Capítulo IV: Isaías 66:13
1966, Treacy Village.
Martes Santo, 6 de Abril.
Ese día no fue el típico día de entierro.
El cementerio se ubicaba en la periferia del pueblo, lejos del mar, y el sol deslumbraba con protagonismo.
Solo se quedaron dos personas en la tumba nueva, hecha por cortesía a los familiares, pues no tenían ningún cuerpo al que velar.
Bajo tierra se hallaba la nada, y la lápida exhibía las fechas que dictaron el principio y el final de Sharon Campbell, pero nada más.
Delante de él estaban Amanda, la madre sin hija, y Leon, el mellizo sin hermana. El padre Matthew estaba detrás de ellos con la estola púrpura, bajo la sombra de un árbol, y pensó en hacerles compañía hasta que volviese a caer la noche si fuera necesario.
—Hola, Matt.
Giró la cabeza, y a su lado vio a Addy, que llevaba unas gafas de sol. La luz se reflejaba en los cristales y besaba su piel pálida.
—Siento no haber llegado antes.
—No pasa nada.
—He oído que ha pasado algo, pero nadie dice el qué.
Matt entrecerró los ojos.
—¿No sabes qué pasó en el campo de trigo?
La escuchó suspirar, y luego se tocó la cabeza.
—No. —Se quejó Addy con una voz débil, frunciendo el ceño—. Y no soporto las migrañas. Llevo dos días así y no puedo acordarme ni de cuando pasa ni cuándo vuelvo a ser yo... Joder, odio estas recaídas. ¿Te dije algo raro ayer? Creo que estuve en la iglesia, ¿o no?
—Sí, y no me dijiste nada raro, Addy. No te preocupes.
—¿Qué está pasando, Matt? —Susurró, perdida—.
—Siéntate.
Le tocó el hombro, girándose hacia el banco.
Addy se sentó, a recaudo bajo la sombra del árbol, y el sacerdote tomó asiento a su lado.
—¿Qué pasa? —Volvió a preguntarle—. Me estás asustando.
—Addy...
—Ay, ayer te dije algo malo, ¿verdad? —Dijo con la voz rota—. Lo siento.
—No lo sientas. No hiciste algo para arrepentirte.
—Dímelo, no pasa nada. Ojalá pudiese ser una buena amiga para ti, Matthew. Pero siempre soy alguien a quien debes ayudar.
Él suavizó su expresión al escucharla hablar. Que, por costumbre o defecto, siempre parecía enfadado.
—No te veo como una carga, Addy.
—Sé que te doy pena.
—No das pena. Haces lo mejor que puedes con lo que tienes, y te admiro.
Ella no pudo responderle, y a cambio acercó la mano a la suya. Deslizó la palma sobre sus nudillos, y suspiró, porque no creía en la caridad de sus palabras.
—Deberías hablar con el doctor Atwood.
—Gracias, pero no deberías preocuparte por eso.
—Eso es lo que hacen los amigos, ¿no? —La miró a los ojos—. Preocuparse por el otro.
Addy le sonrió, y él no supo cómo decirle que su mejor amiga había muerto. No quería borrarle la sonrisa después de lo que le había costado tenerla.
—Tienes razón. —Palmeó su mano—. Y debes estar muriéndote de calor vestido de negro. ¿Puedo invitarte a un granizado?
—Es tarde, Addy, debería...
—Ah, lo siento, te lo he preguntado pero no pienso aceptar un no como respuesta. —Se levantó del banco, cogiendo el bolso—. ¡Vamos!
Matthew la miró con cansancio, pero se levantó cuando le hizo un ademán con la cabeza. Empezaron a andar hacia el pueblo.
—Hace poco compré hielo. —Dijo Addy—. Podría invitar también a Sharon, ¿crees que le gustaría?
Matthew se quitó la estola, y la miró con preocupación a su lado.
—Sí. Seguro que sí.
Estaba decidido a que él no podía contárselo.
—¡Audrey Francis Wallace!
Ella frunció el ceño sobre las gafas de sol, y se giró hacia la voz. Miró detrás de ella y se encontró con una mujer, llevando una maleta en cada mano.
—¿Madre?
Se cubrió la boca con una mano, acercándose.
—¿Qué está haciendo aquí?
Matthew también se acercó, y vio la mirada analítica de la madre relajándose un ápice al verlo.
—Buenos días, padre.
—Buenos días.
—¿Por qué no me dijo que venía? —Le preguntó Addy—.
—¿Yo tenía que llamarte? Por favor, Audrey, ¿qué clase de hija no avisa de un entierro?
—¿Un entierro? —Repitió ella, confusa—.
Alguien carraspeó, interrumpiendo sutilmente la conversación, y todos se giraron al escucharlo. Leon, el hermano de Sharon, estaba de pie a unos pocos pasos de ellos. Vestía un traje negro hecho a medida, y sus cabellos áureos estaban perfectamente peinados hacia atrás.
—Lo siento mucho, Leon. —Habló la madre de Addy—. Te acompaño en el sentimiento.
Él asintió antes de irse, levantando una brisa con olor a hombre. Cuando pasó por el lado de Addy ella lo siguió con la mirada, preguntándose quién era.
—¿Pero qué ha pasado?
—Ay, hija... —Gimió, quejándose de la espalda—. Estás tan perdida como siempre. Llévame a casa primero, necesito descansar.
—Déjeme llevarle las maletas.
Su madre le cedió el equipaje.
—¿Tiene hambre? Podemos pasar por la panadería de los Quarry.
—¿Aún sigue abierta?
El padre Matthew se quedó en silencio mientras miraba esa escena.
Conocía a esa mujer por los rumores que florecían en el pueblo. Elvira tuvo que casarse con el padre de Addy al quedarse embarazada por accidente, y siempre ocupó su lugar siendo la sombra de su hija.
Addy no podía cruzar la calle sola, no podía escoger su peinado, no podía ver la televisión... Elvira solía decir que ella era su castigo, y debía llevar a cuestas el error que cometió.
Por eso cada vez que escuchaba ruidos de madrugada, o veía la ropa interior de su hija manchada de sangre, actuaba como si no pasase nada. Porque Addy fue engendrada de la violencia, ella fue el fruto del dolor de su madre, y Elvira sentía paz al pensar que Dios había condenado a su hija al mismo dolor que ella debía soportar todos los días de su vida.
—¿Puedo invitarte a comer, Matt? —La voz de Addy lo arrancó de sus pensamientos, devolviéndolo a la realidad—.
—Tengo que terminar el papeleo de la iglesia.
Ella le devolvió una sonrisa, estirando unas líneas de expresión.
—¿Y si posponemos nuestro granizado para merendar?
Él suspiró.
—No vas a rendirte hasta que te diga que sí, ¿verdad?
—Exactamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro