Frente al Tribunal
Correa tragó saliva y dijo en voz alta:
—La joven no tiene ningún problema físico que pudiera haber causado el asesinato. No hay ningún rastro de trauma en su cuerpo, ni heridas o fracturas.
—¡Eso no prueba nada! — gritó un hombre del fondo.
Correa continuó hablando, cada vez más firme:
—Y no hay ninguna enfermedad mental que pudiera haber causado el asesinato. La joven es sana mental y básicamente.
—¡¿Entonces cómo explicas lo que ocurrió esa noche?! — preguntó un hombre del banco.
Correa miró a Florencia y dijo:
—Sé que es difícil de creer, pero puedo asegurarles que la joven es inocente. No es capaz de matar a su madrastra.
Un murmullo se extendió a través del jurado, y los hombres comenzaron a hablar entre sí, susurrando como un enjambre de abejas.
Florencia estaba pálida y sin aliento.
Sus ojos se clavaron en el suelo, y sus manos estaban apretadas hasta convertirse en nudillos blancos.
La habitación se había convertido en un infierno, y el calor húmedo la estaba atrapando como si fuera una trampa.
Sentía que su vida estaba terminando.
Entonces, una voz ronca resonó a través de la sala.
—¡Silencio! — gritó.
Los murmullos del jurado se apagaron y los hombres miraron al frente.
Una figura enmascarada se levantó desde el estrado y miró a Florencia con ojos brillantes y fríos.
La figura se aclaró la garganta y habló en voz alta:
—¿Florencia Aldana? ¿Estás preparada para dar tu testimonio?
Florencia tragó saliva y comenzó a hablar:
—Estoy preparada.
—Muy bien — dijo la figura. — ¿Podrías explicar qué sucedió esa noche?
Florencia comenzó a hablar.
—Lo único que recuerdo es estar en el consultorio del doctor Correa. Hablamos sobre mis sueños y luego mi madrastra se acercó a las escaleras. Luego de un rayo, vi cómo ella se deslizaba por las escaleras. Yo no la empujé, y nunca la habría lastimado.
La figura parecía escucharla atentamente.
Florencia se quedó mirando al frente, sin poder parar de mover los labios.
Deseaba con toda su alma que su madre estuviera allí, para defenderla y abrazarla.
En ese momento, una pequeña voz en su interior dijo:
—Ella nunca estará allí para ti. Nunca la protegiste, nunca la defendiste. Tú la abandonaste.
Florencia cerró los ojos y dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas.
En su mente, podía ver la imagen de su madre, sonriendo y riendo, y ella podía sentir el calor de su caricia.
Y entonces la figura comenzó a hablar de nuevo:
—Florencia Fernández, eres declarada Culpable de los cargos de asesinato.
La gente empezó a gritar y a abuchear, sin poder contener su ira.
Florencia sintió que su corazón se había detenido, y el sudor le corría por todo el cuerpo.
—¡Florencia es una asesina! — gritaban.
—¡Debería morir en la horca! — gritaba una mujer con un bebé en brazos.
Florencia se tambaleó ligeramente mientras la gente continuaba gritando.
Ella sintió que todo su mundo se estaba derrumbando. ¿Por qué no podía el juicio haber sido justo? ¿Por qué la gente la odiaba tanto?
De pronto, una mano fuerte y callosa la agarró del brazo.
Era su madre, Francia. Tenía su cabello gris recogido en un moño y estaba vestida con un vestido negro y un chal gris sobre los hombros.
—¡Florencia! — gritó su madre, mientras la abrazaba con fuerza.
Florencia se estremeció al sentir la seguridad de su madre. ¿Cómo había llegado a esa sala? ¿Cómo sabía que estaba allí?
—Ven conmigo — dijo Francia, agarrándola por el brazo y arrastrándola hacia la salida.
El juez estaba gritando para ser escuchado entre los gritos de la multitud.
Florencia se encontró confundida y aturdida mientras su madre la empujaba al exterior de la sala de juicio.
Una vez que se encontraban afuera, Francia dijo:
—¡Vamos!
Francia arrastró a Florencia por los pasillos del edificio, los dos corriendo para llegar a la puerta principal.
Las paredes reverberaban con los gritos de la gente, y Florencia sintió que su corazón golpeaba más rápido cada vez.
Por fin llegaron a la puerta y Francia se detuvo para mirar atrás, como si quisiera asegurarse de que nadie los seguía.
Cuando Francia vio que estaba todo el camino, sacó unas llaves de su bolsillo y las usé para abrir la puerta.
Florencia y su madre salieron corriendo a la noche fría y húmeda, y Francia continuó tirándola por las calles oscuras.
Al final llegaron a un callejón sin salida, pero Francia encontró una puerta escondida en el muro.
Francia le dijo a Florencia que la esperaba una persona muy especial detrás de esa puerta.
Florencia se preguntó quién podría ser, pero su madre simplemente empujó la puerta.
Al abrir la puerta, Florencia se encontró con un hombre alto y apuesto de cabello oscuro, vestido con un traje negro.
Los ojos de Florencia se abrieron cuando se dio cuenta de quién era.
El hombre de negro se apresuró a acercarse a Florencia y la tomó de los brazos.
—Florencia — dijo el hombre, — te estaba esperando.
Florencia se quedó quieta y sin hablar. ¿Cómo había llegado Federico hasta ese lugar?
—Tenemos un viaje en marcha, ¿Vendrás conmigo?
Florencia asintió y se fue del brazo con Federico.
—El avión nos está esperando.
—Adios mamá, Gracias por la ayuda.
—Pero yo no te ayude en nada hija — dijo Francia con una sonrisa de extrañeza.
—Seré una fugitiva el resto de mi vida mamá, Pero seré feliz.
—Hija, ¿No escuchaste El veredicto del juez?
—¡Claro, mamá! Dijo que yo era culpable.
—Estas equivocada, dijo que eras inocente.
...
Una vez que Florencia terminó su declaración, la figura quedó en silencio por un momento , pensando.
—Florencia Fernández, — dijo, — el jurado ha decidido tu destino.
Florencia sintió una corriente helada y fría que atravesaba su cuerpo.
El juez continuó hablando:
—Los testigos han declarado que eres inocente.
...
¿Los malditos acusadores le había ofrecido una libertad sin limitaciones?
Florencia se sacudió los brazos de Federico y retrocedió.
—¿Por qué estás aquí? — dijo Florencia con un hilo de voz.
—Florencia — dijo Federico, con una sonrisa en sus labios. — ¿Qué te pasó?
Florencia se acercó a él, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Federico, no soy inocente — dijo, susurrando.
Federico le puso una mano en el hombro a Florencia y se puso frente a ella.
—Florencia, yo sé que no eres culpable. ¿Por qué no me crees?
Florencia se puso rígida y se preguntó cómo podía él saber eso.
—Federico, sé lo que vi esa noche — dijo Florencia. — No puedo estar segura de nada, Y si quiere entiendo cómo has regresado tan rápido; ha sido un imbécil todo el tiempo; para ser más exactos un completo idiota.
En ese momento ella escuchó unas voces algo conocidas.
—¡Dios mío mamá! ¡No puede ser! ¡Eres tú!
—Si hija mía, es mi voz; te necesito allá, hay muchas personas a las que les hace mucha falta tu risa, ocurrencias y presencia; es hora de dejar todas las pastillas y medicamentos, necesitas reconectarte con el mundo de afuera.
—¿En serio crees que estoy lista?
—¡Siempre lo has estado, hija mía!
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