Capítulo 2.
Querida Wren:
Ya que planeas regresar a Londres, he hecho una búsqueda exhaustiva y me parece que he encontrado un lugar que te resultará agradable. Queda a orillas del río Támesis, en un cómodo y seguro conjunto de apartamentos llamados Tamesbrim, en la Calle Battersea Church. Como siempre, mis hombres están ahí para cuidar de ti. Si hay algo más que necesites para sentirte cómoda, por favor, házmelo saber cuanto antes.
Un abrazo,
P
―¡Encima me manda un abrazo! ―Wren se dispuso a aplastar el papel con las manos, como había estado a punto de hacer las siete veces anteriores, pero desistió. Era la primera vez que «P» le mandaba un abrazo a través de una carta. Solo había tenido que esperar veintiséis años y casi haber muerto para que se cumpliera semejante milagro―. Quizá debería pedirle los cojones que le faltan para enfrentarme.
Dejó el papel intacto sobre la mesa redonda de cristal del comedor, abrió la puerta corrediza y observó el río desde el balcón, una elegante estructura con paredes de vidrio y aluminio. Los hombres de su padre le habían entregado la carta tres horas después de que le hubiera enviado un correo electrónico indicándole que había decidido volver a Londres. Era la primera vez que le respondía con tal prontitud, y su diligencia acabó por formarle un nudo en el estómago. Tendría que abandonar la propiedad donde se había mantenido a salvo y tranquila durante un mes en Cardiff al sur de Gales, un lugar calientito y pintoresco donde nadie podía molestarla. Wren no quería irse; no deseaba abandonar un lugar silencioso y repleto de paz para volver a la ruidosa Londres, aunque no fuera el enemigo al que realmente ansiaba evitar.
Isaac
Olive.
Julian...
Mientras más lejos se mantuviera de ellos, mejor. Su vida no había hecho otra cosa más que empeorar desde el momento en que aceptó hacerse cargo de la investigación para encontrar a los padres biológicos de Isaac. Su historia, tan similar a la suya, la convenció de llevar a cabo esa locura. ¿Y que le había costado?
Echó una mirada con desdén a las muñecas donde hacía un mes le habían quedado varios moretones por las ataduras. La cuerda rasposa alcanzó a lacerar su piel y se vio obligada a mantenerlas vendadas durante algunos días. Curiosamente, había servido para olvidarse de las cicatrices que llevaban años en su piel. Un mal opacaba al otro. Bufó.
Sin dejar de mirar el río, recostó los antebrazos del barandal de aluminio e inspiró el agradable aroma de la naturaleza, pero su nariz se arrugó al detectar el sutil golpe fétido del vagón de basura a un costado del edificio. Supuso que alguna característica desagradable debía encontrarle al piso.
Me parece que he encontrado un lugar que te resultará agradable.
Demonios, ¡claro que sí! Wren tampoco era tonta. A pesar de que no conocía a su padre, y sin importar que fuera un fantasma que aparecía en su vida de manera intermitente y siempre a través del correo o mediante otras personas, había aprendido a aceptar las oportunidades si estas le permitían catapultarse. Pese a que se consideraba a sí misma una mujer inteligente, no habría sido capaz de entrar a Ecclestoun, la cuna de los nobles, sin ayuda. Vamos... tal vez lo habría hecho si hubiese escuchado de la institución antes, pero la primera vez que supo de su existencia fue el mismo día en que su madre, o quien había considerado su madre hasta ese entonces, la echó de casa.
―Su tutor le proporcionará la mejor educación que esté a su alcance ―le dijo la mujer que fue por ella―. Apenas tenga la edad mínima que se le solicita a los becados, usted podrá ingresar a la Escuela Ecclestoun.
―¿Y quién es mi tutor?
Si había una pregunta que no había parado de repetir desde los once años, era aquella. ¿Quién era su tutor? Ese fantasma inoportuno, aunque también bastante oportuno en pocas ocasiones, que la rondaba desde que era una niña; un ángel guardián que probablemente tenía cuernos y una cola y que realizaba sus menesteres con un tridente que echaba fuego. A medida que abandonaba la niñez y caía en los diabólicos brazos de la adolescencia, Wren aprendió a sentir por su padre la más pura antipatía. Cada vez que lo necesitó, la hizo a un lado o envió a alguien de su personal que no podía importarle menos una muchachita rebelde, malhablada y cojonuda, aunque supiera la cura del cáncer. No tenía de otra: debía valerse por sí misma. Ecclestoun duró poco en su historial académico, y tras casi una década de una educación solitaria, de pronto se encontró con ese viejo fantasma ―imaginó que sus cuernos ya eran más grandes que las puntas de su tridente― y la más antigua de las preguntas volvió a recorrer su cabeza.
¿Quién era su tutor? ¿Le dará la cara alguna vez o tendrá que pasarse otros veintiséis años luchando contra el mundo para que no la pisotearan? Londres era como la bota de un gigante. ¿Querrá aplastarla también?
―¡Cómo detesto Londres! ―masculló con los dientes apretados.
Pero no era la ciudad lo que odiaba, al contrario: le interesaban los misterios que ocultaba, un gigante, sí, pero desconocido que se moría por desvelar. Era a la gente a quien no soportaba. Odiaba ser la cotilla de Inglaterra, odiaba que le cerraran las puertas de sus lugares favoritos por la intervención de Brianna Stanhope, la hija del conde de Arathorn, y si pensaba en ella, era inevitable que el vizconde Iverson apareciera en su mente como una puñalada.
También lo odiaba, aunque sabía que era mentira, pero le gustaba pensar que era la realidad. Detestaba su presencia arrogante, fría y exasperante cuando se dirigía a ella, como si Wren fuera lo peor que podría haberle sucedido en la vida. Ni que él fuera una jodida perita en dulce. Si de malas experiencias se trataba, ella se había llevado la peor parte: por ayudar a Isaac, su mejor amigo, acabó secuestrada por su padre biológico. Quizá por culpa de su mala fama, cuando salió a la luz un artículo publicado en Royal Affair donde se contaba toda la historia, a pesar de que Wren había firmado un contrato de confidencialidad, ni Julian, ni Isaac ni Olive dudaron en culparla. Vamos, que era comprensible, después de todo, pero ¿no les había demostrado ya que era confiable? Sabía que se le daba fatal entablar relaciones honestas con la gente, pero de verdad había creído que se había ganado la confianza de, al menos, dos de ellos. Como siempre, estaba equivocada. Sin importar lo dispuesta que estaba en confiar, la gente no estaba dispuesta a creer en ella. Wren Carmichael era, al parecer, un sinónimo para la desconfianza.
Golpeó el barandal con insistencia varias veces hasta que, finalmente, decidió volver al interior. Ya fuera la ciudad o la gente lo que detestaba, nada cambiaba el hecho de que había regresado. Necesitaba poner en orden los asuntos pendientes y olvidarse de los aspectos que no podía resolver. En el instante en que la mirada acusatoria de Julian y Olive la declararon culpable de la fuga de información en el periódico, comprendió que no había nada que hacer ahí, sin importar lo agradable que resultaba su compañía. La encerrona de Isaac en Compton Lock se lo había demostrado. Ahora conocía su secreto, lo que la irritaba enormemente. Se había cuidado tanto... Era solo cuestión de tiempo antes de que Isaac se lo contara a Julian. ¿Acaso recordará...?
Sacudió la cabeza, movida por la resignación. Era imposible que, después de casi diez años, el vizconde Iverson recordara un evento tan trivial. Wren lo prefería, así resultaba más sencillo luchar contra las confusiones de su cabeza.
―Lo más importante primero ―se reprendió.
Su decisión de regresar a Londres estaba impulsada por la necesidad de poner en orden Royal Affair y solucionar el problema de la fuga de información. A como estaban las cosas, no dudaba que la decisión de Isaac sobre decirle o no a Julian que ella fue, en algún momento, estudiante de Ecclestoun, se desviaría hacia la primera opción, lo que muy seguramente acabaría en una demanda por incumplimiento de contrato, daños y perjuicios o cualquier otro cargo que se le ocurriera a ambos. Necesitaba pruebas fehacientes de que alguien más se había metido en su computadora, había robado la información y la publicó en el periódico. Quien, y por qué bajo su nombre, era el misterio que debía resolver cuanto antes.
El primer paso ya estaba dado: regresar. El segundo, considerablemente menos encantador que el anterior, era cancelar la membresía del club para poner las distancias pertinentes. El tercero era dirigirse a las oficinas de Royal Affair e iniciar la cacería. Después de todo, nada le gustaba más que un buen misterio, y llevaba varios meses detrás de este. No era la primera vez que alguien intentaba acceder a sus archivos privados, pero sí la primera vez que lo conseguía. Debía ponerle un alto cuanto antes.
Pasó de largo las maletas, agarró el bolso, la chaqueta y se puso los botines negros, cuestionándose por que no comenzó por el último paso antes. Cuando finalmente se los puso, abrió la puerta del apartamento y se topó con una pared de tres hombres enchaquetados. Se sobresaltó y ahogó un grito. Un mes no era suficiente para acostumbrarse a la presencia de esos guardias, que no la dejaban estar sola ni debajo de una sombra. A pesar de lo irritante que era, se obligó a permitir que la siguieran a donde quiera que fuera. De cierta manera, lo prefería así. Debía admitir, aunque representara una puñalada en su ego, que, tras los eventos del secuestro, no se sentía segura. Si el fantasma de su padre estaba dispuesto a gastar una tajada en seguridad para ella, iba a aprovecharlo mientras le durara el gusto.
―¿A dónde desea ir, señorita Carmichael? ―le preguntó uno de ellos, el del medio, que acababa de moverse para permitirle el paso.
Esa era otra gran ventaja: tenía su propio chófer, lo que aliviaba la tensión que la sofocaba al conducir.
―Al norte, a Ragnor Studios, allí están las oficinas de Royal Affair ―les explicó para referencias futuras.
Mientras vivía en Hampshire, el viaje hacia el estudio le tomaba cerca de hora y media. Ahora que residía en Chelsea, solo tardaba treinta minutos. No solo estaba cada vez más cerca del trabajo. Si conducía otros treinta minutos en dirección al noreste, llegaría pronto a la calle Strand. Treinta minutos de distancia del club y de... Bufó.
Se puso en marcha cuanto antes, decidida a concentrarse en los asuntos importantes que podía, y debía, resolver. Aprovechó el no necesitar conducir para ordenar sus ideas, y de paso algunos documentos en su móvil. Incluso desde pequeña, Wren nunca pecó de desordenada. La organización era un punto clave en los diferentes logros que había alcanzado en sus veintiséis años. Sobrevivir a las casas de acogida fue la primera prueba superada. Luego, al cumplir la mayoría de edad, logró entrar a Oxford a estudiar periodismo gracias a una beca importante que había conseguido ella misma y no costeada por el fantasma de su padre. Su meta más reciente era Royal Affair, y la había descuidado enormemente en el último mes y medio. Por fortuna, contaba con un buen equipo de trabajo que, aunque pequeño, hacía funcionar el periódico bastante bien. Antes de desaparecer del radar, dejó a la maquetadora a cargo de la administración. Desconocía por completo el panorama que se encontraría al regresar.
―Es aquí ―advirtió tras señalar al edificio.
Ragnor Studios era un conjunto de oficinas al oeste de Chelsea, en un barrio pintoresco y movido cuya vida que observaba a través del ventanal de oficina siempre la distraía de su trabajo, sin importar cuál fuera. Royal Affair sobrevivía a base de exclusivas y chismes sobre la nobleza, pero la cabeza de Wren no se podía concentrar en nada más cuando algo captaba su atención, como la cercanía a King's Road y las casas construidas a inicios del siglo XVIII que aún sobreviven entre Oakley Street y Glabe Place, o el extenso territorio donde antes se encontraba la propiedad del duque de Beaufort, que solía ocupar una buena parte de la fachada del Támesis y sus jardines se extendían hacia el norte de King's Road. La historia arquitectónica y geográfica de las antiguas construcciones que databan del siglo XVII Y XVIII la volvían loca, pero el periódico le robaba buena parte de su tiempo. Echaba de menos un buen misterio, una historia oculta detrás de las paredes de una residencia antigua, y su cabeza consideró que diablos iba a hacer con un periódico que se le estaba quedando corto. Royal Affair nació para probarse algo a sí misma. Ahora que había cumplido su objetivo, ¿qué iba a hacer con él?
Se hundió en el asiento y permaneció en esa posición lastimera hasta que recordó que debía bajarse, lo que hizo a regañadientes. Desde hacía un tiempo que no llegaba al trabajo con las energías calibradas. Su medidor de motivación al parecer se descompuso en algún momento de los últimos meses. Que aburrido era llegar a una oficina a redactar chismes de nobles, a revisar los artículos de sus empleados y aprobarlos, tomar un café rancio ―porque olvidaba detenerse en una cafetería a consumir una taza decente y se veía en la obligación de tomar el de la oficina―, aprobar los infográficos, escuchar la letanía inconforme de los empleados que no podían ponerse de acuerdo...
Decidió no adelantarse a los hechos o le reventaría la cabeza. Bajó del coche y se dirigió a la puerta de cristal de la entrada del edificio adoquinado e hizo ademán de abrirla, pero uno de los guardias ―¿ya podía considerarlos suyos o era demasiado atrevimiento?― lo hizo por ella. Se dirigió al segundo piso, donde estaban sus oficinas, y atravesó el corredor como si un asesino serial estuviera persiguiéndola. Rio por lo bajo al percatarse de que los guardias habían apurado el paso para seguirla. Detuvo su andar de golpe, abrió la pesada puerta marrón antes de que cualquiera de los cuatro hombres que la seguían se le adelantara e inspiró profundamente antes de ingresar al caótico cerebro de Royal Affair.
La disconformidad, tal como se esperaba, esparció su hedor en un tronar de dedos. Los cinco empleados que conformaban el periódico digital voltearon al unísono en dirección a ella, y Wren deseó ser Alicia para tomar una poción mágica que la encogiera.
―¡Gracias a Dios que has vuelto! ―La maquetadora se abrazó a la carpeta púrpura que llevaba en las manos y se acercó a ella corriendo. Wren notó las ojeras pronunciadas que habían aumentado considerablemente desde la última vez que la vio el mes anterior―. No sé cuál de todas estas noticias van en Minuto a minuto.
―¿Alguna de esas es una noticia en seguimiento?
―No.
―Entonces ninguna. Thalia, ¿nadie te dijo de qué va el segmento?
Las mejillas de Thalia se enrojecieron.
―Lo siento, lo olvido. Es muy complicado manejar el periódico.
―Bien. ―Le pidió con un movimiento de la mano que le entregara los pendientes―. Los revisaré. ¿Hay algún otro pendiente?
―Uf, no sé por dónde empezar.
―Dispárame a matar ―repuso con diversión sombría.
La retahíla de problemas sin resolver siguió a Wren hasta la oficina. Mientras la pelirroja hablaba sin parar, los agrisados ojos de Wren recorrieron el pequeño estante de tres compartimientos que había ubicado en el lado derecho de la oficina y repasó el montón de libros que coleccionaba. Cada vez que la carga del trabajo la agotaba, dejaba a un lado la redacción y concentraba sus pensamientos en alguna lectura ligera. El libro que había dejado a medias, Georgian London, seguía sobre la primera tablilla con algo de polvo acumulado, ya que había pedido que no entraran a su oficina mientras estuviera ausente.
―De haber sabido que vendrías hoy, habría mandado a limpiar la oficina. ― Thalia se quitó los lentes y limpió ambos cristales con la parte baja de su camisa verde―. Nunca te has ausentado tanto tiempo. Ya no sabía cómo llevar las riendas del periódico.
―Necesitaba tomarme un descanso, es todo. ―Deslizó el dedo por la cubierta del libro. No resistió la tentación de agarrarlo y sacudir el polvo―. De cualquier forma, mi decisión de regresar fue repentina, motivada por una causa de fuerza mayor a la que la ciencia llama hombre ―sonrió con malicia― y yo lo llamo cretino con buen ojo fotográfico.
Wren no pudo contener la carcajada al ver su expresión de desconcierto. No había manera en que pudiera relacionar a Isaac y su encuentro con ella en Compton Lock con su regreso, lo que volvía su reacción mucho más cómica de lo que realmente era.
―No importa, vayamos a la yugular del asunto. ―Dejó la bolsa, los papeles y el libro sobre el escritorio, causando una turbulenta sacudida del polvo―. Tendré que limpiar antes... ―Puso los ojos en blanco―. Bien, anota: las únicas noticias que se publican bajo Minuto a minuto son las de seguimiento, no quiero que me vuelvan a proponer una noticia sobre el príncipe de Gales, diles a los redactores que una fotografía no es prueba suficiente para conectar una posible aventura del baronet Hallbroke y explícale una vez más al fotógrafo que yo no doy el avalúo sobre los retoques, solo apruebo el producto final. ¡Oh! ―Wren se sobresaltó al recordar algo de repente―. Y pídele a Mara que venga si tiene listo el borrador de su artículo.
―Ya lo he leído y me parece que está bien.
―Bien. ―Curvó la boca levemente, como si esa palabra no fuera de su agrado―. Ya veremos, pues.
―Haré todo cuanto antes, aunque... ―Se mordió el labio―. ¿Cuándo podré regresar a mi puesto como maquetadora?
―Ayúdame por hoy mientras me reincorporo a la marcha.
Thalia asintió y salió de la oficina. Como la soledad había dejado de ser su enemiga desde hace años, Wren se desplomó sobre la silla giratoria, suspiró y dio cara al barrio de Blooming Garden a través de la pared de cristal. La vista era lo único que extrañaba: una hilera de casas moteadas por los tonos fuertes de los ladrillos, pinceladas con los marcados tonos verdosos y amarillentos de un otoño que estaba por llegar. Los abetos poco a poco iban reclamando su lugar en la ciudad, y la copa extensa y pomposa como la corona de un rey sobresalía por encima de los techos. Con un panorama así, se le antojaba cualquier cosa menos trabajar. De no haberse ausentado el mes, probablemente pudiera darse uno que otro descanso para admirar la belleza que había afuera o adelantar el libro que había dejado a medias. Qué remedio...
Lo primero de lo que se encargó fue de la limpieza. Con lo poco dada al desorden que era, había amueblado un pequeño armario en la esquina más apartada de la oficina donde guardaba lo necesario para dejar su espacio de trabajo impecable. No tardó más de veinte minutos en el proceso y, para el momento en que pudo devolverse a la silla giratoria, un golpe contra la puerta la hizo suspirar.
―¡Pase! ―Sus cejas se levantaron cuando su aprendiz de veintiún años entró como si estuviera a punto de enfrentarse con un peligroso basilisco que podría petrificarla con una sola mirada―. Hola, Mara. ¿Cómo estás? Pasa. ―Hizo un movimiento con la mano para que se acercara.
Mara era una monada de chica, aunque bastante precavida con su ojo crítico. Como Royal Affair era un periódico pequeño y reciente, lo último que se había imaginado es que una estudiante tocara la puerta de su oficina y solicitara hacer su practica aquí. Su primer instinto había sido decirle que no, pero algo logró ver en Mara, una determinación y un espíritu que le recordaba a ella misma, y no pudo negarse.
―Estaba comenzando a temer que nunca volverías. ―Cerró la puerta con una calma escalofriante. Wren sonrió a medias, consciente de que, si no fuera porque su calificación final dependía de su evaluación, Mara ya le hubiera reclamado con un par de tonos de voz más altos―. Mi coordinadora me dijo que mi calificación final podría perjudicarse con tu ausencia.
La sonrisa de Wren se ensanchó.
―Yo hablé con ella y le expliqué que quedarías bajo la supervisión de Thalia por un tiempo.
―Un tiempo, no un mes ―su voz subió, al menos, dos tonos más―. Thalia ha leído mi artículo y dice que está bien.
―Veamos, pues.
Mara le entregó el folder y se apartó del escritorio a esperar a que Wren terminara de revisarlo. Wren podía percibir su mirada insistente sin la necesidad de levantar la vista para comprobarlo. Recorrió cada línea con calma, deteniéndose cada tanto en algún detalle que le llamara la atención.
Wren alzó las cejas, metió los papeles en el folder y se lo devolvió.
―Está bien.
Los hombros de Mara decayeron.
―¿Qué es lo que no te gustó?
Wren rio sin separar los dientes.
―¿Qué es lo que no te gusta a ti?
―Me pareció que estaba bien, su composición es adecuada, no excedí el número de las páginas, fui precisa...
―El título no consigue llamar mi atención, aunque la entradilla es interesante. ―A medida que iba puntualizando sus anotaciones, las fue contando con los dedos―. Sin embargo, el cuerpo no me seduce. Aunque marqué algunas partes que llamaron mi atención, no has logrado que sienta interés por lo que me estás contando.
―Bien... ―Su temple se desinfló―. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Este es mi borrador número quince y aún no consigo llamar tu atención. Solo me queda un mes para entregar mi trabajo final.
Wren esbozó una lenta sonrisa.
―Te has respondido sola. ―Al notar su confusión, se explicó―: Estás intentando llamar mi atención basándote en mis intereses.
―No es verdad ―respondió y de inmediato apartó la mirada.
―El día que viniste a pedirme que te acogiera como mi aprendiz, estaba leyendo esto ―señaló el libro sobre la mesa― y noté la manera en que tus ojos almacenaban la información. Desde que me diste el primer borrador de tu artículo, supe enseguida que estabas apelando a mi gusto por la historia. Si no es así ―la interrumpió al percatarse de su disposición por apelar―, entonces dime que te motivó a investigar a la familia Bainton. El único título ligado a esa familia es la baronía de Essington que, si bien es bastante antigua, también es una de las más insignificantes entre los pares del reino.
―Los Bainton estaban ligados al comercio de esclavos que provenían de África ―Mara defendió su argumento como si su vida dependiera de ello― y eran transportados hacia las colonias españolas mediante el asiento de negros. Su fortuna se sustenta en la trata humana.
―Mara ―pronunció su nombre con firmeza―, la fortuna de muchos ingleses se basó en la esclavitud. Fue un comercio bastante lucrativo y lo siguió siendo a pesar de que el contrato entre España e Inglaterra terminara y España se negara a renovarlo. ―Le concedió una sonrisa conciliadora―. Por mucho que me fascine la lección de historia, Royal Affair no es una revista de divulgación histórica, ¿y todavía no comprendes por qué te he pedido que revises y rehagas el artículo?
Mara se frotó la frente con insistencia mientras ordenaba sus ideas.
―Entonces, ¿debo cambiar la noticia?
Wren puso los ojos en blanco, pero enseguida se echó a reír.
―A ver, ¿qué es lo que haces cuando te diriges hacia un destino al que no habías visitado antes, pero sin querer llegas a una calle sin salida?
―Doy marcha atrás y me desvío hacia otra calle.
―O podrías plantearlo de una manera diferente: retrocedes hasta el punto donde tomaste la ruta equivocada, analizas cuáles son tus demás opciones y escoges otra vía. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Mara se cruzó de brazos al tiempo que una sonrisa se le iba formando lentamente.
―Quieres que cambie el enfoque de mi noticia, ¿verdad?
―Tu entradilla está bien, pero te recomiendo cambiar el título, acortar el subtítulo y resumir el antetítulo en dos palabras. Y, por supuesto, reescribe el cuerpo.
Mara observó el folder con desprecio, lo que acrecentó el ápice de culpa de Wren.
―¿Cuántos borradores me harás redactar?
―Los que sean necesarios ―respondió con una sonrisa risueña.
―¿Veinte?
―Los que sean necesarios ―repitió al borde de la carcajada.
―¡Bien! ―Bufó―. Te lo traeré mañana.
―Reenfoca tu público objetivo sin olvidar cuál es el tipo de material que consumen los lectores de Royal Affair ―continuó con sus recomendaciones―. Si vas a contarles una historia, asegúrate de proyectar por que les importaría lo que están leyendo.
Al observar su mirada de frustración y agotamiento antes de que reuniera las ganas de marcharse de la oficina, Wren se preguntó si Mara estaría comprendiendo por qué era tan puntillosa y exigente con ella. La carrera de periodismo estaba sujeta a escrutinio, a trabajo duro, a redacciones interminables, pero principalmente a volverse afín con la intuición innata. Había que desarrollar un fuerte olfato para los misterios y diseñar una brújula interna que le permitiera seguir las direcciones, y todo a base de prueba y error. Si después de quince borradores, Mara no comprendía que estaba haciendo mal, todavía le quedaban muchas lecciones que aprender.
―Reenfoca tu público objetivo... ―recordó sus propias palabras.
Un texto sin objetivo carecía de un propósito, y escribir sin uno, te borraba del radar con facilidad. Por eso, era importante cuidar el tono y desarrollar un estilo particular. El personal del periódico era pequeño y solo contaba con dos redactores, además de los artículos que ella misma redactaba de vez en cuando. Por tanto, Wren en persona revisaba los textos, puntualizaba las correcciones necesarias y daba el aval final. Conocía al dedillo el estilo de cada uno de ellos, y aun así no le podía poner cara al desgraciado que había publicado la historia de Isaac utilizando su nombre. Solo quedaban dos posibilidades: o era alguno de los redactores que modificó su estilo para que no pudiera darse cuenta, o se trataba de otro empleado. De lo único que estaba segura es que debía ser alguien de la oficina. Sonrió con desgano. Una vez más, la vida le confirmó que no se podía confiar en nadie.
Golpeó el escritorio con los dedos de forma insistente. Aunque Isaac no se había comunicado con ella para informarle que la demandaría, ni tampoco había recibido una citación, no iba a quedarse sentada a esperar que le cayeran dos pulgadas más de lluvia sobre un terreno que ya se estaba socavando. Su orgullo tampoco le permitía ser paciente. Sin importar el tiempo que le tomara, encontraría al infeliz que estaba filtrando información. Con suerte, sería suficiente para concederle algo de paz a su cabeza y zanjar de una vez cualquier atadura con Isaac, su pasado...
Y Julian.
El mensaje que le acababa de llegar al móvil, sin embargo, desbarató sus planes. El nombre de Isaac apareció en la pantalla.
9:34 Isaac
La cancelación de tu membresía no ha podido ser procesada porque hace falta tu firma. ¿Te molestaría venir al club el viernes?
Evitó que su cabeza pensara demasiado el escenario y tecleó de inmediato:
9:35 Wren
Sí, me molesta.
Wren bloqueó la pantalla y observó su reflejo. ¿Por qué demonios su semblante lucía tan abatido y angustiado? Vamos, que la respuesta era bastante simple: si volvía al club, se encontraría con el vizconde.
La contestación de Isaac apareció en la barra de notificaciones.
9:37 Isaac
Julian no estará en el club hasta la primera semana de septiembre, así que no tendrás que toparte con él.
Esta vez no necesitó ver su reflejo para saber cómo se sentía. La noticia de su ausencia la desinfló. Pese a que temía encontrárselo, al mismo tiempo lo deseaba. Suspiró con pesar e intentó ignorar lo abrumador de un deseo imposible.
9:40 Wren
Estaré allí el viernes.
¿Qué les ha parecido Wren? Ya muero por el reencuentro de estos dos. Cada uno piensa que el otro no lo recuerda... Drama, ven a mí 🔥
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