Capitulo 08. Cenar Conmigo
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Capitulo 8
Cenar Conmigo
Shanghái, China
17 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Algunos lo llamaban el Barrio Cristiano. Era un extraño nombre, considerando que no era propiamente un barrio de cristianos, sino más bien un barrio de refugiados e inmigrantes, pero ciertamente varios de ellos, sino era que la mayoría, eran cristianos, provenientes de varios países de Asia, que arribaron a Shanghái escapando de un gobierno o una sociedad que los perseguía por sus creencias. Ese era un sitio seguro para ellos, pues era un puerto controlado por los occidentales, donde estos eran los que de alguna manera mandaban, y por lo mismo no iban a permitir la masacre de sus hermanos de creencia.
Claro, eran hermanos de creencia hasta cierto punto o hasta donde les convenía, porque una cosa era que creyeran en el mismo Dios, y otra que fueran "iguales". Las personas que vivían en este sitio eran prácticamente marginados, proscritos. Era un barrio pobre, de chozas de madera humildes, sólo algunos edificios algo viejos, y unos cuantos comercios pequeños. Y en el centro de ese sitio, se encontraba una pequeña capilla. La llamaban capilla, pero más que nada era un viejo edificio de piedra, sin techo ni puerta, con unas bancas de madera, un altar improvisado y una cruz metálica algo oxidada que de seguro habían rescatado de algún barco hundido, o algo similar. No era mucho, pero no importaba; los creyentes necesitaban menos que eso para reunirse y rezar desde sus corazones. Y así lo hacían, cada Día del Señor, y cada que lo necesitaran, o simplemente cada vez lo sintieran imperioso, ahí estaban, sentados en alguna de la bancas, o de rodillas en el suelo entierrado, rezando y orando, como lo estaba casi toda la comunidad en esa ocasión especial.
Magdalia y Shougo habían ido a Shanghái con un sólo propósito: llevar su mensaje a los cristianos de ese lugar, no sólo a los que eran japoneses, sino a todos ellos. Y ahí estaban, con su gente, con su pueblo, reunidos en su modesta pero confortable capilla, orando todos juntos en un sólo canto. Magdalia se ofreció a auspiciar la oración, y ahí se encontraba de rodillas frente a todas las personas, con un vestido hermoso de color rosado que no le importaba ensuciar al arrodillarse con tal de ofrecer su corazón a la oración que recitaban. Para una comunidad marginada como la de ellos, recibir la visita de personas no sólo tan hermosas, sino además de tan buen corazón, era casi como toda una bendición.
Magdalia, de rodillas, con sus ojos cerrados y sus manos juntas frente a ella, pronunciaba en voz alta para todos, una oración que todos los presentes ya habían escuchado, pero que muchos nunca en el idioma que lo recitaba. Era la quinta y última repetición, y cada palabra pronunciada por ella parecía llegar totalmente a los corazones de sus oyentes. Era algo casi... mágico.
- Pater Noster qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum. – Pronunciaba con fuerza de manera fluida. – Adveniat Regnum Tuum, fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra, sicut et nos dimittímus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in tentationem, sed libera nos a malo.
Una vez que ella terminaba, los asistentes repetían la misma oración, pero ellos lo hacían en el idioma que conocieran. Se podía oír en ese lugar desde japonés, y chino, hasta incluso inglés.
- Padre nuestro que estás en los cielos, santifíquese tu nombre. Venga a nosotros tu reino, que se haga tu voluntad como en el cielo también sobre la tierra. Danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a nuestros ofensores. No nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal.
- Quia tuum est regnum, et potéstas, et glória in sécula. – Pronunció con ímpetu la ojos verdes, mientras se ponía lentamente de pie. – Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la Gloria Eternamente.
- Amén. – Pronunciaron todos en unisón, todos compartiendo la misma palabra en el mismo idioma.
Magdalia se giró con cuidado hacia la cruz detrás de ella, la enorme cruz metálica y oxidada, y se persignó con su mano derecha, dirigiendo su mano a su frente, luego a su vientre, a su hombro izquierdo, y por último al derecho. Por extraño que pareciera, ese acto no le era del todo natural, pues desde niña le enseñaron a persignarse de otra forma. ¿Los motivos? Ocultarse, al igual que el signo que escudaba su medallón. Pese a todo, estar en un sitio donde podías tener a la vista la forma de la cruz y persignarte como era debido, eso era una gran tranquilidad para el alma.
Shougo también estaba ahí. De hecho, había estado de rodillas con el resto de las personas, como un miembro más de la comunidad. Desde que se bajo del carruaje que los llevó a ese lugar, su notorio carisma pareció surtir efecto en la mayoría de las personas. Todos lo volteaban a ver, lo escuchaban, y lo seguían con expectación. ¿Qué era ese efecto que Shougo Amakusa tenía en las personas? ¿Realmente tenía algo especial en él?
Además de todo, también habían llevado algunas cosas para las personas de la comunidad. Ya habían escuchado de las situaciones tan precarias en las vivían, por lo que decidieron llevarles algo de comida, ropas, tendidos y agua. La comida y el agua ya habían sido acomodadas por Shouzo en canastas sobre una mesa a su lado.
- Ésta comida es para ustedes, hermanos míos. – Comentó la castaña, dirigiendo la atención de todos hacia la mesa. – Recíbanlo como una muestra de nuestro amor hacia ustedes.
Los niños, los más inocentes y confiados, fueron los primeros en acercarse rápidamente a las mesas, aunque luego fueron seguidos por sus padres. Algunas mujeres se ofrecieron a ayudar, y entre ellas, Magdalia y Shouzo, comenzaron a repartir la comida por igual a cada persona. Mientras comían, Shougo caminaba entre las personas, mirándolas, preguntándoles cómo estaban, colocando una mano sobre sus hombros, o sobre las cabezas de los niños, sonriéndoles. Sí, aunque fuera difícil de creer, Shougo sonreía, con una notoria gentileza y amabilidad. La capilla estaba llena de gozo, alegría, felicidad. Se veía lo unido y humilde que era ese barrio, su gente. Era como ver a una enorme familia conviviendo y comiendo juntos; esa era una imagen que Shougo siempre quería ver: hermanos cristianos conviviendo en paz, sin miedo. Prefería pasar mil días en ese sitio con esas personas, que una hora en alguna mansión rica y lujosa como en la que había estado la otra noche. Esa era su gente, no los criminales y cerdos que se posaban en lo alto.
- Sé que piensan que ahora están seguros aquí, pudiendo rezar en paz en esta capilla, sin ocultar quienes son, sin ser perseguidos por su religión. – Comenzó a decir con algo de fuerza, caminando entre la multitud, mirando a cada uno, hasta colocarse de pie en el altar improvisado; los ojos de todos los presentes se posaron en él.
Shougo Hablaba con un tono profundo pero suave, muy claro y de cierta forma "hermoso". Hablaba ahí, posiblemente frente a más de cincuenta personas, y sin embargo cada uno de ellos sentía que sus palabras iban dirigidas únicamente a él, casi igual a que le estuviera hablando mirándolo fijamente a los ojos. Era realmente una persona que impresionaba a todos, como un príncipe entre plebeyos.
- El pueblo cristiano del Japón y el Continente, hemos sufrido muchos daños. Pero aunque los que no nos comprenden hayan querido quebrantar nuestro espíritu, no nos dejamos vencer. – Alzó en ese momento sus brazos hacia la multitud. – Y la prueba está aquí, que pese a todo lo que hemos pasado, estamos aquí y ahora, reunidos, rezando la oración que nuestro señor Jesucristo nos enseñó, agradeciendo todas sus bendiciones, sin el menor miedo ni vergüenza. No dejamos que estas personas destruyeran nuestra fe. Sin embargo, éstas no son nuestras tierras, éste no es nuestro verdadero hogar.
Las personas escuchaban atentamente cada una de sus palabras, pero no podían evitar comenzar a susurrarse entre ellas con un poco de confusión ante lo que decía. Lo niños que habían nacido en ese lugar tal vez no lo entendían, pero los adultos sí. Cómo muchos de ellos huyeron de sus diferentes países, dejando atrás casa, amigos, incluso familia, todo para salvar sus vidas, sólo por profesar una fe que la gente consideraba una perversión de los occidentales. Muchas veces pensaron que sería más fácil simplemente dejar de ser cristiano, simplemente olvidarse de eso, dejar de profesar una religión que tantos problemas les causaba. Pero no era tan fácil como eso. Uno no decidía simplemente ser cristiano o no ser; era algo arraigado en sus almas que era imposible olvidar, y eso los había movido a nunca quebrantarse, y siempre mantenerse firme en sus creencias, incluso hasta ese día.
Shougo bajó del altar, y entonces comenzó a caminar entre las personas de nuevo.
- Como el Pueblo de Israel al salir de Egipto, nosotros también hemos vagado por el desierto, sufriendo en busca de un hogar, en busca de un lugar para nuestro pueblo. Esperábamos que Dios algún día nos lo diera, pero la verdad es que Dios nos dio algo más valioso e importante. – Pausó unos momentos, y se paró justo en el centro de la multitud, girando lentamente, mirando a cada uno de sus oyentes. – La determinación, la fuerza, y el poder para nosotros mismos construirlo, un sitio seguro para nosotros, un sitio donde cualquier Cristiano de oriente será bienvenido, un hogar, un verdadero hogar.
Una Tierra Prometida, tal y cómo la historia de la biblia a la que acababa de hacer referencia. Un hogar, un sitio donde todos ellos pudieran ser felices, libres, un lugar seguro y cálido; eso era lo que estaba hablando. Shougo no hacía más que dar una explicación más amplia de lo que había dicho al expresar sus intenciones en ese lugar. Muchos de ellos ya habían escuchado acerca de Shougo Amakusa, en rumores que llegaban al puerto, provenientes sobre todo del sur de Japón y de Hong Kong. Un hombre, con un gran poder, el Poder de Dios en su espada, el sucesor del camino de Shiro Amakusa, el gran líder Cristiano de Shimabara. Y muchos también habían oído lo que pensaba hacer, pero muy pocos lo comprendían. Uno de ellos era un hombre, japonés, de aproximadamente sesenta años, un hombre al que todos llaman Chi, y al que respetaban casi como el líder de la comunidad.
En cuanto Shougo terminó su discurso y el silencio llenó la capilla, Chi dio un paso al frente. Era un hombre un poco bajo y robusto, calvo, de una larga barba blanca, piel ligeramente morena y ojos pequeños.
- ¿Usted lo construirá, Amakusa-sama? – Murmuró con un tono grave y directo. Shougo se giró de inmediato hacia él, al igual que el resto. Chi escondió sus manos en el interior de sus mangas y caminó hacia él, mirándolo con dureza. – Yo sé muy bien quién es usted, Amakusa-sama; llegué a conocer a su familia.
Shougo, y también Magdalia que escuchaba a lo lejos, se sorprendieron al escucharlo. ¿Había conocido a su familia? ¿A sus padres tal vez? ¿Era acaso de Shimabara? Magdalia pareció emocionarse un poco por la noticia, pero Shougo no, pues la mirada en ese hombre no le inspiraba mucha confianza; de seguro no estaba por decir algo a su favor.
- La situación de los cristianos en estas tierras siempre ha sido muy difícil. – Continuó diciendo el anciano. – Los extranjeros nos cuidan, sí, pero no a todos les importamos, ni siquiera por ser hermanos cristianos. Y más desde la Rebelión Taiping, todos nos ven con malos ojos. Piensan que en cualquier momento empezaremos otra guerra como esa.
- Con más motivos no tienen por qué quedarse en un sitio como éste. – Contestó Shougo a su vez. – Nosotros les ofrecemos un verdadero hogar, uno donde puedan vivir decentemente, no como marginados, no en estas condiciones.
- Los jóvenes de ahora no escuchan. – Comentó Chi, negando con su cabeza. – Le acabo de decir que las personas nos ven con malos ojos pues piensan que en cualquier momento nos levantaremos como pasó hace veinte años. ¿Qué le hace pensar que querríamos hacer justamente eso?
Shougo se sobresaltó un poco al escucharlo, mientras algunas personas comenzaban a hablar entre ellas en voz baja; parecía que las palabras de Chi habían causado algo de conmoción entre la multitud. El hombre de barba continuó hablando, y las personas callaron entonces para escuchar.
- Porque no importa con qué palabras bonitas lo diga, Amakusa-sama. Usted nos propone una rebelión contra el gobierno Meiji, ¿o me equivocó? – De nuevo la gente pareció sobresaltarse. – La única forma de obtener esa Tierra Prometida que nos ofrece, es arrebatándosela al nuevo gobierno. Mire a su alrededor, por favor. ¿Ve algún guerrero o soldado aquí? En ese sitio sólo vivimos hombres trabajadores, mujeres, niño y ancianos. Personas que sólo buscamos paz, y aunque no lo crea, la hemos encontrado aquí, en este barrio, en esta capilla vieja y maltratada. Pero para nosotros, éstas es nuestra tierra prometida.
De nuevo, toda la capilla se sumió en un completo silencio. Shougo viró su atención hacia un lado y hacia el otro; las miradas expectantes de la gente le decían a gritos que no sabían en cuál de los dos creer. Sin lugar a duda esta gente respetaba mucho a ese hombre, y a la vez tampoco pensaban que Shougo Amakusa les estuviera mintiendo, pero no podían decidir a cual escuchar. La mayoría de esas personas estaban acostumbradas a simplemente hacer o creer lo que le dijeran, ya fuera Chi o él. Pero cuando recibían dos afirmaciones contrarias entre sí, no lograban tomar una decisión. Tomar decisiones, una cualidad tan sencilla del ser humano, y que no cualquiera sabía hacer.
- Éste no es nuestro hogar, no es nuestra Tierra Prometida. – Replicó el castaño, volteándose hacia la multitud. – Yo también huí de mi hogar, huí de mi querida Shimabara por el mismo miedo que ustedes cuando aún era muy pequeño. Pero ya no más; ya no tengo miedo. Me he preparado toda mi vida para este momento, el momento de regresarle a mi gente lo que le pertenece. Les estoy dando la oportunidad de volver a casa, volver a donde nunca debimos de haber salido, o más bien de donde nunca nos debieron de haber sacado. Una tierra de paz, de abundancia, de amor y de prosperidad para todos. Una tierra que nos pertenecerá, y donde nadie nos volverá a perseguir, en especial todos aquellos que nos han lastimado por tanto tiempo.
Un ligero coraje surgió en las palabras de Shougo, en especial en las últimas frases. ¿Eran a causa de Chi? No, no era eso. Era algo que surgía directamente de lo que decía, de los sentimientos que surgían en su pecho al pronunciar esas palabras. Para Chi, fue muy claro, e incluso para otros más también.
- Hijo. – Pronunció el hombre de barba, acercándosele y colocando una mano sobre su hombro. – ¿Lo que propones no suena más a una venganza?
Los ojos de Shougo se abrieron por completo, y su rostro casi palideció al escucharlo decir "Venganza"; esa palabra rebotaba en su cabeza una y otra vez, al igual que las palabras que había oído aquella noche, en aquella habitación circular, frente a esas desagradables personas, surgidas de los labios de aquel individuo...
Venganza, es lo que todos creían que era el motor de su causa, la venganza contra aquellos que lo lastimaron, contra aquellos que lo hicieron huir, contra aquellos que no lo habían dejado tener una vida normal por más de diez años. Venganza, ¿era esa realmente su verdadera motivación?, eso sólo Dios lo sabía. No contestó nada, pero en sus ojos se reflejó un marcado enojo, mismo que asustó un poco a Chi, y algunas de las personas que llegaron a notarlo.
Sin más, se dio la media vuelta y se dirigió sin espera a la salida de la capilla, alejándose con pasos fuertes y rápidos.
- ¡Hermano! – Exclamó con fuerza Magdalia, apresurándose hacia él, intentando detenerlo pero fue inútil; el Hijo de Dios dejó el sitio sin siquiera voltear a verla.
La ojos verdes se quedó de pie en el mismo sitio en donde su hermano segundos antes había estado parado, antes de realizar esa salida tan abrupta... No se tenía que ser un genio para adivinar que las palabras de aquel hombre lo habían molestado, pero no tenía porque reaccionar de esa forma. Rápidamente se giró hacia Chi, mirándolo con seguridad y convicción en su rostro.
- Las intensiones de mi hermano son sinceras. – Comenzó a decirle, y a todos los presentes por igual. – Él lo único que busca es lo mejor para los cristianos de Japón y el Continente. Él sólo desea usar esa gran fuerza que tiene para darnos a todos lo que hemos perdido: la esperanza...
De nuevo la gente parecía desconcertada; no sabían en quien creerle o a quien escuchar; simplemente parecían un rebaño perdido. Algunos pensaban que la propuesta de Shougo era muy buena, pero otros concordaban con lo que decía Chi, y otros tantos no se decidían por ninguna de las dos opciones.
- Tal vez sea cierto. – Contestó Chi, cerrando sus ojos. – Pero sus medios no son los correctos, hija. He vivido lo suficiente, y sé bien cuando alguien tiene su corazón contaminado por el deseo de venganza, y eso siempre lleva a la destrucción. Tu hermano y tú siempre serán bienvenidos aquí, y siempre les agradeceremos lo que han hecho por nosotros. Pero no esperen reclutar soldados en este lugar.
Magdalia pareció entristecerse un poco al escucharlo, y al ver que el resto parecía apoyarlo. La cristiana bajó su mirada con algo de pesar, y al igual que su hermano tenía que aceptar y retirarse derrotada. Era una forma de decirlo, pues fuera como fuera, su primera expedición al barrio cristiano de Shanghái, había sido un fracaso. Shouzo la siguió desde atrás, y entonces ambos se dirigieron al carruaje dónde muy seguramente Shougo ya los esperaba.
El camino de regreso a la posada fue demasiado silencioso. Shougo y Magdalia viajaban en el interior del coche, mientras Shouzo tenía las riendas desde afuera. Shougo no había pronunciado palabra alguna desde que salieron del barrio cristiano. Sólo se limitaba a mirar por la ventana con expresión perdida, teniendo a su preocupada hermana a su derecha, y sin siquiera dirigirle la palabra. Magdalia no sabía qué decirle para hacerlo sentir mejor, o reconfortarlo, o apoyarlo, y el silencio era realmente incómodo.
Cuando iban a medio camino, la ojos verdes sacó valor, y se le acercó con cuidado, colocando una mano con delicadeza sobre la de él, mirándolo fijamente con gentileza, mas éste no la volteó a ver.
- Hermano, no te desanimes. – Le dijo con una ligera sonrisa. – Sabíamos que no tendríamos tan buenos resultados al primer intento. Estas personas han sufrido mucho. Además, creen que los queremos hacer nuestros soldados...
- ¿Y no es así? – Interrumpió abruptamente sin desviar su mirada de la ventana. Magdalia parpadeó confundida.
- No, no es así. Nosotros estamos aquí para decirles que no están solos, que no deben de conformarse con la vida que tienen aquí, que los espera algo mejor. Que una tierra libre para ellos es posible...
Shougo no respondió nada más después de eso, y ella tampoco volvió a insistir; su hermano se encontraba realmente afectado, y no era el mejor conversador en esos momentos. Ya lo había visto en otras ocasiones en ese estado, pero aún así no podía evitar preocuparse por él.
Cuando llegaron a la posada, Shougo se bajó de golpe sin esperar siquiera que Shouzo abriera la puerta, y se dirigió de inmediato al interior del edificio. De seguro se encerraría toda la tarde en su cuarto. En parte a Sayo le parecía una actitud un poco infantil, pero no podía hacer nada para remediarlo; ya se le pasaría.
Shougo pasó por delante, seguido por detrás por su hermana menor y su guardaespaldas. Inmediatamente después de la puerta principal, se encontraba el pequeño restaurante de la posada, donde había varias mesas y sillas, aunque en esos momentos se encontraba vacío, a excepción del posadero que estaba limpiando la barra. Sin embargo, en cuanto los vio entrar, alzó su mirada hacia ellos.
- Ah, señorita Magdalia. – Escuchó la ojos verdes como el posadero le hablaba en cuanto entraron, lo cual la sorprendió mucho, ya que no recordaba haberle dado su nombre a aquella persona. – Es usted Magdalia, ¿cierto?
Magdalia, al igual que sus acompañantes, se detuvieron a medio camino a las escaleras y voltearon a ver al hombre; Shougo y Shouzo también parecieron extrañarse de que la llamara por ese nombre.
- Sí, soy yo. – Contestó la ojos verdes y entonces dio unos pasos hacia él.
- Acaba de llegar esto para usted. – Le indicó mientras se acercaba hacia la barra.
Los tres cristianos dirigieron sus vistas hacia ese sitio, en donde un objeto llamó de inmediato su atención: un enorme arreglo de claveles blancos y rosas. Viéndolo de reojo lo habían hecho pasar por un simple adorno, pero ahora que lo veían fijamente, se daban cuenta de que era un arreglo de regalo, del tipo que los occidentales acostumbraban enviar a alguien que cumpliera años, a una dama que les gustaba, o como un pésame a un funeral...
El posadero había dicho "acaba de llegar esto par usted". ¿Se refería a ese arreglo? ¿Para ella? La castaña parpadeó confundida, y entonces se dirigió con algo de duda a la barra, mirando de arriba abajo el extraño detalle; era muy hermoso, ¿pero quién podría habérselo enviado? Y especialmente a su nombre. Aunque Magdalia no lo sabía, o en parte fingía no saberlo, Shougo sabía muy bien de quién era.
Antes de que su hermana pudiera tomar la nota que acompañaba al arreglo, Shougo prácticamente se la arrebató, tomándola y leyéndola rápidamente con notoria molestia. Sin siquiera dar una explicación, una vez leída la apretó en su puño, haciéndolo bola y entonces la tiró al suelo como si fuera basura.
- Tirelas a la basura. – Ordenó con fuerza mientras se daba media vuelta y comenzó a caminar hacia las escaleras. El posadero se quedó confundido por esta instrucción.
- ¿Qué?
- ¡Ya me escuchó! – Exclamó con fuerza, y entonces subió escalón por escalón, yéndose directo a su cuarto.
Magdalia y Shouzo permanecieron en absoluto silencio mientras lo miraban irse. Era obvio para todos los presentes que Shoguo Amakusa se encontraba de mal humor, y por lo tanto era mejor ni siquiera cruzarse delante de él. ¿Estaba así por lo ocurrido en la capilla? ¿O era el contenido de esa tarjeta lo que había provocado que todo ese estrés acumulado saliera de golpe con ese arranque?
Un largo suspiro surgió de sus labios y entonces se giró hacia el posadero, haciendo una ligera reverencia al frente con respeto.
- Discúlpelo, tuvo un mal día. – Se disculpó con cortesía por la actitud de su hermano.
El posadero asintió aceptando su disculpa y entonces se dispuso a cumplir la orden que le habían gritado. Estaba por tomar el arreglo y llevarlo al callejón de atrás, cuando Magdalia lo detuvo.
- Espere un momento, por favor. – Le pidió la mujer, acercándosele.
La joven admiró los claveles una vez más, su forma, su color, y llegó a percibir su olor. Eran flores muy hermosas. Volteó a ver la tarjeta hecha bola en el suelo, y entonces la recogió para ver de qué se trataba. La abrió estando aún de cuclillas, y la leyó con cuidado. Una parte de ella sabía de quién era, pero por alguna razón intentaba hacerse la tonta. La tarjeta decía en japonés simplemente: "Para Magdalia Amakusa. Gracias por nuestro corto baile.", y era firmada por "Yukishiro Enishi".
- Yukishiro Enishi. – Pronunció en voz baja, releyendo el nombre en la tarjeta.
El nombre le era totalmente familiar; lo recordaba claramente porque le había parecido curioso, y le confirmó que era realmente de su mismo país natal. Además, el apellido Yukishiro le había parecido "lindo", aunque intentaba no pensar en eso. Esas flores eran de parte del mismo chico de la fiesta, ese mafioso que prácticamente la arrastró a la pista de baile. ¿Qué quería lograr al hacer algo así? ¿Cómo supo su nombre o más bien su nombre de cristiana?
- ¿Santa Magdalia? – Escuchó como Shouzo pronunciaba, acercándose a su costado derecho; pareció confundido pues se había quedado viendo la tarjeta en silencio por casi un minuto.
Casi como si le hubiera estado leyendo la mente, Shouzo acababa de contestarle su pregunta; de seguro había escuchado a Shozuo llamándola "Santa Magdalia". Ahora la última duda era, ¿para qué le había enviado esas flores? La conclusión lógica sería que estaba interesado en ella, aunque la segunda conclusión lógica a la que cualquier llegaría sabiendo de quién provenían, era que el "estar interesado en ella" era sinónimo "sólo querer acostarse con ella", lo cual no era muy descabellado. Pero ella no era cualquiera, y no pensaba que se tratara de una u otra. Había algo más detrás de eso. ¿Pero qué? La referencia al baile parecía casi una provocación, para su hermano, para ella, o para ambos. ¿Eso era lo que quería? ¿Molestar?
- "Como un niño travieso." – Pensó con seriedad la cristiana.
- Señorita, ¿qué hago con las flores? – Escuchó entonces como el posadero le preguntaba, esperando algún tipo de instrucción.
Magdalia se incorporó de nuevo y miró fijamente la tarjeta por un rato más. Luego miró por unos segundos el arreglo, y entonces se dio media vuelta, dirigiéndose en la misma dirección a la que se había ido su hermano.
- Tirelas, por favor. – Indicó repitiendo la misma orden que Shougo había dado.
El posadero obedeció y llevó el arreglo de claveles al callejón. Sin embargo, sin darse cuenta, Magdalia se había llevado la nota en su mano...
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18 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Tal y como habían predicho, Shougo se quedó encerrado en su cuarto toda la tarde y noche, sin abrirle la puerta a nadie, aunque en realidad nadie fue a buscarlo pues sabían que no estaba de humor para nada. Sus acompañantes prácticamente hicieron lo mismos: quedarse en la posada todo el resto del día, a excepción de Kaioh, que se había desaparecido toda la tarde y al parecer llegó muy entrada la noche. ¿Dónde se había metido? Magdalia no pensó mucho en eso, pues no le era muy trascendental qué hacía o no hacía ese individuo; posiblemente andaba negociando el asunto de las armas.
La mañana siguiente Shougo parecía de mejor humor, si a eso se le podía decir mejor, pues no era exactamente el tipo de persona que se levantaba una mañana dándole los buenos días a todos y sonriendo. Magdalia quería reanimarlo, y deseaba prepararle algo de comer cómo a él le gustaba. Ya había pedido permiso al posadero para usar su cocina y no había problema, pero tenía que comprar sus propios ingredientes. Para cumplir el requisito, Shouzo y ella salieron de nuevo al mercado del puerto, pero ahora a los puestos de comida, no sólo a curiosear.
El mercado estaba igual de concurrido que la vez pasada. Paseando un poco, la cristiana se dio cuenta que ese lugar tenía la misma variedad en comida de la que tenía de ropas, adornos y artículos curiosos. En varios de los puestos, Magdalia miraba con curiosidad algunos productos que ni siquiera identificaba qué eran; algunos incluso se movían.
- Creo que no será tan fácil encontrar lo que buscamos, ¿cierto, Shouzo? – Comentó con un tono burlón, pero no recibió respuesta. Al girarse a ver a su acompañante, éste se encontraba mirando al suelo, en silencio.
El joven de cabellos negros y cortos, parecía desconcertado, o incluso triste por algo. Evidentemente no había escuchado sus palabras, o tal vez no quería contestarle.
- ¿Shouzo? – Repitió su nombre una vez más, y se le acercó, parándose justo frente a él.
Este acto hizo reaccionar al guardaespaldas, quien rápidamente alzó su mirada hacia la joven, sorprendiéndose un poco, y dando un paso hacia atrás apenado.
- Ah, lo siento, Santa Magdalia. – Se disculpó, colocando una mano atrás de su cabeza, clavando su mirada en el suelo de nuevo.
- ¿Ocurre algo? Estás muy distante.
Shouzo no contestó de inmediato; ni siquiera volteó a verla. Si tuviera que adivinar, Magdalia diría que algo le apenaba o avergonzaba, tanto así que no era capaz de verla a los ojos. ¿Pero qué podía ser?
- Yo... - Comenzó a balbucear el muchacho luego de un rato de silencio. – Creo que Shougo-sama sigue molesto conmigo...
- ¿Sigue? – Murmuró confundida la ojos verdes, inclinando su cabeza hacia un lado. – ¿Por qué habría de estarlo en primer lugar?
- Por lo de la fiesta. Él me dijo que no la dejara sola ni un segundo, y... Bueno, ya sabe lo que pasó.
Todo fue muy claro para Magdalia en ese momento. ¿Eso era lo que le molestaba? No era para tanto, pues no había pasado nada. Solamente su hermano los había dejado solos, y de un momento a otro chocaron con aquel sujeto extraño, que la abordó antes de ser "rescatados" por el tal Yukishiro, quien luego la jaló hacia la pista en contra de su voluntad, y por último Shougo había visto todo y casi empezó una pelea en media pista... Bueno, tal vez sí era un poco más que nada, pero no pasó a mayores y todo quedó bien al final. Shouzo no tenía porque sentirse mal por ello.
- No te preocupes Shouzo, eso fue mi culpa, no tuya. – Le contestó con mucha gentileza mientras se giraba hacia uno de los puestos, eligiendo algunas verduras y clocándolas en su canasta: papas, zanahorias, rábanos. – Era imposible predecir lo que pasaría, ¿no crees? ¿Quién iba a decir que ese sujeto era uno de los mafiosos con los que Kaioh quería hacer negocios? Y no sólo eso, incluso es japonés, como mi hermano y yo.
- ¿Japonés? – Comentó extrañado el muchacho, mientras veía lo que hacía. – ¿De verdad?
- Sí. Es algo extraño...
Magdalia se quedó callada de pronto sin aviso, continuando en silencio eligiendo ingrediente, verificando su frescura y su calidad. Sin embargo, parecía casi estarlo haciendo en automático, pues su mente divagaba en otras cosas. En aquel incidente del ladrón de su dinero, en la fiesta, en los claveles del día anterior, y más importante en ese hombre de cabellos blancos.
- Cómo sea, no lo tomes personal. – Prosiguió. – Mi hermano ha estado un poco malhumorado por diferentes temas. La fiesta, lo que pasó en el Barrio Cristiano y demás. No creo que tenga nada personal contra ti.
- ¿De verdad, Santa Magdalia? – Le preguntó con una pequeña sonrisa de felicidad en el rostro.
La castaña simplemente asintió, aunque por dentro reía un poco. Shouzo normalmente era un hombre rudo y serio, pero en ocasiones reflejaba cierta inocencia infantil que le parecía divertida.
Una vez que terminó de elegir lo que compraría, buscó su bolsa con dinero para sacar algunas monedas. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, sintió como alguien se colocaba justo detrás de ella, y extendía su brazo hacia al frente por encima de su hombro derecho.
- Permíteme, yo invitó. – Escuchó cómo esta persona pronunciaba a sus espaldas.
Magdalia alzó su vista rápidamente al frente, sólo para ver como la mano del extraño le pagaba a la dueña del puesto todo lo que había escogido, e incluso un poco más. Rápidamente reaccionó, girándose y retrocediendo con pasos apresurados, quedando a lado de Shouzo, quién, al igual que ella, miraba sorprendido al sujeto que prácticamente había salido de la nada entre la multitud del mercado.
- ¡¿Tú otra vez?! – Exclamó exaltada, y algo molesta al reconocerlo.
El hombre cabellos blancos se giró lentamente hacia ambos, se acomodó sus lentes oscuros con dos dedos, y les sonrió de manera astuta y divertida.
- Buenos días. – Saludó dirigiéndose directamente a Magdalia. – ¿Recibiste mis claveles?
La ojos verdes había perdido el aliento. ¿Cómo es que había aparecido así como así, y justo cuán se encontraba pensando en él? Eso había sido realmente aterrador. Pero no tenía tiempo de temer. Lo que debía hacer era respirar lentamente, recuperar la compostura, y mantenerse serena ante ese individuo; de no hacerlo, sería un blanco fácil para el que fuera el juego que jugaba, y definitivamente no quería eso.
- ¿Claveles? Me temó que no tengo ni la menor idea de qué está hablando, señor. – Le contestó Magdalia con un muy notorio enojo, poniendo principal énfasis al decir "señor". Una vez que le dijo eso de manera firme y rotunda, avanzó hacia el puesto, clavando sus ojos como cuchillos en la dueña de éste. – Y no necesito que pague nada por mí; yo tengo suficiente dinero. – Agregó mientras sacaba su propio monedero. – Regrésele su dinero al señor, por favor.
- No creo que eso sea buena idea. – Comentó de inmediato el albino, volteando a ver de reojo a la vendedora. – Esta amable señora sabe muy bien a quien hacerle caso, ¿cierto?
Magdalia notó en ese momento que la mujer tenía la mirada baja y parecía temblar un poco, como si tuviera miedo de voltear a ver siquiera a ese hombre. Era obvio que ella sabía quién era, y él se aprovechaba de eso. No podía desobedecer a un miembro del Feng Long sin pagar un precio por ello, y debía dar gracias a Dios que se trataba únicamente de aceptar su dinero y no el de la señorita, pues un hombre como él fácilmente podría tomar lo que le viniera en gana de su puesto y hasta destruirlo si se le antojaba, y ella no podría ni alzarle la voz.
- Lo siento, señorita. – Se disculpó la mujer con algo de pesar.
La joven castaña endureció su mirada, volteando a ver de nuevo al mafioso. En otras circunstancias hubiera seguido negándose, pero no quería causarle problemas innecesarios a esa pobre mujer. Sin decir ni una palabra más, tomó su canasta y se dio media vuelta, caminando tranquilamente por entre los puestos, prácticamente ignorando al hombre; Shouzo de inmediato la siguió a su costado derecho.
- Y sobre los claveles, no mientas. – Pronunció con fuerza mientras se acercaba rápidamente a ella, parándose a su lado izquierdo y caminando junto con ella. Shouzo estaba por hacerlo a un lado por simple impuso, pero la joven lo detuvo, indicándole con la mirada que no le diera la satisfacción. – Me confirmaron que los entregaron en tu posada ayer. Debiste de haberlos recibido.
- Ah, de seguro se refiere a ese horrible arreglo que mi hermano ordenó tirar a la basura. – Comentó con cierta indiferencia, deteniéndose y viendo los artículos de otro puesto más, aparentemente restándole importancia a su presencia. – Espero que no le haya costado mucho, Yukishiro-sama.
Shouzo notó que todas las personas que pasaban cerca de ellos, volteaban a ver al hombre de blanco de manera discreta y murmuraban entre ellos. ¿Todos lo reconocían a simple vista? Después de ver como se comportó en la fiesta, dando órdenes y comportándose como un verdadero fanfarrón con todo el mundo, y ahora ver que al parecer todos en ese puerto lo conocían, todo esto hacía que Shouzo llegará a una conclusión lógica: este hombre no era sólo un hombre de dinero, o un matón, o un mafioso siquiera. Es sujeto era alguien con mucho, mucho poder...
- ¿Por qué ese tono tan maleducado? – Contestó Enishi, con un marcado enojo fingido en su tono de voz. – ¿Sabes?, el algunas partes del mundo se acostumbra enviar un agradecimiento al recibir un regalo.
- Creo que no he estado en esas partes aún. – Agregó Magdalia a su vez, agregando a la conversación un marcado tono sarcástico.
- Y en todo el mundo se agradece cuando alguien te ayuda.
- Lo tendré muy en mente cuando alguien realmente me ayudé; gracias por la información.
Enishi mantenía la calma por fuera, pero por dentro no estaba muy seguro si se encontraba molesto o divertido por la actitud de la chica. En verdad era una persona muy difícil de doblegar, pero le gustaba sentir que alguien le daba la contra y jugaba con él para variar. Hacía mucho tiempo que no conocía a alguien que se atreviera a hacer eso, y ahora esa plática le traía un poco de nostalgia...
¿Nostalgia? ¿Por qué nostalgia? Pensándolo más detenidamente, el albino comenzó a pensar que esa manera de actuar y de responder le parecía ligeramente familiar, era cómo...
Sus ojos turquesa se abrieron por completo, ligeramente horrorizados por la idea que había cruzado por su cabeza sólo por una fracción de segundo, pero fue suficiente para dejarlo atónito por un buen rato. ¿Cómo se había atrevido a pensar algo como eso? Una locura, sólo eso podía ser. Agitó su cabeza y respiró lentamente, intentando mantener el control de sí mismo, que por un momento había estado a punto de escapársele de las manos.
Para cuando reaccionó, Magdalia ya había pagado otros ingredientes más y se alejaba caminando junto con Shouzo, pero él de nuevo la alcanzó.
- Me distraje por un segundo, ¿de qué estábamos hablando?
- De nada importante, me imagino.
- Ah sí, ya recordé, de las veces que te ayudado. Veamos, enumeremos: recuperó tu dinero de un ladrón, le perdoné la vida como tú pediste, te salve de Xiao en la fiesta, evite que tu hermano fuera protagonista de una masacre en media pista, me aseguré que nadie te volviera a molestar mientras teníamos nuestra reunión, ayudé a que los demás aceptaran hacer negocios con tu hermano, te envíe unas lindas flores, y ahora te invitó la comida. Y no he recibido ni un sólo gracias. ¿Ese es el tipo de doctrina que es el cristianismo?
Si bien normalmente el mal humor de Magdalia no se comparaba al de su hermano mayor, cuando alguien sobrepasaba su límite podían llegar a igualarse, y éste individuo lo había hecho hace ya buen tiempo. La ojos verdes se detuvo de golpe, volteándolo a ver de manera fulminante. Enishi también se detuvo y se quedó quieto, esperando a ver qué respuesta inteligente le soltaba en esa ocasión, pero no fue ninguna.
La castaña cerró sus ojos, se paró derecha, se arregló su vestido con una mano, y con notoria elegancia se volteó de nuevo al frente.
- No me rebajaré a su juego. – Respondió y reanudó su marcha, ahora en dirección a su posada. – Soy mucho más madura que eso. Vamos, Shouzo.
- Se nota. – Comentó con cierto sarcasmo, volteándola a ver de reojo. – Antes de que te vayas, quiero preguntarte algo. ¿No te gustaría cenar conmigo esta noche?
La Cristiana se detuvo de golpe, aparentemente muy sorprendida por esa pregunta tan repentina. ¿Qué acababa de decir? ¿Cenar con él? Lentamente se comenzó a girar, pero no por completo, sólo lo suficiente para poder mirar al mafioso con el rabillo del ojo; éste se había quedado parado y aparentemente ya no tenía la intención de seguirla.
- ¿Cenar?, ¿de qué está hablando? – Le preguntó aún ligeramente confundida.
- Cenar, sentarse en una mesa de noche y comer. – Le contestó él con un tono divertido, que por supuesto no le pareció gracioso a su oyente.
- Sé lo que significa, pero no qué motivo podríamos tener para hacerlo. El hombre de confianza de mi hermano se encargará de los negocios con ustedes, y dudo que mi hermano quiera cenar con usted. En su opinión, usted es nefasto.
- ¿Sólo en la opinión de él?
Magdalia dejó que su silencio le contestara. Enishi sonrió con naturalidad y se le acercó un par de pasos.
- Bien, entonces no habrá problema, porque mi invitación era sólo para ti, no iba incluida para el Señor Amakusa. – Magdalia y Shouzo se sobresaltaron al oírlo decir eso. – Aunque te puedes llevar a tu mascota si te hace sentir mejor.
Al hacer al último comentario, había señalado a Shouzo con su dedo pulgar. ¿No podía abrir la boca y decir algo sin que fuera algún tipo de provocación o burla? Era realmente un sujeto de lo más desesperante. ¿Y tenía el descaro de querer "cenar" a solas con ella sin la presencia de su hermano o un chaperón? ¿Qué tipo de caballero hacía una proposición como esa? Pero obvio, ese individuo no era un caballero, era un vil delincuente.
- No sé con qué tipo de mujeres esté acostumbrado a tratar. – Le contestó de modo duro y firme. – Pero yo soy una mujer decente, y no voy a ir a ningún lugar sin mi hermano, y menos con usted. Así que hágame el favor de dejarnos en paz.
Magdalia se giró de lleno y volvió a caminar ahora con más rapidez sin voltear a atrás en ningún momento.
- Hey, no te estoy pidiendo la gran cosa. – Oía que Enishi le decía a sus espaldas; al parecer de nuevo la seguía. – Y estás malinterpretando las cosas, no quiero nada más que una simple cena como gratitud por todo lo que he hecho por ti; comer, platicar, beber algo, y así estamos a mano, y no me vuelves a ver molestándote.
Sin que Magdalia pudiera preverlo, el albino se adelantó rápidamente como rayo, rebasándola y parándose frente a ella; de no haber frenado, se hubiera estrellado contra él sin remedio. El chico dio un paso hacia ella e inclinó su rostro hacia el suyo, acercándoselo y obligándola a hacerse un poco hacia atrás. Desde esa distancia, Enishi le clavó por completo su penetrante mirada, haciendo que ella pudiera ver con claridad la profundidad de sus ojos turquesa que se asomaban sobre el borde de sus anteojos oscuros.
- Y te lo advierto, nunca acepto un "No" por respuesta... nunca... - Le murmuró con un tono profundo, y al parecer cargado de cierta amenaza en sus palabras.
Magdalia no pudo evitar sentirse un poco intimidada por esa violación tan directa a su espacio personal, pero de inmediato su protector saltó a ayudarla. Rápidamente tomó a Enishi del brazo y lo alejó de ella lo suficiente para poder colocarse frente a Magdalia de manera protectora. El albino posiblemente podría haberlo repelido, pero no opuso resistencia alguna, casi como si esperara que lo hiciera.
- Tranquilo, Shouzo. – Murmuró la ojos verdes atrás de él.
- Sí, tranquilo, Shouzo. – Repitió de Enishi sin cambiar su tono, y por supuesto agravando el estado de ánimo del joven.
Magdalia, por su parte, parecía ligeramente consternada por lo ocurrido, aunque no estaba muy segura de por qué. No era la primera vez que un hombre intentaba abordarla de esa forma, y la mayoría de las veces se había podido mantenerse tranquila y serena. De seguro la había tomado por sorpresa, o tal vez... Sí, definitivamente había algo diferente en él. Todo lo que hacía parecía no sólo tener un doble propósito, sino incluso uno triple: el que afirmaba qué era, el que todo el mundo creía o sabía qué era... Y el qué realmente era y sólo él conocía.
Era extraño, muy extraño, pero pese a todo, ella no sentía en sus acciones algo enteramente peligroso como lo había visto en otros casos. Era como si... La idea que pasó por la mente de la cristiana le pareció algo graciosa: era como si hiciera cosas buenas, que intentara hacer pasar por cosas malas, pero la realidad era que quería que siguieran siendo buenas. Era difícil de entender, pero para Magdalia, sus acciones hablaban por sí solas. Fue en ese momento en el que le pareció entender qué estaba pasando. ¿Tendría él conocimiento de lo mismo?
Su rostro se relajó y pareció recuperar la tranquilidad. Se paró derecha y comenzó a caminar, sacándole la vuelta a Shouzo y parándose justo al costado izquierdo de Enishi, pero sin voltear a verlo.
- Tendré que preguntarle su opinión a mi hermano. – Pronunció con un tono tranquilo que sorprendió a Enishi y Shouzo por igual. – Con su permiso. Andado, Shouzo.
Dicho eso, siguió con su camino como si nada hubiera pasado, mientras Enishi la seguía con la mirada, ligeramente consternado. Shouzo tardó un rato en reaccionar, pero en cuanto lo hizo se adelantó rápidamente hacia ella para alcanzarla. Al pasar a lado del mafioso, no pudo evitar voltearlo a ver con desconfianza, aunque éste no notó este acto; parecía demasiado ocupado intentando adivinar porqué había, de alguna forma, aceptado su invitación tan repentinamente. Su mente perspicaz no podía evitar suponer que tenía algo entre manos... Pero claro, él también lo tenía.
- Enviaré un carruaje a tu posada esta noche a recogerte si decides que sí. – Le dijo en voz alta mientras se alejaban, pero ninguno lo volteó a ver de regreso.
Enishi se quedó de pie, mirando en la misma dirección hasta que los dos cristianos se perdieron entre la multitud de personas del mercado. Una sonrisa divertida le surgió en los labios; algo le decía que era prácticamente seguro que aceptaría. ¿Por qué? Quién sabe, eso era lo divertido del asunto.
- ¿No te dije que esperaras en el carruaje, Xung-Lang? – Pronunció en voz baja como si fuera para sí mismo, pero en realidad iba dirigido a su guardaespaldas, que en esos momentos se encontraba oculto entre dos puestos un poco más atrás.
Xung los había estado siguiendo todo ese tiempo, sin que Magdalia o Shouzo lo notaran, pero por supuesto Enishi lo había hecho desde el inicio; conocía demasiado bien a ese chico como para no hacerlo. El joven de cabellos claros surgió de su escondite lentamente, colocándose detrás de él.
- Sabe bien que no puedo dejarlo solo, maestro, y menos en un lugar así. – Le contestó con simpleza.
- Claro, va en contra de ti. Bien, ya terminamos aquí. Vayamos a casa.
Enishi comenzó a caminar y su guardaespaldas caminó en silencio detrás de él. Había mucho que hacer y pendientes que arreglar, antes de esa noche.
Por su lado, Magdalia y Shouzo se dirigían a la posada. Shouzo se había estado aguantando las ganas de hablar hasta que estuvieran lejos de ese individuo, pero en cuanto pudo soltó su pregunta de golpe; en su voz se notaba una curiosa combinación de preocupación y enojo.
- ¿Preguntarle al señor Shougo? No estará considerando el realmente ir, ¿o sí?
Magdalia siguió caminando, mirando al frente sin pronunciar palabra alguna.
- ¡Santa Magdalia! El que la haya pagado estas cosas y le haya dado unas flores, no quiere decir que tenga un interés sincero en usted. Ese hombre es un criminal y un...
- Eso ya lo sé muy bien, Shouzo. – Interrumpió de golpe la castaña sin apartar su atención del camino. – En efecto no creo que tanga un "interés sincero" en mí como lo acabas de decir, y menos por actos como los que ha hecho hasta ahora. Pero... - La joven guardó silencio unos segundos y entonces continuó. – Tampoco pienso que sea lo que tú estás pensando en estos momentos.
Shouzo se sobresaltó y de la nada un ligero rubor surgió en sus mejillas al oírle decir eso. ¿A qué se refería con eso? ¿Sabía acaso lo que se estaba imaginando y su intención con esas palabras era reprenderlo? No podía culparlo, para él era obvio que tipos cómo ese sólo pueden querer una cosa de mujeres como Santa Magdalia, aunque sí se sentía avergonzado de pensar siquiera en eso. Pero, ¿por qué decía que tampoco pensaba que era eso? ¿Entonces qué era lo que ella creía?
- Yo creo que ya sé de qué se trata todo esto. – Comentó de pronto, casi como leyéndole la mente a su acompañante. – Y no se trata de una cosa o de la otra...
No dio mayor explicación luego de eso, y de hecho se mantuvo callada todo el camino de regreso a la posada.
FIN DEL CAPITULO 8
Magdalia cree haber descifrado en parte al misterioso Yukishiro Enishi. ¿Pero sabrá realmente qué es lo que el mafioso se tiene entre manos? Shougo podría no estar para nada de acuerdo con ella.
Capitulo 9: Un Niño Travieso
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NOTAS DEL AUTOR:
- Chi es un personaje secundario de mi creación, hecho especialmente para esta historia. Nunca apareció ni se mencionó en ninguna versión de la historia original.
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