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Capítulo 30. La petición de Chinai Mogatari

Rurouni Kenshin

El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capítulo 30
La petición de Chinai Mogatari

Nagasaki, Japón
01 de Agosto de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)

La presencia y las palabras del misterioso Chinai Mogatari bastaron para calmar los ánimos, y que el autodenominado Grupo Ninja Sanada aceptara bajar sus armas y escuchar lo que éste tenía que decirles.

El restaurante continuó cerrado al público. Chinai, Aoshi y Misao tomaron asiento en la misma mesa que Misanagi les había ofrecido a estos últimos dos en cuanto llegaron, estando el anciano de un lado y los dos visitantes sentados delante de él. Misanagi también estaba presente a un lado de la mesa, escuchando con atención todo lo que decían, mientras uno de sus hombres le curaba el brazo en el que una de las kunai de Misao le había dado. El resto de los ninjas permanecían sentados o de pie alrededor de la mesa, también al pendiente de oírlo todo.

Chinai era el que deseaba explicarse, y comenzó a hacerlo lenta y claramente, cuidando cada palabra como si hubiera practicado con anticipación todo lo que diría; como una confesión. Aquel hombre ya mayor y pequeño podía parecer insignificante en una primera vista. Sin embargo, ya viéndolo de cerca uno podía notar que no era un hombre ordinario. Su cuerpo grueso debajo de su desgastada capa no era sólo grasa, sino también musculo, sobre todo sus brazos que dejó a la vista cuando los colocó sobre la mesa. Y su rostro, especialmente sus ojos, dejaban en evidencia que había pasado y visto demasiadas cosas; algunas quizás inimaginables para los dos ninjas de Kyoto.

—Hace dieciocho años —comenzó a relatar—, recibí la encomienda por parte del shogunato de venir aquí con un grupo de mi mayor confianza, y crear una red de inteligencia en toda el área de Nagasaki y sus alrededores. Esto con el fin de poder tener vigilados a los extranjeros que comenzaban a ir y venir de este puerto, así como a los grupos radicales que se estaban volviendo cada vez más audaces. Para el inicio de la Era Genji, ya teníamos ojos y odios en cada rincón de la prefectura, y nos movíamos con absoluta discreción incluso bajo las narices del gobierno local. Gracias a esto no tardamos mucho en enterarnos del grupo cristiano que vivía en Shimabara, aledaño al monte Unzen, y guiados por un hombre llamado Tokisada Mutou y su esposa. Al inicio, más allá de profesar una religión que aún seguía prohibida, no parecían representar ningún peligro. Sin embargo, igual les pusimos principal atención debido a los antecedentes de esa zona; después de todo, aún ahora siguen resonando por estos lares los nombres de Shiro Amakusa, y la Rebelión de Shimabara. Pero también llamaron nuestra atención debido a los informes que hablaban de cosas más... preocupantes. Como rumores de un niño al que todos en el grupo consideraban el Hijo de Dios.

—Shougo Amakusa —señaló Misao con seriedad, como si aquel nombre le provocara rabia con tan sólo pronunciarlo.

—En aquel entonces era simplemente Shougo Mutou —explicó Chinai—, el hijo mayor de Tokisada Mutou, pero que al parecer éste usaba como un símbolo de unidad entre sus seguidores.

Chinai calló unos segundos, y agachó un poco más su cabeza en esos momentos, contemplando sus propios puños cerrados sobre la mesa.

—En julio de ese año, las cosas se pusieron más graves. Los informes hablaban de una posibilidad real de peligro, pues al parecer este grupo de cristianos había comenzado a contemplar la opción de unirse a Satsuma y empezar una revuelta para derrocar al gobierno. Debí reportar aquello a mis superiores de inmediato, pero no lo hice. E igual no sirvió de nada, pues de todas formas un funcionario local de nombre Kasai fue informado por un traidor del grupo.

—¿Kasai? —Pronunció Misao con asombro—. ¿Habla acaso de Itou Kasai?

—Sí, ese mismo —asintió Chinai lentamente.

Aquello realmente dejó atónita a la kunoichi.

«La segunda víctima en Kyoto» pensó la joven. Recordaba claramente a aquel hombre, el mismo que había ido a suplicarle al señor Aoshi por ayuda, y había muerto asesinado la misma noche que ella vio por primera vez a Shougo Amakusa. «Entonces todo aquello fue en verdad un acto de venganza...»

Chinai prosiguió con su explicación, sin percatarse de momento de la reacción que sus palabras habían tenido en la joven delante de él, o simplemente de momento no dándole demasiada importancia.

—Kasai mandó a un grupo numeroso de sus hombres a la aldea, y realizaron una verdadera masacre en aquel sitio. Hombres, mujeres, ancianos, niños... nadie sobrevivió. Los rumores dicen que tenían la orden de perdonarle la vida a aquellos que repudiaran de su religión y juraran lealtad al Shogun. Si acaso alguien lo hizo y de todas formas lo mataron, eso es algo de lo que ni siquiera nosotros estamos seguros. Entre las víctimas confirmadas se encontraban Mutou y su esposa, y se intuyó en ese momento que sus dos hijos habían corrido con la misma suerte que sus padres. Todo esto pasó hace ya más de catorce años...

Un aire sombrío y melancólico rodeó al anciano, que seguía mirando a la mesa como si sintiera vergüenza de alzar la mirada hacia el resto de los presentes. Por su lado, Misanagi y la mayoría de los miembros de su grupo conocían muy bien esa historia, así que en realidad no les sorprendió lo que oían. Lo que sí les confundió un poco era la reacción de su viejo líder, y como esto al parecer lo afectaba más de lo que sabían. Pero, ¿por qué?

Sus antiguos compañeros no fueron los únicos en notarlo. Aoshi, además de ello, le había llamado particularmente la atención una parte de su relato.

—¿Por qué no reportó lo que sabía? —Cuestionó Aoshi con algo de severidad—. Dijo que supo de los planes de rebelión del grupo antes que el gobierno local, pero decidió no reportarlo. ¿Por qué tomó esa decisión en realidad?

Chinai cerró unos segundos sus ojos y suspiró pesadamente. Sus hombros parecieron relajarse un poco, como si se hubieran revelado de un peso importante; casi como si hubiera esperado que alguien le hiciera justo esa pregunta.

—No lo hice porque yo... —murmuro despacio, vacilando por un segundo pero luego sentándose con la espalda recta, y fijando su mirada firme justo en el hombre delante de él—. Porque yo también soy cristiano...

Aquella repentina afirmación provocó una reacción mucho más palpable en Misanagi y los otros ninjas, y también en Misao. Por su parte, el rostro siempre apacible de Aoshi permaneció inmutable, pues de hecho él ya se había formulado la misma hipótesis.

—¿Cristiano? —Murmuró Misanagi, sonando un tanto incrédula—. ¿Es usted un cristiano, señor Chinai?

El hombre asintió dos veces con su cabeza.

—Me había convertido poco antes de viajar acá, y no pude evitar empatizar con Mutou y sus seguidores hasta cierto punto. Yo sabía lo que era tener que ocultarse y vivir con miedo por lo que uno creía. Cuando me enteré de lo que planeaban, quise hacer tiempo antes de verme forzado a reportarlo. Quería averiguar si acaso había alguna forma de evitar que las cosas fueran por ese camino. Pero, al mismo tiempo, cuando me enteré de lo que Kasai tenía planeado, tampoco hice nada para prevenirlo. Al final no pude elegir entre mi deber y mi fe... y terminé traicionando a ambos. El sentir que pude haber hecho algo para evitar aquella desgracia, es algo que me ha perseguido durante todos los años que le siguieron. Y cuando el Shogun se rindió, poco después yo me fui del país hacia el continente. Viajé entre los puertos controlados por los occidentales, ayudando a los cristianos refugiados de mi país de otras partes a tener aunque fuera un poco de tranquilidad y paz. Esa fue la penitencia que yo mismo me impuse... Y entonces, el octubre pasado, él se presentó justo en el Barrio Cristiano de Shanghái. Y en cuanto se presentó, supe exactamente quién era.

No era necesario qué explicara a quién se refería; todos podían fácilmente darse una idea.

—De todos los sitios del mundo, venimos a cruzarnos justo ahí. ¿Obra de Dios o una simple coincidencia?, no lo sé. Lo más importante para mí fue la motivación que lo había llevado a ir hasta ahí: profesar sus deseos de levantarse contra el gobierno Meiji, independizar Shimabara y crear en ese sitio una Tierra Prometida, donde todos los cristianos podrían practicar libremente su fe sin miedo. —Chinai soltó en ese momento un resoplido despectivo tras pronunciar todo aquello—. Era una locura, incluso peor a la de su padre. Pero todos los demás lo escucharon y siguieron. Yo sabía muy bien que todo aquello terminaría en una matanza aún peor que de hace catorce años, y no podía permitir que eso ocurriera; no de nuevo. Intenté hablar con él, y también pedí el apoyo de un buen amigo que conocí en el continente y que había vivido de primera mano las consecuencias de la Rebelión Taiping, para intentar de alguna forma hacerlo recapacitar. Pero nada de eso funcionó. Siguió obstinado en sus planes, y no le importaba arrastrar a todas esas personas inocentes con él.

»Supe entonces que sólo había una forma de detenerlo de una buena vez... Lamentablemente, yo no era el enemigo adecuado. Su manera de pelear y su velocidad estaban sencillamente fuera de mi alcance. No me consta que tan cierto sea lo del Hijo de Dios, pero definitivamente es uno de los espadachines más extraordinarios que he conocido. Y ahora ha vuelto a Shimabara, ha reunido a un gran número de sus seguidores, y se prepara para lanzar al fin su ataque, Y si no lo detenemos cuánto antes, creará un desastre mucho peor que el de la primera Rebelión de Shimabara o la Rebelión Taiping. Las consecuencias en vidas serán enormes, y las políticas incalculables si alguna nación extranjera decide intervenir. Es por eso que debe ser eliminado, ¡antes de que sea demasiado tarde!

Lo último lo pronunció con gran ahínco en su voz, e incluso se permitió chocar su puño derecho contra la mesa, haciéndola saltar un poco. La fiereza con la que se expresaba dejaba bastante en evidencia lo mucho que todo aquello lo tocaba a modo personal. Quizás en efecto la culpa por lo ocurrido catorce años atrás lo tenía atormentado.

Tras tomarse unos segundos para calmarse, Chinari alzó de nuevo la vista y miró atento directo a Aoshi, como si fuera la única persona en esa habitación.

—He oído muchas historias sobre ti, Aoshi Shinomori —dijo con bastante solemnidad—. Eres el guerrero más extraordinario que el Oniwabanshu ha tenido. Si alguien en todo el mundo puede ser capaz de derrotar a este sujeto, ese eres tú; en especial si tienes el apoyo del Grupo Ninja Sanada para respaldarte. Así que te lo pido, como antiguo miembro del Oniwabanshu, y como cristiano devoto que soy, que nos prestes esa fuerza tuya. —Colocó en ese momento sus dos manos en la mesa, y se inclinó hacia adelante hasta casi pegar su frente contra ésta—. ¡Te pido que mates a Shougo Amakusa!, antes de que por su culpa más personas tengan que sufrir...

—Señor Chinai... —pronunció Misanagi, azorada por todo lo que su viejo maestro estaba diciendo, y toda la desesperación que radiaba en cada palabra. Y justo después de eso, todo el lugar se quedó un largo rato en silencio.

Las dudas y la confusión flotaron por todo ese espacio, embargando a cada uno con diferentes pensamientos. La que parecía sin embargo más preocupada, era Misao. No sabía qué pensar del hecho de que ese hombre le estuviera pidiendo con tanto ahínco al señor Aoshi que matara a Amakusa. Y por supuesto, tampoco tenía idea de qué era lo que el hombre a su lado pensaba al respecto. Y al voltear a mirarlo de reojo y contemplar su rostro sereno y estoico, la respuesta a ese cuestionamiento le resultó aún más evasiva.

¿Estaba pensando en hacerlo? ¿Para eso había querido ir hasta ese sitio acompañando a Himura? De entrada aquello ya le había parecido raro en un inicio, pero ahora parecía tener sentido. ¿Aún estaba obsesionado con demostrar que era el más fuerte? ¿Qué enfrentarse a este sujeto que también practicaba el mismo estilo que Himura para derrotarlo y demostrarse algo a sí mismo?

Misao comenzó en un sólo segundo a llenarse de una gran preocupación. Sin embargo, estas fueron disipadas al escuchar la respuesta del espía, y remplazadas por un enorme asombro.

—No puedo hacer lo que me está solicitando —murmuró Aoshi despacio y calmado—. Así que le pido no ponga sus esperanzas en mí.

Aquello no sólo tomó por sorpresa a Misao, sino también al autor de la petición.

—¡¿Por qué no?! —Exclamó Chinai, molesto e incluso algo ofendido—. Como protector de Edo y de la paz de Japón que alguna vez fuiste, debes de darte cuenta del peligro inminente que representa este hombre. Es por eso que viniste hasta acá, ¿no es cierto?

—Vine aquí para obtener información sobre Amakusa, es cierto —aclaró Shinomori sin cambiar ni un poco su semblante—. Pero no tengo intención de intervenir en este asunto más de lo que sea necesario. El hombre que ha venido hasta aquí para enfrentar y derrotar a Amakusa es otro, y él no tiene intención de matarlo como usted tanto desea.

—¿Derrotarlo sin matarlo? —Musitó Chinai, pronunciando aquellas palabras como si le resultaran del todo incomprensibles—. ¿Y qué piensan hacer entonces? ¿Hablar con él e intentar convencerlo? Eso no funcionará, ¡le estoy diciendo que yo ya lo intenté! La única forma de detener esta tragedia antes de que pase, ¡es matándolo...!

En ese mismo momento Aoshi tomó su espada del suelo y se paró abruptamente. Ese cambio tan repentino puso en alerta a varios de los ninjas que los rodeaban, que de inmediato se pusieron en posición de defensa, y algunos sacaron sus armas. Sin embargo, no había en realidad alguna postura de hostilidad de parte del ninja, y eso Chinai lo percibió claramente.

—Si tanto desean la muerte de ese hombre, háganlo ustedes mismos —contestó Aoshi con brusquedad—. No tengo pensado interponerme si es lo que desean. Yo sólo estoy aquí para saldar viejas deudas, y entenderé si ustedes no están interesados en ayudarnos. Así que será mejor que nos retiremos de una vez.

Y sin más le sacó la vuelta a la mesa baja, y comenzó a caminar en dirección a la puerta de salida.

—Espere, señor Aoshi —musitó Misao perdida, pero rápidamente se paró también y se apresuró para alcanzarlo—. ¿Enserio nos iremos sólo así?

Aoshi no respondió, pero igual tuvo que detener su avance pues los ninjas que estaban entre la puerta y ellos no se movieron de su sitio ni un poco para abrirles el paso. Incluso por sus miradas se podía intuir que no estaban peleados con la idea de enfrentarse de nuevo con él si se ponía difícil. Aoshi los observó en silencio, su mano lista para desenvainar si así resultaba necesario.

—Déjenlos que se vayan —ordenó Misanagi con fuerza, y al tiempo que dio esa orden los ninjas comenzaron en ese instante a hacerse a los lados para dejarles el camino libre. Aoshi prosiguió entonces con su partida sin mirar atrás.

—¿Quién es el hombre que ha venido a enfrentarse con Amakusa sin matarlo? —Inquirió Chinai con fuerza, virándose a ver a los dos Oniwabanshu sobre su hombro—. ¿Con quién tienes esa deuda que intentas pagar, Aoshi Shinomori?

—Si su red información es tan buena como presumen, no tardarán mucho en descubrirlo —fue la respuesta simple y rápida de Aoshi, un instante antes de hacer correr la puerta de madera hacia un lado. Un segundo después, tanto él como Misao salieron a la calle, y otro los Ninja Sanada se apresuró a volver a cerrar la puerta.

—Pero qué sujeto tan pedante —pronunció molesto uno de los ninjas, mirando con expresión dura hacia la puerta—. ¿Cree que puede hablarnos de esa forma sólo porque fue el líder del Oniwabanshu hace tanos años?

Su malestar parecía ser compartido por la mayoría de sus compañeros. Misanagi debía admitir que también se sentía molesta por la actitud de ese sujeto, aunque también de cierta forma estaba fascinada.

Así que ese era Aoshi Shinomori, quien se convirtió en okashira de los guardianes del Castillo Edo con tan sólo quince años. Hacía honor a su reputación, debía aceptarlo. Y presentía que aún no había visto todo de lo que era capaz.

—Recojan todo, curen a los heridos, y prepárense para volver a abrir el restaurante en una hora —ordenó Misanagi con fuerza para que todos la escucharan—. Todo debe parecer normal, así que muévanse.

Sin chistar, todos comenzaron a moverse para acatar su instrucción. Levantaron las mesas y platos rotos, comenzaron a barrer los rastros de comida del suelo, y aquellos que tenían alguna herida o golpe se les terminó de curar. Todos volvieron a sus labores, menos Misanagi. Ella permaneció de pie en su sitio, hasta que todos se dispersaron. Y sólo entonces fijó su vista de nuevo en Chinai, que continuaba sentado en la misma mesa y en la misma posición. Su expresión era dura y pensativa. El resultado de esa plática definitivamente había sido inesperado para él. Y, de hecho, mucho de lo que había oído resultaba también inesperado para la joven okashira.

Sin decir nada, Misanagi se sentó en la mesa de Chinai a su diestra. El anciano siguió mirando hacia abajo, como si la presencia de la mujer le pasara desapercibida.

—¿Por qué nunca me dijo que era un cristiano, señor Chinai? —le preguntó Misanagi muy despacio, casi como si temiera que alguien más la oyera.

—¿Qué hubieras hecho de haberlo sabido? —musitó Chinai, virándose lentamente hacia ella—. No te sientas responsable por nada de esto, Misanagi. Tú eras apenas una niña cuando todo aquello ocurrió.

—Pero ya no soy una niña —declaró la kunoichi con fuerza—. Me he vuelto más fuerte y más hábil, y he fortalecido aún más al Grupo Ninja Sanada. Si el tal Amakusa es un peligro tan grande como dice, no necesitamos de los Oniwabanshu para encargarnos de él. Yo personalmente...

—Es admirable lo que has hecho, Misanagi —pronunció Chinai de pronto, cortando de tajo lo que la joven mujer decía—. Incluso en esta época moderna, y en esta ciudad que poco a poco va perdiendo su identidad, has sabido seguir adelante con nuestra labor y modo de vida. Estoy muy orgulloso de lo que has logrado... Pero Shougo Amakusa no es un rival adecuado para ti o para el resto de tu grupo. De momento lo mejor será mantenernos alejados, hasta que veamos la forma prudente de encargarnos de él.

—¿Encargarnos? —Musitó Misanagi despacio—. ¿Quiere decir que se quedará?

—Tú eres la líder del Grupo Ninja Sanada, eso no está ni estará a discusión —explicó Chinai con firmeza—. Además, no pienso quedarme demasiado. Una vez que este asunto termine me iré otra vez. Hasta entonces, espero me aceptes temporalmente como otro más de tus espías.

Dicho eso, el anciano se puso de pie, se acomodó su vieja capa, y también se dirigió a la salida, pasando entre el resto de los ninjas que recogían todo.

Misanagi lo observó en silencio. La presencia de su viejo maestro realmente le traía una serie de emociones que no lograba identificar del todo. Y aunque él le había dicho prácticamente que no se metiera, la realidad era que la joven okashira ya había tomado su decisión.

— — — —

Saliendo del restaurante, Aoshi y Misao se dirigieron calle abajo hacia el puerto, y luego hacia la plaza que habían acordado sería su punto de reunión con Himura y los otros. Esperaban que al menos sus compañeros hubieran tenido mejor suerte en conseguir hospedaje para esa noche.

—¿Quién diría que los Oniwabanshu de Nagasaki ya no existen? —Musitó Misao con pesar, con sus manos atrás de su cabeza—. Ahora al parecer son el Grupo Ninja Sanada. Ese tonto de Okina nos mandó hasta acá sin tener toda la información actualizada y exponiéndonos. Cuando vuelva a Kyoto me las pagará...

Soltó entonces un pesado suspiro combinado de cansancio y resignación.

—Es una pena que hayamos pasado por todo esto y no obtuviéramos al menos un poco de información útil —añadió la kunoichi—. Mucho de lo que ese hombre nos dijo es igual a lo que el señor Nishida le dijo a Himura antes de morir, o lo que pudo sacar de sus notas. Pero seguimos sin saber la localización exacta de su base, o qué planea hacer con exactitud.

—Averiguamos sin embargo que ha estado reuniendo seguidores en el continente —comentó Aoshi mientras miraba atento hacia adelante—, y que está reuniendo a todos en Shimabara para preparar su ataque. Eso significa que debemos actuar aún más rápido de lo que pensábamos.

«¿Debemos?» pensó Misao con sorpresa, mientras volteaba a verlo pensativa. ¿Tenía decidido seguir adelante y acompañar a Himura a Shimabara? Por lo que había dicho en el restaurante, había pensado que sólo iría a conseguirle la información y luego, quizás, pensaba volver a Kyoto en el siguiente barco.

Pero ahora se daba cuenta de que, aunque por fuera seguía siendo el mismo hombre frío e indiferente ante todo, algo realmente había cambiado en el interior del señor Aoshi. Todo este tiempo meditando y pensando de seguro le habían dado la respuesta que estaba buscando. ¿Cuál era?, Misao no tenía ni idea. Pero aunque todo aquello fue inútil para su misión, la joven se sentía feliz de haber pasado por ello para poder darse cuenta.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los delgados labios de Misao, y de manera discreta se aproximó sólo un poco más a Aoshi, para así poder caminar más cerca a su lado.

— — — —

El embajador Elsten pasó a sus invitados hacia el comedor de la elegante mansión, compuesto en su mayoría por la larga mesa de manteles blancos, con sillas suficientes para ocho comensales; tres a cada lado, y una silla en cada extremo. Elsten se sentó en la cabecera como le correspondía al ser el señor de la casa, con un enorme ventanal a sus espaldas por el cual entraba la brillante luz de la tarde, y se podía apreciar además el amplio y hermoso jardín, Sus visitantes, mientras tanto, se sentaron a sus lados; Yahiko y Sanosuke de un lado, Kenshin y Kaoru del otro.

Los sirvientes no tardaron en traerles la comida justo después de que se sentaron, como si ya la hubieran tenido lista para esa cantidad de personas. Y, ¿acaso había sido así? Los platillos consistían de un jugoso pedazo de carne guisado, acompañado de algunas verduras y puré de papa. Nada muy extravagante, pero al menos se les cumpliría a Yahiko y Sanosuke el deseo de probar algo de comida extranjera. Y por lo mismo, en cuanto les pusieron sus platos en frente ambos comenzaron a usar lo mejor que pudieron el cuchillo y tenedor para cortar la carne y tratar de metérsela a la boca lo más pronto posible.

—No está mal —murmuró Yahiko mientras masticaba un pedazo grande.

—Me gusta más la sazón del Akabeko —añadió Sanosuke, teniendo igualmente la boca llena.

—Compórtense ustedes dos —los regañó Kaoru con un susurro despacio, sintiéndose visiblemente avergonzada por el comportamiento de sus acompañantes.

Como fuera, parecía que al Sr. Elsten no le molestaba la conducta tan poco refinada de los dos, o quizás no la notaba pues estaba muy concentrado en su plática con Kenshin. El hombre holandés parecía fascinado por todo lo que Kenshin le relataba de lo que había sido su vida tras el final de guerra. Muchas de esas cosas Kaoru ya las sabía; otras... no tanto, y por eso no podía evitar querer parar oreja disimuladamente para poder escuchar un poco mejor.

—Ya veo, así que hizo el juramento de no matar nunca más —indicó Elsten—. Es una decisión realmente noble y admirable, especialmente porque encontró la forma de seguir protegiendo a las personas con su espada en esta nueva era de paz. Cuando lo conocí pensé que una vez que terminara la revolución, le darían algún puesto público de altura, ya sea en el gobierno o en ejército.

Sanosuke soltó en ese mismo momento una sonora y nada discreta risa irónica.

—Más de una vez se lo han ofrecido —declaró el peleador callejero, señalando al pelirrojo con su tenedor—. Pero Kenshin no tiene interés en alguna de esas tonterías, ¿cierto?

—No creo ser el tipo de persona que pudiera ayudar a la gente con un puesto político como ese —respondió Kenshin con una sonrisa tranquila—. No como usted, señor Elsten, que ahora es un embajador.

—Sí, supongo que desde mi posición actual tengo el poder de influir en más personas y hacer la diferencia —murmuró Elsten pensativo, entrelazando sus dedos delante de él—. Pero si le soy honesto, señor Himura, creo que una parte de mí hubiera preferido mejor seguir haciendo mi labor de médico errante. Y, ¿quién sabe?, tal vez continuar un poco más con mi búsqueda de la Santa Medicina Milagrosa.

Aquella repentina mención, hecha de una forma bastante casual además, llamó de inmediato el interés de los presentes.

—¿La santa qué? —murmuró Yahiko, aún con medio pedazo de carne en su boca.

—La Santa Medicina Milagrosa —repitió Kenshin despacio, más para él mismo en un intento de hacer memoria, que con intención de responderle su pregunta a Yahiko—. Recuerdo que me habló de ella hace tiempo. ¿Aún sigue creyendo que no es sólo un mito?

—No, para mi pesar ya hace tiempo que dejé esa historia de lado —respondió Elsten, negando lentamente con su cabeza—. Desde que me fui de Japón la primera vez, decidí concentrarme más en mi labor y menos en viejas leyendas.

—¿Qué es la Santa Medicina Milagrosa? —Inquirió Kaoru, a todas luces llena de curiosidad—. Me gustaría escuchar sobre esa leyenda de la que hablan.

Elsten rio un poco, y agitó una mano en el aire, como queriendo quitarle importancia al asunto. Aun así, no podía negarse a la petición de una dama, especial si era en busca de conocimiento.

—Es sólo uno de esos tantos cuentos viejos —explicó el embajador—, que se relatan entre los médicos de diferentes países; como la leyenda del Elixir de la Juventud o la Piedra Filosofal. Relatos y rumores sobre sustancias casi mágicas con las cualidades de curar cualquier enfermedad o herida, o incluso vencer a la muerte misma. Sin embargo, hace mucho tiempo conocí en Europa a un médico alemán de nombre Hans. Era un hombre muy inteligente y estudiado, que había investigado a fondo todos estos mitos hasta el escrito y rumor más desconocido de cada uno. Y tras tantos años de estudio, había llegado a la conclusión de que algo muy parecido a lo que esas historias narraban sí existía en realidad, justo aquí en Japón.

—¿Aquí en Japón? —Exclamó Sansouke, incrédulo—. ¿Una medicina capaz de curar cualquier herida? Ya quisiera que eso fuera cierto.

—Sí, por qué te lastimas tan seguido que ya tienes a Megumi harta de tener que curarte —comentó Yahiko burlón acompañado de una risa aguda, ganándose un pequeño golpe por parte del peleador justo en su cabeza.

—No había oído nunca de que algo así existiera aquí —añadió Kaoru, quizás igual de escéptica que sus amigos, pero aun así bastante interesada—. ¿Por qué creía eso ese doctor?

Elsten estaba terminando un último bocado de su pedazo de carne, por lo que se tomó su tiempo antes de poder responderle. Luego de pasar el bocado, tomó una servilleta blanca y se limpió con cuidado sus labios y mentón.

—Hay una historia proveniente de China —comenzó a relatar el hombre holandés—, que se remonta a los tiempos del primer emperador, Qin Shi Huang. Espero haberlo pronunciado bien —comentó con un tono divertido, y luego prosiguió con más seriedad—. Se dice que teniendo ya una edad avanzada, se obsesionó con la idea de no morir, y de buscar cualquier medio que pudiera alargar su vida, o incluso darle la inmortalidad. Y las cosas que hizo para alcanzar su deseo fueron muchas, algunas incluso más perjudiciales para su salud que benéficas. Pero en su búsqueda al parecer escuchó sobre el rumor de una sustancia milagrosa que existía únicamente en una isla lejana del este, inalcanzable para cualquiera que la buscara. Una simple leyenda para muchos, pero una oportunidad para este desesperado emperador. Así que envió una expedición comandada por un general de su confianza a encontrar esa isla, y la sustancia mágica que le daría al fin su ansiada inmortalidad. La expedición, sin embargo, nunca regresó. Y el qué pasó con ellos realmente es un misterio para la historia. Quizás su barco se hundió en el mar, o al no encontrar el dichoso elixir que el Emperador deseaba, no se atrevieron a volver con las manos vacías bajo la amenaza de ser ejecutados por su fracaso.

»Sin embargo, la profunda investigación del Dr. Hans lo llevó a concluir que la expedición en realidad sí tocó tierra, y que la isla al este que buscaban era justamente Japón. Y me dijo además que él creía que estos hombres y mujeres sí encontraron lo que buscaban, justo aquí —señaló en ese momento con su dedo hacia la mesa para enfatizar sus palabras—. Pero que al darse cuenta del tremendo poder que éste tenía, no podían permitir que cayera en las manos de una sola persona, mucho menos en las de su loco emperador. Así que en lugar de volver a China con la sustancia mágica, se quedaron aquí para esconderla y protegerla. Y aquello había sido una misión pasada de generación en generación, hasta que con el tiempo se fue olvidando junto con la ubicación final del ansiado elixir.

»El Dr. Hans la llamaba la Santa Medicina Milagrosa, y estaba convencido de que podía ser la clave para curar las enfermedades más graves de la actualidad. La última vez que lo vi en persona fue antes de que hiciera mi primer viaje a Japón, y me pidió que la buscara por él. Yo estaba maravillado con la historia, y decidí que durante mis viajes por este país intentaría recabar más información al respecto.

—¿Y la encontró? —Preguntó Kaoru apremiante, con sus ojos bien abiertos como platos como habían permaneció durante casi todo el relato—. ¿Encontró acaso esa medicina mágica?

Elsten no pudo evitar reír, inspirado por la contagiosa inocencia de la joven.

—No, me temo que no —respondió con una amplia sonrisa despreocupada—. Sí escuché muchas historias diferentes que hablaban de algo similar a lo que buscaba, pero nada concreto. Y luego las cosas se pusieron más caóticas en el país y tuve que salir. Cuando le escribí al Dr. Hans contándole todo, en su respuesta me expresó claramente su decepción. Yo no sé a estas alturas si realmente la Santa Medicina Milagrosa exista o no. Pero si en efecto es real, quizás sea mejor que se quede oculta.

—¿Por qué dice eso? —Cuestionó Yahiko, bastante confundido por su afirmación—. Una medicina que puede curar cualquier mal sería una bendición para las personas, y podría salvar muchas vidas.

—Sí, pero también podría ser un peligro en las manos equivocadas —respondió Kenshin de pronto, tomando por sorpresa al muchacho, aunque también a sus demás acompañantes.

—Justo como bien llegaron a pensar los expedicioncitas chinos —añadió Elsten con algo de pesadez—. ¿Se imaginan a una sola persona teniendo el poder de decidir quien vive y quien muere? ¿A quién curar y a quien no? ¿La gente de poder y dinero que daría todo con tal de curarse a sí mismos o a un ser querido? Al igual que una espada, hay otras cosas en este mundo que pueden generar mucho bien, pero también mucho daño.

Kaoru y los otros guardaron silencio, quedando prácticamente desarmados para poder argumentar algo contra eso. Ciertamente el escenario que describía resultaba un poco preocupante de imaginar. Una persona malvada con poder sobre los oprimidos y pobres siempre era una horrible combinación. Aun así, la posibilidad de poder curar cualquier enfermedad o herida sonaba simplemente fantástico. De tener algo así en su poder, no tendrían que preocuparse de nuevo por casi morir como había ocurrido hace meses en Kyoto...

Alguien llamó a la puerta del comedor de pronto, rompiendo el reflexivo silencio en el que se habían sumido.

Adelante —pronunció Elsten con fuerza, y una de las sirvientas de la casa pasó a abrir la puerta, más que nada para dejarle el camino libre a otra persona.

Embajador Elsten, disculpe la intromisión —pronunció el hombre recién llegado en lengua extranjera, mientras caminaba a la mesa. Era un hombre alto y delgado, de cabello oscuro muy corto, rostro afilado con ojos pequeños y nariz puntiaguda. No era precisamente muy agraciado, aunque se movía con bastante suficiencia a cada paso. Bajo su brazo cargaba una carpeta con papeles.

Ah, Santoy; pasa, adelante —pronunció Elsten en idioma neerlandés, haciendo un ademán con la mano para que se aproximara—. ¿Nos acompañas a merendar?

No quiero ser inoportuno, pues veo que tiene... invitados —respondió aquel hombre, recorriendo en ese mismo momento su vista por la mesa, contemplando a las personas sentadas en ella. Cuando sus ojos se posaron en Kenshin, el espadachín pelirrojo en particular lo miró de reojo con ligero recelo—. Sólo hay unos papeles que requieren de su firma.

El recién llegado le extendió entonces la carpeta que cargaba al embajador. Elsten la tomó, se colocó sus anteojos que tenía consigo colgando de su bolsillo, y la abrió para echarle un vistazo. Pero antes de meterse de lleno en ello, volvió unos momentos a hablar en japonés y se fijó justo en su viejo amigo de Chosu.

—Señor Himura, déjeme presentarle a Wensley Santoy, mi mano derecha en el consulado Holandés. Es un verdadero experto para la administración y el papeleo.

—Quiero pensar que mi trabajo es un poco más que eso —comentó Santoy con un poco de ironía, sorprendentemente hablando también en un japonés bastante fluido.

—Claro, por supuesto —respondió Elsten, divertido—. Él es el señor Kenshin Himura, un viejo amigo que conocí en mi estadía en Japón hace doce años, y estos son sus amigos: la señorita Kaoru, el señor Sanosuke y el joven Yahiko.

—Encantado, señor Himura —comentó Santoy, extendiendo entonces su mano derecha hacia Kenshin, ofreciéndosela a modo de saludo como a los occidentales al parecer les gustaba hacer, incluso con aquellos que no conocían.

Kenshin contempló unos segundos la mano que aquel hombre con seriedad, pero al final extendió también la suya para darle un sutil apretón

—Mucho gusto, señor Santoy —murmuró el espadachín, intentando no ser grosero, mas tampoco esforzándose mucho por ser amable. Y, al parecer, Santoy se percató fácil de esto.

—Usted también habla muy bien el japonés —indicó Kaoru en ese momento, maravillada y al parecer ignorante del tenso momento que se había suscitado justo a su lado.

—Gracias, señorita —pronunció Santoy, inclinándose un poco hacia ella con respeto—. Es parte de mi trabajo el saber hablar muchos idiomas diferentes. La comunicación verbal es crucial para la diplomacia, después de todo.

Kaoru sólo asintió como respuesta a su comentario. Era cierto, quizás en el pasado no importaba demasiado hablar cualquier otro idioma que no fuera el japonés, pero era evidente que en esa nueva era quizás en algún momento sería indispensable. ¿Aún estaría a tiempo de aprender alguno por su cuenta?, ¿o quizás ya era demasiado vieja para eso?

Aquí tienes, Santoy —pronunció Elsten en neerlandés, pasándole de nuevo la carpeta con los papeles firmados al hombre de pie a su lado. Luego cambió de nuevo a japonés—. ¿Seguro que no quieres comer algo?

—Estoy bien, señor, no se preocupe —respondió Santoy con gentileza, y una vez que tuvo de nuevo los papeles bajo su brazo, se dirigió a la salida—. Con su permiso, disfruten de su tarde.

—Tú te lo pierdes —comentó Elsten con algo de humor, y se viró de momento de regreso a sus invitados en la mesa—. Con tanta plática del pasado y viejas leyendas, se me ha pasado preguntarles qué los trae a Nagasaki. ¿Vienen por algún asunto en especial?

Aquella pregunta puso un poco en alerta a Kenshin. Al instante siguiente miró de reojo en dirección a la puerta del comedor. Santoy aún seguía ahí, y pudo notar de inmediato que antes de salir se había detenido unos instantes a verlos sobre su hombro... como si aguardara escuchar su respuesta.

El primero que se dispuso a responderle a su anfitrión fue Yahiko, que en cuanto pasó un bocado de comida por su garganta pronunció con fuerza para explicar su misión:

—Estamos aquí para...

—Se trata sólo de un viaje de diversión —le interrumpió Kenshin abruptamente con una amplia sonrisa amistosa, cortando de golpe cualquier otra cosa que el muchacho quisiera decir—. Hace un par de meses tuvimos una situación complicada —prosiguió el espadachín—, y quisimos hacer un viaje todos juntos para distraernos un poco. Como unas pequeñas vacaciones, se podría decir.

Aquello dejó realmente desconcertados a sus tres acompañantes, pero ninguno dio un paso adelante para desmentirlo o para cuestionarle porque estaba diciendo eso. Sólo les quedaba suponer que era por algún buen motivo. Como fuera, Elsten no notó en lo absoluto la confusión en los rostros de los otros tres.

—Oh, eso suena grandioso —comentó animado el embajador—. Si necesitan cualquier cosa mientras estén por aquí, no duden en buscarme. Será un placer para mí ayudar al señor Himura y a sus amigos en los que sea.

—Agradezco su ofrecimiento, Dr. Elsten —pronunció Kenshin, inclinando un poco su cabeza—. Pero procuraremos no molestarlo si no es necesario. De todas formas es probable que mañana partamos para Shimabara...

—Bueno... —se escuchó de pronto la voz de Kaoru pronunciando despacio, e incluso luego la joven alzó su mano sobre su cabeza para hacerse notar. Su rostro se encontraba muy ruborizado, y se notaba algo cohibida, pero aun así se armó de valor para decir lo que quería—. Abusando un poco de su gentileza... si quizás pudiera prestarnos sólo un poco de dinero para los pasajes a Shimabara, yo en lo personal se lo agradecería mucho.

Aquella repentina petición tomó por sorpresa a sus tres amigos.

—Kaoru, ¡pero qué desvergonzada! —pronunció Yahiko con tono de regaño.

—Sí, si vas a mendigar dinero al menos pídelo para que podamos comer un banquete como se debe —pronunció Sanosuke, más indiferente que molesto.

El rostro de Kaoru se puso totalmente rojo, invadida por el coraje y la vergüenza.

—¡Para ustedes es muy fácil juzgarme! —Les gritó molesta, quizás alzando un poco de más la voz—. Pero ya le debo dinero al Dr. Gensai y a Okina por todo este viaje, ¡y no saben lo estresante que es tener deudas con los amigos! Y les recuerdo que ustedes dos no han puesto ni un penique, ¡así que cállense!

Aquella última acusación les cayó como piedra tanto a Sanosuke como a Yahiko, por lo que cada uno desvió su mirada hacia otro lado disimuladamente. E indirectamente Kenshin sintió que eso también le incumbía a él. Y quizás más, debido a que todo este viaje era por su causa, y aun así había tenido que hacer que Kaoru cargara con toda esa responsabilidad económica. No era justo, en efecto.

—Tranquilos —pronunció Elsten de pronto, riendo un poco al parecer divertido por sus reacciones—. Con gusto los apoyaré en lo que pueda. La deuda que tengo con el señor Himura es invaluable, y sus amigos son también los míos.

—Muchas gracias, Dr. Elsten —agradeció Kenshin, inclinando su cabeza hacia él con respeto.

— — — —

Una vez que terminaron de comer, el embajador Elsten los invitó a tomar el té y comer algunos panecillos duces europeos. Y aunque Yahiko estaba más que encantando por aceptar, tuvieron que declinar la invitación pues ya casi era la hora de encontrarse con Aoshi y Misao como habían acordado, y ni siquiera habían todavía encontrado una posada en dónde quedarse. Así que era tiempo de volver a la ciudad. Elsten les ofreció su carruaje para llevarlos de regreso, y debido a la distancia el grupo aceptó.

Una vez de camino y con la discreción que les daba el interior del carruaje, aunada a que el chofer que los llevaba era el mismo hombre extranjero que los trajo y que al parecer no entendía su idioma, Kaoru aprovechó para preguntar la duda que le invadía, al igual que a Sanosuke y a Yahiko.

—Kenshin, ¿por qué no quisiste decirle al señor Elsten el verdadero motivo por el que estamos aquí? —susurró despacio la maestra de kendo. Estaba sentada justo al lado del espadachín.

—Sí, yo creí que ese extranjero era tu amigo —comentó Yahiko—. ¿Acaso no es de confianza después de todo? Incluso nos dio el dinero que Kaoru tan groseramente le pidió sin objetar.

El último comentario definitivamente hizo enojar a Kaoru, pero se contuvo las ganas de volver a darle otro zape, más que nada por el riesgo de que el coche se agitara de más por el movimiento.

—Al contrario, el Dr. Elsten es un hombre muy confiable y recto —respondió Kenshin con serenidad—. No era mi deseo mentirle, pero de momento es primordial que las autoridades no se enteren de lo que ocurre en Shimabara. Después de lo que pasó en Kyoto, es evidente que la primera medida que tomaría el gobierno local sería erradicar a Shougo Amakusa y a todo sus seguidores de la forma más rápida y discreta posible. Nuestra misión aquí es la de prevenir derramamiento de sangre innecesario y hacer que esto termine de la manera más tranquila posible. Y aunque el Dr. Elsten es un amigo en el que confío, él en estos momentos se encuentra aquí en el papel de embajador de una nación extranjera, y hay obligaciones que debe cumplir como tal. Lo que menos quisiera es ponerlo en la incómoda situación de saber que hay una posible insurrección fraguándose, y tener que pedirle además que oculte dicha información al gobierno. Si se descubriera que él lo sabía con anticipación y no advirtió al respecto, eso podría causar un problema más grave; en especial por qué, según las notas de la investigación del señor Nishida, hay rumores de que hay una nación extranjera apoyando el movimiento de Amakusa, y dicha nación podría ser precisamente la del Dr. Elsten.

Kaoru, Yahiko y Sanosuke se maravillaron un poco al escucharlo y darse cuenta del nivel de detalle con el que su amigo había analizado toda la situación y decidido el mejor camino a seguir. Pero claro, no era de extrañarse viniendo de él; siempre había tenido esa sorprendente cualidad.

Aunque claro, además de todo lo que había dicho, Kenshin también tenía otra motivación: la mala impresión que le había dado aquel hombre, el tal Santoy. No sabía por qué, pero había tenido el presentimiento de que no sería nada favorable para ellos que ese sujeto supiera el motivo de su presencia en Shimabara. Sin embargo, de eso no tenía más pruebas que sólo un mal presentimiento, así que de momento prefería no expresar sus dudas tan abiertamente.

—Pero Kenshin —comentó Kaoru de pronto llamando su atención—, si fuera cierto lo que el señor Nishida comentó, ¿eso no significaría que en realidad el señor Elsten podría estar coludido con Amakusa?

—No, no lo creo posible —respondió Kenshin con bastante seguridad—. E igual tampoco consideró del todo que dichos rumores sean ciertos. Pero aun así, cuando el gobierno se enteré de ellos, no vacilará en tomar acciones. Si eso ocurre, lo mejor que puedo hacer es mantener al Sr. Elsten lo más alejado posible. Aunque si las cosas se salen de control, su apoyo podría sernos de gran ayuda. Además de un doctor y un embajador, es también un devoto cristiano. Si se entera de lo que está pasando en Shimabara, no podrá evitar querer involucrarse.

—Kenshin —murmuró Sanosuke con tono pesado, mirando con inusual seriedad a su amigo—. ¿Y en serio crees que sea posible terminar este asunto de forma pacífica?

El pelirrojo agachó un poco su mirada, pensativo.

—No lo sé —susurró despacio, más como si fuera una reflexión para sí misma—. Pero debemos intentarlo.

El carruaje siguió su camino hacia la plaza en donde se reunirían con sus dos amigos, y tendrían que decidir qué hacer a continuación.

FIN DEL CAPITULO 30

Shougo Amakusa se dirigen de regreso a Shimabara sin saber que el hombre que ha estado buscando ya está más cerca de lo que cree, o que Misanagi y el Grupo Ninja Sanada han decidido ir por él también.

Capítulo 31. El Regreso del Salvador

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