16
ESPECIAL
Honolulu, Hawái.
03 de diciembre, 2010
Con apenas nueve años, Kai estaba entusiasmado por ser llamado "el pequeño hombre de la casa"; después de todo, él iba a acompañar a su madre a hacer las compras navideñas.
Su padre estaba enfermo, así que se había quedado en casa para poder descansar un poco, pero el hombre le había dado la enorme tarea de cuidar a su madre.
¡Claro que Kai podía! Era todo un chico fuerte y no dudaría en alejar a todo aquel que quisiera molestar a la mujer que adoraba, porque el pequeño amaba a su madre con todo su corazón, también a su padre e incluso a su molesta hermana mayor.
— Cariño, no te alejes mucho, hay demasiada gente, ¿sí? — mencionó su madre, aferrándose otro poco a la mano del pequeño.
El menor asintió, siguiéndola mientras observaba todas las decoraciones navideñas. Debían ir a comprar esferas, porque él había quebrado algunas con su perro, Sean. Su madre se había molestado, pero después, tras disculparse mientras le regalaba una gran sonrisa, le bastó para decidir simplemente ir a comprar otras.
Al entrar a una tienda, su madre empezó a buscar las esferas que más se parecieran a las que el árbol ya tenía antes, aunque Kai quería que llevaran esferas naranjas porque era su color favorito, pero su madre desistió.
— ¿Un árbol naranja, NingNing? — la mujer preguntó mientras pellizca con suavidad la mejilla de su hijo. — ¿Acaso será una calabaza?
El menor rió por lo dicho, y tomó asiento en la silla junto a una mesa llena de esferas, en lo que su madre buscaba decorativos con ayuda de una empleada.
Jugaba con sus pies colgados del asiento, cansado; aunque le gustaba salir con su mamá, detestaba cuando debía esperar, porque era aburrido y solo deseaba llegar a casa para jugar con Sean. El canino tal vez se estaba preguntando por qué tardaban tanto cuando el niño le había dicho que no les tomaría mucho tiempo, odiaría hacerle creer a Sean que había mentido.
Fue entonces cuando algo llamó su atención. Un niño pasó frente a él comiendo algo con aspecto y aroma delicioso, no dudó en acercarse a él pues estaba a pocos pasos de distancia, observando adornos navideños de la tienda.
— ¿Qué es eso? — le preguntó, señalando la comida entre su mano derecha.
— Hotteok — respondió el pelinegro mientras le daba una mordida a su comida.
— ¿Joqué?
— Una especie de panqueque coreano, burro — respondió el mayor, abultando un poco sus labios, a lo que Kai respondió con igual gesto.
— No me digas burro, solo no conozco la palabra — reemplazó rápidamente su mueca por una sonrisa. — ¡Dame!
— ¡No! Es mío. Ni siquiera te conozco, tal vez tengas una enfermedad contagiosa.
— ¡Eres tan grosero! ¡Solo quiero un poco! — el menor se cruzó de brazos resoplando. — Le diré a mamá que me compre veinte.
— No los venden por aquí con facilidad… son especiales.
—¿Especiales?
— Son coreanos, dah.
— ¡No seas envidioso!
— Te diré algo… porque me agradas — mencionó el más alto mientras se acercaba más a Kai para poder murmurar en su oído. — Afuera hay un hombre que los está regalando.
— ¡¿En serio?! ¡Le diré a mamá que vayamos por unos!
— ¿Ves qué eres burro? — preguntó el mayor, dándole un golpecito a Kai en el hombro —. Si le dices, no te dejará ir. Debes ir sólo.
— Pero no puedo ir solo.
— Entonces olvídate del hotteok.
Kai hizo nuevamente una mueca, realmente quería probarlo, pero su madre le dijo que no debía ir con extraños; aunque tal vez, si llegaba con dos hotteok, uno para él y otro para ella, lo amaría por llevarle algo rico de comer y lo perdonaría por completo por las esferas.
Le dijo al niño que lo esperara y fue corriendo donde su mamá para que no sospechara tan pronto de su ausencia, cuando llegó donde estaba, vio que ya habían encontrado una caja de esferas como las que tenían en casa. Ahora solo debían pagar.
— Ve tú, no quiero hacer fila — se quejó el niño con aparente cansancio.
— No, cariño, no puedo dejarte aquí.
— ¿Puedo jugar entre las telas navideñas mientras te formas?
— Esa idea me gusta más.
Ella se agachó a dejar el que sería el último beso en la frente de su hijo. Mientras la mujer hacía fila para pagar el artículo, Kai entró entre las telas solo para salir por otro lado que lo llevó hacia el chico.
Aunque este se quejó durante su camino, porque el castaño había tardado, el menor estaba más que concentrado en lo feliz que haría a su mamá cuando le llevará aquella comida. Seguro lo felicitaría con un beso en la frente y podría ver las caricaturas hasta tarde.
Ambos salieron del centro comercial pues, según el pelinegro, el hombre estaba estacionado afuera con una pila llena de esas cosas. El más joven solo podía sentir como se le hacía agua la boca, aunque no estaba acostumbrado a salir sin su mamá, por lo que tomó la mano del chico para caminar.
Al principio, el mayor se mostró molesto, diciendo que lo soltara, pero, a medida que caminaban, una expresión de tristeza hizo presencia en su rostro, una que Kai no notó por ir contando de su perro y todos los trucos que hacía, asimismo, prometió que le dejaría conocer a Sean por haberle contado sobre los hotteok.
— Hey, niño... Yo... — habló el mayor, siendo interrumpido por Kai.
— ¡Ahí está! — exclamó el menor con una amplia sonrisa cuando vio, en un vehículo azul marino, a un hombre con gafas oscuras, saludando desde la ventana.
El pelinegro mordió con suavidad su labio inferior y, reteniendo sus lágrimas, se acercó hasta el vehículo. Con total inocencia, Kai preguntó si podían darle un panqueque para su madre. El hombre le respondió que estaban en la parte de atrás, pero mientras el niño miraba hacia la dirección señalada, otro sujeto apareció desde la puerta trasera e hizo ingresar a la fuerza a Kai que por mero instinto empezó a gritar.
El pelinegro ingresó en el asiento del copiloto y, en solo diez segundos después de que se acercó a preguntar, el auto arrancó lejos del centro comercial.
Ese día Kai lo bautizó como el día cero, porque, desde ese momento, empezó una nueva vida con la que no estaba de acuerdo.
Esa tarde, el niño que le mintió le llevó cinco panqueques como de los que quería, se presentó como James, y se disculpó por lo que había hecho.
Esa noche, se quedó a dormir con él y, a petición del menor, le dio un beso en la frente antes de que ambos quedaran dormidos en el colchón de la habitación.
En dos días partirían a Corea, y James le había prometido comprarle mucha comida rica en cuanto aterrizaran.
Al mismo tiempo, pero en otro lugar, la señora Huening se veía obligada a repetir su testimonio a las autoridades.
"La fila avanzó solo un poco, cuando me di cuenta que mi hijo nunca salía de entre las telas. Le hablé, pero no respondió. Una joven me dijo que vio a un niño con la descripción que daba salir junto a otro chico, pero pensó que eran hermanos. Mi Kai es un niño acostumbrado a estar en casa y tiene problemas para socializar con otros, no hay forma de que el otro sea un amigo. Yo sé que alguien se ha llevado a mi bebé. Kai necesita su beso de las buenas noches para dormir bien; por favor, se los suplico, busquen y encuentren a mi bebé."
En cuanto se mudaron a Corea, Kai obtuvo un cambio de nombre, uno que consideraba bonito, sí, pero no para él. Su nombre no era ese.
Estaba muy triste, extrañaba a sus padres. Quería saber si su papá había mejorado, se sentía culpable porque Sean pensaría que lo abandonó y porque le había mentido a su mamá. Si no la hubiera desobedecido, tal vez ahora estaría en casa jugando como cualquier chico de su edad, pero, en vez de eso, debía atenerse a seguir las reglas de un lugar al que no pidió llegar.
La única persona que le hablaba era James, pero Kai ya no se fiaba del chico, solo fingía ser su amigo por compromiso, hasta que tiempo después lo entendió un poco más. En cambio, un par de meses después, llegó alguien a quien realmente consideraba su amigo, TaeHyun.
Kai ya no podría llevar una vida normal y no había día que no se arrepintiera de su decisión, pero, con el tiempo, se acostumbró a su ritmo de vida; una que sabía que solo llegaría hasta los treinta años, como todos en ese lugar.
¡Gracias por leer!
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