Capitulo 01. Feng Long
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NOTAS PREVIAS DEL AUTOR:
- Esta historia está siendo reeditada y subida en una nueva versión, con capítulos más cortos y corregido.
- Este Fanfiction se encuentra basado en el Manga y Anime de "Rurouni Kenshin" o "Samurai X", cuya historia y personajes son propiedad de Nobuhiro Watsuki, la Editorial Shueisha, y la Productora Aniplex.
- Se encuentra sobre la línea temporal de la serie de Anime, apegándose a los acontecimientos ocurridos en ésta, empezando en Octubre de 1877, unos meses antes del inicio de la serie, y culminando alrededor de Febrero de 1880, más de un año y medio luego del término de ésta en el episodio 95. También, a su vez, se hace referencia a acontecimientos y sobre todo personajes que nunca aparecieron en el Anime, sólo en el Manga y los OVAs.
- Al principio de cada capítulo, y en algún salto en el tiempo o lugar que lo amerite, se colocará el lugar y país en el que se desarrolla el capítulo o escena, seguidos por la fecha en la que se encuentre.
- Algunos hechos narrados en el Anime y en el Manga han sido cambiados para adaptarlos a la historia y poder combinar las dos versiones en una misma línea, pero intentando mantener la esencia de ambas.
- Se hacen referencia a su vez a hechos y personajes reales de la Historia, tanto Japonesa como China, pues se encuentra ubicada en un contexto histórico. Pese a esto, sigue siendo una historia meramente de ficción.
- Los personajes que aparecen en esta historia y no aparecen ni en el Manga y en el Anime de "Rurouni Kenshin", son personajes originales creados por mí, diseñados en el contexto y concepto de la serie, así como sus nombres y papeles.
- Esta historia no tiene relación alguna, ni se encuentra basada en ningún sentido, en la película "El Tigre y el Dragón", ni se hace referencia alguna a dicha película. Sólo poseen el mismo título por mera coincidencia.
- En caso de llegar a ser necesaria cualquier aclaración o comentario específico de lo sucedido en un capítulo, se realizará al final de dicho capítulo.
- Espero que la historia sea de su agrado. Para cualquier comentario, queja o sugerencia, mi correo está abierto.
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Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón
Wingzemon X
Capitulo 1
Feng Long
Shanghái, China
14 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Al este de la extensa, majestuosa y poderosa nación asiática conocida como China, en la costa más alejada del país, se encuentra una de las ciudades más importante de la industria y el comercio chino de la época, y tal vez el centro más importante de éstas. El nombre de este sitio era reconocido incluso en Europa, y ese nombre era "Shanghái", al sur de la desembocadura del río Yangtsé.
Shanghái, al igual que el resto de China, posee sus raíces arraigadas en una larga y tormentosa historia, que se remonta incluso a los tiempos de la Dinastía Han; sin embargo, el estado exacto en el que se encontraba en aquel entonces se derivaba más que nada de acontecimientos mucho más recientes. Aproximadamente treintaicinco años atrás, Shanghái fue uno de los cinco puertos obligados a ser abiertos a los extranjeros, tras la firma del "Tratado de Nankín", al término de la Guerra del Opio con Inglaterra. Desde entonces, la presencia e influencia occidental se fue haciendo más y más notoria. De un momento a otro, ver caminando por las calles de la ciudad a ingleses, franceses, e incluso estadounidenses, se convirtió en algo totalmente normal, así como un tiempo después fueron normales los edificios, restaurantes, casas, negocios, escuelas e incluso iglesias occidentales, lo que terminó por convertir a este importante puerto en una mezcla de ambas culturas, estilos y formas de vida. Éste hecho representó de cierta forma una espada de doble filo, algo que trajo bendiciones para algunos, y maldiciones para muchos.
En esa época era común ver por las calles de Shanghái tres tipos de transportes principalmente: los palanquines, literas que eran alzadas y movidas por dos o cuatro personas, normalmente usados aún por miembros del gobierno Imperial; los rickshaws, transporte de dos ruedas jalado por una persona y usado normalmente para un pasajero, muy común entre la gente "normal" pues eran un transporte popular; y, claro está, los carruajes occidentales, jalados por uno o dos caballos, usados normalmente por los extranjeros y personas de dinero que poseían el suyo propio. Esto era sólo uno de los tantos ejemplos que mostraban la unión de ambos mundos tan diferentes, no sólo en Shanghái, sino también en los otros puertos de China en su misma situación.
Ese día de mediados de octubre, justo a media mañana, un carruaje de color negro jalado por dos caballos cafés, se movía por la calle principal a velocidad moderada. Las riendas eran controladas por un hombre, de atuendo anaranjado y azul, de cuello alto, mangas largas y amplias, pantalones anchos y zapatos negros, además de un sombrero de paja alargado. Atrás del carruaje, venían dos hombres más, sujetos de éste, vistiendo el mismo atuendo que el cochero, y armados con mosquetes a sus espaldas; evidentemente se encontraban en función de guardias del pasajero que viajaba en el interior.
Luego de algunos minutos de camino, el carruaje se detuvo frente a su destino: un gran edificio estilo oriental de dos pisos, de color blanco con tejas anaranjadas. Era un restaurante de comida china y mariscos, de los más elegantes y exclusivos en el área del puerto. En la entrada principal, aguardaba un hombre de estatura baja, cabeza rapada de la parte superior y cabello negro oscuro en el resto, con una trenza larga hasta la mitad de la espalda. Vestía una túnica azul con varios adornos dorados y un delantal blanco. En cuanto el carruaje aparcó frente a él, agachó su cuerpo hacia el frente y clavó su mirada al suelo en una profunda reverencia.
La puerta del coche se abrió rápidamente y de su interior salió un joven, del mismo atuendo que los otros sirvientes, de una camisa de cuello alto y mangas largas estilo chino de colores anaranjados y azules, y pantalones también de color anaranjados y sombrero de paja. Su cabello era de un tono entre azulado y grisáceo, largo, con una cola de caballo que se asomaba por detrás. Él no traía un rifle en su espalda sino dos sables de hojas anchas estilo Dao, entrecruzados en su espalda. Bajó rápidamente del carruaje y se encargó de abrir por completo la puerta para que el segundo pasajero pudiera hacer lo mismo sin problemas.
El otro pasajero colocó su pie derecho en el apoyo del carruaje y el otro en la tierra; traía puestos unos zapatos cerrados de color negro oscuro y pantalones blancos, con una línea ancha azul a los lados. En la parte superior vestía una camisa de tela gruesa estilo chino de mangas largas y cuello alto, con un diseño muy similar al de sus pantalones, de color blanco, con la parte central del frente azul, e igualmente una línea azul que recorría el costado de sus mangas desde los hombros. Además, traía puesta lo que parecía ser una bufanda, alrededor de su cuello y hombros a forma de capa doble, de color azul oscuro. Nadie alzó para nada la mirada mientras caminaba a la puerta del restaurante; era casi como si tuvieran miedo de verlo directamente.
- Bienvenido. – Exclamó de inmediato el hombre que lo esperaba en la puerta, agachando aún más su cuerpo. – Lo estábamos esperando con ansias, Maestro Enishi...
Aquel hombre tenía cabellos blancos como nieve, cortos, con un peinado de picos hacia arriba. Sostenía un maletín en su mano derecha y portaba un par de lentes oscuros redondos frente a sus tranquilos ojos color turquesa, al igual que un notorio colgante en su oreja izquierda. Sonrío de manera despreocupada ante la bienvenida que le acababan de dar, y luego empezó a caminar hacia la puerta, siguiendo derecho, casi ignorando a aquel hombre que de inmediato se hizo a un lado para dejarle el camino libre.
Rápidamente fue seguido hacia el interior por los dos guardias armados con rifles y por el otro con los sables Dao que iba al frente, pero manteniendo una distancia prudente de él. Al mismo tiempo, el encargado caminaba a lado del recién llegado, con notorios nervios en cada uno de sus actos. Una vez adentro, se encontraron con el elegante recibidor con diferentes dibujos en las paredes, de dragones, personas, guerreros, e incluso ogros.
- ¿Ya llegaron los demás? – Preguntó el hombre de cabellos blancos, parándose en el centro del recibidor. Introdujo su mano en uno de sus bolsillos y sacó de éste un hermoso reloj plateado para echarle un vistazo rápido a la hora.
- Sí, sí señor. – Contestó de inmediato el encargado, tartamudeando ligeramente. – El Maestro Hong-lian y el resto lo esperan en el ala privada de siempre. Su comida casi está lista y su mesa preparada.
- Menos mal, porque muero de hambre. – Comentó divertido el chico albino, al tiempo que se acomodaba sus anteojos con su mano libre y luego se giró hacia la puerta que llevaba hacia el jardín central del restaurante. – Conozco el camino, no se preocupe.
Al escuchar esas palabras, el encargado se detuvo rápidamente, quedándose a lado de la puerta con la mirada baja, mientras los tres hombres armados pasaban siguiendo a su jefe. Pareció sentirse aliviado una vez que estuvo solo, lo suficiente para sacar un pañuelo del interior de su túnica y limpiarse las gotas de sudor de su frente. Su negocio era muy exitoso, y más desde que frecuentemente era el punto de reunión para las "comidas de negocios" de algunos hombres importantes de Shanghái. Sin embargo, de todos los clientes que recibía, importantes o no, el grupo que se estaba reuniendo ese mismo día en el ala privada más espaciosa, lujosa, y sobre todo discreta del establecimiento, era el que más lo ponía nervioso, y no era para menos...
Afuera, mientras caminaba por el pasillo externo, el hombre de atuendo blanco notó que el jardín central se encontraba lleno de hombres de gran variedad de apariencias: altos, bajos, fornidos, delgados... Varios se encontraban visiblemente armados con espadas, lanzas, rifles, mosquetes o pistolas. Algunos portaban uniformes, otros atuendos comunes. Y no sólo se encontraban en el jardín. Pudo notar también a otros más en el pasillo, e incluso en los techos, todos con posición firme, mirando a los alrededores, esperando.
El joven armado con dos espadas que lo seguía, les indicó a los otros dos hombres que se colocaran en el patio de la parte de atrás y vigilaran los accesos posteriores. Estos de inmediato se apresuraron a seguir sus instrucciones.
- Cuantos hombres hay aquí. – Comentó el hombre albino mientras avanzaban. – Un poco exagerado, ¿no lo crees Xung-lang?
- Me parece acorde a la situación, señor. – Le contestó él agachando un poco la cabeza; su tono de voz era profundamente serio, y la expresión de su rostro era fría y calmada.
- Si tú lo dices. Aunque creo que llamaríamos menos la atención con menos gente. – Agregó con una risilla ligera.
Unos segundos después, ambos subían las escaleras de madera hacia el segundo piso, entrando después a la antesala que se encontraba antes del privado en donde comerían esa tarde. La antesala no se encontraba sola. Aguardando en ella estaba un hombre, sentado en uno de los sillones bebiendo una taza de té, tal vez para abrir el apetitito. Era delgado, de cabello negro y corto, vestido con una túnica larga y pantalones negros, con ojos oscuros, rostro alargado, nariz afilada y piel blanca. Había otros cuatro hombres acompañándolo, altos, muy altos, fácilmente de más de dos metros de estatura, fornidos, de hombros y brazos anchos, rostros duros y serios como rocas. Los cuatro usaban la misma ropa: túnica azul, pantalones negros y un gorro azul y negro en la cabeza. Dos de ellos se encontraban parados detrás del sillón, y los otros se encontraban cada uno a cada costado del mismo; los cuatro tenían sus manos detrás de su espalda, y estaban parados de manera firme y recta, inmóviles como cuatro enormes estatuas.
- ¡Ah!, Hei-shin. – Exclamó divertido el albino al llegar, llamando la atención del hombre de vestimenta negra. – Te ves bien ¿Cómo te está tratando el otoño?
Mientras decía esto, se sentó en el sillón justo delante de él, y colocó sobre la mesa de centro el maletín que traía consigo. El hombre de cabello negro y corto volteó a verlo un segundo, y una sonrisa despreocupada surgió en sus labios.
- Bastante bien, jefe. – Le contestó con normalidad mientras volvía a concentrarse en su té, aunque había pronunciado la palabra "jefe" de manera remarcada. – De hecho parece que el próximo invierno será cálido; esa es una buena noticia para mí.
Dio un pequeño sorbo de su taza, y luego suspiró un poco.
- Té chino, nada que ver que con ese horrible brebaje que toman los occidentales. – Mencionó más para sí mismo, y colocó la taza en la mesa. – Me tome la libertad de pedir un banquete completo para todos. Sólo espero que sea suficiente.
- Con Hong-lian sentado en la mesa nunca se sabe.
- Deberías de ahorrarte esos comentarios de mal gusto, Enishi.
- Tranquilo, Hei-shin. Los ancianos ya conocen mi modo de ser, y es por eso que todos ellos siguen mis deseos tan obedientemente, ¿o no?
No podía decir nada para negar tal afirmación, y aunque la tuviera, no hubiera tenido oportunidad de decirla, pues en ese momento una de las puertas corredizas del cuarto se abrió, y dos hombres entraron a la antesala.
- ¡Enishi!, ¡muchacho! – Exclamó con fuerza uno de ellos. – Ya era hora de que te aparecieras, chico.
Era un hombre robusto y de estatura baja, de cara redonda, brazos y manos gruesas. Tenía una barba abundante color negro que casi le ocupaba toda la cara y le llegaba hasta el pecho. Tenía también el cabello largo hacia atrás, suelto y lacio hasta la mitad de la espalda. Usaba una camisa estilo chino suelta de color morado y detalles rojos, y lo que parecía ser algo similar a un hakama también de color morado, pero de seda fina. Sobre éste, usaba un abrigo rojo oscuro, y en su cabeza un gorro circular de los mismos colores que su atuendo. En sus dedos traía un puro encendido.
El otro era un hombre de apariencia algo mayor, alto, delgado, completamente calvo, de piel blanca, ojos negros y serios, y una mueca dura en su boca, así como orejas grandes y algo puntiagudas. Vestía un Hanfu de color verdoso, con detalles y pantalones azules, y algunos adornos dorados.
En cuanto escuchó que se acercaban, el hombre al que llamaron Enishi se puso de pie y se giró hacia ellos, pegando su puño derecho a su palma izquierda delate de él, y haciendo una pequeña reverencia al frente como señal de respeto.
- Maestro Hong-lian, Maestro Ang. – Dijo con acatamiento y luego se volvió a enderezar. – Cómo siempre, es un honor contar con su presencia en nuestras reuniones. Sé que no siempre es agradable asistir a este tipo de asuntos.
- Descuida muchacho. – Comentó el hombre del puro con una amplia sonrisa, acercándosele alegre y colocando su mano en su espalda; Enishi era unos centímetros más alto que él. – Los negocios tienen que tratarse siempre en persona, no lo olvides. Los intermediarios nunca funcionan. Siempre lo he dicho: nunca sirve de nada cortarles las cabezas a los intermediarios.
- Pero igual es algo que se hace, ¿o no?
El hombre robusto rió con fuerza y sin pudor ante su comentario, dándole algunas palmadas tan fuertes en la espalda, que hubieran de seguro tumbado al suelo a cualquier otro. Sin embargo, él se mantuvo de pie, aunque aplicando algo de esfuerzo en ello.
- Tú me agradas Enishi, siempre tratas los asuntos de frente y con buen sentido del humor. – Agregó una vez que dejó de reír. – Pocos en esta época lo hacen, por ejemplo, aquí mi entrañable amigo Ang, desde que lo conozco tiene el sentido del humor de una piedra.
- Muéstrame una piedra que haya podido tener en la palma de su mano todo la costa de Zhejiang por más de veinticinco años y te daré la razón, Hong-lian. – Comentó no muy divertido el otro hombre ante tal broma a sus costillas. – Hablando de otro asunto, ¿cómo está la agenda, Hei-shin?
- Al día, maestro Ang. – Contestó el hombre de negro con tranquilidad, apoyándose en el respaldo del sillón y colocando su brazo izquierdo sobre éste. – No hay nada fuera de curso por el momento. La transacción con la gente de Hangzhou casi se completa, y ya se le entregó su mercancía a Chosun. La reunión es más con el propósito de ponerlos al día con algunos números y algunos nuevos movimientos que pudieran serles de interés.
- Me agrada escuchar eso. – Una sonrisa ligera surgió en los labios de Ang, sobresaliendo en su rostro estático como piedra. Giró su mirada hacia Enishi y Hei-shin respectivamente, mirando a ambos con la misma expresión. – Pese a que no estaba muy convencido al principio, ahora puedo asegurar sin temor que nuestra organización nunca había estado tan bien, hasta antes de que ésta quedara en manos de ustedes dos. Hacen que pueda dormir tranquilamente en las noches.
- Y en este negocio eso no es fácil. – Comentó de inmediato el hombre de anteojos con el mismo tono irónico de antes, y de nuevo, una sonora carcajada surgió de la boca de Hong-lian.
- Cierto, muy cierto lo que dices, Enishi. – Comentó divertido al tiempo que se sentaba en el sillón donde se encontraba el joven albino, quien un segundo después extendió su brazo hacia un lado, ofreciéndole su asiento a Ang de manera respetuosa.
En efecto, sólo habían pasado dos años desde el día en que el hombre de blanco y el hombre de negro se volvieron el número uno y el número dos de su Organización respectivamente, y eso lo habían logrado pese a ser los líderes más jóvenes en el momento. A pesar de esto, habían hecho un excelente trabajo hasta entonces, tanto que los otros líderes, casi todos a lo menos diez años mayores que ellos, les tenían un enorme respeto y confianza. ¿Cómo habían logrado llegar tan lejos? Ambos habían recorrido caminos diferentes, pero al final estos se habían cruzado, y desde entonces marchaban a la par y hacia adelante. ¿Por cuánto tiempo más seguirían así? Por raro que sonara, ambos esperaban que no fuera por mucho.
Hong-lian extendió su brazo derecho hacia el frente, apagando su puro en el cenicero de la mesa.
- ¿Saben muchachos? – Comentó Hong-lian al apagar su puro y luego recargarse hacia atrás de manera cómoda. – Ya llevan más de dos años en el liderazgo del grupo, y ya no son tan niños. – El último comentario fue acompañada de otra risa, aunque algo más leve. A la larga, la risa de Hong-lian resultaba algo molesta, en especial para alguien como Ang. – ¿No creen que ya es hora de pensar en matrimonio?
- ¿Matrimonio? – Exclamaron con algo de sorpresa tanto Enishi como Hei-shin al mismo tiempo. Hong-lian prosiguió mientras los señalaba y miraba fijamente.
- Créanme cuando les digo esto. Un hombre podrá tener todo el dinero, todo el poder, y todas las amantes que quiera. Pero nunca será un verdadero hombre, hasta que logré dos cosas: unir su vida a una verdadera dama, haciéndola su esposa, y tener su primer heredero... Legitimo, claro está.
- Créanle, ya está en su tercer matrimonio. – Agregó Ang con desgano.
- Por eso mismo sé de lo que hablo, Ang. – Contestó el hombre de barba, riéndose con fuerza dándole algunas palmadas en la espalda a su compañero, casi tumbándolo del sillón.
Cualquiera que viera a Hong-lian, nunca pensaría que ese hombre robusto, amable, risueño y bromista, era uno de los hombres más peligrosos de toda China. Sólo sus socios sabían de lo que era capaz, y no todas eran cosas buenas. Igualmente, estos sabían que era mejor estar bien con él, y normalmente ese no era problema. Hong-lian podría tener una personalidad algo tediosa en ocasiones, pero era fácil llevarse bien con él. Sumándose a su personalidad tan diferente a la que uno esperaría de alguien de su posición, se encontraba esa costumbre de hablar de ese tipo de cosas, sobre todo con aquellos que eran más jóvenes que él. Podría ser que en el fondo creyera ser algún tipo de guía espiritual, pero pocas personas seguían realmente sus consejos.
- Le agradezco sus palabras, maestro Hong-lian. – Agradeció Hei-shin con respeto. – Pero no tengo planes de contraer matrimonio a corto plazo.
- Oh, Hei-shin, un hombre tan listo en los negocios como tú debe de saber que los matrimonios son también una fuerte vía para hacer tratos.
- Eso es verdad. – Agregó Ang, mientras se arreglaba su traje, luego de la zarandeada que había sufrido por parte de Hong-lian. – Los lazos matrimoniales hacen buenos acuerdos de negocios.
- En ese caso, sería bueno que el jefe pensara en matrimoniarse, ¿no lo cree? – Al hacer ese comentario, Hei-shin volteó a ver a Enishi con una sonrisa casi maliciosa. El chico únicamente alzó una de sus negras ceja como reacción a esto. – La boda del jefe sería una gran celebración, y si es con la hija de alguna familia importante... Bueno, ustedes me entienden.
- Oh, me agrada como piensas, Hei-shin. – Asintió Hong-lian justo antes de sacar su caja de puros y tomar otro de su interior. – No estaría mal, de seguro debe de haber muchas familias de la cúpula alta que estarían más que dispuestos a matrimoniar a sus hermosas hijas contigo, Enishi.
- No creo que sea así, maestro Hong-lian. – Respondió el chico de lentes oscuros con la mayor tranquilidad del mundo, encogiéndose de hombros.
- Oh, ¡claro que sí! Eres un joven, apuesto, rico y poderoso. ¿Qué mujer se te resistiría?
- ¿Entonces porque no le presentas a tu hija Ming? – Comentó Ang con marcado sarcasmo en su voz.
La propuesta pareció poner algo nervioso, y hasta cierto punto incomodo a Hong-lian. Sus tres hijas, una de su primer matrimonio y las otras dos del segundo, eran su adoración y su más grande tesoro. El comentario iba evidentemente dirigido al hecho de que él siempre había comentado que deseaba casarlas con hombres ricos, pero no con hombres involucrados con el "negocio".
- Oh, ¿Ming dices? Ella es mayor que Enishi, y no creo que le guste. Además, yo hablaba de alguna chica externa a la Organización. – Una risa nerviosa surgió de sus labios, mientras se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo. No era algo bueno el llegar a un punto en donde comienzas a contradecirte a ti mismo.
- Igual que Hei-shin, agradezco sus palabras, maestro. – Expresó Enishi luego de un rato, aparentemente salvando a Hong-lian. – Pero tampoco tengo planes de casarme en corto plazo. Tengo otros negocios que requieren de mi atención, ¿no es así, Hei-shin?
En ese momento volteó a ver al hombre de negro en el sillón, y ambos intercambiaron una mirada entre ellos que le dijo a cada uno todo lo que necesitaba saber.
- Claro, muchos negocios. – Pronunció con simpleza al tiempo que se ponía de pie; el encargado había llegado a la antesala.
- Señores, su comida está lista para servirse. – Les informó con prudencia, manteniendo su cabeza agachada. – Pueden pasar a su mesa cuando quieran.
- Bien, los negocios y la comida no se deben de hacer esperar, señores. – Comentó alegre Hong-lian, e imitando a Hei-shin, Ang y él se pusieron de pie. – Adelante.
Los cuatro caminaron juntos al lugar en donde sería su comida, seguidos desde atrás por sus respectivos guardianes. Dos mujeres deslizaron con cuidado las puertas para que pudieran pasar al interior del cuarto, en donde se encontraba una amplia mesa redonda, en donde ya otras tres personas los esperaban ansiosos. Era una reunión importante realmente, la reunión de los siete líderes del gran grupo Feng Long, la Mafia más poderosa de China Oriental.
Aunque su origen se remontaba a casi un siglo atrás, el Grupo Feng Long nació oficialmente el verano del año 4540, 1843 para los occidentales, casi como una respuesta inmediata al Tratado de Nankín, firmado apenas el año anterior. Durante muchos, muchos años, toda la provincia y alrededores de Shanghái, y prácticamente toda la desembocadura del Yangtzé, y gran parte de la costa del Mar Oriental Chino, eran controlados por diferentes y numerosos grupos criminales que se habían estado disputando la supremacía desde la época del emperador Yongzheng. Desde entonces, varios desaparecieron de la contienda, mientras otros continuaban y otros nuevos surgían, continuando de la misma forma sin llegar a ningún tipo de resultado favorable para nadie
Fue entonces, al término de la Primera Guerra del Opio, cuando se hizo público el contenido del Tratado de Nankín, y sobre todo el hecho de que Shanghái sería uno de los cinco puertos que serían obligados a abrirse a los extranjeros. Incluso antes de que el primer barco inglés anclara en el puerto, los líderes de los grupos más poderosos se dieron cuenta de que esto cambiaba por completo el panorama. Bajo esas circunstancias, con ingleses, francés y estadounidenses rondando por sus tierras, con sus culturas y armas avanzadas, les sería casi imposible seguir manteniendo el mismo control, en especial si seguían combatiendo entre ellos. Todo esto llevó a una sola opción posible, una que jamás hubiera pasado por sus mentes de no haberse presentado esta situación: la alianza y la unión entre las organizaciones. Las tres mafias más poderosas de Shanghái: el grupo Shang-Yue, los Xing-Seng y la familia Wu, junto con aproximadamente otros quince grupos de menor importancia, pero igualmente relevantes, decidieron unirse en un sólo y único grupo, uno que tuviera el poder, la experiencia y el alcance de imponerse a los extranjeros o al gobierno mismo, e incluso de poder expandirse a otras zonas y países. Y así nació la Mafia Feng Long, el grupo delictivo más poderoso del este de China.
Desde el inicio, el grupo prosperó de manera activa y rápida. Formaron una red de información que se extendía a casi todo el país, se adueñaron de varios negocios e industrias principales de la zona, y supieron rápidamente como lidiar con los extranjeros, e incluso llegar a negociar con algunos de ellos. Sin embargo, lo que les dio el empuje necesario para darles el poder que incluso aún mantenían, fue una simple jugada: monopolizar el tráfico de armas en la costa del Mar Oriental. En menos de diez años, el Feng Long dominaba el tráfico ilegal de armas en toda Asia, incluso las armas más novedosas de occidente, desde las más sencillas como revólveres, rifles y bombas, hasta cañones, metralletas, e incluso barcos de guerra. Esto lo lograron comenzando a manejar sus operaciones como un negocio. En otras palabras, los primeros líderes del Feng Long comenzaron a controlar su organización criminal, como una empresa, con jerarquías, canales de comunicación bien definidas, divisiones, responsabilidades fijas, flujo de información constante, etc. Todo esto lo lograron basándose en los modelos que comenzaban a utilizar los occidentales en sus países desde la Revolución Industrial, y que entraban en contacto con ellos ahora que comenzaban a instalarse en Shanghái.
Al inicio del reinado del emperador Xianfeng, el gobierno imperial se puso en contacto con el Feng Long. Ellos, de igual manera, se encontraban descontentos con la presencia de los occidentales en sus tierras, y, además, diversos levantamientos se suscitaban uno tras otro en los últimos años. Beijing deseaba tener aliados de su lado, y eligió a los grupos más poderosos de China, principalmente al Feng Long. El trato era simple: recibirían el apoyo completo del gobierno Imperial en sus movimientos, dejándolos trabajar sin intromisión e incluso ayudándolos en ocasiones, y a cambio estos se encargarían de surtir a sus hombres de las armas más avanzadas, mantendrían a raya a los ingleses en Shanghái, y pasarían un cierto porcentaje de sus ganancias al gobierno. Así, bajo la protección directa del emperador, el Feng Long fue creciendo y creciendo, ganando más poder, más seguidores, y de cierto modo menos enemigos.
La situación del Feng Long seguía siendo buena para aquel entonces; de hecho, podría decirse que no había estado mejor. Sus ganancias e influencia iban en aumento cada año. No había nadie que se atreviera a meterse con ellos, ni otros grupos, ni el gobierno, ni siquiera los extranjeros; incluso las disputas internas se encontraban bajo control. El grupo era controlado por siete personas, algo similar al concepto que décadas más adelante se conocería como "Junta Directiva", y como en las juntas directivas actuales, éste grupo también tenía un presidente y un vicepresidente, aunque dichos puestos eran simplemente del Jefe y el Subjefe del Feng Long, el Número Uno y el Número Dos. Ellos tenían casi libre albedrío sobre las operaciones importantes de la Organización, y protegían los intereses de todos los líderes. Eran hasta cierto punto, los mafiosos más poderosos de todo el este de China.
Las personas que ostentaban dichos puestos en ese momento, eran los líderes más singulares que había tenido la Organización en sus treintaicuatro años de existencia, pues no sólo eran los más jóvenes sentados ese día en la mesa, eran los jefes más jóvenes de su historia. Ambos llegaron juntos al liderazgo, hace sólo dos años atrás, dos años en los que habían hecho un trabajo más que excelente en la opinión de los otros líderes.
El subjefe actual era Wu Hei-shin, el tercer hijo de la familia Wu, uno de los tres grandes grupos originales que fundaron el grupo, un hombre inteligente, hábil, con facilidad de habla y planeación. Y el jefe, la cabeza actual del Feng Long, era Yukishiro Enishi, de origen japonés, un chico que surgió prácticamente de la nada en Shanghái, pero que en sólo unos cuantos años llegó a convertirse en el líder de una de las Organizaciones Criminales más grandes del continente.
Como Hei-shin había dicho, la reunión era con el fin de poner al día a los líderes con los números y algunas novedades. Los siete estaban sentados en esa mesa circular, la cual se encontraba llena de diferentes platillos: arroz cantones, pollo, camarones, verduras, fideos, carne, uno de cada plato del menú para los importantes clientes que estaban atendiendo. Además de los siete hombres, se encontraban también sus jefes de seguridad o guardaespaldas más cercanos: los cuatro hombres de gran tamaño se encontraban parados justo detrás de Hei-shin, y el joven de cabello claro y con dos Dao en su espalda, se encontraba detrás de Enishi; y así cada líder tenía cerca a uno, dos o tres hombres, cuidándolo con cautela. Pero esa no era su única protección pues como Enishi había visto en cuanto llegó, el lugar se encontraba realmente repleto de hombres del Feng Long; el restaurante podría sólo compararse con un fuerte militar en esos momentos.
- Antes de continuar, quisiera tocar el tema de nuestro exceso de seguridad, caballeros. – Mencionó de pronto Yukishiro Enishi, al tiempo que una de las mujeres que los atendían le servía su segundo plato; ya llevaban para ese momento aproximadamente media hora conversando y comiendo al mismo tiempo. Su comentario confundió un poco a alguno de los presentes, aunque su tono era más el de una broma que de un comentario serio. – ¿Es necesario que vaciemos todo el restaurante y llenarlo con nuestros hombres en cada reunión? No creo que al dueño le agrade mucho eso.
- Con lo que gana con tan sólo una hora que comemos aquí, no creo que le moleste tanto. – Comentó Chang-zen, sentado justo al lado contrario de la mesa, y acto seguido se empinó de golpe su copa.
Chang-zen era un hombre mayor, de cabello canoso, largo hasta la mitad de su espalda, suelto, con una barba corta del mismo tono. Vestía un Hanfu de color rojo en la parte de encima, con grabados dorados de aves, y gris oscuro en la parte de abajo. Su mirada era algo cansada, su tono de voz bajo, y su piel pálida y arrugada; se veía que ya los años comenzaban a caer sobre él, pero ni siquiera así permitía que alguno de sus hijos tomara su lugar.
- A pesar de tu juventud y de que sólo llevas siete años con nosotros, ya debes de estar muy consciente de cómo es este negocio, Enishi. – Agregó Zhuo, sentado justo a la izquierda de Enishi, justo antes de que uno de sus hombres encendiera su cigarrillo. Acto seguido, dio un largo respiro y luego exhaló una humeada por su boca. – Puede que a alguien con tus impresionables dotes de peleador, este tipo de seguridad te parezca excesiva. Pero para el resto de nosotros, es más que necesaria.
Después de Enishi y Hei-shin, Zhuo era el más joven de los sentados en esa mesa. Tenía un poco más de treinta años, cabello castaño oscuro, corto, y un bigote apenas notable en su rostro del mismo tono. Tenía ojos grises, piel ligeramente morena, y traía puesto un traje formar estilo occidental, de saco y pantalones rojos, camisa blanca y corbata negra. Sobre sus hombros, traía puesto un abrigo largo color negro.
- No niego eso, maestro Zhuo. – Contestó el albino. – Aunque no sé quien pueda intentar algo contra nosotros. Excepto por los negocios occidentales, toda la ciudad nos pertenece.
- Por experiencia, te puedo decir que nunca falta algún aventurado. – Señaló Ang desde su asiento, a lado de Hei-shin. Había parecido más concentrado en su plato de comida que en la conversación hasta entonces.
- Bueno, pero Enishi tiene un punto. – Agregó Hong-lian rápidamente, con su boca casi llena de arroz. Estaba sentado luego de Ang. – El pueblo no sólo nos teme, nos respeta y admira, pues desde que los occidentales llegaron hemos representado su mayor protección. Incluso la policía y el gobierno local son nuestros aliados. Y además de todo, según he oído, estos últimos ciclos han sido los más largos sin que perdamos a ninguno de los miembros de esta mesa. – Al decir esto, volvió a reír con su característica risa, aunque en esta ocasión algunos de los presentes resultaron atacados por los granos de arroz que salían disparados de su boca. Estos sin embargo, se limitaron a limpiarse en silencio. – Además de ser los más prolíficos, ¿no es así He-shin?
- Eso es verdad. – Agregó el número dos de la organización, sentado justo a la derecha del actual jefe. – Las ganancias de este año parecen estar encaminadas a ser las mejores de la última década. Claro, considerando siempre nuestra la pequeña cuota a Beijing.
Ese era un tema que tenía que tocarse con mucho cuidado. Desde que el Feng Long se encontraba bajo la protección del Emperador, había estado obligado a pasarle cierto porcentaje de sus ganancias al gobierno. Esto algunos en la organización lo apoyaban, y otros no tanto, y mencionar siquiera a Beijing, al Emperador o al gobierno en sí en ese tipo de reuniones, siempre podría desembocar en algunas discusiones no muy agradables, y esa no iba a ser la excepción.
- Bueno, después de todo no podríamos haber tenido tanto éxito en todo este tiempo sin la gran ayuda de nuestro Gobierno Imperial. – Comentó Zhuo con su cigarrillo entre los labios.
- ¿El Gobierno Imperial de quién? – Le preguntó con un tono molesto Ang, volteándolo a ver de golpe. – ¿De nuestro muerto y desolado Emperador Tongzhi o del mocoso Guangxu?
Zhuo comenzaba a pensar que tal vez no debió de haber abierto la boca, cuando alguien más salió en su defensa.
- Deberías de hablar con más respeto de tu Emperador, Ang. – Dijo rápidamente Ming-hu, sentado a la surda de Zhuo.
Ming-hu era tal vez el más antiguo de los líderes actuales, por no decir que era el más viejo en esa mesa. Aún así, era mucho más lucido, firme e incluso peligroso de Chang-zen, a quien le llevaba mínimo una década. Era un hombre mayor, delgado, calvo de la parte superior de su cabeza, pero con pelo totalmente blanco y despeinado a los lados y atrás. Tenía sus ojos escondidos detrás de unos lentes oscuros redondos, y portaba un Hanfu verdoso, y un abrigo dorado sobre éste. Se encontraba fumando una pipa alargada y tenía su atención puesta en Ang.
- No será "Emperador" hasta que tenga la mayoría de edad y deje de mojar sus pañales de seda. – Fue la respuesta cortante de Ang, e inmediatamente después se empino por completo su copa de alcohol, para luego hacerla a un lado y dejar que una de las mujeres le sirviera más. – De cualquier forma, da igual que asqueroso Manchu gobierne en Beijing.
- Olvidaba que era un Anti Machu, Ang-sama. – Comentó Enishi desde su lugar de manera divertida. A pesar de hablar chino fluidamente, de vez en cuando se le escapaban algunas expresiones japonesas, como le sufijo "sama". – Pero creo que no se ha quejado mucho por su colaboración en todos estos años, ¿o sí?
- No lo sé, ¿su Emperatriz Viuda se ha quejado de la colaboración que hemos hecho a todas las revueltas recientes en contra de la Dinastía Qing?
- Eso es algo que no necesita saber. – Mencionó Hei-shin, un poco nervioso.
Al igual que el asunto del apoyo del gobierno, ese era otro tema que no a todos en el Feng Long agradaba mucho. A pesar de encontrarse bajo el cuidado del gobierno Imperial, en secreto, habían llegado a venderles armas a algunos enemigos del Emperador, desde occidentales, hasta incluso rebeldes que se les habían opuesto en estos últimos años. Eso podría parecer deshonesto a simple vista, pero muchos de ellos se justifican diciendo que no le estaban vendiendo armas a un enemigo del gobierno, le estaban vendiendo armas a un "cliente" más, y un cliente es un cliente. Fuera como fuera, esas acciones podrían provocar el fin de la Organización, si no actuaban con cuidado.
- Da igual si el último Emperador tuvo una trágica muerte o que el nuevo sea aún un niño. – Comentó Ming-hu alzando la voz, aparentemente algo agitado. – El verdadero poder del Gobierno Imperial está bajo el control de las Emperatriz Tz'u-Hsi y de la Emperatriz Ci'an. Manchu o no, debemos nuestra supervivencia al Gobierno Imperial, y eso ninguno de ustedes debe jamás de pasar por alto.
- Sabes tan bien como yo que a la Dinastía Qing le queda muy poco en el Poder Imperial. – Respondió Ang, en un estado muy similar al de él. – Shanghái es nuestro territorio, y aquí gobiernan más los occidentales que las autoridades del Emperador desde que perdimos las dos Guerras del Opio. Si a alguien tendríamos que pagarle tributo, ¿no sería a ellos?
- ¡¿Qué blasfemia estás diciendo, Ang? – Gritó con fuerza el anciano Ming-hu, parándose de su lugar de golpe.
Su voz resonó en todo el cuarto, y un aire tenso se sumió por largos segundos. Los tres hombres que lo acompañaban intentaron calmarlo, pero éste los hizo a un lado. No era la primera vez que las opiniones políticas tan contrarias de Ang y Ming-hu provocaban situaciones como esa, pero por fortuna, ninguna había llegado a un desenlace trágico.
- Por favor señores, no hay motivo para que nos peleemos por los asuntos de Beijing. – Dijo rápidamente Hong-lian, intentando calmar un poco las cosas. – Como Ang acaba de decir, Shanghái es nuestro territorio, y nuestro tributo como le llaman, no es más que una manera de mantenernos como amigos del gobierno.
Todo se quedó en silencio por un rato más y luego Ming-hu aceptó sentarse de nuevo, pero su humor seguiría algo sensible por el resto de la reunión.
- No de todo el gobierno. – Comentó Enishi de pronto, comiendo con tranquilidad, casi como no dándole importancia a lo sucedido. – A la Emperatriz Viuda Ci'an no le interesan nuestros negocios, no como a Tzu'u-Hsi que parece más renuente a aceptar la intromisión de los occidentales en el País.
- Sí bueno, nuestra Emperatriz es algo especial. – Comentó Hong-lian, intentando calmarse así mismo también. – Dicen que fue su culpa que ocurriera la Segunda Guerra del Opio. Eso fue malo para el negocio.
- Dicen también que ella mató a su propio hijo. – Comentó Ang en voz baja con fastidio, aparentemente renuente a terminar la discusión así como así. Y resultó, pues de inmediato Ming-hu le contestó.
- ¿Cómo puedes decir eso?
- A mí no me parece tan difícil de creer. – Agregó de pronto Chang-zen, luego de un largo rato de silencio. – Después de todo, modificó las leyes Imperiales para que su infante sobrino fuera el sucesor y ella continuara controlando al gobierno. Hasta donde sabemos, pudo todo estar planeado.
- El Emperador Tongzhi murió de viruela. – Señaló de manera firme el más anciano de la mesa, mirando a cada uno de los presentes. – Dudo mucho que la Emperatriz haya provocado eso.
- Maestro Ming-hu, esa es la versión que le contaron al pueblo. – Interrumpió el actual jefe, sonriendo ampliamente de manera astuta, y acomodándose sus anteojos con dos dedos. – El Emperador sí cayó enfermo, pero no de viruela. Lamentablemente nuestro querido Emperador murió de sífilis.
- ¿Sífilis? – Exclamó sorprendido Chang-zen, aunque no fuera el único con ese sentimiento. Enishi rió ligeramente y siguió hablando.
- ¿No lo sabía? Parece que el Emperador se estuvo divirtiendo sus últimos años en los distritos rojos de Beijing. El hecho de que un Emperador, que se supone es la Representación de los Dioses en la Tierra, haya obtenido una enfermedad como esa, obviamente provocaría un verdadero escándalo. Por eso, su Emperatriz Viuda Tzu'u-Hsi arregló todo para que se dijera que la enfermedad del Emperador era viruela.
- ¿Cómo te enteraste de eso, Enishi? – Cuestionó Ming-hu, algo incrédulo.
- ¿Cómo cree usted? Los doctores del Emperador son discretos en teoría, pero la mayoría tiene su precio. Uno de ellos es un espía a mis órdenes que constantemente me manda información de los movimientos de sus ilustrísimas emperatrices. En cuanto alguna de las dos caiga enferma de alguna enfermedad extraña, sea herida en alguna revuelta, o muera y quieran ocultarlo al pueblo, nosotros seremos los primeros en saberlo.
Esto dejó atónitos a todos, incluso al propio Ming-hu. Ninguno tenía idea de eso, ni siquiera Hei-shin. Durante treintaicuatro años, el gobierno imperial había sido quien espiaba al Feng Long, nunca nadie había dado el arriesgado paso de hacerlo a la inversa.
- ¿En verdad tienes espías vigilando a las Emperatrices? – Preguntó Ang mirándolo con sospecha. – Si es verdad lo que dices, realmente me impresionas, Enishi.
- Gracias, Maestro Ang, y le aseguro que lo que les digo, es la pura verdad. Sólo me encargo de estar al tanto de todo lo importante para la Organización. Pero el doctor no es el único espía que tengo en Beijing. – Guardó silencio unos segundos, mientras se limpiaba con su servilleta, y entonces alzó su mirada hacia sus compañeros. – Tengo más gente que me pasa con frecuencia información, como por ejemplo, el hecho de que la Emperatriz Viuda del Oeste nos ha estado investigando. Supone que hemos estado vendiendo armas a los hombres que se oponen a la Dinastía.
- Cosa que es verdad. – Agregó Ang con indiferencia ante el hecho, muy por el contrario de Ming-hu, que esa sola noticia hacía realidad su más temido miedo.
- Sin el apoyo del Imperio, nuestro grupo no sobrevivirá por mucho tiempo. – Agregó casi nervioso el hombre de la pipa.
- Al contrario, ya poseemos el poder y presencia suficiente como para trabajar sin que ellos metan sus manos, y creo que sobreviviremos mejor sin pasarle su contribución a las Emperatrices.
- Las Emperatrices Viudas no son de cuidado. – Interrumpió el albino. – Como dijeron hace un rato, a la Dinastía Qing no le queda mucho en el Poder. – Una sonrisa astuta surgió en su rostro de manera casi disimulada, mientras comía. Por dentro, parecía reírse ligeramente de la gente sentada en su mesa. – "Además, para cuando logren averiguar algo importante, ese ya no será mi problema..."
Pese a ser no sólo uno de los siete líderes del grupo Feng Long, sino la cabeza misma de la Organización, había una diferencia entre él y el resto de la gente en ese cuarto: a él no le importaba el Gobierno Imperial ni lo que podría hacerles; de hecho, con gusto vendería el Feng Long a los Ingleses, al gobierno, o a quien fuese, si eso le ayudara a obtener lo que más deseaba. Por suerte para sus compañeros mafiosos, por lo pronto no era así.
- Propongo un brindis por una jugada tan bien hecha como esa. – Escuchó que Zhuo pronunciaba de pronto, sacándolo de sus pensamientos. El hombre de traje rojo tomó en sus manos una botella blanca, opaca y alargada, algo pequeña. Enishi pareció reconocer ese tipo de botellas de inmediato. – Por algo eres el Jefe, Enishi. ¿Te ofrezco un sake frío? Es originario por completo de tu natal Japón. – Dicho esto, extendió la botella hacia él, vertiendo con cuidado el líquido transparente en su copa. – Espero te guste.
Sake frío originario de Japón, ¿era eso cierto? La expresión del Jefe se puso seria, mientras veía fijamente como ese líquido se vertía en la copa aplanada, especial para ese tipo de bebidas. Volvió a sonreír con tranquilidad y acercó la copa a su rostro.
- Es usted muy amable, maestro Zhuo.
- El sabor del sake debe de ponerte nostálgico, ¿no es así? – Escuchó que Hong-lian preguntaba justo antes de que pudiera dar el primer trago.
- No tanto en realidad. Dejé Japón cuando era demasiado joven, así que no me tocó propiamente el probarlo. Pero... - Enishi guardó silencio, mirando fijamente el contenido de su copa. La sostenía muy cerca de él, lo suficiente como para poder percibir... su olor. – Su olor sí me trae algunos recuerdos.
En efecto, no le había tocado probarlo, pero el sake no le era desconocido. Le había tocado olerlo, sobre todo con "esa" persona. Aún recordaba el día en que le dijo: "Cuando tengas la suficiente edad, yo seré la primera persona con la que bebas, ¿de acuerdo?" Pero eso jamás ocurrió...
Pareció reaccionar de manera abrupta luego de un rato. No quería alzar la mirada, pues posiblemente todos lo estaban viendo con curiosidad, como esperando que dijera algo, o preguntándose qué le ocurría. De inmediato volvió a sonreír, y alzó su copa hacia el frente a modo de brindis.
- A su salud, caballeros. – Pronunció con entusiasmo y de inmediato se empinó todo el contenido de un sólo trago. El resto de ellos lo acompañaron.
Una vez terminado ese brindis, Hei-shin consideró que ya se habían desviado demasiado del tema, he intentó regresarlos a la reunión.
- Bueno, retomando los asuntos de negocios que estábamos tratando... - Comentó de pronto el subjefe del Feng Long, revisando algunos papeles que tenía sobre la mesa justo a su lado.
- Siempre tan serio, Hei-shin. – Mencionó Hong-lian divertido, como siempre acompañado de su distintiva risa. Hei-shin intentó no tomarle mucha importancia al comentario y continuar.
- Como saben, desde el año pasado hemos estado trabajando en la expansión de nuestras operaciones más allá del territorio de China, algo que el Feng Long ha buscado desde su inicio. Con respecto a este tema, tenemos algunos nuevos clientes potenciales en el extranjero, muy interesados en hacer negocios.
- ¿De qué se trata ahora? – Cuestionó Ang. – ¿Más rebeldes de la India que se levantan contra los Ingleses?
- No, no se trata de eso. Hay dos casos particulares que quisiera comentarles, sobre dos grupos diferentes que han establecido contacto con nosotros, y los dos provenientes... de Japón.
Un silencio profundo se creó de la nada, y las miradas se giraron de Hei-shin, hacia Enishi, el cual no permaneció ignorante a este hecho.
- Ah, ¿ahora sí sientes nostalgia, muchacho?– Le preguntó en un tono de broma el hombre robusto de barba.
- No, claro que no. – Le contestó él a su vez, agitando su mano derecha. – Recuerden que fue mi iniciativa personal el procurar ampliar nuestros negocios hacia... Mi querida tierra natal. Pero no tenía idea de que ya teníamos clientes interesados. ¿De qué se trata, Hei-shin?
- Bueno, el primero es un hombre... - Comenzó a explicar, mientras revisaba la información que tenía. – Un empresario japonés, muy rico al parecer. Lo investigamos, y parece que hizo su fortuna en diferentes negociosos, sobre todo con terrenos, propiedades y comercio de petróleo con el exterior.
- ¿Petróleo? – Interrumpió el anciano Ming-hu, al no parecerle familiar el término "petróleo" que acababa de usar.
- Es un líquido negro que sale de la tierra, maestro. – Le contestó Enishi. – De seguro han oído el término "agua putrefacta", bueno, es una manera en algunos le llaman. En los países orientales sigue siendo solamente eso, y por ello el gobierno Meiji no tiene expropiadas las tierras con esta sustancia, pero a varios países de occidente ya les están haciendo estudios para su uso como combustible. Según he oído, es muchísimo más efectivo que el carbón. Por eso, actualmente en Japón cualquier hombre de dinero que sea propietario de tierras con pozos petroleros, puede hacerse muy rico comerciándolo. Deberíamos de considerar el hacerlo aquí en China también, ¿saben?
La información pareció serles de mucho interés a los presentes. No tenían ni idea de ello; en verdad sus dos jefes actuales sí que estaban al día con ese tipo de información. Como fuera, ya habría tiempo de abrir una nueva línea de negocio; en ese momento estaban hablando de sus posibles clientes.
- ¿Y qué desea nuestro rico amigo japonés? – Preguntó Ang, ahora aparentemente más interesado en la conversación que antes. – ¿Armas para sus guardaespaldas o ejército privado, mejores a las del propio ejército Japonés?
- ¿Mejor que arcos y piedras? – Agregó Chang-zen en voz baja desde su asiento.
- No los subestimaría tanto. – Comentó Hong-lian, no muy de acuerdo. – Japón ha progresado bastante en los últimos años después de la Revolución Meiji. No me extrañaría que dentro de poco fuera una nación muy poderosa.
- Una nación poderosa tiene hombres poderosos. – Señaló Zhuo a su vez. – Y por eso es importante comenzar a negociar con ellos. Y bien, ¿qué es lo que desea, Hei-shin?
- Bien, lo habitual según parece. Metralletas, rifles, fusiles, cañones... - Guardó silencio de pronto por unos segundos, repasando el contenido del documento que estaba leyendo. – Ah, sí, lo olvidaba; sí hubo una petición fuera del lo habitual. Nuestro contacto nos comentó que tiene cierto interés en adquirir un barco de guerra.
Este dato pareció sorprenderlos. ¿Un barco de guerra?, ¿para qué querría un empresario rico un barco de guerra? Pedir armas era común; normalmente ese tipo de hombres quería que sus guardaespaldas tuvieran las mejores armas, y algunos incluso tenían a pequeños ejércitos a su mando, sobre todo si se trataba de mafiosos, como ellos por ejemplo. Pero, ¿un barco de guerra? ¿Qué tipo de uso podría aplicarle a algo como eso?
- ¿De qué tipo? – Preguntó curioso el hombre de lentes oscuros.
- Las palabras exactas del comunicado que nos enviaron son: "Algo que la armada Japonesa nunca en su vida haya visto".
El silencio reinó en el cuarto en ese momento. No había lugar a dudas; eso era algo más que sólo un hombre rico pidiendo armas para sus hombres.
- ¿En otras palabras algo como para que el gobierno Meiji se haga en los pantalones? – Comentó Hong-lian, ahora extrañamente más serio que antes.
- No se tiene que ser un genio para saber lo que eso significa. – Agregó Chang-zen, alzando su mirada con cuidado. – ¿Quiere iniciar un movimiento contra el gobierno acaso?
- Es probable, pero no dice nada de eso en el comunicado. Pero si se tratara de eso, de seguro procurarían que el menor número de personas se entera de ello.
Eso cambiaba un poco las cosas. Como en cualquier negocio, existían estrategias y modos de actuar diferentes, dependiendo del cliente con el que tratas. Las guerras, los levantamientos y las rebeliones, eran clientes muy diferentes a los empresarios y hombres de dinero, y los primeros siempre eran excelentes fuentes de ingresos para su negocio. Su nuevo cliente japonés ganó el interés de todos de un momento a otro.
- ¿Quién es ese comprador? – Preguntó Enishi, rompiendo el silencio. Hei-shin de inmediato buscó el dato en sus documentos.
- Su nombre es... Shishio Makoto...
Shishio Makoto, un nombre con fuerza, o ese fue el primer pensamiento que pasó por la cabeza del único japonés en la mesa. Un hombre rico que deseaba armas, y hace referencia específicamente al gobierno Meiji. Durante los últimos once años, las revueltas contra el gobierno que siguió a la Revolución no habían sido pocas, pero había algo en ésta que le llamaba la atención, en especial por encontrarse tan cerca de ese día tan esperado para él. Mientras los demás de seguro pensaban en precios, ganancias, beneficios y posibilidades, Enishi sólo pensaba en una cosa: cómo podría usar ello en su beneficio.
- Su hombre de confianza de nombre Hoji vendrá a Shanghái en algunas semanas a discutir directamente el trato y ver qué le ofrecemos. – Prosiguió Hei-shin con su explicación. Inmediatamente después, Enishi tomó la palabra antes que nadie.
- Propongo uno de nuestros barcos revestidos en acero. – Señaló, indicándole al Número Dos, quien comenzó a anotar lo que decía en una hoja. – Uno de esos modelos pequeños, pero capaces de cruzar largas distancias en corto tiempo y de ocultarse debajo una fachada de madera, y con el casco que resiste impactos de mediano impacto.
- ¿Un Rengoku? – Interrumpió el hombre de negro, a lo que él asintió como afirmación.
- Ese mismo. Definitivamente es algo que los Japoneses no han visto. Como fuerza de ataque extra... - Guardó silencio un par de segundo, para intentar pensar en que sería lo mejor para ofrecer. – ¿Qué te parece montarle un Cañón Armstrong de 400 libras?
- ¿No es un poco exagerado? No sé si estén dispuestos a gastar tanto.
- Se lo ofreceremos, y si lo quiere, se lo daremos. Necesitara mucho poder si es que es verdad que piensa enfrentar al gobierno Meiji. Prepara todo para recibir al enviado, Hei-shin.
- Sí, señor.
Hei-shin no estaba seguro de hacer esa oferta. Ese tipo de fuerza normalmente era adquirida por gobiernos; sólo comprar un Rengoku representaría un gasto significativo para un hombre de negocios, por más rico que fuese. Aunque, si realmente estaba planeando una rebelión, no dudaba que el costo valdría la pena. Habría que esperar a ver qué pasaba.
- ¿Los atenderás tú directamente, Enishi? – Preguntó Hong-lian con curiosidad al escuchar sus palabras. Rara vez Enishi trataba directamente con los clientes.
- Son japoneses, así que tal vez se sientan en más confianza negociando conmigo.
Hong-lian asintió y sonrió con satisfacción ante esa respuesta. Era una buena jugada, se notaba que realmente era un hombre inteligente.
Una vez apuntado todo, Hei-shin continuó con la información que estaba transmitiendo. Como había dicho, había un posible cliente más.
- Pasando a lo siguiente, hay otros compradores que también son japoneses y que también buscan adquirir armas con nosotros.
- ¿Más empresarios? – Preguntó con fastidio Ming-hu, quien se había mantenido algo apartado desde hace un rato. De seguro seguía molesto por la discusión que había surgido con respecto al gobierno Imperial.
- No lo creo en realidad. Se contactaron por nosotros por medio de nuestros contactos en Hong Kong. Parece que buscan armas como para armar a un ejército, aunque no estoy seguro para qué. Según indica nuestra investigación, parece ser algo así como un grupo o secta religiosa de Japón del Sur, tal vez buscan armas para protegerse del gobierno o de la gente. – Rápidamente buscó entre la información que traía el nombre del grupo, pero el único dato que poseía era un nombre de persona. – Bueno, parece que el comprador es alguien de nombre... Amakusa Shougo...
FIN DEL CAPITULO 1
Un nombre resuena en la mesa del Feng Long, y de inmediato llama la atención de Yukishiro Enishi ¿Quiénes son esos dos nuevos clientes que aparecen en su camino?
Capitulo 2: Amakusa
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NOTAS DEL AUTOR:
- La Emperatriz Viuda Tz'u-Hsi y de la Emperatriz Viuda Ci'an fueron dos personajes históricos reales, ambas miembros de la Dinastía Qing. Entre las dos tuvieron el control de China durante el final del Siglo XIX. Los Emperadores Xianfeng, Tongzhi y Guangxu también fueron emperadores reales de la Dinastía Qing; los rumores con respecto a la muerte de Tongzhi y la situación de Guangxu sobre su edad, también lo son.
- La Guerra del Opio fue un conflicto histórico real, sucedido entre 1839 y 1842, entre China e Inglaterra, culminando con la firma del Tratado de Nankin, por el cual se le cedió Hong Kong a los ingleses, y se le obligó a China a abrir cinco puertos al comercio internacional, entre ellos Shanghái.
- Los personajes de Enishi, Hei-shin y sus cuatro guardaespaldas que aparecieron en este capítulo, son personajes ficticios exclusivos del manga de "Rurouni Kenshin". Enishi aparece del capítulo 152 al 251. Hei-shin y sus cuatro guardaespaldas del 214 al 250. Ninguno apareció nunca en el anime.
- El Personaje de Shishio Makoto que se menciona en este capítulo es un personaje ficticio perteneciente a la serie de "Rurouni Kenshin", antagonista principal de La Saga de Kyoto, del capítulo 28 al 62 del Anime y del 48 al 151 del Manga.
- Xung-Liang, Hong-lian,Ang, Zhuo, Chang-zen y Ming-hu son personajes originales de mi creación, hechos especialmente para esta historia. Ninguno de ellos apareció ni se mencionó en ninguna versión de la historia original.
- El nombre de Feng Long también es de mi creación. En el manga nunca se le dice a la Organización de Enishi con algún nombre en especial, solamente se refieren a ella como la "Mafia de Shanghái".
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