CAPÍTULO PRIMERO
El lago Tyri, mejor conocido como Tyrifjorden, es uno de los más grandes y más importantes de Noruega. Rodeado de un extenso bosque de pinos, es un lugar lleno de magia y misterio. La gente de la provincia de Buskerud suele contar leyendas e historias, en las cuales predominan los seres fantásticos que moran en los bosques y en las profundidades del lago. Sin embargo, nadie nunca los ha visto, ni ha tenido contacto con alguno de ellos, pues las creaturas suelen ser tímidas y jamás se aventuran más allá de sus límites.
En el Tyrifjorden moran las ninfas del agua o náyades, hijas del espíritu del lago. Ellas viven felices en las profundidades del fiordo, juegan, cantan y danzan agitando sus hermosas colas de pez, cuyos colores iridiscentes resultan ser un espectáculo maravilloso, vetado para los ojos humanos y los habitantes de la superficie. Las ninfas son tímidas y rara vez salen a la superficie. Ellas prefieren mantenerse alejadas del ajetreo humano, de sus barcos, sus redes de pesca y su día a día lleno de escándalo que aturde sus oídos y les impide entonar sus hermosos cantos.
Una vez al mes, cuando la luna llena aparece en lo alto del cielo, las hermanas pueden salir a la superficie desprendiéndose de su cola de pez y tomando la forma que ellas prefieran. La mayoría de las náyades prefieren tomar la forma de algún animalillo de la región y exploran cautelosamente el bosque, evitando tener contacto con los humanos pues los consideran peligrosos y llenos de maldad. Cuando está por amanecer, ellas regresan al lago y toman su forma original, para esperar así un mes y poder volver a la superficie y continuar explorando el bosque.
La menor de las náyades, Rusalka, es la hija predilecta del Espíritu del Lago. Su hija más perfecta, su hija más graciosa y la más querida de todas ellas. Rusalka es una bellísima niña de una piel blanca como la nieve que cubre el fiordo en invierno. Cabellos rubios y larguísimos cual cascada de oro caen sobre sus hombros o se ondean delicadamente con el movimiento natural de las aguas del lago. Sus ojos rasgados aún más azules que los zafiros, brillan con intensidad cuando la ninfa es feliz o se siente atraída por algo que despertó su curiosidad. Pero si la náyade está triste, estos se vuelven opacos y pierden su brillo. Pero, ¡ay de aquél que la haga enojar! Ya que sus ojos adquieren el color de las llamas y centellean con furia al provocar la ira de la preciosa ninfa.
¡Nunca molestes a una náyade! Mucho menos hagas que sus ojos se tornen rojos como llamas del infierno, ¡porque perderás la vida! Ella te hechizará con su canto, con sus movimientos ondulantes y seductores para llevarte después al fondo del lago, apresándote hasta ahogarte.
Rusalka, contrario a sus hermanas mayores, es una ninfa de carácter curioso y vivaz. Durante las noches de luna llena, ella no toma la forma de una animalillo silvestre como lo hacen sus hermanas. Ella es sagaz y atrevida, así que toma la forma de una bellísima mujer de largos cabellos, mejillas sonrosadas y mirada tímida y chispeante. Bajo esta forma camina por el bosque para llegar al pueblo y mezclarse con los humanos. Estos seres despiertan en Rusalka una gran fascinación, pero uno de ellos se ha robado su corazón y ella vive atormentada cada día, sufriendo por el amor de ese desconocido de ojos azules y cabellos oscuros, que pasea cada noche a orillas del lago sólo para escucharla cantar.
Dragos Balan es el hombre por el que Rusalka suspira, él es el dueño del aserradero que se encuentra a la entrada del bosque, cerca de la Riviera del Tyrifjorden. De origen humilde y raíces eslavas, sus padres emigraron a Noruega desde Rumania, buscando la manera de tener una mejor vida y prosperar en esas tierras extranjeras que los acogieron.
La primera vez que ella lo vio, Dragos era un niño pequeño que caminaba de la mano de su padre, quién con un hacha en mano buscaba los mejores pinos para convertirlos en madera y así terminar de construir su modesta vivienda. La náyade vio la preocupación en los ojos del niño al observar cómo su padre comenzaba repartir golpes con el filo de su hacha a un enorme pino de tronco particularmente grueso.
Con sigilo, Rusalka se aproximó y observó la escena con interés. En un principio no comprendió el porqué de esa acción, ¿por qué asesinaban vilmente a ese enorme y viejo pino? Mientras observaba se dijo a sí misma que los hombres eran muy crueles al cometer ese tipo de actos y sus ojos se tornaron opacos y sin brillo. Pero al contemplar al pequeño niño, su corazón dio un vuelco al darse cuenta que ese niño sufría como ella.
-No los vas a cortar todos, ¿verdad? – Preguntó el pequeño Dragos con preocupación.
El hombre se detuvo a la mitad de su tarea y se inclinó para mirar a su hijo a los ojos, alborotando sus cabellos castaños.
-No – Dijo con voz grave – Sólo cortaremos los necesarios, recuerda que es nuestro sustento – Murmuró - Después de eso, regresaremos al bosque para reponer los árboles que cortamos, agradeciendo a la madre tierra por permitirnos tomarlos.
La expresión en el rostro del niño se suavizó y asintió ante las palabras de su padre. Ahora podía estar más tranquilo y libre de preocupaciones. Durante el resto de la jornada, Dragos ayudó a su padre en sus tareas, hasta que partieron en su destartalada camioneta.
Rusalka no perdió detalle de ellos. Había estado muy interesada en el hombre y su cría. Ellos no eran como la mayoría de los leñadores que sólo tomaban los árboles, cortando los gruesos troncos con sierras ruidosas, mientras ellos gemían de dolor y caían al piso exhalando su último suspiro. Así que decidió estudiarlos más y no perder detalle de sus movimientos.
Durante los siguientes días, el hombre y el niño no aparecieron, y ella se sintió muy triste, sin embargo, regresaron tiempo después, pero acompañados de una mujer. En el transcurso de ese día, la familia de Dragos plantó varios árboles nuevos, reponiendo así los que cortaron los días anteriores. Cada que plantaban un nuevo pino, el niño les hablaba, cogía un cubo y caminaba hasta la orilla de lago para llenarlo de agua y verterla sobre los arbolillos.
Rusalka lo observaba con sumo interés, ese niño humano era un prodigio, amable, cariñoso, tierno y de buenos sentimientos, en su corazón no había espacio para la maldad. Dragos despertó en ella un sentimiento muy profundo y en el corazón de la náyade nació el amor más puro que se haya conocido en el mundo terreno y en el fantástico.
Dragos visitaba frecuentemente la Riviera del lago, acompañando a su padre en su trabajo. Rusalka no apartaba su vista de él, le gustaba su sonrisa, sus ojos casi tan azules como los de ella, pero lo que más le gustaba era la bondad del corazón de ese niño.
Y rompiendo con todas las reglas impuestas por su padre, Rusalka decidió salir del agua, tomando la forma de un enorme gato de los bosques. Su pelaje rubio y sus ojos azules llamaron la atención del pequeño Dragos, quién no tardo en acercarse al animal y acariciarlo con suavidad, jugando por largas horas con ella, hablándole y contándole sus sueños y secretos, hasta que su madre lo llamaba a grandes gritos. Dragos se despedía de la hermosa gata, la abrazaba y se alejaba corriendo.
De esta manera, Rusalka fue testigo del crecimiento de su amado Dragos, quién pasó de ser un niño regordete y de enormes mejillas, a un adolescente larguirucho y esbelto de mirada de ensueño y hermoso rostro. Cada día que pasaba junto a Dragos, su amor crecía y se fortalecía más y más, llegando a sentir una enorme devoción por ese muchacho y un enorme deseo de llevarlo consigo al lago para que vivieran juntos por la eternidad. Pero su pensamiento era desechado de inmediato por la bella ninfa. ¡Dragos era sólo un humano mortal! No podía sobrevivir en las heladas aguas del Tyrifjorden.
Sin embargo, un día en el que ella lo esperaba con ansias, el joven Dragos no apareció en la Riviera del lago. Rusalka en un principio no se alarmó, pero conforme pasaban las horas y Dragos no aparecía, la angustia se apoderó de su corazón. Desconsolada regresó al lago y decidió esperarlo. Pasaron los días y los ojos, antes brillantes de la náyade, estaban opacos por la tristeza y comenzó a cantar, noche con noche las canciones más hermosas y tristes que brotaban de su corazón.
"Luna en el cielo profundo, tu luz lejana miro, y vagas por la superficie de la Tierra, bañando con tu mirada el hogar de los hombres. Detente un momento, dime, ¿dónde está mi amor? Dile, Luna plateada, que es mi brazo quien lo abraza, para que se acuerde de mí al menos un instante. Y dile que yo espero, ilumínalo todo, desde lejos. Y si aparece en un sueño para el alma humana, ¡oren para que se despierte con este recuerdo! Luna, no te escondas, no te escondas... ¡Luna, no te escondas más!"
El joven Dragos miraba por la ventana de su pequeña casa, sus ojos azules también estaban tristes y su mirada melancólica se dirigía hacia la Riviera del Tyrifjorden, la brisa nocturna llevaba consigo no sé qué canto triste y desconsolado, Un susurro de un alma que no encuentra sosiego y que guarda un dolor infinito. El joven suspiró, extrañaba sus largos paseos por el bosque y la compañía de su amiga, esa gatita de ojos azules a la que llamaba cariñosamente "Sunshine".
-¿Puedo ir por ella? – Preguntó el muchacho dirigiéndose a su padre – Esta noche es muy extraña y no me gustaría que estuviera sola en el bosque...
-Es una gata del bosque, ¡ella ha vivido ahí siempre! – Murmuró su padre – No le harías bien trayéndola aquí, moriría de tristeza encerrad entre estas cuatro paredes – Suspiró y posó su mano en el hombro de su hijo – No podemos cuidarla, Dragos, con tu madre enferma y postrada en cama. Tu amiga ama la libertad y privarla de ella sería una catástrofe.
-¡Mañana iré a verla! – Murmuró el chico y cerró la ventana.
Dragos dio las buenas noches a sus padres y entró en su habitación para dormir un rato. Esa noche tuvo un sueño extraño, soñó que Sunshine se transformaba en una hermosa mujer rubia de hermosos ojos azules que corría sobre las aguas del lago, pidiéndole que la siguiera. En su intento por seguirla, él caía al agua, hundiéndose en las profundidades... Dragos despertó sobresaltado y bañado en sudor, mientras escuchaba el llamado desesperado de su padre.
-¡Es tu madre! – Gimió el hombre – Ha empeorado, ya viene la ambulancia para llevarla al hospital.
Duros y difíciles fueron los días para Dragos, su madre empeoraba, su padre trabajaba al doble, pues las cuentas del hospital también aumentaban, medicinas, doctores, cuidados y el niño cada vez estaba más solo. Por las noches permanecía en el hospital cuidando de su madre y en el día asistía a la escuela, pero no se concentraba, la imagen de Sunshine lo perseguía y ese canto tristísimo que el viento llevaba sus oídos lo sumía en la melancolía.
Una mañana particularmente fría, la madre del muchacho murió y él no volvió al lago. Estaba demasiado triste como para salir a la aventura. Su padre estaba desconsolado y no quería dejarlo solo, así que se encerró en su casa, saliendo únicamente para asistir a la escuela o acompañar a su padre al cementerio.
Rusalka estaba triste, su canto y su llamada no surtían el efecto esperado. Dragos no aparecía y eso la entristecía más y más. Sus hermanas notaron su dolor y su tristeza, la cuestionaron y ella terminó revelándoles la verdad de su dolor.
-¡Te enamoraste de un niño! – Gruñó su hermana mayor, una ninfa de cabellos verdes y mirada ambarina – Podrías traerlo con nosotras – sonrió y miró al resto de sus hermanas.
-¡Jamás! – Gimió Rusalka – No podría... ¡no puedo! – Suspiró bajando los ojos – Lo amo demasiado.
-Entonces., hoy que es luna llena deberías ir a buscarlo – Sugirió otra de las náyades, una preciosa morena de cabello azul – Usa tu poder, el que nos otorga la luna.
-Una madre murió hace no mucho – Comentó su hermana mayor - ¿Recuerdan esa noche fría? Una parte del lago se congeló.
Las ninfas asintieron y Rusalka permaneció pensativa y en silencio. Una madre humana había muerto y de pronto desapareció de la vista de sus hermanas, nadando velozmente hacia la superficie. Necesitaba ver a Dragos aunque fuera sólo por esa noche. Rusalka saltó hacia la superficie y se convirtió en gata, echándose a correr e internándose en el bosque.
Dragos miraba las estrellas sentado en el porche de su casa. La brisa soplaba con calma y el aguzaba el oído e intentaba escuchar esa bellísima canción. No pudo hacerlo y comenzó a tararearla por lo bajo, esa melodía lo consolaba y de alguna manera lo hacía sentirse un poco mejor. Un maullido desvió su atención y de entre unos arbustos, Sunshine apareció.
La mirada de Dragos se iluminó y el chico corrió a su encuentro, abrazándola y besándola en la frente.
-¡Te extrañé! – Dijo el muchacho - ¿Cómo me encontraste? – Preguntó mirándola fijamente a los ojos.
Ella se frotó contra él y pudo sentir su tristeza. ¡Su madre había muerto! Dragos estaba muy triste, al igual que su padre, quién también se consumía lentamente. Quizá pronto el chico quedara completamente solo y esa revelación le dolió profundamente.
-¿Quieres entrar a casa? – Le preguntó Dragos – Ha comenzado a hacer frío y si te quedas afuera te vas a congelar.
Rusalka no se movió, no podía entrar. Tenía que regresar al lago antes de que el sol saliera y si entraba, sería capaz de quedarse ahí para siempre. Maulló a modo de despedida y se dio la media vuelta, internándose en el bosque, mientras Dragos la miraba con tristeza y le decía adiós con su mano.
El tiempo pasó, las responsabilidades para Dragos aumentaron y él se convirtió en un adulto. Con su padre enfermo e incapacitado para trabajar en el aserradero, el chico debía hacerse cargo del negocio de su padre, además de cuidar al hombre y de las cosas de la casa. Su tiempo libre era escaso, pero siempre que tenía oportunidad, daba largos paseos en la Riviera del lago. Después de aquella noche, jamás volvió a ver a Sunshine, pero el viento le llevaba los ecos de las melodías más dulces y hermosas que él jamás habría escuchado.
Dragos se sentaba a orillas del lago y se relajaba, dejándose llevar por las canciones que le traía el viento. Por lo general, eran canciones de amor pero ese amor no era feliz, era triste e imposible. En ocasiones, atribuía los sonidos al viento y a su gran imaginación, pero en otras, se preguntaba quién sería la dueña de tan hermosa voz y porque cantaba esas melodías que partían el alma y el corazón.
En el otoño de ese año, la desgracia volvió a caer sobre Dragos, su querido padre murió y él quedó completamente desconsolado. Ahora estaba solo, no tenía amigos ni familia en quien apoyarse y soportar sus penas. Se volvió un hombre aún más solitario y taciturno, y sólo lo reconfortaba estar cerca del lago y mantener largas conversaciones con la nada. Pero Dragos no estaba solo, Rusalka siempre estuvo a su lado, era ella quién entonaba esos hermosos cantos para consolarlo. Era ella quién respondía cuando él creía estar hablando solo. Ella siempre estuvo para él, aunque Dragos no pudiera verla o más bien dicho, él no reparaba en su presencia. Rusalka había sido esa joven rubia que estuvo a su lado durante la noche en el funeral de su padre, ella se quedó ahí, sentada junto a él hasta que estuvo a punto de amanecer. Ella era la chica que se paseaba por el pueblo y merodeaba en el jardín de su casa. De alguna forma u otra, Rusalka se hacía notar, pero Dragos estaba muy sumergido en sus problemas como para darse cuenta de la presencia de esa hermosa mujer.
Un día, mientras Rusalka observaba a un grupo de pescadores, escuchó la risa de Dragos. Su corazón dio un vuelco, ¡él reía de nuevo! Los ojos de la náyade se iluminaron y nadó a toda prisa, deteniéndose en la orilla para observar el rostro del dueño de su corazón. Pero ¡oh! Decepción, el corazón de la ninfa del agua se rompió en pedazos al ver a Dragos caminar de la mano de una hermosa pelirroja de sonrisa descarada y mejillas rosadas.
Rusalka se quebró, sus ojos centellearon al principio, volviéndose rojos, mientras la ira la poseía. Deseó desaparecerlos a ambos y llevarlos con ella hasta las profundidades del lago para que se ahogaran y perecieran junto al resto de otros infortunados hombres. No obstante, la furia dio paso a la tristeza, sus ojos volvieron a su habitual color azul, pero carecían de vida y brillo. La ninfa nadó velozmente hacia la profundidad del lago, reuniéndose con sus hermanas.
-No deberías afligirte – La aconsejó su hermana mayor - ¿Qué futuro te espera al lado de ese mortal? Él morirá y tú seguirás viviendo por una eternidad y durante todo ese tiempo conocerás más hombres a los cuales amarás tanto como lo amas a él.
-Los amores humanos son banales y poco duraderos – Intervino otra de sus hermanas - ¿Quieres esperar? Aguarda aquí, un par de lunas. Cuando la tercera luna brille en lo alto, sal, camina como mujer en el pueblo, contonéate delante de él y embrújalo, sedúcelo con tu canto.
-¡Yo quiero que él me ame! – Suspiró la ninfa – No quiero atraerlo a la fuerza, no quiero que esté junto a mí con magia.
-No conozco el corazón de los humanos, ni sé nada respecto a sus sentimientos – Respondió su hermana – Lo siento, Rusalka, pero no puedo aconsejarte – Exclamó y se alejó nadando lacia la otra orilla.
-¡Ven hermana! – Intervino la mayor de las náyades – Ven conmigo, nademos y seamos felices. Cantemos nuestras canciones y disfrutemos de la vida eterna que nuestro padre nos ha concedido.
Rusalka la tomó de la mano y nadó junto a sus otras hermanas. Las ninfas cantaron una larguísima canción en donde no existía la infelicidad, el dolor o la pena. Ella también cantó, pero no había ninguna emoción en su voz. Lo único que la emocionaba era volver a ver a Dragos, sentirlo cerca y poder tocarlo. Seguiría el consejo de su hermana, esperaría un buen tiempo, por varias lunas y saldría una vez más para buscarlo. Esta vez sería paciente y más arriesgada. ¡Dragos tenía que verla!
Dragos terminó su paseo en bosque y se sentó, como todas las tardes a orillas del lago. Reflexionó por varios minutos, dándose cuenta que desde hacía un par de meses el viento no llevaba consigo esas bellas melodías. Sus conversaciones con la nada no tenían respuestas y que echaba de menos esa presencia invisible que le traía la paz y lo hacía sentirse feliz. Sus ojos se perdieron en la vastedad de las aguas y lanzó un largo y profundo suspiro.
Su relación amorosa no llegaba a nada en específico. Si bien había deseo, pasión y fuego, él y su pareja no eran compatibles más allá del lecho. Pronto se dio cuenta que él no era lo que ella esperaba y viceversa. Por desgracia no existía amor, no el amor que Dragos buscaba y él hombre decidió poner fin a esa relación que no tenía ningún futuro.
Dragos estaba buscando a lo que muchos llaman su media naranja o su otra mitad. Él buscaba al amor de su vida, a la mujer con la cual compartir sueños, alegría, tristeza, dolor y llanto y que claro, alguien que le hiciera compañía en su soledad. Él buscaba el amor más puro y sincero, el amor que en antaño conoció, el amor que traía consigo la presencia etérea del viento. El amor de esa dulce voz que tantas veces lo consoló y sostuvo junto a él las charlas silenciosas y conciliadoras. Sin embargo, sabía que eso era un imposible porque quizá todo aquello era producto de su imaginación, de su necesidad de no estar solo.
El hombre decidió salir al pueblo. Deseaba alegrarse un poco con el bullicio de la gente, llenarse de sonidos y de un poco de compañía. Quizá conociera una chica linda en la feria del pueblo, o simplemente se divertiría en los juegos mecánicos o en el espectáculo de fenómenos. Tomó su chaqueta y condujo su camioneta hasta la feria. Las luces multicolores iluminaron el camino y pronto estuvo dentro, saboreando un delicioso algodón de dulce, deteniéndose frente a la carpa del circo de los fenómenos.
Un empujón lo obligó a soltar el algodón de azúcar que cayó al piso. Levantó la vista y ahí, entre la multitud que se empujaba para entrar al espectáculo la vio. Ella sostenía un volante ente sus pequeñas manos blancas. Su cabello rubio platinado estaba recogido por la mitad y el resto caía en gráciles ondas sobre sus hombros. El viento de la noche agitaba la falda de su vestido azul, mientras que el brillo de la luna llena iluminaba la presencia de esa maravillosa mujer. Para Dragos, ella fue como una revelación del cielo, la mujer era hermosa que sobrepasaba la perfección y su corazón comenzó a latir de prisa mientras el tiempo y el espacio se detenían por una fracción de segundo.
¿Y si fuera ella? Se preguntó sin poder apartar sus ojos de esa mujer que parecía no pertenecer a este mundo. La rubia esbozó una tímida sonrisa y bajó la mirada para echarse a andar entre la gente, perdiéndose de su vista.
* * *
Este es el primer capítulo de esta pequeña historia con Sebastian Stan. ¿Qué les ha parecido? Es una introducción a nuestros personajes, aunque nos falta conocer a uno de ellos. Díganme, ¿les gustó? No olviden dejar sus comentarios e impresiones, así como sus votos. Estaré actualizando esta historia todos los viernes. ¡No se la pierdan!
Muchas gracias por su apoyo, ¡las quiero!
Maria Decapitated
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