CAPÍTULO 7
Leah.
—¿Dónde estabas? Te saltaste la reunión con Kam y Thomas, ni siquiera podíamos localizarte, no respondías nuestras llamadas— Tara está recargada sobre un árbol con los brazos cruzados sobre su pecho.
Me pase el resto del día en territorio humano después de hablar con el hombre de fuego,
—No podía dormir y me ofrecí a hacer guardia voluntaria cerca de la cabaña del viejo Adam, olvidé nuestra reunión, hagámoslo esta noche— soy una buena mentirosa, sólo Glen distingue cuando miento, aunque a veces fallaba. Años de práctica con mi madre y es la mejor de mis cualidades.
—Guardia voluntaria — repite caminando a mi alrededor —Puedo olerte, hueles a humanos. Dime ¿Qué compraste en esa tienda tan mística en la que te escabulliste por más de una hora?
—¡Me seguiste!
No voy a darle explicaciones de lo que hago, no puedo involucrar a mis amigos a nadie en esto, ese mensaje de que nosotros somos los siguientes aún me pone nerviosa, si voy a ir al bosque nevado lo haré sola.
— ¡Leah Ignis! ¡No respondiste mi pregunta! — viene detrás de mí —No debiste ir a ver a ese ermitaño. ¿Sabes lo que te hará La Guardia si se entera? ¿Te volviste loca?
—Estoy al borde de la desesperación Tara, hay un niño Clade muerto, una mujer me atacó anoche y desapareció sin dejar rastro, Kam lo vio todo ¿Qué demonios se supone que debo hacer? ¿Cruzarme de brazos y esperar que uno de los cadáveres que aparezcan sea de uno de nosotros?
—Kam no nos lo dijo, ni siquiera mencionó al niño Clade.
—Porque los ancianos Clade no quieren que se sepa, le prohibieron a mi padre perseguir ermitaños por una buena temporada.
—Mierda, estamos jodidos— suspira alcanzándome —Ahora entiendo por qué lo hiciste, pero, aun así, no conocemos al hombre de fuego lo suficiente y sólo porque nos ayudó no significa que podemos confiar en él.
—Es un ermitaño Tara, sólo él sabe dónde encontrar al asesino del amigo de Ross para quitarnos a ese demente de encima.
—Entonces ¿Te dijo dónde está? ¿Quién es? — lo dudo un segundo y finalmente asiento, si no regreso del bosque nevado, ella sabrá que morí allí — Espera un momento ¿Cómo sabías donde encontrar al hombre de fuego?
— Por esto— levanto la pequeña tarjeta dorada —Se le cayó la noche que nos ayudó, no sabía si iba a encontrarlo ahí, pero seguí a un Clade hasta la parte trasera de la tienda y ahí estaba, parece el dueño, me habló de una mujer de ojos azules que se esconde en el bosque nevado.
—De acuerdo, hagámoslo, vamos por ella y se la entregamos a Ross.
Jamás. De ninguna manera la pondré en peligro. —Voy hacerlo sola, el hombre de fuego insistió que lo hiciera sola — miento.
—Ni hablar, el bosque nevado es muy peligroso, puede ser una trampa de ese ermitaño y podrían asesinarte, o vamos juntas o no vas y ni me importa decírselo a tu padre o a Glen para que te detengan.
Está muy decidida a cumplir sus amenazas. — Está bien— accedo —Prepárate, vamos a ir esta misma noche, si tardamos más tiempo, alguien informará a esa mujer y se escapará.
—Al menos tenemos suerte que aún sea otoño, la nieve no nos dejaría acercarnos a ese maldito lugar.
—No por mucho tiempo, los humanos de los pueblos cerca de la ciudad están colocando las protecciones en sus puertas, saben que nuestra temporada de cacería está cerca.
El invierno es la temporada de los Clade, la leyenda dice que así nacimos en los pueblos nativos y cada invierno es nuestra celebración a nuestra especie.
Entramos al campamento bajo la luz de las antorchas, en las puertas del Gran Salón están los soldados de La Guardia encargados únicamente de custodiar a los ancianos Clade, ellos no necesitan protección.
Son asesinos silenciosos, los conozco muy bien, a uno de ellos en especial desde que soy niña...
El Gran salón es más grande de lo que se ve por fuera, tiene dos pisos subterráneos para ceremonias y pasando la entrada está una biblioteca privada donde se guardan los libros antiguos escritos a mano desde la época de nuestros ancestros.
Hay una sección abierta al público, pero sé que los ancianos guardan dos libros en sus aposentos privados. Pocas veces se entra a ver a los ancianos Clade a menos que sea una emergencia o un asunto un asunto de suma importancia.
Tengo veinticinco años, pero les sigo teniendo miedo, no podemos verlos a los ojos sin sentir escalofríos, ni siquiera mi padre puede hacerlo.
Miro con nostalgia a uno de los ventanales que da a las cabañas, se nota la sombra de uno de los ancianos, no los visito a menudo, sólo cuando mi madre me obliga en las festividades de mi especie.
Trato de huir de mi destino y estar dentro con ellos me lo recuerda a cada momento que tarde o temprano mi vida a cambiar. Las puertas de madera se corren y él mira afuera, primero observa a Tara y muy lentamente mueve sus ojos hacía mí.
—No esperaba una visita como está a mitad de la noche, Tara— su voz me da escalofríos.
Mi prima baja la cabeza.
—Leah.
—Responde, no puedes desairarlo— Tara me mira de reojo, pero me niego.
—Vámonos— la jalo sin darle una inclinación de cabeza a ese hombre.
—Tu madre lo sabrá y te ocasionará problemas.
—Ya tengo suficientes como para que me importe ese hombre.
Su ceño se frunce. —Ese hombre es nuestro...
—No lo digas— la corto con la cabeza taladrándome si no escucho la verdad, puedo fingir que no soy uno de ellos —A media noche te veré cerca del rio Shessa, iremos por separado y evita que Glen te vea o nos seguirá.
La dejo a mitad del bosque, me siento nerviosa, si esa mujer es la misma que me atacó anoche, no es una Clade. Unos golpes en mi puerta me sobresaltan y me sacan de mis pensamientos, veo a mi padre asomar la cabeza.
— Te busqué por todo el campamento después del ataque de anoche.
—Estaba agotada, me quedé en cama todo el día— le sonrío, pero no me regresa el gesto.
—Tara me dijo que ambas se ofrecieron a hacer guardia voluntaria las siguientes noches en el grupo de ayuda del entrenador— se sienta en mi viejo sofá a mi lado a mi lado.
Al instante capto la excusa de mi prima para nuestra ausencia en el campamento. — Queremos proteger a los niños Clade, después de los de anoche.
Su mirada se ensombrece. —Quiero que seas precavida, no quiero que la escena de anoche se repita, en especial si te encuentras con... con un ermitaño, haz todo lo posible por evitarlos, ni siquiera les dirijas la palabra.
—Seré precavida papá, anoche esa mujer no me atacó, Kam me ayudó, no había heridas profundas.
Le da un pequeño toque con su dedo a la punta de mi nariz como cuando era niña —Quiero que grites si me necesitas, estaré cerca, no importa dónde estés, yo te voy a encontrar.
—Tenemos un oído refinado, pero no puedes escucharme a kilómetros de distancia.
—No me subestimes, si mi hija me necesita, voy a escuchar sus gritos incluso si vienen desde el maldito infierno.
—¿Siempre? — me hace gracia su seriedad.
—Siempre— promete —Estamos preparados para un ataque masivo, si notas algo extraño, infórmaselo a cualquiera de mis soldados.
—¿Hablas de... una rebelión? — no tiene sentido, los ermitaños no tienen interés en los campamentos menos en iniciar una guerra contra nosotros.
—Eso nunca pasará — me tranquiliza —Sólo es por precaución, sabes que a los ancianos Clade les molestan las visitas inesperadas.
—¿Entonces por qué no sigues a los ermitaños que atacaron el campamento?
Se queda un momento en silencio. —Son órdenes y no puedo cuestionarlas, los ancianos saben que es lo mejor para nosotros, son nuestra máxima autoridad.
Asiento, pero no es difícil de ver que no está contento. Lo veo en sus ojos, quiere ir detrás de los ermitaños que asesinaron al niño Clade, mi padre es el protector del campamento, ese es su instinto.
— Tengo que irme, enviaré a Kam al perímetro que te asignen para que te vigile.
—¡No! — me levanto detrás de él y me mira con una ceja levantada —Padre, no quiero que las cosas sean más difíciles, sabes que él y Sore están juntos... no quiero a más gente hablando de mí, hoy casi pierdo el control, no quiero herir a nadie.
—Lo has controlado durante muchos años, no volverá a ocurrir, mientras los saques de tu cabeza vas a estar bien, lo has hecho durante años, no eres un peligro hija— mi padre aún tiene fe en mí, ese secreto me va a perseguir toda mi vida.
—A veces lo dudo, lo único que me queda es estar lejos de los problemas.
—No enviaré a Kam contigo, pero regresa en una pieza señorita Ig-nis, es una orden.
—Sí Señor.
. . .
—Nos llevará horas buscar en todo el bosque nevado, tenemos que dividirnos Tara, llevamos más de un día buscando a la mujer.
Tiene las mejillas rojas, hay un valle de cuevas por esta zona, estamos al norte de Nueva York. Hace varios kilómetros que perdimos de vista los perímetros más alejados de nuestro campamento.
—Hay mucha niebla, si nos separamos vamos a perdernos.
—Confía en mí, tengo el camino memorizado, yo te encontraré.
La luna pasa como mancha borrosa sobre nosotras, la temperatura baja cada vez que nos adentramos en esta zona.
Finalmente asiente. — Sigue derecho Leah, yo buscaré por los alrededores, quién la encuentre primero la somete y la trae al río— advierte y la veo correr entre los pinos.
Busco por todos lados algún rastro, algún olor que me haga seguirle la pista a la mujer, pero es casi imposible, no hay animales por esta zona, las temperaturas son las más bajas del país, la vegetación es verde, pero no es suficiente para que haya vida.
Tengo que concentrarme, es una mujer. Agudizo el oído, unos segundos después comienzo a sentir ese familiar cosquilleo, levanto la cabeza y olfato. No hay nada, ni siquiera olor a pino.
Paso más de tres horas dentro de los profundo del bosque nevado, el área de una cuevas dónde hay zorros también está vacía, los dientes me castañean en mi forma humana, no puedo tomar mi forma Clade aquí.
Este bosque tiene algo diferente de los demás, está prohibido venir por sus alrededores, no sé lo que tiene, pero es como si fuera un repelente para los Clade, por eso es tan peligroso entrar en él, aquí somos tan vulnerables como los humanos.
Me rindo en la búsqueda a medio día, camino de regreso a la salida, pero encuentro a Tara en un pequeño río al lado de las cuevas bebiendo agua. —¿Tampoco tuviste suerte? — niego arrodillándome a su lado para refrescarme —El hombre de fuego te mintió. Estoy segura que Ross lo intimida, puede que incluso trabaje para él y esto es una maldita trampa.
—No nos habría ayudado esa noche si trabaja para él.
Sigo bebiendo del río, pero siento la presencia de un Clade a mis espaldas. —¡Ahí va! — me incorporo bruscamente y me echo a correr detrás de él junto a Tara.
—¡Va por las cuevas Leah!
Pasa por arriba de los árboles, trato de seguirle el paso, pero choco contra un pino y lo trepo para alcanzarlo en la copa, no puedo, es muy rápido. —No lo sigas Leah, no es un ermitaño, nadie puede tomar su forma Clade aquí.
Dejo de correr frustrada. —¿Y qué demonios es? Se siente como un Clade, corre como uno, pero esto el bosque Nevado.
—Ninguno de nosotros va a esa velocidad en este territorio, no trepa los árboles, va entre ellos caminando.
—Hay que largarnos de aquí, estamos en peligro si no sabemos lo que es esa cosa, el hombre de fuego me debe una maldita explicación y se la sacaré a golpes— asiente siguiendo con la vista el rastro de esa especie y juntas nos dirigimos de vuelta a Nueva York.
. . .
En cuanto llegamos a la ciudad entro a la tienda de antigüedades y voy directamente a los pasillos sin pedir permiso a los vigilantes de la entrada, estoy tan enojada que no me importa atacarlos a la vista de todos los clientes humanos.
Un hombre me grita que me detenga, pero lo ignoro abriendo puerta tras puerta, de aquí no me voy sin saber la verdad. Paso por un montón de cajás empaquetadas y un torso grande se pone en mi camino.
—¡Largo de aquí! ¿Quién te crees que eres para pasar a los almacenes? Este lugar está restringido para los clientes — un hombre robusto con un arete en la oreja me corta el paso.
Trato de esquivarlo, pero toma mi brazo y me empuja hacia afuera, me azoto contra una pared mientras me fuerza a seguirlo, su agarre deja marcas rojas en mi brazo. Lo dejaré arrastrarme hasta el final del pasillo y después le demostraré quién es más fuerte aquí.
—¡No puedes tratar a una mujer de esa forma imbécil! — dice una voz gruesa a nuestra espalda.
Esa voz... Es el humano, el de los ojos azules. Se pone frente a al vigilante y fija su mirada en el jaloneo que me está haciendo ¿Qué hace aquí? ¿Me está siguiendo?
—No te metas, estaba cotilleando por los pasillos, este almacén es exclusivo para el personal. ¿Quién coño eres? Tú tampoco deberías estar aquí.
—Suéltala ya— su voz suena más grave.
No es una advertencia, pero el vigilante se tensa sólo viéndolo, de inmediato me suelta, ¿Le tiene miedo? Comienza a hiperventilar, veo el sudor que le recorre el cuello y la camisa sucia.
Me quedo con la mirada fija en el humano, la reacción del vigilante no es normal, pasa a nuestro lado sin hacer ningún comentario. El humano no dice nada hasta que el vigilante está fuera de nuestra vista.
—¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo como en el festival? — trato de no fijarme demás en él, pero mierda, está vestido completamente de negro, desde su pantalón elegante hasta su camisa doblada hacia sus codos como la primera vez que lo vi, cada músculo de sus bíceps queda a mi vista.
Concéntrate Leah. Cruza sus brazos sobre su pecho y me mira enojado. —¿Seguirte? ¿Eso te pregunto yo a ti? ¿Me estás siguiendo? ¿No leíste el letrero de "Zona sólo para personal autorizado"? — se ríe sin humor —¿Qué estoy diciendo? Te encuentro en el bosque descalza, después me atacas como una salvaje, es evidente que no puedes entender un simple letrero.
Lo tomo por sorpresa cuando me pego a su rostro y es un grave error porque todo su aroma se queda impregnado en mi nariz, pero ya es tarde para retroceder. Mira lo cerca que estamos con el ceño fruncido. —Vete al infierno— susurro con todo el enojo que traigo encima.
—Eres una salvaje sin modales.
Dios, Nunca he querido asesinar a un humano tanto como a él, en lugar de asesinarlo frente a tantos testigos, tomo una ruta más sensata. —Lo siento — ladeo la cabeza —Déjame mejorarlos para ti—lo abofeteo.
Pongo la fuerza necesaria para hacerlo retroceder un par de pasos. Mi mano deja una mancha roja en su mejilla y voltea su rostro.
—¿Así está mejor? — pregunto con voz inocente.
Gruñe algo que no escucho y de inmediato me toma del brazo y me pega a él, respirando pesadamente por la nariz. —¿Cómo te atreves a abofetearme?
Me quedo perdida en sus ojos por un segundo, tiene las pupilas dilatadas. La piel de mi antebrazo cosquillea. —¿Quieres otra o la prefieres a puño cerrado? — digo y su gesto se endurece más, la vena de su frente le salta por la fuerza con la que aprieta la mandíbula.
—Si alguien de mi circulo social te viera golpearme ya estarías de rodillas ante mí en segundos.
Olvidé que tiene complejo de abogado. — Sigue fantaseando, no tengo complejo de sumisa— trato de soltarme de su agarre, pero tiene mucha fuerza.
—Voy a hacerte pagar esto.
—Suéltame—me jalo otra vez, pero reacciona empujándome más cerca de él, mis manos caen en sus hombros y siento sus músculos tensarse.
Baja la mirada por mis rostro, todavía enojado. —Oblígame.
Me quedo inmóvil, dejo de respirar para no oler su fragancia y que no me nuble los sentidos. El vigilante de antes reaparece con dos hombres mayores con uniforme, trato de alejarme otra vez, pero me tiene muy sujeta.
—Deja de seguirme— odio que mi voz suene sin aliento.
—Deja de fantasear con eso, no te sientas tan especial— suena molesto, pero su mirada contradice todo, no quiero apartar mi vista de sus ojos o irá directo a su boca.
—Son ellos, sáquenlos de la tienda.
El humano parpadea y me suelta lentamente como si recién se diera cuenta que hay más personas a nuestro alrededor. Me aparto enseguida confundida por la reacción de mi cuerpo.
—Sígannos afuera de la tienda o utilizaremos la fuerza, ya causaron muchos problemas en la tienda— nos advierten los otros vigilantes.
—Estoy buscando al hombre de fuego, tengo una reunión privada con él— le digo a los vigilantes para que no me hagan caminar con el humano.
El vigilante lo piensa unos segundos y después asiente, veo como el ceño del humano se frunce cuando me alejan de él y nos llevan por direcciones diferentes. —Eso debiste informárselo al cadenero antes de colarte por el almacén, te habría ahorrado esa discusión con el cliente.
—Ni siquiera lo conozco— miento.
—Pues no lo parecía, por la forma en la que se gritaban parece que tienen asuntos importantes que resolver, la próxima vez háganlo lejos de mi tienda.
Después del festival no pensé ver al humano está ciudad es enorme, es demasiada coincidencia para ser casualidad. Miro sobre mi espalda y me sobresalto porque él gira al mismo tiempo. El vigilante me mira, pero mantengo la boca cerrada hasta que me lleva a la misma puerta de antes.
—Está ahí dentro, pareces una mujer problemática, te vi abofetear al hombre de ojos azules, sólo te pido una cosa, no hagas enojar al hombre de fuego o tratará mal a sus trabajadores.
Entro a la misma oficina, en centro hay una mesa con velas color lavanda encendidas, el hombre de fuego esta leyendo en una silla de cuero frente a las velas, el olor es desagradable, me escuecen los ojos.
—Regresaste chica Ignis ¿Tuviste suerte en el bosque Nevado? — el imbécil mentiroso no parece sorprendido.
Pego mis manos en su escritorio apagando una fila de sus malditas velas. —¿Por qué me mentiste? Sabías que no iba a encontrar a esa mujer en el bosque Nevado, me hiciste perder el tiempo.
—Siéntate.
—¡No! Quiero que me digas la puta verdad ¿Trabajas para Ross? ¿El te ordenó que me enviaras tan lejos para atacarme?
Suspira con cansancio cerrando su libro y se levanta apagando el resto de las velas. —No soy un mentiroso, te salvé la vida dos veces.
—Explícate.
—El bosque Nevado es muy peligroso, ningún Clade puede tomar su forma demoniaca ahí, tú sola no ibas a someter a la asesina del ermitaño, pero viniste muy decidida que no ibas a aceptar un no de mi parte, sólo te llevé ahí para que vieras a la mujer de lejos.
—Puedo con ella, no necesito estar en mi forma Clade.
—No, no puedes, las leyes de la naturaleza y el infierno existen y por más valientes que queramos ser no lo somos, hasta los Clade tenemos un límite y no podemos cruzarlo.
—¡No me importa! ¡Soy hija del General! He sido entrenada durante años para atacar a quién sea, no me conoces, dame la ubicación de esa asesina — mis ojos se oscurecen instantáneamente, no confío en él.
Niega frotándose los ojos —Los niños siempre Clade de los campamentos siempre creen que pueden contra el mundo, pero no es así Leah, el mundo afuera de tu burbuja de protección es más jodido de lo que piensas, hay cosas que nunca has visto, cosas sobrenaturales.
Aprieto la mandíbula hasta que me duele. —Estoy perdiendo mi tiempo contigo, no vas a decirme nada, eres un estafador como los demás.
—El mundo es peligroso con Ross en él, pero aún no es tu tiempo de atacarlo.
—¿Predices el futuro?
—No, pero conozco el destino, tú sabes que no puedes huir de lo que eres, por más que se lo ocultes a tus amigos o a tu familia.
—No sé de qué demonios hablas.
—No quieres ayudar a tus amigos porque te preocupe su seguridad, hiciste algo malo y estás tratando de arreglar tus errores, lo veo en tu mirada, si no, no estarías aquí.
Me tenso, pero trato de lucir calmada. — Me largo y espero no volver a verte por mi territorio o haré que mi padre te encierre en los calabozos.
—Vas a necesitarme en el futuro Leah Ignis.
¿Verlo otra vez? Jamás. —Adiós Sam — le sonrío con suficiencia y disfruto del miedo en sus ojos, se abren de golpe al escucharme llamarlo por su nombre de pila.
Cruzo las puertas de cristal y una vez fuera me dejo caer sobre las escaleras de la entrada trasera en el asfalto. El trafico nocturno me revienta los oídos, el sonido de la gente gritando y de las cafeterías que están a punto de cerrar, el metro subterráneo lleno de trabajadores que van a casa, odio la ciudad, es tan ruidoso aquí.
Unos indigentes pasan a mi lado con un perro que ladra como desesperado cuando me ve.
Fue un error venir con el ermitaño. ¿Qué voy a hacer? Cualquiera diría que una criatura sobrenatural no tiene fatiga mental como los humanos, pero somos parecidos en ese aspecto, aunque sentimos las emociones a un nivel más profundo.
De ahí viene la creencia de los pueblos nativos que somos la parte más salvaje del hombre, una parte demoniaca.
El dolor nos desgarra, la pasión nos consume, el amor nos purifica y la ira... La ira nos trasforma en las bestias asesinas.
Miro el cielo lleno de estrellas, es difícil verlas aquí, los edificios y la contaminación lo hacen imposible. A veces cuando todo es demasiado abrumador, busco un lugar alto como la copa de un árbol y me siento a observar la noche, eso me daba paz.
—Nueva York es mejor de noche.
Giro la cabeza y a mi lado está el humano de ojos azules, ¿Otra vez él? No tengo ánimos de soportar su arrogancia, es tan simple como darle la espalda e irme, pero siento curiosidad.
Soy consciente que hay algo en él que es diferente, algo cautivador, algo que de alguna manera me atrae. Levanto la mirada y me encuentro con la suya. —¿Puedo ayudarte en algo como sea que te llames? — suelto borde.
Otra reacción extraña, mi interior se siente atraída a él, pero mi boca sólo quiere ser borde, como si quisiera demostrarle que de todos los humanos del planeta él sería el último con quién sostendría una conversación.
—Sé que me reconociste igual que yo a ti en el festival — se sienta a mi lado sin esperar una invitación —Eres la mujer que nos encontró a mis colegas y a mí esa mañana en el bosque.
Sólo recuerda esa mañana, mejor todavía, no recuerda al ermitaño que casi los asesina. —Entonces si te funciona la cabeza, pensé que sólo tenían una neurona encargada de humillar a la gente que te topas y amenazarlos de demandarlos.
—Dame paciencia, eres la mujer más desesperante que he conocido en mi vida, ni siquiera eres capaz de mantener una conversación como una persona normal — se frota las sienes mirándome con odio. —Tenías que ser tú, de todo el maldito mundo.
No idea de lo que habla, puede estar drogado o ser un lunático.
No tengo fuerzas para insultarlo, me levanto para irme, él puede quedarse aquí toda la noche hablando si quiere. —Espera mujer sin modales, no tienes que huir todo el tiempo, no soy radioactivo como los indigentes de la ciudad— se levanta detrás de mí y me detiene.
—¿Cómo me llamaste?
—Mujer sin modales— ruedo los ojos y una de las comisuras de su boca se alza ¿Se está burlando de mí? —Olvidaste esto— levanta la tarjeta tarjeta dorada del hombre de fuego.
Con cuidado acerco mi mano para tomarla, aunque ya no me sirve de nada, nuestros dedos se rozan, su piel está helada como la mía. Mi antebrazo vuelve a hormiguear, muevo mi mano para sentir la marca que me hizo la última vez.
Mira por encima de mi chaqueta. —¿Qué te pasa?
—Es una herida — no sé por qué respondo, no le debo explicaciones.
Nos miramos fijamente, el azul brillando, como el gris lo hace en mis ojos lo hacía. ¿Quién eres? Estoy a un paso de convertirme en una acosadora de ciudad y seguirlo cuando se despida, así podré saber de dónde salió.
—¿Desde cuándo la tienes?
Eso ya lo sabe, pero quiere que se lo repita. — No es de tu incumbencia.
—¿Desde cuándo? — insiste.
El hormigueo del moretón de mi brazo aumenta, siento que también me hormiguea la espalda. Por primera vez en mi vida hago algo que jamás he hecho pensando en un humano. Mis ojos bajan de por su cara hasta su boca.
—No debías ser tú — dice, pero apenas y lo escucho, tiene los labios carnosos y rojos por el frío, me relamo la boca. — Ni lo pienses, sube la mirada— ordena bruscamente y no distingo si está enojado porque no puedo apartar la vista de su boca. —Sube la mirada mujer sin modales.
Apártate Leah. Mi mente y mi cuerpo están en direcciones opuestas, entre más cerca estamos menos me duele el moratón del brazo.
—Voy a solucionar este error para que no vuelva a suceder, sí eso, debo hacer.
Salgo de mi aturdimiento. ¿De qué demonios habla? Es un lunático, no debo estar aquí escuchándolo. Es un humano Leah, me recuerdo para calmar mi mente, pero no funciona, me asusta mi reacción, debo largarme de inmediato.
Lo empujo y me hecho a correr por el anden del tren subterráneo hasta subirme a uno de los vagones vacíos y perderlo de vista. La gente se sube y me empujan a un vagón trasero, me quedo sudando frío.
Hago lo que sea para sacarme a ese humano de la cabeza, levanto un periódico viejo y sucio del suelo y me obligo a leerlo.
Tengo suerte de alejarlo de mis pensamientos, pero a medida que el metro avanza, noto que el brazo empieza a dolerme otra vez.
¡Hola sexys!
Se siente la tensión en el aire... *Se va corriendo*
¡Los amo tres millones!
-Karla.
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