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Capítulo Cuarenta y uno

Capítulo Cuarenta y uno

Palermo, Italia

20 de enero, 2005

Había sido mandada a llamar hacía dos días, pero no había podido acudir con la rapidez que su padre le pidió, tenía trabajo mucho más importante que hacer, por lo que le pareció inaudito que su padre conociendo todo lo que debía hacer la interrumpiera en el apogeo de su esfuerzo. Solo tenía que ver como estaban funcionando las cosas en la casona Felivene para notar que estaba pronto a obtener todo lo que quería, solo un poco más, solo necesitaba unos días más y entonces obtendría sin mucho esfuerzo el control completo de aquel lugar.

Biago se había convertido en Don como ya había esperado en un comienzo, pero su inexperiencia le jugaría en contra y ya tenía todos los detalles preparados para ser ella quien lo haría caer, sería un sufrimiento lento, casi imperceptible, pero que lo agotaría de tal forma que en menos de seis meses ya podría sacarlo del mapa sin que nadie lo notara. No habría mucho trabajo después de eso, claramente Flavio tendría que tomar el control de la familia y de la mano iría ella a obtenerlo todo, y a comparación de Agata ella sí tendría poder, puesto que el trato que había hecho con Flavio al descubrir su homosexualidad había sido más que beneficiosa para sí misma.

Se sentía regocijada cada vez que pensaba en aquel día, estaba orgullosa de sí misma y esperaba que su padre también lo estuviera cuando se enterara de todas sus buenas decisiones. Caminó con confianza por el pasillo con alfombra roja que la llevaba hasta la oficina central de su padre en la casona Vitelo ignorando por completo a todos los guardias que se inclinaban a saludarla con respeto, era lo menos que esperaba de aquellos hombres. Pero cuando abrió la puerta de la oficina la mirada de su padre no vaticinaba nada bueno.

—Ya estoy aquí, padre —anunció con cuidado notando que Gioto no levantó su mirada de unos papeles sobre el escritorio.

El jefe de los Vitelo se levantó de su silla y caminó hasta la zona de licores, en silencio se sirvió una copa de ron añejo con una tranquilidad medida, mientras Dane se quedaba detenida en la puerta esperando a recibir la orden de avanzar. No la obtuvo, incluso cuando su padre se volteó dando un largo trago a su copa no obtuvo ninguna palabra de él, la observó con cuidado afirmándose en su escritorio a una corta distancia de ella que parecía inamovible en su lugar.

—Puedo saber... —intentó, pero de inmediato se sobresaltó cuando la copa que tenía su padre fue lanzada y estrellada al lado de su cabeza, se rompió en mil pedazos, donde algunos se alojaron en su mejilla haciéndole sentir como comenzaba a arder, mientras que los restos se desparramaron en la alfombra.

Cerró los ojos sabiendo con demasiada certeza lo que seguiría. Su padre en dos pasos llegó hasta ella dándole una cachetada en la misma mejilla con los pedazos de vidrio, la golpeó nuevamente hasta hacerla caer al piso afirmándose en los restos de la copa y luego la tomó del pelo hasta arrastrarla hacia su escritorio. Solo ahí la soltó yendo a sentarse nuevamente.

—Observa esto, Dane —le indicó con calma en su voz, pero con evidente agitación tras los golpes a su hija. —¡Te dije que observaras esto! —gritó cuando Dane no parecía dispuesta a abrir sus ojos.

Temblando se arrodilló en el suelo recargando sus manos con sangre sobre el escritorio, se intentó reincorporar lo que más pudo abriendo sus ojos con lágrimas en ellos lo que le impedía ver con claridad a lo que su padre se referiría.

—¿Me puedes decir lo que significa esto, Dane? —exigió Gioto Vitelo dando golpes sobre los papeles que la obligaron a encogerse en su lugar.

—Papá... —susurró, pero de inmediato Gioto se levantó para ir hasta ella.

La tomó de un brazo alzándola hasta colocarla de pie y soltarla para atrapar su cuello con la misma mano, presionó con furia haciendo que sus ojos se volvieran a empañar.

—¡Me vas a decir que te descuidaste por una perra como Red Lips! ¡¿Qué mierda hiciste?! —grito lanzándola contra la silla desesperado.

Gioto Vitelo comenzó a dar vueltas en su oficina dándole el espacio de Dane para revisar todos los papeles revueltos sobre el escritorio, habían fotos de ella con la banda veneciana que había contratado para sus trabajos más extensos, habían fotos de copias de sus documentos más importantes que escondía en la Banca Stylus en Nápoles y lo que era aún peor había información clasificada a la que solo ella y sus hermanas podían tener acceso. No, no, no, aquello no era posible. Pero lo era cuando encontró la nota de amenaza que venía acompañada con todos los papeles.

—Papá, te juro que no había nadie —replicó con su cuerpo temblando ante tanta información.

—¡Nos están amenazando, Dane! —gritó Gioto volteándose para ir contra ella nuevamente. —¡En mis años como Don jamás me habían amenazado, jamás! —exclamó. —Tienen copias de todos los archivos de la familia, ¿y me vas a decir que no te descuidaste?

—Papá, te juro que no he cometido ningún error —se apresuró a decir. —Moví los papeles como me pediste, revise las cámaras, nadie había registrado nada antes de mí, no hay forma de que esto sea real.

—¡¿Y esta mierda que es?! —gritó señalando las fotos con evidencia y el mismo rostro de Dane involucrada. —No quiero ni siquiera pensar que además tienen el trato que hiciste con Napolitano o Berlusconi, porque te aseguro que me encargaré de hacerte sufrir hasta que me pidas que te mate, Dane —amenazó con los dientes apretados. —Arregla esta mierda, si no quieres acabar como tu madre —ordenó lanzando un sobre con la última amenaza que le había llegado.

Dane apretó los puños y la mandíbula intentando comprender lo que estaba pasando. Se levantó sin alzar la mirada y tomó el sobre con la información.

—Prometo que lo arreglaré —declaró despidiéndose y saliendo lo más rápido posible de esa oficina.

Caminó a paso firme hasta la salida y solo cuando se adentró al auto con su chofer por delante se permitió comenzar a gritar. Tiró el sobre a un costado y dio largos golpes contra el asiento delantero, pataleó contra el piso del auto y gritó desesperada tirando su cabello. No podía creer que se había equivocado de tal forma y que además había alguien que estaba pisándole los talones, la información con la que la estaban amenazando era mierda, podía no afectarles tanto, pero lo suficiente a imagen pública, los buscaría la policía y encerrarían a su padre. Aún tenía tratos más grandes que esperaba no llegaran a ellos de otra forma su vida sería la que más correría peligro en esa ecuación.

—¡Iba todo bien, por qué, maldición, por qué! —gritó chillando de rabia mientras daba nuevos golpes.

Solo cuando sintió que podría pensar un poco mejor encontró la solución más asquerosa que podría elegir, pero al final de cuentas la única que realmente le podía servir.

—Llévame a Samo —demandó al chofer recobrando la compostura.

—Pero, Señorita, eso está a cinco horas de aquí —protestó el chofer.

—¡Haz lo que te digo si no quieres que te mate ahora mismo! —exigió, obligando al chofer a moverse contra su propia voluntad.

Se llevó las manos a su boca comenzado a morder sus uñas mientras miraba hacia afuera de la ventanilla. Solo le quedaba una opción para cerciorarse de que todo siguiera su rumbo y aunque le doliera en el orgullo tendría que ir donde ese viejo de mierda asqueroso para que le diera un poco de su poder nuevamente.

*

Samo, Italia

21 de enero, 2005

Ya había caído la noche cuando finalmente su auto se detuvo en la plazoleta de Samo, se bajó consciente de que todos los hombres que habían alrededor clavaron sus miradas en ella, pero incluso cuando sintió su cuerpo estremecer continuó su paso hasta el edifico de cemento que parecía abandonado. Caminó por el largo pasillo hasta llegar al bar en donde varios hombres se encontraban conversando y embriagándose. Ninguno de esos hombres eran fáciles de conocer en otras instancias, pero ni siquiera necesitó dar un vistazo para reconocer sus rostros, habían pasado varios años, pero estaba segura que incluso con el tiempo muchas cosas no cambiarían ahí.

Los guardias de la entrada la detuvieron registrándola por completo, incluso cuando era obvio que no traía ningún arma tocaron lugares que para su mala suerte solo pudo sobresaltarse, la conocían por lo que sabían que cuando Dane se presentaba en ese lugar podían hacer lo que quisieran con ella y eso lo odiaba, odiaba tener que comportarse como una muñeca sin vida cuando estaba en aquel lugar, pero sabía que era la única opción, la única forma. Solo cuando los hombres se cansaron de tocar y afirmaron que estaba limpia la dejaron avanzar hasta el anciano, aquel hombre que incluso en su adolescencia ya traía canas y esa barba bien cuidada la recibió con una sonrisa arrogante en su rostro mientras servía copas de alcohol para alguno de sus invitados.

—Oh, la belleza Vitelo ha decidido mostrar su presencia nuevamente —sonrió aquel hombre del cual ni siquiera sabía su nombre, pero que había conocido desde hacía muchos años atrás. —¿A qué debo tal honor?, la última vez te fuiste tan altanera diciendo que conseguirías manejar todo por ti sola, belleza.

Dane hizo una mueca consciente de que hacía tres años había decidido dejar todo a atrás, pero que lamentablemente tenía que volver con el rabo entre las piernas para conseguir avanzar, no podía estancarse, no en ese momento en el que estaba tan cerca de cumplir su cometido. Apretó sus puños y su mandíbula, y aunque odiaba tener que arrastrarse ante un desgraciado que arruinó su vida, decidió por comerse su orgullo y sentarse finalmente en el taburete.

—Necesito tu ayuda —masculló por lo bajo, pero tuvo que alzar de inmediato su mirada cuando escuchó al hombre reír.

—¿Disculpa? No te he escuchado, podrías repetirlo —sonrió inclinándose con insinuación.

—¡Necesito tu ayuda! —gritó desmedida mientras golpeaba sus manos sobre la barra. —Necesito de tu poder para continuar, si no lo hago... todo mi esfuerzo se irá a la mierda y no voy a perderlo todo por una puta entrometida.

—Ooh —sonrió con gracia el anciano mientras servía una copa de ron—. Entonces, dime, belleza Dane, ¿en qué te puedo servir? Teniendo en cuenta que ya conoces mi precio.

Dane escupió directamente sobre la copa que le extendió el anciano dándole una mala mirada. Se levantó de su silla y quitó su chaqueta dejando ver su ajustado vestido que poco daba a la imaginación.

—¿Aquí en frente de todos tus invitados o lo prefieres en una habitación? —preguntó haciendo reír al hombre que con solo una seña le indicó que la siguiera por las escaleras escondidas en un costado de la barra.

Había pasado años humillada en aquel bar, la mayor parte del tiempo en el segundo piso obligada a entregar su cuerpo a hombres detestables que disfrutaban como cerdos de hacer gritar a las mujeres, pero al mismo tiempo había aprendido que tener contactos era la única fórmula de surgir. Cuando por fin había decidido irse lo había hecho con todo el poder que había logrado obtener una prostituta, ayudada por un hombre al que aún le debía mucho, ambos habían apostado a un futuro en común y no iba a arriesgarse a perder todo lo que había avanzado por una estúpida perra entrometida. Se había equivocado al dejarla viva, pero esperaba que el precio que había puesto sobre su cabeza fuera suficiente para que en unos meses la encontraran de una puta vez muerta, pero incluso con eso sabía que tenía que protegerse con algo más.

El anciano le indicó su antigua habitación en donde a los alrededores se podían escuchar gemidos y gritos de otras mujeres, antiguas compañeras y aunque el asco y el horror subió por su garganta decidió entrar quitando su vestido, consciente de que no solo tendría los moretones de su padre al salir si no que se adherirían unos más a su cuenta, pero valdría la pena, de eso estaba segura.

*

San Luca, Italia

26 de enero, 2005

En medio de todo el ajetreo de las cosas que debía hacer, las cosas que tenía que aprender y los asuntos que tenía que resolver sintió el sonido lejano de un teléfono sonando. Era probable que fuera el suyo revuelto entre tantos papeles que estaba registrando en su cabeza. Idara sabía que no tenía tiempo que perder cuando seguramente Rubí volviera exigiría las opciones y Piero la había puesto a trabajar al cien por ciento para que el siguiente plan que habían creado funcionara sin errores.

Rebuscó de mala gana hasta encontrar el aparato en medio del suelo, para su sorpresa el número era desconocido y además restringido por lo que la duda al responder se le hizo incluso más grande. Terminó por apretar la tecla verde aceptando la llamada y apegándola a su oreja mientras continuaba con los papeles sobre el escritorio.

—Diga —demandó suavemente.

—Idara —esa voz...

Tuvo que detenerse de inmediato para moverse dentro de la oficina asegurándose de que no hubiera nadie escuchando y colocando el seguro a la puerta para que no la descubrieran, solo cuando estuvo completamente segura, se sentó en el sillón frente al escritorio para escuchar con calma.

—Franco —suspiró sintiendo su corazón palpitar más rápido.

—Amor, no sabes cuánto me costó conseguir tu número, he tenido que hacer demasiados favores para saber un poco más de ti.

—¿Qué hay de las cartas? Te he enviado varias —repuso un tanto agitada mirando hacia los lados esperando que nadie la escuchara.

—No es suficiente, necesitaba escuchar tu voz.

—¿Qué quieres, Franco?

—Me haré caporegime en Tarquinia, he hablado con Biago por lo que en dos semanas estaré completamente instalado aquí.

—¿Para eso no tienes que casarte con Vita?

—Amor... solo tengo que casarme con una italiana y Biago afirmó que no tendría problemas en que tú vinieras conmigo.

La noticia regocijó a la antigua Idara que gritaba por salir de su pecho y decirle cuanto lo amaba, pero la nueva Idara solo pudo morderse las uñas y comenzar a resoplar para controlar su agitado corazón.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué tan tarde? —reprochó sintiendo las lágrimas quemar en sus ojos. —¿Por qué después de quizás un año? ¿Por qué ahora que no hay forma en que deje a Rubí? Has llamado demasiado tarde, Franco, la mujer de la que te enamoraste ya no está, con quien estás hablando... solo le debe fidelidad a una persona.

—Idara, ¿de qué estás hablando, mi amor? Tengo por fin la opción que estábamos deseando, por fin podrás estar a mi lado sin problemas, por fin dejaremos de escondernos... Mi amor, ¿Qué ocurre?

—Lo siento tanto, Franco, pero ya es demasiado tarde para huir —quitó el teléfono de su oído consciente de que al otro lado había un hombre que necesitaba más explicaciones que esas, pero solo pudo mirar el celular por largos segundos hasta que prefirió cortar la llamada.

Era verdaderamente triste tener que darse cuenta que la salida fácil había estado ahí mismo, pero había llegado tan tarde que no había opción alguna de tomarla, ya tenía trabajo que hacer y se estaba acumulando mientras escuchaba opciones falsas que no llegarían a solucionar nada, en ese momento solo tenía una idea en su cabeza y esa era convertirse en el mejor apoyo para Rubí, no iba a decepcionarla, no iba a cometer un error cuando su propia venganza estaba en juego.

*

Viterbo, Italia.

02 de febrero, 2005

Dane Vitelo corrió escaleras arriba buscando a Flavio, escuchando por detrás como algunos empleados comentaban sobre su mal humor en las últimas semanas, pero a quien le importaba tenía sus malditos motivos para estar de mal humor y eso no tendría que importarles a los putos empleados. Corrió el camino hasta su habitación encontrándola completamente vacía, ese hombre se le estaba escapando muy seguido el último tiempo y necesitaba hacer algo realmente importante en ese momento como para tener que buscarlo por toda la maldita casona.

Devolvió sus pasos hasta la entrada nuevamente y cuando estuvo a punto de salir por el costado hacia el patio trasero chocó de lleno con el hombro de un hombre, se vio obligaba a detenerse, pero no por mucho cuando se encontró con aquellos ojos verdes que la hicieron temblar por unos segundos.

—¿Estás bien? Pareces no ver por dónde vas, Dane —susurró Dante con cuidado.

—¿Qué haces aquí? Tienes que estar en Orbieto —masculló acercándose lo suficiente para recobrar su postura y mirarlo con severidad.

—Lo siento, pero no sigo tus órdenes... Vine porque Biago me llamó —escupió hacia un lado, él al igual que varios otros era uno de los más molestos ante el cambio de título en la familia.

—Trata de lamer su culo mientras más puedas —susurró Dane intentando alejarse.

—No te demores demasiado, me estoy cansando de no obtener buenos resultados.

Dante tomó su camino hacia el lado de las oficinas mientras que ella tuvo que retomar su salida hacia el patio, solo cuando dio una vuelta completa hasta llegar por el lado opuesto de la casona en que habían varios soldados entrenando se encontró con Flavio siguiendo la vista de alguno de sus hombres.

—¡Hasta que te encuentro! —reclamó Dane llegando hasta él.

—¿Qué ocurre, belleza?

—Necesito que te hagas cargo —exigió.

—¿De qué hablas? —Flavio se volteó con los brazos cruzados y una ceja alzada.

—Es momento de que cumplas tu parte del trato, Flavio Felivene, si no quieres que comience a jugar con fuego —la expresión que le dio su prometido no fue para nada esperada por lo que al silencio solo continuo—. No me defraudes, Flavio, tú y yo sabemos que no te conviene para nada ir en mi contra.

—No puedo hacerlo ahora, Dane, no ahora que Biago está recién afirmando sus manos en la familia.

—No te preocupes, él pronto desaparecerá —sonrió perversamente disfrutando demasiado lo que estaba por venir.

*

Villaggio Raciste, Italia

17 de febrero, 2005

Bartolomé Gallo, más conocido en La 'Ndrangheta como el bartolo, estuvo dando vueltas en su casa por largas horas mientras observaba la noche caer, aquel día era diferente a comparación de otros porque tendría una visita, una visita que claramente no había invitado, pero que se las había arreglado para aparecer sin el consentimiento de muchas personas. Le daría el crédito por obtener siquiera la posibilidad de verlo, pero no el suficiente teniendo en cuenta de que ya le habían informado de quien era y de dónde provenía.

Observó hacia la ventana con una copa en su mano esperando la llegada de aquella mujer con la mejor de sus disposiciones, podía ser que no la había invitado, pero le intrigaba de sobre manera conocer si era cierto aquel rumor que se extendía en esos tiempos. Todos parecían estar hablando de una china que se estaba escabullendo como serpiente dentro de la organización y aunque se reía con sus compañeros al escuchar aquello todos parecían afirmar algo en común; es imposible negarle algo.

Sería un desafío, se dijo así mismo, ¿Por qué no podrían negarle algo a una mujer? ¿Por qué esa muchacha había estado avanzando tanto sin que nadie se interpusiera? Tenía tantas preguntas en su cabeza que mientras la esperaba decidió ordenarlas en una lista de conversación, él era un hombre organizado, cuando la tuviera en frente aprovecharía el máximo para obtener beneficios de su persona.

—¿Sindaco di Calabria (alcalde de Calabria)? —escuchó por detrás.

Se volteó lentamente mientras daba un corto trago a su copa y para su sorpresa se encontró con una joven muchacha con ojos rasgados y unos labios espectacularmente rojos. No entendió de inmediato como es que los hombres caían por ella, pero entonces notó lo esencial de aquello, esa mujer había entrado en su casa sin ser vista, había traspasado toda la seguridad que tenía en casa, ¿Cómo lo había hecho? ¿Eso siquiera era posible? No, él mismo se había preocupado de obtener la mejor seguridad del mundo para aquella casa perdida en el camino, era imposible que ella descubriera su paradero o se adentrara con tal facilidad, pero incluso con eso... ahí estaba observándolo en silencio con unos ojos negros que poco podían verse entre la oscuridad de la noche y de su oficina.

—Te estaba esperando —susurró intentando quitarse la impresión. Bajó el vaso hasta el escritorio y caminó lentamente hasta recargarse sobre él para quedar enfrente de la muchacha.

—Lo supuse, me dijeron que no era un hombre fácil de sorprender —pero incluso así ella lo había sorprendido, pensó para sí mismo.

—Ciertamente. Dijeron que quieres llegar al infinito... —susurró buscando su confirmación.

—Le informaron bien, solo que a mí me dijeron que no podía llegar a él hasta encontrarme con usted, sindaco —respondió metiendo sus manos en sus bolsillos para comenzar a caminar dentro del lugar, incluso con la oscuridad parecía estar registrando casa resquicio de la habitación.

—Y te han dicho bien, no cualquiera puede llegar hasta el infinito... perdón, no me has dicho como quieres que te llame.

—Me parece extraño que no sepa quién soy, teniendo en cuenta que me esperaba, sindaco.

—No estoy aquí como sindaco así que preferiría que me llamaras bartolo. ¿Cómo te gustaría que te llamara a ti?

—Considerado —susurró para voltearse a verlo otra vez. —Llámeme Rubí y dígame de una vez cómo consigo llegar hasta el infinito.

—¿Por qué quieres llegar hasta él? —cuestionó inclinándose sobre el escritorio para tomar un lápiz y un papel.

—Porque necesito su poder e influencia en este país para eliminar a una familia —declaró con seguridad. —Ya luego pensaré en como derrocarlo de su trono para tomarlo para mí.

Lo último lo hizo girar, encontrando una sonrisa amplia en los labios rojos de aquella mujer, parecía completamente decidida y no había ni un indicio de duda en sus palabras.

—¿Por qué crees que alguien te ayudaría a encontrar al infinito para que lo saques del poder? —cuestionó buscando un poco extender sus motivos.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —susurró moviendo su cabeza hacia un lado. —Usted se beneficiaría, y mi gente también lo haría... sería... una persona más... diplomática.

—No buscamos diplomacia, Señorita Rubí, y en cuanto a sus motivos, no veo razón por la que tengo que ayudarla.

—¿Qué es lo que más desea, Señor Bartolomé?

Su nombre mencionado con aquellos labios lo sobresaltó, y la pregunta no solo lo llevó a mil respuestas, sino que además lo obligó a controlarse a sí mismo, aquella mujer estaba comenzando a jugar y quizás podría ver a lo que se referían sus compañeros. Se preguntó, cuantos tratos habría hecho ya para llegar frente a él, y cuántos de ellos ya habría cumplido.

—¿Qué puedes hacer por mí?

—Cualquier cosa mientras no implique entregar mi cuerpo y voluntad a usted, Señor Bartolomé.

—Una lástima... serías perfecta para el tráfico de asiáticas.

—Me lo han dicho —sonrió—... ¿Entonces... que es lo que más desea, sindaco? —lo estaba provocando, claramente esa mujer sabía jugar con las palabras y no era algo que a él le gustara extender como conversación.

—Tienes conocimiento de que el infinito siempre es hombre, ¿verdad? Y a lo que más puedes aspirar es a ser mamma santimisma, quien es la esposa de infinito. Supongo que lo sabes —decidió cambiar el tema.

—Los italianos y sus reglas sobre el orden de las cosas es lo que menos me interesa, sindaco, no sé si se habrá dado cuenta, pero no llegué hasta aquí respetándolas, no me interesa que el infinito solo sea un hombre, porque yo puedo llegar a cambiar eso —sentenció con una confianza que llegó a estremecerlo por completo, jamás había sentido esa sensación en su cuerpo y esperaba no volver a hacerlo otra vez.

—Veo que eres una mujer decidida —meditó más para sí mismo que para Rubí. —Pero eso por sí solo no te hará llegar hasta donde quieres.

—Claro que no... pero usted puede ayudarme, ¿no es así, Señor Bartolomé?

—En eso te equivocas —decidió finalmente, sí, lo mejor sería negarse a cualquiera de sus palabras, no iba a arriesgar su título ni su posición para apostar por una mujer que no tenía posibilidad alguna, no sería como sus amigos, él rompería el ciclo que habían creado los demás —. No puedo ayudarte y es una lástima que llegado a este punto no puedas avanzar.

Quitó su mirada sobre la muchacha solo porque de un momento a otro sus ojos parecían quemarlo, suspiró viendo como ella caminaba en silencio hasta rodear el escritorio y tomar asiento en su lugar, movió la silla de un lado a otro y bajo su atenta mirada terminó por sonreír.

—Señor Bartolomé —comenzó con un tono conciliador que no había esperado en ella. —Me parece que tal vez no ha comprendido las circunstancias del asunto y usted no sabe ni un poco de quien soy yo.

Con una tranquilidad pagada la muchacha se removió un poco sacando un arma de entre sus ropas, lo que hizo que Bartolomé solo frunciera el ceño, ¿lo iba a amenazar? Eso sería hasta estúpido, había pensado que era una muchacha inteligente, pero al parecer no era más que una imprudente.

—¿Vas a amenazarme con la muerte? —cuestionó con desprecio.

—La suya no —sentenció la joven haciéndole abrir los ojos de par en par—... Su hija y su esposa son mujeres muy bellas, sé que no saben sobre su función en la 'Ndrangheta, así que jamás sabrán porqué fueron atacadas. Sería una lástima que una muchacha con tanto potencial acabara muerta solo... por un error de su padre.

—Me parece que estás utilizando la táctica inadecuada, muchacha, jamás podrías llegar a mi familia, no hay forma alguna en que puedas amenazarme con algo así.

—¿Quiere probarlo? Llegué hasta aquí sin que un guardia pudiera tocarme, ¿usted cree que no puedo hacerlo igual con su familia? Señor Bartolomé, yo llegué aquí para hacer un trato con usted y lamentablemente es usted mismo quien está rechazando mi amabilidad.

—Perra —masculló sin notarlo sintiéndose atrapado. —Ahora comprendo porqué mis compañeros hablaban de ti de esa forma, eres una maldita víbora asesina.

—Sus compañeros fueron inteligentes al aceptar en un comienzo mi propuesta y ya cada uno obtuvo su recompensa, asumo que de entre todos usted es el más ingenuo creyendo que puede sacarme de aquí sin entregarme lo que necesito.

—Eres una vil sanguijuela...

—Llámeme como quiera, Señor Bartolomé, pero así como puedo matarlo a usted ahora mismo y sin contratiempos lo puedo hacer con su familia o con cualquier otro que se me pegue la gana, así que tiene dos opciones, o me da lo que quiero o yo lo haré sufrir su peor infierno —sentenció levantándose de la silla para inclinarse con severidad.

—Voy a llamar a los guardias —prefirió Bartolomé caminando hacia la salida.

—Hágalo y entonces mañana mismo tendrá la cabeza de su hija colgada en la plaza de Catanzaro y la de su esposa como adorno en el centro de mesa.

—¡Maldita perra! —masculló volteándose.

—Decida pronto, sindaco, el tiempo corre... tic tac, tic tac —rió la muchacha tras de su espalda.

Aunque estaba a solo un centímetro de abrir la puerta decidió tomar un largo suspiro y voltearse para encontrarla detenida tras de su escritorio, ahora comprendía, esa mujer no era tan simple de tratar como había esperado y despacharla no era la opción más fácil, tan solo hubiera sido más inteligente y la hubiera esperado armado con un grupo de guardias, pero no, había sido un estúpido creyendo que no era más que una mujer doliente pidiendo clemencia.

—Bien... te haré llegar con la mamma santísima, es lo único que puedo hacer, el infinito es algo que ni yo puedo alcanzar —sentenció caminando hasta su escritorio y tomando la hoja y el lápiz nuevamente.

—Buena decisión —afirmó Rubí guardando el arma.

—Dejarás en paz a mi familia, ¿entendido?

—Soy una mujer de palabra, Señor Bartolomé, así que cuando usted quiera puedo volver aquí y devolverle el favor.

Bartolomé le entregó la hoja escuchando esas palabras un tanto confundido, hacía unos segundos ella lo estaba amenazando, pero ahora le estaba ofreciendo sus servicios también, no comprendía cuales de sus palabras creer por lo que prefirió mantenerse en silencio hasta que ella le sonrió desapareciendo como una sombra del lugar.

*

Viterbo, Italia

03 de marzo, 2005

Por tercera vez en el día Agata revisó los pasajes en su bolso, ahí estaban recordándole que en solo unas horas ya estaría de camino a Canadá para encontrarse con Caeli. Solo unas horas y ya podría ser libre de todas las exigencias de su padre, sintió el regocijo en su vientre enumerando todas las cosas que podría hacer lejos de Italia, además tendría el dinero suficiente para vivir una vida acomodada, no tanto como lo era en ese lugar, pero lo suficiente para ser feliz, ya no tendría que preocuparse por estar cuidando su espalda o teniendo que aparentar severidad ante gente que detestaba porque ya no los vería más. Jamás se había sentido tan feliz en su vida como aquel día.

—¿Ya tienes todo listo? —cuestionó apareciendo Vita en el arco de la puerta.

—Sí, no sabes lo feliz que estoy con esto.

—Lindo regalo de aniversario que te ha dado Biago, aunque creo que se adelantó bastante.

—No importa —y claramente no importaba porque su hermana no tenía que saber que en realidad el regalo sería para no volver jamás. —Intenta que Franco te envíe a un viaje así cuando se casen de una vez.

—Jah, Franco se ha comportado como un cabrón todo este tiempo, suficiente tengo con soportarlo cuando regresa a la casona, no quiero casarme con él.

—Entonces... busca alguien que te mueva las entrañas y te haga feliz, hermana —se acercó a ella y le dio un largo abrazo, la extrañaría, por lo menos a ella si lo haría con sinceridad, era el único miembro de su familia que valía la pena amar.

—Qué consejo más cursi —susurró Vita en los brazos de Agata. —Pero intentaré hacerlo.

—Suerte con ello.

Se separaron al tiempo que apareció Dane en el pasillo, se inclinó viendo las maletas y asintió sin dar ninguna sonrisa de por medio.

—¿Ya estás lista? —preguntó por cortesía.

—Sí.

—Todos te esperan abajo. Al parecer Biago será quien te lleve —comentó como si fuera una novedad, cuando estaba decidido desde que la noticia había sido dada a la familia.

—Lo sé... Roger nos escoltará, pero estará todo bien, ya no hay ataques contra él y no lo habrán más desde que nos casamos, así que estaremos bien —sentenció casi como una advertencia para su hermana.

—No estaría segura de eso —susurró Dane caminando dentro de la habitación sin importar golpear en el camino a sus hermanas.

—¿Qué te ocurre? —interpuso Vita.

—Entréguenme sus nuevas llaves, ya que te vas y tú no sirves de nada no creo que las necesiten.

—También somos parte de la familia, Dane, me parece imprudente que quieras discutir ahora que Agata está por irse, prometimos cuidarnos las espaldas cuando nos volvimos a reunir, ¿recuerdas?

Dane se mantuvo en silencio observando a Vita con cuidado, y al igual que Agata notó el atrevimiento de su hermana al responderle, su hermana menor había crecido bastante como para intentar defender la supuesta hermandad que las unía, pero lamentablemente para ella, eso de cuidarse la espalda entre hermanas jamás funcionaría para Dane.

—Entréguenme las llaves —replicó nuevamente.

—Eres un dolor de culo, Dane —bufó Agata buscando la llave y entregándosela, mientras que Vita solo quitó su pulsera para dársela sin más. —¿Contenta?

—No, aún —susurró para sí misma—, pero lo seré cuando ya no estés —sonrió.

—Eso me ofende —contrapuso Agata. —Has estado siendo una maldita perra todo este tiempo, Dane, ¿qué rayos te ha traído de tan mal humor? ¿Acaso Flavio no te satisface como mujer?

—Creo que te equivocas, hermana mía, el sexo no es algo que me traiga placer, soy más de...

—Obtener lo que se te plazca —interrumpió Vita. —Has estado así porque alguien no te dio lo que querías y no hablo de sexo, ¿uno de tus planes no funcionó, hermana?

—No tengo que conversar de esto con ustedes, pero... Es lo que piensas, pequeña, solo que ya estoy pronto a enmendarlo —sonrió nuevamente apreciando las llaves en su poder. —Que tengas un buen viaje, hermana mayor.

Se despidió saliendo nuevamente de la habitación dejando a sus hermanas observando el camino que había seguido, cada una con pensamientos hacia ella como una loca sin remedio.

—Cuídate de Dane —dijo finalmente Agata a Vita cerrando su maleta. —Puede que sea nuestra hermana, pero ella... no ha tenido la misma vida que nosotras, Vita.

—Me parece una exageración, Dane es un tanto distante, pero no es como para tener que cuidarme de ella.

—Solo cree en lo que te digo, hermana, Dane no es quien nos gustaría que fuera.

—Bien —suspiró acercándose para darle un nuevo abrazo, esta vez con una sensación completamente diferente al primero.

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El camino al aeropuerto les llevaría por lo menos una hora y media, así que para Agata no le resultó nada mejor que charlar de lo emocionada que estaba sobre el viaje, sobre todo lo que tenía pensado hacer y sobre todas las cosas que tendría que aprender en el lugar. Por suerte, había dicho, sabía hablar inglés y eso facilitaría cualquier cosa que se empeñara hacer. Hacía muchos años que Biago no la veía tan animada como en ese momento, cuando eran pequeños Agata era una muchacha llena de vida y diversión, terca como ninguna y completamente llevada a su idea, pero siempre había sido risueña, claramente muchas cosas habían cambiado desde ese entonces y supuso que todo eso tenía que ver por cómo se habían tornado sus vidas.

—Crecer en este mundo no es tan fácil como parece —susurró de pronto cortando la diatriba de Agata sobre la calidad de cosas que podría encontrar.

—¿Por qué lo dices? —cuestionó buscando entre su bolso su celular.

—Solo estaba pensando que en el pasado eras así, quizás hasta me hubiera enamorado de esa mujer risueña y feliz que eras de niña —comentó pasando el cambio del auto hasta quinta y así aumentar la velocidad en la carretera.

—Creo que tiene sentido, no esperabas que después de crecer siguiera igual.

—Pero aquí estás... sonriendo como aquella niña solo porque sabes que te irás.

—Gracias —susurró de pronto escribiendo en su celular un mensaje para Caelí en donde decía que ya iba en camino al aeropuerto. —En verdad, gracias por comprenderme, aceptarme... y darme esta oportunidad, Biago, no sé cómo haré para agradecerte, de verdad.

—Solo... jamás vuelvas, por favor —respondió Biago divertido.

—Es un hecho —aceptó bajando su mirada hacia el celular en donde había llegado una respuesta entusiasta de Caeli.

Como amaba a esa mujer, quien diría que se encontraría un día como ese en donde parecía ir todo completamente bien, su corazón se sentía regocijante de amor y felicidad, abrió la ventana del auto sintiendo el viento chocar contra su mano, la sensación era algo que esperaba no se acabara ni aunque llegara a Canadá y lo que más deseaba era que su padre nunca más la encontrara. Notó entonces, mirando hacia atrás que la velocidad que había tomado el auto de Biago había sobre pasado el límite y no era posible divisar el auto de Roger quien los escoltaba como buen consigliere. Se giró para ver a su esposo un tanto preocupado por la velocidad y entonces se encontró con el ceño fruncido de Biago demostrando una leve desesperación en su rostro.

—¿Qué ocurre? —cuestionó Agata sintiendo el miedo subir por su cuerpo.

—Algo está mal con los frenos —susurró Biago comenzando a mover los cambios volviendo a tercera, pero incluso así no logró disminuir la velocidad.

—¿Qué haces, qué está ocurriendo? —Agata comenzó a desesperarse notando como por cada bombeo que hacía Biago con el pedal del freno no surtía efecto y por más que moviera la palanca de cambio la velocidad seguía aumentando. —¡Biago! —gritó.

—Maldición —masculló Biago registrando su chaqueta y lanzándole su celular. —Envía un mensaje a los tres números que están ahí. ¡Ahora, Agata! —gritó mientras llevaba la palanca a neutro y comenzaba a presionar con más fuerza el freno.

—¿Qué escribo? —tembló Agata.

—S.O.S —deletreó intentando maniobrar el volante, pero de un momento a otro se bloqueó dificultándole cualquier movimiento. —Maldita mierda —masculló.

—Envié el mensaje a los tres números —dijo Agata levantando la mirada al notar que venía una curva profunda y Biago no parecía tener intenciones de girar el auto. —¡¿Qué haces?! ¡Vamos a morir! —chilló comenzando a llorar.

Se tiró hacia Biago intentando ayudarlo con el volante, notando lo rígido que estaba y la imposibilidad de hacerlo girar.

—Se bloqueó —le explicó Biago, quitándose el cinturón de seguridad. —Tendremos que saltar.

—¡No, estás loco!

—¡No tenemos tiempo, Agata, quítate el cinturón! —le exigió moviéndose, pero antes de que pudiera seguir dando órdenes el auto traspasó la barrera límite de la curva y dio el salto que debían haber evitado.

El auto siguió barranco abajo volcándose en el proceso hasta el final, Biago salió eyectado por el parabrisas mientras que Agata quedó atrapada en el vehículo que terminó de cabeza sobre la tierra. En el último segundo aun con un poco de vida logró sentir movimiento, pensó que alguien la ayudaría o quizás Biago no había sufrido tanto como ella que no podía moverse, pero a cambio solo comenzó a sentir el calor del fuego y el olor del combustible.

Lo último que logró escuchar fue la voz de su hermana dando la orden de que acabaran de una vez antes de que Roger llegara, rezó por sobrevivir y rezó porque aquello último solo hubiera sido una simple alucinación. 

******

¡Hemos regresado! ¡Se nos puso intensa la cosa por acá! Desde aquí agarren sus pañuelos. 

Nos leemos el viernes con un nuevo capítulo.

No olviden que les amo. Besos y mordiscos.

Atentamente un alguien.

Posdata de dato curioso.

Metas cursis que deseen lograr.

Rubí: No soy cursi, omito mi respuesta.

Biago: Desearía tenerla a mi lado otra vez.

Fiore: Mi meta es que mis hijos logren encontrar amor del bueno.

Basilio: ¡No estoy para estás...! *Mira a Fiore y suspira* Deseo hacerla feliz todo lo que me resta de vida.

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