C5: Camisas a cuadros.
—Hay una diferencia abismal entre los dos, Alexis.
—Si, yo omito las cosas, tú las niegas. Aunque pensándolo bien, tal vez no sea una diferencia.
ALEXIS:
Para todas las cosas que suceden en la vida, ya sea un movimiento, una acción, una sensación o un sentimiento; existe algo que lo detona, un movimiento, una acción, una sensación, un pensamiento.
Las hojas de los árboles se mesen a causa del viento que sopla, el viento a su vez se produce por la diferencia de presión en la atmósfera. Nos quedamos estancados en los embotellamientos de la hora pico, mismos que se formaron por la salida de las personas de su trabajo. Hacemos amigos porque decidimos presentarnos ante un desconocido, mentimos por miedo a decir la verdad y los problemas en los que nos pueda meter.
El universo, las estrellas, los planetas, los cometas, meteoritos y satélites, la vida en sí misma comenzó por un minúsculo punto de energía concentrada. Isaac Newton lo describió este efecto bastante bien: a cada acción le corresponde una reacción igual y opuesta.
SEIS AÑOS ANTES...
Me encuentro bajo el chorro de la regadera pensado en lo salado que estoy y en lo desafortunada que se ha estado volviendo mi vida, además de esa manera alargo mi tiempo en la ducha trabajando en que mis probabilidades de escapar de la cena se conviertan en posibilidades.
Disfruto del agua caliente cuando rápidamente pasa a estar fría, tanto que solo le falta que empiecen a salir cubos de hielo para terminar de congelarme, me apresuro a cerrar la llave haciendo que el sonido del agua desaparezca poco a poco; aunque deja que el sonido constante de la descarga del inodoro se cuele en el lugar.
Trato de no prestarle mucha atención, disponiéndome a tomar la toalla buscando salir con rapidez del baño; pero termino pegado contra la pared y con el corazón en la boca. Su riza hace eco durante unos segundos para darme una sonrisa complacida con su obra.
—¡¿Qué haces aquí?! —le grito aún con el corazón desbocado.
—Me tengo que bañar y tú tienes como una hora bañándote —contesta como si nada irrelevante sucediera.
—¡No llevo una hora bañándome! —reclamo. Tal vez si llevo una hora, pero ella pudo haber hecho cualquier otra cosa para sacarme.
—Pues no lo sé, nana me dijo que te dijera eso —Se encoge de hombros restándole importancia una vez más.
—Ya me lo dijiste, ahora vete.
—Me dijo que me quedara aquí hasta que salieras —añade sentándose sobre la tapa del inodoro.
—Ya termine. Vete —le ordeno y ella sale complacida.
Camino esperando que la noche mejore paulatinamente, haciendo que el agua fría no se trate más que de una broma infantil por parte de Mar; no obstante comprendo que solo irá de mal en peor cuando veo la camisa a cuadros perfectamente planchada sobre mi cama junto a pantalones negros.
Todo va a salir muy mal, seguramente.
Opto entonces por omitir la camisa azul con rayas rojas y azul marino que se entrelazan formando los cuadros y vestirme con todo lo demás, retrasándome todo lo que pueda para no bajar.
—Te falta la camisa —comenta Luisa a mis espaldas.
—¿Es tan necesario que me ponga esa camisa?—cuestiono mirando con desagrado el pedazo de tela.
—Si —insiste cruzando el umbral. Sus ojos se quedan fijos sobre mí mientras que sus manos reposaban una sobre la otra dejándome en claro una sola cosa: No tengo salida.
—Pero me voy a ver ridículo con esto —expongo mientras abrochaba los botones—. ¿Si mejor me dejas ponerme una blanca?
—No —contesta rotundamente acercándose a mí. Ella espera a que termine con los botones para arreglarme el cuello con cuidado—. Si supiera que te vas a ver ridículo, no haría que te pusieras la camisa.
Pero las camisas a cuadro no son un buen augurio.
Definitivamente no lo son.
Sentado en el sofá, el reloj corre y cada vez falta menos para que el timbre suene puntualmente y ellos aparezcan bajo el umbral; Mar sube y baja las escaleras, la escucho en la cocina y luego rodeando el sofá, para volver a subir y repetir todo, porque se niega a que le pongan un lazo en el pelo.
Yo definitivamente necesito un poco de la persistencia que tiene Mar para tratar de convencer a mi padre en los veinte minutos que me quedan que solo saludaré a los West y me iré a terminar los deberes e imprimir copias. Pero mi persistencia, poca o mucha, no funciona con lo que respecta a David.
Atrapo a Mar en su intento de huida cuando pasa frente al sofá, Luisa deja caer el lazo celeste sobre los cojines mientras yo lucho para sentar al gusano de vestido de azul a mi lado.
—¿No puedes quedarte quieta un momento? —riño tirándola hacia la otra punta del sofá—. Me sacaste del baño para arreglarte, así que déjate el lazo bendito quieto.
Tomo el lazo y regalándole una sonrisa me acerco a ella en son de paz, pero todo lo que obtengo son brazos cruzados y un ceño fruncido, aunque eso me facilita poder colocarle el lazo.
—Me gusta más como lo pone mamá —masculla echándose los cabellos que le caen en la frente hacia atrás.
Me dispongo a responderle cuanto el sonido del timbre llena la sala.
Con puntualidad, allí están los West.
Allí está Mar abriéndole la puerta con familiaridad junto a mi padre.
Los West son amigos de amigos de conocidos de mis padres, lo mismos que se conocieron en una cena de conocidos de amigos diferentes, lo sorprende es que al final los conocidos terminaron siendo amigos y los amigos conocidos, en resumen en aquella cena todos parecían conocerse; aunque hasta este momento, no de manera personal.
Unos se encargaban de la publicidad de los otros, otros eran la constructora, otros aportaban la tecnología necesaria para poder poner en marcha los proyectos y otros los representaban de la manera legal; no obstante todo contacto era vía correo electrónico, o en su defecto a través de otros empleados.
Supongo que esa es la ventaja de tener empleados: delegar funciones.
Clásicos.
Si se pudiera describir a las personas con tan solo un adjetivo ellos serían clásicos.
Podría decir que son el tipo de persona que se bañan en tinas llenas de dinero, siendo el papel moneda el responsable de una piel firme y tersa, la que aparenta ser de terciopelo, si es que eso fuera siquiera probable.
Entonces luego está su hija.
Luego está Candance...
Ella entra a mi casa con un ramo de rosas y una sonrisa pícara que tira de las comisuras de sus labios, la misma que tira sus labios un poco más arriba como si supiera lo que estuviera por pasar cuando me ve poner el florero lleno de rosas en medio de la mesa de café en la sala.
La ignoro y me siento en el sofá, tratando de participar mínimamente en la conversación que seguramente olvidaré cuando salga por la puerta, pero mi intención es detallar a la hija única de los West.
De lejos su piel se ve aterciopelada, suave y cuidada contrastando con el vestido negro, sus mejillas con un ligero tono arrebol, sus ojos son la combinación perfecta entre la línea del horizonte y el océano, son hipnotizantes, pícaros, embriagadores.
«Hoy es un mal día para usar una camisa a cuadros»
Me levanto necesito aire, necesito alejarme de la conversación. Siento sus ojos clavados en mi espada, quiero girarme y verlos para intentar descifrar la expresión en ellos, pero no lo hago y lo único que logro es llegar a la cocina.
—¿Tan rápido te hartaste? —indaga Luisa apagando la estufa.
—Algo así —comento mientras me recuesto de la mesada.
—Bueno, recuérdame que Daniel me debe veinte dólares —confiesa sacando su vajilla para cenas importantes.
—Con gusto.
Luisa termina por emplearse de mozo para repartir su catering en cuanto todos pasan a la mesa, no es que moleste en realidad, con eso puedo omitir la mitad de las conversaciones que tengan, así como la mirada de la señorita West.
Tal vez Afrodita estaría celosa de ella. De sus ojos.
—Los platos se sirven por la derecha —murmura en cuanto pongo el plato frente a ella.
—En los restaurantes 5 estrellas —contesto alejándome para ponerle el plato a Mar.
Tal vez Atenea estaría obstinada de sus constantes quejas y observaciones que no viene al caso.
Todos comienzan a comer en cuanto Luisa y yo nos sentamos, no puedo obviar que a pesar de que somos seis en la mesa quedan dos puestos vacíos. El primero es de Camila, ella había logrado escapar con que iría a cuidar a los hijos de la vecina, en otras circunstancias David le hubiera pedido que trajera a cenar a los niños, pero no creo que quisiera lidiar un terremoto y dos gusanos.
El segundo... El segundo solo no quería estar. De la misma manera en que yo no quiero.
—Espero te haya servido —comenta el señor West picando la carne.
—Sí, muchísimo —confirmo.
—Que todo salga bien con tu trabajo —confiesa la señora West con una sonrisa alentadora.
—Eso espero —le digo, pero internamente deseo tanto de levantarme de ella mesa como por un milagro ocurra para que el trabajo salga bien.
—Candance comentó que también estarás haciendo entrevistas —expone la mujer sin mucha importancia.
—Así es, mi profesor pidió muy encarecidamente que documentáramos todo, aunque aún estoy en búsqueda del bailarín que acepte —miento utilizando las mismas palabras de su hija. Siento sus ojos observándome desde la otra punta de la mesa, ella sabe que estoy mintiendo. Mi padre también me observa y trató de omitir la advertencia que hay en sus ojos.
—¿Por qué no se lo propones a Candance? —propone la mujer con simpatía.
«Huye Alexis. HUYE»
—Ya lo hice, pero él se negó —comenta antes de que yo pueda siquiera emitir sonido alguno. Sus ojos me enfocan y lo único que deseo es que se abra la tierra te escupa en Tombuctú si es posible.
—Prefiero que no se creen habladurías al respecto ni en la universidad ni en la academia —explico rápidamente esperando tapar lo que ella había dicho.
David no me cree. Ella no me cree. Y yo tampoco lo hago.
—Sensato de tu parte —añade el señor West y es lo que necesito para escapar.
—Bueno, si me disculpan lamento retirarme tan temprano, pero tengo cosas que hacer —me excuso tomando el plato y los cubiertos.
Sé que estoy en problemas y que más temprano que tarde, sin importar lo que esté haciendo David me va a reclamar y que no solo se va a quedar en una mirada de advertencia. Decido quedarme en mi cuarto todo lo posible atrasando lo inevitable.
Van a gritarme de una u otra manera.
Lavo el plato con agua en el baño, solo para que no entren las cucarachas en medio de la noche y vuelvo con cautela para no llamar más la atención de los invitados. Tomo la opción de distraerme jugando con el plato de la vajilla recordándome constantemente de que no debo dejarlo caer o me colgarán de una oreja; pero la disminución del sonido en la planta baja y los pasos en las escaleras advierten los gritos.
Diez pasos...
Siete...
Cinco...
Tres...
Dos...
Tal vez debería trabajar de vidente.
—¡¿Qué vainas son esas Alexis?! — vocifera mi padre abriendo la puerta de golpe.
—¿Disculpa? —dejo de girar el plato entre mis dedos y lo miro como si me sorprendiera.
«Paciencia, Alexis, paciencia»
—Consigo que los West intercedan por ti en esa academia para poder que te dejen hacer lo que sea qué harás y tú solo te levantas de la mesa —me replica tratando de parecer sereno pero a leguas era capaz de notar los destellos de rabia en su voz —. ¿En dónde esta tu gratitud?
—Mira, ya les di las gracias —contesto respirando profundo buscando disipar la irritación en mi voz—.¿Qué más querías que hiciera? ¿Qué le bese los pies?
—Quedarte sentado en la maldita mesa —recalca hostil
«Paciencia Alexis paciencia. Mantén la maldita paciencia»》
—Así como tú, yo también tengo cosas que hacer —señalé sabiendo que el tono sarcástico e irónico de la oración le molestaría—. Así que por favor.
«Paciencia, Alexis, solo paciencia»
—Nada Alexis, eso fue una falta de respeto —mencionó y pude ver como sus cejas se fruncían poco a poco y su respiración se hacía más pesada—; sé que tú aún no piensas con claridad y ...
—¡Eso no tiene nada que ver! —ladro mandando la paciencia de vacaciones.
—¡Tiene todo que ver! ¡Hace que se nuble tu raciocinio!
—¡Enfermo y una mierda! —grito furibundo— ¡a mí no me nubla nada a nadie!
—¡A mí no me levantas la voz Alexis! —exclama Sus cejas se fruncen aún y sus facciones se tornan férreas—. Para la próxima te quedas en la mesa
David sale de la habitación azotando la puerta y lanzando seguramente maldiciones audibles para el resto de la casa, creo que él está tan harto como yo de acabar en la misma discusión. Sostengo el plato contra mi pecho aún sin intenciones de bajar, pudo notar de soslayo el papel arrugado en la esquina de la cama, lo único que logra es recordarme que tengo cosas que hacer.
Estoy lo suficientemente agotado como para tratar de convencer a alguien que acepte una entrevista sin anónimo, lo dudo, lo dudo muchísimo y borro el número una y otra vez de mi teléfono.
Si no puedes contra algo únetele.
—¿Bueno? ¿quién habla? —indaga.
—Candance es Alexis, acepto el trato —le digo con voz firme, intentando de convencerme a mi mismo, porque ya no hay marcha atrás
—En ese caso nos vemos mañana —ella corta la llamada y dejo el teléfono caer a mi lado.
Hoy fue un muy mal día para usar una camisa a cuadros.
...
Para que la ley de Newton funcione hace falta algo que la inicie, por ejemplo aquella cena fue el punto de inicio, lo que causó presión, arrastrándome a tomar una decisión; ahora el intento de llegar temprano hizo que tomara el camino más corto.
Tal vez sea mi mala suerte, pero la ley de Newton y yo jamás hemos congeniado. Pero siempre lo hecho con la dueña de los ojos que comienzan el cielo y se pierden en el mal y espero que no sea la excepción.
Aparentemente no necesito llevar una camisa a cuadro para que las cosas me salgan al revés.
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