía siendo una pequeña fiera.
—¿No me darás las gracias por haberte rescatado? —pregunté con cierta burla al notar su mirada casi rabiosa. Era evidente que se había dado cuenta de que fui yo quien cerró las puertas a propósito. Sin embargo, mi burla se desvaneció al observar su rostro con más detenimiento. Me quedé un poco impresionado al notar las grandes ojeras bajo sus ojos enrojecidos y lo exhausto que lucía, probablemente por haber llorado durante todo el día. Una inexplicable incomodidad me sobrecogió.
—Nunca te pedí que lo hicieras —contestó fríamente, pasando de mí y dejándome ahora con una sonrisa al escuchar su acento. Creo que podría escucharlo hablar durante horas sin cansarme. Él caminó hacia la puerta mientras se abrazaba a sí mismo. Bajé la mirada desde su espalda hasta su trasero, cuyas curvas le daban la forma de un corazón o de dos gotas de agua delicadamente esculpidas. Le di las gracias a su madre por haber traído semejante perfección al mundo. Y por primera vez en mi vida, tuve ganas de tener sexo sin nada de por medio...
—Cada vez me gusta más este país —murmuré con agradecimiento. Él me miró y se sorprendió un poco antes de salir prácticamente corriendo. Me reí un poco al verlo huir. Después de esto, definitivamente quería tenerlo en mi vida, aunque viviéramos realidades diferentes.
Sin embargo, jamás habría imaginado que llegaría a odiarlo con tanta intensidad en el futuro.
Dean
Observé el contraste entre la nieve blanca y la pequeña lápida negra que tenía grabado el nombre de Miss Mitsy. Viktor, Alina, Roger y yo la habíamos enterrado bajo uno de los pinos helados del bosque. Mis ojos se elevaron al cielo nublado mientras los copos de nieve descendían con delicadeza. Sentía mucho frío a pesar de estar cubierto por completo; incluso, había recordado ponerme guantes y gorro esta vez. Aunque sabía que ninguna prenda, y creo que ni siquiera una fogata, podría mitigar lo helado que sentía mi interior en este momento.
Ya no me quedaban lágrimas por llorar. No sabía si se debía a todas las pastillas que me tomé hace unas horas en cuanto abrí los ojos, o porque anoche lloré hasta caer rendido.
—Tengo que disculparme por cómo te hablé anoche... perdóname, Viktor, sé que solo querías ayudarme... —le dije en voz baja, rompiendo el silencio y girándome hacia el pelinegro que se encontraba a mi lado. Él negó lentamente mientras me miraba con compasión.
—No hay nada que disculpar —respondió, palmeando suavemente mi hombro, bajo el sonido de una lechuza a lo lejos. Todos miramos nuevamente hacia la lápida que él había mandado a hacer.
—¿Por qué no caminamos un poco? Eso te ayudará a despejar la mente —sugirió Roger de repente. Iba a negarme hasta que vi cómo me estaba observando, como si quisiera decirme algo. —¿Quieren venir ustedes también? —preguntó, girándose hacia Viktor y Alina. Aunque lo dijo de manera cortés, su tono sugería que prefería que no nos acompañaran. Al parecer, los rusos captaron la indirecta, ya que forzaron unas pequeñas sonrisas y negaron con la cabeza.
—Vayan ustedes... —dijo Alina, mirándome con preocupación.
—Vamos —soltó Roger, comenzando a caminar. Lo seguí, y noté cómo Leo también nos seguía desde cierta distancia. Suspiré. Leo solo me dejó tener un poco de privacidad cuando me estaba bañando, pero aparte de eso, no ha dejado de seguirme a todas partes. Creo que Vladimir piensa que me voy a suicidar o algo así.
Estuvimos caminando en silencio por unos minutos en los que solo se escuchaba el crujido de la nieve bajo nuestros pies y la brisa fría que azotaba nuestros rostros.
—Roger... —lo llamé cuando estuvimos un poco alejados de los demás. El rubio me miró. —¿Quién lo hizo? —pregunté bajando la voz y notando cómo su azulada mirada se endurecía, como si estuviese recordando algo malo.
—Justo de eso quería hablarte. Fue una de las sirvientas, lo hizo porque estaba celosa de ti... —soltó sin tapujos, dejándome algo sorprendido. ¿Una sirvienta celosa de mí?
—¿Celosa por qué? —quise saber, sintiendo algo de rabia en mi interior. Si es por un asunto de celos, debió desquitarse directamente conmigo, no con Mitsy. Quería afrontarla, necesitaba que me dijese a la cara cómo rayos pudo haberle hecho algo tan horrible a un animalito indefenso.
—Estaba enamorada de Vladimir.
La cortante respuesta de Roger me hizo abrir mucho los ojos, al entender que probablemente ya no podría encarar a la sirvienta. Sentí un extraño pesar en el pecho, como si un peso invisible se hubiera posado sobre mi corazón. Ya entendía por qué él lucía como si hubiese visto algo terrible.
—¿Estaba? —repetí con cautela, sintiendo mi boca secarse. Roger asintió, confirmando mis sospechas. Contuve el aliento.
—Vladimir la asesinó a sangre fría... —me detuve de golpe al escuchar esas palabras cargadas de pesar y cautela. Mi mente quedó en blanco, aunque no estaba sorprendido, aun así, la tristeza que sentía solo creció un poco más. Ya sabía que Vladimir nunca cambiaría, esa no era una novedad.
—¿Por qué no te ves sorprendido? ¿Sabías que él haría eso con el culpable? —miré a Roger cuando me interrogó con un ligero tono de alarma en su voz. Pude notar algo de nerviosismo en su semblante. Sonreí levemente con algo de amargura.
—Tú te ves demasiado sorprendido, Roger —murmuré, retomando el paso mientras él me seguía con el ceño fruncido. —Desde antes de que viniéramos a este país, te dije muchas veces que Vladimir era un asesino... pero creo que nunca lo tomaste en serio... hasta ahora —dije, metiendo las manos en los bolsillos del abrigo. Mis palabras lo habían golpeado de lleno, y por la incredulidad en su mirada, sabía que todavía estaba procesando el peso de la realidad en la que ahora estábamos envueltos. —No es lo mismo escucharlo que verlo, ¿verdad?
La expresión de Roger, teñida de miedo, nervios y oscuridad, no me resultaba desconocida; ya había observado una similar en Dylan y en Cameron, aquella traumática noche en la que los tres fuimos testigos directos de varios homicidios, curiosamente, todos perpetrados por la mano de Vladimir Sokolov.
—Lo admito, ahora es que entiendo lo que quisiste decirme. Y ahora que lo comprendo, pienso que no deberías casarte con él. El simple hecho de que ni siquiera te sorprendas al oírme decir que asesinó a una chica es una señal muy clara de que estar con él te está afectando negativamente —declaró con molestia. Pude notar cómo sus ojos celestes me juzgaban, pero ni siquiera me inmuté.
—Nunca te conté esto, pero apenas tenía 16 cuando vi a Vladimir matar a unas quince personas frente a mis ojos... —murmuré, observando como el rubio se detenía abruptamente y me miraba con horror. —Te dije que no lo conocías... —añadí seriamente, recordando todas esas veces en las que se lo repetí pero que nunca me tomó en serio. Él estaba pálido. Pocas veces lo había visto tan afectado como en este momento.
—Y tú pareces conocerlo demasiado bien —susurró con temor. Me relamí los labios y observé cómo unas ardillas se subían a un árbol seco. —Voy a regresar a la casa, no me siento muy bien —confesó con la mirada un poco perdida, suspiré.
—Está bien, te acompañaré... —contesté, tomándolo del brazo con decisión y comenzando a caminar sin importarme que pueda quejarse. Él me miró con calidez y sonrió levemente con tristeza. Los dos caminamos hacia la casa en silencio. En cuanto entramos, Niko se acercó y lo miró con preocupación.
Los dejé para que hablaran y subí las escaleras, encaminándome hacia la biblioteca. Sin embargo, en medio de mis pensamientos, recordé a Mitsy y sentí un nudo en la garganta. Caminé hacia la habitación, quería ahogarme en mis penas a solas, por lo que solté un suspiro de cansancio al percatarme de que Leo me estaba siguiendo. Chasqueé los labios con resignación.
—Solo quiero dormir un rato... a solas... —le supliqué, pero él no parecía dispuesto a marcharse. Al entrar en la habitación, se quedó junto a la puerta, como la noche anterior. —¿Vladimir está aquí? —pregunté, sintiendo exasperación. El castaño asintió. Le escribí un rápido mensaje pidiéndole que por favor me dejara tener algo de privacidad. Cinco minutos después, Leo se marchó tras un serio "estaré aquí afuera, en la puerta". —Por fin... —murmuré al quitarme el abrigo, los guantes y el gorro, sintiendo el ambiente menos tenso desde que él salió.
Me quedé tirado en la cama, viendo las fotos y videos de Mitsy que había tomado en los últimos cuatro años mientras las lágrimas caían sin control. En una semana, hubiésemos cumplido cinco años juntos. La había recibido como un regalo de cumpleaños por parte de Cameron y Dominik, y desde entonces, solo nos habíamos separado cuando me tocaba viajar fuera del país.
Sequé mis lágrimas mientras leía los mensajes de ánimo de mis amigos tras darles la noticia. No pude evitar sentir un dolor agudo en el pecho al notar que Dylan ni siquiera se había molestado en responderme o en llamarme, a pesar de haber visto los mensajes. La inusual ausencia de su apoyo me hizo sentir mucho peor. ¿Acaso se había molestado conmigo por alguna razón?
Apagué el celular y no me molesté en mirar hacia la puerta cuando se abrió tras unos minutos. Pude observar a Vladimir cuando llegó a mi lado y se agachó con sus ojos fijos en los míos. No dije nada mientras sus dedos suavemente secaban las lágrimas frescas que se deslizaban por mis mejillas y terminaban en la almohada. Nos quedamos en silencio por un rato, como si las palabras fueran inútiles ante la depresiva situación que me envolvía.
—Dime qué puedo hacer por ti... —dijo en voz baja, rompiendo el silencio y acariciando mi mejilla. Sorbí por la nariz y negué lentamente.
—No hay nada que puedas hacer —respondí, sabiendo que nada me traería a Mitsy de vuelta. Él agarró mis manos, pero las aparté, haciéndolo fruncir el ceño. —Quiero preguntarte algo. ¿Por qué asesinaste a esa chica? ¿Fue por mí o porque lastimó tu ego al asesinar a mi gata bajo tu propio techo? —lo cuestioné con frialdad. Sus ojos dorados reflejaron sorpresa ante mi pregunta tan directa.
—¿Por qué crees tú que lo hice? —preguntó con un tono aún más gélido y cortante. Le di la espalda mientras me mordía el labio inferior con frustración, intentando contener todas las emociones en mi interior. Sentía que la habitación se volvía cada vez más pequeña y opresiva con cada tenso segundo que transcurría.
—No creo que lo hayas hecho por mí. Yo nunca te habría pedido que asesinaras a alguien, tampoco creería que esa era la solución para lo que pasó —respondí, dejando que mis palabras resonaran en la habitación mientras me sentaba en la cama. Su expresión era oscura, casi lúgubre, pero no había ningún rastro de arrepentimiento en ella.
—No lo hice por ti, y tampoco por mi "ego" como dices, así que puedes dormir tranquilo —respondió secamente antes de dirigirse hacia la puerta. Lo miré sorprendido y algo confundido. Pensé en detenerlo, pero la frialdad en sus ojos me asustó por un segundo.
Sin pensarlo demasiado, me levanté de la cama y me apresuré a interponerme en su camino hacia la puerta. Él arqueó una ceja, pero se detuvo, sin desviarme la mirada. Y como siempre que estábamos cerca, una tensión palpable se creó entre los dos.
—¿Por qué lo hiciste, Vladimir? —pregunté, bajando la voz. Él me observó en silencio, su mirada parecía penetrar en mi alma. Mi corazón latía con fuerza por alguna razón que no terminé de comprender.
—Lo hice por mí, y por lo que sentí al ver cómo estabas ayer —su respuesta me hizo abrir mucho los ojos, mientras él no dejaba de mirarme. Había algo extraño en su expresión, era como si tratara de transmitirme algo más allá de sus palabras. De repente, la habitación pareció cargarse de una intimidad demasiado fuerte.
—¿Qué sentiste? —indagué en un susurro. Vladimir sonrió ligeramente y se acercó a mí. Contuve el aliento cuando me acorraló contra una pared, sus ojos vacíos se quedaron varados en los míos.
—Sentí que debía acabar con cualquiera que te hiciera llorar de esa forma —murmuró, pasando dos dedos por mi mejilla. Aunque mi corazón enloqueció, un pequeño dolor en el estómago y un presentimiento sombrío me invadieron al ver su mirada fría. Eso que dijo no eran solo palabras; estaba escrito en sus ojos como una promesa oscura. Tragué duro al sentir un nudo en la garganta. No sentía que estuviese hablando con el Vladimir cortante y molesto de siempre, no, sentía que estaba ante el asesino...
—¿Qué? ¿Eres el único que puede hacerme llorar? —quise saber, sintiendo un leve nerviosismo. Él continuó observándome de la misma manera, esta vez como si estuviese sopesando mis palabras.
—Y también el único que puede besarte o tocarte —susurró, acercando su rostro al mío. Instintivamente, me giré, dejando que sus labios se posaran en mi mejilla caliente. Con ese gesto, le había dejado claro que no estaba dispuesto a ceder ante él.
—Solo por un año... —le recordé, sintiendo los nervios a flor de piel. Elevé la mirada hacia él; su expresión todavía seguía siendo inquietantemente fría.
—Y por todos los otros que me queden de vida —afirmó, dejándome perplejo. Él colocó sus manos a ambos lados de mi cabeza, impidiéndome ver algo más que no fuera su rostro. La confusión se apoderó de mí. ¿De qué estaba hablando? Sus ojos dorados me miraban sin titubeo ni burla, estaba sumamente serio.
—¿A qué te refieres? El c-contrato es p-por un año... —le recordé, temblando un poco mientras intentaba mantener la compostura. Él sonrió de lado, como si disfrutara de mi nerviosismo.
—Pero tú vas a ser solo mío por más que eso... —soltó con firmeza, provocando que todo mi cuerpo se calentara a pesar de la baja temperatura en el ambiente. Mis pensamientos se volvieron un torbellino tras el silencio que le siguió a esas palabras. ¿Qué intenta decirme con eso? ¿Que él también está enamorado de mí y quiere algo de verdad?
—¿Te refieres a que quieres tener una relación real? —le pregunté, con el corazón en la mano, casi brincando de alegría y emoción. Sin embargo, verlo fruncir el ceño me aclaró que él no tenía eso en mente. Traté de disimular mi decepción.
—Si lo quieres llamar así, está bien. Cuando todo esto termine, puedes regresar a Estados Unidos y nos veremos cada vez que vaya o vengas. Tendrás siempre cualquier cosa que quieras o necesites... —propuso, apretando suavemente mis manos y mirándome con intensidad, como si me estuviese haciendo la mejor propuesta de mi vida. Respiré hondo intentando deshacer el nudo que se comenzó a formar en mi garganta. ¿Por qué nada de eso que dijo me suena bien?
—Supongo que cuando dices que "nos veremos" será para tener sexo —murmuré vagamente, sin poder creer que realmente se refería a eso. Él se pasó una mano por el cabello y me miró con atención, como si la respuesta a eso fuera obvia. Solté una pequeña risa sin gracia.
—Y cualquier otra cosa que quieras hacer. Puedo comprarte un apartamento en la ciudad si no quieres quedarte en esta casa... también uno en Londres si quieres ir de visita en algún momento, todo lo que quieras, lo tendrás —añadió con tranquilidad. El nudo en mi garganta se hizo más fuerte mientras procesaba sus frías palabras. Para cualquier cazafortunas, esta sería la oportunidad de su vida, pero yo no podía sentir más que molestia y tristeza.
—Y tú podrás seguir viendo a otras personas, supongo —mencioné con escepticismo. Él me miró con intriga, como si no hubiese esperado escuchar eso.
—¿Tú no quieres que siga viendo a otras personas? —respondió con otra pregunta. Solté una risa floja. Con eso, lo dijo todo. No quería que él dejara de estar con otras personas porque yo se lo pida, deseaba que lo hiciera porque yo soy suficiente para él y porque me ama.
—En pocas palabras, quieres que sea tu puta personal a la que crees que puedes comprar con apartamentos y con tu maldito dinero —dije con indignación, sintiendo deseos de darle un puñetazo. Él arqueó las cejas y negó con relativa calma.
—Yo no lo veo así... —contestó un poco extrañado. Bufé con incredulidad. Lo que más me sorprende es que esté dispuesto a abandonar su venganza con tal de llevarme a la cama, o mejor dicho, con tal de ser el único hombre en mi vida. Lo posesivo y narcisista que era no parecía tener un límite.
—¿Por qué quieres hacer esto? ¿Por qué quieres ser el único al que bese y con el que esté? —pregunté, cruzándome de brazos y sin dejar que su cercanía me nublara la mente. Él soltó un suspiro.
—Porque te deseo con locura, y porque no podría vivir tranquilo sabiendo que eres de alguien más —susurró en mi oído, mientras sus manos se deslizaban a mi cintura. Sus palabras provocaron un cosquilleo en mi piel. Me relamí los labios, pero en lugar de dejarme llevar, lo alejé con rabia, negándome a caer ante la excitación que sentía.
—No soy un objeto que pueda tener dueño y tampoco seré tu prostituto, así que mi respuesta es no, no quiero saber nada de ti después de que termine el contrato —contesté, alejándome de él y caminando hacia el otro extremo de la habitación. El alto ruso me observó sin ninguna expresión en el rostro, pero luego sonrió y asintió. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Tenía la fuerte sensación de que besarlo fue lo peor que pude haber hecho en la vida, incluso peor que haber firmado el contrato o dejarlo medio muerto en mitad de la nada...
—No recuerdo haberte preguntado si querías o no, pero si esa es tu opinión, está bien, es bueno saberlo... —dijo tranquilamente. Al ver un destello de diversión en sus ojos, me relajé un poco, aunque su actitud de hace unos segundos ya me había comenzado a asustar. Todavía tenía un extraño presentimiento, como si intuyera que él no iba a quedarse conforme con mi negativa a su ofensiva propuesta. —¿Quieres ir por un café? Te vendrá bien salir un rato... —añadió de repente, como si tratara de romper la incómoda tensión que flotaba en el aire.
Pensé en negarme, pero sabía que estar encerrado, llorando solo, me haría sentir peor. Tomé el abrigo y, tras ponerme los zapatos bajo su atenta mirada, lo seguí. Además, necesitaba que nos tomaran fotos juntos si la boda será en dos días.
—Vladimir... —él se detuvo antes de abrir la puerta y me miró con interrogación. —No puedes matar personas solo porque te hacen enojar o porque te hace sentir mal algo que hayan hecho... —dije, buscando algo de humanidad en sus ojos, pero él me dedicó una sonrisa un poco falsa y, tras agarrar mi mano, me dio un beso en ella.
—Lo tendré en cuenta —respondió vagamente mientras caminaba fuera de la habitación sin soltarme. Suspiré. ¿Realmente alguien así podía llegar a cambiar?
Solté su mano; él me miró de reojo, pero no dijo nada mientras bajábamos las escaleras. Ya no lo besaría más y evitaría el contacto físico innecesario en privado. No quería alimentar esa desquiciada idea de tenerme como su ramera exclusiva. ¿Cómo se le ocurrió siquiera ofrecerme algo así?
Cuando bajamos las escaleras, me puse el abrigo y salí de la casa, acompañado de él. La brisa fría golpeó mi rostro, pero no era más gélida que la confusión en mi mente mientras veía a ese hombre.
—Déjame conducir a mí —dije rápidamente al ver su auto gris. Él lo observó con una mueca y después me miró con desconfianza.
—Conducir en este clima puede ser un poco complicado —respondió, caminando hacia el auto.
—Sé cómo hacerlo —contesté, cruzándome de brazos. Él hizo otra mueca y, tras mirarme con duda, me lanzó la llave del auto. La tomé en el aire y caminé hacia allá.
Los dos nos subimos; me quedé unos minutos poniendo música mientras él miraba cada uno de mis movimientos con atención. Se veía un poco tenso. Me recordó a Will cuando nos estaba enseñando a conducir a Dylan y a mí, y siempre se veía intranquilo e incómodo.
Puse el auto en marcha mientras una camioneta negra nos seguía de cerca. Vladimir se encargó de poner la dirección en el GPS. Tras unos minutos, pareció relajarse al ver que sí sabía conducir.
Cuando estábamos casi llegando a la puerta de la entrada, otro auto iba entrando. Noté una leve sonrisa en el rostro del ruso a mi lado. No pude ver quién lo había hecho sonreír, ya que los vidrios estaban polarizados. Cuando salimos a la carretera, aceleré mientras él iba pendiente de su celular. Bajé un poco la velocidad al notar que más adelante se había formado una capa de hielo sobre la calle.
—Sé que tu gata no podría ser sustituida, pero, ¿no te gustaría tener otra mascota? —lo miré de reojo cuando preguntó eso. Lo pensé por unos segundos y suspiré.
—¿Sabes cuál es una de las peores cosas de perder una mascota? Que te da miedo saber que sentirás lo mismo cuando pierdas otra... —respondí con desánimo, él se quedó callado. El dolor que sentía en este momento no me dejaría abrirle mi corazón a otra mascota.
—¿Me culpas por lo que sucedió? Si no la hubiese traído...
—No es tu culpa —lo corté con el ceño fruncido y lo miré de reojo; él estaba observándome con atención. —No eres omnipresente. No pudiste evitarlo porque nadie sabía que eso pasaría. Así que no, no te voy a culpar por la maldad de esa mujer —añadí seriamente mientras me estacionaba fuera del café. Vladimir lucía un tanto sorprendido, como si de verdad hubiese pensado que lo culpaba por eso.
Bajé del auto y miré hacia el café mientras él se acercaba. Ambos entramos al local; todas las paredes eran transparentes, por lo que cualquiera que pasara por aquí nos vería. Dentro había unas diez personas; todos nos miraron boquiabiertos cuando nos sentamos en una de las mesas junto al cristal con vista a la calle.
Tomé el menú y lo abrí mientras observaba de soslayo cómo las meseras, nerviosas y sonrojadas, se empujaban unas a otras para que alguna se dignara en venir hacia acá. Miré la carta en mis manos; todo estaba en ruso, pero cada cosa tenía una imagen al lado. La atmósfera en el café estaba cargada de expectación, era evidente que la presencia de Vladimir estaba generando cierto revuelo en el lugar. Algunas personas lo miraban, murmuraban entre ellos y luego me observaban a mí con curiosidad. Pero el ruso frente a mí estaba ignorando por completo su alrededor. Él había guardado su teléfono y no dejaba de observarme.
Una chica se acercó y dijo algo en ruso acompañado de una temblorosa sonrisa. Vladimir le contestó y volvió a mirarme, esperando que hablara.
—Hola. Quiero esto y... este sándwich... —le dije a la chica mientras señalaba las fotos. Ella sonrió y me miró con ternura antes de retirarse. Miré mi celular, y no me sorprendí al ver todos los mensajes y comentarios de felicitaciones que estaba recibiendo. Ya habían anunciado la boda, otra vez, sin decírmelo.
"Me avisan personalmente si tengo que presentarme a la boda o si debo enterarme por las noticias". Le escribí a Roger con sarcasmo. Ni siquiera me molesté en discutir con Vladimir; de él ya me esperaba cualquier cosa, pero, ¿por qué Roger no me lo había avisado?
—Cuando pase la boda, ¿te gustaría trabajar en la campaña que le propuse a Roger cuando llegaste? —levanté la vista al escuchar a Vladimir. Él había estado mirando hacia mi celular. Lo apagué y lo pensé por unos segundos.
—Veremos cómo van las cosas... —dije cuando la chica se acercó a nosotros, poniendo frente a él un café y frente a mí un jugo de frambuesas.
—¿Cómo conociste a Roger? —preguntó repentinamente mientras le echaba azúcar a su café. Le di un sorbo a mi jugo.
—Hace unos nueve años, asistí a una sesión de fotos a la que él fue invitado y ahí comenzamos a hablar —contesté mientras veía a la chica acercarse nuevamente. Ella puso el sándwich frente a mí y se retiró hacia donde estaban las demás, mirándonos desde la puerta de la cocina con grandes sonrisas. Les sonreí levemente, y parecieron emocionarse en sobremanera, soltando unos grititos antes de esconderse en la cocina. Me rasqué la nuca y miré a Vladimir, quien no dejó de observarme en ningún momento.
—Ustedes parecen más amigos que manager y cliente —mencionó con curiosidad, aunque en sus ojos había un poco de frialdad. Algo me decía que estaba molesto con Roger. ¿Sabrá que fue él quien me contó lo que sucedió anoche?
—Es mi amigo. Hemos pasado por muchas cosas juntos. Sin él, no hubiese llegado tan lejos —dije un poco a la defensiva, mientras él le daba un trago a su café con bastante calma.
—Si Dylan te escuchara hablar así, se pondría celoso —soltó con un poco de diversión.
Sonreí ligeramente al escucharlo mencionar a mi mejor amigo, pero mi sonrisa se desvaneció al recordar que me había ignorado. Dylan nunca sintió celos de Roger, porque, a pesar de que pasaba más tiempo con él, el rubio era a la vez un poco distante y reservado. Apenas me dejaba abrazarlo en su cumpleaños o cuando sucedía algo muy grave, y casi nunca nos contábamos cosas muy personales. En este viaje era que él finalmente se estaba comenzando a abrir un poco más conmigo. Además, Dylan sabe que absolutamente nadie en esta vida podría compararse a él.
—Roger es un gran amigo, pero lo mío con Dylan es... diferente —me limité a contestar eso antes de darle una mordida al sándwich. Él no mostró sorpresa alguna al oírme, aunque pude percibir una pequeña sonrisa triste en su rostro antes de que se llevara la taza a los labios.
—Te está esperando en la casa —soltó con cautela, logrando que casi me atragantara. Lo miré con los ojos como platos, él sonrió levemente.
—¿Dylan? ¿Dylan está aquí? —pregunté con el corazón acelerado. Él asintió con relajación. —Vámonos, debemos irnos ahora —dije levantándome abruptamente. Vladimir arqueó una ceja y miró hacia mi sándwich y mi jugo, casi intactos.
—Come primero —contestó encogiéndose de hombros. Volví a sentarme y me acabé todo con prisa. Al levantar la vista, noté que afuera había personas tomándonos fotos.
Una de mis piernas se movió con ansiedad y emoción mientras esperaba a que trajeran la cuenta luego de que Vladimir se la pidiera a una camarera que pasó a nuestro lado. Me sentía impaciente. ¿Por eso Dylan no me había respondido? ¿Porque estaba de camino hacia acá?
—¿Tú le dijiste que viniera? —le pregunté, todavía sorprendido. Vladimir sacó su billetera cuando la camarera trajo la cuenta.
—Solo le mencioné que te sentirías mejor si estuviera aquí —respondió él levantándose de la mesa. Lo imité y ambos caminamos fuera del café. Sonreí un poco.
—Gracias —murmuré cuando caminamos hacia su auto. Él me miró atentamente al abrir la puerta del copiloto. Subí al auto sintiendo las manos sudar por la emoción.
Estuve todo el camino mirando el mapa en la pantalla y los minutos que faltaban para que llegáramos. En cuanto el auto se detuvo frente al porche delantero, salí rápidamente y entré en la casa. Miré hacia el comedor, pero estaba vacío. Caminé hacia el salón del piano y tampoco vi a nadie. Mi ansiedad creció mientras recorría cada espacio del primer piso en busca de Dylan. ¿Dónde estaba?
—Como me digas que esto fue una broma... —le dije a Vladimir cuando entró a la casa. Él negó lentamente con seriedad, confirmando que había hablado en serio.
—Debe estar arriba —respondió subiendo las escaleras, lo seguí.
En cuanto subimos, vi a Dylan sentado en un sofá mientras hablaba con Yakov y Nikolai. Sus ojos azules se abrieron con sorpresa al mirar hacia acá, y no tardó en levantarse. Los dos corrimos hasta que nos abrazamos con fuerza. Sentí que mis ganas de vivir regresaban al estar entre sus brazos. Estuvimos abrazados por unos minutos. La paz que sentía no tenía comparación. Era como si todas mis preocupaciones se hubiesen disipado en ese abrazo que tanto había deseado.
Cuando nos separamos, nos miramos por unos segundos. Sentí que el peso en mis hombros se iba haciendo cada vez más ligero. La presencia de Dylan, más que una sorpresa, era una cura para mi alma. No tuve que decir nada, con solo verlo a los ojos, supe que él sabía lo mucho que lo extrañé. Nos volvimos a abrazar con fuerza. Cerré los ojos y suspiré con una sonrisa, permitiéndome ser feliz por un momento.
—Lamento lo que pasó con tu gata —me susurró cuando nos separamos, se veía muy triste. Le sonreí sin ganas y apreté su mano cuando agarró la mía. —Vladimir —lo saludó él, mirándolo con un poco de desdén. El ruso le sonrió levemente.
—Dylan —le devolvió el saludo con tranquilidad.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías? —le pregunté al castaño con curiosidad y reproche, rompiendo la tensión. Él me sonrió, como si esperara esa pregunta.
—Queríamos sorprenderte —contestó mirando detrás de mí. Cuando me di la vuelta, me sorprendió ver a Cameron bajando las escaleras del tercer piso con cara de querer vomitar. Me acerqué a él para abrazarlo, él me correspondió a duras penas. Se veía mareado. Cameron casi nunca viajaba en avión, no entendía cómo los aviones lo mareaban, pero los barcos no.
—Estoy muy feliz de verlos —confesé con los ojos húmedos. Ellos me sonrieron y volvieron a abrazarme. Estaba demasiado agradecido con que hayan decidido venir justo cuando más los necesitaba.
—Yo también estoy aquí —me giré con asombro hacia las escaleras al escuchar la voz de Harry, quien se acercó y me abrazó también.
Ambos saludaron a Vladimir, quien, tras disculparse, se retiró, no sin antes mirarme de forma significativa. No pude evitar sonreírle con gratitud.
—Eres un guerrero, Dean —los tres miramos a Harry cuando murmuró eso tras observar a Vladimir marcharse y luego a mí de arriba abajo. Lo miré mal, sabiendo a qué se refería al notar su mirada algo pervertida.
—No digan nada raro delante de Yakov —les susurré con advertencia, observando sus reacciones. Ellos asintieron. Sabía que al menos Cameron no se tragaba el cuento de la boda por amor, por eso debía evitar que soltaran algún comentario extraño delante del ruso.
—Por cierto, este lugar es enorme... —murmuró el rubio mirando alrededor. Dylan y Harry asintieron.
—Espero que se sientan como en su casa —todos miramos a Nikolai cuando se acercó diciendo aquello. Harry lo miró con una sonrisa un tanto coqueta. Dylan y yo intercambiamos miradas.
—Gracias. Este lugar es espléndido —dijo el castaño con emoción. Niko le sonrió con amabilidad y desvió su mirada hacia Dylan.
—Me gustaría seguir hablando contigo más tarde —le dijo el rubio. Dylan asintió, regresándole la sonrisa a su hermanastro.
Todos vimos a Roger cuando entró en la casa. Él subió las escaleras y nos miró un tanto sorprendido. Noté cómo se le habían escapado varios mechones de su elegante trenza, lo que le daba un toque más natural y cálido al rubio. Nikolai se relamió los labios y esbozó una sonrisa mientras lo admiraba.
—Roger, ellos son Cameron y Harry, amigos míos —dije presentándoselos luego de que él saludara a Dylan. El rubio los saludó con interés y sorpresa. Le había hablado mucho sobre ellos, pero esta era la primera vez que los veía.
—¿Cuándo nos darán un tour por la ciudad? —preguntó Harry sin dejar de mirar a Niko de una forma sugerente, lo cual no pareció causarle ningún tipo de gracia a Roger, quien de repente lucía demasiado serio. Resultaba obvio que le incomodaba un poco la actitud coqueta que Harry tenía hacia Nikolai.
—Dean y yo seguimos esperando ese tour también —soltó el rubio, palmeando uno de los hombros de Niko y mirándolo con algo de frialdad.
—¿Por qué no lo hacemos hoy? —preguntó el ruso rubio, pasando un brazo por la cintura de Roger. Harry disimuló un poco su decepción, mientras que el rostro de Roger enrojeció ligeramente. Sonreí un poco. Algo me dice que ese "solo sexo" de ellos, terminará siendo algo más. Me quise reír ante la mirada que me lanzó Dylan, casi pude oírlo gritando,"¡¿Roger y Nikolai?!".
—Mientras no sea ahora mismo, por mí está bien. Siento que voy a vomitar —dijo Cameron, todavía luciendo bastante pálido.
—Será mejor que descansen un poco —sugirió Niko mirándolos.
—Los acompañaré —dije rápidamente. Luego de que Niko y Roger se alejaran un poco, los cuatro subimos al tercer piso. Miré a mi lado cuando Dylan entrelazó uno de sus brazos conmigo. —¿Y qué te parecen tus hermanastros? —le pregunté con curiosidad. Él se quedó pensativo por unos segundos mientras Cameron abría la puerta de una habitación. Todos entramos.
—Nikolai parece agradable y Yakov... no lo sé, no me da buena espina. Todavía no he conocido a Ilyasviel y al otro... creo que se llama Viktor —contestó el castaño con confusión. Asentí. —Pero háblame de ti, ¿cómo están las cosas con Vladimir? —preguntó con interés mientras me llevaba hacia la cama, donde Harry y Cameron estaban sentados, observándome con preocupación. Me quedé callado. Vladimir me había dicho que solo Dylan podía saber la verdad.
—Vladimir sigue siendo un bloque de hielo, aunque, aún así me enamoré de él... —confesé con seriedad, pero ninguno de ellos se sorprendió. —¿Por qué nadie se sorprende cuando digo eso? —pregunté con fastidio. Dylan y Cameron se miraron y soltaron una risita extraña.
—Solo hay que ver cómo lo miras para saberlo —contestó Harry recostándose de lado y apoyando su rostro de un puño. Fruncí el ceño mientras el temor crecía dentro de mí.
—¿Creen que él se haya dado cuenta? —pregunté ahora con confusión. Si eso era algo evidente para los demás, ¿también lo era para él?
—Debió ser el primero en enterarse —murmuró Cameron escrutándome con la mirada. Miré a Dylan y a Harry; ellos me observaban con seriedad. En los ojos verdes de Cameron parecía haber compasión, como si Dominik le hubiese contado la verdad. No obstante, lo que me inquietaba ahora mismo era algo más importante. Si Vladimir realmente sabía que estaba enamorado de él, ¿por qué no ha dicho nada sobre su cláusula final? ¿Se debe a que la boda es en dos días?
—Pero que preguntes eso solo confirma que todo esto de la boda es un montaje —soltó Harry, captando mi atención. Solté un suspiro.
—No puedo hablar de eso, disculpa, Harry —dije mirándolo con fijeza. Él asintió comprendiéndolo y me sonrió levemente. —Cameron... Miss Mitsy...
—Shh... no tienes que decir nada. Mitsy tuvo una vida feliz a tu lado. No pudo tener un mejor dueño que tú —el rubio me interrumpió rápidamente, sonreí un poco con los ojos cristalizados. Dylan me atrajo hacia su pecho con calidez. La reconfortante cercanía de Dylan y las palabras de Cameron alivianaron un poco el peso de la pérdida de Mitsy.
—¿Y Celine? ¿Cómo sigue? —le pregunté a Dylan, separándome para verlo. El brillo de emoción en sus ojos respondió mi pregunta.
—Está mucho mejor con ayuda del nuevo doctor —respondió recostándose en la cama. Asentí, sintiéndome feliz por ella. Me relajaba un poco saber que estaba mejor. —¿Cómo te puede marear tanto un viaje de tres horas? —le preguntó a Cameron al verlo cubrirse la cara con una almohada. Me reí un poco cuando se la quitó y ambos comenzaron a discutir. Me asombraba más que Dominik lo haya dejado venir, considerando las cosas que me ha dicho de Vladimir. Aunque conociendo a Cameron, probablemente hizo lo que se le dio la gana.
—Nunca había tenido un vuelo tan perfecto. Envidio demasiado a los ricos, yo también quiero tener un jet privado —soltó Harry vagamente mientras me miraba con los ojos entrecerrados. Arqueé una ceja. ¿Los Sokolov tienen un jet privado?
Un repentino silencio se apoderó de la habitación cuando resonaron golpes en la puerta. Me levanté para abrir. Eran Alina y Viktor; ambos estaban inmersos en una acalorada discusión en ruso, pero se callaron en cuanto me vieron.
—Hemos tocado más de diez puertas buscándote. Sé que no te sientes bien, cariño, y lamento que tengamos que hacer esto tan pronto, pero tenemos que ajustar algunos detalles de la boda... oh, perdón, pensé que estabas solo... —Alina habló con mucha suavidad, luciendo bastante avergonzada, le sonreí un poco. Si me hubiera dicho eso hace una hora, probablemente me sentiría terrible, pero ver a mis amigos, y saber que estaban aquí conmigo, había cambiado por completo mi estado de ánimo.
—No hay ningún problema —respondí, haciéndome a un lado para presentarles a los demás. Ellos miraron con algo de sorpresa hacia el interior de la habitación.
—Cameron, Harry... cuánto tiempo —mencionó Viktor, sorprendiéndome. Él entró para saludarlos. Recordé que ellos ya conocían a los Sokolov, excepto por Dylan, quien se levantó de la cama y observó a Viktor con curiosidad mientras este estrechaba la mano de mis amigos. —Y tú eres... —comenzó a decir el pelinegro, enfocándose ahora en Dylan.
—Dylan Brown —respondió mi mejor amigo, extendiéndole la mano, pero Viktor se quedó petrificado y miró de reojo a Cameron y a Harry, quienes asintieron con incomodidad. —Sí, el hermano perdido... —añadió Dylan con diversión, sabiendo por qué razón Viktor reaccionó así. Supongo que Nikolai tuvo una reacción similar.
—Disculpa. Soy Viktor —contestó el pelinegro mientras tomaba su mano, todavía luciendo muy desubicado. Alina procedió a presentarse ante todos.
—Me lo robaré por unos minutos —dijo ella mientras me tomaba del brazo, ellos asintieron. Dylan me miró con cierta preocupación.
—Regreso en un momento —afirmé, mirándolos con calma. Tras decir eso, Viktor, Alina y yo salimos de la habitación.
—Dylan y tú deben ser muy buenos amigos, si vino aquí a pesar de que nunca quiso conocer a sus hermanastros malvados... —soltó Viktor, mirándome con un poco de frialdad. Arrugué la nariz con incomodidad ante su comentario, percibiendo un deje de resentimiento en sus palabras.
—¿Eso es lo que crees? —pregunté sorprendido. Él se encogió de hombros en respuesta, manteniendo su expresión imperturbable.
—¿Por qué otra razón evitaría ir a los eventos de su familia, incluidas las navidades en las que nosotros también participamos? —preguntó él con un tono un poco sarcástico. Solté una risa floja ante su observación perspicaz, aunque claramente equivocada.
—Hace 18 años, en Londres pasaron cosas muy traumáticas para Dylan, por eso no quiso regresar más que unas cuantas veces a lo largo de los años. Lo mismo para mí. Pero, ¿por qué no le preguntas a Vladimir? Seguro que él puede darte una mejor respuesta... —dije tranquilamente, sabiendo que su retorcido hermano fue una de las principales razones por las que ni Dylan ni yo quisimos regresar. Viktor frunció un poco el ceño, obviamente sorprendido de oír tal cosa.
—¿Hace 18 años? ¿Eso tiene que ver con lo que me contaste sobre Vladimir? —preguntó el pelinegro, mostrando confusión. Asentí. Alina nos miró de reojo mientras bajábamos las escaleras. Viktor no volvió a emitir palabra alguna; más bien, parecía estar tratando de resolver un acertijo en su cabeza.
—Vamos, Dean —dijo Alina cuando se detuvo frente al umbral de la sala de estar donde se encontraba el piano. Viktor me sonrió levemente y se retiró. Cuando entré en la sala, vi varios catálogos sobre una de las mesas. Alina y yo nos sentamos en unos sillones alrededor de una de las mesas de centro. —Mira las invitaciones, ya fueron enviadas esta mañana...
Agarré la invitación que me estaba pasando y me quedé sin habla. La parte exterior, era un delicado sobre azul oscuro que tenía un sello dorado en el que se veían las iniciales mías y de Vladimir; debajo de él, había unas pequeñas flores también doradas que le añadían un toque elegante. Con cuidado, saqué la invitación por uno de los extremos para no romper el sello, y me quedé aún más asombrado al verla.
Era una gruesa hoja transparente con las letras impresas en dorado. Mi corazón dio un vuelco al leer nuestros nombres, "Dean Hadriel Mackay & Vladimir Czar Sokolov". Me sorprendió un poco que incluyeran mi segundo nombre y el de Vladimir, el cual ni siquiera sabía que tenía. La meticulosa atención que le habían puesto a cada detalle de la invitación reflejaba la elegancia y el empeño que llevaría aquella boda.
—Quedaron muy bien —dije con honestidad, sacándole una sonrisa a Alina. Tomé una lista que vi sobre la mesa. —¿Estos son los invitados? —pregunté mientras bajaba los ojos por los nombres; de reojo, la vi asentir.
—Si quieres, tus amigos pueden ayudarte a elegir la música —sugirió ella con una sonrisa. La miré sorprendido y asentí sin dudarlo. —Iré a buscarlos —dijo mientras se levantaba. No dije nada al verla salir de la sala.
Seguí revisando la lista de invitados y me detuve al leer el último nombre, el cual estaba escrito con tinta, a diferencia de los demás que estaban impresos. Parecía haber sido agregado a última hora, y ese era un nombre que definitivamente no debería estar ahí. Reconocí la letra y, al instante, llamé a Roger para que me explicara qué rayos estaba pensando.
—¿Qué sucede? —preguntó el rubio en cuanto contestó.
—Revisé la lista de invitados. ¿Por qué estoy viendo a un Pierre Leroy en ella? —le pregunté con sarcasmo. Él guardó silencio. —Espero que no le hayan enviado ninguna invitación...
—Disculpa, Dean, ya todas fueron enviadas, pensé que querrías invitarlo, ya que él vive en París y la boda será allá —respondió con un tono algo extraño. Respiré hondo varias veces.
—¿Por qué me estás haciendo esto, Roger? ¿Y por qué le haces esto a Pierre? —pregunté con dolor, él se quedó callado. —¿Qué es lo que intentas hacer? —lo interrogué sin comprenderlo, él suspiró.
—Creí que seguían siendo amigos —dijo ahora con un poco de preocupación que me pareció algo fingida. Sean cuales sean sus intenciones, esto era cruel.
—Sí, somos amigos, pero de esos que jamás quieres volver a ver —contesté con molestia. —Roger, no te hagas el idiota conmigo. Sabes perfectamente lo que estás haciendo, y no me gusta para nada, así que puedes ir retirándole la invitación —dije finalmente antes de colgarle.
Esta mañana me quedó claro que Roger ya no cree que estar con Vladimir sea una buena idea, y algo me dice que esa era la razón por la que había incluido a Pierre en la lista. Pero, ¿qué lograría con eso? Solo que la boda fuese aún más incómoda para mí si Pierre decidía ir.
Di un respingo cuando Dylan entró en la sala, mirándome con interrogación.
—¿Y los demás? —pregunté al ver que nadie más entraba detrás de él. Se sentó en el sillón que estaba a mi lado.
—Están comiendo algo con Alina —contestó él mientras miraba alrededor con impresión y curiosidad. Luego, sus ojos se posaron en la hoja que tenía en la mano. —Te escuché hablando, ¿quién es ese Pierre? ¿Es el mismo dueño del viñedo en Londres? —preguntó, recordando la ocasión en que compramos vinos como regalo de bodas para su padre y Analise.
—Sí... es el mismo —murmuré con un pequeño dolor de cabeza. Dylan me miró expectante. —Salimos hace unos años, cuando recién había terminado la universidad. No te lo conté porque no quería que lo mandaras a investigar o algo así, aunque no hacía falta, Pierre era perfecto en todos los sentidos. Fue el único hombre que no me rompió el corazón... pero yo sí rompí el suyo —susurré mientras recordaba al cálido castaño francés. Dylan se veía sorprendido. —Estuvimos juntos por casi un año, hasta que me pidió matrimonio... y lo rechacé —terminé diciendo con un poco de amargura al recordar aquellos días oscuros que había tratado de eliminar de mi memoria. Dylan estaba impactado.
—¿Por qué le dijiste que no si era tan perfecto? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí. En sus ojos azules vi comprensión, como si supiera perfectamente por qué le había dicho que no.
Porque él no era Vladimir. En ese entonces, yo seguía sufriendo mucho por el ruso. Recién acababa de conocer a Roger, y Pierre era demasiado bueno para mí. No lo merecía.
—Creí que estaba muy joven para casarme y quería enfocarme más en mi carrera, además... Pierre no se merecía estar con alguien que solo pensaba en un fantasma... —concluí, mirando por el ventanal. Con David fue diferente; cuando lo conocí, ya había superado casi por completo el trauma que tenía con Vladimir, y ver a casi todos mis amigos casados e incluso con hijos, me desesperaba un poco. Miré hacia mi mano cuando Dylan la agarró y la apretó suavemente.
—Entonces, si Roger sabe eso, ¿por qué lo invitaría a la boda? —preguntó sin entenderlo. Solté un suspiro y miré la alianza dorada en uno de sus dedos.
—Es lo que trato de entender... —murmuré, levantando la vista y observando a través del ventanal cómo Vladimir salía de la casa y se acercaba a Leo. Ni Pierre ni nadie podría borrar lo que sentía por él...
—Él sabe que no tienes opción con respecto a la boda o a estar con Vladimir. Hablaré con él. Lo mejor será mantener las cosas en paz hasta que termine el contrato —dijo Dylan en voz baja con el ceño fruncido mientras se levantaba para cerrar la puerta. Asentí. Estaba de acuerdo con él, y sé que Roger también lo sabe, pero quizás estaba dejándose llevar por el miedo de finalmente comprender que Vladimir era un asesino.
Me quedé hablando con él un rato más, contándole sobre la descarada propuesta que el ruso me hizo hace unas horas.
—Ya sea que solo quiera sexo o no, él se preocupó bastante por ti hace unas horas —soltó de repente, haciéndome reír. Pero sus ojos lucían serios mientras observábamos a Vladimir entrar en la casa tras haber hablado con Leo.
—Vaya chiste —contesté mientras me acercaba al piano de cola. Dylan se apoyó en él y me observó detenidamente cuando me senté. Llevaba mucho tiempo sin tocar.
—Dean... Vladimir me llamó unas diez veces esta madrugada hasta que le contesté, y básicamente me exigió que viniera —dijo entre risas. Lo miré con desconcierto, ya que eso no coincidía con lo que aquel hombre me había dicho.
—¿Qué te dijo exactamente? —pregunté, desviando la mirada hacia las teclas del piano.
—"Jack te llevará al hangar a las 7. Dean te necesita aquí. Tienes que venir" —dijo mi mejor amigo, imitando el acento de Vladimir con un tono demandante. Lo miré sorprendido, sintiendo un leve rubor en mis mejillas, mientras él se sentaba a mi lado. —Luego vi tus mensajes diciéndome lo que pasó con Mitsy, y ahí entendí todo. Vladimir solo me había dicho que debía venir. Todos querían estar aquí contigo, pero como fue tan repentino, solo Cameron y Harry pudieron hacerlo. Mañana nos reuniremos con los demás en París —comentó, sin apartar la mirada de mí.
Rechacé la idea de que Vladimir se preocupó genuinamente por mí. Tal vez solo le preocupaba la repercusión que perder a Mitsy tendría en mi estado de ánimo el día de la boda.
—Por cierto, ¿dónde está la chica? ¿Ya la despidieron? —preguntó con fastidio. Comencé a tocar el piano lentamente, recordando...
—Vladimir se encargó de ella de otra manera —le contesté, dejándolo perplejo.
—¿Él la...? —asentí cuando se calló, dejando su pregunta inconclusa, lo vi tragar duro. —Tienes a ese hombre casi a tus pies y todavía no te has dado cuenta —me susurró al oído, haciéndome resoplar. Sonreí un poco con amargura, recordándome a mí mismo que Vladimir no tenía buenas intenciones conmigo.
—¿No has prestado atención a todo lo que te he dicho? —le pregunté, arqueando una ceja mientras seguía tocando el piano.
—Porque he prestado atención, es que te lo digo —contestó cruzándose de brazos. Negué lentamente. Estaba alucinando. —Hay algo que tienes que saber. ¿Recuerdas cuando me contaste que Vladimir le dijo a Klaus que te llevara a su lugar especial en aquella montaña? —preguntó de repente, haciendo que mis manos se alejaran de las teclas. Me removí con un poco de molestia y asentí mientras recordaba aquella vez que lo llamé tras firmar el contrato. Me lastimó bastante el hecho de que aquel ruso le haya dicho eso a Klaus como un consejo para conquistarme. —Resulta que existe un rumor en la familia... todos creen que Vladimir construyó el restaurante por ti, lo que quiere decir que tal vez Klaus se inventó todo y realmente Vladimir nunca habló con él sobre eso —en cuanto Dylan soltó eso, traté de mantener una expresión seria al sentir que una gran sonrisa se comenzaba a formar en mi rostro. Él se rio un poco. ¿De verdad sería posible aquello? Aunque considerando que Klaus me besó contra mi voluntad, sí podía imaginarlo inventándose todo lo que me dijo. De lo que sí estaba seguro era de que Vladimir no creó ese lugar pensando en mí.
—¿Por qué existe ese rumor? Nunca le hablé a nadie sobre ese lugar, así que... —me callé y dejé caer mis hombros al recordar que sí se lo había mencionado a alguien una vez que estaba borracho. Dylan me miró expectante. —Abigail lo sabía —le expliqué, imaginándome a la rubia contándoselo a todos, probablemente en cuanto se enteró del restaurante. —Aun así, no creo que él haya hecho ese lugar por mí. Él mismo me dijo que solo vio una oportunidad de inversión —sentí la necesidad de aclarar eso rápidamente. Dylan resopló y asintió con una expresión sarcástica.
—Sí, claro. Lo visitamos hace poco, ¿sabes cuál es la especialidad del lugar? Una línea completa de postres de melocotón... ¡de melocotón! —exclamó como si tratara de decirme algo obvio. No pude evitar reírme y negar. —Quizás ahora no, pero cuando éramos adolescentes, siempre usabas cosas con olor a melocotón, no creo que sea una coincidencia —añadió con seriedad. Me sequé una lagrimita que solté por reírme tanto. A Dylan le gusta buscar conexiones donde no hay nada. —Pero está bien, no me creas. Mejor cántame algo, hace mucho que no lo haces... —me pidió ahora, sustituyendo su expresión exasperada por una pequeña sonrisa. Sonreí, sintiendo mi corazón completo después de mucho tiempo. Lo había extrañado demasiado.
Roger
Escuché el sonido del piano resonando por toda la casa, y me quedé observando a través del balcón, repitiendo en mi cabeza una y otra vez la muerte de aquella chica. Me había equivocado. Creí que Dean no conocía a ese Vladimir, pero en realidad sí lo conocía, y mucho mejor que yo. Lo más sorprendente de todo era que, aun así, él lo amaba. Me había resignado fácilmente a la idea de impedir que se casaran, porque impedir esa boda estaba más allá de mis posibilidades. Esto era más grande que yo, o incluso que Dean. Y sabía que, de entrometerme o siquiera intentar obstaculizar los planes de Vladimir, yo terminaría igual que aquella sirvienta. Obviamente nunca me asesinaría de la misma forma que a ella, pero tenía la certeza de que fácilmente podría hacerme caer accidentalmente por unas escaleras o algo parecido. Creo que por esa razón, él me dejó estar presente cuando desató su cacería la noche anterior. Era una advertencia.
Había otra inquietud que ocupaba mis pensamientos, algo que no estaba relacionado con Dean o Vladimir. Sentía que había comenzado a desarrollar sentimientos por Nikolai, otro despiadado que no vacilaba en asesinar personas. Aquel hombre era tan atento conmigo que, por momentos, olvidaba que pertenecía a una familia de mafiosos. Sin duda, mis noches con él han sido un refugio, un escape momentáneo de toda esta pesadilla.
No pasé por alto la evidente atracción que Harry, el amigo de Dean, mostraba hacia Nikolai. Supongo que no debe ser algo reciente, ya que ambos se conocían desde hace tiempo, al igual que con el otro hombre, Cameron. Admito que sentí un poco de celos por un momento, algo que no había experimentado en mucho tiempo. Era consciente de que mezclar el placer con el trabajo no sería una decisión sensata, por eso, debía ponerle un alto a este extraño acuerdo que teníamos, a pesar de que la idea de que Nikolai estuviera con otra persona me causara un fuerte dolor.
Mi mirada se perdió en el color anaranjado que había adquirido el cielo mientras se ponía el sol. Una ligera opresión en la garganta me invadió, y me maldije por permitir que esa sensación aflorara al observar a Nikolai salir de la casa.
Era irresistible en todos los sentidos; atractivo, alto, fuerte, cariñoso, y un auténtico experto en la cama. Cada noche, se sumía en el sueño abrazándome con ternura, incluso en aquellas ocasiones en las que no teníamos sexo. Era irónico. Nunca me gustó tener contacto físico con la gente. Crecí en una familia distante, donde las demostraciones amorosas nunca existieron. Por ende, la cercanía de la gente siempre me resultó incómoda. Pero, la verdad era que sí me gustaba ser tocado por él; me encantaba cuando me abrazaba o me besaba...
Lancé un suspiro al aire y me alejé del balcón cuando sus ojos negros se dirigieron a mí, provocándome un ligero nerviosismo. Caminé hacia las escaleras, esforzándome por mantener un pensamiento frío y apartar esos innecesarios sentimientos. Revisé mi celular cuando me llegó un nuevo mensaje, uno que, sin duda, no esperaba recibir.
"Sé que Dean jamás me invitaría a su boda, ¿esto es cosa tuya, Roger?". Era Pierre Leroy, el único hombre que podría rivalizar con Vladimir por el amor de Dean, o al menos, eso creía yo.
Cuando conocí a Dean, él ya estaba saliendo con Pierre. Aunque el pelinegro lo negara siempre, en su mirada se veía que ellos sí llegaron a estar enamorados el uno del otro, y eso es algo que no volví a notar en Dean... hasta que apareció Vladimir. Aunque, lo que parecía sentir por aquel ruso no tenía comparación. Era un amor que rozaba la locura y la obsesión. De otra forma, ¿cómo podría aceptar tan fácilmente que ese hombre había matado a alguien por envenenar a su gata? ¿O cómo podía contarme, con tanta serenidad, que apenas era un adolescente cuando lo vio asesinar a tantas personas frente a él? Y tampoco parecía alterado por saber a qué se dedicaba esta familia. Lo sabía, Dean estaba tan profundamente enamorado que estaría dispuesto a seguir a Vladimir en toda su locura.
Definitivamente, ese no sería mi caso con Nikolai. El amor insano y destructivo no iba conmigo. Dentro de mí, no existían la pasión ni el instinto suicida que se requería para aceptarlo.
"Él sabe que estás invitado, ya está en ti aceptar o no". Le contesté a Leroy, sintiendo una creciente tensión en los hombros. Esto era peligroso, lo sabía. Si Vladimir descubría la identidad de Pierre y que estaba invitado a la boda, quién sabe qué sería capaz de hacer...
Me resultaba un poco curioso el hecho de que Vladimir debió haber estado pendiente de Dean durante toda su vida sin que él se diera cuenta; por tal razón, supo guiarme hacia él en el momento correcto. Pero, ¿por qué el ruso no se había entrometido personalmente en la vida de Dean? ¿Realmente quería seguir haciéndose el muerto? ¿Por qué continuó siendo un espectador durante tantos años? Tenía mis propias conclusiones.
Vladimir decidió reaparecer poco después de que se hiciera público el compromiso de Dean y David. Aunque pudo haber evitado fácilmente ir a la boda del padre de Dylan para seguir manteniendo su supuesta muerte, estoy seguro de que no soportó la idea de que Dean pudiera casarse con alguien que no fuera él. Y como todo hombre que sabría aprovechar al máximo el poder que tenía, en un abrir y cerrar de ojos, había jugado sus cartas, y en menos de dos días, Dean sería oficialmente su esposo. Lo que más temía de Vladimir era lo inteligente que era y lo ignorante que fingía ser para algunas cosas, como cuando finge no darse cuenta de que Dean lo ama, pero supongo que eso también es parte de algún plan suyo. Seguirle el paso a ese hombre resultaba agotador.
Dejé de pensar en él cuando descendí al primer piso, y el sonido del piano se intensificó, seguido de varias voces y risas. Era reconfortante notar que el estado de ánimo de Dean había dado un cambio del cielo a la tierra ahora que sus amigos estaban aquí. Me acerqué al salón de música e inevitablemente sonreí al verlos a todos reunidos a su alrededor, viéndolo tocar el piano mientras Harry cantaba desafinadamente.
Observé la mesa, notando varias copas con restos de bebidas y algunos trozos de quesos y mermeladas. ¿Ha estado bebiendo? Lo miré con más detenimiento. Sus mejillas estaban un poco sonrojadas, pero se veía sobrio. Iba a retirarme hasta que escuché como sus amigos, menos él, comenzaba a entonar una canción que no pude reconocer.
Cuando Dean finalmente se unió a ellos, me quedé paralizado ante lo dulce, pero a la vez triste que sonaba su voz. Nunca antes lo había escuchado cantar, así que me sorprendió bastante. Los demás guardaron silencio y lo observaron ensimismados, incluso Alina, quien se veía algo ebria. Un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo mientras disfrutaba de la armoniosa melodía de su voz. ¿Cómo es que nunca lo había escuchado?
—Y si tienes un minuto, ¿por qué no vamos a hablar de esto a un lugar que solo nosotros conocemos? Este podría ser el final de todo, entonces, ¿por qué no vamos a un lugar que solo nosotros conocemos? —la expresión lúgubre de Dean al cantar me inquietó. Su mirada lucía perdida, como si las letras de la canción tuviesen su mente en algún lugar distante. Un aura de oscuridad parecía ensombrecer su rostro. No dije nada cuando Dylan me miró y caminó hacia mí. A medida que se acercaba, noté que su atención se dirigía a un punto a mis espaldas. Al girarme, vi a Vladimir bajando las escaleras con la mirada fija en el vacío, curiosamente, una expresión idéntica a la que tenía Dean. Cuando llegó al pie de las escaleras y nos miró con el ceño fruncido, Dylan le dedicó una sonrisa de lado y se acercó a él.
—Qué irónico como puedes pasar de ser la cura a ser la peor enfermedad de alguien —soltó fríamente. Vladimir y él se quedaron asesinándose con la mirada. Sus palabras llenas de amargura me sorprendieron. No entendí a qué se refirió, pero al parecer Vladimir sí. ¿El ruso había sido alguna vez la cura de Dean? Era difícil de imaginar.
—Me alegra ver lo bien que estás, Dylan —respondió el ruso tranquilamente, recuperando la compostura. Tras revolver el cabello del castaño con una mezcla de burla y desenfado, salió de la casa. Dylan soltó un suspiro y su mirada se desvió hacia las escaleras por donde ahora bajaba Viktor, quien se quedó mirándolo fijamente. Dejé de observarlos y salí de la casa para verificar si Nikolai seguía ahí afuera.
El rubio estaba hablando con Vladimir más allá. En cuanto me vio, me llamó con una mano y me dedicó una pequeña sonrisa. Respiré hondo y me dirigí hacia ellos. Al mirar hacia los ventanales de la sala donde estaban los demás, noté que ahora estaban escuchando distintas canciones, posiblemente seleccionando las que serían para la boda.
—Roger, Niko y tú se irán esta noche para París; Ilya necesita ayuda con algunas cosas —me informó Vladimir en cuanto me acerqué. Fruncí el ceño mientras lo veía a los ojos; algo de malicia destellaba en ellos. Sabía que solo buscaba alejarme de Dean; ya debió darse cuenta de que no me agradó en absoluto lo que hizo anoche. Volví la mirada hacia Nikolai, quien se veía serio; seguramente estaba cruzando los dedos para que no me negara. Aunque los tres sabíamos que aquello no había sido una petición.
—De acuerdo —respondí con calma, en ruso, ya que él me había hablado en su idioma. Si los amigos de Dean estaban aquí con él, entonces no habría problema con que yo me marchara antes. Vladimir me sonrió un poco, aunque sus ojos reflejaban una frialdad evidente. Tuve un escalofrío, pero me mantuve firme.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la casa no se veía así? —preguntó Nikolai con una sonrisa, mirando hacia los ventanales del salón donde Dean y sus amigos se encontraban. Vladimir y yo miramos hacia allá. Incluso desde aquí se podía escuchar "The Hills" resonando a todo volumen. Aclaré mi garganta al observar cómo bailaban Dean, Alina y Harry, mientras los demás los vitoreaban, incluso Viktor y Mila. Los sensuales movimientos de Dean me indicaban que sí había estado bebiendo. Le eché un vistazo a Vladimir de reojo; él tenía una ceja arqueada mientras lo observaba, y la frialdad en sus ojos parecía haberse derretido.
—¿Cuándo nos vamos? —le pregunté a Nikolai mientras miraba mi celular. Él me observó durante unos instantes, desencadenando el revoloteo de las desagradables mariposas en mi estómago.
—En tres horas, vamos a empacar —respondió mientras comenzaba a caminar hacia la casa. Lo seguí, mientras que, por su parte, Vladimir entraba en su auto. —¿Hay algo que quieras decirme, Roger? —preguntó Nikolai tomándome por sorpresa; él me estaba mirando de reojo.
—En realidad, sí —respondí, bajando la voz. Los dos entramos en la casa y subimos al tercer piso en completo silencio. Hice a un lado todas las dudas que tenía. Esta era la mejor decisión. —Esto debe terminar —le dije directamente en cuanto entramos en la habitación. Él no lució del todo sorprendido, lo que me hizo pensar que sabía que esto sucedería pronto.
—¿Por qué? ¿Ya viste que no me vas a sacar información? ¿Ya no te soy útil, Roger? —preguntó con algo de amargura. Lo miré un poco ofendido. Desde el principio, supe que nunca podría obtener nada de él, así que no había aceptado este acuerdo por esa razón.
—Exactamente. Ya vi que estoy perdiendo el tiempo —mentí, sabiendo que era mejor cortar todo antes de que mis sentimientos se hicieran más fuertes. Nikolai se quedó un poco perplejo, y sentí una punzada de culpabilidad al ver que eso le había dolido. ¿Será que él también había comenzado a sentir algo por mí?
—Bien —se limitó a contestar con un deje de decepción antes de salir de la habitación, dando un portazo que me sobresaltó un poco. Me senté en la cama sintiendo un dolor en el corazón.
Esto era lo mejor...
Dean
Lancé una palomita hacia la boca de Alina, ambos nos reímos cuando logró atraparla en el aire después de unos cinco intentos fallidos. Miré hacia la gran pantalla frente a nosotros, en la que estábamos viendo una película. Me reí al ver cómo los labios de Dylan temblaban por el frío mientras se cubría casi por completo con una manta, al igual que Harry y Cameron.
—¿C-Cómo es q-que estás tan b-bien? —preguntó mi mejor amigo con recelo. Me encogí de hombros y sonreí, supongo que ya había comenzado a acostumbrarme un poco.
Observé a mi alrededor. Los Sokolov tenían una lujosa y espaciosa sala de cine en el segundo piso. Los asientos eran grandes y cómodos, fácilmente podría estar acostado aquí todo el día. Desvié la vista hacia mi celular para comprobar la hora; ya eran casi las 10 de la noche. Abrí un mensaje que Roger me había enviado hace unos minutos, diciéndome que se había ido a París con Nikolai. Suspiré. ¿Por qué no me lo dijo personalmente? ¿Acaso estaba evitándome por lo de Pierre?
—Vengo en un momento —le susurré a Dylan, que estaba a mi lado. Él asintió. Mientras me alejaba, noté que Viktor no había dejado de mirarlo de reojo desde que estuvimos en el salón de música. Probablemente siente curiosidad hacia él. Aunque me hacía un poco de gracia cómo Dylan ignoraba descaradamente las miradas poco disimuladas del ruso.
Cuando bajé al primer piso, me dirigí inconscientemente hacia la oficina de Vladimir, preguntándome qué estaba haciendo, ya que llevaba horas sin verlo.
Me detuve en el comedor al ver a Yakov ahí sentado en soledad, luciendo bastante miserable. Me fijé en que tenía un nuevo moratón en una mejilla. Él levantó la vista de su cena y me miró con los ojos algo vidriosos y enrojecidos, se veía que estaba bastante drogado. A pesar de su estado, sus ojos negros recorrieron todo mi cuerpo con lujuria, tal y como la primera vez que nos vimos, haciéndome sentir incómodo.
—¿Qué haría Vladimir si te pruebo primero que él?
Una sensación helada me recorrió al escuchar su repugnante pregunta cargada de malicia. Por instinto, comencé a retroceder al verlo levantarse de la mesa con una actitud amenazante. Pero, su expresión cambió repentinamente cuando sus ojos se dirigieron a un punto detrás de mí, llenándose de fastidio.
—¿Todo en orden, Dean? —me di la vuelta con alivio al escuchar la voz de Leo, quien me miraba con preocupación hasta que sus ojos llenos de ira fueron a Yakov.
—Sí, no te preocupes —respondí, sintiéndome un poco incómodo. Forcé una pequeña sonrisa y caminé hacia la oficina de Vladimir.
—Él no está aquí —dijo Leo justo cuando abrí la puerta y noté que no había nadie dentro, todo estaba en penumbra.
—Debe estar con Ivanka o con otro, buscando su regalo de bodas —soltó Yakov con diversión. Sonreí levemente, sin siquiera inmutarme, y dirigí mi mirada hacia Leo.
—Leo, quisiera que no le permitieran la entrada a la boda a este... patético individuo... —le expresé al castaño, mirando ahora con desdén a Yakov, cuya expresión se tornó indignada e incrédula ante mi solicitud.
—¿Esa es una orden? —me preguntó Leo, sonriendo un poco. Parecía estar disfrutando esto mucho más que yo. Le correspondí la sonrisa.
—Lo es —contesté fríamente; el castaño asintió y Yakov me lanzó una mirada asesina.
—No puedes hacer eso, recuerda que todavía no tienes el apellido —protestó Yakov con irritación.
—¿No puedo? Pero si ya lo hice... —respondí inocentemente, viendo cómo su rostro enrojecía. Leo soltó una pequeña risita. —Buenas noches —me despedí de ellos y me retiré, sintiendo la molesta mirada de Yakov persiguiéndome.
Justo cuando puse un pie en la escalera, la puerta principal se abrió y Vladimir entró por ella. Sus ojos se encontraron con los míos mientras se quitaba el abrigo. Bajé la vista a sus manos, notando que tenía un pañuelo envuelto en una de ellas. Contuve la respiración al ver algunas manchas de sangre en la tela. Elevé nuevamente la mirada a sus ojos, buscando alguna explicación cuando él se acercó a mí.
—¿Qué te pasó? —le pregunté en un susurro. Él se encogió de hombros sin mostrar preocupación alguna.
—Nada importante, ¿cómo te sientes? —contestó, esquivando la pregunta y observándome con interés. Fruncí el ceño y tomé su mano. Con cuidado, le quité el pañuelo, y solté un suspiro pesado al ver sus nudillos enrojecidos, pero también con restos de cristales y algo de sangre en ellos.
—¿Te metiste en una pelea de bar? —lo interrogué al percibir un fuerte olor a vodka en su aliento. Él se rio un poco y envolvió uno de mis rizos en su dedo. Miré hacia el comedor al sentir la penetrante mirada de Yakov sobre nosotros. —Ven —dije mientras seguía subiendo las escaleras. —Por cierto, acabo de cancelar la entrada de Yakov a la boda —mencioné vagamente mientras caminaba hacia nuestra habitación. De reojo noté cómo me estaba mirando el trasero, lo miré mal.
—Alguien debía hacerlo. Él solo iba a traer problemas —contestó, levantando la vista. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al notar que lo descubrí. —¿Quieres cancelar la entrada de alguien más o solo la de él? —preguntó, inclinándose y hablándome al oído. Me detuve y lo miré con sorpresa, su expresión algo fría me decía que ya sabía o que sospechaba sobre Pierre. ¿Me escuchó hablando con Dylan?
—Sí, solo la de él, por ahora —contesté, retomando el camino hacia la habitación. Él me siguió de cerca con una extraña sonrisita. —¿Tienes algún botiquín? —pregunté cuando encendí las luces al entrar. Traté de mantenerme tranquilo ante la posibilidad de que haya escuchado mi conversación de esta tarde.
—Sí, en el baño —contestó mientras se sentaba en la cama y se quitaba los zapatos. Se veía algo cansado.
Caminé hacia el baño y abrí las puertas de cada uno de los estantes hasta que encontré un pequeño estuche blanco. Lo tomé y regresé a la habitación. Los ojos de Vladimir me siguieron todo el tiempo, observando cada uno de mis movimientos.
—¿Entonces el tal Leroy sigue invitado? —su pregunta me tomó por sorpresa, él se veía serio. ¿Es que no se le escapa nada? Abrí el botiquín y saqué una de las pinzas y un pañuelo, mientras pensaba en qué debería decirle. Sabía que fingir ignorancia no funcionaría con este hombre...
—¿Cómo te enteraste? —pregunté mientras tomaba su mano y comenzaba a quitarle los cristales, poniéndolos sobre el pañuelo blanco.
—Por tu seguridad y por la mía, todos los invitados deben ser aprobados por mí, Dean. Obviamente, debía investigar al misterioso francés que Roger insistió en agregar a última hora, y vaya sorpresa me llevé al enterarme de que fue otro pretendiente —contestó con sarcasmo y un poco de molestia. Lo miré detenidamente. Había frialdad y algo más oscuro en sus ojos. Me relamí los labios y seguí limpiando su herida.
—Pero, ¿cómo te enteraste de quién era? Ni siquiera era famoso cuando salí con él, así que casi nadie supo sobre eso... no hay noticias sobre nosotros, no hay nada —murmuré con confusión. Vladimir sonrió de tal forma que sentí cómo mi sangre se helaba.
—Te escuché hablando con Dylan, ¿cómo más iba a saberlo? —respondió con un tono ligeramente divertido, pero algo en su expresión me decía que estaba mintiendo. Aunque, sería imposible que supiera sobre Pierre desde antes, ¿o no?
Por mi propia salud mental, decidí no darle más vueltas al asunto y terminé de limpiar sus nudillos con alcohol.
—No tienes de qué preocuparte, dudo mucho que Pierre asista —dije con calma. Vladimir se rio.
—¿Cuándo dije que me preocupaba? En realidad, quisiera conocerlo, ya sabes, al único hombre que no te ha roto el corazón... —soltó mientras me agarraba del mentón suavemente. Entrecerré los ojos, sintiendo la intensidad de su mirada.
—No fue una mentira... —murmuré con una sonrisa fría mientras sentía cómo apretaba su agarre sobre mi mentón.
—Y dime, ¿llegaste a amarlo? —preguntó bajando su otra mano por mi brazo. Me relamí los labios y traté de alejarme, pero él me sostuvo con firmeza y ágilmente me atrajo hacia la cama, posicionándose sobre mí. Mi corazón latió desbocado al verme atrapado de esta forma; aunque él no estaba apoyado por completo sobre mí, su peso era considerable. Todas mis fuerzas menguaron al verme debajo de este enorme hombre. "Actúas como si pudieras defenderte", ahora comprendía del todo sus palabras de hace unos días. No había manera alguna de que pudiese escapar de él. —Respóndeme —dijo, forzándome a mirarlo. Pasé saliva con dificultad mientras gotas de sudor recorrían mi pecho y mi frente.
—No, no lo amé —admití a regañadientes, sintiéndome muy excitado. Él me evaluó por unos segundos y después sonrió mientras se levantaba de la cama, dejándome libre. —Y si lo hubiese hecho, ¿qué? ¿Acaso te importaría? —pregunté mientras me sentaba, recuperándome de ese extraño momento. Él comenzó a quitarse la camisa mientras parecía pensar la respuesta. Yo llegué a querer mucho a Pierre, pero definitivamente no me enamoré de él.
—Hablemos de otra cosa...
Vladimir dejó de quitarse la camisa y se acercó nuevamente a mí. Lo miré con desconfianza cuando se sentó a mi lado. Su expresión mostraba una oscuridad que no había visto antes. Me tensé cuando me observó más serio que nunca.
—¿Ya incumpliste la cláusula más importante de todas?
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