◇{Prólogo}◇
Cubierto por una capa negra que absorbía la poca luz de los candelabros apagados, avanzaba por los pasillos. Su rostro estaba oculto bajo una máscara negra, sin expresión. Dos katanas, relucientes y cubiertas de manchas oscuras de sangre, colgaban a ambos lados de su cintura, oscilando suavemente al ritmo de sus pasos. Sangre seca y fresca se mezclaban en sus vestimentas. El alfa "olvidado", había regresado. Pero no como el joven desprotegido de años atrás, sino como un espectro de muerte y justicia.
Los pasillos se estrechaban a medida que se acercaba al primer objetivo, un noble anciano cuya cara arrogante había sido unas en aquellas noches de "experimentos". Noches en las que aun estaban grabados los recuerdos de una ceremonia secreta que mantenía el poder de la realeza intacto. Recordaba cada detalle, cada rostro, cada risa cruel y cada palabra.
Al llegar al aposento del anciano, la puerta se abrió sin hacer ruido, apenas un leve susurro que se desvaneció en la oscuridad. El hombre dormía, ajeno a la muerte que lo miraba desde el umbral. Sin prisa, desenfundó una de sus katanas y avanzó hasta la cama. Observó el rostro arrugado y despreocupado del hombre mientras dormía. Su mano tembló ligeramente, no por duda, sino por la furia contenida que había reprimido durante tanto tiempo.
En un movimiento rápido y preciso, la hoja se deslizó por el cuello del anciano, atravesando carne y tejido hasta que un chorro de sangre empapó las sábanas. El hombre abrió los ojos en el último segundo, solo para ver la máscara sin rostro de su verdugo, y en un parpadeo, la vida abandonó su cuerpo.
Observó cómo la sangre corría como un río oscuro sobre las telas, mientras sus labios esbozaban una sonrisa fría y amarga detrás de la máscara.
Sin detenerse a disfrutar de su obra, salió de la habitación y se adentró de nuevo en los corredores. Su siguiente objetivo estaba cerca. Cada paso resonaba en un eco profundo por los pasillos del gran castillo.
Llegó al salón de banquetes, donde otro de sus antiguos perturbadores dormía borracho sobre una silla. El hombre ni siquiera despertó al sentir el filo de la katana en su abdomen, solo lanzó un jadeo antes de que torciera la hoja y la girara con fuerza, destripando cada órgano en su interior. El filo cortaba la carne con brutalidad, mientras un sonido húmedo y crujiente acompañaba el rompimiento de los huesos y el desgarrar de los órganos.
La sangre brotó en una ola espesa, cubriendo su mano. Sus ojos detrás de la máscara brillaron con una mezcla de furia y satisfacción. No había misericordia en su mirada, solo el oscuro placer de ver morir a cada uno de aquellos hombres.
Afuera, el viento aumentó su intensidad, golpeando las ventanas como si quisiera entrar y ser testigo de la masacre que se desarrollaba en el interior. Uno a uno, visitaba cada aposento, dejando tras de sí un rastro de sangre. Los que lograban despertar veían su rostro reflejado en la máscara, sin comprender quién era el espectro que les arrebataba la vida.
Finalmente, solo quedaba uno. La habitación donde se encontraba era un salón de paredes de mármol oscuro, decorado con riquezas y símbolos de poder.
El rey lo miró con una mezcla de sorpresa y desprecio, incapaz de reconocerlo. En ese instante, dejó caer la capa que cubría su cuerpo ensangrentado, dejando ver las cicatrices en su piel, cada una un recuerdo de los horrores que había soportado. Levantó una de las katanas, apuntando al hombre con una calma inquietante.
-¿Sabes quién soy? -preguntó, su voz profunda y carente de emoción.
El rey no respondió. Solo intentó retroceder, pero su atacante fue más rápido. En un movimiento casi imperceptible, acortó la distancia entre ellos, como si se deslizara a través del aire, apareciendo justo frente a él en un suspiro. La katana se alzó y bajó con furia, una y otra vez, en cortes letales que desmembraban al hombre mientras este intentaba inútilmente defenderse. La sangre voló en salpicaduras violentas, cubriendo las paredes, el suelo y su cuerpo.
La carne se desgarraba en pequeños pedazos con cada apuñalada, la kanata hundiéndose sin piedad en su carne, desfigurando su cuerpo hasta hacerlo irreconocible. A pesar de la brutalidad de cada golpe, su cuerpo aún reaccionaba, temblando en un intento desesperado de supervivencia que se volvía cada vez más inútil. Las manos trataban de aferrarse a la vida, buscando algo a lo que asirse, mientras el flujo de sangre se extendía lentamente, tiñendo el suelo de un rojo oscuro y opaco.
Cuando finalmente el rey dejó de moverse, permaneció de pie, respirando entrecortadamente, mientras sus ojos fríos recorrían la escena de destrucción que había creado. Había terminado, pero su venganza apenas había comenzado. Sus manos temblaban de adrenalina, y en su mente, la imagen de todos aquellos nobles yaciendo en el suelo, víctimas de su propia corrupción, le daba una oscura satisfacción.
Mientras se marchaba, el castillo quedaba sumido en un silencio macabro, roto solo por el goteo rítmico de la sangre que se escurría de las katanas. Nadie sabría jamás quién había sido el asesino, pero los rumores sobre el vengador enmascarado recorrerían los reinos, como una advertencia. Nadie estaba a salvo de la justicia que él había traído, y el nombre del asesino enmascarado quedaría como una sombra, siempre al acecho.
El viento volvió a soplar, cargando el aroma de la sangre por todo el castillo. Afuera, la luna se alzaba, brillando como un ojo de plata que observaba los restos de una historia de dolor, violencia y justicia retorcida.
-Esta noche, tenemos acceso exclusivo al testimonio de uno de los pocos sobrevivientes de la masacre, un miembro de la guardia del ministro que, contra todo pronóstico, logró sobrevivir al ataque del asesino enmascarado. Aunque se encuentra en estado crítico, su relato ha permitido a las autoridades reconstruir parte de lo ocurrido esa noche. A continuación, les presentamos un fragmento de la entrevista.
La transmisión cambia a una habitación de hospital débilmente iluminada, donde un hombre yace en una cama, envuelto en vendajes. Su rostro está pálido y lleno de cortes y moretones visibles. Cada palabra parece un esfuerzo extremo, y su voz apenas es un susurro, cargado de terror y agotamiento.
Un médico y el equipo de cámaras guardan una distancia respetuosa mientras él intenta encontrar las palabras.
-Yo... yo conocía al ministro desde que era un niño. Mi padre trabajaba para él y, cuando crecí, él mismo me ofreció un lugar en su guardia -murmuró el sobreviviente, la mirada perdida, temblando al recordar-. Esa noche, todo fue tan rápido... apenas tuvimos tiempo de reaccionar. Nos miró con esa máscara... y supe, supe que ninguno de nosotros saldría vivo de allí.
Hizo una pausa y su respiración se agitó, como si el esfuerzo por continuar lo debilitara aún más.
-Lo vi... vi cómo se movía de una víctima a otra. Cada apuñalada, cada corte... era como si disfrutara desfigurando a sus víctimas. Nadie tenía oportunidad -hablaba rápido, su voz temblorosa, como si el recuerdo lo atormentara pero a la vez sintiera la necesidad de sacarlo a la luz-. Cuando llegó a mí, traté de resistir, intenté... -su voz se quebró, y sus ojos reflejaron el pánico-, pero era como si mi fuerza no importara. Él era implacable, cada apuñalada era precisa. Quería asegurarse de que nadie sobreviviera.
Las manos del sobreviviente, enredadas en las sábanas, se movían inconscientemente, reflejando el miedo atrapado en su cuerpo. Respiró hondo, y continuó en voz baja, como si lo que estuviera a punto de decir fuera demasiado personal.
-Escuchaba los gritos de mis compañeros... uno de ellos, mi mejor amigo, cayó a mi lado. Intentó levantarse, lo vi... pero el asesino no se detuvo. El olor a sangre, tan fuerte que parecía impregnarse en el aire... luego, sentí la hoja atravesarme. Me dejé caer, hice como que estaba muerto. Creo que fue lo único que me salvó.
Su voz se apagó, y bajó la cabeza, agotado por el esfuerzo de revivir cada momento. Un médico se acercó para calmarlo, colocando una mano en su hombro.
La transmisión regresa a la presentadora en el estudio, quien mantiene una expresión grave y solemne. Detrás de ella, la imagen del enmascarado proyectada en sombras, como una advertencia silente para todo el país.
-Este desgarrador testimonio nos permite vislumbrar la atrocidad de lo ocurrido. Según el sobreviviente, el asesino enmascarado no mostró piedad alguna, eliminando sistemáticamente a todos en su camino -hizo una pausa, sus palabras bajando a un susurro cargado de tensión-. Pero, ¿realmente lo vio morir?
La pantalla cambia nuevamente al hospital, donde la investigadora se inclina hacia el hombre herido en la cama, que aún respira con dificultad.
-¿Usted... vio al enmascarado caer esa noche? -pregunta ella, en un tono casi confidencial.
El hombre asiente lentamente, como si el recuerdo lo atormentara.
-Estoy seguro de que él murió -su voz es apenas un murmullo-. Cayó, al final... pero nunca pude acercarme. Aun así, estoy seguro de que no vive...
La cámara regresa a la presentadora, quien observa con seriedad a la audiencia, dejando la sensación de que, a pesar de las palabras del sobreviviente, una duda persiste.
-¿Volverá el enmascarado a atacar? ¿O realmente murió esa noche?
La transmisión se apagó en la pantalla gigante en el centro de la ciudad. Entre la multitud que observaba en silencio, un hombre permanecía inmóvil, con el rostro parcialmente iluminado por el tenue resplandor de la pantalla antes de que todo quedara en penumbras. La gente comenzó a dispersarse lentamente, pero él se quedó quieto, su expresión enigmática, como si fuera el único que comprendiera el verdadero peso de las palabras escuchadas en la transmisión.
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