Capítulo 4- Gimnasio
Miento si digo que he podido dormir, mi mente intenta procesar todo lo que ha ocurrido anoche, el cómo las cosas pueden cambiar tan rápido. Tengo que explicarles a las chicas que ahora tendrán "compañeros" y establecer nuevas reglas para que nuestra estadía no se vea afectada por el sexo masculino.
Me arreglo frente al espejo, tengo que buscar a Séfora y que me explique una vez más esto. Termino mi trenza. Me encaminó hasta la oficina de ella. Debe ser un mal chiste, ella siempre ha sido graciosa ¿Verdad?
Abro la puerta de la oficina de par en par, encontrándome con ella, sentada frente a su escritorio, con sus lentes y algo desarreglada. Me siento en la silla frente a ella.
—Tanta ansiedad es mala, haces que el ambiente de ponga pesado —explica con tanta tranquilidad que debe ser dañina para el cuerpo.
—Podrías explicarme nuevamente ¿Porque ahora van a haber bailarines hombres? —la ansiedad se esparce por mi cuerpo como electricidad.
Ella desvía la mirada de los documentos hasta mí.
—Eso se escuchó sexista —se queja.
—No me malinterpretes, los hombres también pueden ejercer de esto, sin embargo, este club estaba bien antes de tener trabajadores hombres bailando, digo ¿no es así?
—Sigue escuchándose que estas discriminando a los hombres. Sabes que en esta industria trabajan todos, tanto hombre, como mujeres —sentencia.
Cierro mis ojos en un vago intento por ordenar las palabras que quiero expresar.
—¿Porque tomaron esa decisión?
—Porque así le pico al socio mayoritario —me explica por segunda vez.
Asiento intentando procesar, el motivo, razón y circunstancia.
—¿Preguntaste porque tomó esa decisión? Teníamos buenos números, excelentes ganancias.
Ella suspira con una fuerza, que entiendo que este molesta del porque insisto en el tema.
—Tienes ropa de hacer ejercicio, entonces ve, desahógate con un saco de boxeo y cuando estés completamente calmada, hablamos —sentencia, regresando a los documentos que descansan frente ella.
Asiento, tiene razón. Talvez si saco mi ira, pueda ver todo con más claridad o por lo menos verlo desde su punto de vista. Ella no es la dueña, pero es la encargada, sigue ordenes, como yo.
Subo a mi convertible, poniéndolo en marcha, mientras mi mente divaga en recuerdos, en palabras dichas. Ya que no importa cuánto dinero tengas, ninguna cantidad será suficiente para curar las heridas causadas por el pasado, las palabras dichas, repetidas una y otra vez, hasta que no haces más que creer en ellas, aun si son mentiras.
—Esto es solo para hombres —sentencia él—, no para mujeres estúpidas —escupe con ira.
Bajo la vista sintiendo pena por lo ocurrido. No debí preguntar.
—Estúpida —maldigo, golpeando el volante con la mano.
Siento la ira recorrer mi cuerpo. Me estacionó frente al gimnasio que recurro frecuentemente. Mis manos tiemblan, al igual que espasmos recorren mi cuerpo.
Inhalo y exhalo. Repetidamente, en busca de controlar mi cuerpo.
Apresuró mis pasos, evitando a todo aquel que se me acerque. Llego hasta donde se encuentra mi entrenador, quien, al verme entrar, extiende sus manos entregándomelos. Me coloco uno y el me ayuda a ponerme el otro.
Camino en dirección al saco, cuando estoy lista. Él sujeta el saco. Visualizo la causa de mi enojo y descontrol. Esos ojos cafés de mierda. Y lanzó mi primer puñetazo, la adrenalina se cuela en mi cuerpo, logrando controlar los espasmos que son sustituidos por ráfagas de dolor que traspasan mis manos, llegando a mis extremidades.
Izquierda, izquierda, derecha, gancho bajo.
1,2,3 4
Cambio. Izquierda arriba, izquierda abajo y gancho.
Hago diferentes tipos de golpes, sacando todo lo que tengo dentro.
"Es solo para hombres, ¿cuándo lo vas a comprender? "
Niego con la cabeza. Mientras lanzó otro gancho.
«Jodete, desde donde esté, espero que te jodan de la misma manera que me jodiste»
—¡Detente! —grita mi entrenador.
Sacó mis ojos del saco ubicándolos en los de él. Es el único que nunca me ha causado problemas, el único amigo masculino que he hecho en todo este tiempo.
—Tienes que controlar eso o te consumirá —aconseja, observó sus ojos y noto la preocupación.
Asiento, siento el sudor recorrer mi cuerpo, pero al mismo tiempo me siento adolorida. Por lo menos podré distraerme con algo más, que no sean problemas causados por un hombre.
Él va a cambiar...
Antes era tan estúpida, había crecido con la mentira de que un hombre cambia por una mujer. Cambia porque lo quiera, si no lo quiere hacer, no lo hace. El diablo no cambia.
—No creo que el saco tenga la culpa de ninguno de tus problemas —esa voz.
Pongo los ojos en blanco al recordar al dueño de esa voz. Me giro sobre mis talones, hasta quedar frente a él.
—Es boxeo, el punto de eso es liberar un poco ¿no?
No me responde y en su lugar mantiene sus ojos puestos sobre mi rostro, como si intentará escudriñarme o intentar leerme.
Sacó mi mano de uno de los guantes, repitiendo el proceso con el otro. Hasta lograr tener las manos libres. Están algo rojas, levemente mallugadas. Paso por su lado en busca de irme lejos de aquí.
—Verificaste ¿no es así? —pregunta captando mi atención.
No me giro, pero sé de qué está hablando.
—No sé a qué te refieres —me hago la loca.
Lo escucho reír, brevemente, es algo ronca, con gran profundidad. Hasta que se detiene a mi lado, colocándose unos guantes de boxeo, rojos con bordes dorados, algo que me indica que son de él, los trajo.
—Puedes hacerte la loca, si quieres, pero ambos sabemos de lo que estoy hablando —la confianza, seguridad que escucha en su voz, provoca que quiera eliminársela.
—Háblame sin rodeos, porque realmente no comprendo a qué te refieres.
—Claro que sabes, por eso te molesta.
Niego con la cabeza.
—Vamos a trabajar juntos ¿lo has aceptado?
—¿Qué te hace creer que trabajaremos juntos? Es decir ¿acaso sabes mi nombre? Debes confundirme con alguien más o simplemente buscas una excusa tan tonta para sacar conversación ¿no es algo triste? —pregunto sintiéndome satisfecha por haberlo dejado sin habla.
Me giro nuevamente para marcharme.
—Nos vemos en el club —es lo que dice, antes de marcharse.
Me giro ahora. Odio que me dejen con las palabras en la boca. Niego con la cabeza, sintiendo mi estómago calentarse. Me encaminó al ring donde lo veo pasar las cuerdas.
Creo que mi sed por respuestas es válida, lo sé. Es decir, que un extraño me hable y me asegure y perjure que va a trabajar conmigo, amerita que exija respuestas.
Recojo nuevamente los guantes, colocando me los bajó su atenta mirada. «estas metiéndote donde él quiere» grita mi mente, pero mi impulsividad es más grande que cualquier razonamiento.
Traspaso las líneas del ring, observándolo.
—No seré gentil —asegura.
—No esperaba que lo fueras —respondo en el mismo tono.
Me pongo en posición, un pie delante de otro. Y el comienza a moverse muchísimo.
—¿tienes miedo? —pregunto con burla.
—No, solo quiero saber que tienes.
Asiento, lo observó fijamente y comienza lo bueno. Lanza un golpe a la cabeza, lo esquivo. Sus labios se estiran en una media sonrisa.
—Vamos a motivarte un poco más, por cada golpe que logres darme, tendrás una respuesta. Escoge bien tus preguntas.
Una sonrisa asoma en mis labios, pero la reprimo. Lo veo acercarse y cuando lleva su brazo izquierdo en mi dirección, aprovecho eso y giro mi cadera lanzando un gancho bajo en su dirección. Se aleja asintiendo con la cabeza.
—Soy amigo del dueño del casino, del socio mayoritario del club —comienza y ya me está gustando esto.
Sin embargo, me desconcertó y él lo aprovecha para meter una pierna entre las mías y lanzarme de espaldas al suelo. Una mueca de dolor se forma en mi rostro, pero lo aguanto.
—Voy a ser gentil y no te haré preguntas —asegura.
Me levanto del suelo, concentrándome en dejarlo bien golpeado. Ahora soy ya la que lo persigue y lanzó un golpe a su cuerpo, mi corazón late con fuerza, mis fosas nasales se abren y cierran con fuerza. Pero fallo y el puño de él, se detiene en mi cien.
—Descuido. Si te descuidas ya estarías en el suelo —su mirada y su voz cambia, pareciendo un regaño—, mi abuela golpea más fuerte que tu —asegura riéndose en mi cara.
Me alejo y me doy vuelta, simulando que me largo, lo siento seguirme y cuando se está muy cerca de mí, aprovecho eso. Acortó la distancia y le lanzó un gancho al hígado. Una sonrisa se forma en mi rostro al ver su rostro desfigurarse en dolor.
Se lanza al suelo con todo el drama del mundo. Llevando su mano a su costado y es que me cuesta creer que ese golpe ya lo derribó. «coje pendejo» celebró mentalmente, mientras una sonrisa asoma entre mis labios.
Ya debería levantarse, dice la parte coherente en mi cabeza ¿y si realmente lo lastime? Carajos, Séfora me dará una doña puteada. Ya escucho su voz "¿Porque lastimas al chico? Si yo te mande a hacer ejercicio, no agarrarlo de saco de boxeo" ya escucho su voz en mi cabeza.
Talvez me pase un poquito, digo.
Me agachó con la intención de revisar. Hay muchas personas que tienen apariencia dura y con un buen golpe terminan hechos mierda, son más apariencia que fuerza.
—Puedes dejar ya el drama —le pido, suavizando mi tono habitual.
Pero no obtengo respuesta. Me quito mis guantes, para verificar su pulso, porque lo veo algo pálido. «Perfecto, ya maté a un stripper» me regaña mi mente.
Sin embargo, antes de que pueda reaccionar, el abre sus ojos rápidamente y se gira posicionándome en el suelo, debajo de él, sus manos están sujetan mis muñecas por encima de mi cabeza, aprisionándolas con fuerza. Gruñó.
Idiota.
—Tienes buen corazón debajo de toda esa fachada —asegura sonriendo.
—Si un día te veo muriéndote, te voy a dejar tirado —aseguró.
Se que no lo haría, mi lado humano me lo impediría.
—Quiere innovar, por eso ahora tendrán compañeros hombres —sus ojos se mantienen fijos sobre los míos—, no es porque tu jefa lo haga mal, es más la admiran por cómo lleva los negocios.
¿Saben algo malo de los ojos claros? Bueno, estas personas que los poseen, cuando te miran fijamente, es como si quisieran hurgar en tu alma.
—¿Como sé que trabajas allí? Esa es una respuesta para otra historia —asegura, levantándose de encima de mí.
No sé en qué momento aguante la respiración. Pero a unos cuantos metros de mí, lo escucho volver a hablar.
—Nos Vemos en la noche, Evren...
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