Epílogo.
El chef acudió a la mesa, platillo en mano, y lo sirvió de forma grácil sobre el mantel. La tenuidad de las luces del salón privado acentuó las sombras de sus pestañas, aunque, después de dos maravillosos e incomparables años, Wren reconocía el brillo de felicidad en su mirada sin que tuviera que levantar la cabeza hacia la luz.
―Un platillo directamente de Francia, madeimoselle Carmichael.
―Se lo agradezco, chef.
Julian cortó un pedazo y lo acercó a la boca de Wren. Sus labios aprisionaron la porción con movimientos seductores, y Wren sonrió, victoriosa, al toparse con su expresión atizada.
―¿Qué te parece? ―Se apoyó de la mesa con las manos―. ¿Pasó la prueba?
―Y con creces. ―Apuntó al soufflé de queso con el índice y luego se señaló la boca, indicándole que quería más. Julian acató la petición de inmediato. Sus miradas se encontraron y ambos sonrieron con la habitual complicidad pícara de la que habían gozado los últimos años.
Si bien Julian ya era un prodigio en la cocina, la confección de sus platos adquirió un demoledor potencial después de la escuela de gastronomía, de la que se graduó el mes anterior. El club continuó funcionando como de costumbre, con Isaac como socio y cofundador de lo que ahora se convertiría en The Pilgrim's, un restaurante de lujo. Wren no se quedó de brazos cruzados. Mientras Julian se preparaba para convertirse en el chef que siempre debió ser, aprendió a dividirse en tres: estudió para obtener la acreditación como Blue Badge, estableció la revista de divulgación histórica con Mara y Cassie y, entretanto, se hizo cargo del museo del Teatro Wallace.
―¿No temes que eso preocupe a tu padre? ―le preguntó Wren la vez que Julian le ofreció las riendas del museo.
―Le prometí que no revelaría nada sobre sus irregularidades a cambio del club, y yo sí cumplo mis promesas. El museo no supondrá problemas para nadie.
La historia del Teatro Wallace, y la historia oculta de cómo pasó de ser un escenario de gloria y beato a un restaurante de lujo, la convencieron de aceptar. Wren se detuvo un momento para darse cuenta de que estaba donde siempre quiso estar: lejos de los chismes de los nobles, pero sin abandonar su curiosidad investigativa, y acompañada del granuja que conoció en el invierno más duro de su vida.
―Todavía tenemos tiempo para un paseo, ¿no? ―le preguntó ella antes de agarrar la cuchara y coger otra porción del soufflé.
Julian revisó la hora en el reloj de muñeca.
―Diría que sí. Olive y Anna aplazarán el viaje todo lo posible.
El comentario le arrancó una carcajada a Wren. Tras la ruptura abrupta y dolorosa de Caleb e Imogen, el chico se desbordó en el proceso de la publicación de su libro, pero no había sido capaz de escribir nada nuevo desde entonces, pese a que su editor le insistía en material fresco. Un par de semanas antes, anunció que se iría por seis meses a Mónaco a trabajar en su nueva novela.
Terminaron juntos de comer el soufflé y subieron al piso a cambiarse. Mientras Julian se acomodaba la cazadora y luego subía una pierna a la cama para ajustarse los cordones de su bota de motociclista, Wren admiró el «mapa de la aventura», un mapa mundo pintado a lo largo de la pared en donde pegaban fotografía de los lugares que habían visitado. Wren se paró de puntitas y colocó la foto de su último viaje, cuyo destino había sido Francia.
―Si me toca escoger el próximo viaje, quiero que vayamos a... ―Deslizó el dedo por el mapa, indecisa―. O podríamos tomar el tren, ir desde Paris a Estambul. Aún quiero aprender a hacer pan turco.
―¿Para que termines de quemar mi cocina? No, Blondie.
―Hombre de poca fe. ―Se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos. Wren apoyó la mejilla en la ancha espalda de Julian―. Pero no puedes negar que soy una excelente asistente de cocina.
―No ―respondió la voz ronca de Julian antes de estallar en carcajadas―. Eres una distracción y un día de estos acabaré quemando la cocina yo.
Wren lo acompañó con una carcajada entre dientes.
―Te he comprado algo. ―Se apartó y lo rodeó. Julian levantó las cejas, intrigado―. Ya que vas a abrir el restaurante la próxima semana, creo que lo necesitarás. Es... Especial.
Wren sacó una caja blanca debajo de la cama y la dejó sobre el colchón. Se acomodó en el borde, con una sonrisa expectante curvando sus labios, y lo observó, también sonriente, mientras abría su regalo.
―No es cierto... ―La sonrisa de Julian se amplió―. ¿Lo has tenido todo este tiempo?
Wren se mordió el labio. Julian, entretanto, sacó la filipina de chef azul oscuro, que para ella era negro. Solo que no era una filipina, sino el saco del uniforme de Ecclestoun.
―Honestamente, lo único que quería rescatar de los destrozos del piso era esto. ―Julian le dio vuelta a la filipina, todavía sin palabras. Wren se levantó de la cama y se acercó a él, posó una de sus manos en las mejillas de Julian y se abrazó a él por la cintura con el otro brazo―. Tiene un valor sentimental para mí desde que me lo pusiste en Ecclestoun mientras me moría de frío. Fuiste la primera persona que me trató bien. La guardé porque no pensé que nos volveríamos a ver.
―Tiene mi nombre bordado ―susurró, maravillado, y estudió con atención el bordado dorado, o lo que Wren confiaba que lo fuera―. Julian Danby. ―Se le acortó la voz.
Ya no era Julian Remsey, ni Iverson ni lord Iverson. Rechazó todo aquello que lo unía a su padre ―su apellido, su título de cortesía― y, en su lugar, adoptó el apellido de soltera de su madre.
―No me importa el apellido que tengas. ―Pinchó su barbilla―. Siempre serás mío, vizconde o no.
Se miraron con intensidad, y a Wren se le revolvió el estómago de la felicidad. Sí, felicidad... La había añorado toda su vida. Familia, amor, protección... Solía pensar que no había nacido para merecerlas. La llegada de Julian lo cambió todo, y nunca estuvo tan agradecida por la sacudida de ese huracán.
Julian selló su promesa con un beso lento y pícaro. Wren se apartó de la cama al instante mientras reía.
―Los besos cerca de la cama son un peligro y, por si se te ha olvidado, tenemos un compromiso al que asistir.
Julian sonrió con picardía, guardó la filipina en la caja y agarró las llaves de la moto.
―¡Piensa rápido! ―gritó al tiempo que se las arrojaba.
―¡Sí! ―Levantó el puño al atraparlas. Nada la ponía de mejor humor que conducir la Ducati.
Cuando Julian se subió detrás de ella y le rodeó la cintura, Wren aprovechó la oportunidad para apoyarse en él y darle un beso en la mejilla antes de que se pusieran el casco. Sin más, la moto cobró vida y se unieron a la carretera. Julian contempló, con una rápida mirada por encima del hombro, la alta y elegante estructura de lo que se convertiría en un restaurante en una semana. Pero en algún momento el lugar se les quedaría pequeño cuando su propia familia creciera, y se sorprendió, acompañado de una sonrisa, de que esperaba ese momento con ansias.
No puedo creer que llegaramos al final. He estado en la piel de Julian y Wren por casi un año y se siente raro despedirme de ellos. Pero esto es lo que amo de la serie: que no perdemos a los protagonistas. Siempre tendremos un vistazo de ellos en las siguientes entregas. Nuestros chicos han obtenido la felicidad que se merecen 🤎
Ahora viene el debate interesante: ¿de quién crees que será la siguiente novela? 😏
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