Capítulo Cincuenta y cinco
Viterbo, Italia
20 de febrero, 2008
Reposicionar a la gente en Viterbo sería una larga travesía, recordaba antaño haber evaluado a todas las personas posibles de la organización, pero aun así hubieron muchos que la traicionaron y prefirieron irse donde el dinero sonara más.
Se preguntó entonces la forma en que las personas fueran más leales de lo que podría decir, pero hacía falta mucho más para que esa palabra no se quebrantara como era debido, estuvo toda la tarde y noche pensando en lo mismo, ya se estaba tardando demasiado en probar a la gente que Franco había colocado como caporegime y aún más a los nuevos reclutas que habían comenzado a llegar, pero no encontraba la forma en que aquella lealtad que decían tanto tener, perdurara en el tiempo.
—¿Qué crees que sea? —preguntó a Roger después de un largo silencio en que veían a los nuevos soldados disparar.
—Que tal vez sean unos inútiles y esta organización se caerá a pedazos —se burló Roger viendo como algunos soldados ni siquiera sabían tomar un arma.
—No, me refiero a lo que hace que te quedes y seas leal como un perro. ¿Cómo se logra que la gente sea parte y no se sienta aparte?
—¿Qué mierda con tu pregunta rara, Rubí? ¿Qué fumaste? —rió largamente, mientras Rubí lo observaba con detención.
Roger, Rubén en su momento, la gente de San Luca, Idara, incluso ella misma, habían sido perros alguna vez, pero que lentamente por voluntad propia habían decidido quedarse, estaba segura que había algo que los determinaba a quedarse y ser tan leales como si fueran realmente importantes en un lugar en el que parecieran no encajar. Estaba segura que ninguna de las personas que tenía en mente sería capaz de traicionar, porque estaba en su sistema y sus valores, pero ¿qué? ¿Qué era exactamente lo que hacía que eso no se quebrantara?
—Ser parte —escuchó de pronto a Roger.
—¿Ah?
—Sentirte parte de algo lo hace más importante que el solo hecho de cumplir órdenes —suspiró sacando un cigarro de sus bolsillos. —Si nos quedamos y somos leales es porque nos sentimos parte de esto. Mírate a ti misma, ¿no sientes acaso que encajas a la perfección con este mundo? Lo mismo sucede con todos aquellos perros que son leales y logran quedarse con nosotros cumpliendo órdenes y a la vez siendo fieles a la familia.
—Pero el cumplir órdenes y sentirse parte puede darse en cualquier familia que te dé dinero —reprochó Rubí quitándole el cigarro y rompiéndolo.
—Mh —Roger hizo una mueca y luego devolvió sus manos a sus bolsillos. —Es cierto, pero de nuevo, mírate tú, ¿qué es lo que te hizo quedarte en esta familia y no en otra? Y eso que has tenido la oportunidad de quedarte en San Luca con los calabreses, ¿por qué aquí Rubí?
—¿Por Biago?
—No —negó con cuidado y volvió a suspirar. —Se le llama pertenencia, ser miembro, afiliación, vinculo. Si todos estos imbéciles de aquí —señaló a los nuevos soldados aun en un intento por disparar—... tuviera al menos una cosa que los ligara a la familia, en donde dijeran esta es mi familia y son tan importante para mí como la madre que me parió, entonces se quedarían. Ser parte no es solo tener una meta en común, sino tener intereses, sentimientos, ideales y sensaciones que te dicen: es aquí y no hay nada que me pueda mover.
—Pero eso es muy complicado —rechistó Rubí.
—Es por eso que no se logra la lealtad por completo y solo con algunos pocos. Imagina la cantidad de soldados que tendríamos que atender más allá del dinero, no hay tiempo, ni espacio, ni interés de hacerlo.
—¿Y cómo se logra en San Luca entonces?
—Porque los calabreses tienen la ley de sangre, nadie entra si no es familiar, además es una organización más pequeña con un poder más grande y tú entraste solo porque te debían favores.
—Mh —fue el turno de Rubí de hacer una mueca, al parecer la respuesta estaba ahí mismo y no había forma en que lograra predecir las acciones de todos aquellos que se involucraban con la familia.
—Reitero, mírate tú y tu gente, ¿crees que alguna vez te traicionen? —Rubí observó detenidamente a Roger recordando a Iván quien en el pasado la había traicionado al permitir la muerte de toda la familia de Idara. Había sido una estúpida, pero lentamente se había comenzado a justificar por su falta de inexperiencia en ese entonces, mientras que en la actualidad nadie había sido capaz de traicionarla. —No ha habido nadie desde Iván que haya intentado pasar por alto tus órdenes.
Rubí miró a Roger un tanto asustada, si seguía de ese modo comenzaría a creer que ese hombre leía su mente, pero tratándose de él solo sonrió, no había nada que Roger no supiera de ella y sabía a la perfección que incluso si leyera su mente de verdad no sería capaz de traicionarla.
—¿Entonces qué? ¿Crees que mis métodos son efectivos para que las personas no nos traicionen?
—¿Cómo lo haces para que la gente te siga voluntariamente, Rubí? Eso nunca me lo has contado y estoy casi seguro que no amenazas como cualquiera creería.
—Solo ofrezco lo que cualquiera quisiera: estabilidad y una vida prospera.
—¿Existe algún soldado que no te conozca o con quien no hayas interactuado que este en tus filas?
—Ninguno —respondió tan segura y orgullosa de su trabajo como siempre. —Todos han pasado alguna vez por mí decisión. No se hace nada que yo no sepa.
—Eres una controladora —rió Roger. —Pero ahí tienes todos las características para que una organización no pierda el enfoque, sea fiel y jamás te traicionen —sentenció quitando sus manos de sus bolsillos para ir con los soldados.
—¡Espera, pero no me has dado la respuesta!
—¡Ya te la di, Rubí, solo piénsalo!
De mala gana Rubí se quedó quieta observándolo, intentando comprender la conversación que de un segundo a otro se volvió más complicada de lo que había esperado. Se cruzó de brazos cuando la respuesta no parecía encontrarla hasta que algo se le iluminó en su mente.
—¡Ya sé! —gritó llamando la atención y atrayendo la sonrisa de Roger.
*
Viterbo, Italia
15 de marzo, 2008
—Entonces... ¿pretendes que cambiemos a los caporegime? —cuestionó el antiguo Don observando a los 5 hombres que había traído Rubí.
Roger rió por detrás sin poder contenerse más, Franco observó a cada uno de los candidatos sin comprender cuál era el problema, Basilio elevó su ceja incrédulo y Biago simplemente tapó su rostro negando continuamente.
—Lo siento, jóvenes, creo que debemos hablar con su Jefa antes.
Basilio ordenó a todos entrar sentándose cada uno en la sala, dejando que Roger estallara en risas y Biago lo siguiera, terminando por contagiar a Franco quien aún no comprendía muy bien la situación.
—No entiendo de que ríen —masculló Rubí como una niña.
—No —sentenció Basilio, tomando el tabique de su nariz y negando categóricamente. —Simplemente no. Pensé que eras más inteligente, Rubí.
—Esos hombres son leales y de mi entera confianza, no entiendo cuál es el maldito problema.
—Son jóvenes, Rubí, son chicos inexpertos, que si los colocas en posiciones como las que buscamos se corromperán o peor ni siquiera sabrán manejarlo. ¡¿Qué diablos te sucede?! —terminó por exclamar.
—Yo no entiendo cuál es el problema —habló por fin Franco, observando a todos los presentes. —Esos chicos, ¿dónde los conseguiste, Rubí?
—Marcel es de Palermo, me siguió desde la primera vez que nos conocimos cuando fui a dar una ronda a Cosa Nostra, fue soldado de la casona Lo Piccolo.
—Espía —balbuceó Basilio.
—Elías —prosiguió Rubí enviando una mirada acusadora a Basilio—, es de San Luca, me acompañó en los entrenamientos en Calabria, ha sido un soldado muy leal y además sabe de administración puesto que ha sido de una familia que apoya a los Rossi desde antaño.
—Otro espía —carraspeó Basilio, haciendo rodar los ojos de Rubí.
—Samuel, Camilo y Leandro los conocí en mi viaje por toda Italia cuando anduve en busca de Adolfo, han sido luchadores y apostadores, manejaban diferentes empresas pequeñas en Nápoles, Milán y Venecia, algo que claramente no prosperaría más que para la familia. Cada uno de ellos tiene las habilidades necesarias para aprender un oficio, así como también para ser leales y no traicionar a la familia, me han seguido desde hace varios años, no estaría aquí presentando a cualquier imbécil. Sí, son jóvenes y quizás no los vejestorios como suelen frecuentar, pero vamos, esos mismos vejestorios han sido los que han traicionado a la familia no una sino dos veces —exclamó enfáticamente haciendo que todos pusieran atención seriamente. —¿Crees realmente que quisiera que esta familia se fuera abajo nuevamente? Estoy cansada de tener que salvarles el culo a todos ustedes por ser unos ineptos, crean en mí de una puta vez y acepten a esos idiotas de allá afuera que si llega a existir aunque sea un puto indicio de que nos traicionen, yo misma los descuartizaré y luego dejaré mi cargo a disposición.
Cuando terminó de hablar se tiró a un lado del sillón en el que estaba Biago, quien la abrazo y contuvo suavemente mientras ella respiraba agitada.
—¿Entonces qué dices, padre? —cuestionó Biago luego de unos minutos en que la tensión había bajado levemente.
—Un momento —exclamó Franco. —Se supone soy el Don aquí, ¿no? Soy quien debe decidir —indicó con seguridad.
—Algo sensato por fin —señaló Rubí cruzando los brazos.
—¿Por qué te reías? —preguntó Franco, señalando a Roger.
—Hace unos días tuve una conversación con Rubí acerca de la traición y la lealtad, solo... nunca pensé que traería a su propia gente para demostrar el punto.
—Ah, pero entendí el punto ¿no? —respondió Rubí sonriendo.
—Oh, claro que lo hiciste, cariño, claro que sí —rió nuevamente intentando buscar la compostura. —El punto, Señor, es que si me permiten opinar, Rubí conoce a cada uno de los soldados con los que ha trabajado y puedo dar por asegurado que cada uno de ellos tiene una lealtad real y voluntaria bajo esta muchacha. Nunca he entendido como una asesina puede generar más respeto que miedo, pero estoy seguro que esos hombres no traicionarían a Rubí.
—Y por ende, si no me traicionan, no los traicionarán a ustedes.
—El error anterior había sido la elección bajo la experiencia y creo que así como se ha ido demostrando no ha resultado bien, quizás el que les enseñemos directamente el proceso y además demos un voto de confianza a esta mujer podría darnos buenos frutos, claro, si ustedes consideran pertinente —terminó por decir Roger con solemnidad.
—Mmh... ¿Qué dices, Franco? —preguntó Basilio finalmente.
—Antes de que dieran el discurso yo ya estaba de acuerdo, confío más en Rubí que en mi propia gente, sé que lo harán bien.
—¡Yes! —exclamó la muchacha. —Les demostraré que no se equivocan.
Se levantó eufórica yendo hacia el patio nuevamente, seguramente con la intención de dar la buena noticia, mientras Biago y Franco sonreían abiertamente, Basilio negaba y Roger reía relajadamente.
—Alguien tiene que enseñarle un poco de protocolo a esa mujer, antes que reforme todo a su conveniencia o termine haciendo esto cada vez que se le ocurra algo —señaló Roger riendo.
—Para eso estas tú, querido amigo —señaló Biago palmeando su pierna.
—¿De qué hablas? —exclamó tan sorprendido que hasta olvidó el protocolo.
—Serás mano derecha oficial de Rubí, yo seré el consigliere de Franco y Biago tiene a Adriano, así que será tu deber cuidar de Rubí y enseñarle todo lo que debe —indicó Basilio con tranquilidad.
—Pero...
—Rubí es muy buena en lo que hace, pero aún necesita aprender mucho sobre la organización para que sea una buena Dama.
—Pero... ¿Estará usted bien con eso? —se dirigió a Biago esta vez intentando recobrar la compostura.
—Claro, fue una decisión unánime del nuestro consejo.
Roger no supo qué responder con exactitud, no sabía si estaba feliz o simplemente debía aceptar que tendría un largo trabajo que hacer, aun así estaba intentando procesar el hecho de que finalmente había sucedido lo que habían deseado con Rubí, que él oficialmente estuviera a su disposición.
Sí, definitivamente ya lo sabía, estaba feliz, sería leal toda su vida a la familia Felivene, pero el trabajo con Rubí era mil veces más interesante que solo vivir a través de los negocios de un pequeño círculo de la mafia italiana, Rubí era más y eso lo sabía de ante mano. Aunque no podía negar que la decisión tan repentina lo hizo desconfiar levemente.
*
Nápoles, Italia
20 de agosto, 2008
Rubí acercó la lupa al documento que tenía en sus manos, los códigos estaban tan bien ocultos que le estaba llevando demasiado tiempo el solo averiguar una palabra, sabía que además de eso tendría que perfeccionar su Alemán de otra forma no podría avanzar mucho, pero vamos, quién habla bien Alemán si no es nativo del país, supuso que esa era la razón por la que le habían encomendado a ese hombre aquella misión tan importante de acumular información, porque si de algo estaba segura es que ese hombre trabajaba para alguien, para quién, ese sería un dilema para averiguar después.
—¿Has logrado algo? —preguntó Stella sentándose a su lado mientras dejaba una taza de café para cada una.
—Nada muy elaborado la verdad —suspiró dejando el papel para tomar la taza de café. —Gracias —indicó bebiendo.
—¿Crees realmente que este sea un lugar seguro para cuidar de todo esto? —señaló metafóricamente el lugar y luego a los papeles sobre la mesa.
—Confío en que lo sea...
—La vez anterior dijiste que traerías a Biago, ¿qué ocurrió? —preguntó recordándolo.
—Intentaron matarme el mismo día, no me iba arriesgar a atraerlos hasta aquí si es que aún me vigilaban.
—Oh —musitó asombrada. —¡Cómo que intentaron matarte! ¡Rubí!, ¿por qué no habías dicho nada?! —exclamó saliendo de su estupor.
—Fue alguien de mi pasado, no tiene mucha importancia.
—¡Claro que la tiene! —se exaltó dándole un golpe en el brazo.
—Auh —se quejó riendo. —No te preocupes, ya la espanté, enviaron a la peor, así que no le daré muchas vueltas al asunto.
—¿Pero... si regresan y traen a alguien más especializado?
La pregunta hizo que Rubí suspendiera la taza de café a solo unos milímetros de su boca, la sola idea de que enviaran a Devan a matarla la hizo temblar, por lo que devolvió la taza a su lugar y observó a Stella con terror, esperaba y realmente rezaba porque aquello ni siquiera fuera una posibilidad.
—¿Dónde están tus hijos? —preguntó intentando cambiar de tema
—En la escuela —respondió simplemente. —Los traerá el chofer en unas horas así que no tendré que preocuparme de dejar esto a la mitad por ir a buscarlos —señaló los papeles nuevamente.
—Entiendo —asintió Rubí pensativa. —Nunca me has contado como es que los tuviste. Si eres... —la señaló. —¿Cómo es que...?
—A veces eres tan lenta para cosas tan simples, Rubí —rió divertida.
—¿Entonces? —inquirió alzando una ceja.
—Estuve enamorada de una mujer antes de conocer a Flavio —inició acomodándose en su silla para observar el techo de la habitación. —Tuvimos un bonito romance, ella era bellísima así que valía la pena intentarlo, solo que bueno...
—Fue en una de tus trabajos encubierto —señaló Rubí.
—Exactamente, era la hija de un traficante de armas, en ese tiempo estaba trabajando para la policía italiana, así que le dieron el indulto y pudimos vivir unos años felices lejos de su familia arrestada, ahí nacieron mis pequeños...
—¿Y luego?
—Luego me traicionaron —masculló con dolor bajando su mirada hacia el suelo otra vez. —No volví a confiar en la justicia desde ese entonces, la mataron sin justificativo, sin decirme un porqué, fue una redada, desconfiaban de mí o de ella, no lo sé, pero todo fue un caos y ella una víctima...
—Lo siento mucho —susurró Rubí sin saber qué decir realmente.
—Si bueno, pero me dejó dos regalos hermosos, además luego de eso al entrar al bajo mundo y dejar completamente la legalidad pude conocer a Flavio...
—Aunque eso no acabó tan bien tampoco —murmuró observando hacia otro lado.
—No eres buena para dar consuelo, ¿cierto? —cuestionó haciéndola reír.
—Lo siento —ambas rieron intentando pasar el trago amargo del pasado al mismo tiempo que en el piso de abajo se escuchaba la voz de unos niños de ocho años gritando "papá". —Al parecer llegaron tus pequeños demonios —señaló Rubí aun divertida.
—Ya te quiero ver cuando tengas los propios a ver qué demonios te tocan a ti.
Stella sonrió levantándose para salir de la biblioteca e ir por ellos mientras Rubí solo pudo quedarse con una pequeña nostalgia en su pecho, no era la primera vez que alguien lo señalaba como si tan solo pudiera, de hecho Basilio ya lo había pedido tras la boda, simplemente no tenía el valor para decir en voz alta aquello con lo que no podría cumplir jamás.
*
Nápoles, Italia
14 de septiembre, 2008
Había llegado hace tan solo dos horas a Nápoles, tenía la extraña idea de que quizás no funcionaría el plan, después de todo se suponía iba a trabajar no de vacaciones, pero al ver la mansión que había obtenido Rubí se dio cuenta de inmediato que ella no había ido a jugar por nada del mundo a Italia.
No estaba muy seguro como había obtenido tanta seguridad, mucho menos soldados, pero tenía la pequeña sospecha que desde un inicio ella había comenzado un plan de revolución dentro del país, puesto que muchos de los que resguardaban el lugar habían sido parte alguna vez de sus cuadrillas. Prefirió no pensar mucho en ello, mucho menos en la ama de llaves de la casona, la que claramente no era mujer, pero le gustaba que la llamaran Stella, una situación bastante extraña a decir verdad.
Fue ubicado en una habitación amplia, con una cama enorme y todo lo que pudiera pedir estaba a su disposición, no estaba muy seguro si lo merecía, pero sabía que lo disfrutaría si era cortesía de su mano militar. Después de todo, siendo ella dueña de todo aquello, ¿qué podría salir mal? Confiaba más en Rubí que en su propia sombra y eso ya era demasiado decir.
Se acomodó, guardó un poco de su ropa y se dispuso a bajar para comer, cuando llegó a la entrada dispuesto a caminar hacia la cocina las puertas se abrieron y lo único que pudo ver era la hermosa mujer de cabello corto que se presentaba ante él.
Estaba hermosa, los años no habían pasado para ella y definitivamente su corazón se volvió a sentir como la primera vez, latía de una forma loca, su respiración se volvió irregular, sus ojos se dilataron y todo por ella, por una sola chica que lo volvía loco.
Idara soltó las maletas incluso antes de que pudiera darse cuenta ya estaba corriendo para ir contra él, Franco la recibió con alegría y un suave te amo mientras la sostenía como si fuera solo un sueño, había pasado demasiado tiempo en el que habían estado separados, era tan necesario ese contacto, ese pequeño gesto, que necesitaba hacerlo durar lo máximo posible.
—Te extrañé tanto, mi vida —susurró soltándola un poco.
—No sabes cuánto te he extrañado yo —respondió Idara tomando su rostro y dándole un suave beso.
Subieron tomados de la mano, olvidando por completo las maletas y lo que había alrededor, conversaron sobre los días en que no habían estado juntos y algunos asuntos más allá de su romance, conversaron de todo y de nada, se rieron a más no poder y cuando finalmente las caricias se tornaron más intensas, la habitación en la que se encontraban se llenó de suspiros, gemidos y exhalaciones de pasión que disfrutaron hasta el último minuto del día y más.
*
Nápoles, Italia
14 de septiembre, 2008
—¿No crees que llevan demasiado tiempo esos dos en el cuarto? —cuestionó Roger cruzándose de brazos.
—Déjalos, es su reencuentro, además no es como si estuviéramos muy apresurados con todo esto.
—Bueno, guapo, ¿acaso tú no tienes novia con quien ir a divertirte? —comentó sugerente Stella haciendo que Roger alzara una ceja.
—Soy heterosexual, gracias.
—Aburrido —bufó, Stella haciendo reír a Rubí.
—Bien, tranquilos. Necesitamos organizar este asunto si es que queremos continuar con todo —señaló la mesa llena de papeles escritos en idiomas aleatorios.
—Esto nos llevará toda la noche —suspiró Roger. —Ahora si envidio a Franco —miró hacia el techo y se acercó a la mesa. —Bien, ¿por dónde comenzamos?
—Esto —le entregó Stella una capeta. —Si estuviste en el Congo debes saber algo de francés, puedes ayudarnos codificando esto.
*
Viterbo, Italia
29 de noviembre, 2009
Rubí caminó desde la cocina por los pasillos de la casona Felivene mientras comía una manzana, por alguna extraña razón se sentía lo suficientemente a gusto como para darse un paseo y luego terminar cayendo en la sala de la Señora Fiore quien seguramente tendría algo nuevo para contar. Biago llegaría en la noche tras un largo viaje de negociación al que extrañamente ella no podía ir, recordó haber discutido bastante por esa decisión, pero finalmente todo su quehacer en Italia le hizo recordar el beneficio de quedarse, intentó concentrarse en la mejor parte de aquel viaje y era que ya había acabado y su amado esposo ya volvería a sus brazos.
Llegó hasta la sala de estar de la Señora Fiore a quien la encontró cómodamente hojeando un álbum de fotos, se acercó animadamente sentándose a su lado mientras terminaba de comer la manzana, le dio un beso en la mejilla y la abrazó fuertemente para ver las fotos con ella. Luego de la boda habían logrado entablar una relación mucho más cercana, en donde Rubí se podía sentir libre de comportarse como una pequeña hija disfrutando de su madre.
—Ve, este era Biago a sus 2 años —le indicó una foto en la que se mostraba un pequeño niño desnudo corriendo por una casa. —En Palermo las cosas estaban complicadas, pero en casa era nuestro santuario de juego.
Siguieron observando el álbum de fotos comentando cada una, riendo con algunas anécdotas hasta que dieron con la última, de un momento a otro la Señora Fiore se calló de golpe apretando su boca en un rictus y tensando todo su cuerpo.
—¿Qué sucede? —preguntó Rubí, observando la vieja foto en la que se veía a una joven Señora Fiore abrazada de dos chicos, un joven Basilio y otro hombre al cual no reconocía de nada. —¿Señora Fiore, se encuentra bien?
Observó su rostro encontrando la evidente tristeza y pequeñas lágrimas cayendo con lentitud de sus ojos. Era claro que no se encontraba bien, prefirió guardar silencio abrazándola con fuerza para que sintiera su compañía.
—Él es Bruno —mencionó de pronto la Señora Fiore acariciando la foto en donde se veía el joven a su lado izquierdo. —Mi primer amor.
—Creí que... su único amor había sido Basilio —susurró Rubí reincorporándose y tomando la foto que le extendía.
—No —negó observando la foto en las manos de Rubí. —Él fue mi mundo cuando adolescente —limpió sus lágrimas y se reacomodó en el sillón para sonreírle.
De pronto una mujer jovial se presentó ante Rubí, una versión de la Señora Fiore que parecía llevada al pasado mientras contaba historias románticas de un hombre del cual no conocía de nada. Era evidente que ese amor no se había perdido y la Señora Fiore aún conservaba los recuerdos de su primer amor, relató su primer beso, su primera cita y hasta su primera salida de noche que no terminó en nada más que torpeza, rió como una adolescente, sonrió enamorada y solo hasta que la historia comenzó a terminar Rubí se dio cuenta del verdadero detalle.
—Nos íbamos a casar en México, sería el escape perfecto, él había arreglado todo para que nos fuéramos esa tarde en barco, yo había arreglado mis cosas y hasta me había despedido de mi familia sin que lo notaran, solo esperando a que la hora llegara y nuestra señal me dijera que era el momento.
—¿Qué sucedió? —preguntó Rubí.
—Él no llegó a la hora en el lugar acordado... Llegó Basilio...
—¿Basilio? —repitió Rubí un tanto desconcertada intentando unir historias, puesto que en todo lo que le había contado la Señora Fiore, Basilio no había sido nombrado.
—Sí, éramos amigos desde la infancia los 3, él sabía de todo nuestro plan —las cejas de Rubí se alzaron perspicaz, pero prefirió no hacer comentario alguno. —Llegó al lugar desesperado gritando para que lo acompañara, algo horrible había sucedido. La guerra entre clanes había iniciado hacía 10 años, no habían sido más que amenazas y algunos atentados pequeños entre familias, pero aun así existían. Bruno era aliado de una familia menor, sin mucha riqueza ni poder, pero del bando equivocado...
—¿Qué sucedió? —reiteró Rubí esta vez un poco más interesada.
—Hubo un accidente, dos motos atacaron el auto en que él iba lo que provocó que perdiera el control y cayera por un barranco. No logré ver su cadáver, puesto que cuando llegué al lugar del accidente ya se lo habían llevado. Intenté acercarme a su familia el día en que lo velaron y también cuando lo sepultaron, pero nada, no me dejaron, su familia me echó la culpa de todo y tenían razón, lo que más he lamentado todo este tiempo ha sido no haber podido despedirme...
De pronto la Señora Fiore rompió en llanto, a lo que Rubí solo atinó a abrazarla y consolarla mientras seguía observando la foto de unos adolescentes, se preguntó si toda la historia sería verdad, después de todo estaba en Italia y conocía de primera mano que cada muerte tenía más de un motivo, sabía muy bien a quien preguntar, por lo que estaba segura ese día se entretendría más de la cuenta.
*
—Sabes... hoy estuve conversando con Doña Fiore —Rubí entró estrepitosamente a la oficina de Basilio por el costado izquierdo a través de una de las puertas secretas.
—Interesante, pero eso lo haces todos los días, muchachita —comentó Basilio sin tomarle verdadera atención mientras redactaba unos documentos.
—Pues resulta que nos encontramos una foto en la que te ves bastante diferente, menos barriga, menos bigote y menos canas.
La descripción hizo que de inmediato levantara la cabeza buscando a lo que se refería, la encontró observando una foto antigua a la cual por impulso se levantó para alcanzarla y quitársela de las manos, luego de varias vueltas, unas cuantas risas y parloteos extraños logró arrebatarle la foto a Rubí volviendo a su asiento para observarla con atención.
—Doña Fiore me habló de él —indicó al costado izquierdo de la foto. —Bruno Giordano —nombró con diversión.
—Elimina esa foto, es un recuerdo estúpido —masculló Basilio tirando la foto a un lado del escritorio.
—No, claro que no, es un recuerdo bello para la Señora Fiore, ahora mi pregunta para ti es la siguiente...
—No estoy para juegos, tengo mucho trabajo que hacer, Rubí, puedes retirarte por donde viniste —indicó agachando su cabeza para releer sus papeles.
—No, Basilio, ¿qué no te das cuenta? —golpeó Rubí el escritorio con diversión. —¡Esto es oro puro!
—Vete, Rubí.
—¿Qué tan mal actuaste en el pasado que ni siquiera quieres mencionar el tema?
Basilio levantó la cabeza de golpe, de pronto tan furioso que no podía realmente reconocerse, pero al ver a la muchacha en frente no pudo más que negar.
—Vete —masculló entre dientes.
—Por lo menos sacia mi curiosidad y dime si está verdaderamente muerto.
Se mantuvieron la mirada atentamente por largos segundos en que Rubí parecía extasiada y Basilio solo podía rechinar los dientes intentando contenerse, pero justo antes de que pudiera responder la puerta se abrió de golpe anunciando la llegada de quien tanto había esperado.
—¡Il mio rubino! —exclamó Biago haciendo que Rubí se volteara en un segundo y corriera hasta sus brazos. —Te busqué por todo la casa, cielos que mujer más difícil de encontrar.
—¡Regresaste, regresaste, regresaste! —exclamó Rubí entre los brazos de Biago mientras era alzada y besada.
—Vamos, tengo mucho que contarte —susurró en su oído separándose un poco para saludar a su padre cordialmente. —Luego vengo a charlar largo contigo, papá —sonrió Biago llevándose a Rubí de la mano.
Biago definitivamente no sabía cuan agradecido estaba Basilio en ese momento, pero estaba claro que el antiguo Don de la familia no emitiría ninguno comentario al respeto, intentando dejar pasar la conversación como si no hubiera existido jamás.
*
Viterbo, Italia
27 de diciembre, 2008
Se despertó a media noche mientras la luna iluminaba el cuerpo desnudo de Rubí, la pequeña mujer de aspecto delicado dormía plácidamente enredada en las sábanas blancas que poco lograban cubrir, mientras él sintió de pronto una extraña necesidad de romper todo. Ella estaba ahí tan tranquila, tan feliz que lo desesperaba y lo agobiaba a cada minuto. Su odio crecía día a día y sabía que en algún momento terminaría por hacerle daño.
Tomó un florero de la habitación y lo levantó en alto, estaba dispuesto a hacerlo chocar contra la cabeza de aquella mujer, pero lo sabía... No podía. Lo bajó y a cambió caminó hasta el lado opuesto de la habitación buscando un arma, consiguió un revolver y una cuchilla, acercó la cuchilla al cuello de Rubí al mismo tiempo que esta se volteaba y le daba la espalda, alcanzó a retirarla antes de que el movimiento generara daño por sí solo. Se alejó un poco asustado y para luego apuntar el revolver en su nuca. Estaba ahí a un centímetro de apretar el gatillo... pero Rubí se volteó justo a tiempo para encontrarse con los ojos asustados de Biago, quien había escondido las armas lo más rápido que pudo, no podía, simplemente no podía.
—¿Qué sucede, amor? —preguntó Rubí suavemente, a lo que Biago solo respondió subiendo a la cama con ella para abrazarla fuertemente.
—Nada, mi amor, nada —susurró besando su frente una y otra vez, abrazándola tan fuerte como podía, impregnándose de su olor y todas aquellas sensaciones gratas que le provocaba su cuerpo caliente a su lado. —Te amo, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé, porque yo te amo igual.
Intentó cerrar los ojos cuando la respiración de Rubí se reguló indicando que ya estaba durmiendo, pero incluso por más que lo intentó no pudo, así como tampoco pudo dejar de aferrarse a ella por unos minutos. No podía, no podía matarla y esa sería su peor condena.
****
Ay señor, Biago, que te está pasando, mi amor, no seas así.
Bueno señoras y señores, aquí tenemos el capítulo 55, ¿qué les pareció? ¿Qué opinan? Iba todo bien encuentro yo hasta ese final de capítulo con Biago, ay señor, ¿Rubí lo habrá notado? ¿Se hará la desentendida? Ay no lo sé. Todo lo sabremos el próximo capítulo, por este mismo canal.
¡Esperenlo con ansías!
Se les ama, se les quiere.
Atentamente una campesina.
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