Un piccogohan.

No...no era eso. Era algo diferente,algo que ningún otro ser comprendería; sólo ellos dos. No había cabida para pudores o explicaciones de como llegaron a eso. No había lugar correcto o moral ofendida con la forma en que idearon expresar su amor fisicamente. Es que uno no sucumbia a las caricias y el otro guardaba esas hambres de una forma muy peculiar.

Tal vez fue por haber crecido en combate,que su mente relaciono el dolor al placer ¿Quien podría señalar en que momento su mente se resquebrajo? Pero no,no era ninguna parafilia,si a ellos les preguntases. Sólo el deleite del dolor. Del dolor que el ser amado le pudiera ocasionar a través de un látigo mientras él,se retorcía y contorcionaba de gusto en esa cama blanca que se llenaba de rosas escarlata.

Era cosa de ellos dos...De Piccolo y Gohan nada más. De su amor que era un apartado del camino.

El desahogo a esas pasiones de la mente que no estimulaban el cuerpo, del que ondeaba la oscura correa agitando su capa con cada descarga,
que desprovista de clemencia,ciega en su ahogo de anhelos que su naturaleza le negaba,dejaba caer sobre aquella piel. Implicitas mordidas que dejaban huellas salvajes en el cuerpo de quien se regocijaba con el flajelo,soltando quejidos de sangre y miel que terminaban en suspiros largos de angustiosa satisfacción. Pero de no provenir de él, para Gohan,no tendrían el mismo efecto.

De ser otro el que lo sometía de esa forma jamas alcanzaría los repetidos climax que le sacaban el aliento y de no ser ese el que se subyugaba,el otro tampoco encontraria el sosiego satisfactorio que le dejaba esa rutina.

Al acabar un nirvana reciproco y al unísono porque tal era su coordinación que hasta respiraban al mismo tiempo.

Una semilla del hermitaño borraba las huellas y ambos dejaban esa caberna sucia y oscura, para retomar sus vidas como si nunca hubieran estado ahí. En la inmunda desluz del amor.