Capítulo Dieciocho
Capítulo dieciocho
Palermo, Italia
02 de julio, 2003
—¿Y si lo mato es muy mala idea?
Caminó a través de esa gran mansión que albergaba a uno de sus tantos jefes, Provenzano iba avanzando por delante de ella en dirección a quien sabe dónde mientras lamentablemente Rubí debía seguirlo.
—Sería buena idea —respondió con gracia. —Pero lamentablemente tenemos que guardar las apariencias. Puede que todos se estén preparando para mi muerte o arresto, pero no vamos a alentar la destrucción nuevamente.
—¿No?
—No, querida Red Lips, soy un hombre que espera un poco de paz para sus negocios.
—Oh vamos —rió. —Eso no te lo cree ni tu hijo
Ambo rieron, después de un mes y medio de haber estado conviviendo y trabajando juntos Rubí había podido relajarse a su lado, Bernardo Provenzano no era como Basilio, era más macabro y mucho menos analizador, él actuaba o más bien daba las órdenes de forma implacable cuando trataba de negocios, pero cuando se hablaba de la organización, su estructura o su estabilidad, entonces las cosas cambiaban. Provenzano era cuidadoso en el área, sigiloso, pero igual de aniquilador, solo que cuando se trataba de las familias aliadas le gustaba mantener su vigilancia activa y sus alianzas cercanas.
Varias veces Rubí había sido imprudente al decir que todo era una fachada, que en realidad todos se odiaban y querían matarse sin piedad, con ello, para su sorpresa no había recibido un regaño o una mirada acalladora, a diferencia recibió un tranquilo asentimiento de cabeza de parte del hombre viejo y una confirmación de que sus conspiraciones eran ciertas y todos ya lo sabían. La cuestión no era sobre amistades, alianzas o sobre confianza, la organización era sobre supervivencia y ganancias, o como solían resumirlo, todo era un simple negocio.
—¿Entonces prefieres mantenerte a la espera de que dispare a tu espalda? —volvió a cuestionar.
—No, pero ya hace unos años todos saben mi enemistad con el cuñado de Riina así que no creo que sea necesario eliminarlo haciendo bastante obvio mi participación en ello.
—¿Y qué hay de Rotolo?
—A él mantenlo vigilado, confío en que no volverá a hacer nada estúpido luego del escarmiento que le di el otro día.
Rubí había estado presente en ese escarmiento. Había sido enviada junto a tres hombres quienes hicieron todo el trabajo, ella solo estuvo de espectadora mientras los hombres tomaban a la familia de Rotolo y la torturaban con el mensaje explícito sobre no traicionar o todos morirían. No le gustó aquel escarmiento, puesto que estaba muy segura que la extorción hubiera sido incluso más efectiva que esa amenaza con tortura. Además de creer que no fuera a resultar la tortura no era un ámbito que le gustara presenciar, ella, en carne propia conocía el resultado y el dolor que provocaba el acto, no sintió piedad por aquella familia, pero si asco ante la acción desmedida y sin justificación.
Claro, Rotolo posiblemente tenía la intención de traicionar a Provenzano, pero estaba segura que atacar a su familia no ayudaría a que aquello cambiara.
—De acuerdo —aceptó suspirando. —¿Continúo con la lista?
—No, tomate un descanso. Quiero que te quedes en Viterbo un tiempo, estar mucho por acá traerá rumores.
—De acuerdo —asintió mirando el lugar al que habían llegado finalmente.
Era una sala amplia que unía un comedor y un living, ambos con un estilo antiguo y sobrio, sin olvidar la cantidad de chucherías que había en los estantes de vidrio, el lugar era bastante cómodo y austero para ser parte de una casona tan grande como la de Provenzano.
—¿Por qué llegamos hasta aquí?
—Quiero que me hagas un favor, ni siquiera un trabajo.
—¿Ah?
—Investiga a Felivene...
—No —respondió incluso antes de que pudiera continuar.
—Escúchame.
—No. Lo siento mucho, pero la familia Felivene son quienes me han dado un lugar en este mundo, no los traicionaré...
—Red lips, silencio. Escúchame.
Llegó hasta los extremos de la habitación y cerró las puertas de vidrio con un cansancio poco visto en él. Provenzano estaba entrando a sus 70 años, era un hombre viejo que había vivido una larga vida que probablemente no querría dejar atrás, pero pocas veces se veía agotado, era un hombre que siempre estaba activo maquinando planes y movimientos en pos de la mejor gestión de lo que él llamaba su familia. Para su sorpresa una vez las puertas fueron cerradas el hombre tomó asiento en uno de los sillones suspirando de un forma poco vista.
—Ven, siéntate —ofreció con tranquilidad.
Obedeció tomando su lugar con calma en frente de él. Lo miró con desconfianza, pero en silencio esperó que comenzara con lo que tenía para decirle.
—Llevo años escapando de la justicia y eso tú lo sabes. Me buscan y hasta hay una recompensa por quien me encuentre, sé que en algún momento tengo que pagar por todo lo que he hecho y cuando llegue ese día quiero que el sucesor de esta organización sea alguien de mi entera confianza...
—¿Estás pensando en Felivene? —asintió.
—Si me encuentran, si muero o cualquier suceso, es probable que Salvatore tome mi posición, pero tú, solo tú puedes lograr poner a los Felivene en el lugar que corresponde.
—No comprendo.
—Quiero que vayas a Viterbo y veas todo lo que conlleva la familia Felivene y desde las sombras bajo mis órdenes guíes el destino a ser los líderes de Cosa Nostra. Podemos fingir que todo sigue su curso, que Salvatore tome el lugar, pero entre nosotros sabemos que es lo que realmente va a ocurrir.
El entrecejo de Rubí se frunció incluso más si es que era posible. Biago tenía razón, Provenzano realmente quería que ellos fueran los sucesores de su poder, pero era una idea tan escondida que probablemente solo ellos pudieran creerla. De todas formas no estaba segura de aceptar aquel trabajo.
En el poco tiempo que llevaba conociendo la organización había visto todo lo que conllevaba ser participe, sí traía muchos beneficios, poder inmensurable sobre las autoridades y el pueblo, así como también el dinero fácil y rápido que corría de mano en mano. Pero también tenía demasiados contras, la estabilidad era prácticamente un lujo dentro de la organización y en cualquier momento podría haber otro como ella apuntando a la cabeza de alguno de ellos. Conocía la facilidad que tenía un asesino de acabar con la vida de otro y sabía incluso con mayor cercanía que una vez condenados no habría vuelta atrás.
Si debía tener un objetivo en ese lugar, como le había preguntado alguna vez un hombre de la décima de Rubén, entonces sería cuidar de la familia Felivene, ellos le habían dado una mano, quizás no todos, quizás muchos de ellos merecían la muerte, pero los principales, Biago, la Señora FIore o incluso Basilio merecían algo un poco más seguro que el constante temor de ser aniquilados mientras dormían.
Bien, lo aceptaba, se había encariñado con aquella gente y a pesar de estar segura que sus memorias no volverían pronto se estaba comenzando a proponer un trabajo que seguramente movería todas sus acciones de ahí en adelante.
—¿Qué significa todo esto? —cuestionó finalmente recibiendo una sonrisa y un suspiro de alivio de su interlocutor.
—Significa que tendrás que ir y revisar a todos los aliados. Procurar que hayan personas realmente confiables y que sean lo suficientemente fuertes para llevar a la organización a la gloria. ¿Puedes hacerlo?
Claro que podía hacerlo, pero el problema era que si tenía que llevar a la familia Felivene a la gloria no sería a través de Cosa Nostra y eso seguramente no le agradaría ni de cerca a Provenzano.
—¿Cuándo te maten quieres que te vaya a visitar? —la pregunta fuera de lugar solo hizo reír al hombre de negocios, que tan solo asintió con gracia ante la extraña personalidad de la muchacha.
—¿No suena mejor una visita a la cárcel? Soy muy joven para morir —ambos rieron, pero sabían perfectamente que aquello solo era una extraña pantalla para lo inminente del futuro.
*
Viterbo, Italia
04 de julio, 2003
Cuando el auto, que la había ido a buscar al aeropuerto, finalmente se estacionó frente a la casona de los Felivene no pudo tener menos ganas de bajarse, ciertamente. Desde lejos se veía el ajetreo dentro de la casa y ni siquiera se sentía preocupada o entusiasmada, lo único que comprendía era que la familia Vitelo ya había llegado y que los preparativos de la dichosa cena estaban en progreso. Suceso que no la incluía para nada y su posición sería tan alejada como en ese momento.
No comprendía por qué le molestaba, ni siquiera estaría a esa hora en la casona, pero de todas formas la presencia de esa gente siempre le traía dolor de cabeza. Tendría que controlarse y soportarlo después de todo aquello no le incumbía ni de cerca.
—¿Bajará, Señorita? —preguntó Alonzo, un hombre de tal vez treinta años que había asignado la Señora Fiore para sus traslados.
—Sí, solo dame un momento.
Suspiró y cerró los ojos, tal vez si se enfocaba en lo positivo de volver a la casona encontraría algo con qué divertirse. Lo malo no sería la presencia de la familia Vitelo, lo malo sería el no poder actuar como ella quisiera. Era parte del contrato con Basilio, mientras estuvieran a solas y con personas de confianza podía ser ella misma y tan irrespetuosa como quisiera, daba igual teniendo en cuenta que no era relevante para sus funciones, pero si alguien de otra familia se encontraba o incluso una persona en la que ambos desconfiaba los veía interactuando, ella tendría que respetar los protocolos completamente, de otra forma las cosas no irían bien para ninguno.
Estaba segura que necesitaba encontrar algo en qué entretenerse antes de joderla en grande, quizás buscar a la Señora Fiore o a Biago, pero sabía que ninguno de ellos podría acompañarla completamente. Entonces recordó a su amigo Rubén, al hombre no lo había visto en un mes y aunque hubiera querido decir que lo extrañaba, la verdad era que ni siquiera lo había recordado en todos esos días. Cielos, que ingrata era.
Se giró con entusiasmo hacia Alonzo con las esperanza de haber encontrado la respuesta a sus males.
—¿Has visto a Rubén?
—Lo siento, Señorita, Rubén fue enviado a Napoli por un trabajo con Camorra.
—Ouh.
Hizo una mueca con sus labios. Ya nada podría hacer tendría que enfrentar la triste verdad, estaba sola en ese lugar por lo menos hasta que la parafernalia de la cena se acabara. Finalmente decidió bajarse del auto despidiéndose y agradeciendo a Alonzo por su trabajo, y sin mucho preámbulo rodeó la casona para adentrarse a la zona de entrenamiento. Un gimnasio con diferentes implementos le dieron la bienvenida.
Regularmente el lugar estaba vacío, puesto que los soldados preferían practicar su puntería antes que sus músculos, pero esta vez para su sorpresa había un hombre golpeando con fuerza el saco de boxeo que colgaba al otro extremo del cuadrilátero en la habitación.
—No deberías entrar así de sigilosa —comentó deteniendo los golpes.
Cuando sus ojos se elevaron hacia ella se encontró con ese rostro joven y limpio de barba que solo podía pertenecer a Franco Felivene, el joven hijo menor de la familia era bastante peculiar, no podía decir que hubieran tenido alguna comunicación o alguna estrecha relación en el pasar de los meses, pero si le había agradado de cierta forma su cordialidad genuina hacia ella.
—Lo siento, pensé que estaría vacío el lugar, como todos están en la organización de la cena.
Rubí tomó pasos lentos y seguros hacia Franco mientras él quitaba sus guantes dejándolos a un lado. El sudor en su frente más la marca de su musculatura daba completa bienvenida a darle un vistazo sin pudor, más aun cuando el hombre estaba solo con un pantalón cubriendo sus caderas. Era guapo, joven con tal vez la misma edad de Rubí, con un cabello castaño al igual que Biago y una piel quizás tan blanca como la de ella misma, pero por más que lo miraba no podía pensar en nada más que era un chiquillo amigable con el que podría tener una buena hermandad.
—¿Volviste recién y ya quieres entrenar?
—No es como si tuviera mucho que hacer aquí —se encogió de hombros llegando finalmente a su lado.
—Biago estará muy feliz de verte, ha estado un tanto irritable con la llegada de Agata.
—¿Llegaron hace mucho?
—Llegaron ayer, pero para Biago es como una eternidad —se burló.
—A ti no parece molestarte.
—Es agradable poder tener a una compañera en casa.
—Entonces... ¿Por qué estás aquí?
—Dije que era agradable, pero a veces un poco cansador. Necesitaba sacar un poco de mi frustración así que vine a hacer ejercicio mientras Vita conversa con mamá.
—¿La señora Fiore está con ella?
—Más bien, es como que ellas irrumpieron en la sala de mamá.
—¿Ellas?
—Agata y Dane también están con ella.
—Oh, la Señora Fiore no debe estar muy feliz.
—También está Flavio, de seguro logra crear un buen ambiente.
Asintió, quizás tenía razón, pero la idea seguía sin gustarle. Había regresado con la idea de informarle a Basilio sus nuevos movimientos, ocultando las razones principales. El trámite no debería costarle más de un día, pero en vista y considerando de todo el movimiento en el lugar prefirió desistir y esperar un poco más.
Miró a Franco con una sonrisa en grande, una idea se había instalado en su cabeza y no acabaría hasta desarrollarla. Quitó su sudadera negra que ocultaba la chaqueta antibalas, así como también quitó el cinturón con las diferentes pistolas que portaba más los cargadores y los balas. Acomodó todo perfectamente a un lado de la sala y luego subió al ring sintiéndose ligera.
—Ven, practiquemos —invitó a Franco quien con una sonrisa aceptó sin dudarlo.
—No sé si vayamos a lograr algo entre los dos —comentó subiendo al cuadrilátero.
—Sin ganadores, práctica y aprendizaje —indicó Rubí comenzando a moverse.
Franco siguió sus movimientos de inmediato, moviéndose para alejarse y así terminar caminando alrededor del cuadrilátero midiendo al oponente. Podía notarlo, el menor de los Felivene no era tonto y mucho menos alguien con poca capacidad, estaba leyendo y analizando su postura al igual que lo hacía ella. Entonces en un segundo tomó la decisión de ser la primera en atacar. Lanzó su puño en dos golpes rápidos que fueron de inmediato esquivados por su oponente quien no se quedó quieto y respondió de la misma forma, pero logrando alcanzar su costado.
—¿Sabes solo boxeo? —cuestionó Rubí alejándose tras el golpe.
—No, también he practicado judo.
—Bien.
En respuesta Rubí bajo los brazos de guardia y corrió sorprendiendo de inmediato a Franco ante el cambio de postura, en un segundo Rubí había dado un salto y lo había rodeado con sus piernas en su espalda para con su antebrazo izquierdo rodear su cuello y presionar con el derecho. Franco dio tres golpes sobre la mano de Rubí obligándola enseguida a detenerse. El pobre cayó al piso respirando con dificultad.
—Eso fue... —intentó comentar, pero luego negó. —Enséñame.
—Bien, levántate.
Franco lo hizo sin dudarlo, no llevaban más de 3 minutos en la supuesta práctica, pero incluso ya estaba perdiendo el aliento. Rubí había encontrado su entretención por el momento, sabía de buena fuente que Franco no era un chico que hiciera cosas a espaldas de la familia, de hecho los protegía con el corazón algo que no le gustaba al Don, entonces tal vez y solo tal vez, ella podría enseñarle de a poco un poco más de lo que él ya sabía, y a la vez ella podría acercarse a un familiar de forma más estrecha de la que podría llegar con Biago, a quien probablemente perdería una vez el compromiso se efectuara.
Lástima, una gran lástima, pero como había aprendido, Italia era un lugar de supervivencia.
****
Ooooh eso no me lo esperaba, de que Franco está rebueno, lo está ¿No? Tremendo guachon, es el de multimedia por si acaso. Mijitorico jajaja ya okay me controlo.
¿Qué les pareció el capítulo? No olviden comentar, votar o hacer cualquier acto de presencia, gracias por leer.
Saludos y nos leemos mañana en el último capítulo de la semana.
Bye, bye.
Atentamente una amante secreta.
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