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Capítulo Veinte

Capítulo veinte

Viterbo, Italia

10 de julio, 2003

Al cerrar la puerta de la oficina del Don, Rubí se dio cuenta de un detalle importante, Donato Greco también los había seguido, incluso sin haber sido nombrado el consigliere los había acompañado y nadie parecía estar en contra de eso. Suspiró, tenía que mantener la calma antes de que todo se saliera de control, había algo mucho más importante que hacer que estar teniendo rencillas estúpidas con un hombre el cual parecía siempre enviarle miradas despectivas. De acuerdo, eso no importaba, lo único relevante era conseguir información para poder buscar a la Señora Fiore, todo lo demás debía ser descartado de su sistema.

—Necesito cada detalle —dictó abriendo y cerrando los ojos para enfocarse.

El Don se trasladó de un lado a otro en la oficina, parecía tan perdido mientras pasaba sus manos por su pelo e intentaba concentrarse.

—Fui a la habitación a dormir luego de un largo día —comenzó. —Normalmente Fiore me espera ahí con su sonrisa y esa jovialidad que la caracteriza —suspiró cerrando los ojos ante la atenta mirada de todos los que estaban en el lugar, ninguno había optado por sentarse. —Pero ella no estaba... Pensé que tal vez estaría aún en su salón, pero cuando llegué ahí... todo estaba destrozado y dado vueltas, los ventanales estaban abiertos y... no había rastro alguno de ella.

Rubí apretó su mandíbula y cerró sus manos en puño. El odio parecía era hirviendo en su cuerpo ante la imagen de una Señora Fiore lastimada o siquiera con algún rasguño. Finalmente cuando el Don se detuvo y devolvió su mirada a ella, notó lo realmente perdido que estaba, aunque aquello, no lo liberaba completamente de la culpa.

—Llamé a todos, comencé a gritar, debo aceptar que me volví un poco loco, pero es que es la mujer que amo, no entiendo... —su voz se apagó cuando los ojos de Rubí lo escrutaron con desconfianza y ese dejo de arrogancia que solía verse cuando sabía algo más de lo que debía. —¿Qué es lo que sabes...? Oh... ¿Cómo llegaste aquí?

Lo había notado, pero nuevamente no era momento para esas preguntas, incluso cuando quería atacar a Biago con ellas, incluso cuando quería enviar lejos a Donato y zarandear continuamente a Basilio por ser tan estúpido, no era el momento.

—¡Concéntrate! Necesito que me digas todo, no puedo ayudar de esta forma.

—Rubí —la acalló Donato sorprendiéndola. —El Don está un poco desorientado, debes comprender. Lo que sucedió después fue movilizar a todos en la casona para ver si alguien sabía algo, nadie, absolutamente nadie respondió con claridad a nuestras preguntas, todos dijeron estar en sus quehaceres incluso las mujeres que servían a la Señora.

—El problema vino después cuando una llamada entró —interrumpió Biago. —Alguien amenazó con matar a mamá si es que...

—¿Si es que?

—Si es que no nos entregábamos a las autoridades —masculló Basilio con desprecio ante la idea. —Ni siquiera tiene sentido la amenaza.

—¿Hubieron precedentes? —interrogó sin levantar su mirada del Don.

—¿Precedentes? —cuestionó Biago. —Rubí, ¿qué diablos...?

—Hubieron —respondió Basilio acallando a Biago.

—Pero... Papá, no me habías dicho nada.

—Eran amenazas estúpidas, llegaban de vez en cuando, creí que podría ser una broma de Misso por lo que envíe a Rubén a averiguar, nunca pensé que fueran a llegar a este punto.

—¿Qué tipo de amenazas? —preguntó Rubí nuevamente.

—Debía entregarme si es que no quería que alguien cercano muriera y sus derivados, me preocupe cuando mencionaron a Fiore.

Rubí asintió comenzando a moverse bajo la atenta mirada de los cuatro hombres presentes. Había algo extraño, parecía realmente un juego de niños, ¿Por qué querrían siquiera que el Don se entregara? Eso no beneficiaría a nadie.

—Debemos actuar —habló de pronto Biago. —Comenzar a movernos, no vamos a quedarnos con los brazos cruzados, puedo enviar a mis hombres a investigar, los caporegime deben estar por llegar y nosotros debemos hallar a los culpables.

—¿Los caporegime? —se detuvo Rubí mirando a Biago. —¿Por qué vendrán?

—Es el protocolo —susurró Roger tan imperturbable en su pose de descanso atrás de Biago.

Miró a todos los presentes nuevamente, ¿le creerían ellos lo que había oído? De todas formas nunca mencionaron nada contra la Señora Fiore, pero si hablaron de las amenazas, tenía sentido, Catalano y Serra estaban involucrados, pero seguía sin hacerle sentido la petición. ¿Por qué? ¿Por qué...?

—¿Qué sucedería si te entregas a la policía? —cuestionó indicando al Don.

—La familia sería investigada y con todos los trabajos ilegales seguramente perderíamos todo —respondió Basilio bastante extrañado ante la pregunta.

—¿En qué beneficiaria eso a un caporegime si ellos son aliados de la familia?

—¿De qué...? —Biago estuvo a punto de adelantarse para preguntar, pero Basilio lo detuvo concentrándose en identificar a donde quería llegar Rubí.

—Depende mucho de la situación de la familia y lo que descubra la policía. En nuestro caso uno de los caporegime tendría que tomar el poder dentro de Viterbo en nuestra ausencia, puesto que todos seríamos investigados y sancionados por el tráfico de drogas.

—¿Ellos no tendrían castigos? ¿Acaso sus negocios no son costeados desde la familia directamente?

—Lo son, pero de cierta forma la policía solo investigaría a la Familia no a sus aliados, ¿Dónde quieres llegar?

—¿Quién sería el mayor beneficiado de los caporegime aquí?

—Rubí.

—¡Dame un nombre! —exigió perdiendo el control.

—No hasta que me digas qué está ocurriendo.

De mala gana Rubí cerró los ojos, tenía la justificación del actuar de esos cabrones, pero aun así por alguna razón jamás compartiría la traición, esos desgraciados debían morir, solo necesitaba saber contra quien apuntar su arma.

—Fui donde Catalano, estaba ahí cuando apareció Serra hablando sobre algún tipo de juego al que Catalano no quería entrar, al final Serra dijo que ya estaba todo hecho que habían enviado amenazas a Fiore y a Basilio, y que hoy al despertar las cosas serían entretenidas aquí —abrió sus ojos nuevamente descubriendo la expresión de horror de Basilio. —Dame un nombre y te juro que iré a acabar con él.

Un silencio se expandió por la habitación donde los cuatro hombres solo podían ver a la muchacha en medio, con una gran sorpresa. Ninguno movió ni un solo músculo hasta que finalmente ella decidió por finalmente comenzar a actuar. Si ellos se comportaban como estúpidos solo perderían tiempo, entonces tendría que ser ella la que actuara de forma cuerda en ese momento.

—Necesito que traigas a Rubén, llámalo, haz que venga —pidió volteándose a ver a Donato. —Por favor, esta vez sí necesito que me prestes a tu mano derecha —suplicó a Biago. —Ustedes, revisen a cada uno de su maldito personal e incluso a los putos soldados, entre ellos tiene que haber algún infiltrado que ayudó a los cabrones a actuar —ordenó a Biago y Basilio. —Vamos.

Comenzó a salir de la oficina completamente segura de que si esperaba un segundo más notarían que estaba siendo ella la que había dado órdenes, algo que ni siquiera debería haber imaginado hacer alguna vez, pero es que no había otra forma de actuar, ellos debían saber lo importante que era conseguir información instantánea, no había que perder tiempo.

Logró salir sin un rasguño o alguna palabra en contra, Roger la siguió incluso sin tener la respuesta de su jefe, ambos caminaron en silencio hasta la sala de estar de la señora Fiore encontrando lo que había descrito Basilio como el desastre, ciertamente todos los muebles estaban volteados algunos cojines perdidos en el suelo y ni hablar del maquillaje destrozado en todo el lugar. Le llamó la atención que en la mesa central, en la cual parecía que habían barrido con todo lo que sostenía, ahora solo descansaba en medio un labial rojo que a medida que se acercaba más notaba que era nuevo y lamentablemente estaba manchado de sangre que también ensuciaba parte de la superficie de la mesa.

—Esos putos cabrones me las pagarán, haré que me rueguen por sus muertes —masculló tomando el labial y dejando que una lágrima se le escapara sin previo aviso.

*

Viterbo, Italia

11 de julio, 2003

Vio como su padre comenzó a moverse de un lado a otro tras las ordenes de Rubí, lo cual no tenía ni un maldito sentido. Sabía que la situación ameritaba que alguien tomara las riendas de la familia, pero jamás pensó que en momentos de crisis aquella muchacha que no llevaba más de cuatro meses pudiera enviar el orden o más bien la acción adelante.

Se había quedado unos días más solo con la esperanza de volverla a ver, necesitaba explicarle a Rubí sobre su decisión en el matrimonio, pero jamás pensó que la oportunidad se le presentaría tras el secuestro de su madre, lamentablemente no tenía tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el desastre que significaba perder a la "Señora Felivene".

—Papá —llamó intentando detener un poco lo acelerado que estaba, dando órdenes a algunos soldados y tres capodecina que solían habitar la casona. —Papá, dame un momento.

—¿Qué? —exigió moviendo su mano para que los hombres fueran a cumplir sus funciones y no dejaran ni la más pequeña roca sin registrar para encontrar a los involucrados.

—Si los caporegime vendrán no podemos simplemente dejar que entren —expuso Biago su inquietud tras los dichos de Rubí en la oficina.

—Ya tengo pensado aquello, el imbécil que se atrevió a traicionarme pagará las consecuencias hasta el último día de su vida.

—¿Qué harás? ¿Cómo descubrirás cuál de ellos fue?

—Tranquilo, Biago, tengo todo pensado, el desgraciado se delatará solo y entonces podré darle el nombre a Rubí.

Palmeó su hombro con desmedida fuerza partiendo hacia el otro extremo de la casa en busca de quién sabe qué. Biago estuvo a punto de seguirlo, se sentía inútil sin realmente saber qué hacer con toda la situación, pero a cambio la voz de su mano derecha lo interrumpió para justo voltearse y ver como una furiosa Rubí iba corriendo hacia la puerta principal de la casona.

—¡Rubí, espera a que llegue Rubén, no puedes hacer esto sola!

—Si no me vas a acompañar lo haré sola, no puedo esperar.

Biago se apresuró hasta chocar con ella y detener su andar tomando su mano hecha puño, notó entonces que parte de sus dedos estaban manchados con sangre y en el centro se encontraba el labial rojo que días antes su madre le había pedido que la acompañara a comprar. Al parecer el labial había encontrado a su dueña incluso antes de que fuera realmente entregado.

—Mamá quería dártelo cuando regresaras —susurró mirando su mano evitando encontrar sus ojos. —Mamá te tiene demasiado aprecio, como si fueras su hija.

Elevó su mirada encontrando el rostro de Rubí bastante cerca, tenía la mandíbula tensa y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

—Todos estamos preocupados, pero no sacaremos nada si actuamos de forma precipitada.

—Mientras más esperamos, menos posibilidades tenemos para encontrarla. Debemos buscar en los alrededores, quizás podamos alcanzar al maldito bastardo —masculló Rubí.

Aún se seguía sorprendiendo por cada cosa que podía salir de la boca de esa mujer, era espectacularmente inteligente, además de bella, y sí, podía tener razón, pero tampoco había alguna seguridad sobre ello.

De pronto del segundo piso apareció Franco corriendo tras salir de la biblioteca, estaba acelerado y con los ojos desorientados, algo no iba bien. Por obligación Biago tuvo que soltar a Rubí y así poder adelantarse para hablar con su hermano, tal vez ayudarlo o comprender su comportamiento.

—Mamá —chilló el menor cuando Biago lo tomó por los hombros. —Volvieron a llamar.

Su padre apareció por el costado y Flavio comenzó a bajar las escaleras con una calma comprada, todos hasta Donato, terminaron reuniéndose en la entrada de principal de la casona.

—Mamá estaba gritando, sufriendo —volvió a chillar Franco recargando su frente en el hombro de Biago.

—Nos están dando 12 horas para que nos entreguemos, de otra forma comenzaran a enviar partes del cuerpo de mamá —informó Flavio con una frialdad sorprendente. —Iré con mi gente a recorrer Viterbo, encontraremos a mamá, ni se te ocurra entregarte —indicó a su padre. —No cederemos, ninguno de nosotros caerá por unos mal nacidos hijos de puta.

Al mismo tiempo que Flavio comenzó a salir cinco autos llegaron a la rotonda de la casona. Nadie se movió hasta que finalmente los cinco caporegime tomaron presencia en la entrada y todos menos Rubí se voltearon a verlos.

—Estamos a sus órdenes, Don —anunció Testa con una solemnidad fingida.

Biago en lo único que podía pensar era que uno de esos hombres había sido el gestor de todo, el problema sería descubrir cuál de ellos antes que la mujer que estaba a unos pasos los atacara. El rostro de Rubí era todo un debate de autocontrol, sus manos parecían temblar y sus ojos estaban cerrados al igual que sus labios. Podía comprenderla, seguramente lo único que quería era levantar su arma y apuntar a esos imbéciles, pero antes había que averiguar donde estaba su madre, no podían actuar de forma impulsiva o las cosas podrían terminar peor.

—Señores, acompáñenme —anunció su padre caminando hacia la sala de reuniones con una tranquilidad sorpresiva. —Rubí, tú también —añadió cuando ya había dado unos pasos.

Provocó de inmediato que los cinco caporegime comenzaran a comentar entre ellos mirando con desprecio a la muchacha que había abierto los ojos con sorpresa, pero demasiado rápido había forjado una sonrisa espeluznante. Dios se apiadara de esos hombros, porque si algo podría jurar Biago es que ninguno de ellos saldría bien parado de esa reunión.

*

—No entiendo qué es lo que hace esta mujer en esta reunión, Don —Testa fue el primero en protestar cuando Donato cerró la puerta y los cinco hombres tomaron asiento alrededor de la mesa.

Rubí se mantuvo quieta observando a cada uno, mordiendo su lengua para calmar sus ansias y enterrando sus uñas en sus manos para impedir moverlas. Estaba demasiado desesperada por encontrar control y a la vez por perderlo de una puta vez.

Basilio había tomado asiento en la cabeza de la mesa con la seguridad y poder que le otorgaba el ser el Jefe de Familia, algo que seguramente uno de esos pusilánimes no había sabido respetar. La observó de reojo con una suficiencia y confianza que podrían hasta malinterpretarse.

—Ella está aquí porque es mi mano izquierda —comenzó Basilio sin perturbar a Rubí con la mentira, ni siquiera Donato se alteró. —Mi principal numerale debe estar donde estoy cuidando de mi espalda, ¿no creen, señores?

Los cinco hombres comenzaron a hablar entre ellos, protestando y exclamando su postura en contra con una soltura bastante desproporcional a su cargo. Realmente ninguno de ellos merecía el poder que tenían en cada uno de los pueblos que le había otorgado Basilio años atrás, todos ellos eran unos desgraciados que merecían morir, lo supo la primera vez que los vio y lo reafirmó en ese momento.

—¡¿Han raptado a mi mujer y ustedes están discutiendo si debe o no estar un numerale a mi lado?! —exclamó de pronto el Don enviando a todos a callarse. —¡Compórtense como reales hombres de honor! Necesito buscar una solución antes del amanecer, de otra forma tendré que entregarme a las autoridades y uno de ustedes tomar el lugar en Viterbo.

—¿En que beneficiaría al que hizo esto que usted se entregara, Señor? —cuestionó Catalano con extrañeza.

—Muchos de Cosa Nostra se beneficiaría —apuntó Serra.

—Tal vez el más cercano... Vitelo —acusó Fontana.

—¿Qué recomiendan ustedes? Sea quien sea el culpable tienen que atraparlo y matarlo, pero debe traer a mi mujer viva, el que lo logré le daré lo que desee —expuso Basilio.

—Entréguese, Señor —recomendó Testa en la única señal que habían estado esperando.

Rubí dio un paso soltando sus manos por fin para llevarlas a su cintura y tomar su arma, pero antes de que pudiera quitarla Basilio la detuvo con una mano.

—¿Recomiendas que me entregue, Testa? —cuestionó Basilio con calma. —¿Por qué?

—O por lo menos fínjalo —propuso Marchetti que no había hablado en toda la reunión. —De esa forma haría creer a los culpables que está cediendo y tal vez saldrían de su cueva.

Rubí miró de Testa a Marchetti una y otra vez, ambos habían propuesto lo que Basilio esperaba que fuera la señal de su confesión, pero para Rubí no era suficiente, de todas formas quería matarlos incluso si fueran o no los reales culpables algo sabían y eso ya los hacía unos traicioneros.

—Vayan por mi mujer, Señores, en la mañana les daré mi decisión —ordenó Basilio permitiéndole a cada uno de los caporegime que comenzaran a moverse.

Rubí vio como cada uno de los hombres avanzaba hasta dejar la sala nuevamente con solo Basilio y Donato dentro de ella, este último cerró la puerta acomodando su libreta y el lápiz con el que siempre cargaba a la espera de las próximas instrucciones del Don.

—Ve tras ellos —permitió Basilio. —Averigua donde está mi mujer.

—¿Cómo se supone los siga a los cinco a la vez? —cuestionó Rubí adelantándose.

—Rubén está por llegar con su décima, ellos te ayudarán —informó Donato.

—De acuerdo.

—Y, Rubí —la detuvo nuevamente Basilio. —Tráeme al culpable vivo, si quieres golpéalo y maltrátalo, pero que pueda estar consciente. Tengo algo preparado para esa persona en los cuartos de abajo.

—Como usted diga, Don.

Asintió inclinándose noventa grados antes de irse completamente del lugar para cumplir por fin con lo que se había propuesto: Cazar al culpable de la traición hacia la familia felivene

***

Vamos tras ellos *risa malvada*. Ahora sí, persecuciones, sangre y tortura para el desgraciado traidor. ¡A la hoguera!

Okay me calmo, dejemos que esto fluya como se debe. Debo decir que estuve toda la semana editando porque... ¡No tengo tiempo! 😭😭 Es horrible esto de estar en las últimas del semestre. Pero bueno igual me di un tiempo para escribir😍, espero les haya gustado y siga llamando su atención.

¿Sugerencias, críticas, comentarios? Dejénlos en este buzón.

Volveré, o eso espero 😂. No me extrañen tanto. 😘

Besos y mordiscos.

Atentamente una avispa. Bssss 🐝😂

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