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C1: Posibilidad y probabilidad.

El hombre puede creer en lo imposible, pero no creerá nunca en lo improbable
-Oscar Wild


ALEXIS: 

Rosas.

Jamás entendí el gusto por las rosas, no tenían gran sentido más que el ornamental, eran flores comunes y corrientes, con más de cien especies repartidas por el mundo. No tenían colores avasallantes, y su olor tampoco era algo especial.

Las personas que decían usar perfume con olor a rosas me hacían gracia pues el olor del perfume era netamente sintético y con un toque dulce para nada convincente. Y lo peor era cuando se marchitaban; los colores que poseían se volvían opacos y el olor era muchísimo peor.

No odiaba las rosas, en lo absoluto. Se me hacían una flor sin gracia alguna.

Hasta ese entonces se me hacía una flor entre cientos de flores. Una entre miles de rosas, entre miles de margaritas, entre miles de girasoles, entre miles de azucenas, de claveles, de orquídeas e hibiscos.

En ese momento yo no entendía muchas cosas, no comprendía porqué las rosas tenían espinas si al final se volverían un adorno que terminaría en el centro de una mesa, no comprendía porqué un color tan sencillo como el rojo o el blanco les parecía atractivo en una flor existiendo miles de otros colores.

¿Por qué rosas?

Siempre me hacía la misma pregunta cuando veía que compraban ramos de rosas inmensos en las floristerías, o en los carros de flores. Pero no fue hasta mucho después, entre memorias y recuerdos que lo comprendí.

No fue hasta el día en que me enamoré de una que pude comprenderlo.

A la rosa de la que me enamoré le gustaban muchísimo las rosas, casi tanto como le gusta bailar. Siempre me decía que ella sería una gran estrella y que esperaba que la persona de la cual estuviera enamorada estuviera allí para verla en cada presentación y que al terminar, cuando se reunieran otra vez la esperase con una rosa; deseando la presentación más que cualquier otra cosa.

Yo no pensaba en que llegaría ese día, pero sabía perfectamente que ella podría lograrlo si se lo proponía. Y lo logró después de muchos años.

El espacio se siente poco familiar, como si fuera un extraño irrumpiendo en un hogar, hacía mucho que no mencionaba su nombre en voz alta o en un susurro, ni siquiera lo mencionaba la voz de mi cabeza; sin embargo, allí está su email, pidiéndome que vaya a verla bailar otra vez, en esta ocasión sería en el teatro que ella siempre quiso bailar.

Mi pecho se aprieta cuando termino de leer una vez más el correo, mi estómago se revuelve y estoy seguro de que quiero vomitar. Todo esto es como las comidas de fondo de nevera: un revoltijo de todo lo que quedó y del cual quiero huir a toda costa.

—Lo estás dudando, ¿no es así? —me comenta Mar tirándose en el sofá y solo me limito a asentir—. En realidad me sorprende ¿Sabes? Pensé que dirías que sí inmediatamente en que lo abrieras.

—Mi plan era no abrirlo —contesto cerrando la laptop y dejándola a un lado.

Desde que había visto ese correo en el buzón, mi cuerpo se había predispuesto a un muy mal final, me había imaginado infinidades de situaciones en donde todo salía mal, en donde yo salía herido.

Observo el florero en el centro de la mesa: las flores están fresca, con pétalos color arrebol y hojas verdes. Aún siguen vivas y dándole calidez al lugar, para luego en una semana tener que cambiarlas por otras.

Debí haber comprado margaritas.

—¿Estás pensando en mí, corazón? Porque si no es así me sentiré engañado y como un fraude —dijo una voz suave con proveniente de la cocina

Giro la cara para ver quién se encuentra, pero no es sorpresa ver a Daniel irrumpiendo en mi casa, camina hasta la estancia con una sonrisa a la expectativa a mi respuesta, una sonrisa que jamás ha tratado de disimular.

Seguramente Mar dejó la puerta abierta y le dijo que estábamos en mi departamento. Genial.

—¿Qué haces aquí?

—Solo vine a visitarte, ya que tuve que enterarme por terceras personas de que estabas aquí... —recalca. Observo a Daniel sentarse en la mesa de café frente a nosotros y anticipándome a lo que se viene— Me duele muchísimo que no me hayas avisado ¡¿Qué pasa con todos los años de relación?! ¡¿Qué te pasa?! ¡Explícame Alexis! ¡Explícame maldita sea! ¡¿Qué te pasa?! —reclama zarandeándome con desesperación. Lo empujo para que me suelte, pero él solo se ríe ante mi reacción.

Daniel está tarado y medio.

Debería usar un casco más duro así no se le mueve el cerebro

Y yo debería haber comprado margaritas. Esas no se marchitan tan rápido.

—Ve a molestar a tu mamá —espeto.

—No puedo... —comenta con una voz llena de picardía mientras se acomoda frente a nosotros —¿Cómo piensas que iré a molestar a la honorable mujer que me dio la vida, Alexis? Esas cosas no están bien, es exactamente igual que no decirme...

—Deberías considerar eso como un halago —añade Mar restándole importancia—. No te sientas mal porque no te haya avisado, no nos avisó tampoco a nosotros... Aunque creo que ya entiendo la razón...

—Los quería sorprender, esa es la razón... —me antepuse a lo que ella podría decir. Me antepuse mintiendo.

Daniel nota las rosas sobre la mesa y la laptop sobre el sofá.

—¿Candance? —indaga sentándose inmediatamente; me miró y parecía una estatua al no obtener mi respuesta—. ¿Volvió? —Daniel suena sorprendido como si él tampoco se esperase que ella apareciera otra vez en realidad.

Daniel puede estar tarado pero no es estúpido. Debió haber ido a la universidad.

Debería saber cómo responderle y se apresura a asentir Mar al ver que ni siquiera yo soy capaz de hacerlo.

—Y no solo eso, le envió un email invitándolo al teatro —agrega Mar enarcando sus cejas.

—Eso dice bastante, pelusa... Eso dice muchísimo... —comenta sagaz Daniel—; y por lo que comentas y él ya sabía que ella estaba aquí ¿no es así Alexis?

—Solo que sé que va a presentarse, los carteles publicitarios están por todos lados y son inevitables —excuso—. Y en realidad no sé si quiero verla, tampoco sé si quiero ponerme a remover todo lo que vivimos. No es como que quedara mucho de qué hablar con ella.

Hubiera saltado de felicidad cuando vi su foto por primera vez en una de las vallas publicitarias, ese momento si me hubieran preguntado si quería ir a verla habría dicho que si de inmediato, tal vez porque en ese momento no era real y no estaba ansioso y sin un revoltijo en el estómago.

Tampoco fue buena idea el huevo y tomate de desayuno.

Ahora se siente pesado saber que la posibilidad de ir es totalmente tangible, de que es probable ella me espere para remover todo y tal vez enterrarlo. No sé si estoy listo para enterrarla

Pero las palabras quedan atoradas en mi garganta porque sé muy bien que ir a verla bailar era remover todo el pasado, tendría que hurgar en un baúl de recuerdos que estaba lleno de tierra y polvo porque así lo había querido, me vería trasegando toda una historia y jugando con un futuro tan incierto.

Así como los niños pequeños, me siento perdido en un sótano oscuro repleto de telarañas y tierra del que todos queremos salir corriendo y abrir la puerta que nos traería a la superficie nuevamente, aquel baúl se encontraba en la esquina a la que jamás la poca luz, ni siquiera los rayos que intentaban colarse llegaban.

Pero yo no sabía que le temía tanto hasta aquel momento, no sabía que le temía de aquella manera hasta que me veo parado frente a las escaleras para bajar al sótano.

De niño odiaba los sótanos.

Siempre he odiado los sótanos, la oscuridad y la humedad son el lugar perfecto para que prolifere cualquier tipo de bacterias e insectos.

Mar y Daniel están esperando a que les hable, a que les diga lo que voy a hacer. Me miran atentos y pacientes dándome mi tiempo.

Una vez más observo las rosas.

De niño odiaba las rosas.

Ahora tengo rosas en el centro de la mesa.

En mi imaginación me veo de pie frente a las escaleras, me sujetó firme al barandal para no caerme, así como ella se sujetaba de vez en cuando a mis hombros pasa no caerse.

Amar es la cosa más complicada que he podía haber hecho alguna vez.

El amor es infinitamente complicado.

El amor está en el sótano. Está en el fondo.

El amor no tiene nada que ver con las rosas.

Las palabras no tienen que ver con las rosas.

Ella ya no tiene que ver con las rosas.

Compré rosas porque las vi en la vitrina de la tienda de la mamá de Ruth.

Compre rosa aun sabiendo que se marchitan a la semana. De la misma manera en que la semana que entra volveré a comprar rosas para reponer las marchitas.

—¿A dónde vas? —me pregunta Mar en cuanto me levanto.

—Voy a buscarla —le contesto con rapidez mientras busco las llaves del auto y tomo una de las rosas del florero.

Me sujetó más fuerte y doy paso.

Me alegra haber comprado rosas y no margaritas.



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