En La Luna
Te he visto por mucho tiempo.
El suficiente para saber que te gusta complicarte la vida con pocas acciones.
La casa que compraste el primero de esos nueve meses para hacer de nido a una nueva generación seguía ahí, escondida entre los pinos a las afueras de la ciudad.
Está dañada, su pintura está corrida como las lágrimas en tus mejillas, la madera está podrida como tú corazón y la puerta yace rota, igual que tu alma.
Estás dando pasos pequeños para sanar lo que no pudiste evitar en primer lugar.
Has decidido volver al epicentro de tus pesadillas. Escuchas las voces del pasado, las risas de tu princesa, las felicitaciones de Tails y las palabras de Amy, todos reunidos junto a sus otros amigos...
Las risas se detienen y nuevamente vuelves al presente, donde no hay nada más que el silencio inundando aquel lugar olvidado por Dios, por ti.
Te quitas los guantes, soltandolos en el camino que dejas atrás, despojándote de aquella protección que utilizaste toda una vida para esconder el rastro de un pasado al que jamás ibas a volver, el vergonzoso pasado antes de ser alguien, cuando eras feliz, mucho antes del desastre, mucho antes de Amy, mucho antes de Eggman, mucho antes de ser héroe.
Deslizas la palma de tus manos sobre las yerbas crecientes a tu alrededor, te hacen cosquillas pero no te importa, es bueno que las cicatrices, las quemaduras en tus dorsos y nudillos respiren después de tanto tiempo escondidas.
Quizás las cicatrices sanen por completo si dejas de fingir que nunca estuvieron ahí en primer lugar.
Subes las escaleras hacia aquel pórtico frágil y lleno de malezas. No necesitas tocar para entrar a tu propia casa, pero aún así lo haces, golpeas el marco tres veces como una mala broma, no sientes que ese haya sido tu hogar realmente.
Entras.
Pasando por encima de los pedazos de madera rota, viendo como el interior está corroído, el papel tapiz está lleno de manchas negras, las vigas en el techo albergan nidos que esconden nuevas promesas para el mañana, igual que el vientre de Amy en algún momento.
Saltas por encima de los hoyos en el suelo y miras hacia las escaleras que llevarían a tu —alguna vez— habitación.
Es irónico.
El lugar en donde tú y Amy compartieron tanto hace muchos años atrás ahora se ve lejos de tu alcance por un gran vacío. La escalera está rota en... cinco o diez de sus escalones.
Sabes que hacer para llegar, sabes que puedes dar un salto y caer victorioso en el siguiente nivel, pero sabes que no valdrá la pena. Ella no te está esperando ahí, no te está esperando en ningún lado, ni ella ni nadie.
Apartas la mirada hacia una sala saqueada. Con una mesa de centro partida por la mitad, con cables sueltos cerca de la ventana y la silueta de un sofá que, a juzgar por las sombras en en suelo y la pared, fue el último en irse.
¿Te imaginas, haber tenido una vida sedentaria pero con una buena compañía a tu lado? Qué martirio tener que lidiar con una esposa que te cumpla todos los caprichos, qué fastidio anclarse a solo un lugar en todo este mundo, qué espantoso es saber que eso te habría encantado.
Sales por la puerta trasera hacia aquel jardín reclamado por la naturaleza. Ves a esas mariposas amarillas revolotear entre los sembradíos de rosas ya inexistentes, reemplazadas por yerba salvaje, natural y territorial, como tú.
Ves lo mucho que a cambiado desde que se fueron, ves cómo el tiempo no se detuvo ni por ti ni por Amy.
Sigues avanzando, pero cada pisada que das te pone más y más nervioso. ¿Por qué? ¿Qué hay aquí que te causa tanto miedo? No hay nadie que pueda hacerte daño, no hay nadie que pueda escucharte gritar si así lo necesitas.
Tus pasos se detienen y tu tensión se desploma, tus manos antes cálidas ahora desprenden el frío de un cadáver y tiemblas. Tiemblas mucho.
Notas la piscina. La piscina que habían mandado a construir para, algún día, usarla.
Notas que la piscina está vacía, llena de maleza que emerge por entre las baldosas, sin agua, llena de tierra y con varios peluches tirados y masacrados por la tormenta y los inviernos en los que fueron dejados a merced, y eso es peor porque...
Recuerdas que fue ahí donde perdiste a tu hija.
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