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Capítulo Cuarenta y Cinco

Capítulo Cuarenta y cinco

Viterbo, Italia

29 de abril, 2005

No había perdido la consciencia del todo y lamentablemente ellos lo habían notado, la habían encerrado en uno de los cuartos de tortura que tenía Basilio y aunque la habían tirado a una esquina amarrando sus manos a su espalda, fueron bastante astutos al inyectarle un sedante para hacerla dormir, cuando se fueron intentó luchar contra el efecto durmiente de la inyección, lo que solo logró aturdirla, intentó levantarse notando tardíamente que también habían atado sus piernas y entonces entre medio de la visión borrosa y el sueño pesado sintió una risa ronca, casi falsa y a la vez difícil de identificar. Elevó su mirada, pestañeando continuamente para no dormir, pero cuando lo vio suspendido en el techo, amarrado de las cadenas que alguna vez la sostuvieron a ella sintió que nada tenía sentido en ese momento.

Flavio no estaba bien, claramente se veía destrozado, su cuerpo que solo conservaba un pantalón roto estaba completamente magullado con grandes heridas en el costado derecho, su boca estaba llena de sangre y en su cabeza había una gran zona manchada que goteaba lentamente. Intentó reincorporarse otra vez, pero no lo logró, el sueño estaba luchando contra ella y quería ganar, se dijo a si misma que había tenido dosis más fuertes que esa, que podría sobrepasarlo y resistirlo, pero le costaba más de lo que podría pensar.

—Es irónico que ahora estemos aquí los dos —escuchó la voz desde arriba, una voz distorsionada por el dolor y tan ronca que podría llegar a doler.

Intentó levantarse otra vez, intentó hablar, pero parecía que su cuerpo estaba en contra de toda petición, ¿qué diablos le habían inyectado para no poder lograr pasarlo? Quizás anestesia para elefante, pensó y sonrió, claramente estaba afectando a su cabeza al razonar estupideces.

—Estamos muertos —escuchó suspirar a Flavio. —Eras nuestra única esperanza, ahora ambos moriremos.

—No... no te... no te apresures —masculló con dificultad. —Nos sacaré de aquí... y... y... obtendremos todo de regreso... es una promesa —susurró lo último intentando arrastrarse por el suelo, pero lo siguiente que supo es que alguien volvía a entrar a la habitación y la tomaba entre sus brazos.

Quien fuera la estaba llevando lejos mientras los gritos de Flavio comenzaban a escucharse dentro del sótano, cerró los ojos sintiendo su dolor, pero por más que intentó removerse y luchar para ir a salvarlo no pudo contra la pesadez de su cuerpo.

*

Viterbo, Italia

30 de abril, 2005

El ajetreo dentro de la sala de reuniones era evidente incluso antes de entrar, pero sabía que aquel ambiente no era de disgusto, se adentró con tranquilidad observando cada detalle del lugar. Los hombres que se hacían llamar caporegime estaban celebrando junto al nuevo Don de Viterbo, pasando copas, brindando y divirtiéndose con cada cosa que salía de sus bocas en cuanto a un supuesto triunfo en el que él había sido parte bajo las sombras.

—¡Greco, Donato Greco! —escuchó su nombre y se giró de inmediato a ver a Gioto Vitelo sonriéndole ampliamente. —¡Hombre hasta que llegas!

Se acercó a él abrazándolo como viejos amigos a los que Donato simplemente sonrió recatado teniendo que caminar junto a él hasta el centro de la mesa. Todos detuvieron su conversación observando con orgullo la escena y suspendiendo sus tragos por un momento para escuchar al Don.

—¡Este hombre de aquí hizo que todo fuera posible! —comenzó Gioto evidentemente pasado de copas. —¡Un brindis por el mejor consigliere de esta nación! —exclamó levantando su copa y en efecto dominó todos efectuaron la misma acción. —¡Salud!

Los caporegime tomaron de sus copas de un golpe reanudando la conversación y la celebración, Donato observó en silencio a los hombres viendo sus rostros sonrojados por el alcohol y la alegría de la situación, aun con lo que parecía ser su mejor momento no pudo evitar notar la ausencia de uno de los caporegime, que si debía confesar había sido la mayor sorpresa que le había ocurrido en ese periodo. El solo hecho de que el mismo ahijado de la familia Felivene también estuviera de acuerdo en la batalla fue algo que le costó creer.

—Disculpe, Don, pero... ¿Dónde está el Señor Parisi? —preguntó refiriéndose a Dante sin poder retener la duda en su mente.

—Lo envié a acabar con el mayor de los Felivene, de esa forma me dejaba de molestar por Dane —masculló Gioto, dando un trago largo a su copa. —Pero no te preocupes, de seguro ya pronto estará aquí.

Tomó la botella en la mesa y comenzó a servir nuevamente las copas, esta vez entregándole una a Donato quien claramente la aceptó por cortesía, pero que ni siquiera insinuó en comenzar a tomar su contenido.

—Necesitas relajarte, hombre, ya lo tenemos todo —exclamó Gioto sintiéndose demasiado bien con el triunfo como para ver más allá.

La puerta de la sala se abrió, pero esta vez nadie detuvo su diversión para prestar atención al recién llegado. Costa, mano derecha de Gioto se acercó a este hasta susurrar en su oído, y aunque quiso no escuchar, le fue inevitable no colocar atención cuando sabía que aquello podría traer graves problemas a todo el dichoso triunfo.

—Está todo listo, Señor, la muchacha está en la habitación dispuesta para usted.

Donato frunció el entrecejo, ¿a qué muchacha se refería?, prefirió mantenerse callado esperando que no fuera quien pensaba, puesto que si era así la felicidad de Gioto se esfumaría de inmediato, pero contra todo pronóstico el nuevo Don amplió su sonrisa con un poco de satisfacción y morbo en ella.

—¡Ya iba siendo tiempo! —exclamó dejando la copa y desabotonando su chaqueta. —Iré a enseñarle un poco de modales a esa puta engreída —masculló con éxtasis en la voz. —¡Ustedes no olviden organizar la guardia! —apuntó a los caporegime. —Podemos haber ganado ahora, pero los Felivene no se quedaran por mucho tiempo quietos, estén atentos ante cualquier problema.

Su orden generó el asentimiento unánime de toda la sala que incluso con todo el alcohol en sus cuerpos comenzaron a movilizarse para hacer el resguardo necesario, lo que indicaba que sería una larga noche. Gioto posó una mano en el hombro de Donato palmeando con suavidad y orgullo que se notaba en sus ojos.

—Confío en ti, hombre —declaró con suavidad a lo que Donato solo pudo asentir en agradecimiento.

—No se arrepentirá, Don.

—¡Si escuchan gritos no vayan, estaré domando a una fiera! —anunció caminando hacia la salida mientras todos los demás se largaban a reír con aquella declaración.

Solo cuando salió por completo Donato se acercó a Matteo, mientras los demás organizaban algunos asuntos antes de ir a dar las ordenes a sus hombres para comenzar las horas de guardia.

—¿A quién irá a ver el Don? —preguntó en un susurro.

—Irá por esa perra de labios rojos —masculló Matteo en respuesta. —Le dará su merecido por fin a esa mujer.

—¿Rubí está aquí? —murmuró asombrado.

—Sí, por alguna razón llegó a la puerta y la atraparon, fue fácil —Matteo se encogió de hombros terminando por arreglar algunas notas en su libreta. —¡Comencemos el trabajo, señores! —se levantó y todos los demás comenzaron a movilizarse mientras que Donato solo pudo mantenerse observando como salían uno a uno de la sala.

Si Rubí estaba ahí, en la misma casona no era casualidad, si esa mujer estaba ahí podría hasta arruinarlo todo. El pensamiento fue tan fuerte que terminó por embargar todo su cuerpo hasta tensarlo, debía hacer algo, porque conociendo a esa mujer solo significaba problemas para cualquier organización.

*

Tarquinia, Italia

30 de abril, 2005

Habían movilizado a todas las tropas y de paso habían intentado crear un plan decente para que no hubiera tantas bajas, se habían demorado al reunir a toda la gente y gestionar algo que fuera plausible y no un simple arrebato de un niño que quería atacar sin más. Fue inteligente e intentó ser astuto, ver más allá de lo que podría y extrañamente los hombres, que nunca antes le habían servido o había conocido, fueron de mucha ayuda, claramente la gente que había enviado Rubí no eran como sus soldados que solo escuchaban y acataban, ellos eran hombres de oficio que conocían el terreno en el que iban a entrar, cada uno hizo su intervención oportuna para que el plan comenzara a efectuarse como era debido y si es que habían errores podrían sobrepasarlo con algunos resguardos que habían tomado antes de la acción.

Franco supo que Rubí había dejado varias instrucciones y que uno de los que comandaba el grupo había recibido el último mensaje en la tarde del día anterior, al parecer Rubí pudo prever que algo andaba mal en la casona y organizó algunos puntos que podrían serle de ayuda, aunque claramente eso no lo calmó estando consciente de que luego de ese mensaje no habían encontrado forma de comunicarse con ella y que seguramente se había dejado atrapar para atacar desde adentro. Rubí era inteligente, sabía que podía confiar en ella, pero de esa misma forma también sabía que se arriesgaba mucho y si es que algo le pasaba Biago jamás se lo perdonaría, rezó porque aquella noche terminara bien y no fuera un verdadero desastre.

—Partimos, Señor —le comunicó uno de los soldados movilizando las armas a los autos y a los hombres con ellos.

Franco asintió para entrar al vehículo cuando su celular sonó, se giró esperando que fuera su padre queriendo dar su opinión, o quizás su madre para saber cómo estaba todo, pero a cambio solo encontró un número desconocido que dudó en contestar, terminó por aceptar la llamada solo por curiosidad, pero su corazón protestó en dolor cuando escuchó la voz del otro lado.

—Roger fue a escabullirse, la cosas en Viterbo no están bien, no tengo forma de saber cómo está Rubí y estoy aterrada de que algo le pase, enviaré a otro grupo de hombres para que puedan controlar la situación de respaldo, lo que posiblemente demore, por ello ya se ideó el plan, Rubí dejó ordenada a la policía la hora y el momento en que deben actuar, así como también saben a quienes arrestar y a quienes no, por ello deben darse prisa para comenzar la batalla de una vez antes de que sea demasiado tarde para Rubí —Idara se detuvo tomando una larga respiración, pero justo en el momento en que iba a retomar, Franco la detuvo.

—Has cambiado —susurró. —¿Podremos vernos después de que esto acabe? —preguntó inseguro subiendo al auto y dejando que los hombres lo guiaran para moverse sin mirar atrás.

—No es momento, Franco, no tengo cabeza para pensar en el amor con todo este desastre que está ocurriendo, te voy cortar debo continuar con mis funciones.

—Te amo —susurró con el nudo en la garganta mientras sentía el ajetreo desde el otro lado de la línea.

—No hagas esto más difícil, Franco, es momento de que madures tú también —y con eso la llamada se cortó.

Los autos comenzaron a moverse y solo entonces notó que se alejaba de la casona en Tarquinia, iría a jugarse la vida por su familia y aunque hubiera preferido obtener algo de fuerza de Idara en ese momento, se reconfortó con haberla escuchado, claramente ya no era la misma chica temerosa que alguna vez había conocido, en ese momento se había convertido en toda una mujer, entonces con esa información sabía lo que tenía que hacer y solo una vez lo pudiera cumplir iría por ella, incluso si es que Idara no estuviera de acuerdo.

*

Viterbo, Italia

30 de abril, 2005

Sintió que algo estaba recorriendo sus piernas desnudas... sintió que algo comenzaba a tocar su abdomen desnudo... y cuando sintió que ese mismo algo acercaba su aliento a su cuello comenzando a dejar húmeda la zona abrió los ojos de golpe encontrando a un hombre que la cubría por completo y que parecía estar muy excitado con el momento. Intentó hacer memoria sobre lo que estaba haciendo, de porqué se encontraba solo con lencería en su cuerpo y con las manos amarradas a una cuerda por sobre su cabeza. No recordaba haber estado jugando a lo sadomasoquista con nadie... Pero entonces el hombre levantó su rostro repasando sus manos sobre su cuerpo y tocando zonas que no tenía permitido tocar nadie más que aquellos que ella quisiera.

—Despertaste —susurró divertido Gioto. —Esperé por este momento —exhaló volviendo a bajar a su cuello y regando besos por el nacimiento de sus senos.

Rubí comenzó a entrar en pánico, no solo sus manos estaban atadas sino que sus pies también, en una posición que facilitaban a Gioto cualquier toque desmedido en zonas, que al parecer, intentaba estimular. Lo desagradable de la situación no solo era que ese hombre la intentaría violar, sino que lastimosamente no podría hacer nada, se sintió impotente y aunque tuvo inmensas ganas de llorar se concentró intentando retener el aliento, necesitaba encontrar un escape y las cuerdas no eran una dificultad para Wang Xia, nunca lo fueron y no lo serían en ese momento.

Comenzó a removerse mientras Gioto se entretenía con sus manos y su boca en los senos de Rubí, ella inició un suave movimiento friccionando sus muñecas con tal de crear un espacio entre la cuerda, claramente aquello le costaría nuevas marcas sobre las otras y un poco de sangre que ayudaría a soltarse más fácil, pero nada importaba mientras pudiera sacarse de encima a ese desgraciado.

En medio del forcejeo, la desesperación y sus muñecas comenzando a sangrar, Rubí comenzó a llorar, las manos de Gioto habían ido más allá de lo permitido y estaba segura que en unos segundos él iniciaría con el maldito coito, la sola idea de tenerlo dentro de ella le produjo asco y con más ahínco comenzó a agitar sus manos contra la cuerda, cuando por fin logró un espacio tiró de sus manos pasando la cuerda manchada de sangre, se levantó de golpe aun con sus manos echas puño y golpeó con fuerza la nuca de Gioto, el hombre ante el aturdimiento perdió la reacción y Rubí solo comenzó a golpearlo una y otra vez con sus puños en la cabeza sin importarle ni una mísera consecuencia mientras pudiera quitarlo de encima.

Gioto en un intento de alejarse cayó al suelo, permitiéndole a Rubí ir por las cuerdas de sus pies y soltarse finalmente, el susodicho Don estaba aturdido por lo que no logró reponerse cuando Rubí volvió a arremeter contra él golpeándolo con patadas y puños mientras sus lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. Él la había intentado tocar sin su consentimiento, él estuvo apuntó de... quiso quitar esa idea de su cabeza, pero incluso con todo lo que decía su mente no pudo detenerse. En algún punto tomó el cuello de Gioto y comenzó a estrangularlo, pero sentía que no era suficiente por lo que tiró de él hasta estrellar su cráneo contra el respaldar de la cama, una y otra vez hasta que la sangre comenzó a brotar y el hombre no parecía poder recobrar la consciencia, solo entonces volvió a la cama en busca de la cuerdas para enrollarlas en su cuello y comenzar a estrangularlo con mayor precisión.

—¡Rubí! ¡Rubí! —escuchó la voz por detrás, pero no pudo detenerse hasta que la tomaron desde los brazos y tiraron de ella. —¡Basta, lo necesitamos vivo, Rubí! —el hombre que comenzó a sacudirla tenía en parte la razón, pero dentro de sí lo único que sabía era que ese desgraciado merecía morir. —¡Detente, basta, ya está todo bien, él no lo logró, tranquila!

Solo entonces se dejó abrazar y cayó al suelo junto a quien la sostenía, se permitió caer dando un grito que le hizo doler la garganta, odiaba, con fuerza, sentirse vulnerable y aquel hombre le había recordado que en ciertas situaciones no podía siempre tener el control, necesitaba matarlo para eliminar esa sensación de su cuerpo, pero lamentablemente sabía que Roger tenía razón.

—Roger —reaccionó dejando su llanto para observarlo de verdad. —¿Qué haces aquí?

—Creo que llegué a tiempo —miró hacia atrás y la puerta de la habitación estaba abierta con un cuerpo desmayado recargado a mitad de ella. —Al parecer Donato también quiso intervenir —suspiró. —¿Ya estás bien?

—Sí, lo siento —se retiró de entre sus brazos y limpió sus lágrimas notando tardíamente la sangre en sus manos, seguramente ya había manchado su cara, aunque era lo de menos.

—La guerra comenzó. Franco llegó junto a algunos hombres, afuera la cantidad de balas que cruzan de un lado a otro es horrible y no creo que se detengan incluso sabiendo que Gioto esté muerto.

Solo entonces notó el ruido afuera, el sonido de las balas y algunos gritos de dolor que no auguraban nada bueno para la situación. Por lo menos Franco había tomado las riendas del juego ya que estaba segura que Basilio no volvería a confiar en ella.

—Necesitamos acabar con la gente desde dentro. Los guardias de Gioto aún deben estar en la casona y principalmente a ese desgraciado de Costa. Los caporegime también deben estar aquí.

—Ya lo comprobé, solo necesitamos movernos, la policía llegará en cualquier momento y acordamos que estaría todo acabado cuando ellos estuvieran aquí.

—Lo siento, me retrasé un poco —comentó con una media sonrisa levantándose y mirando a Gioto otra vez. —De verdad quiero matarlo.

Roger negó y le extendió su arma indicándole hacia afuera.

—Ve a la sala de armamento y toma todo lo que puedas, también cúbrete, ten cuidado en el camino, yo me encargaré de estos dos.

—Gracias por llegar a tiempo —susurró Rubí.

—No estás sola en esta guerra, Rubí, y créeme, no lo volverás a estar nunca así que deja de intentar hacer todo por tu cuenta y confía en nosotros también.

Rubí asintió, volvió a mirar a Gioto una última vez y se decidió por salir finalmente pasando por Donato Greco, aquel hombre que había desaparecido tras el cambio de mando en la Familia Felivene, pero al parecer no había sido ni un poco tonto al elegir un nuevo bando, lo odiaba y también merecía morir, así como también a los desgraciados de los caporegime, negó para nadie en particular sintiéndose un tanto culpable al haber dado luz verde a Basilio para que confiara en ellos cuando debió haberse dado cuenta que eran igual de falsos que los anteriores.

*

Viterbo, Italia

30 de abril, 2005

Habían utilizado puntos estratégicos, pero aun así no estaba funcionando, eran demasiados hombres y por más que algunos francotiradores habían hecho lo suyo no habían podido avanzar, estaban relegados como al inicio y eso comenzaba a frustrarlo, necesitaba entrar, necesitaba saber que su hermano estaba bien, necesitaba saber que Rubí también lo estaba, pero si seguía de esa forma terminaría perdiendo la vida y varios de sus camaradas ya habían caído también.

Maldición, ¿cuándo llegarían los refuerzos de los que Idara había hablado?

—¡Hombre caído, hombre caído! —escuchó a través del aparado que los ayudaba a comunicarse. —¡Son demasiados!

—¡No digas algo que ya sabemos, Doménico! —gritó uno de los líderes del grupo que había enviado Rubí.

—Señor, nos tienen rodeado —escuchó el gemido de uno de sus hombres y al mismo tiempo el sonido de la bala que lo atravesó.

Franco cerró los ojos por un momento sintiendo como el miedo comenzó a abrumarlo, adelante la casona estaba rodeada con más de veinte hombres y en la puerta se encontraba Santino, odió el solo pensar que ese desgraciado les había visto la cara comportándose como un buen caporegime, pero incluso con ese odio y rabia, no supo qué hacer, sintió que estaba perdiendo cuando recién había comenzado y eso no solo lo hacía sentir como un perdedor, sino que también como un imbécil cobarde que ya quería retroceder.

Tomó un largo suspiró y abrió los ojos, era momento de actuar y dejar de ser un niño, se armó de valor, se levantó y cuando intentó salir de su escondite el hombre que lo acompañaba lo detuvo devolviéndolo su lugar.

—¿Qué diablos haces? —repuso el calabrés mirándolo como si de un momento a otro se hubiera vuelto loco.

—Alguien debe ir adelante como señuelo mientras que los demás deben forzar la entrada, estando dentro será mucho más fácil acabar con todos incluso si es que son demasiados —explicó apresuradamente.

El hombre lo miró detenidamente, estaba sopesando la idea, pero Franco no tenía tiempo para pensar o analizar, necesitaba actuar por lo que de un tirón se separó del soldado y comenzó a avanzar. Por suerte, justo antes de que Franco fuera alcanzado por una bala, el soldado se levantó y lo empujó hasta el suelo, en consecuencia tres autos pasaron por la entrada principal de la casona recibiendo las balas de los soldados opuestos, pero también obligándolos a retroceder. Antes de que Franco pudiera reaccionar solo pudo ver como grupos de soldados, no solo estaban disparando sino que también luchando mano a mano mientras algunos intentaban alcanzar la entrada para atacar a Santino, comenzó a escuchar además a través de la radio que en los demás puntos estaba ocurriendo lo mismo, otros autos habían llegado por las entradas laterales y posterior en apoyo al grupo, y aunque quiso dar un suspiro de alivio, sabía que aún quedaba mucho por combatir. Se levantó y junto con el soldado calabrés comenzó a moverse, quizás si se movían entre la batalla podrían avanzar más rápido sin ser vistos, por ello con sigilo se fueron acercando por los costados lo suficiente para notar que mientras la batalla iba siendo rezagada a los laterales, en medio de la entrada principal se comenzaba a crear un espacio cuando su padre fue el que se presentó ante Santino.

—Un caos verlo, Señor Felivene, porque bueno... Don ya no es —saludó Santino con una sonrisa.

—Permíteme diferir, Santino —escuchó la voz de su padre fuerte y segura, completamente diferente a lo desesperado que había sonado en la tarde. —Yo sigo siendo el Don de mi familia y antes de que mueras quisiera saber, ¿qué te ofreció Vitelo para que estés de su lado?

—¿De verdad quiere charlar, Señor? Mire a su alrededor, mis hombres acabaran con los suyos —indicó abriendo sus brazos.

Franco por inercia observó a los lados, los hombres estaban luchando, llenándose las manos de sangre cuando alguno de sus antiguos compañeros caían, otros disparos seguían escuchándose a la lejanía de la casona y muchos gritos de dolor, pero aquello venía desde ambos lados, no parecía haber tregua para ninguno

—Creo que no estás viendo lo que en verdad es —susurró Basilio al mismo tiempo que la puerta principal se abría y una bala llegaba directamente en la nuca de Santino haciéndolo caer.

*

Viterbo, Italia

30 de abril, 2005

Rubí caminó alrededor de la casona observando entre rendijas a quienes estaban dentro, ya había logrado equiparse y conseguir ropa, por lo que solo le quedaba comenzar a matar, sabía que no podía desatarse haciendo una masacre pues allá afuera muchos de sus antiguos soldados ya habían sufrido ese destino, en consecuencia ella sabía que debía resguardar a los que aún quedaban antes de volverse loca y despedazar a todos. Caminó por las habitaciones buscando a personas a quienes cuidar y otras que atacar, se encontró con varios salones en donde algunas empleadas estaban escondidas llorando, otros que estaban atados de pies y manos para impedirles salir y algunos hombres desgraciados fingiendo ser superiores sobre alguna joven cocinera. Ese fue al primero que ni siquiera meditó en sí matarlo o no, simplemente lo quitó de encima de la chica y lo comenzó a patear hasta cansarse para darle fin con un disparo en medio de su tráquea. Solo cuando vio el cuerpo inerte en el suelo y su respiración comenzó a relajarse notó que había matado al único caporegime que había sobrevivido la vez anterior, Vicenzo Marchetti había perdido la vida por fin, suspiró y se giró a ver a la joven que lloraba en el suelo mientras intentaba tapar su cuerpo con sus manos.

—Quédate aquí hasta que vuelva, ¿de acuerdo? —susurró Rubí, pero la mujer lo único que hizo fue observar el cuerpo inerte del viejo caporegime. —De acuerdo, mejor vamos.

La tomó alzándola desde el brazo y aunque la mujer seguía llorando intentó con sus fuerzas arrastrarla hasta la habitación contigua en donde había visto a algunos de los antiguos empleados de la casona, que al igual que la muchacha estaban drenando sus lágrimas con llantos sigilosos y lastimeros a la vez.

—Cuídenla —les pidió dejándola dentro y cerrando la puerta otra vez.

Necesitaba encontrar a los demás hombres de Gioto, sabía que Matteo y Santino estaban cuidando las fronteras, había recibido el informe antes de entrar a la casona de que Dante había sido capturado en Belcolle, por lo que como había matado a Vicenzo, solo restaban aquellos dos malditos caporegime. Sabía que podría ir contra ellos y atacarlos por la espalda, pero antes debía encontrar a los caporegime de Gioto, quienes seguramente estaban cuidando las otras fronteras o quizás torturando a Flavio...

Cuando el nombre del segundo hijo Felivene llegó a su mente un escalofríos recorrió su cuerpo, lo había visto por un solo segundo cuando la bruma de la anestesia estaba comenzando a hacer su efecto, pero solo había bastado ese vistazo para saber que Flavio no soportaría mucho, su corazón se agitó, si uno de los Felivene moría la Señora Fiore jamás se lo perdonaría, Biago jamás se lo perdonaría y ni ella misma podría. Se apresuró a bajar las escaleras y se adentró por el pasillo más escondido de la casona, se encontró con algunos guardias en el camino lo que le indicó que era el correcto, estaba demasiado resguardado teniendo en cuenta que afuera se estaba viviendo una masacre entre familias, comenzó a avanzar lentamente solo golpeando y no sacando armas que podrían alertar a los que estaban en los cuartos de tortura.

Lanzó algunos golpes a la cara y peleó con uno que otro hombre que la azotó contra la pared, los noqueó con sus puños y sus piernas hasta envolverlos y quitarles la respiración, debía aceptar que tanto trabajo de oficina le había atrofiado un poco sus habilidades, pero no podía negar que volver a estrangular gente con sus propias manos era bastante satisfactorio. Cuando botó al último desgraciado bajó las escaleras y rodeó el pasillo hasta llegar a la fila de puertas de hierro, el sonido era ahogado, pero aun podía escuchar los gemidos de las personas que estaban dentro. Se acercó mirando las rendija de cada uno, una pequeña ventana con barras de metal que les permitía dar un vistazo a lo que había dentro. Pasó por cada una hasta dar con la última en donde se encontraba Costa tomando una tenaza y moviéndola para mostrar cómo se abría y se cerraba con facilidad, vio como una sonrisa se extendió en el rostro de aquel hombre cuando se volteaba para enseñarla a quien estaba más allá. Desde su lugar Rubí no alcanzó a ver a Flavio, pero podía imaginar cómo estaba teniendo en cuenta los leves gemidos que lograba escuchar. No quiso esperar un minuto más y con el arma que tenía en su cadera apuntó a través de la rendija a la cabeza de Costa, lo sentía por Roger que le había dicho que no matara a los agentes importantes del maldito motín, pero es que si no lo acababa ese hombre acabaría con Flavio.

—Sabes que se debería hacer con los maricones como tú —escuchó a Costa comentar mientras daba pasos lentos hacia el frente. —Arrancarle las bolas así quizás les damos la solución de sus vidas —exclamó riendo provocando que el sonido se extendiera por la habitación alertando a Rubí de que habían por lo menos dos personas más dentro.

Intentó concentrarse a pesar de que Costa se movía continuamente sabía que no se escaparía de su vista, apuntó nuevamente y respiró profundamente enfocándose en la cabeza del desgraciado. El leve sonido de la pistola repiqueteando contra el hierro alertó a Costa, por lo que al mismo tiempo en que Rubí disparó este la miró provocando que la bala cayera directa y certeramente en medio de su frente.

Esto alertó a los otros soldados que se apresuraron, uno a ir junto a su jefe muerto y el otro a encontrar al causante del disparo. Este último fue el primero en morir, cuando Rubí abrió la puerta le dio de lleno en el rostro y cuando se adentró disparó a su corazón sin reparos. Lo siguiente fue ver al otro hombre intentando ayudar a su jefe, pero alertado por los disparos solo pudo ver como la bala se incrustaba en la frente de él haciéndolo caer. Corrió hasta llegar a la mitad de la habitación encontrando a Flavio aun colgado desde las cadenas que caían del techo. Guardó su arma y se apresuró para llegar hasta Costa, tomó las llaves y volvió con Flavio sujetándolo lo máximo posible para que cuando soltara las cadenas su cuerpo no diera de golpe contra el suelo.

Por el peso de Flavio ambos cayeron al piso lleno de sangre, pero incluso con ello Rubí no se quejó acomodó a Flavio en el suelo y comenzó a ver la cantidad de heridas que tenía, se veía que estaba al borde de la muerte, su cuerpo estaba ardiendo y habían heridas demasiado profundas como para que ella se pudiera encargar de todas. Trató con lo que tenía a la mano para cubrir algunas, rompiendo la ropa de los muertos e intentando con algunas cosas con las que se había equipado antes de venir. En medio del ajetreo vio como Flavio comenzó a abrir los ojos y con dificultad extendió una sonrisa suave que por alguna razón le provocó una presión en el pecho con ganas de llorar.

—Vas a estar bien, Stella te está esperando, debes recuperarte por ella —susurró Rubí levantándose para cargar el cuerpo de Flavio fuera de la habitación, necesitaba llevarlo a un hospital o algún lugar donde pudiera descansar de mejor forma, rezó porque la batalla afuera hubiera acabado antes de comenzar a moverse con el cuerpo de Flavio arrastras.

—No... No podré ir —susurró Flavio. —Dile que lo siento... —tosió un poco de sangre lo que hizo a Rubí detenerse un poco.

—Ni siquiera entiendo por qué Costa te torturó, no entiendo —negó para sí misma sintiendo el peso en su cuerpo y la protesta de sus músculos, pero aun así prosiguió.

—Teníamos... cuentas... pendientes —susurró Flavio dando esa leve sonrisa nuevamente.

Rubí simplemente suspiró y comenzó a avanzar, con lentitud, pero con seguridad pasando por las escaleras y arrastrando a Flavio cuando parecía perder la consciencia. Justo antes de subir por completo la escalera se encontró con uno de los soldados, que había atacado antes, a punto de despertar, y no necesitó pensarlo dos veces cuando sacó su arma para dispararle, nuevamente lo sentía por Roger, pero no tenía tiempo para por menores.

Caminó hasta el pasillo principal de la casona que la llevaría hasta la entrada, ahí se suponía se reunirían cuando todo estuviera acabado, por lo que lentamente caminó tirando de Flavio intentando escuchar lo que fuera que hubiera delante del pasillo. Escuchó algunos gemidos y gimoteos, algunos reclamos y bramidos de Gioto, también escuchó la voz de Basilio gruñir un poco, lo que le llamó demasiado la atención, apresuró el paso solo por curiosidad viendo que en medio de la sala principal se encontraban ambos Jefes de familia teniendo un forcejeo estúpido con un arma, detrás estaba Franco en el piso con una bala en su brazo izquierdo mientras Roger intentaba presionar la herida y luego habían varios cuerpos en el suelo de soldados caídos. Rubí intentó evaluar la situación pensando que para la hora que era los policías deberían haber estado llegando, los arrestos deberían haber comenzado, pero nada de eso parecía estar realmente sucediendo. Sintió una leve desesperación cuando miró hacia la entrada principal de la casona y lo único que encontró fueron soldados en el suelo sin señales de las patrullas, solo por instinto dio un paso demás, quería detener el forcejeo de los Don, quería que todo se acabara de una maldita vez, justo cuando notó que Roger iba a hacer lo mismo Gioto tomó el arma y disparó al aire, solo fue un segundo en que parecía tener los ojos perdidos, la cara llena de sangre y luego la bala saliendo del arma sin dirección alguna. Sintió que alguien se posicionaba frente a ella y la abrazaba justo antes de sentir el impacto que la hizo caer de espaldas al suelo.

La bala había sido dirigida hacia ella y se había dado cuenta demasiado tarde como para evitarlo, Roger había sido más rápido y había logrado reducir a Gioto nuevamente hasta tenerlo con la cabeza en suelo, pero entonces si la bala no la había alcanzado, había sido otra persona quien la había obtenido. Su cuerpo comenzó a temblar cuando notó que Flavio estaba sobre ella sangrando desmesuradamente y su respiración se estaba perdiendo, sin poder retenerlo comenzó a llorar intentando mover a Flavio, lo llamó con cuidado, casi como un susurro y luego cuando no parecía escuchar lo intentó mover hacia un lado.

—Cuida... de mi familia —escuchó en un suspiro final viendo como lentamente la sonrisa se borraba de su rostro y la vida se alejaba de él.

—¡No! —escuchó el grito de Basilio, que le impidió sacar el cuerpo de Flavio sobre ella.

—Flavio —volvió a susurrar Rubí, sintiendo como su cuerpo completo comenzaba a entrar en pánico acompañando a las lágrimas. —¡Flavio! —gritó tomando sus hombros agitándolo otra vez.

Supo que Basilio cayó de rodillas al suelo, supo que las patrullas comenzaban a llegar y supo que su llanto no fue el único que se presentó esa noche. Había acabado la batalla... pero no había sido para nada como ella lo había esperado. 

*********

😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

No tengo palabras para este momento, creo aún no lo asimilo, así que inserte aquí su impresión sobre el capítulo y su final.

😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

Aún no puedo... 😭😭😭😭

Okay ya me calmare.

***

Vengo aquí a disculparme con ustedes y esto ya parece ser común, pero he tenido problemas para escribir, en general sentía que no me salía lo que quería y me costó mucho imaginarme el capítulo para que valiera la pena leerlo realmente. Pero bueno seguramente debe haber sido un poco de inseguridad sobre mi trabajo... En fin, disculpen la demora, pero de aquí en adelante intentaré ser más constante puesto que quiero acabar la historia pronto.

Gracias por esperar, lo siento nuevamente por perderme tanto tiempo, aún no reacciono a lo que pasó al final así que no haré ningún comentario hasta que ustedes sean quienes me digan como se se sienten.

Les amo, gracias nuevamente por todo y espero nos leamos pronto, creo que como sigo en shock no tengo muchas palabras 😭😭😭😭.

Atentamente una llorona.

Posdata de dato curioso.

Cómo será de tan complicada que estaba con este capítulo que me demoré semanas en escribirlo, escribía un poquito cada semana y cuando supe que alguien debía morir me pare en seco, como no sabía quien sería el caído le pregunté a cierta personita sobre a quién sería mejor enviarlo a mejor vida... Así que de cierta forma esta muerte es compartida jajajaja no soy la única culpable.

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