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Capítulo Dieciséis

Capítulo dieciséis.

Taichung, Taiwán.

11 de mayo, 2003

—Sindona y Calvi han muerto, Señor —Roger apareció con un periódico en su mano dejándolo sobre la mesa.

Biago observó la información con detalle y registró cada una de las palabras que anunciaban el suicidio de cada uno de esos hombres. Elevó su mirada hacia su mano derecha quien estaba de pie a su lado, no pudo evitar fruncir el ceño y preguntar.

—¿Rubí volvió a casa?

—Nadie la ha visto, Señor.

Suspiró, por cada día que estaba lejos más se condenaba por haberla dejado a manos de su padre, pero lamentablemente no había podido hacer nada para detenerlo, Rubí había sido enviada lejos y aunque hubiera dado todo para seguirla y detenerla conocía bastante bien el protocolo como para mantenerse al margen y soportar la maldita espera. Lamentablemente luego de eso él mismo había tenido que partir por su trabajo y por cada día que pasaba negociando con diferentes personas, más deseaba haber obligado a Rubí a mantenerse a su lado.

—Intenta averiguar su paradero —dictó al mismo tiempo en que la puerta de la sala de reuniones se abría.

Sesto Parodi apareció con su típica sonrisa de suficiencia junto al guardia que solía ser su sombra desde que tenía memoria, el hombre había sido un italiano exiliado que llevaba años en el contrabando en Taiwán y aunque se conocían de pequeños, Biago sabía que tenía que guardar sus distancias.

—Amigo mío —saludó tomando la silla opuesta quedando frente a frente. —¿Sabes lo que ocurriría si es que nos descubren en esto? —cuestionó con un tono divertido que no esperó respuesta. —Sentencia a muerte, amigo, ¿puedes creerlo? Los taiwaneses son un tanto exagerados con estos temas...

—Pero tú harás que nada ocurra, ¿no es cierto? —interrumpió lo que seguramente hubiera sido un largo discurso sin sentido.

—Claramente, mis hombres ya están en la distribución, así que... ¿Cómo iremos en este reparto?

—Un millón quinientos mil dólares taiwaneses cada paquete, en cada caja hay por lo menos treinta paquetes de un kilo cada uno. Serían cuarenta y cinco millones de dólares en total, por caja.

—Uuh, ¿no será muy alta la apuesta, querido amigo? —cuestionó Sesto alzando una ceja. —¿Cuántas cajas quieres que comercialicemos?

—¿Estarías bien con un contenedor? Son doscientas diez cajas.

Sesto suspiró y se giró hacia su guardaespaldas, intercambiaron unas palabras en chino mandarín y luego volvió a fijarse en Biago con su típica sonrisa.

—Trabajaremos en micro-tráfico, la ganancia será el doble —aceptó permitiéndole a Biago volver a respirar con tranquilidad.

Al parecer el asunto había sido bastante fácil, esperaba que los siguientes siguieran la misma línea para poder volver más rápido a su casa.

*

Viterbo, Italia.

20 de junio, 2003

Los días no podían dejar de ser extensos desde que había dejado partir a sus hijos, por suerte habían regresados y seguramente en unas horas Biago llegaría a la mansión completando el reparto. Claramente aquello contraía otros tipos de responsabilidades, como el escuchar cada reporte de la situación de sus hijos, tal y como lo estaba haciendo en ese momento mientras observaba a Flavio hablar efusivamente de su estadía en Campania y Puglia, al parecer las cosas habían ido bien o perfectamente como solía recalcar Flavio, su segundo hijo siempre era apasionado en los negocios, pero a veces tan estructurado que solía obviar sucesos importantes que podrían realmente estar funcionando mal a su alrededor, ese era uno de los motivos por lo que estaba seguro que luego llamaría a Franco para saber la verdad de todo, su hijo menor era más tranquilo y tímido, seguía en todo a Flavio, pero tenía una mirada aguda en los negocios, sobre todo cuando trataba de analizar casos de relaciones interpersonales, aunque lamentablemente era demasiado blando y muchas veces en sus decisiones actuaba más su corazón que su razón, por eso de entre ellos había elegido a Biago como su sucesor, descartando el hecho de que fuera el mayor, Biago había aprendido sobre el negocio mucho más rápido que cualquiera, siempre había estado entrometiendo su nariz en las transacciones y queriendo saberlo todo, sonrió ante aquel recuerdo de un pequeño Biago siendo un intruso en su oficina, preguntado por cada una de sus actividades y siendo tan inquieto como desesperante.

—¿Papá, estás escuchando? —se interrumpió a si mismo Flavio en vista de que su padre parecía perdido en sus pensamientos.

—Sí, continúa.

—Ya he terminado, ¿Hay algo más que quieras qué hagamos? —preguntó frunciendo el ceño.

—Donato, ¿hay algo más en la agenda? —se dirigió a su consigliere quien estaba como siempre a su lado derecho con una libreta en mano poniendo atención a cada una de las palabras de sus hijos.

—Lo de Vitelo, Señor —le recordó con medida voz.

—Ah, cierto, prepárense, una vez llegue Biago haremos los preparativos para adelantar la cena familiar con los Vitelos, al parecer este hombre quiere adelantar un compromiso —suspiró. —Cualquiera sea la víctima espero sean corteses —señaló levantándose con una sonrisa aún en su rostro.

—Tal vez eso deberías decírselo a Biago, papá —reprochó Flavio. —Es el único que tiene problema con las hermanas Vitelo.

—Lo hablaré con él. Iré a ver a su madre, en unas horas te llamaré a mi oficina, Franco.

—Sí, padre.

Caminó hacia la salida dejando atrás a sus hijos y a su consejero, todos sabían que cuando iba a visitar a su mujer nadie lo necesitaba seguir, era el único momento en que el Don tenía completa privacidad sin que nadie más fuera capaz de interrumpir su momento a solas. Una vez llegado al corredor que lo invitaba a adentrarse a la sala de estar de Fiore abrió la puerta encontrándose con la habitación completamente blanca y hermosamente decorada por su mujer. Un lugar que podría tener perfectamente las dimensiones de un departamento en cualquier lugar acomodado de la ciudad y sin restricciones de espacio.

Era un lugar que Fiore le había exigido antes de venir a Viterbo, era lo que había dicho; sí tenía que dejar sus funciones entonces lo haría por una opción digna y a su nivel que le permitiera descansar conformemente. Al parecer le había dado en el clavo puesto que ya llevaban años y su mujer había estado gratamente conforme con todo el acuerdo pactado.

—Creo que combina mejor el negro —escuchó la voz de Fiore al tiempo que se adentraba en el lugar y veía una cabeza pelinegra sentada a sus espaldas.

—¿Usted cree? —cuestionó la voz de Rubí obligándolo a rodar sus ojos y bufar como pocas veces hacía.

No estaba seguro como lo hacía esa niña, pero cada vez que la encontraba estaba con su mujer hablando de lo que parecía ser maquillaje o cuidados del cuerpo, cosa que no le interesaba, pero le preocupaba, puesto que nadie más sabía de las susodichas visitas que también conllevaban un largo informe de su trabajo en Palermo.

Se acercó a las dos mujeres que parecían estar discutiendo sobre el color de las uñas de cada una, estaban tan divertidas que no posaron sus ojos en él incluso cuando se sentó frente a ellas soltando un largo suspiro.

—Quiero tener un tiempo a solas con mi mujer y apareces tú —masculló recargándose en el sillón.

—Si quieres me retiro y te quedas con las ganas de saber mi avance —respondió Rubí sin prudencia.

—Cariño, no seas así, sabes que Rubí tiene que descansar de vez en cuando. ¿No es así, mi niña?

—Claro —aceptó la muchacha girándose por fin a verlo. —Además esta es la única parte de esta casa que me gusta realmente, solo porque está la Señora Fiore.

—¿Tienes algo que contarme? —cuestionó cortando de inmediato cualquier otra conversación estúpida que solía formar.

De inmediato la muchacha de ojos rasgados frunció el ceño volteándose nuevamente para darle la espalda y continuar hablando sobre uñas con su mujer, era algo completamente irrisorio, pero desde que había hecho ese maldito trato la situación no había mejorado en relación a su comportamiento, en realidad había sido peor, Rubí se comportaba como toda una insolente con él, pero no podía negar que la información que le había estado trayendo era incluso mejor que la de cualquiera de sus subordinados.

—Creo que te regalaré un nuevo labial, compraré uno cuando vaya a la ciudad, ¿Qué color te gustaría?

—Rojo —respondió alegre.

—Era obvio —sonrió Fiore.

Por lo menos eso era algo bueno, ver a su mujer sonreír era un regalo que le permitía seguir con un buen ánimo. Si lo pensaba Rubí siempre hacía sonreír a su mujer, no como Agata con la que siempre terminaba discutiendo, algún día le preguntaría a su mujer la razón, eso debía anotarlo en sus cosas por hacer.

—Intercepté un pizzono (Pequeño pedazo de papel) —dijo de pronto Rubí atrayéndolo completamente a la conversación. —Estaba codificado.

—¿Lo trajiste? —preguntó de inmediato el Don.

—No, lo entregué a Provenzano.

—¿Supiste qué decía? —cuestionó con demasiada intriga para ser él.

Rubí se giró para encontrarse con su mirada y observarlo detenidamente.

—El tractor es el culpable.

Tractor era la forma en que se dirigían a Provenzano, por lo que fuera de lo que fuera que lo estaban culpando no sería nada bueno para la organización. Necesitaba más información que esa, pero sacarle todo a esa muchacha era incluso más difícil que hacer que Agata Vitelo y su mujer se agradaran. Suspiró, tendría que intentarlo.

—Vamos a mi oficina. Necesito más que eso.

Se levantó con toda la disposición de alejarse, pero Rubí no se movió de su lugar.

—Vine a ver a la Señora Fiore, no a ti —reprochó la muchacha.

—Tenemos un trato, Rubí, acompáñame.

La niña, porque ya ni siquiera sabía si podía llamarla muchacha, rodó los ojos con una actitud de regañada, como si la fueran a castigar por algo mal hecho y de mala gana se levantó para seguirlo hacia su oficina. Por suerte había una puerta que conectaba hacia ella permitiéndole pasar de un extremo a otro de la mansión sin ser vistos, era una cláusula del contrato, nadie debía saber su relación con Rubí, de otra forma los rumores rondarían y nada bueno podría traer aquello.

*

—Ahora cuéntame mejor, ¿qué es lo que has averiguado?

Rubí suspiró, había vuelto con la esperanza de ver a Biago, pero al igual que todas las veces anteriores la Señora Fiore le dio la noticia de que su hijo aún no había llegado. Lástima, lo extrañaba tanto. De todas formas sabía que tenía información que entregar así que de mala gana comenzó a relatar todo el trabajo que había hecho en las semanas anteriores y no había reportado a Basilio.

—Provenzano desconfía de todos sus colaboradores, menos de ti —se encogió de hombros—, Messina y Lo Piccolo son unos lameculos bastante sangrientos, están trabajando en conjunto para un posible ataque futuro, creen que en cualquier momento Provenzano puede perder el título. Rotolo, a pesar de haber sido aliado de Riina no había tenido contacto con él en varios años, pero hace dos semanas intervine un pizzono que iba dirigido a Bagarella el cual decía lo que te dije...

—¿Alcanzó a llegar a destino?

—Claro que no, como te dije, lo tiene Provenzano.

Eso significada que el secreto de traición seguía a salvo, Bagarella al ser cuñado de Riina era muy probable que tomara cartas en el asunto. El futuro no se veía muy prospero si es que las familias más importante de Cosa Nostra volvían a pelear por traiciones y engaños, era algo propio, pero nada beneficioso para el negocio.

—No le doy más de 5 años para que Cosa Nostra siga en pie —comentó Rubí de pronto obligándolo a apagar sus pensamientos por un momento.

—¿De qué hablas?

—Encontré muchos pizzini (Plural de pizzono), van y vienen de forma constante, creo que es el mejor medio de comunicación que tienen ya que Provenzano no confía en los aparatos mágicos como tú. El punto es que todos están armando a sus soldados para un motivo... Una guerra entre familias por el poder.

—¿Cómo...?

—Entre los hombres que estaban aquel día en la comisión, Spatola es el único que no tiene asuntos secretos contra el Capo di tutti capi, lamentablemente es seguro que sea el primero en morir junto a Bonnano. Vitelo está a favor de que el próximo "jefe" sea Lo Piccolo y por lo menos hasta ahora el orgullo de Salvatore (Lo Piccolo) está por las nubes cada vez que visita a su compañero, es su mano derecha es seguro que tendrá el título, pero aun así se quieren matar entre todos porque comienzan a tener miedo.

—¿Miedo a qué?

—¿Conoces la Ley Rico en New York? —inquirió acomodando sus manos sobre el escritorio con énfasis.

—Si.

—La Ley antimafia quiere alcanzar un valor de tal envergadura, las operaciones policiacas están siendo incluso más constantes, en un mes encontré a, por lo menos, 10 infiltrados en cada familia a la que visité y, lo que es peor, los pueblerinos están denunciando de forma anónima para que la organización caiga. ¿A qué te suena todo eso? No queda tiempo, Cosa Nostra será desmantelada por la policía o por la misma disputa del poder.

—¿Cómo... averiguaste todo eso en un mes? —logró formular finalmente.

—¿Eso importa? Basilio, me enviaste para asegurar tu culo, ahora si realmente quieres sobrevivir tendrás que escucharme.

Frunció el ceño, claramente esa parte no la haría, podía obtener toda la información que tuviera de ella, pero... ¿escuchar algún consejo de su boca y seguirlo? Eso no estaba entre sus planes ni de cerca, estaba loca si es que realmente creía que podía siquiera opinar en ello. A pesar de eso, sonrió alejándose un poco y acomodándose en su silla dispuesto a dejarla hablar.

—Apártate de Cosa Nostra, negocia con familias de otras organizaciones y por lo que más quieras cambia de rubro, eso te puede asegurar la vida eterna si fuera posible.

—¿Qué rubro sugirieres tú?

—Aún no lo sé, aún estoy tratando de acomodarme en este lugar y conocer los pros y contra de Italia, pero hasta el momento lo más seguro y con gran cobertura de poder es algún lugar en el gobierno —respondió con seguridad. —El negocio actual que mantiene a la familia en pie es el tratado que hizo Biago con la cocaína, eso no bastará, para un futuro con eso tú y tu familia estarán arrestados incluso antes de la muerte de Provenzano.

La muchacha tenía un punto, pero de todas formas no la escucharía. Podía ser muchas cosas, pero tonto no era uno de ellos, tomaría la información y la archivaría para así en un futuro tal vez utilizarla. No podía mentir, estaba sorprendido, en un mes aquella muchacha había aprendido más que cualquiera en el negocio, al parecer sus habilidades habían sido dadas a libertad una vez le habían dado la flexibilidad en el trabajo. Comenzaba a temer que todo ese conocimiento en algún momento le jugara en contra.

Debía analizar bien el caso, estaba seguro que Rubí no mentía en sus palabras, pero no creía que el peligro fuera a tal nivel como para dejar el negocio de tantos años.

—Comienzas a preocuparme —dijo finalmente luego de un largo silencio analítico.

—Te dije que me enseñaras, en un mes aprendí el doble allá afuera que aquí dentro —concluyó suspirando. —Creo que volveré con la Señora Fiore, no me gustó este color —frunció sus labios mirando sus uñas pareciendo una persona completamente diferente a la niña de hace unos minutos.

—¿Volverás con Provenzano?

—Probablemente, mantenme informada si es que necesitas algo más —se levantó, pero antes de continuar sonrió en grande hacia él.

—¿Qué sucede?

—Si tan solo reconsideras mi idea, permíteme escuchar como la expones a tu familia, tengo curiosidad por ver la opinión de tus hijos sobre ello.

—¿Crees que se burlarán?

—No, pero tal vez te observarán... diferente, es una idea innovadora, me lo agradecerás después, nos vemos pronto.

Comenzó a avanzar hacia la salida dejándolo pensativo y motivado a comenzar a trabajar por su cuenta, necesitaba analizar la situación, contabilizar los números y tal vez luego vería si es que la propuesta tenía valor, en algún punto de su mente la idea se había instalado con fuerza a pesar de haber pensado en un momento en que no tendría sentido proviniendo de una niña.

Cerró los ojos inclinándose en su silla a la espera de que Rubí saliera y así pudiera buscar a Donato para comentarle la información. Sintió como la puerta se abría, pero no así los pasos de la muchachita, a cambio un grito estridente con una emoción desbordante junto al sobrenombre de su primogénito.

—¡Ojos Azules! —gritó Rubí obligándolo a abrir los ojos y ver como la muchacha se lanzaba a los brazos de su hijo con tal confianza y amor que podría asemejarse a Fiore Berlucchi años atrás cuando ellos dos habían comenzado su noviazgo. 

****

Hola, hermosas y hermosos (si es que hay algún chico leyendo) ¡He regresado! O más bien Rubí no quiso desaparecer por más tiempo. 

Dos noticias importantes, por haber desaparecido tanto tiempo haremos actualizaciones diarias hasta el jueves, así como también de celebración por el primer K de leídos. Estoy muy, muy, muy feliz por ello, miles de gracias. 

Ahora segunda noticia, las cosas irán con calma, así que mucha acción no va a ver, son capítulos de transición para lo que se viene. Afirmen sus ojos que esto estará interesante, y para las amantes del romance, quizás haya un poco de ello, solo quizás. 

Gracias por leer nos estaremos encontrando mañana. 

Besos, abrazos y mordiscos cariñosos.

Atentamente una desaparecida.

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