O2
—Adentro. —es la demanda de la mayor cuando la empuja hacia el cubículo más cercano, cayendo Rosé sobre la tapa. Jennie la mira desde arriba, superior y sensual, cuando se saca la chaqueta y la deja caer al suelo.
—¿Qué haces?
—Cállate.
Jennie no tiene vergüenza en que la contraria se de cuenta de la reacción de su cuerpo, incluso un poco orgullosa de Rosé por haber provocado su reacción: respiraciones alborotadas, y que las venas de sus manos parezcan reventar por la euforia. Obteniendo una parecida al Jennie sentarse sobre sus piernas.
Se besan, tan fuerte, tan húmedo y prohibido, que el pensar en lo que hacen les sube el lívido por los cielos, chocando sus labios, sus caderas buscando la fricción ajena y gimen, sin freno ni pudor. Jennie le besa el cuello, le pasa las manos por los pechos y las espalda, le araña la piel y le muerde las clavículas, marcando a su gusto la nívea piel de la australiana, quien echa la cabeza hacia atrás, presa del placer y lleva sus dedos al pantalón de la mayor.
Un gemido ronco es su respuesta, un sí implícito que hace a Rosé sacar el botón del ojal y bajar el cierre, antes de seguir con su propia ropa inferior. Jennie se entretiene en su cuello, en sus hombros, le saca el suéter y la blusa de un tirón, dejando a Rosé solo con un sujetador y sigue con la suya, después de susurrarle un: nos vamos a ensuciar Rosé, que le sabe a gloria.
Jennie se pone de pie, sus pantalones a mitad de sus glúteos, mostrando apenas su coño bajo una tela negra, con una pequeña, y, creciente, mancha de humedad extendiéndose en las bragas, reclamando por atención. Jennie ondeando sus caderas, empezando a masajear su femineidad.
Rosé traga saliva, se levanta apenas lo suficiente, e ignorando su falda, baja con cuidado sus shorts cortos, para seguir con la ropa interior, ante la mirada fija de Jennie en sus movimientos. De pronto demasiado cohibida, se detiene antes de bajarla por completo:
—No es un buen momento, Park. —Jennie no detiene el suave vaivén sobre su cuerpo.
—Lo sé, es sólo que... Nunca, yo-...
—Entiendo —Jennie se acerca, con cuidado y sus ojos fijos en los ajenos, brillantes. Rodea la cadera de la menor con sus piernas, erguida sobre su pecho mientras termina de liberar la ropa interior de Rosé, dejándola expuesta hacia ella—, yo tampoco.
Rosé gime al sentir la mano de Kim atravesar la tela de la falda, comenzando a frotar su entrepierna, una dulce y caliente fricción que las embriaga y sabe tan bien; se siente tan bien. Es la mayor quien se mueve primero, juntando finalmente ambas femineidades, empujando hacia arriba, rozando deliciosamente contra Rosé, quien se muerde los labios y se sostiene de los costados del cubículo. Cuando la mayor de ambas le sujeta el cabello desde atrás, es el delirio; el infierno mismo revestido de ardiente tentación, nuevas sensaciones abrumadoras que la atascan por completo, nublando sus sentidos.
Pero no todo podía ser tan bueno.
—¿Chaeng? —llama alguien desde el otro lado de la puerta, dando de toquesitos insistentes que le disparan la migraña a una frustrada Jennie. la mayor suelta un quejido ronco, levantándose de golpe y dejando a Rosé sinceramente descolocada y todavía en el limbo—, ¿Está todo bien ahí?
—Arriba —Jennie se sube a tirones la bragueta, acomodándose la blusa que ha recogido del suelo, lleva en el antebrazo la chaqueta de cuero. Rosé no le responde—, ¡Que te muevas! Llegó tu papi a buscarte.
Con una patada abre el cubículo, frustrada, molesta, y claramente harta de toda la mierda que lleva y que recientemente pudo aceptar —de alguna forma bizarra—, en voz alta, para que llegara esta tal JiSoo a cagarle el cachapo. Literalmente.
Rosé se revuelve con hastío el cabello, poniéndose de pie después de dos torpes tirones de su falda para acomodarla, subiéndose el resto de su ropa inferior en torno a su cadera, se agacha torpemente y recoge su poleron, antes de ponérsela a tirones, abrumada, y salir, visiblemente consternada del cubículo.
—Escúchame, rarita —Jennie le da la espalda, encendiendo un cigarrillo entre sus labios. Después de una honda primer calada, abre el grifo , metiendo las manos y mitigando también el sonido de su voz—, mañana, en tu casa. Quiero ese maldito reporte listo y para un cien limpio —el cigarrillo le cuelga de un costado cuando habla—, invéntale un cuento australiano a tu noviesita.
—Unnie... —se adelanta Rosé, hecha un maldito desastre con el cabello revuelto, los labios hinchados y las marcas saliendo de su camiseta, asomando, una obra de arte e inocencia corrompida que hace que Jennie sonría como una hija de puta.
—Ni una palabra —sube el cierre de su chaqueta y con esa sonrisa abandona el baño. Al abrir la puerta, una bajita de ojos grandes y expresivos la mira pálida, con el puño en alto. Jennie pisa con fuerza y JiSoo retrocede un paso—, bu. —y el humo rodea su rostro.
Jennie llega a su mesa cantarín, sínica y con el asqueroso descaro de besar a Namjoon, sólo para nivelar la balanza y mostrarse casual.
Dentro de un cubículo; con la cabeza vuelta un lío, el pulso por el cielo y la respiración errática, Rosé finge tener náuseas a su novia del otro lado de la puerta.
Y ciertamente, si las tiene.
—Je-Je... Ah... Je-Jennie-...
—Shhh... Te van a oír...
Sí, ciertamente y con la cara en alto, Jennie bien podría aceptar en ese momento que lo que hace es miserable, pero, según sus ideales, es en nombre de la ciencia. Ciencia enfocada a sus pensamientos, mayormente.
Su índice recorre con destreza la hombría de JungKook, quien aferrado de sus hombros y con la frente en el hombro de ella, se deshace en temblores, chocando sus rodillas contra las costillas de quien manipula su sexo, haciéndolo temblar y gemir. Sus falanges aprietan el enrojecido glande, deslizándose por el brillante tronco del chico hacia arriba y abajo, en un vaivén se repite con mayor ferocidad en cada movimiento. Sus pensamientos totalmente volcados en el, en su colonia, en los gemidos acallados sobre su hombro, y esas sensuales súplicas de: ‹‹más, sí, j-justo así››, en sonido de su nombre pronunciado con ahínco e indecencia, el chocar de su espalda contra la puerta del armario de servicio y nada sirve.
Nada.
JungKook es solamente un peón en su ajedrez, una víctima de sus experimentos y ocurrencias, cuando salió del baño, después de masturbarse pensando en esa kilométrica idiota. Mantuvo la farsa; le puso el pie, la amenazó como de costumbre y sin embargo, cuando su pecho tocó la espalda de Park y sujetó con fuerza su cabello, se descolocó por un momento, donde se encerró en el maldito baño. Al salir, JungKook pasaba rumbo a algún sitio que no le importa y su mente se iluminó, tomando al chico por sorpresa y después de un beso de convencimiento bastante hábil, helos ahí, en el armario del conserje, mientras Jennie lucha con sus demonios para conseguir sentirse, al menos, un poco excitada, o mínimo, dejar de pensar en Rosé.
—¿Eh? —con el cabello en la cara, sonrojado y en el lívido puro, JungKook se incorpora a como puede—, ¿Dijis-ste algo?
¡Carajo!
—Nada. —lo besa, fuerte y demandante, y por un momento, el parece olvidarlo.
Olvidar que Jennie gruñó un ‹‹Rosé››, mientras comenzaba a embestirse sobre JungKook.
Estaba jodida.
Realmente jodida, en la maldita mierda.
Rosé patea de nuevo una piedra que lleva pateando desde la salida del instituto, murmurando insultos varios entre dientes dirigidos a su persona. Lleva las manos en los bolsillos de la sudadera mientras camina por la calle rumbo a casa, con un huracán mental en la mente y demasiadas preguntas, sentimientos encontrados hechos una bola que se alberga en su garganta y le da jaqueca.
¿No se supone que la odiaba? Demonios, uno no besa y toca de esa forma a alguien que odia, además ¿Estaba dispuesta a tener sexo con Jennie-... No, no. con Jennie Kim su primera vez? No podía simplemente estar sucediendo, en un parpadeo, todo lo que creía conocer se fue al mismísimo demonio, y la única persona que podría ayudarla, decidió ‹‹darle su espacio››. Si, definitivamente JiSoo era un ángel comprensivo y amable, mientras Rosé sólo era una enorme idiota.
Entre más lo piensa, menos tiene sentido que su bravucona ahora resultara desearla en una forma tan extrema, y además la hiciera sentir tan malditamente bie-...
—Basta —se recrimina en voz alta, pateando con demasiada fuerza la piedra—, esto no tiene sentido.
Saca las llaves de su bolsillo, metiendo la indicada en la puerta para girar y empujar con el hombro. Rosé deja caer su mochila a un lado de sus zapatos y ubicado su sofá de juegos, se deja caer de frente en este.
—No tiene sentido...
Jennie. Jennie Kim que la había fastidiado desde su primer día de clases, que le rompió dos pares de gafas y estrelló su juego de probetas contra el suelo sin miramientos, la misma chica de los piercings que la trató de ‹‹rarita›› solo por crecer en otro país, desde que inició el instituto, ahora ¿Resulta que gusta de ella? Entre más lo piensa, más imposible parece. Tuvo tantos novios, todos los chicos guapos a los que Rosé conoce de una u otra forma. Sus amigos, todos de novios con una linda muchacha, Jennie siempre rodeada de chicos y entonces... ¿Qué estaba mal en la ecuación?
Jennie era la x a despejar, y Rosé gime de frustración al no encontrar una fórmula que lo logre.
Alguien llama a la puerta y el estómago le da un vuelco en su sitio, escuchando los insistentes toquidos de quien sabe está del otro lado. Más allá de lo que pasó o no, Chaeyoung sabe que iría a recoger su proyecto de química terminado esa tarde, se levanta, sólo para terminar con su sufrimiento.
—Hola...
—¿Te vas a quitar en algún momento?
Jennie, tan en su papel como siempre, con los pantalones rotos de todos lados, una blusa verde militar, junto a su fiel cazadora de cuero, apartada del uniforme del colegio. Rosé se detiene un poco a mirarla y se da cuenta de sus facciones, siendo Kim definitivamente una chica linda, con ese delineado bajo los ojos, cicatrices en el labio que se notan recién hechas, y una cinta blanca recorriendo su tabique de un sitio a otro.
Hermosa, Kim era malditamente hermosa, y a Rosé le da vértigo de tan solo pensarlo.
—Lo siento, pasa, traeré el proyecto —Rosé se rasca la nuca, entrando su invitada no muy deseada a la casa. Se desata con parsimonia los converse, mientras la anfitriona toma de un librero un paquete de hojas que le extiende en un sobre amarillo—, uh... Unnie, tú-...
—¿Qué?
—¿Vas a... Quedarte, un rato? —mirando los zapatos en la entrada, Rosé traga saliva con dificultad.
—Sí —demanda Jennie—, ¿Tienes algún problema?
Rosé niega con la cabeza.
—No... Iré a traer té.
—No seas falda, Park —andando tranquilamente hasta la sala, aunque cojeando un poco, Jennie se deja caer en el sofá con una mueca de dolor—, ¿No tienes una cerveza?
Rosé niega en silencio, sin quitarle la mirada a la abatida rubia en su sofá.
—¿Estás bien, Unnie?
—Sí.
¿Cómo fue que todo terminó así? Hacía tantos años que no se dejaba golpear de esa forma, tan patética y horriblemente abatida por ese imbécil. El golpe a su orgullo era mil veces peor que los que recibió de su hermano en el rostro, costillas, patadas en las piernas y sin embargo, Jennie no pudo defenderse esta vez, como todas.
¿Cuál era su maldito problema? Se supone que estaba en el jodido servicio militar y no regresaría en, al menos, tres meses, lo suficiente para que terminara el instituto y se largara de ese maldito sitio para siempre. Era absurdo, incluso volvió más loco que antes.
Jennie se lleva los dedos a los brazos, donde las cicatrices de cigarrillos encendidos ya no arden, sin embargo en ese momento lo hacen, como cuando era una niña. Park es demasiado observadora para su gusto y comenzará a hacer preguntas; preguntas que claramente no piensa responder.
—¿Unnie?
Con un demonio.
—Oye rarita... —desviando la atención, Jennie se mira los pies extendidos—, ¿Dijiste que eras virgen, no? —no la está viendo, pero sabe que está colorada—, ¿No se supone que tienes una novia?
Afligido, Rosé niega con la cabeza.
—Hablamos ayer y ella, lo entiende, dijo que me daría tiempo...
—En serio eres una monja —se mofa, buscando entre sus bolsillos un encendedor. Lleva el cigarrillo de su oreja a sus labios y ante la mirada asustada de Rosé, lo enciende—, ¿Qué?
—M-mi hermano...
—Ah, ¿No fumas? No claro que no, eres Rosé—exhala. Los ojos asustados de Park están sobre sus labios, sobre el humo que sale de ellos y Jennie sonríe, iluminada—, quítamelo.
—¿Eh?
Riendo como si su cara de susto fuese el mejor chiste del mundo, Jennie juega con el tubo entre sus dedos.
—Quítamelo, si ganas, lo apago.
Rosé aprieta los puños y asiente, antes de lanzarse sobre su Unnie y arrebatar el cigarrillo sin éxito alguno, recibiendo una carcajada.
—¡No seas lela! Anda —lo extiende, juguetona—, quítamelo.
Rosé toma aire, y con fuerza, se lanza al frente de nuevo, pero Jennie hace un ‹‹ole››, antes de apartarse y la australiana queda con medio estómago sobre el reposa-brazos, a milímetros de su no-invitada. Con los ojos fijos una en la otra, Rosé mira como sobre su lengua, la mayor apaga el cigarrillo, sonriendo coqueta y altanera como siempre.
—Mierda...
Jennie sabe a nicotina, a sangre, se siente caliente y tan malo, tan prohibido y ardiente como ese beso en sí mismo. Está sujeta de la blusa por esos dos puños de nudillos destrozados, le muerde los labios, tira de su piercing y se ríe entre besos, demasiado abrumada de todo como para pensar lo que está pasando. Sujeta de la nuca, Rosé siente a su Unnie ponerse de pie y tirarla al sofá, sólo así se separan del beso y desde abajo, puede ver a Jennie respirando agitada, sacándose el cinturón de la cadera.
—¿Unnie?
—Me debes algo. —la cazadora y su blusa abandonan su cuerpo, dejando al descubierto su blanca piel cubierta de moratones.
Rosé se saca la suya, con todo y la sudadera que termina en algún punto del suelo, obedeciendo algo que no se le pidió.
—Peleaste...
—Todo el tiempo —asegura, acercándose a la menor—, pero soy una chica ruda... Rosé... —su lengua recorre el labio inferior de la australiana—. Puedo con todo.
En un arranque de valor, Rosé pregunta:
—¿Conmigo?
Una preciosa sonrisa cínica.
—Sobre todo contigo...
Se besan de nuevo, con fuerza y demanda, Rosé se derrite bajo los labios de la mayor, tocando con sus manos el torso definido de Kim, su cintura, su espalda, sus pechos grandes y redondos; gime de gusto cuando se siente explorada del mismo modo, pero con fuerza. Fuerza es todo lo que Jennie representa en su vida, una atracción mortal que la desquicia como esos rasguños en su espalda, el ardor que necesita seguir sintiendo, el dolor en sus labios y en su piel siendo marcada.
Quizás si esta loca, tirando al masoquismo.
Rosé levanta la cadera cuando siente las manos de Jennie empujando hacia arriba, entretenida, la mayor deja marcas en su pecho, marcas que duelen en un nivel distinto, que definitivamente tienen un significado más allá de las de cada día. Su falda baja, dejándola solo en un par de bragas rosadas, y Rosé sisea al sentir el frio golpear su tan caliente y erógena zona.
Jennie se quita su pantalón, dejando todo en el suelo y es ahí, con mucha más atención, que puede ver un fénix tatuado en su muslo, subiendo a su cadera. Se le antoja tan sexy, que Rosé se lame los labios de anticipo, dejando a Kim con una sonrisa en los labios.
—¿Tienes idea de como se hace, no?
—¿Eh?
La mayor suspira.
—De sexo, entre dos chicas, ¿Sabes o no?
Rosé niega, peleando con todo su ser para no enrojecer. Bien, es real. Es hora. Está pasando.
Jennie se talla la cara, jalando con un dedo la cadena de su piercing.
—Bien —susurra, su mano tomando la cara de Rosé, quien se mantiene boquiabierta—, abre.
Ah, sí. Si su hermano la había encontrado viendo porno lesbico para instruirse, que al menos valiera la pena la golpiza que le puso.
Y lo vale totalmente cuando Rosé abre la boca, engullendo sus dedos con descaro, lamiendo aquí y allá, mandando descargas eléctricas a todo su cuerpo y espasmos a su entrepierna. Rosé cierra los ojos, degustando, y con una estela de saliva cayendo por su costado. Su lengua caliente, sus labios, su saliva la llevan a la locura y Jennie se aparta antes de terminar cuando no es debido, solamente para atacar los labios de Rosé con premura y ansiedad.
—Eres más sucia de lo que pareces, Park Chaeyoung.
Ella se encoge de hombros.
Jennie la toma de una pierna, bajando sin cuidado la ropa interior de la menor hasta que termina en sus tobillos y se desliza al suelo. Se dedica a besarla para que se distraiga, mientras con cuidado, tantea sus pliegues, y sin aviso, introduce la mitad del índice.
Rosé pega un grito ronco entre dientes y echa la cabeza hacia atrás, aferrando las uñas a la espalda de Jennie. La mayor espera por una señal, porque será lo que quieran, pero desconsiderada, no.
Cuando la menor se muestra más relajada, Jennie avanza hasta el tope, deja caer su frente en los pechos de la contraria, nublada de la sensación cálida que rodea su dedo. Su vagina se siente húmeda de anticipo, y debe llevarse la zurda a la zona para calmarse, moviéndose en círculos con lentitud. Rosé respira, hondo y tratando de acostumbrarse a la invasión, sin recibir respuesta de Jennie, quien lucha contra sus propios demonios. Empuja su cadera hacia abajo, lenta y tortuosamente y la atención de la mayor recae de nuevo en ella, cuando Jennie se despega de su pecho y mueve la muñeca, adelante y atrás.
A medida que lo hace, el dolor disminuye, aliviando también la sensación, enfocándose en sus sensibles pezones, que acaricia superficialmente tratando de llevar la atención a otro lado. Pronto es solamente un ardor sutil lo que la rodea y Rosé pide el segundo dedo en palabras mudas, moviendo su cadera instantemente, y cuando lo recibe, un nuevo gemido escapa, pero cargado de necesidad apremiante. Jennie ahora piensa ir a segundo plano, abre y cierra los dedos y empuja hacia adentro cada vez más al fondo, donde sin saberlo, toca un punto clave de su encuentro.
—¡Aahg! Demonios, sí... —Rosé tiene la voz más aguda, pastosa de placer cuando gime y Jennie entiende el mensaje, tocando ese punto en repetidas ocasiones.
Rosé solo atina a aferrarse de la espalda de Jennie, moviendo su cabeza de un lado a otro frenéticamente. Cuando la mayor abandona su tarea y roza un tercer dedo en su intimidad, se contrae sin desearlo, pero por sorpresa, un suave beso es depositado en sus labios, uno totalmente bien intencionado.
—¿Lista?
Los ojos de Jennie son preciosos, cuando brillan de ese modo tan alejado de la maldad y sin máscaras en medio.
Rosé asiente y sus labios son sellados de nuevo, con la misma calma y cuidado. El dolor se acaba cuando Jennie entra con un tercer falange, despacio, guiada por su mano y se le escapa un gemido agudo, mezclado de nervios y anticipo. La siente abrirse paso en su interior sin reclamarla, totalmente a su merced y Jennie gime al sentirse perder la cordura, gruñe y delira de la imagen frente a sus ojos: Rosé con las mejillas sonrosadas y sus ojos llorosos, su cabello pegado por diferentes lados de su cara debido al sudor, sus pezones erectos bajo la suave tela de su sostén, y la humedad que comienza a salirse de los labios bajos ajenos.
Una imagen que difícilmente se ira de su cabeza jamas.
—Carajo... —maldice, sus ojos cerrados y dientes apretados, frotando su cadera contra la pierna de Rosé para recibir placer nuevamente—. Eres deliciosa...
Colorada y abrumada por un cumplido tan peculiar, Rosé se lleva ambas manos a la cara, sonriendo.
Cuando el ultimo dedo ha entrado por completo, se permiten respirar de nuevo, sus frentes unidas en silencio. Rosé sale, apenas, y entra de nuevo, gimiendo ambas al unísono, cada vez más rápido, movimientos certeros y húmedos, chasquidos obscenos y tan malditamente buenos. Jennie es exigente a cada estocada, y la levanta con fuerza, tomando la cadera de Rosé y dejando sus huellas moradas sobre la blanca piel. la menor se toma del pelo, se talla la cara y gime a la par que los golpes en su interior, llegando a un punto de delirio absoluto cuando Jennie encuentra su dulce punto débil y da círculos en su bolita de nervios a la velocidad de sus estocadas.
No puede respirar, ni ver, no quiere abrir los ojos a miedo de ver borroso cuando el calor se apodera de su vientre, Jennie tomó de sus labios y de su cuerpo entero. Una última estocada firme y certera y el blanco nubla los sentidos de Rosé, quien en medio del orgasmo grita el nombre de su Unnie, estallando en un squirt que llenan cálidamente los dedos contrarios, y escurren por sus muslos.
Jennie, habiendo llegado al limite al escuchar el gutural gemido de su Dongsaeng, cae rendida sobre su pecho, no sin antes darle una lamida al liquido traslucido en sus dedos, orgullosa de dejar a la australiana respirando como si hubiese corrido un maratón. Acaricia el cabello húmedo de Rosé, mirando su rostro al dormir; mirando cuan bella y tan frágil luce.
hoy actualize todas las adaptaciones y ahora me siento vacía ✌️.
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