Capitulo 03. Miradas Cruzadas
Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón
Wingzemon X
Capitulo 3
Miradas Cruzadas
Shanghái, China
14 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
El carruaje de Yukishiro Enishi, jefe del Grupo Feng Long, se situó frente al restaurante justo cuando éste iba saliendo. Los dos guardias armados con armas de fuego que lo habían acompañado al llegar, se adelantaron rápidamente, uno abriendo la puerta con la cabeza baja, y el otro poniéndose en su lugar detrás del coche, mientras su jefe de seguridad, Xung-lang, marchaba a sus espaldas.
Los demás líderes del Feng Long ya se habían retirado del restaurante desde ya un tiempo, acompañados de sus respectivos guardianes, dejando el restaurante prácticamente vacío en comparación a cómo se encontraba hace sólo unos minutos atrás, con sus pasillos y patios repletos de hombres armados. Acababan de tener una pequeña cena de negocios, y él y Hei-shin se habían quedado un poco más, por petición del jefe, pero no había logrado sacarle lo quería saber. Eso lo hacía rabiar ligeramente, pero lo compensaba en parte la información que había recibido durante la comida, y aún seguía muy interesado en ella. ¿Cuál debía de ser el siguiente paso?, no podría decidirlo hasta que no conociera por completo el panorama al que se enfrentaría. El día siguiente prometía ser realmente interesante...
- Mañana en la noche asistiré a la fiesta del maestro Hong-lian. ¿Vienes, Xung? - Preguntó el mafioso mientras caminaba hacia el coche.
- Es mi responsabilidad acompañarlo a todas partes y protegerlo, señor. - Le contestó su guardia de inmediato, de cierta forma diciéndole que sí. Enishi rió.
- No te pongas tan serio, intenta divertirte al menos un poco. Hablamos de una fiesta, después de todo.
El joven albino reflejaba una actitud calmada y despreocupada, típica en él, o al menos típica para quienes lo conocían. Sin embargo, por dentro, su cabeza seguía siendo un revoltijo de ideas y emociones, y tal vez eso pudo influir un poco en lo que siguió.
Justo cuando se encontraba a un par de pasos de su carruaje, un individuo se le aproximó corriendo a toda velocidad por su lado izquierdo. Él no lo notó, ni siquiera sus guardias lo notaron. En otra situación, si ese individuo hubiera sido un asesino, ese incidente podría haber culminado en tragedia. Por suerte, no fue así. La persona en cuestión no atacó a Enishi, simplemente lo hizo a un lado con su brazo.
- ¡Fuera de mi camino! - Exclamó con fuerza el hombre de piel morena y ropas maltratadas, mientras empujaba al chico albino hacia un lado; parecía estar huyendo.
Lo siguiente sucedió casi en cámara lenta para todos. Aquel hombre empujó a Enishi hacia atrás, y de inmediato Xung-lang y los demás reaccionaron. Xung dirigió su mano derecha a una de sus Dao, listo para desenvainar y cortar el cuello del sujeto por mero reflejo. Al mismo tiempo, los otros dos guardias tomaron sus armas de fuego, intentando ponerse en posición de ataque lo antes posible. Sin embargo, ninguno necesito desenfundar o disparar una sola bala. Ante sus ojos, Enishi, cuyo cuerpo se había inclinando algo hacia atrás por el empujón y retrocedido un par de pasos, había extendido su mano izquierda hasta el hombre, prácticamente al mismo tiempo, tomándolo con fuerza del cuello de su camisa. En un sólo movimiento, el albino lo jaló con fuerza hacia atrás, al tiempo que esto lo ayudaba a enderezarse de nuevo, haciendo que el sujeto fuera impulsado hacía atrás, hasta chocar su espalda contra la pared del restaurante. El hombre pareció haber soltado algo mientras esto ocurría, un objeto que salió volando hacia arriba.
Otro hombre, de cabellos negros y cortos, se aproximó corriendo en aquel momento; al parecer venía detrás de aquel hombre, pero se detuvo en seco en cuanto vio tal escena. No logró ver lo ocurrido con totalidad. Sólo pudo ver como el hombre de cabello blanco estaba parado en su lugar como si nada, y el ladrón estaba sentado en el suelo, con su espalda contra la pared, y la bolsa de dinero que había soltado descendía de nuevo. Pero antes de que ésta cayera al suelo, el hombre de atuendo blanco lo atrapó con su mano derecha, mirándola con curiosidad.
El ladrón, algo aturdido, intentaba entender qué había pasado. Alzó su mirada confundido, encontrándose con la imagen de aquel hombre frente a él. Su rostro palideció, su mirada se llenó de miedo, e inconscientemente se pegó contra la pared, como si quisiera huir, pero no podía. Para él, esa imagen era como ver a la muerte en persona.
- ¡T... Tú! - Exclamó con un hilo de voz, sin apartar sus ojos de él ni un sólo segundo. - ¡Tú eres...!
Enishi volteó a verlo de reojo. Evidentemente, lo había reconocido. Era normal que eso pasara, pues su apariencia era muy conocida en Shanghái.
El chico que lo perseguía, por su parte, permanecía alejado, aunque mirando todo eso con extrañes; ellos parecían ni siquiera haber notado su presencia. No estaba seguro si intervenir o irse, pues tenía el presentimiento de que eso iba a terminar mal, y sus presentimientos se hicieron reales cuando Xung desenfundó sus dos espadas al mismo tiempo, las giró un poco hacia los lados, y luego se aproximó de un salto al ladrón, colocando las Dao cruzadas a modo de tijera, con los filos de ambas a un escaso milímetro del cuello del hombre, aún perplejo. Sólo necesitaba hacer un movimiento rápido y certero con sus dos brazos, y la cabeza del hombre saldría volando. Éste, se quedó petrificado, mirando horrorizado los ojos fríos del guardia.
- Tranquilo Xung. - Exclamó Enishi algo indiferente, mientras lanzaba repetidamente la bolsa de dinero al aire, para luego volverla a atrapar. - Es obvio que es sólo un roba bolsos.
- Yo diría sólo un tonto, por no saber a quién estaba atacando. - Comentó con frialdad el guardia, sólo esperando que le dieran la orden para acabar con eso.
El mafioso guardó silencio. Miraba la bolsa elevarse y caer de nuevo en su mano, y luego miraba de reojo a aquel pobre individuo. Era evidentemente un hombre sucio, desalineado, de seguro pobre, uno más de los indigentes, ladrones y drogadictos que llenaban las calles de Shanghái, en especial en los barrios bajos. Él conocía muy bien ese tipo de lugar, y a ese tipo de gente... de hecho, más de lo que algunos pensaban.
- No... por favor... - Escuchó como comenzó a balbucear el "atacante", evidentemente comenzando a suplicar por su vida. - Yo... no... yo no quise... No me mate... no...
El escucharlo decir eso pareció provocar un reflejo de ira en la mirada de Ensihi. Una cosa era ser un ladrón, ser una escoria de las calles, hacer todo lo que se necesitara para sobrevivir, fuera como fuera... pero otra cosa era rebajarse de esa forma a suplicar, paralizado del miedo de forma tan patética. Un ser así debería de al menos mantenerse firme, con la mirada alta, luchar hasta al final, o al menos aceptar la muerte con fortaleza y estar feliz de ser liberado de su triste vida. Si no era capaz de quitarse a Xung de encima e intentar por lo menos escapar corriendo, no valía la pena perdonarle la vida. Igual, no duraría mucho más en Shanghái de todas formas.
Se giró hacia su carruaje, dando un par de pasos hacia éste con la clara disposición de subirse e irse. Estaba a punto de pronunciar las palabras "Acábalo rápido y vámonos", e inmediatamente después, Xung jalaría sus brazos, cada uno hacia un lado. Las hojas de las Dao entrarían atravesaría el cuello de aquel hombre por lados contrarios, y de un segundo a otro su cabeza saldría volando a un lado, un chorro de sangre brotaría de su cuerpo manchando el rostro de su guardia, y podrían irse de ahí tranquilamente; ni siquiera tendrían que preocuparse por retirar el cuerpo de ahí, esa era la vida que se vivía en el Shanghái del Feng Long. Sin embargo, ninguna de estas cosas sucedió. Alguien más se le adelantó a su orden...
- ¡¡Déjenlo en paz!!, ¡¡Deténganse!! - Escucharon todos que una voz pronunciaba con fuerza, casi como un estruendo, y todos, incluyendo a Xung, incluyendo a Enishi, se detuvieron de golpe, siendo llamados por esa voz.
El hombre albino y sus hombres desviaron sus miradas al mismo tiempo hacia la misma dirección, la misma dirección de donde provenía ese grito tan fiero y autoritario. Tan sólo a unos diez metros de ellos, había dos personas paradas: el joven de cabello negro y corto que había llegado persiguiendo al ladrón, y una mujer joven de cabellos castaños y largos, ojos verdes y vestido color rosado. Esa orden no había surgido de los labios de él, sino de los de ella, de esa mujer que tenía su mirada dura y decidida en ellos, con su puño izquierdo cerrado sobre su pecho, y su pie hacia delante de manera amenazante. Enishi volteó a verla confundido, y ella, a su vez, volteó a verlo también, casi al mismo tiempo. Las miradas de ambos se cruzaron, esa era la mejor forma de describirlo; a pesar de que estaban separados uno del otro, sus ojos turquesa se enfocaron en sus ojos esmeraldas, y viceversa.
Pasaron algunos segundos de profundo silencio, en los cuales, nadie dijo nada, ni hizo siquiera algún movimiento, esperando a que alguien más diera el siguiente paso.
- ¡Santa Magdalia! - Exclamó sorprendido Shouzo al verla parada a su lado de pronto; ni siquiera notó que se le acercaba. - Espere, por favor...
Magdalia hizo caso omiso de la advertencia de su acompañante, y de inmediato avanzó con rapidez hacia aquellos hombres sin el menor rastro de miedo. Los guardias se dispusieron a apuntar sus armas hacia ella, pero Enishi los detuvo, alzando una mano hacia ellos en señal de orden, sin despegar sus ojos de esa extraña.
- ¡¡No le hagan daño!, ¡¡Déjenlo en este momento!! - Exigió Magdalia, parándose a lado de Xung, mirándolo con dureza y luego volviendo a ver a Enishi; era obvio que él era el jefe de esos sujetos, era fácil distinguirlo. - ¡¿Qué piensan qué están haciendo?!, es una persona inocente que pide por su vida, ¿qué les hace creer que tienen el derecho de tomarla?, ¡nadie en este mundo tiene ese derecho! ¡Libérenlo ahora!
El silencio volvió en ese momento. Enishi miraba con seriedad a la joven, mientras ésta esperaba algún tipo de respuesta de su parte. Los guardia, incluido Xung, observaban también al hombre de traje blanco, esperando algún tipo de instrucción a su vez. Shouzo parecía no saber qué hacer. Sabía muy bien que tenía que sacar a Magdalia de ese sitio. Esos hombres decapitarían sin piedad a un hombre sólo porque empujó a uno de ellos... ¿Qué le harían a una mujer que se atreviera a hablarles de esa forma?
De pronto, algo sorprendió a todos los presentes: Enishi comenzó a reír, rompiendo el tétrico silencio que los había rodeado.
- Háganle caso. - Ordenó el albino con un tono divertido. - Déjalo y vámonos, Xung.
No muy convencido, pero siempre dispuesto a seguir las ordenes que le indicaran, el hombre de las dos Dao se apartó rápidamente, retirando las hojas del cuello de aquel ladrón, y guardándolas de nuevo en su lugar en el mismo movimiento; el ladrón soltó un fuerte suspiro, y se dejó caer al suelo; las fuerzas de su cuerpo se le habían escapado en un sólo segundo.
Magdalia también suspiró aliviada al ver como Xung lo dejaba. Se disponía a acercarse al hombre en el suelo, pero fue detenida al oír la voz de otra persona llamándola.
- Oye tú. - Escuchó que uno de ellos le decía. En cuanto se volteó, lo primero que vio fue su propia bolsa de dinero volar hacia ella. Apenas y le fue posible reaccionar para atraparla entre sus manos. La miró confundida, y luego volteó a ver a la persona que le había hablado y quien le había arrojado su bolsa: el hombre de cabellos blancos. - Eso debe de ser tuyo, ¿o no? Ten más cuidado, linda. Shanghái es un lugar peligroso.
La ojos verdes lo miró confundida al oírlo decir eso. El albino no esperó respuesta, pues de inmediato se giró hacia al carruaje, seguido por sus hombres, ahora sí dispuesto a irse de una vez por todas.
Magdalia siguió viendo su espalda por un par de segundo más, pero luego se volvió rápidamente al ladrón, acercándosele con pasos rápidos y agachándose delante de él.
- ¡Espere, Santa Magdalia! - Exclamó apresurado el joven de cabellos negros, acercándosele también apresuradamente y agachándose a su lado.
La castaña miraba con detenimiento a aquel hombre. Estaba delgado, sucio, se le veía cansado, incluso algo pálido, y tal vez no sólo por el susto de muerte que acababa de tener. Shouzo lo tomó con cuidado, ayudándolo a sentarse y recargándolo contra la pared.
Mientras ellos hacían esto, Enishi ya se había subido a su coche, sentándose seguido por Xung que se sentó enfrente de él. Uno de los guardias armados cerró la puerta detrás de ellos, y de inmediato se colocó atrás junto al otro. Todos estaban listos para partir, sólo esperaban la indicación de su amo. Sin embargo, éste, en lugar de ordenar que avanzaran, parecía estar mirando con curiosidad a esos dos tipos por la ventanilla. No se tenía que ser un genio para adivinar que ese hombre le había robado su dinero a la dama, y el caballero salió en persecución del delincuente. Y sin embargo, ahí estaban, aparentemente buscando ayudarlo. ¿Qué se suponía que significaba eso?
- ¿Estás bien? - Le preguntó con un susurro la joven de cabellos largos, tomando una de sus manos entre las de ella con delicadeza.
- Gracias... Gracias... - Pronunció el ladrón entre suspiros, con un escaso brillo en los ojos. - Lo siento.... Lo siento mucho... No quería robar su dinero, señorita. Pero tengo... mucha hambre...
- No te preocupes. - Le contestó ella, dibujando una amplia sonrisa en sus labios que hacía que su rostro prácticamente brillara. El rostro de un ángel, sólo así podía describirse. Con cuidado, volteó la mano que sostenía del hombre y colocó su bolsa de dinero sobre ésta. - Toma, es tuya.
- ¡Santa Magdalia! - Exclamó sorprendido el joven a su lado al ver su acción. - Pero, espere... no...
Shouzo no era el único confundido por su acción. El propio hombre al que le entregaba la bolsa no entendía qué ocurría. Incluso Enishi, desde el carruaje, también se dio cuenta de lo que hizo, y pareció compartir la reacción de los otros. ¿Qué se suponía que estaba haciendo?
- ¿Señor? - Escuchó que Xung le decía luego de un rato.
- Espera un segundo. - Le contestó el albino sin voltear a verlo siquiera. - Quiero ver a dónde quiere llegar.
- Pero... señorita... - Murmuró en voz baja el ladrón, alzando su expresión atónita hacia Magdalia. Ésta, a su vez, seguía viéndolo con gentileza, con la misma sonrisa cándida de hace unos momentos.
- Te daré este dinero para que puedas comer. - Le contestó la ojos verdes, mientras guiaba la mano del hombre hacia él, haciendo que colocara la bolsa de dinero sobre su corazón. - Pero a cambio, sólo te pido que no sigas robando a las personas, nunca más. Si en algún momento tienes hambre, ven conmigo y yo te alimentaré.
Los ojos de aquel hombre se abrieron tanto, que casi parecía que se iban a salir de sus orbitas. Éstos a su vez comenzaron a temblar de pronto, justo antes de que lagrimas abundantes comenzaran a surgir de ellos, resbalándose por sus mejillas y su cuello. El hombre pegó la bolsa a su rostro, humedeciéndola y ahogando algunos suspiros en ella. Nunca en su vida se había sentido tan conmovido como en ese momento. Su pecho y cabeza estaban tan revueltos de emociones, que le era imposible incluso el hablar. ¿Qué era ese calor?, ¿qué era eso que sentía?
- Gracias señorita. Gracias... - Murmuraba el hombre con pesar, mientras Shouzo lo ayudaba a pararse
El ladrón volvió a agradecer una vez más, e incluso llegó a besar la mano de Magdalia casi con adoración, para luego comenzar a alejarse con pasos lentos y pausados. Magdalia lo miraba con satisfacción en el rostro, y un calor agradable en el pecho. Estaba segura que luego de sobrevivir a una experiencia tan cercana a la muerte como esa, y de recibir, tal vez por primera vez en su vida, un acto de bondad hacia su persona, lo harían cambiar por completo su senda; tenía fe en ello.
- Eso fue muy noble de su parte, Santa Magdalia. - Escuchó como comentaba Shouzo con un tono jovial.
- Nada de eso, Shouzo. Era lo mínimo que cualquiera debería de hacer por una persona en su condición. - Le contestó ella, volteándolo a ver con la misma expresión. - No te preocupes, yo le diré a mi hermano lo que pasó con el dinero.
- ¿Por qué hiciste eso? - Escucharon en ese momento que alguien pronunciaba a sus espaldas.
Magdalia se giró con cuidado hacia atrás, dándose cuenta que al coche de aquel hombre aún seguía aplacado a media calle, y aquel hombre de lentes oscuros los volteaba a ver desde la ventanilla de éste. Una mueca burlona se dibujaba en sus labios; aparentemente se divertía con la ingenuidad de esa chica.
- ¿Qué no sabes que es muy probable que utilice tu dinero para conseguir opio y saciar su vicio antes que su hambre?
- Es probable. - Respondió ella con tranquilidad. - Pero confió en que su conciencia lo haga elegir el camino adecuado y no el incorrecto.
Enishi soltó de golpe una carcajada divertida ante su respuesta. Shouzo frunció su ceño con molestia al escuchar las palabras de ese tipo, pero de inmediato Magdalia colocó una de sus manos sobre su hombro, indicándole que se calmara, cosa que hizo de inmediato.
- ¿Crees acaso que con un acto caritativo mediocre como ese cambiará su forma de vida, dejará de robar y será una persona correcta? - Exclamó con fuerza el albino, y luego volvió a reír un poco más. - Se gastara tu dinero en lo que sea, y cuando se le acabé le robara a otro, o esperara a que otra alma inocente como tú lo mantenga. Al fin y al cabo no lograste nada.
Enishi se acomodó en su asiento, cruzó sus piernas, y se dispuso en ese mismo momento a dar la orden de retirarse. No esperaba realmente que le diera algún tipo de respuesta. ¿Qué podría decirle?, era obvio que tenía la razón. De seguro se quedaría ahí parada, pensando en silencio todo lo que había ocurrido, y al final de cuentas llegaría a la conclusión obvia: había cometido una estupidez.
Sin embargo, de nuevo no fue capaz de dar la orden que deseaba, pues una vez más, en contra de todas sus predicciones, la voz de aquella mujer se le adelantó.
- Tal vez para alguien como usted, que viaja en un carruaje elegante como ese, y que no siente el menor pudor ante la idea de quitarle la vida a un pobre hombre sólo porque tropezó con usted, lo que hice es un "acto caritativo mediocre". - Refutó con firmeza y dureza la castaña, parada recta en su lugar. Enishi simplemente la miraba de reojo. - Pero el haberle quitado mi dinero tampoco hubiera logrado nada; sólo habría provocado que ese hombre pasara otro día sin comer, o lo forzaría a robar a otro. Si no se hace nada para remediar la situación de las personas, entonces con más razón no se logra nada. - De nuevo, Magdalia volvió a sonreír con gentileza, al tiempo que colocaba sus manos sobre su pecho. - Pero yo prefiero pensar que una acción caritativa, por más pequeña que sea, siempre llega al corazón de las personas, y nos acerca a todos a Dios. Desde el hombre más rico hasta al más pobre.
- ¿A Dios dijiste? - Murmuró en voz baja el mafioso. Guardó silencio un par de segundo, y entonces, volvió a sonreír como antes. - Ya veo, ¿de eso se trata? "Caridad" y "Ayudar al Prójimo", ¿no es así? En otras palabras, la doctrina de Cristo.
Enishi había dado justo en el clavo. Sólo había un tipo de persona que podía ponerse a decir ese tipo de cosas tan fácil, y su manera de vestir y ese colgante que traía reafirmaba la teoría: era una cristiana, y al parecer, una muy devota. Magdalia no lo negó. Al contrario, asintió con su cabeza, y alzó su mirada con orgullo.
- Así es. Nuestro señor Jesucristo nos enseñó que hay que ayudar al enfermo, al pobre, al invidente, e incluso al pecador.
- Y así te ganas tu lugarcito en el Paraíso, ¿no es así? - Comentó divertido el albino.
- ¡No se trata de eso! - Exclamó con fuerza ella a su vez. - ¡Es la manera en que todos los seres humanos podemos vivir en harmonía y en paz! No es sólo nuestra paz celestial, sino también nuestra paz terrenal...
- Cómo sea, no tengo tiempo para esto. - Interrumpió rápidamente, acomodándose de nuevo y sacando su reloj de bolsillo para consultarlo. - Espero que no te arrepientas de lo que acabas de hacer. Vámonos ya, que tengo una cita en una hora.
De inmediato el cochero puso en marcha a los caballos, y estos comenzaron a jalar del carruaje con velocidad. El vehículo de cuatro ruedas se alejó a paso veloz por las calles de Shanghái, dejando detrás a dos personas con emociones cruzadas. Magdalia aparentemente se encontraba algo molesta por ese último comentario, pero intentó recuperar la compostura; no podía dejar que alguien como ese tipo la molestara. Shouzo, por su parte, se sentía relativamente aliviado de que todo hubiera salido bien, sin peleas, sin sangre, y sin muertes. Era obvio que en otras circunstancias, en otro momento, eso podría haber terminado muy mal.
- Siempre se debe de procurar mantenerse firme ante esas personas, Shouzo. - Comentó Magdalia luego de un rato, mientras seguía viendo en dirección a donde se había ido el carruaje. - Hombres como él siempre buscan encontrar tu debilidad y hacerte tambalear. Los he conocido toda mi vida. Se divierten haciéndose los más inteligentes que tú, y creen que te pueden hacer dudar de lo que crees. Si eres firme en tu fe, no necesitas que nadie te la reafirme. Nunca lo olvides, Shouzo.
- Sí, Santa Magdalia. - Contestó él, haciendo una pequeña reverencia. - Lo que hizo fue realmente impresionante, y no sólo lo que hizo por ese hombre, sino también el mantenerse firme y decida ante esas personas. Pero también fue muy peligroso. Como usted misma dijo, ese hombre no sentía pudor de matar a alguien sólo porque tropezó con él. Podría haber...
- Shouzo. - Magdalia se giró con cuidado hacia él, colocando de nuevo una mano sobre su hombro, y sonriéndole con gentileza. - No te preocupes, todo salió bien. Dios está con nosotros, ¿lo recuerdas?
El joven miró fijamente a la joven con seriedad, pero de inmediato le correspondió su sonrisa, asintiendo con su cabeza de manera afirmativa. Magdalia le dio unas palmaditas en su hombro, se giró, y entonces comenzó a caminar.
- Será mejor que volvamos a la posada. Ya fueron demasiadas emociones por una tarde.
- Sí. - Shouzo asintió con la cabeza, y entonces comenzó a seguirla, siempre unos pasos detrás de ella.
- - - -
El carruaje en el que iba el líder actual del Feng Long y su jefe de guardia, se movía a toda velocidad hacia una de sus residencias. Como todos los otros líderes del grupo, Enishi tenía varias casas a su disposición. Para ser exactos, poseía tres residencias diferentes en Shanghái, una grande que era la que más frecuentaba y en donde vivía, y otras dos de menor tamaño a las afueras, a las que iba esporádicamente para relajarse o entrenar, y que normalmente eran habitadas por varios de sus hombres de confianza y sirvientes, y donde guardaba celosamente algunos artículos personales y armas. Tenía otras dos más, una en Hong Kong y otra en Hangzhou, mismas que sólo visitaba cuando iba a viajes de negocios. Sin embargo, en los dos años que llevaba como cabecilla del Feng Long, sólo las había usado en una sola ocasión; de seguro deberían de estar en muy mal estado para ese momento.
Ahora se dirigía a su casa principal, donde atendería a dos hombres de Beijing. No le gustaba atender ese tipo de asuntos, normalmente los hacía en compañía de Hei-shin, o simplemente dejaba que él solo se encargara. Pero esporádicamente, algunos clientes, emisarios o mensajeros, pedían hablar directamente con el jefe, y ese era él; era parte de las cosas que se tenía que hacer por estar en dicho puesto.
Mientras avanzaban, se encontraba mirando pensativo por la ventana; no había pronunciado palabra alguna desde que comenzaron la marcha. Era común no verlo muy animado cuando tenía que atender ese tipo de asuntos de negocios pero, en esa ocasión, se le veía más serio que de costumbre.
- ¿Todo bien, señor? - Le preguntó Xung-Lang con cuidado. Éste no contestó de inmediato.
- Claro que sí, ¿por qué lo preguntas? - Le contestó a su vez sin apartar su vista del paisaje moviéndose mientras avanzaban.
Xung no volvió a preguntar; era evidente que algo le perturbaba, posiblemente algo visto en la reunión, posiblemente algo de lo que habló con el maestro Hei-shin a solas, incluso ese fugaz encuentro con esas dos personas y aquel ladrón. Claro, que también podrían ser las tres cosas.
En realidad, la respuesta correcta era la última. Pensaba en los dos posibles clientes de origen japonés, de su país, que tendrían. Pensaba en la información que supuestamente Hei-shin poseía, y se preguntaba que contendría. También pensaba en esa chica, y en su acto tan curioso del que había sido testigo. Al mismo tiempo, le parecía curioso que se hubiera cruzado con una joven cristiana justo cuando unos minutos antes estaban hablando precisamente de cristianos en la reunión. No era del todo raro pues, era común encontrar en Shanghái cristianos tanto occidentales como asiáticos. Pero había un detalle más en ella que no lo dejaba tranquilo, una idea que no podía sacarse de su cabeza, y no tenía que ver con su apariencia, ni con lo que hizo, ni lo que dijo... Más bien, tenía que ver con su voz, con su forma de hablar.
- "Esa chica..." - Pensaba el mafioso para sí mismo. - "A pesar de su apariencia y su vestimenta, había algo singular en su manera de pronunciar el chino. Me pregunto si... ¿Acaso era japonesa?"
Le pareció detectar algunas variaciones en su tono de voz, que sólo había notado en gente que había aprendido el japonés antes que el chino. Evidentemente, él también debería de tenerlas, pero poca gente podía detectarlas. Pero no estaba seguro de ello pues, por su color de ojos, su cabello, su piel, sus facciones y vestimenta, tenía toda la apariencia de una mujer occidental. ¿Sería acaso realmente una cristiana japonesa? No lo parecía a simple vista. Si era así, entonces si era muy curioso cruzarse con una joven cristiana japonesa, cuando precisamente hablaban de cristianos japoneses en la reunión. Muy curioso...
Enishi siguió pensando en ello todo el camino hacia su casa. Una vez ahí, atendió sus asuntos y prácticamente se olvido del tema rápidamente.
- - - -
15 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Los viajeros de la posada ya habían pasado su tercera noche en Shanghái, y aún no tenían mucho progreso en su misión, pero ya habían logrado algo. Preguntando e investigando, se habían enterado del sitio en dónde podían encontrar a la comunidad cristiana de esa ciudad, o al menos a una porción considerable de ella. Varias de estas personas a las que buscaban vivían en los barrios bajos, habitados por vagabundos, desempleados, drogadictos y delincuentes... Era algo horrible para ellos pensar que su gente viviera de esa forma, ¿pero qué podían esperar de un Shanghái controlado por un grupo como el Feng Long? La libertad de creencia no era mejor ahí de lo que era actualmente en su país. Pese a esto, mucha gente aún no aceptaría volver al Japón Meiji, pues las cicatrices de su pasado creadas por el Japón Tokugawa no habían desaparecido. Pero tenían la esperanza de que el escucharlos los haría cambiar de opinión, los haría pensar que un futuro en paz, estable y libre era posible, si se encontraban a lado de su salvador, Shougo Amakusa.
Shougo Amakusa era el elegido para seguir la lucha iniciada hace doscientos cincuenta años por Amakusa Shiro, el líder cristiano más importante del Japón, y que, sin embargo, murió trágicamente en el Castillo de Hara, cuando no había cumplido siquiera los veinte años, ni hecho realidad el sueño de la Tierra Sagrada de los Cristianos. La Rebelión de Shimabara fue apagada por el gobierno Tokugawa, pero el fuego que inició aún seguiría latiente en los corazones de aquellos cristianos que años, décadas y siglos después, seguían siendo atacados, agredidos y oprimidos en su propio país. Pero todo estaba por cambiar; Shougo Amakusa, la reencarnación de Shiro Amakusa, el cuarto hijo de Dios, había vuelto a Shimabara, trayendo consigo sólo una cosa: la esperanza.
Amakusa se encontraba a solas en su cuarto esa mañana, sentado frente a la ventana mirando al puerto, más específicamente mirando hacia el mar. No había nada en especial ahí, sólo agua, unos cuantos barcos, unas aves que apenas se veían, y el horizonte perdiéndose a lo lejos. Pese a eso, aquel hombre de cabellera café larga y ojos verdes, miraba en esa dirección totalmente sumido; era imposible adivinar que era lo que cruzaba por su mente en esos momentos.
De pronto, alguien llamó a su puerta, y sin esperar siquiera el permiso para entrar, ésta se abrió con cuidado; el hombre ni se viró a ella.
- Buenos días, hermano. - Escuchó como una voz dulce y delicada pronunciaba desde la puerta. Quien le hablaba era su hermana menor, una hermosa joven unos años menor que él, de ojos verdes como los suyos, cabello castaño más claro, largo hasta la mitad de su espalda, piel blanca y delicada. Usaba un vestido largo color verde olivo de mangas cortas.
Amakusa no respondió a sus saludos de buenos días, pero eso no le preocupó; de hecho, eso no era algo tan raro en él. La ojos verdes cerró la puerta detrás de ella, y recorrió con tranquilidad todo el camino desde la entrada hasta la silla en donde se encontraba su hermano, parándose detrás de ésta y colocando sus manos sobre los hombros del hombre castaño.
- ¿Estás bien? - Preguntó con un tono dulce, casi maternal en su voz.
- Buenos días, Sayo. - Respondió luego de un rato sin voltear a verla siquiera. Sayo era el nombre japonés de su hermana, el nombre que sus padres le habían puesto al nacer, pero su nombre de cristiana es aquel que había usado para no llamar tanto la atención durante su niñez fuera de su país: Magdalia. - Sí, no te preocupes. Yo sólo...
- Sólo mirabas el mar, ¿cierto? - Interrumpió Magdalia con una sonrisa burlona, alzando su mirada hacia el mismo punto que él. - Se ve que no has cambiado, hermano. Recuerdo que desde niño te gustaba sentarte en la colina de la capilla, allá en Shimabara, solamente para ver el mar. Eso siempre te relajó. Aunque la vista de esta ventana no es tan bonita.
Magdalia pasó por un lado de la silla y se paró a lado de su hermano mayor, para admirar mejor a través de la ventana. La naturaleza de su comentario se debía al hecho de que por ahí, no sólo se veía el mar, sino también el puerto, el mercado, y toda esa multitud de gente y barcos. Además, incluso el mar no se veía tan hermoso como el de Shimabara.
- De cierta forma es el mismo mar y las mismas aguas que se ven desde Shimabara. - Señaló Shougo con seriedad.
- Tal vez sean las mismas aguas, pero en verdad no es la misma vista. - Agregó ella a su vez, riendo un poco. Shougo de nuevo no dijo nada. En lugar de eso, simplemente sonrió ligeramente.
Shougo Amakusa se distinguía por ser una persona seria; pocas cosas en ese mundo podían hacer que surgiera una sonrisa en su rostro, y su hermana era una de esas pocas, y tal vez la principal de ellas.
- Es una lástima que no tengamos un piano aquí. - Prosiguió. - ¿Recuerdas cuando vivíamos en Hong Kong? Te gustaba sentarte así como estás, viendo por la ventana, mientras yo tocaba el piano para ti.
- ¿Lo tocabas para mí? - Contestó Amakusa con un leve sarcasmo. - Siempre pensé que lo hacías para molestarme con esa música.
- ¡Qué malvado eres, hermano!
Su personalidad le impedía en ocasiones transmitirle por completo a su hermana todo lo que sentía por ella. Muchos que vieran su relación, podrían pensar que él era demasiado cortante y distante con ella. Sin embargo, Magdalia más que nadie sabía que no era así. Shougo amaba a su hermana, era su tesoro más importante, en especial desde aquel día, en que lo habían perdido todo, y sólo le había quedado ella. Daría lo que fuera por su bienestar, lo que fuera. Tal vez no le expresaba sus sentimientos con palabras con la suficiente frecuencia, pero ellos dos no necesitaban de palabras para saber lo importantes que eran el uno para el otro.
Ambos habían ido a China de nuevo para hablar y transmitir su esperanza a los pueblos cristianos que se ocultaban en los puertos controlados por los occidentales, entre ellos Shanghái. Una vez que ya tenían identificados donde encontrarlos, era momento de ponerse a trabajar en ello.
Alguien más llamó a la puerta en ese momento; parecía que era una mañana movida. Magdalia pensó que sería Shouzo, por lo que se permitió darle el permiso de pasar.
- Adelante. - Exclamó la castaña mientras se giraba hacia la puerta, pero el visitante no era Shouzo.
Del otro lado de la puerta, surgió el rostro no muy agraciado de Kaioh, con su típica mirada astuta que a ella ponía nerviosa siempre que veía.
- Buenos días, Shougo-sama. - Saludó el hombre de cabeza rapada al entrar al cuarto. Traía su abrigo sobre su brazo izquierdo, y en la derecha sostenía un objeto plano y blanco, como un papel.
Magdalia nunca había tenido una buena impresión de aquel hombre. No era sólo por su apariencia, aunque de hecho, ella siempre había tenido una facilidad casi innata de juzgar a las personas por sus rostros, y rara vez uno la había puesto tan inquieta como el de aquel hombre. Eran también las cosas que decía, que hacía, o no hacía. Pese a eso, su hermano sí confiaba en él, y había demostrado ser un hombre muy astuto y fiel en esos últimos años, así que simplemente podía limitarse en esos momentos a dar los buenos días de manera cortes que le era posible y tragarse esos pensamientos por ahora.
- Buenos días, Kaioh-san. - Saludo la castaña, inclinando el cuerpo un poco hacia el frente.
- Buenos días Santa Magdalia. - Contestó él al mismo tiempo, colocando una mano en su corazón y haciendo una ligera reverencia. Desde hace un año, cuando ella y su hermano volvieron a Shimabara, la gente de ahí comenzó a llamarla "Santa Magdalia", por motivos que ella aún no entendía del todo, pero procuraba no darle mucha importancia. - Siempre tan hermosa, si me permite decirlo.
Magdalia endureció su mirada un poco al oír eso. Ese era el tipo de comentarios que no le agradaba escuchar de su parte. Si un hombre le dice un cumplido como ese a una mujer, normalmente uno esperaría que fuese con buenas intenciones, o al menos que realmente pensara lo que dice. Pero en ese hombre, sentía que todo era falso; ni siquiera pensaba que fuera con malas intenciones, simplemente le parecía "falso".
- ¿Qué deseas ahora, Kaioh? - Interrumpió de inmediato Shougo mientras se paraba de su silla; a él tampoco le había agradado de todo el comentario.
Kaioh sonrió optimista, posiblemente ignorante de lo que pasaba por la mente de sus dos oyentes sobre su persona en esos momentos, y prosiguió a contestar la pregunta que le acababan de hacer.
- Tengo buenas noticias sobre el asunto del Feng Long. - Informó y de inmediato extendió lo que traía consigo hacia el hombre de cabello largo; era una invitación en papel blanco. - Los líderes nos invitan a una fiesta esta noche para discutir los términos de nuestro negocio.
- ¿Una fiesta? - Exclamó Magdalia con curiosidad al oírlo, pero tan sólo un vistazo rápido de la mirada fría y dura de su hermano la hizo darse cuenta de que era mejor guardar silencio.
- ¿Esto es una buena noticia para quién? - Contestó Shougo con fastidio arrebatándole la invitación a Kaioh de las manos, para luego caminar hacia la ventana de nuevo.
Una vez ahí, con la luz de la mañana que entraba, la miró con más detenimiento. Era un papel fino, con letras occidentales escritas con perfecta caligrafía cursiva; posiblemente estaba en inglés.
- ¿Qué tipo de fiesta es ésta? Una fiesta llena de mafiosos y delincuentes no puede ser nada bueno. ¿Acaso siempre discuten sus asuntos en ese tipo de lugares?
- No lo sé. Pero como sea, no podemos despreciarlos. - Agregó Kaioh, dando unos pasos hacia él. - Además, es una oportunidad perfecta, quien sabe cuando nos den otra.
- ¿Ellos nos deben de dar una oportunidad a nosotros? ¿Qué no son hombres de negocios y nosotros sus clientes potenciales? - En ese momento, Shougo se giró de nuevo hacia el hombre de cabeza rapada, y prácticamente le arrojó la invitación de regreso. - Kaioh, te dije que no nos molestaras con ese asunto. Si tanto te interesa, entonces ve tú a arreglar eso. No me quiero entrometer. Además, Sayo y yo iremos hoy a los barrios bajos de Shanghái, y no tenemos tiempo que perder en ese tipo de cosas.
Kaioh apenas y pudo atrapar la invitación de regreso. La decisión en la voz de Shougo era definitiva, y con razón. Él había ido a Shanghái para otros asuntos, no para sentarse a discutir con ese tipo de gente, besarles los pies y bajar la cabeza, ¿y a cambio de qué? ¿Armas?, ¿armas traficadas y limpiadas con la sangre de gente inocente, y tal vez entre ellos su propio pueblo cristiano? De ninguna manera sería parte de eso.
Magdalia se limitaba a simplemente verlos en silencio. Su hermano le había comunicado el día anterior un poco sobre la plática que había tenido con Kaioh en privado; claro, ella también le había contado un poco sobre el casual encuentro que había tenido con un ladrón, y con un odioso hombre que casi lo mataba sólo por haber tropezado con él. La opinión de ella sobre el tema era similar a la de su hermano, mas no del todo. En efecto, ella pensaba que tratar con ese tipo de gente, ladrones y asesinos de la peor clase, no era algo muy recomendable, e incluso era peligroso. Sin embargo, Magdalia poseía un sentimiento un tanto diferente con el tema de los "pecadores" con respecto a lo que opinaba Shougo. Para él, uno solamente nacía cristiano, no se hacía, pero su hermana opinaba que era posible que la gente cambiara su camino, y poder convertirse. Para Shougo, la gente era malvada o buena, pero para Magdalia, existía bondad en cada ser humano, sólo era necesario encontrar la forma adecuada de sacarla a la luz. En parte se podría decir que eran dos pensamientos contrarios con respecto a la gente, uno desconfiado y pesimista, y otro esperanzador. Así que, para ella, aunque estas personas fueran delincuentes, existía la forma de hacerles ver lo importante, noble y sagrada de su misión, de llegar a sus corazones e iluminarlos. De esa manera, su apoyo no sería sucio, sino un apoyo enviado por el mismo Dios. Era un razonamiento que tal vez sólo la propia Magdalia era capaz de entender por completo.
- Sé lo que me dijo, pero también le recuerdo que nuestro presupuesto es algo reducido. - Señaló Kaioh con seriedad. - Si queremos obtener el mejor trato posible, debemos de plantearles claramente nuestras intenciones y deseos, y la mejor forma de hacerlo es que usted se presente, que lo conozcan y lo vean al exponer nuestras intenciones, sus intenciones. De esa manera, podremos convencerlos más fácil para que nos den su apoyo. Yo me encargaría de todo luego de eso, pero lo único que necesitaría sería su presencia esta noche. Los cristianos de los barrios bajos seguirán ahí mañana, se lo aseguro; pero otra oportunidad como ésta tal vez no se nos vuelva a presentar.
Shougo guardó silencio, mirándolo fijamente mientras le decía todo eso. Miró con cuidado hacia la ventana una vez más, de nuevo hacia ese mar azul y amplio, cruzándose de brazos de manera pensativa.
- ¿Enserio crees que eso nos ayude en algo?
- Debemos de contar con eso, es lo que lo único que tenemos en estos momentos.
- Un grupo delincuente que trafica con armas verán esto como un negocio, y plantearles nuestra situación no lo cambiará. - Agregó Shougo sin apartar su vista del mar. - Si nos venden las armas, será a su precio, y si no, es porque desean algo más. Así que no veo como mi presencia pueda cambiar eso.
- No tiene porque ser así, hermano. - Interrumpió Magdalia de pronto. Shougo se sobresaltó, volteándola a ver extrañado; parecía como si hubiera olvidado siquiera que ella seguía ahí. La joven de hermosos ojos verdes se le acercó rápidamente, parándose entre él y la ventana. En su mirada se notaba mucha decisión, y eso se reflejó más claramente en las palabras que surgieron de su boca inmediatamente después. - Tal vez si les decimos nuestra situación y lo que deseamos, ellos nos entiendan, y también nuestros sueños de crear una tierra libre para todos los Cristianos de oriente, no sólo para los japoneses, sino también para los del continente que huyen de un gobierno que oprime sus creencias. Sólo han pasado unos años desde la Rebelión Taiping, y debe de haber muchos cristianos que sean agredidos y atacados por ello, y aún deseen lo mismo, y es nuestro deber llevarlos por un camino correcto, no como el pasado que sólo derramó sangre. ¿No es por eso que volvimos a China?
- Sayo, no sabes realmente con qué tipo de gente está tratando Kaioh. - Amakusa colocó sus manos sobre los hombros de su hermana menor, mirándola fijamente a los ojos con seriedad. - Eso que dices no les importaría en lo más mínimo, a ellos solo les importa el dinero y el poder. No hay manera de que hombres corruptos y malvados como esos entiendan nuestra causa.
Magdalia sonrió con cuidado, mirando fijamente los ojos de Shougo con tranquilidad; era tal vez la única persona en el mundo que podía sostenerle la mirada.
- ¿No dijo nuestro señor Jesucristo que debemos de acercar a los pecadores a Dios?
- ¡Eso no tiene nada que ver con esto!
El Hijo de Dios se apartó rápidamente de su hermana, dando unos pasos hacia un lado. De nuevo, sus diferentes puntos de vista con respecto a la gente se encontraban. Magdalia se le acercó con cuidado una vez más sin miedo, colocando sus manos sobre su espalda.
- Hermano, no tienes nada que perder con intentarlo. Si quieres puedo ir contigo.
- ¿Qué? - Exclamó sorprendido, volteándose hacia ella rápidamente. - Claro que no, de ninguna manera te llevaré con todos esos delincuentes.
- Tal vez su presencia nos ayude, Shougo-sama. - Señaló Kaioh, metiéndose en la conversación. Shougo volteó a verlo de golpe con una expresión casi terrorífica en el rostro, diciéndole directamente con los ojos "ni siquiera lo pienses". - Santa Magdalia es un símbolo importante de nuestro movimiento, tanto como lo es usted. Su presencia y palabras podrían ayudarnos a convencerlos.
- Por favor hermano. - Repitió Magdalia, juntando sus manos frente a su pecho a modo de suplica. - Si te puedo ser de utilidad para algo, deseo hacerlo. Recuerda que éste no es sólo tu sueño... Es nuestro.
Eran dos contra uno, algo no muy justo, en especial si uno de esos dos era su hermana menor. Shougo permaneció callado por varios segundos, y luego pasó a sentarse de nuevo en su silla, cruzando las piernas y apoyando su cabeza contra el respaldo.
- Está bien. - Murmuró luego de un rato. - Pero Shouzo te acompañará, y no te separarás de él ni un segundo.
- Sí, está bien. - Asintió la ojos verdes con una amplia sonrisa. - Te lo prometo, hermano.
Magdalia parecía optimista, e incluso emocionada por su nueva misión. Sin embargo, no tenía ni idea de lo que le esperaba ver esa misma noche. Ni ella, ni tampoco aquel extraño mafioso que había conocido el día anterior, tenían idea de lo que pasaría como consecuencia de ese fugaz encuentro, y de ese cruce de miradas...
FIN DEL CAPITULO 3
Los ojos de ambos se cruzaron en un encuentro fugaz. ¿Será sólo eso? Pronto se darán cuenta que sus destinos se volverán a entrecruzar más pronto de lo que esperaban. ¿Es esto sólo una coincidencia más?
Capitulo 4: Agua y Limón
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro