ESPECIAL
"Dicen que la vida puede llegar a pasar en un parpadeo, y que las personas debemos aprovechar cada segundo porque no podrás recuperar el tiempo perdido y, hasta el momento, no he encontrado una frase que me llene más de ansiedad que esa."
Aún le era increíble cómo uno puede pensar en la vida como algo seguro. Crear tu futuro hasta visualizar un trabajo, una casa linda y una persona con quien pasar el resto de tus días, pero todo eso podía esfumarse en un momento, porque, así como la vida llegaba de pronto, la muerte tampoco solía avisar.
Sé productivo, aprovecha el tiempo, la energía y la motivación. Disfruta de cada instante, como si fuera el último, y arriésgate por una vida mejor, porque la vida no da segundas oportunidades, pero sentía que él era una excepción.
Había pasado tanto tiempo de su vida sintiendo pena por él mismo, alejándose de las personas y haciendo el papel de víctima en cada oportunidad, odiando ciertas cosas de su vida, pero siendo un cobarde para intentar salir de la rutina.
Solía culpar a su madre de sus desgracias, por dedicarse a ese trabajo, por heredarle ese don que él veía más como una maldición. Los niños se burlaban de él y, cuando creció, la burla dio paso al rechazo. Nadie quería estar cerca de un "mira muertos" y, poco a poco, esa amargura lo llevó a una vida infeliz. Ignorando a vivos y a muertos, deseando incluso acabar con ello, aunque siendo muy cobarde para intentarlo... Al menos hasta ese día.
Matryoshka.
Un antes y un después en su vida; su muerte y su nacimiento.
Nunca pensó que, para aprender a valorar más lo que tenía, iba a pasar por todo eso. Solía ser un chico tranquilo con pocas ganas de vivir, hasta que, un día, se atrevió a hablar con un extraño, pero no cualquiera.
El chico que recién había desaparecido, al que todos tenían esperanzas de encontrar pronto, pero ahora podía verlo frente a él, mirando su homenaje en la escuela tras días de ausencia.
Un breve intercambio de palabras que dio inicio a una historia que, de no ser porque el amigo del desaparecido había sido otro testigo, seguro pocos le habrían creído.
Un lugar donde la gente iba a pasar el rato entre tragos y baile, un lugar que escondía entre sus muros las historias que sus empleados habían tenido que dejar atrás para sobrevivir; unas historias llamadas vidas.
Entrar ahí era el fin para muchos. Eran varias mentes las que se cuestionaban si, el haber terminado como mozos o doncellas, había sido mejor que acabar en una fría mesa, con una abertura del pecho al estómago, pálido y sin respirar nunca más, pero siendo libre.
Aprendió, en ese tiempo, que estar vivo no significa realmente vivir, que había gente esforzándose por seguir saliendo adelante, y otros que luchaban por no quitarse la vida. Ambas sonaban crueles.
Conoció a personas cuya infancia fue arrebatada para dedicarse a hacer felices a todos menos a ellos mismos, también a personas que se habían resignado, porque nadie los buscaba; otros que harían todo por amor, y otros cuantos que, al final, habían hecho lo correcto, aunque eso significaba dejar a la única familia que habían conocido.
También conoció lo que era ser consciente de tu existencia a base de los latidos del corazón. Momentos donde, si no hubiese sido por eso, no creería que estaba vivo. Al menos por un tiempo, una vida, un pestañeo.
— Edad: ochenta y seis años. Muerte natural. Mete el archivo en Choi.
— Espera, ¿ese Choi? — el hombre dejó de tomar fotos para mirar a su compañero frente a él.
— Sí, ¿pasa algo?
— ¿No es el hombre que trabajaba como médium, en la vieja casa del lado sur?
El hombre pareció pensarlo un poco antes de asentir, aún con duda.
— Creo que es él, el tipo que siguió con el negocio familiar, já. ¿En serio la gente iba por algo como eso? ¿Aún hay quién lo cree?
— Cuando era más joven, escuché un par de veces que la madre, la médium Choi, era muy buena, pero nunca escuché algo tan interesante de su hijo. Solo que seguía trabajando en ello.
— Yo no creo en ese tipo de cosas, pero es respetable. Cada quién decide cómo derrochar su dinero.
Su compañero soltó una breve risa, antes de continuar con su trabajo.
La noticia había corrido. El hombre adulto fue encontrado en su cama y, con ello, el negocio Choi había terminado pues, aunque sus hermanos habían tenido hijos, ninguno nació con ese don; todos creían que, si él hubiese tenido uno, seguro habría resultado igual a él.
Pero fue exactamente por eso que decidió no tener un hijo, porque sabía todo lo que conlleva un don así. Además, aunque había tenido romances ocasionales, todos terminaban igual, sin un compromiso serio porque el chico decía que, de hecho, ya estaba comprometido.
Fue de ese modo que decidió vivir dedicado a su trabajo y a su crecimiento personal. Era muy común verlo estudiando o aprendiendo otras cosas de las personas que vivían cerca suyo, desde carpintería, cocina, escritura, dibujo. La gente solía decir que él era un poco de todos los que vivían en su vecindario, por lo que verlo les recordaba a unas cuantas personas que, con el tiempo, habían dejado de vivir.
Algunos se habían preguntado, ¿por qué una persona se esforzaría tanto? Parecía que siempre estaba buscando aprender más, incluso llegando a exigirse diferentes actividades en un mismo día; pocas veces se le veía descansar en su cómoda silla de su balcón, solo observando a la gente o las nubes.
Lo que nadie sabía es que él buscaba conocer mucho, para tener algo de qué hablar cuando se reencontrará con su amor. Solía pensar que debía tener muchos temas, porque, luego de hacerlo esperar tanto tiempo, sería grosero no contarle sobre las cosas maravillosas que traía consigo la vida.
Y ahí, mirando su cuerpo desde una esquina de la habitación, no podía concebir la idea de que ese hombre, arrugado por los años, canoso y pálido, era él, porque no podía reconocerse. Cuando miraba su propio cuerpo transparente, solo podía ver unas manos jóvenes y esos pantalones holgados que tanto le gustaban por comodidad, aunque su madre siempre le decía que parecía que usaba el pantalón de un hombre adulto.
Poco a poco, empezó a volverse más irreconocible. Claro que era él, porque acababa de morir, ¿o no? Su último recuerdo era estar descansando en una suave cama, cuando recordaba la escena, su rostro hacía una mueca. Recordaba un olor extraño, un olor a viejo, pero, al mismo tiempo, a calidez. Aunque, la pregunta más importante es, ¿quién era el hombre que descansaba sobre la mesa de metal? Lucía tan mayor mientras dos hombres trataban su cuerpo.
— Se vuelve difícil cuando lo vives, ¿no?
Giró hacia donde provenía la voz, encontrándose con otro chico de cabello corto y negro, quien le sonreía con amabilidad.
— ¿Quién eres?
— Soy la muerte, he venido para llevarte finalmente a descansar — respondió, riendo ante la expresión de asombro del otro. — Mentira, pero tengo un amigo que disfrutaba al decir eso.
— ¿Ya no lo hace? — preguntó el joven, mirando con curiosidad la expresión del chico que, poco a poco, se relajaba.
— Está un poco ocupado, ¿sabes? Hasta hace un tiempo, él solía recorrer el universo entero, como un pequeño astronauta en busca de aventuras, pero, por alguna razón, una maravillosa excepción divina le permitió acercarse lo suficiente al mundo prometido, donde ahora descansa un rato de su vida agitada.
— Eso suena hermoso — murmuró, viendo atento como los hombres guardaban el cuerpo del adulto, antes de abandonar la habitación.
— ¿Te sientes curioso al respecto?
— Siento que lo conozco, pero no recuerdo de dónde. Incluso a ti, siento que te he visto antes, pero no recuerdo ni mi nombre en este momento, y eso me preocupa un poco.
— Es bastante normal las primeras horas — dijo el chico con más calma mientras caminaba por la habitación para apreciar cada detalle. — Tus memorias son un caos, unos dicen que es el shock. Yo desperté en un callejón, sin recordar mucho, hasta que, finalmente, me hice la idea.
— ¿Pasa pronto?
El contrario se detuvo, hizo una mueca, fingiendo pensar mucho en la respuesta antes de asentir, con aparente frustración.
— Lo es, pero, de cualquier forma, no nos quedaremos aquí.
— ¿Por qué? ¿Hicimos algo malo? — preguntó con preocupación.
— No, pero aquí es aburrido. Además, tenemos mucho con qué ponernos al día — dijo, esbozando nuevamente una sonrisa mientras estiraba su mano para que el menor la tome.
Este se mostró un poco dudoso al inicio, pero algo le hacía sentir que podía confiar, que, de hecho, debía hacerlo; más que un querer, se percibía como una necesidad. Entonces, dió un pequeño salto mientras tomaba la mano del chico con aparente sorpresa.
— Siento algo raro — dijo de pronto, llevando su mano libre hacia su pecho. — Algo aquí.
YeonJun sonrió. — Son tus latidos.
Y, sin decir más, poco a poco, ambas personas fueron brillando, llenando la habitación de su luz, una que fue disminuyendo hasta ser algo parecido a dos pequeñas esferas brillantes, que ascendieron sin mirar atrás, con la completa seguridad de que no dejaban nada ahí, porque todo lo que necesitaban ya estaba con ellos.
Abrió poco a poco sus ojos, arrugando su entrecejo cuando intentó abrirlos, pero la luz que se filtraba por la cortina complicaba su tarea.
Frotó un poco con sus puños sus párpados antes de bostezar, entonces se estiró. Sus brazos pasaron junto a su cabeza, hasta que sus palmas tocaron la pared; los dedos de sus pies se contrajeron un poco antes de ceder al estiramiento, y fue cuando finalmente sonrió satisfecho.
Adoraba las vacaciones. Poder levantarse tarde y ser uno con las sábanas hasta cansarse de ellas. Pero, ese día en particular, se había levantado con mayor entusiasmo para poder salir, pues empezaba la preventa de un disco que quería y que, en caso de asistir a la tienda física, podrías obtener un póster, y SooBin tenía suerte de que estuviera tan cerca de su casa.
Desayunó, se dió una ducha y, tras ponerse algo cómodo, bajó corriendo hacia la sala para tomar sus llaves.
— Te dije que no me gusta que corras por las escaleras — dijo su mamá en cuanto lo vió bajar.
Aunque su expresión parecía de molestia, terminó sonriendo mientras continuaba acariciando su vientre de ocho meses de embarazo. Se sentía tan agotada con tan solo levantarse, que se acostumbró a hacer muchas cosas sentada; así había aprendido a tejer, pero, tres líneas después, el gorrito en proceso acabó dentro de la bolsa del estambre en el suelo.
— Pensé que querías distraerte con ello.
— Quiero, pero TaeHyunnie está pateando mucho, parece inquieto por salir — se quejó la mujer con un involuntario puchero, mientras se estiraba para tomar una manzana del frutero en la pequeña mesa del centro —. ¿Vas a ir por tu disco?
SooBin solo respondió elevando su pulgar, mientras se acercaba a dejar un beso sobre la cabeza de su madre.
— No tardaré. Cuando regrese, podría masajear tus pies.
— Ah, un hijo me cansa, pero el otro me cuida.
La mujer rio con suavidad antes de empezar a comer su fruta, entonces SooBin salió. Apenas eran tres calles caminando, así que se dispuso a disfrutar de ir a su propio ritmo. Tenía la suerte de estar cerca y que no fuese una tienda muy conocida, pues así no tenía miedo de que se agotara; además, la gente ya casi no iba a tiendas por discos físicos.
SooBin tenía dieciocho años, y una gran energía para hacer las cosas. Le gustaba distraerse con todo un poco, pero, sin duda, la música era su gran escape y apreciaba cada disco como su todo, aunque muchos ya no lo hicieran.
Su madre solía consentirlo mucho y SooBin siempre se había sentido bien solo, hasta que le dijo que estaba embarazada, cosa que se le hizo lo más hermoso del mundo y, por primera vez, pensó que estar solo era un poco aburrido. Así que estaba aprendiendo, en sus tiempos libres, sobre cuidado de bebés y de mujeres embarazadas pues, al ser solo ellos dos, sentía la necesidad de cuidarla.
Su padre había muerto cuando su madre tenía seis meses de embarazo, el cáncer había cobrado otra vida, pero la mujer solía decirle que era el hombre más amoroso que podría conocer.
Tal como pensó, la tienda estaba prácticamente vacía. Era la ventaja de vivir en un sitio un poco retirado, donde la mayoría de los vecinos eran personas ya grandes, que no eran obstáculo con los grupos que escuchaba; de lo contrario, tendría que formarse como otras personas lo hacían.
— SooBin, llegaste temprano — el hombre, que acomodaba los discos, habló en cuanto el chico ingresó a la tienda.
— Tengo una misión.
Se limitó a responder, mientras avanzaba en pequeños saltos a ritmo de la canción, que sonaba en ese momento en la tienda. Se sentía con la completa libertad de moverse, disfrutando de Mr. Blue Sky, solo sintiendo el ritmo recorrer su cuerpo y la libertad en cada paso hasta que, para sorpresa suya en su rutina, chocó con alguien.
Ambos cayeron al suelo a lado contrario de donde se dirigían, SooBin cayó de costado sobre sus piernas, consiguiendo mantenerse sentado, mientras la otra persona caía sentado, alcanzando a poner sus manos en el suelo. Ambos soltaron un pequeño quejido antes de verse uno al otro y, tras efímeros segundos, no pudieron evitar reír por la vergüenza.
— Lo siento, no estaba mirando — dijo SooBin.
— Está bien, no puedo molestarme con alguien que disfruta esa canción — respondió el otro chico, poniéndose de pie para poder ayudar a SooBin, extendiendo su mano. — Espero no haberte lastimado.
El menor negó mientras se ponía de pie con ayuda del contrario.
— Pensé que jamás se conocerían — habló el encargado mientras llevaba unas cajas hacia otra área. — Son mis únicos dos clientes frecuentes, pero uno viene los lunes y el otro los viernes.
— SooBin, un gusto — habló el más joven, aprovechando que aún tomaba la mano impropia para empezar a moverlas en un saludo.
— YeonJun — respondió el mayor, correspondiendo al saludo antes de soltarlo. — Qué gracioso. Uno viene el lunes y otro el viernes, pero estamos aquí, un miércoles.
— ¡Ah! Casi olvidaba mi misión.
SooBin buscó con la mirada el estante con discos, sonriendo cuando visualizó el decorado de promoción, el cual señaló y YeonJun entendió, abriendo un poco su boca mientras asentía.
— ¿Rosenfeld? — preguntó, elevando un poco su ceja izquierda mientras miraba al más joven tomar el disco. — Luces muy pequeño para eso.
— Licis miy piquiñi piri isi. ¿No es de mala educación juzgar cuando no conoces a alguien?
— Cierto, mi error — aceptó con una sonrisa, mientras llevaba su índice hacia su mentón, buscando con la mirada entre unos estantes. — ¡Ajá!
Dio unos pasos hacia una sección mientras SooBin tomaba uno de los tubos de póster de pre venta, sin darle mucha importancia, hasta que sintió como tocaban su hombro, notando que YeonJun le entregaba otro disco.
— Si te gusta Rosenfeld, te gustará Chase Atlantic.
Tomó casi por inercia el disco, mirando la portada negra con una rosa, sonriendo, pues rara vez podía compartir música; era una experiencia nueva.
Pero, antes de poder decir algo, YeonJun ya se había acercado a pagar a la caja, tomó su pequeña bolsa con su disco y salió, mientras él solo podía mirar quieto en su lugar. Sintiéndose un poco extraño, pero más curioso, terminó por acercarse con ambos discos para poder pagar.
— Entonces, ¿suele venir los lunes? — preguntó mientras envolvían sus cosas.
— Sí, es su día libre — comentó, prosiguiendo al ver la expresión de curiosidad de SooBin. — Trabaja medio tiempo en la tienda de antigüedades de su tío a unas calles. Un chico agradable, ¿no? — le entregó sus cosas y, finalmente, le indicó el precio.
— Llevo dos, no uno — corrigió SooBin.
— Oh, YeonJun pagó el de Chase Atlantic, dijo que no quería quejas si no te gustaba.
Había ocasiones en las que tenía pesadillas, soñaba mucho con una habitación roja que lo inquietaba mucho.
A veces, caminaba un poco, intentando encontrar algo, aunque no sabía qué; en otras ocasiones, se sentía tan asustado que no podía avanzar, pero siempre despertaba sudando frío en la madrugada.
Aún con sus malos sueños, SooBin siempre despertaba con una sonrisa, porque otro día significaba nuevas cosas.
En ocasiones, solo se quedaba en casa, sobretodo cuando no tenía que ir a clases, porque aprovechaba en organizar sus cosas, atender su pequeño huerto, que empezó apenas un año atrás, o solo aprendiendo cosas como cocinar; aunque, si había algo que amaba, era colocarse sus audífonos y perderse en el mundo relajante que la música le brindaba. Era como una zona de confort tan agradable.
Pero había algo que no podía sacarse de la mente desde cuatro días atrás.
El día que llegó de la tienda solo se dedicó a escuchar su disco. Al siguiente, fue cuando tomó el que el chico le había comprado, y vaya sorpresa agradable cuando acabó siendo totalmente de su gusto. Pero ahora sentía la necesidad de agradecerle por ello y, al menos, dialogar con alguien respecto a las canciones.
Y SooBin no es una persona que se queda con ganas de hacer las cosas. Así que, esa mañana, se dio una ducha, desayunó y, tras vestirse con algo cómodo, se colocó su pequeña mochila para salidas breves y le avisó a su madre que compraría unas cosas.
De esa forma, se dirigió en busca de la tienda de antigüedades. Había una sensación que era casi una necesidad de hablar con YeonJun, como si algo lo llamara y, aunque intentó buscar al chico en Instagram, no tuvo éxito. Aunque tal vez era lo mejor, pudo malinterpretarse mucho.
En cuanto llegó a la calle de donde compraba sus discos, empezó a contar y recorrer las siguientes, esperando ver una fachada un tanto antigua, y no se equivocó.
El letrero viejo de bienvenida estaba tras unas ventanas ligeramente opacas; se notaba que, incluso después de limpiarlas, no conseguirían tener brillo otra vez, el tiempo estaba pasando factura en ese lugar, y podía notarlo desde el momento en el que entró, haciendo sonar la campanilla de la puerta.
Había libros apilados, juegos de té, algunas muñecas que lucían tan antiguas como tenebrosas y, debía admitir, un sin fin de cosas que no esperaba ver por montones, como cámaras viejas y tocadiscos.
— ¡Deme un momento!
Escuchó de pronto, su atención se dirigió a buscar de dónde provenía la voz, pero solo podía ver un montón de cosas por todos lados. Al menos hasta que un chico salió repentinamente detrás del mostrador, con unos lentes que tenían tanto aumento que SooBin no pudo evitar reír ante la diferencia de tamaño de los ojos al resto del rostro; YeonJun pareció percatarse de ello, y se quitó rápido los lentes, que dejó sobre el mostrador antes de sonreír
— Vaya, eres tú, no esperaba volver a verte.
— Creo que me viste con muy buen zoom.
— Qué vergüenza, olvida eso, por favor — murmuró, revolviendo sus propios cabellos de su nuca con su diestra. — Leía las etiquetas de unos accesorios, e intentar ver las palabras de hace años casi sin tinta es difícil sin esas cosas.
— Debe ser todo un caso trabajar aquí — respondió SooBin, acercándose a tomar una de las tazas que estaban sobre una mesa, mirando los detalles pintados a mano.
— Es más agradable de lo que puede parecer.
El menor lo miró con incredulidad, y el chico terminó sonriendo nuevamente mientras suspiraba.
— Bien, a veces es un poco aburrido porque no hay mucha gente, pero las cosas aquí son divertidas — dijo, terminando por hacer una mueca. — Un momento, nunca te dije dónde trabajaba.
— Tardas en asimilar las cosas, ¿no? Un día subirás al auto de un extraño, y te darás cuenta cuando andes en otro país. En realidad, quería agradecer tu recomendación, el disco es en realidad muy bueno.
— ¿Viniste hasta aquí para agradecerme? — preguntó, apoyando sus brazos en el mostrador. — Debes tener tiempo libre.
SooBin dejó la taza en su lugar antes de darle un vistazo rápido al sitio, terminó sonriendo y suspiró, pensando que tal vez se arrepentiría de ello cuando le muestre todo el lugar.
— Compraré algo. Dime, ¿qué crees que es lo más bonito aquí?
Entonces, el mayor amplió su sonrisa con emoción antes de pedirle unos segundos, salió de su puesto y corrió a buscar cosas de un lado a otro. SooBin solo podía escuchar "pero esto es más lindo", "aunque esto podría serte más útil", "pero mira esto, por si quieres darle una oportunidad".
Fue así como SooBin acabó comprando un juego de té y una cámara polaroid y, con ella, lo primero que hizo fue tomarle una foto a YeonJun, quien rápido posó, como recuerdo del primer día que realmente vendió algo. Aquello hizo reír demasiado al menor.
Esa tarde recibió un gran regaño cuando regresó a casa pues dijo que no tardaba y pasó gran parte del día afuera sin avisar. Aunque, al principio, se molestó por el regaño porque no había sido su intención asustar a su madre, acabó aceptando que fue su problema por no tomarse unos minutos, cuando sabía que la situación actual conseguía que uno pensara lo peor cuando simplemente no regresabas a casa.
Y a SooBin le daba mucho miedo eso.
— Y esta foto también venía en la misma caja — comentó YeonJun mientras balanceaba sus pies —, son grandiosas, ¿no?
SooBin asintió.
Ambos estaban sentados encima del mostrador mientras el mayor le mostraba unas fotos que había encontrado tiempo atrás en una caja metálica de cigarrillos. La pintura roja gastada detonaba los años a simple vista y, aunque las fotos no estaban en buen estado, ya que habían sido dobladas para que pudieran entrar en dicho contenedor, podía distinguirse algo entre esos nostálgicos tonos sepia. Los rostros de algunas mujeres y hombres, vistiendo de forma elegante, aunque con expresiones neutras.
— ¿Crees que fueron felices?
— Creo que vivieron sus vidas, y eso fue lo más importante — respondió el mayor, tomando una galleta del paquete que llevó el más joven. — Tal vez en su siguiente vida pudieron probar lo que era Netflix.
— ¿Crees en otras vidas?
— Quiero creer, en realidad, son buenas teorías. Si pudiera vivir otra vez, desearía ser un pez.
— ¿Un pez? — preguntó con sorpresa, e incluso sin poder creerlo.
— Claro, ¿por qué volver a ser un humano? Lo bueno es experimentar.
— En ese caso, yo sería un panda. Para caerme y comer.
— ¿Caerte?
— Como en esos vídeos donde escalan y caen. Que mi única preocupación sea esa.
— Eres alguien curioso — mencionó YeonJun, terminando su galleta para poder guardar nuevamente las fotos.
Habían pasado dos semanas desde que SooBin fue por primera vez al lugar, y ya había asistido otras cuatro ocasiones en sus tiempos libres. Le gustaba hablar con YeonJun, aunque seguían conociéndose, sentía que podía confiarle muchas cosas y charlar de todo sin sentirse juzgado, cosa que usualmente no sucedía con sus compañeros de clase.
Había descubierto que YeonJun ya debía estar en la universidad, pero no había aprobado el primer examen de admisión, aunque pensaba intentar otra vez, pero, mientras tanto, disfrutaba de ayudar a su tío en su tienda, porque le gustaba mucho las cosas antiguas, aprender de lo que eran las personas en ese entonces.
Asimismo, YeonJun descubrió que SooBin todavía tenía un año para su primer examen; mientras tanto, solo seguía estudiando y pronto regresaría de vacaciones, aunque aún no sabía qué carrera elegir.
— Cuando regreses a clases, ya no podrás venir a visitarme — soltó de pronto YeonJun.
— Podría venir por las tardes que no tenga mucha tarea. Le hablaré del lugar a mis compañeros, te haré promoción.
Respondió, moviendo un poco sus cejas, haciendo al mayor sonreír. Por alguna razón, desde un inicio, ambos se sentían cómodos con el otro, incluso en esos momentos donde ya no decían nada y se limitaban a comer lo que SooBin llevaba para comer; no era extraño, sabían que estaban bien y solo disfrutaban ese momento de paz.
Al menos hasta que YeonJun habló nuevamente.
— ¿Quieres ir a ver una película conmigo?
SooBin volteó un poco hasta conseguir mirarlo, sorprendido, aunque manteniendo una expresión relajada.
Ahí, mirando fijamente a los ojos atentos del mayor, que lo miraba expectante de una respuesta, pudo ver un brillo especial, uno difícil de describir, y se cuestionó si era el brillo natural de los alargados y bonitos ojos de YeonJun, o si estaba viéndolos particularmente lindos por alguna otra razón.
Sintió su corazón latir en sus oídos, y se empezó a reprochar el sentirse de esa forma cuando solo era una invitación, una salida casual, no era como si nunca hubiese salido con un amigo.
— Me gustaría — respondió, sonriendo cuando vio al mayor hacerlo igual.
Otra vez estaba ahí, ese sueño que conseguía hacerle sudar frío.
Podía sentirse mareado por el aroma a cigarrillo y alcohol, sus pasos eran torpes y el miedo hacía que sus piernas tiemblen un poco, ¿a qué? No lo sabía con exactitud, pero el lugar bastaba para hacerlo sentir asustado e incómodo. Odiaba las habitaciones rojas, y que fueran una constante en sus pesadillas solo lo mantenía inquieto.
Esta vez podía escuchar algo, unos susurros que no entendía, pero que poco a poco se hacían más fuertes. No encontraba quién los estaba provocando, pero pronto pudo identificar que eran dos voces diferentes que, lentamente, empezaban a tomar forma, aunque no conseguía reconocerlas, al menos ya podía entender.
"Vas a decirme ahora mismo qué hiciste con el cuerpo de mi novio." "¡Necesita un hospital!" "Este no es tu destino, amor."
Inconscientemente, se iba acercando hacia una gran puerta gruesa de acero. De pronto, empezaba a sentirse un poco frío y su entorno cambió de las luces fuertes en tono rojo a un color azul, pronto se dió cuenta que no escuchaba sus propios latidos, parecía provenir del otro lado de la puerta. Estiró un poco su diestra hacia la manija, la cual apenas tomó, cayó al suelo, causando que la puerta se abriera un poco.
Pasó saliva con dificultad por el repentino escalofrío que recorrió su cuerpo, empujó con suavidad con las puntas de sus dedos, y miró con horror el contenedor con un corazón latiendo dentro del mismo. Los latidos solo se hicieron más fuertes, hasta que finalmente despertó, gritando; el primer segundo mudo por el nudo en su garganta hasta que al final el ruido salió de forma genuinamente desgarradora.
Esa misma tarde un sentimiento extraño se adueñó de su cuerpo, y aunque no solía tener muestras de cariño con el chico más allá de darse comida mutuamente, apenas se vieron poco le importó la expresión de preocupación del mayor al verlo tan agotado, solo se acercó hasta abrazarlo, apoyando su mentón en su hombro mientras cerraba sus ojos.
YeonJun no dijo nada, se limitó a corresponder el abrazo mientras palmeaba con suavidad su espalda, parecía que había tenido una noche difícil y no iba a juzgar, pues de pronto pudo sentir como perdía fuerza entre sus brazos ante el cansancio.
Ese día SooBin aprendió dos cosas: primero, un colchón en el suelo de una habitación, en una tienda de antigüedades podía, ser más cómodo de lo que parecía; segundo, sentirse angustiado y despertar solo para ver a YeonJun dormir a un lado, tras cerrar la tienda, era una sensación calmante.
YeonJun saltaba de un lado a otro en las escaleras mientras jugaba con un viejo parche que encontró en unas cajas. Al parecer, le pertenecía a un gran pirata, aunque a veces dudaba de la veracidad que tenían muchos de los objetos en sus historias. ¿Un pirata? Era difícil de creer, pero agradable de jugar.
Desde que SooBin había regresado a clases, se sentía un poco más solitario, aunque era extraño de pensar pues solo había regresado a su rutina. Antes del menor, no hablaba con muchas personas, solo con aquellos que entraban por curiosidad a preguntar por cualquier cosa antes de salir sin decir más. Estaba acostumbrado a eso y no le molestaba, de hecho era por eso que decidió trabajar en la tienda.
Durante sus años de escuela, había terminado por sentirse insatisfecho. No sabía qué quería, y empezó a creer que la vida, que estaba llevando, no era lo que quería realmente. Había terminado por distanciarse de aquellos que creía amigos, pero que no estuvieron cuando los necesitaba y, en realidad, se sentía mucho mejor.
Pero SooBin hacía sus días más divertidos.
Aunque no todo en sus ausencias era malo. Al parecer, SooBin se sentía de igual forma pues, un par de semanas después de que su horario se vio más agitado, fue a la tienda a invitarlo a su casa para comer algunas tardes, recordando que YeonJun solía llevar un tupper para su horario, donde cerraba el lugar para comer a solas.
YeonJun sentía eso como el acto más lindo que alguien podría haber tenido con él, porque pasó de comer entre cajas viejas comida fría a comer algo caliente rodeado de risas, pues la madre del chico, así como el mismo SooBin, eran como un par de máquinas que trabajaban en hacerlo reír.
— Tu madre es un encanto — murmuró YeonJun, terminando de llevar los platos sucios hacia donde SooBin continuaba lavando. — Si necesitan algo pueden decirme, imagino que hay mucho que la limita estando tan cerca de dar a luz.
— La ayuda que necesitaremos será cuando nazca TaeHyun, si es que será tan hiperactivo como ahora en el vientre.
— Entonces, estaré aquí para apoyar con el nene — respondió el mayor. — Tal vez en un futuro podríamos llevarlo por helado y mucha comida rica, usemos el poder de llevar un niño para que nos den otro poco de crema batida en las malteadas.
— ¿Aún no nace y ya lo estás usando? — preguntó SooBin, no dudando en salpicar un poco de agua sobre el rostro del mayor con las gotas que tenía en su palma derecha. — Te acusaré con él cuando sea consciente.
— ¡Eso es trampa! — se quejó antes de reír un poco mientras secaba las gotas con la manga de su sudadera. — ¿Tú has pensado en eso?
— ¿En usarlo? La verdad no tanto.
— Hablo de tener hijos.
— ¿Por qué pensaría en eso? Soy muy joven, siento que apenas ayer me dejaron ir solo a la tienda.
— Pero ¿nunca lo has pensado? Hablo del futuro, ya sabes... Una casa grande y bonita, con una esposa y un par de hijos, corriendo tras un cachorro...
SooBin pareció pensarlo por unos segundos, aunque finalmente negó mientras terminaba de lavar, solo así girando hacia YeonJun, quien lo miraba expectante de una respuesta. Fueron unos segundos breves, pero al mismo tiempo se sintieron eternos. Se miraron a los ojos, como si fuera la primera vez que lo hacían, eran incluso conscientes del pequeño movimiento de sus pupilas, desviándose de forma efímera hacia sus labios antes de mirar nuevamente hacia sus ojos. De pronto, la respiración de ambos se sentía tan audible, como los latidos de sus propios corazones.
Entonces, SooBin habló.
— ¿No es por pensar mucho en el futuro, que te sentiste ahogado en el presente? — preguntó, causando que el mayor se sorprendiera. — Deja de hacerlo, te estás tomando un tiempo para organizar tus pensamientos. Somos jóvenes, sé que debemos ser conscientes de hacia dónde vamos, pero, cuando eso empieza a causarnos miedo y ansiedad, debemos detenernos a respirar. Ahora, vamos, mamá hizo palomitas.
Dió una suave palmada en la frente del chico antes de caminar hacia la sala. YeonJun se quedó en silencio por unos segundos, pensando en la respuesta que le habían dado, pero sonrió finalmente satisfecho con ello antes de correr hacia donde estaba el chico, diciendo en voz alta que no lo dejen fuera de la elección para una película.
Esa tarde, mientras la mujer se quedaba dormida en su cómodo sofá individual debido al cansancio del embarazo; en el sofá grande, mientras sus miradas estaban atentas a la película, sus manos se acercaron con roces suaves y tímidos, apenas tocándose, como si tuviesen miedo al rechazo, pero, cuando se hicieron a la idea de que era mutuo, sus manos se enlazaron mientras ambos chicos sonreían sin decir nada más.
Aunque SooBin esperaba que los sentimientos confusos en su interior se hicieran más claros, solo siguió de igual forma cuando, pese a tomarse las manos, al momento de despedirse de YeonJun, el mayor no dijo nada y, al día siguiente, siguieron de igual forma.
Se sentía un poco impaciente. Quería usar cualquier pequeña excusa para sacar el tema, pero el mayor no cooperaba. Admitía que disfrutaba las tardes escuchando sus historias, pero quería algo a lo que aferrarse, y se sentía terriblemente frustrado al no encontrar un hilo del cual sostenerse.
SooBin chocaba con suavidad su pluma contra su libreta.
Se encontraba tan aburrido en clase y, a decir verdad, divagaba aún pensando en YeonJun; en qué podría decir para que el tema de los sentimientos saliera a flote, por lo que la clase estaba totalmente en segundo plano.
El tema era sobre los sucesos trágicos de la historia, y ya estaba harto de escuchar sobre Chernobyl o Hiroshima. No es que fuera un insensible, claro que le daba tristeza todo eso, pero escuchar hasta cuatro exposiciones del mismo tema era un poco fastidioso. Aunque, al final del día, era una tarea sin mucho valor sobre la calificación, así que, si veían un tema repetirse, no se molestaban en cambiarlo.
— Y yo les hablaré sobre un sitio llamado Matryoshka — presentó un chico su tema, la última palabra consiguiendo la atención de SooBin, quien dejó de divagar para prestar atención. — Fue un sitio que a simple vista parecía otro negocio de entretenimiento, dedicado a las bebidas y alimentos; sin embargo, poco después de su trágico descenso, se descubrió que todo en el sitio era ilegal. No solo se dedicaban al tráfico de drogas, sino que también al de personas y órganos para poder solventar en un inicio sus gastos; posteriormente, sus lujos.
《 El lugar estaba a cargo de un hombre extranjero llamado Oliver, y muy poco se sabe sobre sus ayudantes, salvo de la muerte de uno dentro del mismo lugar. Todos sus empleados estaban contra su voluntad, consiguiendo igual extranjeros, a los cuales no solo retenían para servir tragos, sino que también eran prostituidos hasta que alcanzaban los treinta años, era entonces cuando los mataban.
《 Aunque todos los que entraban a ese lugar sabían sobre todo eso, nadie hablaba, tampoco era de extrañar pues se descubrió después que Oliver tenía acuerdos con los policías de la zona a cambio de servicios gratuitos. Claro, estos fueron encarcelados cuando el lugar cayó, pues, un día, una discusión dentro del mismo lugar dió paso a la muerte de Oliver y JongSuk, además del incendio del establecimiento.
《 Aunque poco se sabe del cómo inició, todos los testigos atribuyen el fin del lugar a un hombre cuyos registros nunca indicaron que existía, por lo que se cree fue un motín de los mismos empleados, y que todos acordaron una coartada para no recibir cargos.
SooBin había dejado de escuchar en algún momento. Empezaba a sentirse agitado y sus manos sudaban, incluso podía descubrirlo con una sola palabra: miedo. No entendía la razón y tampoco podía pensar con claridad, pero las ganas de llorar llegaron a su cuerpo como una bomba. Los nervios causaron que empezara a mover un poco su pierna derecha mientras podía escuchar otra vez el latir de su corazón tan fuerte; tan necio en hacerse notar y amenazando con salir de su pecho si no hacía algo. Algo, pero ¿exactamente qué?
— El lugar nunca volvió a levantarse y, actualmente, pese a ser una zona llena de restaurantes, puede verse en él un pequeño jardín con una estatua de una paloma, en homenaje a todos los que murieron ahí. Con eso, concluye mi tema de exposición.
No había tiempo. No le importó nada más, tomó su mochila y salió casi corriendo del lugar, no, definitivamente no había tiempo. Ese sentimiento se sembró en su corazón. Sentía que ya había esperado demasiado y que, de continuar haciéndolo, se arrepentiría, como si hubiesen pasado años.
Ya no quería esperar a que YeonJun diera ese hilo para hablar del tema, él iba a ser directo. Porque empezaba a sentirse desesperado, todos esos sentimientos confusos lo aturdían y estaba dispuesto a encontrar una respuesta que deseaba fuera positiva, porque sentía que moriría si pasaba otro minuto sin volver a tomar su mano, volviendo a ver únicamente sus labios en ese momento más tenso que había experimentado en su vida.
Sentía que, si no lo hacía ahora, no sería nunca, y pensar en eso lo aterraba.
Corrió hasta que sus piernas empezaron a arder, ni siquiera notaba que recorría el camino casi de forma automática. Fue como si otra parte se adueñara de su cuerpo, obligando a que siguiera hasta llegar a la tienda de antigüedades. Abrió la puerta y, con la mirada buscó a YeonJun; no tardó en encontrarlo, cargando unas cajas que dejó en el suelo tras notar la presencia del menor.
— ¿SooBin? ¿No deberías estar en clases? — preguntó, sacudiendo el polvo de sus manos. — ¿Por qué tan agitado? ¿Pasó algo?
Cuando el chico consiguió respirar mejor, se acercó hasta el mayor, mirándolo fijamente mientras tomaba aire y con ello algo de valor.
— Tengamos una cita.
Pudo ver el sonrojo formarse en la cara de YeonJun e incluso en sus orejas. La repentina sensación de nervios parecía haber pasado de su cuerpo al del mayor, pues se veía sorprendido y algo avergonzado, cosa que hizo sonreír a SooBin.
No, definitivamente YeonJun no habría dado el primer paso y no porque no quisiera, acababa de notar que el chico era demasiado tímido para ello. Aunque verlo asentir aún con nervios, hizo que sintiera que esa carrera, desde su escuela hasta la tienda, había valido completamente la pena.
5 años después
El chico rubio terminó por tomar en brazos al niño, y comenzó a correr cuando pudo ver a este lanzarle un puño de arena hacia otro de los niños del parque, quien rápidamente comenzó a llorar. Apenas pudo alejarse lo suficiente, hasta tomar asiento en la banca junto al chico de cabello negro, quien se mantenía comiendo su helado en paz.
— ¿Ahora que hicieron? — preguntó, manteniendo su expresión tranquila, sin dejar de comer.
— En lo que a ti respecta, hemos estado aquí sentados todo el tiempo — respondió el rubio, intentando calmar su respiración agitada mientras el niño tomaba asiento entre ambos.
— Te encargo unos minutos a TaeHyun y lo vuelves un criminal, eso no es de buenos tíos, YeonJun.
— No es mi culpa que tu hermano sea un pequeño busca problemas. No sé quién le dijo que podía lanzarle arena al otro niño, que llevaba rato siendo un odioso con el resto de los pequeños que jugaban en el arenero. Y, sin duda, tampoco sé quién le dijo que, si lo hacía mientras no viera quién tiraba la arena, no habría regaños — negó, sintiéndose finalmente relajado cuando vio a lo lejos al padre del niño llevárselo del parque.
Solo así pudo chocar los cinco con TaeHyun, quien sonreía, acercándose hasta que su espalda pegó contra el pecho de YeonJun, aprovechando que estaba inclinado hacia SooBin.
— Parece más tu hermano que el mío, te tiene tanto apego.
— Es porque yo soy genial, y tú pareces otra mamá. "No hagas esto", "no saltes ahí", "no escupas"; es un niño, déjalo explorar, vas a arruinar su desarrollo.
SooBin llevó su cono de helado hacia la boca de YeonJun, consiguiendo callarlo mientras este se perdía en el sabor de la vainilla para luego darle un poco de helado al niño.
Llevaban ya cuatro años de relación, pues habían dedicado uno a conocerse mejor; no querían causar sufrimiento al otro si resultaba ser un ataque de amor pasajero. Para suerte de ambos, solo descubrieron cosas que les gustaban del otro; aquello que no era muy poco y tolerable, eran cosas que podían manejar sin problemas, como en toda relación.
Ahora se sentían mucho más tranquilos, disfrutaban del día a día. Ambos entraron a la universidad al mismo tiempo, aunque a diferentes carreras, pero al mismo instituto para poder aprovechar el tiempo que tenían de camino a casa o en horas libres, pues fuera de eso se dedicaban a las tareas en casa del más joven y a salir con el hermanito del mismo.
— Hey — habló YeonJun. — ¿Notaste que parece nuestro hijo? — miró rápidamente al niño, que ya se había adueñado del cono de helado.
— ¿Qué dices? Ambos parecemos sus hermanos mayores — respondió, picando con suavidad la mejilla del pequeño.
— Qué amargado. Salimos con él a jugar y le compramos sus golosinas, el próximo año incluso lo llevaremos al kinder porque nos queda de paso al colegio, creo que ya estamos listos para uno — continuó jugando mientras miraba hacia el cielo. — Imagina un mini nosotros.
— TaeHyunnie, ¿escuchaste a YeonJun? Ya quiere comprarle helado a otro niño.
Tan pronto dijo eso, el mayor hizo una expresión de miedo que lo hizo reír. El niño no tardó en girar con cara de molestia, discutiendo que ya quería cambiarlo.
YeonJun terminó por disculparse varias veces con el más pequeño, quien dejó de lado su molestia tras escuchar que le haría otras vueltas en el columpio, así que los tres se acercaron hasta el juego y, luego de sentar a TaeHyun, el mayor empezó a empujarlo con suavidad, dedicando una mala mirada a SooBin, quien terminó sonriendo con malicia antes de cambiar su expresión a una sorprendida.
— Acabo de recordar. ¿Recuerdas al compañero de clase que te comenté que salía con el maestro? — prosiguió cuando vio al mayor asentir, sin dejar de mirar al niño. — Escuché que hace poco se casaron.
— Vaya, pues creo que callaron a los que decían que era mero interés, ¿no?
— Es cierto. Cuando se supo, todos decían que era del alumno por calificación, o del maestro por aprovechado. Me alegra que la gente termine siendo feliz, pese a lo que diga el resto.
Apoyó su cabeza contra uno de los tubos del juego, mirando a YeonJun continuar con sus movimientos suaves mientras el niño reía, causando que una sonrisa se forme en su rostro mientras la calidez en su corazón crecía.
Se sentía finalmente en casa cada que podía ver el ritmo que estaba tomando su vida, como si su hogar dejará de ser un sitio y se volviera uno a donde fuera, porque se sentía al fin completo.
— ¿Sabes? — habló nuevamente SooBin. — Tal vez no podamos tener un mini nosotros, pero creo que lo que sí podríamos hacer sería casarnos.
YeonJun se inclinó ligeramente hacia adelante debido a la sorpresa, y el regreso del columpio consiguió tirarlo hasta que cayó sentado al suelo, mirando con sorpresa a SooBin antes de hacer una mueca completamente sonrojado.
— Deja de hacer bromas.
— ¡Eres tú quién siempre las hace! — continuó, esta vez extendiendo su mano hacia el mayor. — ¡Debes poner un anillo ahí!
— ¡No te escucho! — se quejó el mayor, llevando sus manos hacia sus oídos para taparse mientras repetía "la".
— ¡Estoy esperando un anillo!
Dijo, acercándose hasta estar donde YeonJun y así poder empezar a hacerle cosquillas mientras repetía "¿Dónde está mi anillo?".
No tardó en sumarse TaeHyun, quien bajó del juego para poder hacerle cosquillas también a YeonJun, que ahora se removía entre risas, intentando alejar las manos mientras repetía un "nunca te daré uno".
Fue hasta que sintió que ya había sido mucho que se detuvo y cargó al niño, diciendo que ya debían irse a casa, caminando rápido solo para molestar a YeonJun, quien, al verse solo, dejó de reírse para poder ponerse en pie y caminar rápido tras ellos.
— ¡Ahora me abandonas porque no te daré un anillo! ¡Qué destino tan cruel! — se quejó de forma dramática, llevando su antebrazo hacia su frente. — TaeHyun, dile a tu hermano que no sea tan malo y que lo consideraré.
El niño solo pudo reír adormilado antes de aferrarse a SooBin, ocultando su rostro en su cuello.
YeonJun no pudo hacer más que sonreír. Había visto a TaeHyun desde que nació, y lo llenaba de dicha verlo reírse y disfrutar de la vida como todo niño debería hacer; comiendo todo lo que encontraba rico y aprendiendo más de la vida. Tal vez era porque lo había visto crecer, pero, realmente, a veces, se sentía más cercano a él que el simple novio de su hermano.
Era feliz sabiendo que, al pasar más tiempo junto a SooBin, vería al niño crecer en ese proceso.
— Está bien, tal vez algún día podría darte uno — mencionó de pronto. — Después de todo, tenemos toda una vida para pensarlo, ¿no?
Le dedicó una sonrisa a SooBin, que correspondió de igual forma, mirando por unos segundos al mayor antes de seguir atento al camino.
Amaba esos momentos donde ambos hablaban del futuro, y donde el mismo todavía incluía al otro: hacer planes, establecer metas individuales y juntos; eso hacía que se sintiera tan nervioso y emocionado, como cuando recién empezaban a salir.
A veces pensaba que si en algún momento pasarían todas esas emociones, que se sentían tan vivas como los primeros días. Deseaba que no, que todo siguiera de esa misma forma porque lo hacía muy feliz.
Disfrutaba la sensación de cosquillas en su cuerpo cuando YeonJun lo miraba fijamente, con esa sonrisa que lo hacía sentir que se derretía. Aquel escalofrío que estaba cada que se daban un beso, y sobre todo amaba sentirse tan vivo cuando su corazón latía con fuerza por la emoción de decirle "te amo" y después escucharlo de sus labios.
Esa sensación de vida plena. Ah, sin duda lo amaba.
¡Gracias por leer! <3
Oficialmente, hemos llegado al final de Rubatosis. Muchas gracias por todo el apoyo durante el transcurso de la obra, ha sido muy lindo para mí poder compartir esta etapa con ustedes.
Soy mala para expresarme en momentos que considero "críticos", así que muchas gracias por leer esta obra otra vez. <3):
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