Capítulo Nueve
Capítulo Nueve
Viterbo, Italia
03 de abril, 2003
Un informe... Llevaba un día completo pensando en ello. Un informe. ¿Cómo se supone que haría un informe sobre Rubí? Pero el Don se lo había pedido, no podía negarse. Pero entonces... ¿Qué decía? La chica era mejor que él mismo, no, no podía poner eso. ¿Entonces qué?
El día de la transacción había cumplido al pie de la letra su orden, a excepción cuando el Sottocapo se había interpuesto, entonces ella obedeció sin siquiera dudarlo, ella no reclamaba cuando se trataba del Sottocapo, tal vez eso podría colocar. No, tampoco era digno, ¿Entonces qué? El propio reporte que él le pidió había sido comentado hasta con el más mínimo detalle, aún podía repetir en su cabeza las palabras exactas de Rubí como si fueran una película contando cada cosa que había vivenciado e incluso tenía que admitir que ella se había percatado de muchas más cosas que él.
Según el informe de ella, había tres francotiradores en la zona, algo que él no había notado, pudo sacar la cuenta del embarco en unos segundos, así como también la suma de sus ganancias y cuánto fue que aportaron cada uno de los sottocapos de Camorra cuando hicieron el intercambio de maletas. Lo supo en un pestañear y eso aterraba en su mundo, porque a personas así de buena los grandes solían desarmarlas en unos segundos si se enteraban de su existencia, alguien así de bueno tenía que ser eliminado porque ponía en peligro a todos. No, no podía reportar algo así, entonces ¿Qué? Malédiction.
Golpeó la mesa en la que estaban los papeles aún en blanco y decidió levantarse para ir donde sus soldados, era la mejor distracción, tal vez encontraría a quien gritar antes de terminar martirizándose la cabeza otra vez.
Cuando los encontró se llevó una gran sorpresa, estaban en el cuadrilátero, un gimnasio un tanto pequeño para practicar cualquier clase de lucha, en el centro se encontraba Rubí envolviendo con sus piernas a uno de sus soldados, mientras que los demás alentaban la pelea como animales enjaulados, entonces notó que en un costado estaba Roger observando todo con una sonrisa y los brazos cruzados. Se acercó a él intentando no ver como otro de sus soldados se humillaba en contra de aquella niña.
—¿Qué hacen? —preguntó cuándo llegó junto a su compañero.
—Practican, ya que estabas ocupado decidí ayudar a Rubí un poco —se encogió de hombros sin quitar su mirada de la lucha. —Tiene que aprender a controlarse, mira —con un movimiento de cabeza le pidió que observara y a regañadientes lo hizo.
Rubí estaba soltando al soldado cuando él había dado palmadas en el piso, algo que estaba seguro no lo hubiera hecho antes. Respiraba con dificultad, pero aun así se veía sonriente. Le ofreció su mano para ayudarlo a levantarse, pero el soldado se la esquivó reincorporándose por el mismo, entonces notó que era Emilio, uno de los soldados que más odio le tenía a Rubí.
—Vamos, ¿No quieres continuar? —le indicó Rubí con una sonrisa.
—Puta —escupió Emilio al suelo moviendo sus brazos y sus piernas para volver al combate.
Él iba dispuesto a golpear, pero en cambió ella lo único que realizó fue una vuelta rápida hasta subirse a su espalda obligando a Emilio a rodar por el suelo para intentar alejarla. Entonces los brazos de Rubí fueron a su cuello estrangulándolo. Emilio volvió a golpear el piso tres veces y entonces ella lo soltó saliendo debajo de él.
—No duras nada, Emilio. ¿Alguien que pueda hacerle la competencia? —incitó Roger deteniendo la pelea.
No lo entendía, era obvio que era un juego para Roger, pero entonces ¿Por qué todos caían? ¿Acaso ninguno se daba cuenta que nunca le podría ganar a esa mujer? Ella no estaba en la posición de pelear a puños, había que evitar lo más posible que se acercara, ella era buena haciendo llaves y apresando a las personas para que se desesperaran, eran técnica del Jiu-Jitsu, pero estaba seguro que esa era una de las tantas opciones que conocía Rubí para luchar.
Entonces lamentablemente tendría que admitirlo, tendría que confesarlo todo en el maldito informe, ya no habían otras opciones más que decir la verdad, aquella mujer calzaba incluso mejor que todos los ineptos que estaban ahí, Rubí tenía un lugar más que ganado en la organización, tenía más habilidades que todos y siendo fiel a la familia era obvio que sería una muy buena carta. Debía admitirlo finalmente, aunque su orgullo se lo impidiera, aquella muchacha era incluso mejor que él en todos los sentidos.
*
Viterbo, Italia
05 de abril, 2003
—Pensé que ya no te volvería a ver —susurró tomando de su taza de café.
—¡Ojos azules! —Rubí corrió hasta reencontrarse con Biago en medio de la gran biblioteca. —Han sido días extenuantes, no me dejan tranquila con los entrenamientos por ninguna frontera —comentó aferrándose al torso de su jefe mientras este intentaba dejar en un lugar estable la taza.
—¿Ah sí? —cuestionó divertido, sabía mejor que nadie todo lo que estaba pasando Rubí, él mismo se había encargado de que fuera de esa forma, si iba a dejar su vida en manos de esa chica entonces tenía que darle las armas para prepárala por completo.
—Sí, Rubén no me deja en paz todo el tiempo es entrenar y ni hablar de Roger, me hacen enfrentarme a los soldados, disparar a dianas que se mueven, correr todas las mañanas y la Señora Fiore —dio un suspiro. —Ella... Me hace leer, ¿Puedes creerlo? —susurró haciéndolo reír.
—¿Tan malo es? —cuestionó dejando sus manos en la espalda de quien lo apresaba por el torso.
—No lo es, porque cada uno de esos entrenamientos me acerca ti, ¿Verdad? —sus ojos llegaron hasta los de él, aún se preguntaba como unos ojos negros podían iluminarse de tal forma, pero no podía negar que le encantaban.
—Tal vez.
Entonces Rubí se separó y Biago aprovechó el momento para dar largos pasos lejos de ella, podían tener este tiempo fuera, lejos del trabajo y los entrenamientos, solo para ellos dos, pero sabía que no era para lo que usualmente utilizaría a una mujer, a Rubí no podía tomarla y follarla en una de las tantas mesas, ella no era para eso.
—Tengo que preguntarte algo —habló finalmente eliminando el silencio que se había formado cuando le dio la espalda.
—¿Qué es?
—Aquel día en Di Cassia, ¿Cómo supiste que esos hombres me matarían? —se volteó notando que Rubí estaba rondando en los estantes leyendo cada uno de los lomos en donde estaban escrito los títulos de ellos.
—Olían igual que yo —susurró. —Además... No encajaban... como yo. Y... su postura —rió. —Se notaba que no sabían nada... como yo —sonrió volteando su mirada hacia él.
—¿A qué te refieres?
—Olían a sangre, todos los guardias tiene un orden específico desde sus zapatos bien lustrados hasta su corbata bien puesta, así como también la postura: firmes con las manos por delante, pero ellos... ellos no estaban ahí para ser guardias. ¿En serio no los notaste?
Asintió pensando en ello, había pedido verla porque por más que pasaban los días nada lo hacía acercarse a la verdad, seguía en la incertidumbre sin saber quién era el que intentaba asesinarlo, no tenía más pistas y el hombre que antes habían atrapado no tenía más respuestas que ofrecer. Estaba como al inicio y le frustraba más que nada no poder avanzar. El otro problema era la chica que tenía en frente, por más que pasaran los días seguía sin encontrar quién era, su nombre, su procedencia y qué hacía antes de venir aquí, nada, no había absolutamente nada.
—Estás buscando en el lugar equivocado —susurró Rubí de pronto como escuchando sus pensamientos.
—¿De qué hablas?
—Te lo dije, la persona que quiere asesinarte está aquí, dentro de la jerarquía de tu familia.
—Indica a alguien y podremos investigarlo.
—No es cómo funcionan las cosas, necesitaría más tiempo, investigar y un segundo intento de asesinato en la que esté presente para asegurarte al responsable, pero no tengo nada de aquello —se encogió de hombros.
—Estás buscando una razón para ir a mi lado —reprochó Biago entrecerrando los ojos, haciendo reír a Rubí.
—Además de eso... ¿No es acaso la razón por la que vine? Vamos, Ojos Azules, soy buena en esto, te lo aseguro, si me das la posibilidad, puedo buscar al responsable.
—Aún no, Rubí, aún no —susurró comenzando a avanzar hacia la salida.
—¿Por qué? ¿Aún no confías en mí? —se obligó a voltearse y verla otra vez, estaba detenida en medio de la biblioteca recriminándolo como si le debiera algo, no lo entienda, seguía sin entender la unión que tenía con aquella mujer, pero con el paso de los días sabía que tenía que limitarse, así como el encontrarse y el intentar incrementar un lazo que a lo mejor solo estaba en su cabeza. —Había sido el trato ¿recuerdas? —continuó Rubí. —¿Cómo vas a buscar mis memorias si yo no puedo salvar tu vida otra vez?
Sus memorias. Estaba dudando sobre lograr alguna de las partes de ese trato. Se volteó completamente y fue hasta ella sentándose en una de las mesas más cercanas. Rubí lo observó hasta que él la invitó a sentarse, pero negó quedándose de pie.
—Necesito que me ayudes en eso también.
—¿Qué cosa?
—Tus memorias. ¿Realmente no recuerdas nada? —vio como Rubí rodó los ojos, sí, era algo que se lo preguntaba a diario, bueno en los momentos que la veía y la respuesta era siempre la misma.
—Nada, nada, nada. En serio no confías en mí, ¿verdad? —el tono de reproche ya no era tan tierno, ahora ella parecía molesta.
—No es eso.
—Me lo preguntas siempre, ya estoy harta, ¿Para qué haces esto si ni siquiera crees es mí? Te puedo asegurar algo de mi vida pasada, si recordara entonces estaría muy lejos de aquí en vez de estar recibiendo ordenes de unos imbéciles o cuidando el culo de otros cobardes ineptos.
Rubí tomó camino hacia la salida, pero claramente eso no se lo permitiría. A pasos rápidos llegó hasta ella impidiéndole salir, la tomó del brazo y de un golpe la tiró contra la pared apresando sus brazos sobre su cabeza y apegando su pecho contra el de él.
—Vete si es tu deseo, nadie te retiene aquí —masculló sin quitar su mirada de sus ojos, estaba enojada, no tenía que ser un genio para saberlo.
—No puedo irme, ¿Qué no lo entiendes? —su pecho subía y bajaba rozando el de Rubí, y cuando ella notó la cercanía fue tan evidente que todo su cuerpo se tensó, pero algo pasó por sus ojos que de un segundo a otro sonrió coquetamente. —¿A qué quieres jugar? —susurró de tal forma que Biago se vio obligado a separarse varios metros.
Estaba agitado y su pecho se elevaba como si hubiese ido a una maratón.
—Estás pasando demasiado tiempo con mi madre —la indicó acusatoriamente haciendo reír a Rubí.
—La lección de hoy, aprender a utilizar el ser mujer como un arma, además tú te acercaste —continuó riendo sacándole una sonrisa a Biago.
Seguía sin entenderlo, con ella podía pasar por todas las emociones aparentemente, ella podía hacerlo vivir como hace tantos años no había podido sentirse, le gustaba, pero no lo admitiría.
—Sigue entrenando, Rubí. Entonces nos encontraremos al lado del otro trabajando en conjunto.
—A sus órdenes, jefe —se posicionó con sus piernas juntas y una pose firme haciendo reír a Biago, entonces decidió salir lo antes posible del lugar, ahora que podía hacerlo, porque estaba seguro que en un futuro no sería lo suficientemente fuerte como para alejarse de ella.
*
Viterbo, Italia
10 de abril, 2003
Luego de la transacción, forma en que lo había llamado Rubén a su primer trabajo, todo había estado entre tranquilo y movido en la casona Felivene, a ella la habían hecho entrenar día a día, desde que el sol se elevaba hasta que se escondía e incluso más durante largas horas en la noche. Los únicos momentos de respiro era cuando tenía permitido hacer compañía a la Señora Fiore, ella le enseñaba la otra cara de este mundo, uno donde las apariencias eran importantes, donde se enteraba que Basilio no era un ogro o un viejo de mierda como ella creía, uno donde la manipulación de una mujer era incluso más efectiva que un arma apuntando a su cabeza.
Le gustaba ir donde la Señora Fiore, era como entrar a un lugar cálido y donde se podía sentir una niña plenamente, algo que estaba segura que no habría logrado antes. Algo que le llamaba la atención era que dentro de esa enorme casona la Señora Fiore parecía ser dueña de solo una parte, el sector más alejado de las armas y los combates, ese era su lugar, una extensión con todo equipado para descansar, cubierto de blanco de las dimensiones de tal vez un departamento bastante acomodado, y lo que más le llamaba la atención era que pocas veces la Señora Fiore salía de aquel lugar, a diferencia de ella y de los demás hombres de aquel lugar, la Señora Fiore no se paseaba por las salas de entrenamiento, no se paseaba por los campos de tiros ni menos subía a la segunda planta en donde solían reunirse los hombres Felivene a fraguar seguramente su siguiente movimiento, no, a lo más la Señora Fiore salía a encontrarse con Basilio y eso era poco decir porque las pocas veces que los había visto justos (momentos en los que ella corría alejándose rápidamente), había sido en el mismo sector de estar de la Señora Fiore, no afuera, no lejos, sino ahí mismo. Nunca se lo había llegado a preguntar.
Cuando llegó a la habitación encontró una serie de artículos en la mesa que llamaron de inmediato su atención, la Señora Fiore estaba aplicando una crema en sus manos, repasando con mucho cuidado cada uno de sus dedos.
—Vamos, querida, acércate —sin titubear se acercó hasta sentarse en frente y entonces comenzó.
Una charla que tal vez tomaría una hora sobre ser mujer. Había pasado días enteros conociendo su cuerpo como si realmente nunca hubiera escuchado de ello. Había descubierto que había formas de cuidar de sí misma y que era importante que se preocupara de esos aspectos también, las luchas, los golpes y el asesinato era una parte, había dicho la señora Fiore, pero el ser mujer era una virtud que debía apreciar y cuidar.
Hoy parecía ser importante el cuidado de manos, aplicar cremas humectantes, limpiar sus uñas y limarlas, tal vez podía pintarlas con diferentes esmaltes que la Señora Fiore le mostraba, había toda una amalgama de artículos que podría utilizar e incluso llegó a marearse mucho más que cuando le hablaron sobre las posiciones en la mafia.
—¿Comenzamos? —ofreció la Señora Fiore cuando terminó su larga introducción sobre la importancia del cuidado de sus manos.
Entonces las tomó y como las tantas veces que había sucedido la mirada de la Señora había entristecido al verla. Sus manos no eran ni parecidas a las de ella, sus uñas estaban quebradas y algunas incluso más cortas de lo que debería, sus dedos parecían gastado donde muy poco podían verse las huellas dactilares y ni hablar de sus palmas o el dorso de las manos, tenía cortes y cicatrices por doquier.
—Tenemos mucho trabajo que realizar al parecer —pero a pesar de esa mirada nostálgica, la Señora Fiore siempre había encontrado una forma de reconfortarla y de hacerla sentir bien.
Amaba esos momentos, tenía que aceptarlo, su pecho se llenaba de regocijo cuando estaba con la Señora Fiore, incluso con sus largas charlas y sus lecciones de etiqueta le gustaba estar a su lado, había calma, tranquilidad y no tenía que estar pensando en quién era o que quizás tendría que estar golpeando gente en algún momento, no que le desagradara su trabajo, era solo un respiro, uno muy corto.
Usualmente como aquel día llegaban los hijos de la Señora Fiore, Flavio y Franco eran una pareja peculiar si es que tuviera que describirlos, no solía hablar mucho con ellos solo se limitaba a observarlos cuando interactuaban con su madre. Ellos solían llegar a hablar sobre banalidades y cosas que parecían de niños pequeños, se comportaban como unos cuando estaban con la Señora Fiore, pero una vez fuera, eran algo completamente diferente.
—Madre —Franco fue el primero en llegar, tan joven como podía mostrarse saludó con una asentimiento de cabeza a Rubí mientras que la Señora Fiore limpiaba con cuidado sus uñas. —Mañana iremos a Palermo, ¿Te gustaría ir?
—¿Es algo sobre negocios? —cuestionó con tranquilidad.
—No, iremos a pasear, las chicas vienen así que iremos a dejarlas.
—¿Cuándo vienen?
—Hoy —entró Flavio, casi tan o más serio que Biago, pero que no terminaba de gustarle por completo, aunque no podía negar que era mucho más cordial y correcto que cualquiera de los otro hombres. —Saludos, Señorita Rubí —asintió hacia ella y luego observó su reloj. —Llegan en unos minutos, ¿Te parece si vamos todos a Palermo mañana?
—¿También invitan a Rubí? —indicó la Señora Fiore ofreciéndole una sonrisa mientras detenía su limpieza sobre sus manos y se giraba para ver por completo a sus hijos.
—No creo que Agata esté feliz de ver a su competencia, mamá —comentó divertido Franco observando a Rubí.
Ahí es donde todo comenzó a parecer extraño, ellos hablaban sobre unas mujeres, algo sobre que vendrían, pero nunca antes había visto a otra mujer en la casona además de la Señora Fiore o ella. Sonaba extraño, pero ellos hablaban con entusiasmo sobre aquellas mujeres mientras que ella solo se limitaba a observar la interacción en un largo silencio.
—Rubí —la voz de Rubén la envió de inmediato fuera de la conversación. —Siento la interrupción, Señora, Capos —asintió a cada uno de los mencionados y de forma cordial todos le correspondieron. —Vamos, tenemos trabajo —se levantó de inmediato al escuchar esas palabras.
Por fin. Había estado demasiados días entrenando era momento de poner las cosas en práctica. Se despidió de la Señora Fiore y de los hermanos Felevine saliendo junto a Rubén sin romper su voto de silencio hasta que llegaron a un salón donde las armas de todo tipo estaban organizadas en estantes llenando todo el lugar.
—¿Qué haremos? —preguntó viendo como los demás soldados de la décima se comenzaban a equipar con todo lo necesario.
—Iremos a hacer mi trabajo preferido —Rubén le entregó un paquete con ropa. —Cobranzas. Vístete y luego elige las armas.
Esa fue la mejor orden que pudieron haberle dado desde que había llegado a ese maldito lugar.
*
Una vez vestida como todos los otros soldados y armada con todo lo que pudo cargar en su vestimenta caminó junto a Rubén hacia la salida al mismo tiempo que tres mujeres se bajaban de un auto blanco. Las observó detenidamente aprovechando el momento en que Rubén se detuvo en una postura de recibimiento como si fueran alguien importante.
—Tiempo sin verte, Rubén —saludó la primera en llegar a su lado. Era alta con el cabello castaño y una mirada chocolate. —¿Quién es ella? —indicó al tiempo que sus compañeras llegaban.
No pudo captar que fue lo que Rubén respondió exactamente puesto que la observación en la última allegada fue mucho más importante que cualquier conversación. La chica no era alguien deslumbrante, tenía el cabello un poco más claro que las otras dos, pero la forma en que miró a Rubí no había forma en que no pudiera descartar la idea de que la conocía. No sabía de donde ni como, alguien de su pasado tal vez, pero ninguna dijo algo para averiguarlo.
Las tres mujeres, una vez saludado cordialmente, se adentraron en la casona pasando de ella y de Rubén mientras que este último la incitaba a avanzar para continuar su camino a su próximo trabajo, pero ella no pudo continuar, había algo en esas tres chicas que le advertía que no las dejará, no podían estar ahí, pero no tuvo la convicción suficiente como para ir tras su camino a sacarlas a la fuerza, no podía actuar nuevamente de forma impulsiva o la castigarían otra vez, pero si podían entrar con tranquilidad a la casa debía significar algo.
—Rubí —llamó Rubén en vista de que la susodicha no reaccionaba. —Vamos.
—¿Quiénes son? —cuestionó indicando hacia atrás. —Nómbralas.
Rubén miro dentro de la casona, no estaba segura de lo que él vería, pero había una mueca de confusión en él, quizás en su actuar, quizás en la forma en que le había exigido que respondiera como si fuera Roger, tal vez se estaba excediendo.
—Son las hermanas Vitelo, en orden de llegada Vita, Dane y Agata, prometidas de los hermanos Felivene, vienen una vez al mes a... Marcar territorio, tal vez —se encogió de hombros, era obvio que Rubén nunca antes les había puesto atención. —Es hora de irnos, Rubí, ¿Vienes? ¿O te quedas?
Por más que quería quedarse se limitó a retomar su camino, si aquellas mujeres tenían acceso una vez al mes a la casona Felivene, ella no era quién para cambiar aquello, quizás todos las conocían, quizás solo estaba pensando de más, pero aquella última mujer, aunque quisiera, no podía quitársela de la cabeza.
****
Chanchanchaaaaan ¿Quienes serán? ¿Será importante? 🤔Aunque no sabía que los hermanos Felivenes estaban comprometidos. ¡Te lo tenías escondido, Biago! ¡Eso no se hace, me ilusionas! 😒
Oh bueno, ahora las cosas deberían ir un poco más en calma, para ver crecer su amor, si el desgraciado se deja enamorar por mi hermosa Rubí (todo porque tiene una prometida te haces el difícil ¿cierto?, ash😒😭😢), espero realmente que si. Entre otras cosas, espero tener una publicación por semana, así a más tardar la próxima actualización sería el 20 de agosto, todo si es que las personitas a través de la pantalla le dan sus cariños correspondiente a este capítulo.😘😍
Sin más que decir me retiro.
Les dejaré de ayuda visual a la competencia de Rubí, Agata Vitelo interpretada por Giulia Arena.
Regia igual la muchacha.
Atentamente un romántica empedernida.
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