Capítulo Cincuenta y uno
Capítulo Cincuenta y uno
Palermo, Italia
12 de abril, 2006
Era el día, el día en que por fin arrestarían a Bernardo Provenzano y aunque sabía que el hombre había sido bastante bueno con ella, no podía evitar sonreír al completar por fin la primera de las grandes calamidades de Cosa Nostra.
Se estacionó frente a la casona de Provenzano, pero extrañamente no había nadie alrededor, los guardias no se divisaban ni siquiera en los puntos estratégicos, por lo que inevitablemente cuando bajó del auto tomó su arma por precaución. Avanzó hasta la entrada y se encontró a una de las viejas amas de llaves quien le sonrió con una mirada nostálgica y adorable a la vez.
—¿Viene por el Señor, Señorita? —Rubí asintió.
—¿Qué ocurrió?
—Luego de su última visita, el Señor se fue a Corleone con un Pastor amigo de la familia.
—¿A Corleone?
—Sí, queda a una hora y media de aquí, ahora le doy la dirección, Señorita.
La mujer, sin esperar respuesta, se adentró a la casona y volvió solo unos segundos después con un pequeño papel garabateado.
—Hace poco uno de nuestros hombres salió para llevarle ropa limpia, aún no sé por qué es que el Señor se fue a una casucha, pero supongo que se está preparando...
Rubí asintió, no quería ahondar en el tema y antes de partir se despidió de la mujer con un ademán. Claramente Provenzano ya había preparado todo a su gusto y no había forma en que el hombre se arrepintiera en el último momento.
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No fue realmente difícil encontrar la localidad, ni mucho menos dar con la casucha en la que se estaba quedando Provenzano, en el camino divisó al escuadrón de la policía anti-mafia y supo de antemano que debía ir con cuidado. Había querido seguir el proceso solo por curiosidad, pero en ese momento no estaba segura si es que realmente estaba de acuerdo con el trato que había hecho.
Cuando por fin logró llegar los policías habían rodeado el lugar, un anciano acompañaba a Provenzano quien al parecer estaba aterrado ante el interrogatorio agresivo de los uniformados, mientras que a unos pasos estaba Bernardo a la espera de las preguntas. Rubí se bajó del auto a unos metros en donde se estaba aglomerando la gente mientras los hombres terminaban el operativo. Logró escuchar desde su distancia como los hombres intentaban reafirmar su identidad, pero Bernardo se negaba a hablar, en algún punto cuando por fin lograron cruzar sus miradas ligeramente, Rubí le sonrió con altanería a lo que él le respondió de la misma forma.
—Soy yo —confesó de pronto tomando desprevenidos a los policías que estaban intentando sacarle palabra.
Solo aquella frase bastó para que el operativo se diera por completado, se escucharon las radios de los comandantes que daban el pase a que se lo llevaran y lo registraran, en medio de su ropa maltrecha encontraron una gran cantidad de pequeños papeles, seguramente Pizzini, el medio que tenía Provenzano de comunicarse con su gente.
Lo observó por última vez encontrando aquel hombre que recordaba en su pasado, cuando era pequeña era un ser imponente con traje que parecía siempre saber todo lo que podría pasar, y aunque ahora a pesar de que su vestimenta era solo andrajos y suciedad, cuando por última vez sus miradas se encontraron no pudo negar que aún seguía siendo un hombre calculador y frío, seguramente moriría en la cárcel, pero sabía perfectamente que él lo estaba haciendo bajo su voluntad.
Rubí asintió con su cabeza en despedida a lo cual él le respondió de la misma forma, algo que pocos lograron percibir, y solo con aquella señal ella se retiró del lugar para volver al auto y desaparecer de la escena.
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28 de mayo, 2006
Palermo, Italia.
Observó la televisión en donde mostraban al Fiscal Pietro Graso saliendo de la comisaria a la espera de la llegada de Bernardo Provenzano, cuando enfocaron al antiguo capo di tutti capi, se escucharon gritos alrededor de jóvenes a favor del escuadrón anti-mafia.
—¡Somos nosotros, somos nosotros, la Sicilia verdadera somos nosotros!
Rubí sonrió observando la escena y al minuto en que el Fiscal iba a comenzar a hablar la televisión se apagó, intentó girar para encontrar al culpable, pero antes de que pudiera verlo, Biago la abrazó por la espalda dándole un beso rápido en la mejilla.
—Has visto eso todo el mes, ¿no crees que ya es demasiado? —comentó riendo.
—No es mi culpa que sea lo único que den en las noticias.
Se giró sobre sí misma para quedar frente a frente y pasar sus brazos sobre los hombros de Biago, no tardó ni un segundo en empujarlo levemente para cerrar el espacio en un beso perezoso con el que cada uno se deleitó en la boca del otro hasta el último extremo.
—¡Rubí!
La voz desde la lejanía los hizo separarse y solo porque aquella voz la conocía bastante bien, caminó hasta el arco de la puerta para asomarse ligeramente y ver a una Idara llena de nervios envuelta en un vestido entubado que acentuaba su figura. Cuando sus ojos se encontraron Idara corrió hasta encontrarse con ella adentrándose nuevamente a la habitación.
—¡Estás bellísima! —comentó Rubí atrapándola en una abrazo.
—Ni siquiera sé porque me trajeron —masculló Idara alejándose un poco y saludando con un movimiento de cabeza a Biago.
—Creo que iré a ver cómo van las cosas abajo.
Biago tomó por la cintura a Rubí dándole un ligero beso y se retiró de la habitación sin darle una nueva mirada a Idara.
—Él me sigue viendo como una empleada más —susurró Idara al verlo salir.
—Solo debe haberle sorprendido tu presencia.
—¡Dime por qué diablos estoy aquí en la boda de Franco, Rubí, Roger me trajo literalmente secuestrada!
Rubí rió medio a la fuerza sabiendo perfectamente que la razón por la que la había traído a ella no le gustaría, pero era su última táctica para que Franco se arrepintiera ante una decisión tan tonta. Sabía que Vita no era una chica complicada, tampoco podría traerle grandes problemas puesto que tras el desastre de su familia ella no había quedado con ningún contacto más que el de la familia Felivene, pero aun así no podía aceptar esa unión sabiendo que Franco no la amaba.
—Ven.
Sin más palabras Rubí tiró de Idara saliendo de la habitación, pasaron por el pasillo de todas las habitaciones hasta encontrar a Roger en la entrada.
—¿Dónde? —preguntó Rubí haciendo que Idara se sintiera más confundida aún.
—Atrás.
Rubí asintió yendo hasta el otro extremo de las habitaciones, rodeó la entrada principal de la biblioteca hasta llegar al corredor donde estaba su antigua habitación, caminó observando con lentitud cada una de las puertas hasta que se encontró con la más escondida que estaba semi-abierta. En medio de una cama de no más de una plaza se encontraba Franco vestido de novio con un pequeño corbatín en sus manos, se veía triste o tal vez pensativo, la verdad es que no quiso averiguarlo, puesto que la que tenía ese deber sería Idara. De un empujón Rubí tiró de Idara hasta adentrarla a la habitación llamando la atención de Franco y justo antes de que su amiga pudiera escapar cerró la puerta en su cara asegurándola con llave.
—¡La boda es en tres horas, tienen tiempo para hablar, cambiar de parecer o tener sexo desenfrenado, ustedes deciden!
*
El grito desde afuera de la habitación solo la confundió más, quizás debió haberle confesado a Rubí que ella había renunciado a Franco hacía mucho, pero a cambio solo pudo quedarse quieta observando la madera, lamentándose por no haber sido más astuta y haberse negado rotundamente a venir.
Se giró lentamente para encontrarse con Franco quien se levantó con la misma lentitud del borde de la cama al verla, sus ojos tenían lágrimas contenidas por lo que a su corazón le fue imposible no encogerse al tenerlo frente a frente nuevamente.
—Estás hermosa —susurró Franco de pronto con una voz ronca y un tanto quebrada.
—Ni siquiera debería estar aquí, no debí venir, intentaré que Rubí nos abra.
Estuvo a punto de voltearse para golpear la puerta cuando Franco la tomó de la mano suavemente.
—Cortaste tu cabello —mencionó tomando un mechón corto.
—Tampoco es como si hubiera tenido el pelo muy largo —masculló observando su pecho.
Lo tenía tan cerca que podía oler su perfume y aunque ansiaba encontrarse con sus ojos otra vez no pudo alzar su mirada, se sentía incómoda, sabía que estaba haciendo algo mal con un hombre que estaba a punto de casarse, pero a pesar de ello, no pudo alejarse realmente.
—No quiero hacer esto, Idara —confesó Franco de pronto.
Idara lo espió por un segundo, viendo como cerraba los ojos con fuerza y una pequeña lágrima caía por su mejilla.
—Pero no tengo más opciones, no las tengo si es que tú no me quieres a tu lado —corrigió.
—Tenemos mundos diferentes, siempre los tuvimos —susurró Idara en respuesta. —Incluso ahora que pareciera estar más cerca, mi deber está en Calabria.
—Podrías estar acá, conmigo —rogó con la voz quebrada y buscando su mirada con urgencia.
—Le debo lealtad a Rubí, Franco, no puedo dejar las cosas en San Luca, prácticamente manejo todo allá.
—Eres una simple secretaría —reprochó con desprecio alejándose ante la negativa.
—Sí, pero me necesitan, y sin mí muchas cosas no funcionan, siento que encontré por fin mi lugar, un lugar en el que doy órdenes y no las recibo, un lugar en el que no tengo que esconderme y puedo ser yo misma, un lugar en que no tengo miedo, donde puedo controlar las cosas a mi alrededor en vez de estar esperando eternamente por promesas que no se cumplirán.
Con esa última frase Franco se giró, se notaba el dolor en sus ojos que evidenciaban como lo había herido, pero no había otra forma de decir aquello cuando la verdad estaba más que clara.
—Fuimos simples sueños, Franco.
—No quiero que seamos simples sueños —masculló de golpe.
—¿Entonces qué? ¿Qué se supone deberíamos ser cuando estamos a más de 10 horas de distancia?
—Sé mi amante —sentenció volviendo hasta ella.
—¿Qué?
—Sé mi amante, prometo que lo haremos funcionar.
—Estás loco, ¿Por qué yo aceptaría algo como eso?
—Porque lo deseas tanto como yo, me amas tanto como yo a ti, de otra forma no hubieras venido hasta aquí, tú, Idara Conti, no has perdido la esperanza entre nosotros —Franco se acercó nuevamente, esta vez tomando su rostro con ambas manos, obligándola a verlo directamente. —Tú también lo quieres así.
—¿Es lo único que me puedes dar?
—Lo siento.
Con aquella sentencia Idara se levantó sobre sus pies y lo empujó para cerrar el espacio con un beso suave, Franco no se demoró en responder siguiendo con hambre aquella sensación. Se habían extrañado de una forma que no podían expresar en palabras, por lo que sin más la tomó desde las caderas subiendo su vestido hasta su cintura y así alzarla hasta enredar sus piernas a su alrededor. La recargó contra la puerta presionando en los lugares correctos y el beso se profundizó de tal forma que ambos se perdieron en el otro.
*
—¿Qué diablos hiciste que estás sonriendo como tonta? —preguntó Roger mientras veían caminar a Vita hacia el altar.
—Nada en especial, simplemente le di a Franco su regalo de bodas adelantado.
Roger negó con su cabeza observando como la joven Vitelo llegaba hasta el lado de Franco y ambos se ponían atentos ante el sacerdote que daba por iniciada la ceremonia, unos segundos después llegó Idara a su costado con un vestido diferente al que él le había prestado, por lo que le fue imposible no preguntar.
—¿Qué ocurrió?
—Manché el otro, Rubí me prestó este —susurró Idara pasando su mano por su pelo constantemente.
Roger volvió a girar para ver a Rubí quien ahora estaba abrazada a Biago a su lado mientras observaba la ceremonia, supo que fuera lo que hubiera provocado esa mujer no sería nada bueno y seguramente sería un enredo más en el lugar. Terminó por suspirar y resignarse a que pasara lo que tuviera que pasar.
*
Viterbo, Italia
30 de junio, 2006
Adriano subió las maletas al auto mientras que el chofer tomaba su lugar en el volante. Al cerrar el maletero vio bajar a Rubí las escalinatas de la casona con lentitud y curiosidad en sus ojos, la vio acercarse y solo hasta cuando estuvo a su lado se colocó en su postura de soldado.
—Descanse —susurró Rubí observándolo con tranquilidad.
—Señorita —habló Adriano en señal de esperar órdenes.
—¿Irás con nosotros? —preguntó de pronto observando el auto.
—Sí, Señorita, seré quien guiará el viaje, llevaré las agendas, iré como guardia y también como mano derecha del Señor Biago.
—¿Por qué me dices Señorita, Adriano? Fuimos compañeros de decina.
—Sí, pero ya no estamos al mismo rango, Señorita.
Rubí iba a protestar nuevamente cuando se volteó hacia la casona, ambos vieron como la familia Felivene salía por la puerta principal conversando tan tranquilamente con una sonrisa en el rostro. Vita acompañando a Franco quien reía junto a su hermano, y la Señora Fiore junto a Basilio abrazados observando a sus hijos.
Solo hasta cuando llegaron al final de las escalinatas es que Rubí logró divisar a Roger, detrás de los demás venía caminando con lentitud con las manos en los bolsillos, pero por más que quiso acercarse a él fue retenida por Biago quien la tomó desprevenida al abrazarla fuertemente.
—Ya está todo listo para partir, mi amor —escuchó el susurro en su oído, pero a pesar de que se estremeció ante la cercanía, se alejó con un poco de dificultad para observarlo atentamente.
—¿Por qué no irá Roger con nosotros? ¿Por qué va Adriano? —preguntó observándolo con detención.
—Roger estará acá como Consigliere, Rubí, no puede ir con nosotros —respondió tan tranquilo como siempre y sin dejar ir esa sonrisa.
Rubí intentó nuevamente acercarse a Roger, pero antes de que pudiera dar un paso la mano de Biago la retuvo, lo volvió a ver esta vez un tanto molesta, pero los ojos azules de aquel hombre y su sonrisa ensanchada la derritieron lo suficiente como para embobarse y olvidarse de sus quehaceres.
—Vamos, amor, o llegaremos tarde.
Rubí titubeó, pero comenzó a recibir el abrazo de todos los integrantes de la familia Felivene por lo que no pudo hacer nada más que ser llevada por la marea, justo antes de que prácticamente la obligaran a subir al auto logró cruzar su mirada con Roger quien con una seña le indicó su celular, no hubo más indicación puesto que Biago se subió junto a ella y el vehículo partió rumbo al aeropuerto.
*
Fortaleza de Sagres, Portugal
03 de Julio, 2006
"Me avisaron a última hora que no podría acompañarlos, intentaré enviarte la agenda de tus trabajos por algún medio en que nadie nos pueda interceptar. Trataré de que Idara también lo haga con la mayor cautela posible, y por favor, cuídate de Biago. —R."
Habían llegado hace un par de días a Portugal y aunque el mensaje había llegado al minuto en que le tocó partir no había sido capaz de eliminarlo solo por la última frase, Roger nunca decía cosas al azar, pero incluso sabiendo eso se sentía completamente contrariada ante la advertencia. Con Biago las cosas estaban estupendas, él se estaba comportando como un hombre que la elevaba hasta los cielos cada noche y no había momento en que su mirada demostrara algo más que amor, por lo que no entendía y por más que lo pensaba no lograba encontrar la respuesta.
Observó a Ojos Azules a su lado y lo encontró absorto mirando la ventanilla, le tomó la mano a través del asiento logrando obtener de inmediato su atención.
—¿Todo bien, amor? —preguntó Biago extendiendo una sonrisa.
Rubí solo pudo asentir, atrayéndolo para darle un suave beso para espantar inseguridades que no tenían ni un poco de sentido. Se sintió mucho más tranquila cuando sus labios acariciaron los de Biago, pero su corazón volvió a patinar cuando el auto en el que iban se detuvo finalmente.
—Hemos llegado, Señor y Señorita —anunció Adriano como chofer.
Rubí se separó lentamente de Biago para ver por la ventanilla, dio un largo suspiro y cerró los ojos al ver los imponentes muros que se extendían en medio del barranco. Habían llegado donde alguna vez había estado Blood Eyes.
—¿Estás bien? —preguntó Biago tomando su mano otra vez.
—Sí, vamos, necesito hacer esto.
Ambos se bajaron del auto mientras Adriano se alejaba para estacionar en un buen lugar. La Fortaleza de Sagre era un lugar turístico, por lo que se podía ver a algunas personas ir y venir, sacando fotos en el muro y algunas otras recorriendo el lugar. Cuando por fin se sintió segura, Rubí tomó la mano de Biago y comenzaron a caminar hasta cruzar el arco que extendía el gran muro de la fortaleza y solo entonces lograron divisar unas cuantas construcciones antiguas repartidas en el lugar.
Aunque Biago quiso observar con mayor detalle, en el momento en que Rubí dejó su mano solo pudo ir tras de ella. Se dirigieron a la muralla en donde se podían ver los extensos terrenos de rocas y unos cuantos arbustos, no era más que una pampa, pero al parecer aquello no era lo que interesaba. Rubí corrió hasta llegar al extremo opuesto del acantilado donde las rocas chocaban con el mar y se podía sentir la brisa de una forma inigualable.
—Había olvidado como se sentía estar aquí —susurró observando la inmensa extensión de agua.
—Debe ser difícil —comentó de pronto Biago a lo que Rubí notó que él estaba observando hacia abajo, la larga caída que podría lamentar cualquier persona que pisara en falso.
—¿Ves el círculo de más allá? —indicó Rubí hacia lo que parecía una extensión del lugar en forma de círculo, parecía tener un poco de hierba, pero se notaba que anteriormente había sido solo de cemento con diferentes divisiones como si fuera un pastel.
—¿Qué era? —preguntó Biago asintiendo.
—Ahí entrenábamos por las noches, quien salía del círculo obtenía un castigo que usualmente era la tortura "para hacerlos más fuerte". Al final del mes siempre se realizaba el examen final.
—¿También se hacía ahí?
—No, aquí —indicó la muralla en la que estaban afirmados observando el mar.
—No comprendo —vaciló Biago observando nuevamente hacia abajo.
—El examen final era un todo o nada, o ganabas o morías con la caída —indicó con una sonrisa tensa.
Biago la observó detenidamente notando que aunque parecía querer ser fuerte su cuerpo estaba temblando como nunca antes lo había visto, se acercó a ella lentamente para tomar su mano intentando sostenerla.
—Debiste haber tenido mucho miedo —susurró sin encontrar su mirada.
—Créeme, Ojos Azules, ahí abajo hubieron más cuerpos tirados por mi causa que cantidad de veces en las que temí caer.
Biago asintió, manteniéndose en silencio a su lado mientras Rubí observaba el horizonte, solo luego de unos minutos ella pareció volver de un largo recuerdo que la entristeció, sabía que no lo diría, pero su rostro y su cuerpo hablaban por sí solo.
—Ven, vamos a ver Blood Eyes.
Rubí tiró de Biago hasta una pequeña Iglesia en medio del lugar, pocas personas parecían interesadas en verla por lo que no les fue difícil escabullirse hasta adentro pasando los asientos negros hasta quedar frente al altar de la virgen.
—Esta es la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia —explicó Rubí. —Vaya a saber quién era esa mujer —comentó encogiéndose de hombros.
Observó hacia atrás notando que no había nadie y solo después de golpear el piso unas cuantas veces se acuclilló levantando una puerta bastante bien camuflada.
—Salta —le indicó a Biago, quien aun con duda siguió sus instrucciones dando un salto que lamentó al recordar su pierna cuando esta chocó contra el suelo.
Rubí llegó a su lado a los segundos, no parecía muy interesada en preguntar si él estaba bien, puesto que simplemente comenzó a avanzar por un largo pasillo poco iluminado.
En algún momento Rubí giró y cuando menos lo esperó comenzó a correr, desgastado Biago intentó alcanzarla, pero a mitad de camino se dio cuenta que la había perdido. Habían demasiados pasadizos y todos parecían iguales. Había puertas inmensas de metal y mientras más parecía adentrarse al lugar, la evidencia de hollín en las paredes era obvia, en algún punto cuando las puertas comenzaron a hacerse más frecuentes escuchó un grito de lamento de Rubí acompañado de sollozos desgarradores. Aun con el dolor intentó correr nuevamente siguiendo el llanto de su mujer. Corrió hasta encontrar un pasadizo con escaleras de madera lo que desentonaba completamente con todo el metal que había visto anteriormente, pero aunque quiso quedarse a observar, el nuevo llanto de Rubí lo hizo retomar su camino.
La encontró finalmente en medio de una oficina que parecía destruida, estaba abierta por todos lados, pero aún conservaba algunos estantes quemados, donde alguna vez habían existido paredes ahora se mostraba un hermoso panorama del mar llegando a la orilla de lo que parecía una playa escondida. Rubí estaba en el suelo llorando desoladamente, por lo que aun con dificultad se colocó a su lado abrazándola de inmediato.
—Lo destruyó todo —gimoteó entre sus brazos. —Ella lo destruyó todo.
El llanto parecía desmedido, pero aunque quería hacer demasiadas preguntas decidió mantenerse en silencio sosteniéndola, mientras Rubí se aferraba a las cenizas que rodeaban el lugar. Al costado de la oficina se podían ver vestigios de otras construcciones en el pasado, pero que ya no tenían existencia más que la imagen de rocas alzándose en el acantilado.
Solo tal vez luego de media hora Rubí comenzó a tranquilizarse mientras observaba el mar en el pecho de Biago. Parecía tan perdida que por más que su pierna dolía él decidió mantenerse ahí.
—Esta era la oficina de Mónica —comentó de pronto Rubí sin quitar su mirada del mar. —Detrás de ti estaba todo, nuestras habitaciones, nuestras pertenencias, los salones en que nos enseñaban más que luchas, idiomas, a como era el mundo afuera, la cafetería, ahí estaba todo... Y ahora... no hay nada...
Sus lágrimas volvieron con mayor fuerza mientras se aferraba al torso de Biago y aunque él intentó comprender lo que estaba sintiendo Rubí, sabía que jamás podría igualar ese sentimiento.
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—Ella debió colocar una bomba, de otra forma no podría haber arrasado con todo, hay cenizas por todos lados y lo único que no pudo eliminar fueron los cuartos de tortura, los hizo de tal forma que nada podría traspasarlos, de otra forma habría destruido la Fortaleza —comentó Rubí sentada al borde del acantilado.
—¿Por qué Meyer haría algo así? —preguntó Biago observándola con detalle.
—Deben haber dado con el lugar, seguramente el comando de la policía secreta debe haber descifrado el código que dejé.
—¿Que dejaste? —repitió extrañado.
—Yo destruí a Blood Eyes, Ojos Azules, por esa razón Mónica Meyer me torturó hasta el nivel de provocarme amnesia y luego me mantuvo encerrada por un año hasta que alguien me comprara.
Biago solo la observó asombrado e intrigado, ¿por qué alguien que había llorado tanto por el lugar había sido la gestora de su destrucción? No podía comprenderlo, pero aun así prefirió mantenerse en silencio esperando que Rubí volviera a hablar.
—¿Sabes que es lo peor de este lugar? —comentó de pronto. —Que fue creado para mejorar el mundo —exclamó con sarcasmo.
—¿A qué te refieres?
—El padre de Mónica creía que si hubiera alguien especializado lo suficientemente bueno como para escabullirse y matar al principal gestor de las guerras podrían prevenir cualquier desastre mundial. Blood Eyes fue creado bajo el contexto de la guerra fría, con la esperanza de que pudiéramos detener al próximo Hitler o al próximo Mussolini —rió, pero fue una risa tan distorsionada que no pudo acompañarla de otra forma más que volverla a abrazar sosteniéndola cuando su risa se convirtió nuevamente en llanto.
*
Sagres, Portugal
04 de Julio, 2006
Biago suspiró larga y cansadamente sentándose frente a la ventana del hotel en el que se hospedaban, observó la ciudad un tanto lejana y desocupada, Sagres no era una gran ciudad, sino más bien un simple pueblo a la orilla del mar en donde su gran atractivo era la fortaleza. Rubí le había explicado que todos en el lugar habían sido trabajadores para Blood Eyes, por lo que era imposible que alguien pudiera abrir la boca sobre lo que realmente escondía el pequeño pueblo.
Volvió a suspirar al pensar en Rubí, había llorado hasta más no poder, y cuando por fin había llegado a su cuarto tuvo que darle un calmante para que pudiera dormir. Eran las 3 de la mañana y aunque se sentía cansado y un tanto contrariado no había podido dormir, tenía un montón de ideas en su cabeza así como preguntas sobre lo que significaba Blood Eyes, pero sabía que aunque intentara preguntar a Rubí ella no hablaría más que lo estrictamente razonable.
De pronto en medio de la penumbra observó una sombra que lo alertó a levantarse con la copa en mano, caminó hacia un costado más alejado del cuarto en que descansaba Rubí y aunque buscó por cada extremo no logró encontrar nada, se mantuvo de pie observando hacia afuera a través de la ventana del otro extremo y solo cuando sintió un nuevo paso se giró a ver con precaución.
Se encontró de frente con un hombre que parecía ser un fantasma o una simple sombra, no tenía sentido la presencia de aquella persona, supuso por su contextura que era un hombre, pero quizás estaba alucinando, dejó de lado su copa de whisky para dar un paso y asegurarse de que estaba viendo bien y entonces lo notó... Se encontró con una boca que sonreía con malicia algo que parecía haber visto anteriormente.
—¿Tú eres el cuervo? —susurró conectando ideas.
Hacía solo unos días le había pedido a Adriano que encontrara a un asesino de Blood Eyes, no podía realmente haberlo encontrado tan rápido, ¿verdad? El hombre vestido con una capucha completamente negra dio un paso alzando la comisura de su boca, que era lo único que dejaba ver.
—Interesante —susurró. —Así me llaman mis amigos en el negocio, en cambio mis clientes suelen llamarme "La sombra". Ahora dígame usted, ¿cómo y por qué sabe de mí? —exigió dando pasos amenazantes.
Biago antes de sentirse intimidado sonrió. Había dado con quien había buscado por mucho tiempo y ni siquiera se había tenido que esforzar. Volvió por su copa y tomó un largo trago recobrando su fuerza al recordar su plan, sintiéndose lo suficientemente satisfecho como para saber que pronto podría iniciar con todo lo que tenía previsto al pie de la letra para su propia venganza.
—Alguien que conozco te recomendó por ese nombre.
—Claro —masculló con sarcasmo dando un nuevo paso. —Dígame para que me necesita o tendré que hacerme cargo de usted y de las cosas que sabe de mí.
Biago sonrió notando que con la luz de la ventana podía verse algunos rasgos del rostro de su interlocutor y se sintió un tanto decepcionado al ver que era un joven de no más edad que la de su hermano menor. Aun así, si aquel hombre podía igualar a Rubí en habilidades sería suficiente.
Dio un nuevo paso que el cuervo respondió llevando sus manos a su cinturón evidenciando dos armas a ambos lados. Biago solo pudo sonreír, había visto ese gesto tantas veces que ni siquiera se inmutó mientras avanzaba nuevamente para quedar frente a sus ojos. Se preguntó entonces cómo era posible que Rubí se hubiera enamorado de dos personas tan diferentes, claro si es que realmente alguna vez lo había amado de verdad, prefirió no pensar más allá, sabiendo de ante mano que ya no podía confiar en nada de lo que había a su alrededor. Prefirió concentrarse y cuando finalmente se acercó a una distancia que ninguno quiso retroceder desafiando el uno al otro, sentenció con seguridad.
—Necesito que asesines a alguien por mí.
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Génesis tipo:
Changsegi tipo:
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¡Hemos regresado! (no por mucho, pero haremos el esfuerzo)
Aún nos queda por escribir, pero no quería hacerlas espera más, así que hablemos capítulo y creo siendo humilde esta bastante decente, ah ¿Qué dicen ustedes?
Me disculpo por la ausencia, espero que aún quede gente por aquí, les debo galletas y amor, espero ue quien quede de mis fantasmitas me de un poquito de su presencia, estaré esperando ver sus reacciones🤭❤️
Les amo y nos estaremos leyendo pronto ❤️
Atentamente una bruja derretida.
Posdata de dato curioso
La fecha en que arrestaron a Bernardo Provenzano y el lugar es exacta.
La fortaleza de Sagres también existe (ver foto), al igual que la iglesia ahora que haya algo abajo yo no lo puedo asegurar, esperenme a que vaya y les confirmo😅.
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