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Capítulo Veintinueve

Capítulo Veintinueve

Palermo, Italia.

07 de septiembre, 2003

—Lo sentimos por haber venido sin mucho tiempo de anticipación —comenzó Basilio al adentrarse al salón al que los había invitado Provenzano. —Rubí me contó lo que ha estado pasando y me fue imposible quedarme con los brazos cruzados.

Se sentaron frente a frente en unos sillones individuales con una mesa pequeña en el medio, a un costado quedaba un sillón libre que Rubí se negó a ocupar mientras caminaba alrededor observando las mil y una figuras de decoración que descansaban en la sala.

—No te preocupes, Felivene —anunció Provenzano tomando su postura de relajación. —El asunto está en calma, no hay mucho por lo que intervenir.

—De todas formas me gustaría pasar a recorrer los pueblos esta semana —interpuso el Don.

—Como gustes —aceptó asintiendo. —Ahora, mi querida Rubí, me gustaría que me contaras como va ese otro asunto del que hablamos.

Sin voltearse a ver al Capo de tutti capi continuó pasando sus manos hasta llegar a una figura con forma de caballo, la tomó en sus manos observándola con detalle mientras evaluaba su peso y tamaño.

—Como te dije —comenzó haciendo que Basilio exhalara más de lo necesario ante el asombro. Lo observó un segundo intentando comprender lo que le ocurrió, hasta que logró reparar en ello. —Ah, cierto. Como le dije, Capo —giró sus ojos y dejó el caballo de yeso en su lugar para sentarse finalmente entre los dos hombres. —El asunto va en camino, tengo el año completo y me lo tomaré con gusto.

—¿Lo conversaste ya con Felivene? —insinuó moviendo su cabeza.

—No he podido por el asunto de la Doña y luego con la restitución de los caporegime.

—Algo así escuché —meditó pasando su mano por su rostro para recargarse incluso mejor contra el respaldo de su sillón.

Rubí observó a Basilio, quien parecía bastante confundido ante esa pequeña conversación, sabía que había omitido el pequeño detalle de la misión que le había encomendado Provenzano, pero tenía sus razones, que luego le haría entender.

—Bueno, siento lo ocurrido, puedo ofrecer a mis hombres para el mejor resguardo a tu familia, Felivene.

—No es necesario, hemos puesto a los mejores hombres a trabajar y Rubí me ha ayudado bastante en la selección.

—Es una de las razones por las que te tomarás el mes, ¿no es así, querida Red Lips? —cuestionó suspicaz.

—En parte —susurró observando de un lado a otro a los hombres de honor.

Era una cuestión peculiar, si lo pensaba nunca antes los había visto interactuar y al final de cuentas Basilio se parecía a todos los otros al ser un lameculos con Provenzano, no le gustaba para nada aquella imagen, de hecho parecía perturbadora, pero nada podía hacer para estar en contra, después de todo a ambos hombres los había terminado por considerar sus jefes lamentablemente.

Ellos comenzaron a conversar largo y tendido sobre la situación de la organización, Cosa Nostra no estaba en su mejor momento, pero tampoco era para temer, Provenzano comentó que había estado al tanto del actuar sin ordenes de Lo Piccolo al traer a la familia Inzerino de vuelta, pero aún no iba a dar una orden certera con esperanza de que la alianza diera frutos positivos y rezando a la vez para que Rotolo no enfrentara una crisis de odio hacia ciertos miembros de aquella familia que alguna vez había sido desterrada.

Luego hablaron de negocios y Basilio le informó sobre todos los movimientos de su familia, así como también lo que había ocurrido con Biago y los posibles trabajos a futuro con los que quería indagar, Provenzano ofreció toda la ayuda necesaria como parecía hacer siempre y Basilio la negó, al momento en que pasaron a conversaciones sobre dinero, transacciones, extorciones, Rubí terminó por levantarse del sillón y comenzar con las figuras de yeso, cerámica y quizás otro material, estaba aburrida y no era como si pudiera ir muy lejos, mucho menos dejar de escuchar, pero sabía muy bien que en esa conversación no la necesitaban más que para que observara y escuchara.

En el momento en que una tortura de porcelana iba a estrellarse contra una oveja de metal Rubí tuvo que detener su juego para voltearse y ver a los Capos que de un momento a otro se habían callado. Ambos estaban mirándola con una expresión algo extraña, entre la risa y la incredulidad, seguramente al verla jugar como una pequeña entremedio de un montón de figuras de decoración.

Se levantó sin decir nada hasta sentarse nuevamente en su lugar como una supuesta señorita, algo que le había estado intentando enseñar la Señora Fiore, los hombres no dijeron nada hasta que Basilio solo negó y rió entre dientes.

—¿Me decía? —ofreció con calma.

—Quisiera que pudiera quedarse por unos días, solo será un trabajo pequeño, algo enteramente familiar.

—No estoy seguro de que pueda volver sin ella, las seguridad en casa están siendo vigilados por ella.

—¿De qué me perdí? —intervino Rubí sin poder callarse.

—Quisiera que pudieras hacer un trabajo para mí.

Miró a Basilio quien parecía realmente indeciso ante aquella petición, algo que no solía pasarle mucho.

—¿De qué trata?

—Es un asunto de mi hijo, ha tenido unos problemas con una mujer y me gustaría que liberaras del tormento a esa dama.

—¿Liberar del tormento?

—Tiene esposo.

Rubí miró de inmediato a Basilio recordando una de las tantas reglas que había dicho Biago al inicio de todo; "No mirar a las mujeres de nuestro amigos". Se preguntó si es que realmente el hijo de Provenzano tendría algún amorío con aquella mujer y si es que conocía al esposo de algún negocio anterior, se preguntó si es que realmente valía la pena matar a alguien simplemente porque el hijo del capo de tutti capi estaba con ganas de "liberar del tormento" a una mujer.

—¿Quieres que acabe con el esposo para que tu hijo pueda follar tranquilo con esa mujer? —cuestionó recibiendo de inmediato la reprimenda de Basilio.

—Podría decirse —musitó Provenzano sin preocuparse por la intervención. —Será un trabajo rápido, te llevaré hasta el edificio, un día y no te necesitaré más.

—¿Qué dices, Basilio, podemos alargar la estadía un día más? —se giró hacia el Don quien tapó su cara con frustración, al parecer se había olvidado de los honoríficos y otras cosas sobre prudencia y respeto.

—Un solo día más, luego volveremos —terminó por aceptar el Don bajando su mano.

—Acepto, entonces —afirmó hacia Provenzano, quien le dio una gran sonrisa de satisfacción.

*

Palermo, Italia

08 de septiembre, 2003

El auto de Provenzano se detuvo frente a un edificio de tan solo cinco pisos, que por lo menos abarcaba una cuadra completa a la redonda dentro de sus dimensiones. En la entrada principal yacía el nombre de Gran Hotel Wagner, se notaba una infraestructura antigua y si fuera de día hubiera dictado que era textura rugosa de color crema, no estaba segura, ya que al ser de noche todo el edificio estaba iluminado de tal forma que no habría nadie que pasara sin notarlo.

Quitó su mirada de la ventilla para posarla finalmente en Provenzano quien parecía bastante abstraído en sus pensamientos con una carpeta en mano.

—¿Realmente es aquí? —apuntó un tanto incrédula. —Es un hotel.

—El hombre vive en una suite hace algunos años, es su método para los negocios —explicó entregando la carpeta.

De inmediato comenzó a registrarla encontrando su nombre, una foto y cierta información que podría servirle en el trabajo, también encontró una llave y el número de habitación que estaba utilizando.

—El hombre ha sido trabajado, a esta hora debe estar en el bar del hotel tomando algún vino. Tú solo debes esperarlo en la habitación. Haz que parezca un suicidio, como ya has hecho anteriormente.

—Tiene muchas cuentas en bancos —comentó Rubí ignorando las indicaciones de Provenzano. —Y todo esto pasará a manos de su mujer una vez muera, no tienen hijos y no hay registro de testamento, solo el casamiento con bienes compartidos... Quieres que muera, que la mujer se case con tu hijo y luego obtener tú las ganancias, ¿no? —terminó por deducir levantando la mirada.

—No es tu trabajo hacer deducciones, Red Lips —advirtió con un tono tranquilo. —Solo digamos que el hombre necesita un descanso y su mujer... está esperando por ello.

—Quiero el doble de lo que me estás ofreciendo —cerró la carpeta y lo observó con severidad. —Si haré esto con un pez así de gordo mínimo quiero una paga decente.

—De acuerdo —aceptó moviendo su cabeza en afirmación.

—Si te retractas recuerda que sé dónde vives —comentó Rubí haciéndolo reír.

Finalmente salió el auto y al segundo este desapareció por las calles de Palermo. Observó hacia arriba midiendo el hotel en que estaba, no habría forma en que pudiera ingresar sin ser vista por alguien con tan poco tiempo de evaluación, además no tenía a nadie de respaldo como Rubén que pudiera acompañarla, pero incluso sin recuerdos en su cabeza sabía a la perfección que pasos dar.

*

Palermo, Italia

08 de septiembre, 2003

Eleazar Mendoza había sido un hombre de bien, o por lo menos eso se había dicho constantemente a medida que pasaban los años, no había tenido malos tratos con sus padres una vez había dejado argentina para caer en tierras italianas, sus negocios habían sido fructíferos y lo más importante siempre legales, e incluso su peor equivocación había terminado bien con una esposa que finalmente le servía solo de adorno en una casa a la cual nunca visitaba.

Un día de aquellos tendría que hacerse con una nueva visita por allá, así podría decir que no la tenía abandonada del todo, supuso. Contuvo la respiración por un segundo y luego expulsó el aire con fuerza, a quién engañaba, no le importaba, si es que la abandonaba mejor aún. Aquella equivocación había sido la mejor escapada para sus aventuras de noche, pero se había terminado convirtiendo en un grano en el culo por la estúpida de Sofía. Esa mujer... lo único que buscaba era llevarse todo y luego dejarlo sin nada, pero no le daría el gusto, no, eso jamás.

Observó al costado de la barra en la que había llegado una mujer bastante bonita con una rasgos suaves y ojos rasgados, su rostro era armonioso y si es que hubiera tenido que decirlo en voz alta, hasta habría declarado que era hermosa, vestía un abrigo demasiado largo para el gusto de cualquier hombre, pero en la posición que estaba sentada dejaba ver un tanto su pierna desnuda. Uff, como ansió por primera vez calentarse con una dama como esas, pero era lamentable porque aunque sus ojos hubieran chocado con ella a él solo le interesaba una cosa más allá de aquella mujer. Ese hombre... sí, ese hombre que había estado mirando hace días, con su barba bien cuidada, sus ojos verdes y una sonrisa amistosa que podría tacharse de inocente, infiernos, como lo calentaba, como lo encendía con esa sonrisa y aun así no había sido capaz de acercarse.

Suspiró, ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Quizás si solo hubiera aceptado hace algunos años su condición, entonces habría estado bien y no tendría que estar ocultándose en un hotel con excusas de negocios para escapar de su mujer, tal vez si hubiera asumido todo de una vez ni siquiera hubiera estado casado. Vaya vida.

En medio de los divagues la mujer terminó su copa y se levantó dejándole el espacio directo para ver a aquel mozo que atendía más allá las mesas del restaurant conjunto, era una cuestión de ir, sentarse en una de esas sillas y sonreír pidiendo la carta, para que aquel tipo pudiera sonreírle devuelta. Pero, no, era tan cobarde que el solo impulso lo llevó a apegarse mucho más al taburete y volver a contener la respiración por unos segundos tomando un trago de golpe.

Luego de tal vez dos horas entre copas y las miradas escurridizas a aquel mozo, se resignó a volver a su habitación, mañana tendría una reunión importante para cerrar el negocio que había planeado hace tantos años y según como funcionara eso contrataría a alguien para que complaciera sus gustos sin tener que hacer mucho esfuerzo. Se adentró al ascensor y tomó su celular buscando el contacto de aquel hombre que alguna vez le había iniciado en ese mundo, si lo llamara tal vez podría tener diversión esa misma noche y no esperar la celebración, pero entonces declinó, las puertas se abrieron y volvió a suspirar.

Era un hombre bueno, sin secretos, sin vergüenzas, se dijo, entonces no debía caer en esas andanzas, no ese día, y nunca, pero en vista de que mañana debía celebrar, se dejaría caer en el abismo aunque fuera un poco. Sacó las llaves de su suite y sin mucho preámbulo se adentró en el lugar encontrando para su sorpresa a la mujer que había visto en el bar hace unas horas antes. Frunció el ceño confundido, tal vez había tomado demasiado y las alucinaciones lo habían hecho heterosexual, pero no... aquello era real, la chica estaba de frente y sí era muy hermosa, pero tenía una sonrisa siniestra.

Estaba sentada en la mesa del recibidor con las piernas cruzadas y el abrigo abierto estratégicamente para que solo se viera una parte de su escote y ciertos centímetros de un vestido negro. Eso, su sonrisa, los labios rojos y aquella manera de observar podrían haber encendido a cualquier hombre teniendo a esa chica como un regalo al adentrarse a su habitación, pero no para él, él solo había hecho que tomara pasos medidos y no dejara de observar con desconfianza.

—¿Quién eres? —demandó con voz gruesa y autoritaria.

—He notado que eres un frocio (maricón) —murmuró la mujer incrementando incluso más su expresión. —Pero no tengo nada en contra sobre eso, por lo menos yo... aunque... no sé qué dirán los demás, ¿Qué crees tú?

—No sé de qué hablas —masculló sin dar un paso más, mantener la distancia era lo más prudente dentro de su mente, pero eso se vio frustrado cuando la mujer bajó de la mesa agitando su abrigo en el proceso, lo que cerró aun más la vista.

—Ten —susurró cuando llegó hasta unos centímetros cerca de él.

No pudo ocultar el temblor de sus manos cuando recibió un sobre cerrado, lamentable ya que sabía que debía mantener su posición de autoridad en la habitación cuando no sabía con lo que se estaba enfrentando. De todas formas la chica se dio la vuelta y comenzó a pasar sus manos enguantadas en cuero por la superficie de algunos muebles mientras él volvía su mirada al sobre debatiendo si abrirlo o no.

—Ten la valentía de observar y juzgar por ti mismo.

La mujer aún de espalda continuó su recorrido sin volverlo a mirar, aquello Eleazar lo tomó como una invitación a arriesgarse, pero tal vez solo debió haber corrido en el momento que se había adentrado en esa habitación. El sobre contenía fotos y no era de extrañarse que aquella chica supiera su secreto cuando la mayoría de aquellas imágenes eran bastan explicitas, contuvo la respiración y luego exhaló intentando calmarse, aquello no significaba nada, podría lidiar con cualquier problema si mantenía la cabeza en frío y volvía a sus raíces.

—¿Cuánto dinero quieres? —ofreció agitando el sobre en sus manos. —Es a lo que has venido, ¿no es así? —afirmó.

—No es así —susurró la chica volviendo frente a él. —Yo no he venido a pedir dinero, yo he venido a que tú —señaló con énfasis. —Acabes con tu vida.

Eleazar pestañó, sorprendido con aquella afirmación, nunca en su vida, incluso con todos los problemas acuestas habría pensado en suicidarse, eso no era una opción, ni siquiera admisible con el más grande de los sufrimientos.

—Tienes que estar equivocada —balbuceó sin comprender lo que realmente significaba esa mujer frente a él.

—Pareces muy tranquilo, quizás no me he presentado bien.

Y claro que no lo había hecho, pensó para sí mismo, pero al minuto en que la chica quitó su abrigo se dio cuenta de su gran error, habían dos pistolas a sus costados y un cinturón lleno de cargadores que no daba tiempo a otras suposiciones, al primer paso que quiso retroceder la mujer alzo una de sus pistolas y la apuntó a su cabeza sin mucho esfuerzo. Se atragantó con su propia saliva, su respiración se acortó y sus ojos se abrieron. No lo entendía, pero tampoco tenía tiempo para pensarlo con detenimiento.

—Ahora, o te mueres por tus medios o te disparo —sentenció la mujer con demasiada seguridad para su gusto.

—Puedo ofrecerte más de lo que te dieron, puedo... puedo darte todo sin que tengas que preocuparte nunca por nada... puedo... puedo... —no sabía que más, pero es que con una pistola no tenía mucho tiempo para pensar en algo más elaborado.

—Vas a hacer una carta, una donde le dejes todo a tu mujer y si es posible reveles tu condición.

—¿Con ello me dejarás vivir? —preguntó esperanzado.

—No, con ello podrás morir en paz.

La mujer se acercó empujándolo con la boca del arma la frente de Eleazar, dio dos empujones y con un movimiento de cabeza le indicó que avanzara. Ni siquiera pudo reclamar por la orden, simplemente levantó las manos dejando caer el sobre y avanzo hasta su despacho siendo apuntado por una pistola.

—Ponte cómodo, tienes algo que escribir —incitó la chica subiendo al escritorio mientras Eleazar tomaba lugar en su silla.

Rebuscó entre sus cosas un lápiz y una hoja para comenzar con lo que le pedía, pero su cuerpo no parecía querer cooperar, sus manos estaban temblando y torpemente pudo sostener el lápiz que no ayudaba en escribir aunque fuera una palabra. Comenzó a llorar, se sintió débil, vulnerable y sin opciones mientras la chica a su lado parecía imperturbable mirándolo sin bajar el arma de su lugar.

Tragó duro y de mala gana comenzó a escribir mientras sus lágrimas seguían cayendo, cielos, iba a morir y ni siquiera tenía tiempo para poder negarse, no podía correr de todas formas esa mujer le iba a disparar y lo peor de todo era que ni siquiera sabía la razón por la que estaba muriendo.

—Puedo... ¿Puedo saber la razón? —preguntó mientras terminaba el primer párrafo de su carta suicida.

Para su sorpresa la chica se levantó y alejó la pistola de él, rodeó el escritorio y se sentó en frente dejando la pistola en el medio, la observó midiendo sus movimientos, peculiarmente no parecía muy cómoda con lo que iba a hacer, pero a la vez tenía una aire de estar bastante divertida. Se cruzó de piernas y comenzó a mirar sus uñas como si no existiera peligro de que él en cualquier momento tomara el arma y la apuntara de vuelta.

—Al parecer tienes bastante dinero que mi jefe quiere. Así funcionan las cosas aquí, lástima que no tienes ni siquiera un hijo para vengar tu muerte —se encogió de hombros y se inclinó sobre la mesa con sus brazos. —Vamos, continua escribiendo.

Bajó de mala gana sus ojos hacia la hoja en la que estaba escribiendo, fue desde las palabras a la pistola que estaba sobre la mesa y si tenía una oportunidad para salvarse, sabía que era esa. De improviso se levantó botando todo lo que había a su paso en el escritorio obligando a la mujer a retroceder y en el mismo momento aprovechó de tomar el arma y apuntar a la chica.

Los ojos negros de esa mujer lo observaron con detalle, sus labios rojos se ensancharon en una sonrisa y su cuerpo parecía más relajado de lo esperado, mientras que él se sentía agitado, desesperado y arrebatado por ese momento de impulsividad.

—Dime el nombre del desgraciado y entonces te dejaré vivir —impuso controlando el temblor de su voz, pero para su sorpresa la mujer soltó una carcajada que resonó en toda la habitación.

—Vamos, adelante, dispara, eso solo hará que llegue alguien más como yo para aniquilarte a su gusto.

—Perra —masculló apretando el gatillo.

Cerró los ojos a la espera del sonido de la bala, pero nada ocurrió, cuando tuvo el valor de volver a abrirlos, notó como la mujer se levantaba daba un salto en el escritorio hasta que quedar sentada, tomó su mano elevándola hasta el cielo y apretó su cuello con su otra mano, quitándole la respiración y obligándolo a retroceder, pero incluso así no pudo zafarse.

—No debería dejar marcas, pero me la estás poniendo difícil, es mejor que tú mismo te dispares.

Dobló su mano para que apuntara a su cabeza por sí mismo, pero no tenía sentido, no había bala, por lo que solo pudo agrandar un poco más sus ojos mientras la mujer seguía presionando su cuello, estrangulándolo lentamente.

—¿Vas a escribir la maldita carta o tengo que acabar contigo antes?

Asintió con dificultad, permitiendo así que la muchacha dejara su cuello y cayera de golpe a su asiento otra vez dejando caer la pistola de su mano. La observó con toda su majestuosidad, sus piernas abiertas y desnudas, su vestido subido y esa sonrisa vivaz, tenía que intentar algo más, tenía que salvarse, se levantó nuevamente y la asaltó pasando sus manos por sus piernas hasta llegar a apegar sus labios con los suyos. La muchacha ni siquiera se negó, aceptó el beso profundizando la cercanía, envolvió sus piernas en sus caderas y se dejó llevar cuando la cargó para llevarla hasta la habitación, pero en el mismo proceso la chica sacó otra pistola y la apuntó en su cabeza obligándolo a dejar sus movimientos y caer nuevamente en el asiento, pero con ella a horcajadas.

—Te di la posibilidad de que esto fuera por las buenas —susurró con su rostro a centímetros del suyo.

Suspiró reteniendo la respiración, cerró los ojos y se rindió a la muerte cuando ella tomó su mano derecha y lo obligó a tomar la pistola hasta llevarla a su cabeza, fue ella la que apretó el gatillo, fue ella la que terminó con todo y esta vez no pudo volver a respirar.

*

Palermo, Italia

08 de septiembre, 2003

La sangre saltó a sus manos cuando la bala chocó contra el cráneo de aquel hombre, dejó de sujetar su mano para bajarse de su regazo, vio como todo su cuerpo caía desfallecido en el asiento y la pistola repiqueteaba en el suelo sin quien la sujetara. Una lástima ya que aquel hombre no parecía del todo malo. Duró unos segundos observando su cuerpo inerte solo por las mil y una pregunta que tenía en su mente sobre el mundo en el que estaba metida, habían veces en que ni siquiera tenía sentido acabar con la vida de alguien, pero también ese pensamiento se esfumaba cuando veía sus manos y se sentía realmente satisfecha con lo que hacía.

Había tantas preguntas, tanto por averiguar, que sabía que no se quedaría ahí para hacer una reflexión profunda sobre su vida. Rodeó el escritorio buscando la carta de suicidio en la que solo había escrito un párrafo, lo leyó mientras él estaba escribiendo y supuso que eso sería suficiente.

Dejó la habitación solo después de haber ordenado la escena y procurar que no hubiera ni siquiera una duda de que aquel hombre había decidido acabar con su vida, pero si la hubiera, si es que alguien planteara la loca idea de que lo habían acabado entonces estaba segura de que la culpa no caería sobre un fantasma.

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Llegó hasta el hotel en que se estaban quedando con Basilio y Donato, adentrándose a su habitación y exhalando un bufido cuando vio que su querido Don estaba cómodamente en una de las sillas del recibidor mientras tomaba vino y fumaba de su cigarrillo.

—Tú y yo tenemos que conversar —sentenció Basilio ofreciéndole el asiento a su costado.

En silencio tomó su lugar bastante disgustada por el olor al cigarro y la presencia de Basilio en su habitación, había pensado en llegar a tomar un baño y luego ir a la cama para así mentalizarse en volver al día siguiente a esa casona en la que estaba la bruja Vitelo intentando dominar todo, tenía que aprender sobre paciencia, eso era un nuevo desafío que sobrellevar.

—¿Cómo estuvo el trabajo? —comenzó Basilio borrando el pequeño silencio.

—Bien —aceptó sin ahondar mucho en ello.

—Bien —repitió Basilio asintiendo y tomando nuevamente de su vaso. —¿Gustas? —ofreció tomando la botella de vidrio, ella solo negó.

—¿Qué ocurre?

—Eso es lo que quiero preguntar. ¿Qué es lo que ocurre entre tú y Provenzano?

Rubí se acomodó en la silla para observar el perfil de Basilio, quería que le devolviera la mirada, pero en ningún momento el Don le correspondió haciéndole fruncir el ceño con mayor molestia.

—¿De qué hablas?

—¿Qué secreto tienes con él? ¿Qué más me estás escondiendo?

—Ah... —susurró comprendiendo. —Es por lo de la tarde, ¿no? —asintió incluso sin tener la respuesta de Basilio. —Biago tenía razón, Provenzano quiere que ustedes se conviertan en la siguiente familia a cargo de Cosa Nostra —con esa declaración recibió de inmediato la mirada de Basilio, pero no pudo devolvérsela esta vez, sonrió bajando la cabeza a la mesa y negó continuamente. —Pero yo no quiero que sea así —sentenció.

Basilio dejó caer la copa en la mesa con una fuerza desmedida, pero ni eso logró exaltar a Rubí, quien levantó lentamente la cabeza bastante consciente de que encontraría una mirada molesta de parte de su jefe.

—¿Quién te preguntó si es que querías o no hacerlo?

—Nadie —murmuró. —Pero...

—Limítate a tus funciones, Rubí, si es que algo así ocurre debes decírmelo, no más secretos.

—Cosa Nostra se va a desmoronar en menos de seis años, Basilio... —comenzó, pero fue interrumpida de inmediato.

—No a mi mando.

—¿Entonces quieres tener todo el poder? ¿Quieres seguir poniendo en peligro a tu familia? ¿Quieres dejar que mueran solo por querer más dinero en una organización que en vez de poder solo te llevará más al infierno?

—¡Tú no sabes nada!

—¡No, no lo sé, maldición! Pero soy incluso más consciente que tú de los riesgos que puede tener tomar el poder de una organización que se está cayendo a pedazos, no ignores las señales, Basilio, porque yo no voy a estar para levantarte cuando estés hundido en mierda —se levantó dispuesta a ir a la cama, estaba harta de todo por ese día, le dolía la cabeza y la imagen de aquel hombre seguía repitiéndose en su mente.

—Un momento, muchachita, estamos conversando —pero claramente Basilio no se daría por vencido. —Tu contrato es bastante largo como para que tengas que soportar cuidar de mi familia, tenemos un trato, Rubí.

—Dijiste que me dejarías tomar mis decisiones, dijiste que podría opinar y ayudar, dijiste que me enseñarías, y ahora que sé y quiero opinar me quieres dejar fuera. No jodas, Basilio, si quieres puedo irme por mis propios medios lejos de ti y así te dejo en paz.

—¡Eres un dolor de culo! —exclamó levantándose de golpe de la mesa para encararla. —¿Qué mierda quieres que haga entonces?

—Busca otra forma de ganarte la vida, no digo que te conviertas en el mismo papa, pero por lo menos sé más inteligente.

—Viste morir a ese hombre hoy, Rubí, él estaba limpio, no tenía tratos con la mafia, ni siquiera era italiano y aun así murió. ¿Realmente crees que hay alguna otra posibilidad además de Cosa Nostra? Aquí, en Italia las cartas están echadas y no hay mejor negocio que ser un hombre de honor.

—Bien, haz lo que quieras, al fin y al cabo de todas formas tendré que limpiar tus mierdas en un futuro —estuvo a punto de rodear el pasillo para irse a dormir cuando retrocedió para indicar a Basilio nuevamente y dejar una última advertencia. —Estás obligando a Biago a casarse por su seguridad ¿verdad? —Basilio asintió. —Te dejaré en paz, Basilio, haz los negocios que quieras, conviértete en el Capo de tutti capi o lo que sea, pero si vuelven a intentar matar a Biago te prometo que no descansaré hasta verte fuera de esta estúpida organización. ¿Me has escuchado?

—Una vez dentro, no hay forma de salir vivo de este mundo, Rubí.

—Oh, créeme, la habrá si es que le hacen daño a tu sottocapo, después de todo él es la única razón por la que te soporto. 

********

¡Habemus capítulo! Gracias por la larga espera, realmente lo siento, entre que me fui de vacaciones y las pocas ganas de escribir no pude avanzar mucho, pero ya estoy en camino de regularizar esto.

Nuevamente gracias y espero que el capítulo les haya agradado, en este momento Rubí está en la fase de cuestionarse todo 😅😅 okay no.

No olviden comentar, gracias por pasarse por aquí. No tengo mucho que decir hoy, la verdad es que quería proponerles una actualización más continua, pero no estoy segura de cumplir así que solo diré.

Próxima posible actualización: Viernes 02 de febrero, 2018.

Esperénlo con ansias.

Atentamente manos de colores.

Posdata de dato curioso:
Rubí y Biago tienen una diferencia etaría de 6 años, por lo que en el 2003 Biago tiene 25 años.

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