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LA PUERTA ROJA

Para el pequeño Benjamín, el misterio que se escondía detrás del sótano de su casa, era todo lo que le importaba. Le había contado a su hermana Margaret todo sobre sus extrañas teorías; creía que su padre ocultaba contrabando o mucho dinero de procedencia ilícita, a veces bromeaba con la loca idea de que un extraterrestre se encontraba oculto en las sombras de su hogar.

—¿Has escuchado los ruidos raros que provienen de ahí abajo? —preguntó el pequeño a su hermana, señalando las escaleras que iban hacia el sótano, asustado por la intimidante puerta roja que se encontraba al final.

—Claro que sí —respondió ella dulcemente, tocando su pequeño hombro—. Son ratas y cucarachas, todos esos animales feos y asquerosos que viven en lugares sin luz.

—¿Por qué no bajamos a ver? —preguntó divertido, con una enorme sonrisa en su rostro.

—Desobedeceríamos a papá, y ya sabes cómo se puso cuando mamá perdió su querida llave.

El pequeño asintió con la cabeza, no quería recordar cómo era realmente su padre, prefería imaginar que él era su héroe, aunque muchas veces parecía el villano que lo asustaba cuando discutía con su madre. Richard Mollet era uno de esos hombres que aparentaban ser dulces y amables, pero en realidad eran todo lo contrario.

—Mejor ve a jugar a tu cuarto —ordenó Margaret, y luego observó su reloj—. Yo tengo que ir a trabajar, pero mamá llegará en media hora.

Margaret dio un beso en la frente de su hermano, ella cumplía muchas veces con el deber de madre. Era ella quien cocinaba en casa, lo ayudaba con las tareas y jugaba con él. La señora Sara Mollet nunca paraba en casa, estaba metida en la peluquería y en la casa de sus amigas, o al menos es lo que ella decía para justificar su ausencia tan seguida.

Benjamín subió las escaleras, mientras su hermana cerraba la puerta. Él nunca desobedecería a su hermana, nunca lo había hecho, tenía mucho respeto hacia ella, Margaret era su heroína favorita.

Jugó en su cuarto, aunque su mente estaba en aquel sótano que tanto deseaba ver, decidió ignorarlo. Sacó su pelota favorita, para jugar futbol y olvidarse de eso que no le dejaba dormir muchas noches, e incluso en su colegio ya habían historias de terror acerca de la "maldita puerta roja de los Mollet".

Como si todo fuese hecho por el destino, o por alguna fuerza extraña, la pelota rodó saliendo del cuarto con dirección hacia las escaleras, y él pequeño fue detrás. Dejó de caminar cuando vio que la pelota había chocado con la tétrica puerta del sótano.

Suspiró y se armó de valor, bajó sigiloso por las escaleras. Sólo iba a recoger su pelota favorita, no iba desobedecer a su padre. Cuando al fin pudo bajar, escuchó aquellos sonidos extraños y terminó corriendo del miedo hacia su cuarto. Él sabía que esos ruidos habían sido murmullos, cada vez se hacía más real su teoría de un extraterrestre oculto en casa.

Pero él sabía más que nadie, que el miedo no podía vencer a la curiosidad. Fue corriendo hacia la puerta, dispuesto a saber la verdad.

—¿Hola? —preguntó el niño, ahora regresaba el miedo de ser respondido.

No hubo respuesta, y suspiró aliviado.

—¿Alguien está ahí? —preguntó de nuevo para cerciorarse.

—Si —dijo una voz muy apagada, detrás de la puerta roja como el infierno.

—Q- ¿quién eres? —tartamudeó, él estaba temblando.

—Ruktu —respondió la voz, parecía la de una niña.

Benjamín pensó las posibilidades de estar alucinando, creía que quizá había rodado por las escaleras y ahora por el golpe, su mente creaba cosas para asustarlo. Pero todo era tan real, que decidió saber quién era esa niña, y que clase de desalmados la habían encerrado ahí por tanto tiempo. Se asustó al darse cuenta, que esos desalmados eran sus propios padres.

—¿Qué hiciste para estar aquí? —preguntó el niño.

—No sé —dijo la niña llorando—. Miedo, oscuro.

El niño vio que el interruptor de la luz estaba hacia abajo, y lo alzó.

—¿Ahora si tienes luz? —preguntó satisfecho por hacer algo bueno.

—Si —respondió la niña, su voz era muy aguda.

—Hablaré con papá, para que te saquen de aquí. Descuida él no es un tipo malo.

—Hombre malo, apagar luz, castigo —repetía la niña, se notaba que no sabía hablar correctamente.

Benjamin quería seguir conversando, pero el sonido de un auto estacionándose hizo que saliera corriendo hacia la sala. Prendió el televisor, para simular que se encontraba concentrado viendo dibujos animados.

Su corazón empezó a latir de manera frenética cuando se dio cuenta que había olvidado su pelota. No podía bajar de nuevo, su madre tomaría eso como desobediencia y lo castigaría por semanas; y si el señor Richard se enteraba, él prefería imaginar que no pasaría eso.

Su madre llegó tambaleándose, de la mano de una de sus amigas. Subieron al cuarto, sin tomar importancia al pequeño, eso alivió a Benjamín, pero también lo mortificó. No era la primera vez que su madre llegaba en esas condiciones, era rara la vez que ella hablaba con él. Parecía que su madre se encontraba perdida en un mundo de alcohol y fiestas desde que aquella caja había llegado. La hermosa mujer que un día fue, se había convertido en una deprimente adicta.

Aprovechó la oportunidad y sacó la pelota, ignoró los susurros de la niña. Él tenía problemas y miedos más fuertes. Toda su pequeña existencia se debía a aquel sótano, porque prefería eso, antes de ver como su madre lo ignoraba.

Aquel día, el niño no salió de su cuarto, lloró todo el tiempo, se sentía solo y deprimido. Benjamín creía que no había nadie más en la tierra tan desdichado como él; pero no sabía, que abajo, en su sótano, había una niña sufriendo una vida que no merecía, que no merecía ningún otro.


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