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Hawái, Estados Unidos.
Kai y JongSeong caminaban por las tranquilas y soleadas calles de Hawái. Tenían el dinero suficiente para manejarse por transporte, pero llevaban tanto tiempo encerrados que deseaban caminar y sentir el sol quemar en sus pieles, como hace tanto tiempo no lo hacían.
Iban conversando de todo lo que harían: podrían comer muchas cosas, irían finalmente a una playa, tendrían que aprender a nadar primero, pero todo eso representaba un reto emocionante.
— ¿Seguro que es por aquí? — preguntó JongSeong.
— Cuando era niño, mi madre me llevó a la plaza cerca de casa. Desde la gran estatua, me enseñó cómo volver a casa… Era un sitio que frecuentamos mucho, así que, si me perdía, sabría cómo volver. Desde que estuve en manos de Oliver, no hay día que no recuerde el camino para nunca olvidarlo — respondió Kai, con una sonrisa motivada. — Claro, ya ha pasado mucho, sería un milagro si aún fuera su casa...
— Si no lo es, tenemos todo el tiempo para buscar — respondió el mayor, colocando su mano en el hombro de Kai, intentando brindarle ánimos.
El de cabellos verdes sonrió y, tras asentir, siguieron su camino. Tenían tiempo en lo que BeomGyu los alcanzaba, él les había hecho una reservación en un hotel para que pudieran quedarse. Aunque, en vez de ir ahí, cuando apenas bajaron del avión, Kai no pudo reprimir su deseo e ir en busca de su casa y JongSeong apoyó la idea. Después de todo, por eso habían ido a Estados Unidos.
BeomGyu deseaba que su novio regresara al sitio donde nació, porque sabía que, aunque su vida se desarrolló en Corea, ese no era el sitio de Kai.
Cuando habían llegado al aeropuerto para irse, BeomGyu le hizo la promesa a Kai de buscarlo tan pronto como las cosas se calmaran, porque era evidente que sospecharan de él, pero había pagado una buena coartada.
En cuanto el avión aterrizó en Hawái, los chicos se sintieron finalmente tranquilos, aquel infierno en el que vivían había terminado.
Kai iba hablándole a JongSeong de algunos sitios que recordaba y de lo que podrían comer. El mayor estaría ahí, sería algo nuevo para ambos.
El hawaiano se había acostumbrado a la comida coreana y a varias costumbres, pero podrían explorar juntos. JongSeong no tenía por qué volver, no había nada ni nadie esperándolo en Corea, así que ahora viviría con Kai. La diferencia es que ahora no solo le quedaban cuatro años de vida, sino todos los que se pudieran.
El menor detuvo su andar en seco, sintió que su respiración se cortaba. A unos metros de distancia, al fondo de la calle en la que habían girado, pudo ver que, entre todas las casas, una destacaba por su color naranja. Incluso los arbustos del jardín tenían luces naranjas decorando, como si la casa quisiera destacar de entre todas a como diera lugar.
Kai sintió sus piernas flaquear y, cuando menos lo notó, estaba en el piso intentando ser levantado por el mayor, quien no tuvo que pensarlo mucho para sacar su conclusión: esa era la casa de Kai.
Con un cambio repentino, el más joven se puso de pie y, con las piernas temblorosas, corrió lo más rápido que podía hasta la puerta de esa casa. Kai sentía el mayor subidón de adrenalina que jamás sintió, su cabeza daba vueltas y su mirada se había vuelto borrosa, sentía que en cualquier momento se desmayaría. Tocó con bruscos golpes la puerta, no podía ni medir su propia fuerza.
Fueron los diez segundos de espera más largos de su vida, pero, cuando la puerta se abrió, pudo ver a una mujer de cabello castaño con algo de canas. Ella usaba un vestido completo, de color rosa pálido; no llevaba maquillaje, pero era tan hermosa, tal como Kai la recordaba.
— ¿Sí? ¿Qué quiere? — preguntó la mujer con voz apagada, mirando a Kai, quien no sabía cómo responder a eso, pero no fue necesario.
Tan pronto como se miraron, los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Ella le gritó a su esposo que fuera hacia ella y, sin perder más tiempo, se acercó a abrazar al chico, quien correspondió rápidamente al abrazo. Kai inhaló ese aroma que había extrañado cada día de su vida: el aroma de su mamá.
Los ojos del menor se enfocaron en la persona frente a ellos. Su padre estaba estático, casi sin creerse lo que estaba viendo, pero, incluso si era uno más de sus sueños, se acercó para unirse en aquel abrazo familiar. Su hijo estaba ahí, su pequeño Kai; luego de tantos años, al fin estaba entre sus brazos.
La mujer llenó de besos las mejillas de su hijo. Al principio, no lo reconoció, pero, tan pronto vio a aquellos ojos expresivos y a esos pequeños lunares que tanto amaba, cayó en cuenta de que ese era realmente su hijo.
El abrazo familiar duró varios minutos. Necesitaban sentirse y saber que estaban ahí, existiendo nuevamente en un mismo lugar.
Ambos padres invitaron a pasar a los chicos, JongSeong agradeció en voz baja pues sentía que, en ese momento, incluso su voz podría arruinar aquel momento tan lindo.
Los dos chicos y la mujer tomaron asiento en la sala, mientras el padre de Kai iba por unos vasos con agua y, tan pronto estuvieron todos reunidos en la sala, el hijo de los Huening empezó a contarles toda la historia desde donde recordaba. Fue una tarde larga, pero necesitaba decirlo y sus padres escucharlo; había sido mucho tiempo desde la última vez que se vieron.
Resultaba que, desde su desaparición, sus padres decoraban su casa con luces naranjas, pues recordaban que era el color que Kai deseaba para aquella navidad. Tenían la ilusión que, de esa forma, le fuera más fácil ubicar la casa pues era solo un niño; claro, fue algo que, con el paso de los años, no abandonaron porque para ellos seguía siendo su hijo pequeño.
Esa noche, ambos chicos se quedaron ahí a dormir en la sala, porque la madre de Kai no aceptó una respuesta negativa, aunque no había más camas. Conservaron unas cosas de la habitación de Kai como recuerdos, pero el resto de las cosas las tiraron, como recomendación del especialista que trató la depresión de su padre; porque él, por un tiempo, se sintió culpable respecto a que debió acompañarlos aunque estaba enfermo. De lo contrario, nada habría pasado, pero luego de tantos años, pudo escuchar de los labios y voz de su hijo un "nunca fue tu culpa", que le hizo sentir nuevamente paz interior.
En la madrugada, JongSeong despertó por la insistencia de algo tocando su costado izquierdo. Al despertar, vio a Kai con una vela encendida, dos pedacitos de papel y dos plumas de color. Recordaba el trato que habían prometido en caso de que consiguieran escapar, así que, casi por instinto, se levantó para poder sentarse en el suelo con el chico.
Dejaron la vela en medio de ellos, tomó la pluma y el trozo de papel para empezar finalmente a escribir cada uno en su pequeña hoja, que apenas medía el largo de su índice.
Se miraron por unos segundos, con la sonrisa más feliz que habían podido esbozar desde que se conocieron y, con cuidado, acercaron las hojas al fuego de la vela, donde dejaron que se consumieran. Cerraron sus ojos, mientras se acercaban a soplar hasta apagar el fuego y, posterior a eso, JongSeong se acostó en el piso mientras Kai iba hasta la camita de perro donde descansaba Sean, el can ya viejo que apenas tenía energías para mantenerse en pie, pero, siempre que el chico de cabellos verdes se acercaba, aún se levantaba a lamer su cara.
Esa noche, ambos quemaron cada uno un papel con los nombres "Jay" y "Kamal", jurando que nunca más volverían a escucharlos.
Kai y JongSeong se conocieron en Matryoshka, un sitio donde, con el paso de los días, vas olvidando incluso el cómo se siente cuando el sol quema tu piel; aunque ellos habían tenido la suerte que no muchas personas tienen, huyeron, y ahora podían dejar esa vida atrás.
¡Gracias por leer! <3
Lo siento, cometí un pequeño error e intercambie los capítulos; pero acabo de arreglar el inconveniente. Nuevamente, lo lamento.
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