Ernesto Guardián
I
Florencia ya tenía una carta a su favor, y era que no hablaba en vano a pesar de sus métodos poco ortodoxos para demostrar su honestidad. Tal vez no sea ético irrumpir en un lugar donde solo puede tener acceso e personal autorizado y hurgar entre las cosas más preciadas del pasado, Pero la adrenalina, así no sea inyectada en via central, causa mucha sensacion de satisfaccion cuando ves a tus enemigos vencidos y con sed de venganza.
En ese instante, Marcela se dio cuenta de que la locura la había atrapado en sus propias redes; el monstruo que había intentado ignorar ahora golpeaba las puertas de su mente. No podía seguir llamando a Florencia mentirosa, porque, al hacerlo, no haría más que perpetuar su propio enredo. Y eso, esa aceptación, resultó ser la chispa que encendió una rabia transformadora, una rabia que no la destruía, sino que buscaba un nuevo comienzo, un rompimiento de cadenas. Una rabia que, en su furia, le enseñaría que la verdad puede ser tan difusa como la locura misma.
La madrastra miró con ira a Florencia y dijo:
—¿Qué te pasa? ¿Crees que puedes hacer lo que quieras? ¡Este es el consultorio del Doctor Correa, y tú no tienes derecho a tocar nada!
—Espera — Interrumpió el Doctor anonadado — ¿Cómo pudiste haberlo sabido? Tu estás loca, ¡Tu estás loca!
—No estoy loca Sargento.
—No me llames Sargento.
—Para mí es Sargento, no Doctor.
—¿Podemos acabar con esto de una buena vez? — interrumpió la madrastra — vinimos a una consulta, no para viajar al pasado.
El Doctor Correa sintió que el tiempo se detuvo. Su mente, acostumbrada a desentrañar las complejidades del ser humano, se vio desbordada por la revelación. Era difícil de asimilar; la imagen de Florencia, con su dulzura y su energía vibrante, contrastaba notablemente con la idea de una mujer que había llevado un uniforme militar y había tomado decisiones difíciles en situaciones extremas.
El asombro lo invadió. ¿Cómo era posible que alguien como ella hubiera vivido una vida tan dura? Se preguntaba si había en su historia una parte de sufrimiento que nunca había tenido la oportunidad de explorar. La revelación transformó su percepción de Florencia, añadiendo capas de complejidad a su carácter. La fragilidad que solía asociar con ella se mezclaba con una fortaleza ancestral que solo una persona con experiencias tan intensas podría poseer.
—Creo que hoy quien va a tener una consulta es el Sargento y yo... — afirmó la pequeña Florencia.
—¿Cómo? — exclamó sorprendida la madrastra.
—Así como lo oyes... El Sargento y yo hablaremos sobre mi aparente enfermedad.
—Dejela — interviene el doctor — retírese, déjeme a solas con la chica, es hora de empezar su revisión.
—Espero que le recete un medicamento que pueda hacerla dormir toda la noche — susurra Marcela, cerrando la puerta con vehemencia.
II
Florencia no podía dejar pasar la oportunidad para preguntar lo que toda una multitud de curiosos se preguntaba de tan eficiente personaje.
—Doctor... ¿Puedo hacerle una pregunta?
—Si puedo contestarla, sí, y dime Sargento, añoro cuando todos a mi alrededor me llamaban por ese sustantivo.
—Está bien Sargento, ¿Por qué le gustan tanto las rosas rojas?
Florencia miró al sargento Correa, el cual aún no respondía a la pregunta.
—¿Recuerdas cuando llamaste a Federico? ¿Y cuando lo alistamos a la guerra? — preguntó la chica.
Correa se acercó y se rascó la calva.
—Sí, recuerdo eso.
Los dos permanecieron en silencio durante un momento, recordando el pasado y el misterio del uniforme.
Luego, el Sargento Correa dijo:
—Me gustaría que sepas que no tienes que esconder tus emociones. Tus lágrimas son como pétalos de rosas rojas que caen al suelo y dan vida a la tierra.
Florencia entonces le contó sobre las lágrimas que eran como pétalos de rosas rojas. Eran idénticas a los lagrimones de Federico antes de ser llevado a la sala de quirófano. La pequeña tenía vagas imágenes del sufrimiento del chico, quien clamaba por una ayuda a sus padres que nunca llegó.
—¿Quizás fue por eso que se fue?
—¿Por qué razón? — preguntó Correa.
—No lo sé, solo recuerda que el no quería esperar a los 18 años para independizarse — reconocía Florencia — solo quería que alguien lo ayudara a escapar, y nosotros ayudamos ¿Recuerdas?
—Si, lo recuerdo, tengo mis pensamientos algo nublados pero sí lo recuerdo.
—Entonces debemos de ir a buscarlo y traerlo de regreso.
—¡Pero no podemos hacerlo! — sentenció Correa.
—¿Por qué? ¿Hay algún problema?
—Si, recuerda que el está en una casita de Campo, y se ha cambiado el nombre.
En ese momento Florencia miró a lo lejos un remoto espejismo, era Ernesto Guardián, el doble de Federico.
En los años posteriores a la guerra civil, Federico se convirtió en un paciente regular, respetado y amado por la ciudadanía. Pero, durante la guerra, había sido transformado por su experiencia en el campo de batalla y llegó a ser conocido como Ernesto Guardián.
Ernesto Guardián era un hombre encaprichado con el poder y el dominio. En las batallas, era un hombre despiadado, con una determinación sin límites para lograr su objetivo. Los soldados bajo su mando vivían en constante terror de su furia, y muchos perdieron sus vidas debido a sus órdenes irresponsables y crueles.
Durante la guerra, Ernesto se hizo conocido por su cara fría y sin expresión, que parecía hecha de piedra. Nadie sabía qué se escondía detrás de sus ojos sin emoción. Muchos dijeron que tenía el corazón negro y que estaba poseído por un demonio.
Pero era un Demonio que Florencia necesitaba ver.
—¿Sabías que hay otros demonios más que no te dejan dormir? — preguntó el doctor Correa, como si leyera los pensamientos de la pequeña.
Las palabras del Sargento Correa resonaron en el corazón de Florencia, como si hubiera sido golpeada por un puñetazo. Ella sintió un escalofrío y comenzó a temblar. ¿Qué sabía Correa? ¿Cómo podía conocer los demonios que la asustaban?
El Sargento Correa continuó hablando, como si estuviera bajo un hechizo.
—Este es un mundo más oscuro de lo que te imaginas, Florencia. Hay fuerzas misteriosas que te persiguen, que quieren controlarte, tu madre era una de esas personas...
Florencia trató de mantener la calma, pero su mente estaba inundada de preguntas. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Era el Sargento Correa ahora una amenaza?
—¿No me crees verdad? — culminó el sargento.
—Ni siquiera recuerdo a mi madre — respondió Florencia.
—Tu madre, Francia — dijo el doctor Correa en voz baja. — Ella era una mujer orgullosa y arrogante, que cree saber todo sobre ti. Pero, ¿sabe Francia que tus sufrimientos no son solo una simple invención? ¿Sabe lo que te sucede?
—Nunca lo supo, y nunca lo sabrá, está muerta.
—Y también hay otro demonio que te atormenta. Y él está aquí, en esta habitación ahora mismo — sentenció el Sargento, con su voz cargada de misterio.
Florencia quedó helada . ¿Qué demonio se encontró en la habitación? ¿Quién podía ser?
—¿Federico?
—¿Tu crees que sea el?
—Si — afirmó Florencia.
—Acertaste, Pero vamos por parte, Federico puede esperar... Primero necesito que conozcas más a fondo a tu madre.
—¿Y cómo puedo hacer eso? — pregunto a la pequeña.
—Acercate al Estante y busca un enorme libro, lo escribí yo hace mucho tiempo, ahí están las preguntas que te han inquietado por tanto tiempo.
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