C6: Los alvéolos de Pierre Beauchamp
—Con el tiempo aprendí dos cosas sobre el ballet.
—¿Cuáles fueron?
—Debe existir un amor al arte muy profundo para practicarlo porque conlleva tanta disciplina como una institución militar.
ALEXIS:
El bailarín que se le ocurrió la idea de inventar las cinco posiciones de ballet no sabía en qué lío se estaba metiendo o siquiera lo que estaba haciendo con su vida. Pero no lo puedo culpar porque en pleno siglo XVII no había mucho con qué distraerse, Francia salía de una guerra en otra y la pobreza era extrema.
Supongo que lo hizo para distraerse o torturarse a sí mismo.
...SEIS AÑOS ANTES...
Puedo escuchar la música clásica aún sin haber abierto la puerta, también se escucha a una mujer dar órdenes en lo que parece ser francés y yo trato de girar la perilla con libros en la mano.
Tengo diez minutos de retazo.
Por lo menos esta vez son diez minutos y no la clase completa.
La mujer me mira con mala cara en cuanto doy un paso a dentro mientas sostengo los libros con fuerza, la música se detiene y todo queda en silencio. Miro la mujer, no parece tener más de cuarenta y podría llegar a asumir que hasta tiene menos por lo cuidada que se ve, aunque tampoco se descarta la opción de que tenga ochenta y unas veinte cirugías encima; sus ojos siguen en mí como si esperara a que le dijera algo u ofreciera una disculpa.
—Usted debe ser Alexis —comenta finalmente.
—Efectivamente —confirmo. Sujeto los libros como si no hubiera un mañana tratando de conseguir un espacio para sentarme entre las cosas de los bailarines.
—Bien, pase al fondo —ordena veloz y firme.
—¿Perdón? —La tira del bolso se quedó a medio camino sobre mi cabeza ante el comentario de la mujer.
—Que vaya al fondo, hará diez veces las 5 pociones principales —señala con el mismo tono firme.
—¿Y yo por qué? —cuestiono temeroso, comenzando a preocuparme por mi integridad. Puedo escuchar los murmullos de todos los bailarines y desde el espejo —. Hasta donde sé...
—No pensó que va a quedar sentado en mi clase, ¿o si? Vaya al fondo alguno de sus nuevos compañeros lo ayudará —Todos están en sus lugares nadie murmura nada esperando a otra indicación, puedo jurar que ni siquiera una mosca pasa, quizás hasta que fuera un chiste; pero no creo que la mujer que tiene por profesora sea del tipo de personas que cuenta chistes en medio de sus clases—. No se maten por ayudar.
—Yo voy —dijo finalmente una voz familiar.
—Y por favor, si está retrasado no se moleste en entrar mi clase —añade fijando sus ojos en mí
Camino cabizbajo hasta la parte de atrás del salón donde se encontraban pegadas unas barras a los ventanales. Ella atraviesa sin mucho esfuerzo a los bailarines que siguen las indicaciones de la mujer al unísono, como unos soldaditos bien entrenados; en el momento en que llega a donde me encuentro me mira expectante como si yo debiera saber qué hacer.
—¿Sabes algo de esto? —indaga en un tono pesimista.
—Nada.
—Ni siquiera sé para qué te pregunto si eso era algo obvio —señala—. Bien, quítate los zapatos.
No tardo mucho en sacarme los zapatos y dejarlo a un lado de los soportes de las barras, ella por su parte se sujeta de la barra de madera, seguramente pulida durante horas, estirándose. No tiene de decirme nada para que comience a imitarla y no solo temer por mi integridad sino también por mis vértebras y articulaciones.
—Estira más, Alexis —comenta estirando su espalda hacia atrás tanto que juro que se va a desprender la columna.
—¿Más? —Me sujeto con ambas manos de la barra con miedo a caerme y pegar la cabeza contra el piso. Ella asiente, así que arqueo más la espalda echando para atrás la cabeza. Cada que arqueo un poco más la espalda puedo escuchar rugiendo mis huesos, los oigo suplicar, tanto como yo lo hago.
—Ahora si, las posiciones —agrega, volviendo a colocarse en posición vertical, como naturalmente el cuerpo está mandado a estar.
—¿Esas no eran? —le pregunto jadeando en busca de aire.
«Seguro me desmayo después de esto»
—¿En qué mundo vives? —El tono de frustración es más que evidente en su voz, pero ninguno de los dos le da mucha importancia. Candance se aleja unos centímetros de la barra, quedando frente a frente —Bien, entonces es: primera, segunda, tercera, cuarta y quinta —sus pies y brazos se mueven con rapidez y sincronización con cada posición que menciona, friendo mis neuronas en el acto—¿Las tienes?
—Me quedé en bien —confieso.
—En la primera posición los talones se juntan y los pies se giran hacia afuera, formando una línea recta, los brazos van hacia abajo formando un óvalo —Se queda en la posición exacta e intento imitarla—¿Qué parte de una línea recta no entiendes? Rota más los pies —increpa sujetándose de mis hombros para torcer más mis pies—. Tienes que soltar la barra.
—¿Estás loca? Si la suelto me caigo —espeto.
—No te vas a caer —su mano roza la mía y desprende con cuidado mis dedos, me tambaleo, pero inmediatamente sujeta mis hombros y los echa hacia atrás—Espalda derecha y hombros atrás, así mantienes el equilibrio.
—Voy a morir.
—No morirás, vamos a segunda vas a separar los pies, pero debes seguir formando una línea recta, es espacio que vas a dejar equivale a un pie y tus brazos los estiras hasta formar una línea.
La posición es fácil y está fácil y con ella crece la esperanza de que podré superar las tres que faltan sin fallecer en el intento, sin embargo mi esperanza se desvanece más fácil de lo que llegó cuando de segunda pasamos a tercera e intento aferrarme otra vez a la barra en busca de seguridad.
Llega la quinta, con los pies que se cruzan y los brazos en forma de óvalo, con la buena bonanza de que todo acaba ella pide que vuelva a primera, luego a segunda y a mí me cae el veinte de que son diez repeticiones.
Trato de buscar una distracción para no pensar en que mis pulmones lanzan señales de humo a todo dar y mis músculos se queman a cada movimiento que hago, mis ojos rastrean el lugar y de con el mismo punto de partida: ella. Me concentro en sus ojos y en la convicción que se refleja en ellos con cada paso se hace.
A su vez, Candance, parece escuchar con atención y comprender las órdenes que da la mujer, su mirada se desvía de ves en cuando al resto de bailarines y sus pies siguen el compás del resto, divagando entre los pasos que me dice y lo que dice la mujer.
Decido bajar la mirada a sus pies en la pesquisa de una guía, sin embargo con una mezcla de pasos y posiciones que jamás habría llegado a imaginar posibles que lo único que hacen es confundir los pasos que intento dar.
Ella se detiene cuando ve que me sujetó otra vez de la baranda, solo respira y se acerca, con una tranquilidad a la que no estoy seguro si debería temerle, camina como si sus pulmones no estuvieran colapsando por las llamas y sus músculos no pudieran a gritos desesperados por ayuda.
—Toma un descanso —es lo único que me dice son suavidad y camina hasta integrarse al grupo de bailarines.
La mujer continúa explicando y mientras me siento y comienzo a considerar conseguir un diccionario de ballet, si es que eso existe. La mujer la cual creo que tiene apellido francés le pide a Candance que pase al frente y cuando la música empieza a sonar la mujer se acerca a mí haciéndome repetir cada pasión una u otra vez sin aparente piedad en sus ojos.
Me hace sudar, ir de un lado para otro entre que mis músculos se calcinan con una lentitud tortuosa y mis alvéolos parecen colapsar.
Necesito un descanso.
«Si tuviera que escoger una forma de morir, definitivamente, no sería está»
Entonces la música se detiene y todos los bailarines quedan estáticos casi maniquíes de una tienda para mallas e insumos para bailarines, aunque yo todo lo que puedo hacer es caer al piso apreciando los diferentes colores de mallas
«Las mallas si se ven bastante bien, mientras no me obliguen a usarlas»
Mi corazón late agitado, jadeos en busca del aire que mis pulmones no parecen querer procesar, tirado en el piso puedo ver las luces empotradas en el techo blanco sin molduras. Giro mi cara hacia la izquierda observando mi reflejo.
«No creo que las mallas valgan tanto sufrimiento. No valen tanto sufrimiento»
—Vamos, arriba Alexis —anima.
—No creo poder levantarme —murmuro y mi pecho quema cuando lo hago.
—Arriba, tenemos cosas de que hablar — Inmutable, es el único adjetivo que mi cabeza puede procesar ahora en cuanto la veo, después de tanto ajetreo no se le ha movido ni un solo cabello de su moño.
—He tenido suficiente tortura por hoy —Ella me observa y puedo notar el destello de burla en sus ojos, mientras bebe agua—. ¿Me das?
—Si te levantas —La sonrisa burlona vacila en tirar sus labios hacia arriba, aunque no llega intenta ocultarla con la botella.
—Que vil chantaje —espeto tratando de sentarme.
—No es chantaje —comenta empujando mis zapatos con sus pies hasta donde estoy—; hay cosas que son sagradas como, por ejemplo, las botellas de agua.
—Pero como buena samaritana, debes darle agua al que la necesite —Me amarro las agujetas de los zapatos y debo sujetarse de la baranda para poder impulsarme hacia arriba.
—Sí, mas tú estás exagerando —añade quitándole a tapa al termo, entregándomelo.
El agua se siente como la gloria en cuanto toca mi boca y pasa por la garganta, ella camina hasta la puerta, no necesita decir nada para que la siga a través de laberinto que es el lugar. Da vueltas, gira, cruza, se bifurca y todo parece igual, todo huele a perfume caro, los techos son altos, los bustos adornan el camino y estoy seguro de que el suelo está tan limpio que podría comer en él.
Terminamos saliendo en una aparente sala comunitaria, es el lugar con más ruido en el que estado dentro del edificio, con el olor a Chanel persistente, sillas recubiertas de terciopelo y paredes llenas de ventanales con vista a un pequeño jardín, que le quita el toque frío al lugar.
—Ya dame eso —Me arranca el termo de las manos, observándome con desaprobación cuando se da cuenta de que no hay más.
Ella se sienta en un espacio desocupado y cuando llego me detengo a observar las sillas, pero no me siento por más que quisiera porque si lo hago y termina con alguna mancha probablemente necesitaré vender un riñón en el mercado negro para pagarla.
« Yo amo mis riñones como para venderlos»
—¿Desde cuándo bailas? ¿Cuántas horas al día pasas en este lugar? ¿No te cansas de bailar? ¿No haces más que esto? ¿Qué otros pasatiempos tienes? ¿Qué tienen que ver las rosas con el baile? ¿Cuánto gel de cabello usas? —una verborrea de preguntas se me escapan y me apresuro a sacar un cuaderno del bolso para anotar sus respuestas.
—No voy a responderte eso —El desconcierto se nota a kilómetros de distancia y puedo ver un claro Alexis me das pena en su expresión.
—¿Por qué no? —me apresuro preguntar.
—Necesitamos reglas —señala acomodándose en la silla.
—¿Reglas de qué? —Olvido lo caras que pueden ser las sillas y me siento frente a ella, intrigado por la aparente afirmación de la que no había sido informado y que no había sido añadidas ni con letras pequeñas al trato con el diablo.
—Para poder llevar la fiesta en paz y que no salgas con preguntas de la nada, necesitamos reglas —explica.
—No creo que... —no llego a concretar la oración porque ella ya está interrumpiendo.
—No quiero preguntas personales de ninguna índole, ni pasado ni presente ni futuro —La firmeza y convicción en su voz me hizo saber que no podría argumentar nada para que eso cambiara.
—¿Y cómo se supone que te haga la entrevista? —inquieto preocupado ante la probabilidad de que no sé la entrevista.
—Solo las admitiré ese día, única y exclusivamente ese día —añade con rapidez—. No quiero ningún tipo de relación personal que vaya más allá de lo profesional, como voy a suponer que intentas ser.
—Si no tengo opción alguna otra regla — Estoy totalmente en desacuerdo con esto, pero no pregunto el porqué, ya que tal vez puede contar como pregunta personal.
—Ser puntual, si llegas tarde vas a bailar para mí.
Esa es la confirmación de mi muerte, sellada y notariada.
...
Tampoco puedo objetarle mucho, porque yo mismo acepté un trato en donde sabía perfectamente que era una tortura con pena de muerte incluida. A su vez, aprender las cinco posiciones principales de pies y brazos, no me sirve para nada en esta vida.
No es como que juntar talones, pararme de puntas, poner los brazos en óvalo o no me ayude de alguna manera a realizar contratos para una transacción internacional o a salir de la formación de un embotellamiento.
Aprender ballet no sirve de nada para la vida.
No me sirve de mucho en la vida.
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