Capítulo 7- 72 horas
72 horas ...
Es la cantidad de tiempo que ha pasado desde que desperté, desde el suceso...
—¿Está segura? —me pregunta por novena vez, Séfora.
Asiento amarrando mis zapatillas.
Talvez no esté segura, talvez tengo mil dudas, temo por lo que puede suceder, pero sin importar que tanto mis piernas tiemblen, necesito levantarme, no por mí, más bien por ellas. Les prometí que sería seguro, que no tendrían que temer, pero ¿Cómo me vería, si ante una pequeña caída, no regreso? ¿Cómo quedaría ante ellas? ¿Cómo quedaría ante mí misma?
Me giro observando la angustia plagarse en el rostro de Séfora.
—Tienes que creerme —le pido.
—No me pidas algo que no pienso poder lograr —susurra.
—Eres capaz de creerme y confiar en mí —le aseguro.
Veo la duda en sus ojos, el deseo de contradecirme, sin embargo, algo la detiene... El pasado.
Mi pasado.
Su pasado.
La pequeña similitud que existe entre nosotras.
Los golpes, las caídas, las veces que un hombre levantó su mano contra nosotras, las visitas a los hospitales.
—Tenemos que irnos ya o se nos hará tarde —le informo.
Ella asiente observando su teléfono. La práctica está a nada de comenzar, lo que nos salva es que está a una cuadra.
El viento frío de la mañana me recibe, trayendo oxígeno a mis pulmones, calmando mis nervios. Enfriando cualquier pensamiento, recuerdo, no pedido.
El estudio de danza nos recibe, sus paredes color pastel nos brindan aquella calidez característica de la dueña. Los espejos delatan nuestra llegada. Ocasionando que las chicas dejen lo que están haciendo para girarse en nuestra dirección. Les brindó una sonrisa de boca cerrada. Se acercan hasta donde me encuentro, siento mis manos temblar, no siempre tolero que las personas me toquen, eso me provoca asco hacia mí misma.
Intento ocultarlo, ellas me observan esperando que diga algo. Mi corazón late con fuerza contra mi caja torácica, mientras un extraño miedo irracional se apodera de mi cabeza.
—¿Por qué no han comenzado a practicar? —les pregunto poniendo mis manos en mi cintura.
Una sonrisa asoma en el rostro de las chicas.
—Pensábamos que habías perdido el sentido del humor —me informa una.
Niego con la cabeza.
La música comienza a sonar, mientras nos ponemos en posición. La idea principal de estos días es desestresarnos, sacar nuevos pasos y hacer algo de ejercicio en el proceso, aunque la verdad es que todo es terapéutico de cierta manera.
El tiempo pasa, mientras mi mente se empeña en hacerme sentir observada, una parte de mí teme, quiere desfallecer, correr y esconderme, pero la otra parte... Me hace percibir que, esa mirada no es incómoda. Es extraño, ya que ni yo lo entiendo.
Sin embargo, mi cuerpo reacciona diferente a lo que esperaba... Libero mi cuerpo permitiéndome sentirme segura. Transmitiéndome cierta seguridad que me permite hacer lo que sea, sin temor a ser juzgada.
El tiempo pasa, el sudor se apodera de mi cuerpo, hasta que decidimos tomarnos un descanso. Me giro en busca de Séfora, sin embargo, me quedo estática al encontrarme con... El mismo chico que encuentro hasta en la sopa.
Sin embargo, él está hablando con Séfora, quien ríe en el proceso. ¿No debería acercarme? ¿Verdad? Es decir, podría ser algo entre ellos, pero... Me aproximó sin saber en qué momento mis piernas tomaron la decisión de desobedecerme y en su lugar aproximarme hasta ellos.
Él se detiene de decir lo que dice. Observándome, solo que... No me siento incómoda, mis ojos se detienen en los suyos y es algo extraño.
—Evren —me llama Séfora.
Atrayendo mi atención.
—Él quiere hablar contigo, mientras yo tengo que repasar algunas cosas con las chicas —es lo único que dice antes de desaparecer.
Siento su mirada penetrante detenida en mí. Cierro mis ojos luchando con todo en mi interior. Hasta que no me queda de otra y abrir mis ojos. Hay cierto brillo en sus ojos o talvez es la iluminación. Él extiende un objeto envuelto en una hermosa cajita. Dudo en tomarlo.
Sin embargo, sus ojos piden que lo haga. Lo sujeto en mis manos, es levemente pesado. Mi corazón late fuerte contra mi caja torácica... Creo que me está dando una arritmia.
Comienzo a sentirme levemente mareada, el aire me falta, mis pulmones comienzan a arder, mi visión falla, el miedo se instala en mi cuerpo, pero la verdad es que nunca se ha ido. Mis manos tiemblan, la visión se me nubla y me pierdo. Mientras mi mente me provee un golpe del pasado.
—Cariño —me llama él.
Me siento extraña. Es raro que él me llama de esa manera, una sonrisa adorna su rostro. Camino en su dirección sintiéndome levemente angustiada, mis manos tiemblan.
Sin embargo, no he terminado de llegar cuando extiende un regalo en mi dirección. Mi corazón parece detenerse, ¿podría ser? Debe ser que está borracho. Él nunca me ha regalado nada, en lo que llevamos juntos... Talvez las cosas cambien, ¿no? Mi visión se nubla. Nunca nadie me ha regalado nada. Una lágrima desciende por mi mejilla, y otra cargada de dolor le acompaña al ver el interior del regalo... Está vacío.
Levantó mi mirada algo extrañada en espera de una explicación que sé que no me dará.
—Así es la vida, puede que el empaque sea lindo, pero no significa que el interior así lo sea, algunos están vacíos... Como tú —espeta y siento mi corazón hacerse añicos.
Muerdo el interior de mi mejilla, sé que no debo responderle.
—Alguien va a venir y no quiero que esa persona te vea ni te encuentre. Así que te puedes largar y no aparezcas. Ella es importante —culminó terminando de romperme.
Regresó a la realidad y me encuentro con Séfora, quien me observa preocupada. ¿Dónde carajos estoy? Observó mi alrededor intentando regresar por completo. La paz invade mi cuerpo al notar que estoy en mi apartamento.
—¿Qué? —pero no logro terminar de articular mis palabras.
Aparece él... En mi rango de visión, ¿qué hace en mi apartamento? Mi corazón vuelve a desestabilizar, sé, mientras mis manos me delatan y me siento desesperada. Ella lo nota y él también.
—Yo solo te traje, porque te habías desmayado cuando estaba hablando contigo. Solo estoy esperando que el doctor llegue y me marchó —asegura él.
Abro mi boca, pero no logro vocalizar ninguna palabra.
Se gira marchándose en dirección a la puerta, esa es la ventaja de que me dejaran en el sillón. Permanece allá, de momento en momento voltea a verme y noto que está molesto, pero al instante suaviza su ceño.
Séfora se sienta a mi lado, tomando mis manos entre las suyas.
—Cariño, él no te hará nada —susurra.
Volteo a verlo, pero acaba de salir con el teléfono pegado a su oído.
—¿A qué se debe eso? —susurro.
—El día del incidente... Él fue quien se bajó del escenario y corrió en dirección al baño —su mirada se mantiene fija en la mía—, yo lo seguí y cuando ibas a caer, él se interpuso, no dejo que eso pasara. Sus compañeros llegaron y arrinconaron al hombre, mientras él te sacaba... —se detiene.
Siento mis mejillas mojadas y cierro mis ojos, ya que escucharla es difícil, porque evoca recuerdos dolorosos.
—Continúa —le pido.
—Él te llevó al hospital, se quedó hasta que el doctor informara que estabas fuera de peligro —susurra lo último.
Asiento y un extraño calor se adueña de mi pecho. Fue un día complicado. Inhalo y exhaló en busca de liberar mi mente y controlar mis emociones
Siento sus brazos rodearme, me permito disfrutar de la única amiga que he tenido en esta vida.
—Cariño, hay algo que debes saber... —pero es interrumpida por el estrepitoso sonido de la puerta abriéndose.
Permitiéndonos ver a un señor algo mayor que entra acompañado por él...
Se acercan a mí, revisándome, mandándome una serie de exámenes, sin embargo, me mira a los ojos y noto algo que conozco muy de cerca... Dolor.
—Existen muy buenos psicólogos si siente que los necesita —habla por lo bajo.
Si le contará a un psicólogo todo lo que he vivido, creo que lloraría cuando termine.
—Es una opinión personal, no como doctor, pero hace varios años... Mi hija —se detiene y noto la dificultad en sus palabras—, fue a pasar una noche con su novio y desde ese día, algo cambió, ella cambió. Se vestía diferente, ya no sonreía —la nostalgia se adueña de su mirada—. El tiempo pasó y yo pensé que era una etapa de la adolescencia. Sin embargo, un día llegué de mi turno y la encontré dormida. Decidí no molestarla, sin embargo, al día siguiente, cuando intente despertarla. Lo noté... Ella se había suicidado, se había tomado un frasco de un medicamento.
Su sonrisa titubea queriendo desmayar, sus ojos se cristalizan y no sé por qué, pero me veo reflejada en su dolor, lo entiendo mejor que nadie.
—En la autopsia descubrieron que ella había sido violada, en varias ocasiones, y yo nunca lo note. No me dijo nada porque no existía tanta confianza —culmina.
Asiento y entiendo su punto. Se levanta alejándose de mí y despidiéndose de los presentes. Lo acompaño hasta la puerta, intentando demostrar que eso no me va a ocurrir, no voy a... No lo haré.
Él... También sale, sin embargo, vuelve a extender el regalo que me estaba entregando. Lo tomo entre mis manos, y noto que una pequeña sonrisa surca en su rostro.
—Por favor, no te desmayes esta vez —su voz se escucha juguetona. Pero oculta algo más.
Asiento y susurro un casi inaudible.
—Gracias.
Él asiente y se va cerrando la puerta detrás de él.
Coloco el obsequio en la mesa del comedor. Es simplemente hermoso. Es una flor blanca con pétalos largos que permanece ser una pesera o algo parecido.
Al lado hay una pequeña nota.
"Se llama Nefutar, es una hermosa flor, algunos la conocen como loto egipcio. Tiene algo particular que comparte contigo.
Es que ella florece de noche y en el día se oculta. Según los egipcios simboliza la pureza de corazón. Pero también la
Frialdad e indiferencia.
Espero y no malinterpretes mis palabras. Cuídala.
Atte.
Egan.
Mi visión se nubla. Me giro en dirección a Séfora.
—No está vacía —son las palabras que abandonan mi boca, antes de que me permita derrumbarme y llorar.
Porque no hay nada más doloroso que el pasado entremezclado con el presente. Ese es el problema de no haber sanado completamente los sucesos del pasado. Siempre volverán para hacerte sentir aquello que no debes. Pero sobre todo, para hacerme temer que todo vuelva a ocurrir...
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