Capítulo 27.
―¡Enhorabuena, primor! ―William silbó para llamar la atención del resto de los invitados―. ¿O ya debo llamarte «señor»?
―Quisiera decir que extrañé tu humor, querido hermano, pero... ―Simon sonrió, se apartó quedamente de Lyla y abrazó a William, que lo apretó con mayor fuerza de la necesaria―. Solo me fui unas semanas.
―Supongo que es lo más lejos que han estado el uno del otro ―bromeó Lyla. Saludó a William con un rápido abrazo y se echó a correr hacia su hermana―. ¡Bea!
Pese a haber crecido con los trillizos, Julian encontró curioso como Lyla parecía abrazarse a sí misma y no a su hermana gemela. Por Dios, sí que eran idénticas hasta en la manera de hablar. Simon y William al menos funcionaban con manierismos distintos y expresiones verbales que el otro jamás usaría.
―¿Qué tal esa luna de miel? ―preguntó Sam con una sonrisa sugerente.
Simon se echó a reír, levantó la mano para pedir una bebida y se bebió el vodka soda como si su vida dependiera de ello.
―¡Demonios! ―Simon sacudió la cabeza y Julian se echó a reír al notar que se le enrojecieron los ojos―. Esto tiene más vodka del necesario.
―¡Eh! ―masculló William en defensa de su bebida favorita―. Nunca hay demasiado vodka en un vodka soda.
―¿Puedes traerme agua, por favor? Gracias ―le pidió a uno de los meseros―. La bebida más fuerte que me permito es vino.
―A veces me cuesta creer que nacimos el mismo día.
El comentario de William desató una ola de carcajadas.
―¿Y cómo estuvo ese viaje? ―le preguntó Isaac, que alivió la garganta seca con dos tragos de vino antes de hablar.
―Lyla escogió varios destinos a los que yo ya había ido, pero al menos esta vez pude curiosear como un turista. Eso sí: desarrollamos nuevas técnicas evasivas para librarnos de las fotografías. ―Una sonrisa maliciosa acentuó la travesura en su mirada―. Me temo que los periodistas se quedaron con las ganas de una exclusiva.
―¿Quién sabe? Con eso de que se nos unió una al grupo...
Los cinco desviaron su atención al grupo de mujeres que conversaban y cuyas voces se escuchaban por encima de la música, aunque ninguno descifró lo que hablaban. Olive agarraba a Wren de un brazo y Cassie del otro mientras Lucinda tomaban la batuta de la conversación. Wren se destartaló de la risa y Madeleine, cuyo pelo rojizo se camufló entre las gemelas pelirrojas, puso mueca de asco y luego se echó a reír. Julian no pudo evitar contagiarse con la sonrisa de Wren.
La fiesta de cumpleaños había iniciado una hora antes, y al menos la mitad de los invitados ya estaba presente en ese entonces. Solo faltaba Alex, el hijo mayor del jefe de seguridad, Jonathan ―el gran ausente de las reuniones― y Catharina y Caleb, los mejores amigos de Caleb. Piper y Riley, los monarcas de Dinamarca, charlaban alegremente con Anna y Charles, cuya vestimenta informal le restó unos cuantos años.
―¡Me alegro que llegues temprano! ―Olive interceptó a Julian y a Wren apenas entraron al salón del Palacio de Caster―. No conoces al resto de mi familia, ¿verdad?
―No personalmente. ―Wren esbozó una sonrisa traviesa.
―Entonces ven conmigo. Te presentaré a mis primos.
―Hola a ti también, linda ―la saludó Julian, lo que obligó a Olive a detener su escape.
―¡Hola, lindo! ―lo saludó con una sonrisa breve y se llevó a Wren, quien se encogió de hombros y se despidió de él agitando la mano.
Julian sacudió la cabeza y se acercó a la mesa más próxima para agarrar una copa. Solo fue cuestión de tiempo antes de que Sam, Isaac y William se aproximaran, relegados por el grupo de mujeres que se conglomeró en una esquina del salón a conversar. No mucho del escenario cambió hasta la llegada de Simon y Lyla. Julian, sin embargo, se entretenía de vez en cuando mirando a Wren y la facilidad con la que se desenvolvía.
―Te prometo que no se va a perder. ―Isaac se echó a reír ante la expresión perpleja de Julian―. ¿Qué? Ni siquiera disimulas hacia dónde estás mirando.
―Lo cual es bastante decepcionante. ―William adoptó un gesto de desaprobación que no combinaba con su sonrisa divertida―. Se supone que pertenecíamos al mismo club.
―Lo que me recuerda... ―Simon pasó el brazo por los hombros de Julian, y el vizconde se preparó para su venganza―. ¿Quién es el león domado ahora?
William masculló un pronunciado «ooooh» que Sam no tardó en imitar. Julian, que jamás se imaginó en una postura similar, no impidió que sus mejores amigos se burlaran de su situación. Tampoco es que le molestara. No existía una peor posición que aquella en la que su padre lo había puesto. La fiesta de cumpleaños de Caleb se convirtió en la excusa perfecta para relajarse.
―A ver, ¿y eso cómo pasó? ―preguntó Sam―. No es como que se hablaran mucho en el club.
―Sí, ¿cómo pasó? ―murmuró Isaac con fingida inocencia. Era el único del grupo que sabía cómo Wren y Julian se conocieron en realidad.
―Wren era estudiante de Ecclestoun.
La reacción esperada llegó: los tres lo miraron, atónitos, y uno por uno lo bombardearon de preguntas. Julian no reveló toda la historia de Wren, tampoco su nombre en ese entonces ni el incidente con Brianna. Solo les contó que la conoció en detención.
―Tiene la pinta. Prosigue. ―William lo miró por encima de la boca del vaso.
―El prefecto Mechanic tramitó su expulsión y después no la volví a ver hasta hace unos años. ―Julian sonrió, fascinado, al percatarse de la suma y resta en la mirada de Simon.
―Me acuerdo que hubo un tiempo que preguntabas por una chica. ¿Estamos hablando de la misma?
―¡Olvida eso! ―William puso mala cara al percatarse de que su vaso ya estaba vacío―. Porque si es la misma señorita Hargrave que creo que es, la estudiante con la que el prefecto siempre nos amenazaba con ir a hacerle compañía en detención si rompíamos una de las normas del internado, ¡entonces hablamos del maravilloso ser humano que bautizó a ese verdugo como Mr. Mechanic! De solo acordarme como se le enrojecían las mejillas al llamarlo así, me invade un placer malvado maravilloso.
―¡Amén! ―Simon y Isaac levantaron las copas a la vez.
Julian sacudió la cabeza, divertido. Mr. Mechanici se había ganado la antipatía de los estudiantes gracias a su excesiva mano dura ―de solo recordar cómo había agarrado a Wren del brazo y la obligó a quedarse en la entrada bajo la nieve revivió el desprecio que le tenía―, de modo que pronto todos comenzaron a llamarlo de esa manera gracias a un rumor de pasillos. Muchos habían escuchado el apellido Hargrave en ese entonces, pero no podían ponerle una cara. Desde ese primer y último día que la vio, Julian no paró de buscarla ni de meterse en líos para ir a detención y esperar que la suerte lo bendijera.
Diez años después, lo hizo. Supuso que era mejor tarde que nunca.
―¡Oye, ídola! ―William gritó en dirección a Wren. Como esta no se percató, el duque silbó, tronó los dedos y, al final, se rindió y la llamó por su nombre. Wren se sobresaltó, todavía embracetada a Cassie y Olive―. ¡Gracias por hacer de mi adolescencia una memorable!
Los invitados se quedaron petrificados ante las palabras de William, y Simon no tardó en taparse la cara con la mano, mientras Sam y Isaac se destartalaban de la risa.
―¡Les juro que no pensé que fuera a sonar tan mal! ―se defendió de las miradas acusatorias.
Las miradas de Julian y Wren se encontraron. Sus ojos argentados le pidieron una explicación, pero Julian se limitó a gesticular que William estaba loco y Wren sacudió la cabeza como si no supiera en qué casa de desequilibrados se estaba metiendo.
―A todas estas, ¿cómo lleva lo de...? ―Isaac echó una mirada a Wren. Julian notó la inquietud en su expresión―. Lo de los Stanhope y eso.
―¿De verdad es hermana de Brianna? ―la pregunta de William carecía de su habitual picardía, ya fuera por respeto a Wren o a que Julian era su pareja.
Julian asintió con parsimonia.
―Lo lleva que es importante ―admitió y suspiró―. Ha sido un golpe fuerte para ella. Por suerte, lo ha tomado mejor de lo que me temía.
―Nos dejas saber si hay algo que podamos hacer por ella ―le dijo Sam. Simon y Isaac asintieron.
―¡Vamos! ¡Claro que lo hay! ―El entusiasmo de William regresó con el tronar de los dedos―. Estamos en una fiesta, por amor a Dios, y yo nunca he visto a nadie de mi familia llorar en una a menos que sea de la risa.
―¿Y dónde está Caleb? Gracias ―Simon le agradeció al camarero que le trajo el agua―. ¿Cómo haremos una fiesta de cumpleaños sin el cumpleañero?
―No lo vi al llegar ―comentó Julian y echó una mirada al jardín a través de los ventanales. Era un día espléndido para una fiesta en el exterior. Caleb, sin embargo, prefirió que fuera en el salón para evitar contratiempos como una repentina llovizna o los vientos de otoño―. De hecho, falta gente de tu familia.
―Mis tías Haylee y Kaylee llegarán en la noche y dudo que Mía asista. Estaba en Kenmore visitando a Jonathan.
―Tu primo nunca asiste a las reuniones ―detalló Sam con una expresión curiosa.
William y Simon intercambiaron una tensa mirada.
―Como vive al otro lado del país, se le hace difícil venir de visita.
―Pero siempre llama ―añadió William.
Pocas eran las ocasiones en las que Jonathan, el hijo de Abraham, el tío mayor de los trillizos y Caleb, salía en cualquier conversación, pero cuando lo hacía, la respuesta de William y Simon era la misma: esquivar. Julian sospechaba que el mayor de los primos estaba metido en problemas. Pese a la curiosidad colectiva ―ni Sam ni Isaac sabían a ciencia cierta el misterio detrás de Jonathan― ninguno ha intentado indagar al respecto por consideración a la familia. El hecho de que fueran amigos no implicaba que debían contarse todo. Además, Julian mismo había mantenido varios secretos para sí. No se encontraba en la posición de juzgar a nadie.
―¡Miren al bebé! ―William silbó para avisar a los invitados de la llegada de Caleb, que fulminó a su hermano con una mirada divertida.
La ansiada llegada del cumpleañero atrajo a los invitados que faltaban: detrás de Caleb llegaron Peete y Zowie con sus dos hijas, Julie y Vanessa, quienes llegaron sin sus parejas. Evie, la hija menor de Gray y Darcey ―otra de las grandes ausentes en las reuniones familiares― llegó corriendo y con las mejillas coloradas.
―¡No puede ser! ―gritó Olive al verla―. ¡Has revivido de entre los muertos!
Evie había elegido una profesión muy distinta a la de sus padres: mientras Gray se encargaba de la seguridad de la familia real y Darcey de la agenda privada del rey, Evie se ganaba la vida prestando su voz para audiolibros. No era difícil entender por qué: su voz era melosa y seductora y su forma de narrar evocaba las emociones del texto.
―El trabajo y yo nos casamos, ¿no lo sabías? ―Abrazó a todos sus primos y salió corriendo a saludar a Simon y a William, quien la levantó del suelo y la hizo girar―. Espero que me hayan echado de menos.
―Ya estaba cansado de ver las mismas caras, en especial esa. ―William señaló a Simon con la barbilla.
Evie se abrazó al costado de William mientras reía.
―Acabo de firmar un contrato con una compañía de Londres, así que es probable que me mude de regreso a la ciudad.
―¿Qué géneros vas a estar grabando?
―Romance, por supuesto...
―¿Y...? ―William se encogió, temeroso de la respuesta.
―Si preguntas si es erótica, la respuesta es sí. Tengo al menos dos novelas de erótica firmadas.
―Qué extraño es escucharte narrar esas partes. ―Su expresión de calvario lo confirmó. Julian no podía culparlo. Debía, en efecto, ser extraño escuchar a una persona con la que creciste narrar ese tipo de escenas.
―Esas son las partes que más me gustan tocar ―aterciopeló la voz a propósito para molestarlo. William inclinó la cabeza y la regañó con la familiaridad de un hermano mayor.
El grupo decidió incorporarse junto al cumpleañero. Las chicas compartieron la misma idea, porque en cuestión de segundos el salón se transformó en un círculo gigante de invitados que, uno por uno, felicitó a Caleb por sus veintiún años.
De pronto, un brazo rodeó la cintura de Julian y el calor familiar que emanaba lo acobijó.
―Hola, extraño.
―Hola. ―La atrajo hacia él y le besó la frente―. ¿Te estás divirtiendo?
―Mucho. ―Apoyó la cabeza en su pecho―. En especial porque Olive se la ha pasado negando que su hermano menor es un adulto. Insiste en que sigue siendo un niño.
Julian se echó a reír. Definitivamente, era algo que Olive diría. Echó una mirada a Caleb y estudió al que consideraba su propio hermano menor. Qué fascinante era pertenecer a la vida de alguien lo suficiente para notar esos cambios. Aún recordaba a ese niño de mejillas regordetas que seguía a sus hermanos mayores a todas partes. Lo mejor del espectáculo es que rara vez le impedían reunirse con el grupo aunque fueran mayores que él. Los trillizos, de hecho, acostumbraban a invadir la habitación de Caleb de vez en cuando para hacer sus deberes todos juntos, como si la casa real no fuera lo suficientemente grande para que cada uno tuviera su salón de estudios. Ahora Caleb cumplía los veintiún años, Simon acababa de casarse y se mudaría a una residencia propia con su esposa y Olive y Isaac harán lo propio pronto.
A pesar del sabor agridulce que le dejó el entendimiento, Julian reconoció que debía ser maravilloso tener hermanos. Como hijo único, todos los privilegios ―pero aún peor: todas las expectativas― estaban puestas en él. Solo que nunca fue hijo único, y saberlo no lo hacía sentirse mejor. ¿Qué tan diferente habría sido su vida si hubiese sabido antes de la existencia de Nancy? ¿Qué se sentiría crecer con una hermana? ¿Hubiese escogido refugiarse lejos de sus problemas en Ecclestoun, donde no conocía a nadie, o habría recurrido a ella?
―¿Sabes? ―Wren levantó la barbilla y lo miró a los ojos, pero sin apartarse. Julian lo aprovechó para abrazarse más a ella―. Agradezco que te preocupes por mí y te asegures de que la esté pasando bien.
―¿Pero...? ―La conocía lo suficiente para saber que venía uno.
―No soy la única lidiando con noticias difíciles de digerir.
Julian se encogió de hombros y apartó la mirada. Una chica menuda de ojos grandes se acercó a Caleb y la mirada se le iluminó al instante. El chico la rodeó por la cintura, le besó la mejilla y la acercó al grupo para presentarla a la familia. Imogen. Novia. Esas fueron las palabras que desataron risitas y sonrisas de alegría. Julian lo envidió al momento. Ojalá hubiese tenido una familia tan remunerada a la que presentar a Wren. Una familia que no estuviera dispuesta a destruir su piso, intentar chantajearla con su punto débil y, al fracasar, darle una estocada con una verdad dolorosa.
―No me importa lo que pasó con mi padre, solo las repercusiones que trae. ―Julian la sintió tensarse, de modo que la acercó más a él y le frotó el largo del brazo izquierdo.
―¿Y Nancy?
Julian suspiró.
―Ella es la única que me preocupa.
―¿Te gustaría hablar con ella?
―Yo... ―Julian se distrajo con la efusiva bienvenida que Caleb le dio a Catharina, la hija mayor de la reina Piper. El muchacho le envolvió la cintura y dio vueltas con ella en medio del círculo de invitados y la princesa se echó a reír. Olive, sin embargo, compartió una mirada desalentadora con Simon y William, y Julian no tardó en entender por qué: Imogen observaba la escena con una fina línea por labios―. Tal vez deberíamos hablar de esto más tarde.
―¿Lo hablaremos? ―el escepticismo en la voz de Wren lo hizo apartar la mirada de Liam, que acababa de llegar con una sonrisa forzada. ¿Era idea suya o había llegado al mismo tiempo que Catharina?
―Por supuesto. ―Asintió quedamente.
―Hemos hablado de mi padre, de Brianna, de la invitación a cenar en casa de tu madre que tenemos pendiente, pero no has mencionado a tu padre o a Nancy ni una sola vez. Eso es lo que te tiene de mal humor.
No era una pregunta. Wren estaba convencida del origen de su insatisfacción.
―Después ―le pidió casi como una orden. Julian se esforzó por apartar cualquier dureza en su voz.
―Ahora ―esa era una demanda en todo el sentido de la palabra.
―Se supone que venimos a una fiesta a pasarla bien, ¿no?
―Díselo a tu cara.
Julian se volteó de cuerpo completo hacia ella y bufó.
―¿De verdad vamos a discutir por esto?
―No estamos discutiendo.
¿No? Entonces, ¿por qué Julian se esforzaba tanto por no levantar la voz?
―Está bien si quieres hablar con ella, ¿sabes? ―Wren redujo el filo de su voz―. Es tu hermana.
―Está bien si quieres aceptar el té que Robert te ofreció, ¿sabes? ―empleó el mismo tono condescendiente―. Es tu padre.
Wren se apartó de él y le dio un discreto empujón, aunque por la repentina atención que Simon y Isaac pusieron en ellos, imaginó que no lo había sido tanto.
―Solo dejémoslo en que ninguno de los dos está listo para enfrentar a nuestros nuevos parientes ―rectificó Julian.
―Lo de mi padre fue un golpe bajo ―masculló ella.
Julian se remojó los labios y esperó que el silencio lo devolviera a la calma, pero la repentina distancia que se estableció entre los dos le disparó el pulso.
―Tienes razón, y lo siento. De verdad. ―Se arriesgó a recuperar el terreno perdido. Wren no rebatió su jugada e incluso suspiró, aliviada, cuando Julian la acercó a él para rodearle la cintura.
―Tú también tienes razón ―admitió tan bajo que Julian tuvo que agachar la cabeza para escuchar mejor―. Quiero aceptar su invitación y eso me molesta.
―Vaya familia la que nos ganamos, ¿eh?
―Ya sé. ―Apoyó la cabeza en el pecho de Julian―. Que suerte que lo tengo a usted, milord.
―Aunque me haya hecho esperar diez años, señorita Hargrave.
Wren se echó a reír con suavidad.
―No lo vas a olvidar nunca, ¿cierto?
―Tampoco dejaré que lo hagas tú.
El volumen de la música se redujo de repente y Caleb llamó la atención de los invitados al pedir un momento de silencio. El rey se posicionó entre su esposa y sus suegros, que intercambiaron unas palabras con Edward y Tessie. El menor de los hermanos sujetó la copa con firmeza sin apartar el brazo alrededor de la cintura de su novia, que lo miró entre sorprendida y emocionada. Julian notó la incomodidad de Catharina, que se posicionó en el lado derecho de Caleb en cuanto la mirada de ella y la de Imogen se cruzaron. Liam se detuvo junto a ella, le susurró algo en el oído y Catharina asintió.
―Creo que Caleb es el único que no nota la tensión extraña que hay entre los cuatro, ¿o es cosa mía?
Wren dio en el clavo. La mirada idéntica de los trillizos disparaba recelo. A ninguno le simpatizaba la novia de Caleb, pero procuraban no demostrarlo por respeto a su hermano menor.
―Ya sé que hoy es un día especial por ser mi cumpleaños, y te agradezco, mamá, que me ayudaras a preparar esta reunión. ―La reina consorte le lanzó un beso antes de sonreí―. Todas y cada una de las personas que están aquí, son las más importante en mi vida, y por eso he estado guardando una noticia importante que les quiero compartir.
La expresión de la reina consorte se tensó. Julian se atragantó la risa al imaginar lo que pasaba por su mente. Se aferró con una mano a la copa de vino y con la otra al brazo del rey.
―Firmé un importante contrato con una editorial. ―La sonrisa de Caleb iluminó el salón―. Voy a publicar mi primer libro.
La habitación se inundó de toda clase de reacciones: desde el suspiro de alivio de Anna, el grito de euforia de Olive y el puño levantado de William, hasta el salto de emoción de Catharina, que rodeó a Caleb con un abrazo rompe huesos que lo hizo jadear. No fue hasta la silenciosa intervención de Imogen que los dos se apartaron. Catharina congeló la sonrisa, aunque su mirada plateada se detuvo en los ojos de Imogen. La irlandesa, por su parte, la ignoró y acaparó el espacio para abrazar a Caleb. El vitoreo no permitió que Julian escuchara lo que le había dicho al oído, pero la sonrisa de felicidad de Caleb tambaleó por un momento.
―No se lo había dicho ni siquiera a mi madre ―le dijo el chico―. Quería que lo supieran todos a la vez.
―Ya ―masculló ella, desganada.
Fue en ese preciso instante que Julian entendió la antipatía de los trillizos hacia Imogen. ¿De verdad le estaba cuestionando por qué no le había dado la noticia a ella primero?
―¿Crees que sea prudente acercarme para felicitarlo? ―Julian detectó un atisbo de burla en la voz de Wren―. ¿O la chica me morderá de cualquier forma, aunque mi novio esté presente?
―Dicen que es más seguro ir en parejas. ¿Nos arriesgamos?
La felicitación no resultó ser el problema, sino lidiar con la impaciencia de Olive y el malhumor de William al escuchar la discusión de Caleb e Imogen, que se fueron al corredor.
―Es... es... ―Olive se frotó la mejilla―. ¡Una desconsiderada! Lo es, ¿verdad? ¿O el problema soy yo?
―Chicos, cálmese ―intervino Simon―. Tal vez no sea lo que parece. ―Wren y Julian, que habían escuchado un indicio en la breve conversación entre Caleb e Imogen, se miraron, dudosos―. De cualquier manera, este es un asunto que le compete a Caleb resolver, por mucho que nos moleste.
El volumen de la discusión aumentó considerablemente. Liam y Catharina se miraron y salieron al corredor a socorrer a su amigo.
―Voy a pedir que suban la música ―dijo William―. Esto es bastante incómodo para todos.
Pero el alboroto escaló antes de que pudiera llevar a cabo sus planes.
―No te confundas, Imogen, que yo no veo a Caleb de la manera que estás insinuando ―era la voz de Catharina.
―Entonces vete y déjanos resolver nuestros asuntos como pareja ―le dijo Imogen.
―¡No le hables de esa manera! ―la frialdad en la voz de Liam sorprendió a Julian.
―Déjennos a solas, por favor ―les pidió Caleb.
―Esta gente se va a matar. ―William suspiró. Los trillizos se miraron―. ¿Deberíamos...?
―No ―le espetó Simon, aunque no sonaba muy convencido.
Tal vez sea porque oyeron las intenciones de William, pero de pronto el volumen subió lo suficiente para reducir la agitación de la discusión.
―¿Saben hasta qué hora planea Caleb mantener la fiesta? ―preguntó William.
―¡Vamos! ―farfulló Olive―. Es solo una discusión de pareja, todos las hemos tenido.
―Yo no. ―William esbozó una sonrisa despampanante.
―Tú no cuentas.
―De todas maneras, no lo preguntaba por eso. Debo levantarme temprano. Tengo asuntos importantes que atender fuera del país.
―¿A dónde vas y con qué permiso? ―preguntó una voz masculina.
El grupo abrió espacio para el rey, y la penetrante mirada azul que los trillizos heredaron estudió a William con diversión.
―A Mónaco, padre querido. ¿Quieres acompañarme?
―¿Y presenciar la disputa entre el príncipe soberano y su hijo? ―Negó de manera enfática―. Ya tengo suficiente con los príncipes de mi reino. Cada uno de ustedes le ha dado sentido al refrán: «hijo eres, padre serás». ―Suspiró con desgano―. Para empezar, mi primogénito se buscó un escándalo con una maestra.
―Pero lo arreglé, eh. Me casé con ella.
―La otra...
―¡No me regañes! ―se defendió Olive―. Resolví todos mis problemas con Isaac.
―Para colmo, ahora está Caleb y esta chica, a la que Anna no tiene en buena estima, sin embargo, no ha querido meterse en sus decisiones.
―Caleb no es tonto ―apuntaló Isaac―. Sabrá solucionarlo.
―Y el último de mi prole, para rematar, está de novio con la mujer que publicó la famosa fotografía que dio pie al escándalo de mi hijo mayor. ―El rey suspiró y sacudió la cabeza con fingida desaprobación―. ¿Qué haré con estos hijos míos?
Julian no se percató de que estaba hablado de él hasta que el grupo se echó a reír. El último de la prole... Hijos suyos... Lo más que envidiaba a sus amigos, además de la unión entre los hermanos, era como los padres no hacían distinción alguna entre los hijos biológicos y los que la vida les había presentado. Julian había dejado de ser hijo único hacía mucho tiempo. Recordarlo desintegró la nostalgia y pesadez con la que llegó a la fiesta. Estaba donde y con quién debía estar: la familia que lo acogió cuando más la necesitaba.
―No voy a entretenerlos mucho ―dijo el rey―. Si dejo a Anna sola cinco minutos, es capaz de intervenir en la discusión, y les aseguro que será un espectáculo que recordarán toda la vida. ―Golpeó la espalda de William con más fuerza de la necesaria. El pobre tosió y lo miró con ávido rencor―. No olvides tu compromiso. Si vas a Mónaco, ve a presentar tus respetos ante el príncipe soberano y su familia.
―¿Por qué habré nacido príncipe? ―se quejó el aludido con una expresión de agotamiento.
―Tampoco pedí tener tres primogénitos de un solo golpe, y nunca me quejé.
El rey guiñó el ojo antes de marcharse. Debió haber recordado el asunto que lo llevó a acercarse en primer lugar, porque se volvió y le dijo a Simon:
―Te veré en mi despacho en la mañana. Ahora es que empieza el trabajo duro. ―Sonrió con malicia.
―Ahí estaré, majestad.
Charles se despidió con una impecable reverencia.
―¿A qué irás a Mónaco? ―preguntó Sam, que se había quedado en silencio mientras daba pausados sorbos al vino blanco. No acostumbraba a hablar cuando el rey estaba presente, aunque en varias ocasiones Charles le había afirmado que no le molestaba.
William miró a Julian de refilón. Era, probablemente, el único que conocía el proyecto de William y a qué punto llegaban sus aspiraciones. Para Julian, ese era un momento idóneo para que se lo contara al grupo. Incluso Wren, que lo miraba fijamente, estaba intrigada.
―Estoy... bueno... ―William se miró los pies. Por favor, ¡parecía un niño de cinco años!
―¿Tiene algo que ver con tu proyecto secreto del que solo Julian conoce? ―la aterciopelada, y levemente acusatoria, voz de Olive lo hizo ruborizar.
―Me voy a graduar en unos meses, así que... Sigue siendo un proyecto en pañales, aún lo estoy pensando y buscando, ya sabes... Soluciones, pues. De hecho...
William continuó balbuceando un buen rato y, aun así, el grupo esperó pacientemente a que fuera capaz de formular una oración entera y con sentido.
―Entonces eso ―terminó diciendo.
―Ya veo ―le dijo Simon.
―Tiene todo el sentido del mundo ―añadió Olive.
―Buena decisión. ―Asintió Isaac.
―No entendimos ni una sola palabra ―admitió Sam.
Julian soltó una carcajada por lo bajo. Wren le asestó un codazo en el costado y lo reprendió con la mirada. Fue entonces que Julian se fijó en la expresión afligida de William, una imagen que pocas veces había presenciado. Se le acercó y le dio una palmada alentadora en la espalda.
―Cuando termine de estudiar, haré un máster en diseño automotriz. ―William hizo una pausa, como si esperara alguna reacción en específica, y luego continuó―: Quiero...fundar una fábrica de coches.
―¿Comerciales? ―aventuró Simon con interés.
―De carreras. Julian me ha estado ayudando para saber qué procesos llevar a cabo. Además, hay una copa de competición europea, la Copa EuroMotor, que se hacen cada dos años y participan nuevos fabricantes, la mayoría de motores, y el premio es incorporar estas tecnologías en la Fórmula 1.
Lo único que llenó el silencio fue la música movida de fondo.
―¿Tienes pensado participar? ―Isaac rompió el hielo.
―Algún día. La próxima temporada ―la convicción de William hizo que Julian sonriera. «Bien, chico. Vas bien», pensó―. Este año, la copa se está llevando a cabo en Mónaco. Mis compañeros de la universidad y yo iremos a estudiar el evento.
―Una fábrica de coches ―Olive meditó sus propias palabras―. Suena tanto a ti.
―¿Verdad? ―bromeó él.
―¿Por qué tardaste tanto en decirnos esto? ―le cuestionó Simon.
De pronto, el grupo centró toda su atención en William y esperó por su respuesta.
―Quería tener entre manos un proyecto sólido. En eso me ha estado ayudando Julian. ―El vizconde levantó la coma mientras sonreía―. Conlleva mucho más papeleo del que pensaba. Es una suerte que cuento con un muy buen abogado.
―¿Aunque solo ejerza la profesión de vez en cuando? ―le preguntó Julian.
―¿Quién soy yo para juzgar, primor?
―¿Y a dónde te han llevado los planes, compañero de vientre? ―la pregunta de Olive vino cargada de acusación.
―Creo que tengo una buena propuesta. Solo necesito tiempo para llevarla a cabo. ―De pronto, William apartó la mirada y buscó algo, o a alguien, en el salón―. ¿Creen que a papá le moleste? No soy precisamente el príncipe que un rey espera.
―William ―la altisonante voz de Simon lo sacudió―, ¿te has olvidado de la madre que tenemos?
―No, pero...
―No seas tonto ―lo atajó Olive―. Honestamente, William, considero que tu obstáculo principal eres tú mismo. ¿Cómo pudiste pensar que nosotros, tus hermanos, no íbamos a entender tus aspiraciones?
―¡Tampoco me lo tienes que decir con tanta brusquedad!
―¡No fui brusca!
―Dramático ―se burló Simon.
―Tú... ―Olive miró a Julian con una expresión acusatoria. Se echó el pelo negro hacia atrás y se acercó hasta detenerse frente al vizconde―. Pensaba que eras pésimo guardando secretos. Ahora veo que estaba equivocada.
Julian le pinchó la barbilla con los dedos.
―Soy mejor que tú, linda. ―Olive hizo ademán de morderle la mano, así que Isaac la apartó mientras intentaba contener la risa.
Simon, que había continuado la conversación con William, ajeno al ataque de tiburón en contra de Julian, preguntó:
―¿Y ya sabes lo que necesitas? No tengo la menor idea de lo que se requiere para establecer una fábrica de coches.
―De momento, estoy buscando inversionistas. He encontrado un fabricante de piezas que le surte a una escudería norteamericana que tiene planes de establecer una planta en Inglaterra. No me convence del todo, por eso quiero ir a Mónaco. La escudería de Vance Lyles estará allá.
―¿Lyles? ―Wren casi vociferó al hablar―. ¡Oh, no! De todo corazón te lo digo: descarta todo lo que se asocie a él y a su escudería.
―¿Por qué? ―preguntó William, alarmado.
―Vance no es un hombre confiable. Escuché que ha obtenido información de otras escuderías, se las entrega a una fábrica de coches y esta la desarrolla las ideas antes que los otros.
―¿Y de dónde lo conoces?
―Sí... ―vaciló Julian―. ¿De dónde?
Wren se echó a reír. Vamos, ¿qué era tan divertido? ¿Y por qué el resto de sus amigos también se carcajeaban?
―No lo conozco en persona, pero lo he visto en España, en un circuito de Motocross. Vance ha ido hasta allá a buscar corredores.
William estudió la nueva información con una mirada analítica.
―Bien, eso resuelve mi predicamento si confiar o no en el inversionista. De todo corazón te lo digo: agradezco que me libraras de un dolor de cabeza. ―Remató con un guiñó.
Wren se ruborizó.
―¡Eh, tiempo de jugar! ―gritó alguien de repente―. ¿Quién se apunta?
La primera en protestar la intervención de Alex fue Olive.
―¡Siempre propone los juegos más bizarros!
―¡Te oí! ―gritó el aludido desde el centro del salón―. Prometo que esta vez no lo es. ¡Todo el mundo quítese los zapatos!
Wren miró a Julian como preguntando si realmente tenía que hacerlo, pero el vizconde ya había comenzado a sacarse el derecho al momento de asentir. En pocos minutos, todos los invitados estaban descalzos y habían llevado sus zapatos a una gran caja de madera.
Alex llamó la atención de los invitados con un silbido y se dispuso a explicar la dinámica.
―El juego es sencillo: nos dividiremos en dos grupos. Puede ser de hombres, mujeres o mixtos. ¡Como más les guste! Cada grupo designará a un zapatero, que será el encargado de buscar el calzado que le corresponde a la persona sentada en la silla.
―¿Si te das cuenta que los zapatos de hombres son todos iguales? ―protestó Evie.
―¿Qué no has vistos los zapatos que traen ustedes? ¡Todas llevan casi el mismo color! Aquí venimos a sufrir por igual.
―¡Te la robaré! ―Olive agarró el brazo de Wren y se la llevó antes de que Julian pudiera protestar.
―Vas a perder, bonita. ¡Te lo advierto! ―Isaac le indicó a Julian que se uniera al equipo. Sam y Alex lo recibieron con un par de golpes en la espalda.
―¿Me estás desafiando? ―Olive se cruzó de hombros.
―Sabes que soy un experto poniendo calzado.
―¡Oh, entonces sí es un desafío! Bien, ¡yo seré la zapatera!
―¡Yo también! ―convino Isaac.
Julian fue el primero en pasar a la silla. A solo metro y medio de distancia, Wren se sentó en la otra con una expresión radiante. Verla divertirse le permitió relajarse.
Para sorpresa de ninguno, la primera ronda la ganó Olive y Isaac, tampoco sin sorprender a nadie, pidió una inmediata revancha. Perdió. La zapatera de la tercera ronda fue Cassie, que perdió contra Alex por apenas dos pares de zapatos.
―¡Véngame! ―le gritó a Wren cuando fue su turno de ser la zapatera.
―¿Qué me darás a cambio si gano? ―le preguntó Julian al tiempo que se ubicaba frente a la caja.
―¿Qué te hace pensar que me ganarás? ―la sonrisa seductora lo distrajo, de modo que no escuchó el «¡ya!» de Anna que daba inicio a la ronda.
Pese a que Julian se consideraba detallista y observador, tampoco es que se distrajera mirando los pies ni poseía una memoria privilegiada para recordar a los dueños de cada calzado. Wren sí. Para el momento en que logró encontrar los de Isaac, Wren ya llevaba siete pares.
―¡Se acabó el tiempo! ―gritó Anna.
Wren levantó los puños por encima de la cabeza y soltó un grito de victoria. En cuanto sus miradas se encontraron, Wren le lanzó un beso al aire. Julian le guiñó el ojo.
Entonces, de pronto, se escuchó un golpe ensordecedor: algo pesado azotando contra la puerta del salón.
Luego los gritos.
Otro golpe.
Y un grito femenino pidiendo ayuda.
Simon y William corrieron hacia la puerta con Julian, Isaac y Sam detrás. La escena dejó a Julian de una pieza: mientras Simon sujetaba a Caleb, cuya mirada encolerizada observaba a su mejor amigo, Liam se alejaba cada vez más apoyado de Catharina. El chico se presionó la boca con fuerza y gimió. Sangraba.
―¡Vete de mi casa! ¡Vete o yo mismo te sacaré! ―le advirtió Caleb a gritos.
La fuerza que ejercía Simon para contener a su hermano era descomunal, y eventualmente William tuvo que intervenir.
―No me voy a ir hasta que me escuches ―le respondió Liam, aunque con dificultad. La hinchazón del golpe estranguló sus palabras.
―¡No quiero volverte a ver en mi vida! ―Los ojos verdes de Caleb, que siempre brillaban de alegría, ahora se veían cubiertos por un manto de oscuridad.
―Por favor, Caleb. Imogen y yo no...
Caleb arremetió contra él, a pesar de que sus hermanos mayores hacían todo lo posible por contener a ese caballo desbocado. Julian se interpuso entre los dos amigos y miró fijamente a Caleb, pero fue la voz autoritaria de Charles lo que frenó el remolino de furia en su cabeza.
―Basta... ¡He dicho basta! ―El rey puso la mano en el pecho de Caleb, aunque su atención estaba puesta en Liam―. Ve a que te revisen primero antes de irte.
―¡No quiero que esté aquí ni un minuto más! ―la voz de Caleb se quebró. Julian percibió su estremecimiento y el calor que emanaba su furia. ¿Qué rayos había ocurrido entre ambos?―. ¡Se supone que eras mi mejor amigo! ¡Imbécil!
Liam retrocedió con dificultad, todavía apoyado de Catharina, que observaba a Caleb como si lo desconociera. Tan lejos de la verdad no estaba: Caleb estaba irreconocible. Lo que inició la disputa entre ellos debió ser bastante delicado.
Fue entonces que Julian se percató de que Imogen no estaba por ningún lado. Se preguntó si tendría algo que ver.
―¿Te vas con él? ―le cuestionó Caleb a Catharina. La chica ayudó a Liam a caminar hacia el final del pasillo.
―Por primera vez, el que está siendo irracional eres tú.
―¿Yo? ―sonaba sorprendido y furioso.
Catharina se detuvo y lo atravesó con la mirada.
―Sí, ¡tú! No olvides el montón de veces que Imogen me insultó y no hiciste nada. ―Caleb entornó los ojos. Era la primera vez que la miraba de esa manera. Con furia o con desdén―. Intenté que funcionara porque eras mi mejor amigo, pero supongo que no vale mucho la pena si ella es la única que está en lo correcto y somos los demás los que te mentimos, ¿o no? ¡Vaya amigo de mierda resultaste ser!
Catharina y Liam apuraron el paso y en cuestión de un parpadeo, que los dejó a todos atónitos.
―¿Qué fue lo que pasó? ―indagó Anna. Se acercó a Caleb y amagó tocar una de sus mejillas con la mano, pero Caleb la apartó con demasiada brusquedad.
―¡Caleb! ―La voz de barítono de Charles silenció el corredor―. No olvides que Anna es tu madre.
―¡No quiero hablar ni con ella ni con nadie! ―espetó. Bajo la mirada atónita de los presentes, Caleb se soltó de sus hermanos y se alejó corriendo.
―Déjamelo a mí ―informó Olive y se fue detrás de Caleb.
Anna volteó hacia los invitados con una expresión mortificada.
―Volvamos al salón. Lamento mucho este incidente.
―Está bien, tía. ¿Por qué no bailas conmigo? ―Alex le ofreció el brazo y Anna, con una sonrisa que vacilaba entre la tristeza y el agradecimiento, aceptó.
―Entremos también ―los exhortó Simon―. Si alguien puede calmar a Caleb, es Olive.
El resto de la familia regresó al salón sin protestar, aunque Julian estaba convencido de que en la mente de todos rondaba la misma pregunta: ¿Qué había ocurrido entre Caleb y Liam?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro