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C3: La tía opulenta.

Debo estar dispuesto a renunciar a lo que soy con el fin de convertirse en lo que seré.
—Albert Einstein.


ALEXIS:

Franklin solía decir en sus dos primeras clases del semestre que esperaba diez minutos más para que los estudiantes acabaran de llegar a su clase.

También decía que las personas somos capaces de conectarnos con cualquiera en cualquier lugar si no los proponemos y también si éramos puntuales nos ayudaría a relacionarnos. Pero lo último lo añadía a su discurso en las clases que llegaba temprano.

En las dos únicas clases que llegaba temprano.

SEIS AÑOS ANTES...

Puertas de gran envergadura reposan a mi lado, he estado esperando desde hace media hora a que sean abiertas desde que llegué, me acomodo en la silla y sujeto mi bolso con firmeza.

Inhalo profundo.

El aire huele a perfume de señora mayor, huele a perfume caro de ese que solo se usa en una ocasión muy importante; sin embargo, me da la impresión de que en este lugar trapean los pisos con Chanel LES GRANDS EXTRAITS N.º 5 y los pulen con diamantes y billetes de cien.

Me siento incómodo en aquel lugar, en donde, el pasillo frente al que estoy sentado no es muy concurrido por estudiantes pero sé que ellos notan la diferencia, posiblemente se les hizo raro ver a alguien sentado allí con un jean y una franela manchada con pasta dental.

El lado bueno del asunto es que ni la directora ni mi contacto llegaran a saber que llegué diez minutos tarde. El lado malo se lo estaba llevando mi espalda, que pretende matarme.

Y cuando considero ponerme de pie para dar una vuelta las puertas de color azabache se abren dejando salir a un hombre de traje y a una mujer muy estirada. Me pongo de pie inmediatamente al verlos, a su vez el hombre se va sin decir mucho más que lo que parece ser un murmuro de buenas tardes, entre tanto que, la mujer se queda observándome a detalle casi como si estuviera pasando un escáner de rayos X sobre mí, revisando mis entrañas y hasta podría llegar a jurar que mi alma.

—¿Usted es el estudiante de derecho? —dice la mujer con una expresión indescifrable.

—Exactamente —confirmo tomando mi bolso sintiéndome obliga a ni poder dejar de mirarla.

—Acompáñeme, por favor —La mujer se gira adentrándose en el lugar y no sé si debería temer o no.

Es una oficina amplia y luminosa, con paredes de color crema, muebles en marrón que le dan un toque de calidez junto a los adornos dorados. No soy capaz de pasar por alto el estante lleno de trofeos y medallas, así como tampoco las placas en la pared colgadas al lado de los reconocimientos y títulos.

Los ojos de la mujer aún me escudriña, pero se concentran en mi camiseta.

—Muy impresionante —le comento ajustando la tira del bolso para que tape la mancha de pasta dental sobre la franela y de esa manera, que la mujer deje de observarla como si fuera todo lo que está mal en este mundo.

«Tuve que haberme levantado temprano hoy. También tuve que haberme cambiado la franela»

—Nos esforzamos para nuestros alumnos se destaquen —señala en un tono noble, mostrándose orgullosa mientras se acomoda en su silla —. Su padre me explicó ya su trabajo —comentó sin rodeos.

—¿De verdad?— inquiero tratando de no mostrarme sorprendido ante su confesión. Ciertamente había esperado de todo menos que David hablara sobre el trabajo con la directora de este sito y mucho menos que le explicara; aunque si no fuera por eso jamás habría pasado siquiera las puertas del vestíbulo.

—Si —reafirma—; además me ha encantado que haya decidido hacer una investigación sobre el ballet clásico, es un arte que parece perderse entre la tecnología y todo ese baile callejero.

—La verdad es que sí —concuerdo falsamente con ella, implorando pasar desapercibido.

—Voy a otorgarle un acceso a las prácticas y al establecimiento en general por el tiempo que dure su proyecto —comenta echándose hacia atrás sacando un renglón de papeles y colocándolo frente a mí— También le sugiero leer los reglamentos que tiene el plantel para que no se lleve algún trago amargo y que lo saquen los de seguridad —añade empujando un poco más el documento. La voz de la mujer es serena y en el dado caso hipotético en donde sus ojos no quieren tragarse mi espíritu, me hubiera encantado escucharla—. En cuanto a las entrevistas que me mencionaron, me he tomado la libertad de hacer me una lista de los bailarines que pueden orientarte y darte, con algo de suerte, la entrevista; aunque no se cohíba de preguntarle a otros. La lista se encuentra adjunta a las reglas. ¿Tiene alguna pregunta?

—¿Algún horario que deba seguir? —pregunto acercándose a tomar los papeles con temor a que los ojos oscuros de la mujer me arranquen la mano.

—No, esos quedan de parte suya —dictamina y me apresuro a guardar todos los papeles con los que seguro me desvelaré.

—Bueno, entonces me retiro —le digo levantándome y estirando mi mano—. Gracia por todo.

—Un placer.

Salgo de la oficina y mientras avanzo camino a la salida el olor a perfume caro continúa en las masas de aire, la edificación es un lugar lleno de luz gracias a los candelabros que cuelgan de los techos altos, con paredes cremas que hacen que se ve más amplio y limpio, casi reluciente; con cuadros decorando las paredes y bustos haciendo honor a gente que no tengo la menor idea de quiénes son o fueron.

Es un sitio costoso, seguramente con una inmensidad de fases rigurosas para la preselección de alumnos y con una matrícula de inscripción exuberante, tal vez con profesores narcisistas, extremadamente disciplinados y sin una pizca de altruismo. Es allí cuando, me alejo rápidamente de las paredes evitando cualquier cosa propensa a caerse, porque si siquiera rozarlas y que estas se marcharan me podría costar la mitad de mi hígado en el mercado negro. Sería el edificio que compraría la tía millonaria.

Camino con agilidad al auto y sin muchos rodeos lo pongo en marcha. A la vez que conduzco de vuelta a casa no logro sacarme ese lugar de la cabeza, porque por más que quisiera quitármelo sé que en aquel jamás aceptarían que un muchacho pasee arbitrariamente por sus instalaciones para hacer un trabajo sin título, añadiendo el riesgo de que se rompa alguna antigüedad carísima, la que posiblemente tenga valor histórico.

El contacto de emergencia siempre ha hecho su trabajo de manera excepcional, y esta vez no es la excepción. Nunca es la excepción.

Detesto tener que recurrir él.

Detesto que siempre haga esto.

Mi contacto tiene contactos, que tienen muchos más contactos los que a su vez conocían a más gente aun y pueden conseguir cosas impresionantes que yo nunca pudiera haber logrado.

Me detengo en un semáforo y esperando a que la luz cambie a verde otra vez, tomo mi teléfono: en la mensajería solo tengo un mensaje; sin embargo el buzón de voz está atiborrado y con uno más puede que reviente, solo me fijo en el contacto de que ha estado llamando. Y aunque los dos fueran contactos para asuntos totalmente diferentes no tengo la intención ni la disposición para abrir nada.

El teléfono comienza a vibrar en mis manos, el semáforo aún continúa en rojo y sabiendo lo insistente que puede llegar a ser, contesto

—Dime que quieres de una vez —respondo tajante sin dejar que pueda decir algo antes.

—Tenemos que hablar Alexis —comenta con bastante decisión en su voz.

—¿Y de qué vamos a hablar? —pregunto retórico, mirando el semáforo esperando a que me dé una excusa para cortar.

—De nosotros —dice con suavidad.

—Creí haber sido claro con eso —No sé si me escucha o no desesperado al otro lado, pero me muero porque que el semáforo se ponga de nuevo en verde o corte la llamada, lo que suceda primero

—No quiero dejar las cosas así —Su voz se ablanda con destellos de un tono de súplica y decepción.

—Ya fue suficiente...—zanjo un con la esperanza de poder cortar

—Por favor.... —suplica casi en un susurro.

—Tengo cosas importantes que hacer —miento haciéndome una excusa por la que ya no soporto aguardar

— Solo escúchame, te marchas, piensas y me dices a lo su llegaste luego de eso. Ven a casa —dejo que termine y de mala gana le corto.

Lo pienso dos veces sé que si continúo conduciendo en línea recta, luego dos veces a la derecha, cinco a la izquierda y otra vez en línea recto; llegaré a mi casa en treinta minutos, allí seguramente me estará esperando mi contacto de emergencia para decirme lo que debo hacer después y el precio a pagar por sus servicios.

—Más vale que sea bueno lo que tengas que decirme, Karim —Me paso la mano por el cabello porque seguro de que estoy cometiendo un error— Voy para allá —corto la llamada y giro a la izquierda.

No tardo mucho conduciendo, y cada metro que avanzo es tan familiar como si nunca me hubiera ido, podría jurar que lo único que ha cambiado es que ahora hay humedad en las paredes y quizás una que otra persona se haya marchado incluyéndome.

Soy consciente de que no debería seguir avanzando, no obstante voy demasiado lejos y para cuando lo noto ya he tocado la puerta de su departamento y sé que no habrá marcha atrás.

El lugar es familiar, la escalera y los pasillos no han cambiado mucho, hasta puedo atreverme a decir que lo único nuevo tal vez sería la humedad que atraviesan el concreto de las paredes, y bueno también las relaciones entre las personas. Toco el timbre y la puerta no tarda en abrir

No pensé que llegaría tan lejos

—Gracias por venir —dice cerrando la puerta detrás de nosotros.

—Entonces que era lo que ibas a decir —me apresuro a decirle quedando a centímetros de su cara.

Karim no parece haber creído que iba a llegar tan lejos, se acerca en silencio y lo que sea que fuera que pretendía decirme se queda atrapado en un beso desesperado, que en vez de guiarnos al sofá termina estampando su cuerpo contra la puerta.

—Se supone que íbamos a hablar —murmuro separándose del beso. Su respiración es tan pesada como la mía y dejo mis manos a los lados de su cabeza recargando parte de mi peso.

—Tú y yo sabemos que esto es mejor —comenta antes de besarme otra vez buscando llevarme al sofá.

....

Al querido señor Franklin siempre le gustó explicar la teoría de los seis grados de separación, la cual fue propuesta por el escritor húngaro Frigves Karinthy en un cuento llamado Chains; intenta probar que cualquier persona en la Tierra pude estar conectado a cualquier otra persona a través de conocidos que no tienen más de cinco intermediarios.

Y era la mejor clase que daba el hombre, aunque solo fuera una introducción a otro tema.

Me detengo en un semáforo y mientras espero que el amarillo termine de pasar a rojo, me dejo avanzar un poco más lejos de las escaleras imaginarias. El baúl que tanto busco sé que está distante, tal vez escondida en una esquina o debajo de algún armario lejano, donde la luz de arriba no llegue. Y basándome en esa teoría solo necesito personas para tomar el baúl sin tener que acercarme.

Sin embargo termino alejándome del sótano para mirar el semáforo y repaso la teoría una vez más:

Solo necesito seis personas para conectarme con alguien en cualquier punto distante de la tierra, pero ¿cuántas necesito para conectarme con alguien la misma cuidad?

Tal vez ninguna.

****
Les dejo el meme que hizo @LeluTheWriter (lo amo ¿ok?, ok) , para reírnos un poquito de las desgracias que rondan a Alexis

Pd: Gracias por el meme

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