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Capítulo 53

Capítulo 53:
Rimas rotas
3 de agosto

7:46 pm

Rubí sabía el miedo que sentía su hermano por los hospitales, así como sabía los recuerdos que este despertaba en su tía Sanne. Aún así, ahí estaban ambos. Afrontando lo que sentían contad de esperar a Aviv.

La operación había concluido, pero la única forma de comprobar si había funcionado sin dejar daños colaterales era que Aviv probara su vista. Sus cuatro hermanas y sus padres, a quienes Sanne se encargó de comprarles boletos, estaban con él en ese momento. No sabrían si todo estaba en orden hasta que ellos salieran y la espera comenzaba a ser angustiante.

Ella observó a su hermano caminar de un lado a otro en el corto pasillo de la sala de espera. Mientras, su tía Sanne estaba sentada a su lado, con sus ojos cerrados y respirando en un intento de mantener la calma. Rubí también estaba un poco asustada, entre Cristal en el estado en el que estaba y su tío aún sin salir de ahí, sentía que los nervios terminarían por consumirla.

Pero ahora Rubí sabía que era más fuerte que lo que sentía. Sus sentimientos siempre serían fuertes y arrolladores, pero ahora estaba lista para aceptarlos y no huir de ellos.

—Tranquila, tía Sanne —susurró Rubí, apoyando su cabeza en su hombro —. Si hubieran malas noticias, ya las sabriamos.

—No es eso lo que me preocupa, preciosa —suspiró ella, jugando con su dije de margarita.

—¿Entonces, qué te preocupa?

—Solo...solo quiero comprobar que este bien.

Y eso era algo que Rubí también quería, pero solo les quedaba esperar. Los minutos transcurrían y las dudas aumentaban ¿Y si algo había salido mal? ¿Y si no le había gustado ver? ¿Y si se arrepentía se la operación?

Que tortura resulta hacerse dueño de dudas cuyas respuestas jamás te pertenecerán.

Pero, aunque ellos tres no eran dueños de esas respuestas, las obtendrían pronto. Caleb dejó de caminar en cuanto vio los rostros familiares de Margaret y Jacob acercarse a ellos junto con el resto de sus hijas. Llamó a Sanne y a Rubí, quienes se levantaron al instante. Vieron ojos hinchados por llorar, ninguna sonrisa. Eso ocasionó un vuelco en el corazón de Rubí, quien tomó la mano de su tía de inmediato.

La chica que se había separado de la fe años atrás, rezó tantas plegarias como le fue posible en ese lapso de tiempo en el que los Everton se acercaron a ellos.

—¿Qué pasó? —preguntó Sanne, la voz le falló por instantes —. ¿Qué sucedió? ¿Aviv está bien?

Ellos ni siquiera estaban del todo cerca para cuando ella comenzó con esas preguntas. No obtuvo las respuestas de inmediato. En su lugar, Padme acortó por completo la distancia y se lanzó a ella en un abrazo que separó su mano de la se Rubí. La rubia comenzó a llorar y eso la alarmó...

Hasta que notó una sonrisa. Eran lágrimas de felicidad.

—Gracias, gracias, gracias, Sanne —sollozó Padme, sin soltarla —. Jamás te rendiste con él, ni siquiera cuando estaba herido, terco y odioso. Sé que dices que solo fuiste apoyo moral, pero él está aquí ahora por ti. Mi hermano es feliz porque no le permitiste rendirse. Gracias, gracias.

Sanne, quien había quedado anonada ante esa muestra de afecto, se relajó y le devolvió el abrazo a la chica. Era claro que en sus ojos ya habían lágrimas amenazando con salir, escuchar esas palabras solo hizo más difícil contenerlas.

—No hay nada que agradecer, él hizo lo mismo por mi —le respondió, separándose del abrazo —. ¿Cómo está él?

—Nos vio, Sanne —respondió Azucena, la hermana mayor de Aviv —. Nuestro hermanito nos vio por primera vez y fue...¡Dios, fue increíble!

Sanne, Caleb y Rubí dejaron escapar suspiros de alivio al instante. Luego, vinieron las sonrisas. Él estaba bien y sano.

Él podía ver y esta vez sin usar canciones como descripciones.

—Al principio, se asustó —contó Jacob, con los sentimientos a flor de piel por su hijo —. Era de esperarse, todo era nuevo. La luz, los colores, todo lo aturdió.

—Dijo que ver no era lo que esperó —habló Primrose, secando sus lágrimas con un pañuelo —. Así que tuvimos que ser pacientes hasta que se acostumbrara. Abrió los ojos de nuevo y...

—Nos miró —completó Jade, aún llorando —. Solo hizo eso, nos vio a los seis y comenzó a llorar porque le resultó demasiado emotivo. No era lo que esperaba, dudo que se acostumbre pronto, pero lo intentará. Dijo que el solo hecho de poder ver nuestras caras y no solo reconocernos por voces era lo mejor que le había sucedido en la vida.

—Y luego empezó a bromear diciendo que creyó que seriamos más altas —soltó Padme, rodando los ojos —. Porque claramente Aviv tenía que hacer algo así. El imbécil nos tenía llorando y viene a decir esa estupidez, quería golpearlo.

Sanne soltó una carcajada, ese sin duda sonaba como su Aviv. Encontró la mirada avellana de la doctora que la ayudó a superar muchos miedos en su momento. Margaret aún lloraba en silencio y abrazó a Sanne sin detener su llanto. Jamás esperó que su hijo pudiera llegar a verla, a enfocarla con sus ojos y decirle que la amaba.

Era demasiado, pero se sentía increíblemente bien.

—Gracias, margarita —habló ella —. De verdad, jamás podré agradecerte lo suficiente por todo lo que tú y los Carlton han hecho por él. Le dieron una familia propia, ustedes tres son su razón para seguir.

—Oh, mierda —soltó Caleb, pasando ambas manos por su cabello —. Yo voy a llorar antes de entrar ahí. No sigan, por favor. Conozco a mi tío y me va a joder toda la vida si la primera vez que me ve estoy moqueando.

—Lo siento, no era nuestra intención hacerlos llorar —dijo Margaret, sonriéndoles a ambos Carlton y soltando a Sanne —. Aviv nos pidió que los llamaramos, ya quiere verlos. Vayan con él.

—Ugh, Margaret, yo quería decir eso —se quejó Jacob, cruzándose de brazos —. ¿Por qué siempre tienes que decir lo que yo voy a decir?

—Supéralo, Jacob.

Ellos escucharon un poco más a los Everton, al parecer aquella era una pelea en la que Margaret y Jacob llevaban años y ahora solo le causaba gracia a sus hijas. Claro que no pudieron quedarse mucho tiempo, no cuando los tres querían ver a Aviv y comprobar con sus propios ojos que estaba bien.

Caminaron por el pasillo hasta dar con la habitación en la que él estaba ingresado. De repente, todo se hizo muchísimo más real de lo que era hace solo unos segundos. La puerta frente a ellos, sus corazones latiendo a toda velocidad, los nervios aumentando. Se sentía como un importante cambio, uno que los marcaría por siempre.

Ambos Carlton escucharon a su tía suspirar, sus ojos grises veían la puerta con nerviosismo ¿Cuál es la mejor manera de afrontar un cambio? Pues, con apoyo.

Y por eso Caleb y Rubí la tomaron de las manos tan pronto abrieron la puerta.

—Doctora Monets, no entiendo porqué me puso el vendaje de nuevo —escucharon la voz de Aviv tan pronto entraron. Parecía estar hablando con la doctora que se encargó de operarlo.

—Para añadirle dramatismo al asunto —soltó la mujer de cabello corto y oscuro, debía estar en sus treinta años—. ¿No dijiste que verías a tus sobrinos y al amor de tu vida por primera vez? Bueno, eso es importante. Tiene que ser un momento épico.

—Ya...¿De casualidad usted conoce a la doctora Cloe Nicols-Bacher?

—¡Claro! Somos amigas.

—Eso no me sorprende.

Estaba siendo él mismo, ese Aviv hablador que tanto conocían. La doctora Monets les sonrió al verlos y se mostró entusiasta ante su llegada. Empezó a hablar sobre como la operación había funcionado, pero Aviv debería ir a terapia de visión los próximos años porque cosas como la profundidad y la luz aún lo confundían. "Básicamente, tendrán a un bebé grande acostumbrándose al mundo durante los próximos meses. Se divertirán", resumió la doctora.

Luego, les dijo que era momento de quitarle la venda a Aviv. Sanne guió a los Carlton para que quedaran frente a él, ella se puso a un lado de la camilla en la que Avi se encontraba asustado. Lo escuchó respirar para armarse de fuerzas, podía notar que estaba ansioso por la forma en la que tamborileaba sus dedos contra sus piernas.

—Mierda, ni siquiera entiendo porqué estoy tan nervioso —carcajeó Aviv, mientras la doctora comenzaba a deshacerse del vendaje —. Ya vi a mis padres y hermanas, pero esto se siente distinto...

—¿Quieres tomar mi mano? —le preguntó Sanne, sentándose a su lado.

—Sí, por favor.

Así que ella entrelazó sus dedos con los de él y le dio un suave apretón para animarlo. Él se aferró con fuerza a su mano y suspiró. Los vendajes poco a poco iban cayendo, Rubí y Caleb sentían que estaban conteniendo la respiración. Era extraño estar tan asustados y emocionados al mismo tiempo, pero ambos ya sabían que solo las personas que amas mucho son capaces de hacerte sentir así.

Vieron a la doctora deshacerse del vendaje por completo, pero Aviv no abrió los ojos al instante. Los mantuvo cerrados por unos largos segundos, hasta que los abrió y tuvo que volver a cerrarlos de inmediato. Se disculpó, dijo que la luz lo molestaba. Hizo un segundo intento, levantando con más cuidado sus párpados. Le costó enfocarse, pero cuando finalmente logró hacerlo puso sus ojos sobre Rubí y Caleb.

Ellos podían escuchar a sus propios corazones latir, era la primera vez que él los enfocaba de esa manera. Sus ojos entre grises y azules ya no se veían nublados, sino que estaban fijos en ambos. Él no dijo nada, nadie pronunció palabra alguna. Por unos buenos minutos, Aviv solo se quedó observándolos.

¿Qué significaba eso?

—Una canción de los Backstreet Boys —dijo, llevando su mirada a la de Caleb —, y una de Gun & Roses —ahora mirando a Rubí. Sonrió, sintiendo lágrimas comenzar a llenar sus ojos —. Ustedes dos no me engañaron con sus descripciones, niños. Se ven como pop y rock juntos...

Ambos Carlton sonrieron, comenzando a sentir que las lágrimas escapaban de sus ojos. Los estaba viendo, los podía observar y distinguir a pesar de que debía entrecerrar sus ojos por la luz.

—¿Qué pasa? ¿No me van a hablar? —preguntó Aviv, su voz enronquecida ante la emoción.

—No sé que decir...—admitió Rubí, llorando. Intentó secar sus lágrimas con la manga de su suéter, pero más salieron después —. Esto es real, tú nos ves.

—Sí, enana. Te veo y eres más bonita de lo que imaginé, pero tu cabello me causará jaqueca ¿Así se ve el color rojo? No lo imaginé tan...

—¿Intenso?

—Sí, supongo...la verdad no sé, esto de describir lo que veo es nuevo para mi—carcajeó, para luego pasar a ver a Caleb —. Por fin entiendo lo que todos decían sobre tus ojos siendo distintos, Leb. Se ve genial, ¿por qué lo ocultabas?

—Inseguridades, cosas sin importancia —él se encogió de hombros —. Pero eso no volverá a pasar, tío.

—No sé bien como se ve la felicidad, pero supongo que se ve como ustedes dos ahora ¿O me equivoco?

—No, así es justo como se ve.

Aviv les sonrió a sus sobrinos, verlos quedaría para siempre grabado en su memoria como uno de los mejores recuerdos de su vida. Aún no sabía usar bien su vista, todo era demasiado confuso y no entendía ciertas cosas. Sin embargo, ese primer día con un nuevo sentido era el inicio de un camino que estaba dispuesto a recorrer.

Un camino que ya había empezado a transitar.

Bajó su mirada hasta su mano, vio sus dedos entrelazados con los de alguien más. Reconocía el tacto, los dedos suaves, finos y largos. Ahora bien, esa era la primera vez que los veía: de un color un poco más oscuro que su piel, uñas ligeramente largas y pulseras de varios colores. Por primera vez, tenía una imagen de lo que tanto sintió con sus otros sentidos.

Y esa era sola una pequeña fracción de la imagen completa.

Llevó la mano de Sanne hasta sus labios y besó sus nudillos, agradeciendo con ese gesto el que ella lo hubiese apoyado. Tomó una larga respiración; no para armarse de fuerzas, sino porque su corazón estaba al borde de desbocarse en ese momento. Volteó lentamente sin alejar su boca de su mano. Poco a poco, la imagen se fue haciendo más clara y la impresión más evidente en el rostro de Aviv.

—Hola —susurró Sanne, con una pequeña sonrisa.

Tenía la mirada de Aviv fija sobre la de ella, él no hablaba. Sus ojos comenzaron a recorrerla por completo, viendo cada tramo de su rostro, cabello y cuerpo con una intensidad que la hizo sonrojar. Podía sentir lo profundas que estaban siendo sus respiraciones, su pecho subía y bajaba con fuerza. No estaba muy segura de qué significaba todo eso.

Solo quería que Avi le hablara, que le dijera qué estaba pensando. Quería asegurarse de que él estaba bien.

—¿Qué sucede? —le preguntó ella, dándole un suave apretón en la mano —. Háblame, Avi ¿Qué pasa?

—Siempre supe que tenía excelente gusto, pero nadie me advirtió que sería tan bueno —soltó, en medio de un suspiro —. Te ves justo como imaginé que se vería la belleza, o incluso mejor.

—Avi...

—Eres...wow. Me equivoqué, no te ves como pensé que te verías porque yo jamás habría podido imaginar algo así. Me encantas desde antes, me encantas ahora y yo...

—¿Qué?

—Yo te amo, Sanne. Ahora que puedo, quiero verte cada día por el resto de mi vida.

—Y yo te amo a ti, Aviv. Te amo como no tienes idea.

Ella lo tomó por el cuello de su camisa y lo atrajo hasta quedar increíblemente cerca. Con la alegría de saber que estaba bien, con los sentimientos a flor de piel por escuchar que él la amaba tanto como ella lo amaba a él y con la seguridad de que ese solo era el inicio de algo mucho más fuerte, juntó sus labios y lo besó de la forma en la que quería hacerlo toda la vida. El sabor salado de las lágrimas derramadas fue parte de aquel gesto, pero no importó.

Eran lágrimas de alegría, la clase de lágrimas que se necesitan derramar de vez en cuando.

—Bueno, eso si que fue un momento épico —aplaudió la doctora una vez ambos se separaron.

Y sí, lo había sido. Fue un momento feliz, uno al que Rubí y Caleb se unieron después para abrazarlos a ambos. Son instantes como este los que se necesitan atesorar cuando el resto del mundo parece estar al borde de derrumbarse...

Son sonrisas como las que tenían las que se necesitan mantener cuando el cielo comienza a tornarse gris.

...

10:35 pm

No, Adam no había superado a Silene.

Y sí, seguía fingiendo que lo había hecho...pero fingía muy mal.

Es por eso que pensaba sus razones para estar en la sala de espera aguardando noticias sobre Cristal —quien según todos pensaba ser Silene—a las diez y media de la noche. Eso solo hacía que pensara más en su princesa, en lo extraño que resultaba que Cris hubiese delirado de esa forma con ella. Lo más sano para él era marcharse y desentenderse de todo lo que involucraba a Sile, pero ahí estaba.

¿Y por qué? No tenía idea.

—¿En qué piensas? —le preguntó Gabe, cruzándose de brazos.

—En lo mucho que los debo querer a ti y a Elise para acompañarlos en esto —bufó, sin moverse demasiado para no despertar a Eli, que dormía apoyada en su hombro —. Claro, también quiero a Cris y espero que se mejore, pero es una tortura estar aquí y pensar que esto es culpa de Silene de alguna forma.

—Mhm, ya veo —asintió Gabe —. Yo creí que estabas pensando en lo devastada que debe de estar sintiéndose Silene en este momento y en como quieres ir con ella, pero no te atreves.

Adam levantó la mirada y entrecerró sus ojos hacia él. Gabe le sonrió con comprensión, pero no lo hizo sentir mejor.

—Comienzo a odiarte a ti y a tu sinceridad.

—Acabas de decirme que me quieres, bestia. Me quedaré con eso.

Y Gabe tuvo razón en algo: él sí estaba pensando en qué podía estar sintiendo Sile en ese momento. Era una tortura preocuparse por alguien a quien claramente no le importaba, pero no podía dejar de hacerlo. Suspiró, ¿cuándo dejaría de dolerle el corazón?

Porque comenzaba a creer que jamás olvidaría a Silene, su recuerdo solo se desgastaría con el tiempo.

Pocos minutos después, ambos vieron llegar a los Carlton junto a Sanne. A pesar de que Caleb y su tía odiaban los hospitales, acompañaron a Rubí cuando dijo que quería pasar un tiempo esperando a Cris. Lo agradecía mucho, sobre todo porque la preocupación que sentía por ella solo aumentaba y aumentaba. Ya había comprobado que su tío Aviv estaba bien, lo habían dejado junto a su familia. Ahora solo necesitaba saber que su mejor amiga estaba mejorando.

—Hola —Rubí saludó a Adam y Gabe, esperando que tuvieran alguna noticia —. ¿Qué ha pasado?

—No mucho, no he visto a Cloe desde la tarde —admitió Gabe —. Tengo entendido que Eve y Cal pudieron ver a Cris, pero estaba dormida.

—¿Dónde están ellos ahora? —preguntó Sanne, buscándolos con la mirada.

—Dalia los llevó a cenar. Prácticamente, los obligó a hacerlo —respondió Adam, para luego sacudir a Elise —. Despierta, bella durmiente. Llegó tu príncipe azul y su familia.

Pero Adam se sacudió con tanta fuerza que terminó por asustarla. Elise se levantó alterada y, al ver que solo se trató de su primo molestando, lo pellizcó con fuerza en el hombro. Él se quejó de inmediato.

—Eres una salvaje —chilló él, ganándose otro pellizco —. ¡Auch! Basta, Elise. Fui tu cama por una hora y así me lo pagas, malagradecida.

Ella le sacó la lengua y se levantó con pereza. Bostezó y luego se acercó a los recién llegados. Primero saludó a Rubí con un abrazo entusiasta, luego besó la mejilla de Sanne y, al ver que no habían personas a parte de ellos en la sala, dejó un beso rápido en los labios de Caleb. Movió sus manos en dirección a Adam y él entendió de inmediato.

—La salvaje pregunta cómo les fue con Aviv —soltó él.

—Él está bien —respondió Caleb, con una amplia sonrisa —. Es un poco gracioso ver como todo lo impresiona, pero también es bueno ver lo animado que está.

—Ah, el cegatón ya no es cegatón. Que triste será deshacerme de ese apodo —suspiró Adam, fingiendo pesar. Luego, observó a Sanne con una sonrisa —. Imagino que quedó encantado de verte por primera vez, ¿cierto?

—Tal parece que causo esa impresión en alguien a parte de ti, casanova —bromeó Sanne, pero había cierto rubor en sus mejillas que no podía ocultar.

—Anda, dilo —habló Gabe. Ella suspiró y le sonrió a su amigo.

—Lo amo, grandulón.

—Ya era hora —sonrió él —. Y lo admitiste antes de que se acabara el verano, así que Donovan me debe diez dólares.

—Dejen de apostar, parecen niños.

—Pero soy un niño con diez dólares más. No le veo lo malo a eso.

Sanne soltó una carcajada y abrazó a su amigo. Todos habían esperado mucho tiempo para ver a Sanne así de feliz, era increíble ser testigos de aquella sonrisa que finalmente encajaba del todo con sus labios.

Pasaron más tiempo hablando, esperando a tener noticias sobre Cristal en algún momento. Bueno, la verdad Adam dejó de hablar en cierto punto. Se sentía incómodo y triste en ese lugar, pero no podía irse. La preocupación que sentía por Silene siempre sería más fuerte que cualquier otra cosa, así que ante cada mención de Cris pretendiendo ser Sile, él se preguntaba una y otra vez como estaría su princesa.

Se llamaba patético a sí mismo, se decía que debía parar, pero las preguntas y los nervios seguían y seguían. Lo que sentía era algo que no se podía detener, se debía olvidar ¿Pero cómo lo hacía si todo parecía girar en torno a ella? Todo lo dirigía a Silene, todo lo devolvía al recuerdo de ella prefiriendo la perfección en lugar de a él.

Incluso cuando Cloe apareció en la sala de espera, más agotada de lo normal, él seguía pensando en Silene. Tenía que detenerse.

—Hola a todos —los saludó Cloe con una sonrisa que no ocultó su cansancio.

—Hola, loquita —su esposo la saludó en primer lugar. Dejó un beso en su frente y la observó con cariño —. Te traje chocolates.

Ella extendió su sonrisa cuando él llevó una mano hasta su bolsillo y sacó unos cuantos bombones de esos que tanto le gustaban a ella. Los tomó y dejó un beso corto en sus labios, Gabe sabía lo agotada que estaba y conocía de antemano que un chocolate era capaz de animarla aunque fuera un poco. Él la abrazó de costado, permitiéndole sentirse realmente segura de todo por primera vez en días.

—Gracias, narciso —le dijo ella, suspirando de nuevo —. Este es el caso más complicado que he tenido en toda mi carrera. Tanto en lo clínico, como en lo emocional.

—Quizá necesitas un descanso, Clo —le aconsejó Sanne, con una media sonrisa en sus labios —. Siéntate y cuéntanos como va todo con Cris, ¿te parece?

Ella asintió con la cabeza y se sentó en una de esas incómodas sillas que tenía el hospital. Primero preguntó por sus hijos, Gabe le dijo que estaban con sus padres y que se encontraban bien. Ella agradeció aquello y, tras abrir el primer bombón, empezó a contar los avances en el caso de Cristal Milestone.

—Ya dejó de delirar, lo que me tiene mucho más tranquila —les habló —. Pero se rehusa a ver a alguien de la familia, asegura que nos decepcionó a todos.

—No es así —dijo Rubí de inmediato.

—Lo sé, Rubí. Pero cuando estás en esa situación y ves a todos llorando por ti, crees inmediatamente que todo es tu culpa. Es un sentimiento natural por más que sea difícil de comprender.

Pero no era tan difícil de comprender para ella. Rubí recordó sentirse así un millón de veces, se abrazó a sí misma al pensar en ese pasado. Sí entendía lo que estaba sintiendo Cristal, así que asintió con la cabeza y le pidió a Cloe que siguiera.

—Fue devastador escucharla decir que no sabía porqué había hecho todo lo que hizo —continuó la doctora —. Fue como encarar al pasado de nuevo, pero con una cara que me duele aún más. Aunque, lo positivo de todo esto, es que ella me pidió ayuda para mejorar. Dudo que se sienta realmente enferma, pero al menos acepta ayuda.

—Eso está bien —concordó Caleb —. Tengo entendido que se puso violenta los otros días cuando intentaste alimentarla, quizá ya no lo haga.

—Mhm, pensé que sería así, pero no. La repulsión que está sintiendo Cristal hacia la comida va más allá de engordar, ella de verdad cree que las calorías son la raíz de todos sus problemas ¿Y te tragarías tus propios problemas? No, claro que no.

》Así que se cierra tan pronto intento que coma algo tan simple como una sopa, se pone nerviosa cuando cambio el suero en su vía y comienza a preguntar si eso afectará su peso. Está pensando constantemente en lo que entra en su cuerpo y cómo deshacerse de eso. Es involuntario, lo que me alarma aún más.

—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Rubí —. ¿Cuál es el plan para curarla? ¿Qué tratamiento debe seguir?

Cloe abrió el siguiente bombón y se lo comió antes de responder. En realidad se veía agotada. Sus ojos estaban pesados por el sueño, pero se rehusaba a descansar hasta tener avances en la salud de Cristal.

—Lo único que puedo hacer por ella es conseguir que llegue a un peso estable con el que pueda mantener las fuerzas y no desmayarse más —habló, mirando a Rubí —. Luego, debería ir a terapia y psicólogos. Mi prioridad ahora es que salga de este hospital, pero será más lento de lo que esperé porque ella en serio se rehusa a comer y su estado es cada vez más crítico.

》Creo que deberías tomar el vuelo a Detroit con los niños sin mi, narciso —suspiró ella, ahora mirando a su esposo —. Es imposible que consiga avances para la fecha y de verdad no quiero dejar a Cristal al cuidado de otro. Es mi sobrina, yo quiero ayudar. Así que mejor ve tú y luego te alcanzo, ¿si?

—No, yo no me voy de aquí sin ti —sentenció él, muy seguro de su respuesta —. Tranquila, amor. Yo puedo hablar con Margaret, seguro te dará más tiempo para integrarte al trabajo. Mis padres no tienen problemas en cuidar a los niños y yo también quiero asegurarme de que Cristal esté bien. Nos iremos a Detroit cuando todo se solucione, pero iremos juntos ¿Está bien?

Cloe sonrió y asintió con la cabeza. De verdad tenía ganas de mudarse, de empezar de nuevo con su familia en el lugar en el que nació. Sin embargo, debía ser paciente. Sabía que el caso de Cristal tenía muchos cabos sueltos que aún no podía entender y eso debía de solucionarlo.

Para ser alguien tan infantil y bromista, Cloe se tomaba muy en serio su trabajo. Pasaba de saltar pasos peatonales a ponerse seria y analizar cada cosa con detalle. En ese momento, le estaba dando vueltas a la cabeza a un detalle en particular. Sentía que le faltaba una pieza del rompecabezas, pero no sabía exactamente cual.

—Hay algo que me preocupa —confesó, jugando con el último bombón que le quedaba.

—¿Qué cosa? —preguntó Caleb.

—¿Alguno ha hablado con Silene últimamente?

—Por lo que sé, está en casa de Lili y Derek —habló Sanne —. Él está angustiado porque no quiere hablar, solo duerme.

—¿Y ha comido?

—Eso no lo sé ¿Por qué la pregunta?

—Porque está pensando que si Cristal hizo esto para imitar a Silene, ella también puede tener un problema similar —suspiró Adam.

—Sí, pienso eso —aseguró ella, para luego mirar al chico —. Tú...¿tú sigues sin hablarle?

—Dejó muy claro que no soy suficiente, ¿por qué le hablaría a alguien así?

Era doloroso hablar de ella con tanto odio, pero le salía natural. Era como un reflejo, una obligación que sentía consigo mismo. La odiaba y la amaba al mismo tiempo, no podía sentir una cosa a la vez.

Rubí fijó sus ojos azules tormentosos en él. Fue triste no reconocer al chico que le gustaba, pues él solo era una versión de Adam derrotada. No era el bromista, no era el alegre, no era el fuerte que afrontaba lo que sentía. Era doloroso verlo así, fingiendo que no sentía algo que claramente sentía.

Entonces, todos escucharon a Elise resoplar y observar a su primo con el entrecejo fruncido. Ella en serio era expresiva y, en ese momento, era claro que sentía enojo ¿Por qué? Pues, quizá si alguno hubiera entendido las señas que le hizo a Adam lo habría sabido. Él negó con la cabeza una y otra vez a lo que le decía ella, pero Elise insistía. Le quitó el celular del bolsillo y se lo dio, aún haciendo señas hacia él.

—No le voy a escribir —soltó Adam, poniendo finalmente en contexto a todos —. Enloqueciste, Elise. Yo solo quiero alejarme de ella.

¡Deja de decirte esa mentira, imbécil! —le reclamó ella, moviendo sus manos con más brusquedad —. Entiendo que estés dolido, juro que si la situación fuera diferente le arrancaría los ojos a Silene por haberte rechazado. Pero tú sabes que esto cambia mucho, saber que puede estar tan enferma como Cristal lo cambia todo.

—¿Qué estás diciendo, musa? —preguntó Caleb, realmente confundido por no entender las señas.

—Estupideces, eso dice —habló Adam, levantándose para encarar a su prima —. ¿Cómo la salud de Silene podría afectar el hecho de que me rompió el jodido corazón?

—En realidad, tiene sentido —habló Cloe, reaccionando ante esa pregunta —. ¿Dijiste que Silene te rechazó por no ser perfecto, Adam?

—Si...

—Pues, Cristal decía una y otra vez que debía ser perfecta por ser Silene ¿Y si la Sile real está obsesionada con la perfección? Podría estar haciéndose daño y alejándo a los que ama porque no lo controla.

—Eso no borra el hecho de que me lastimó.

Elise resopló de nuevo y lo sacudió al tomarlo por los hombros. Sabía que Adam estaba consciente de lo que intentaban decirle, pero él no lo quería aceptar. Su primo era terco y se cerraba ante cualquier herida.

Pues bien, ahora le tocaba enfrentarla por su bien y por el de Silene.

¿Y si Silene está en peligro, Adam? ¿Y si se está haciendo daño y lo único a lo que puede aferrarse es a esa idea absurda de perfección? Tú la conoces, tú sabes que está enamorada de ti. Si te quiere, ¿por qué te dejaría?

》Podría estar mal, podría estar ocultándose del modo en el que lo hizo Cris. Y, aunque me importa una mierda como se sienta ella, me importa como te sientes tú ¿Cómo reaccionarías si una mañana Silene despierta en un hospital? ¿Cómo te sentirías si tu princesa está enferma y ninguno lo ha notado?

Basta, Elise —le pidió él. La sola idea se eso le causó escalofríos.

La mujer que vino corriendo al hospital para abrazarte no te rechazaría a menos de que tuviera una razón, o de que estuviera muy confundida. No te estoy pidiendo que vayas y le ruegues estar contigo, solo quiero que confirmes que está bien. Escríbele porque si no te vas a arrepentir y tendrás esa duda en tu cabeza por semanas. Has esto por ti, Adam.

—Lo único que debo hacer por mi es alejarme de ella —sentenció él —. No quiero hablar con ella, no quiero ni acordarme de que existe. Dejen de intentarlo. Si tanto desean comprobar que está bien, escríbanle ustedes.

Guardó el teléfono en el bolsillo del que lo había sacado Elise y se alejó de ahí, poniendo la excusa de que iría a comprar algo en la máquina expendedora. Estaba realmente molesto por el consejo de su prima, principalmente porque sabía que era verdad. Silene había estado extraña durante semanas, podía estar en peligro y eso lo asustaba. Sin embargo, alejarse de ella era la única solución que conocía para sanar su corazón.

Elise bufó y resopló de nuevo, quejándose con expresiones por la terquedad de Adam. Caleb intentaba calmarla cuando Rubí decidió hacer algo bastante osado para alguien con los sentimientos que ella resguardaba. Dejó a todos en la sala de espera y siguió a Adam hasta la máquina expendedora.

Lo encontró dándole golpes al aparato y quejándose de que no servía. Adam en serio estaba herido, tanto que resultaba doloroso verlo. Ella tomó aire para llenarse de valentía y dio los últimos pasos que la llevaron hasta él.

—Golpeando eso no conseguirás ni un caramelo —le dijo ella, llamando su atención. Lo apartó del monitor y tomó el billete que se rehusaba a entrar en la máquina. Lo alizó contra sus jeans y lo introdujo sin problema —. ¿Qué quieres?

—Lo que sea, niña. Lo que sea.

Ella marcó el código de las gomitas y la máquina se las otorgó poco después. Abrió el paquete y se las ofreció a Adam, él tomó unas cuantas. En poco tiempo, ambos estaban apoyados en la pared comiendo esos dulces de distintos sabores. Nadie dijo palabra alguna por unos buenos instantes. Ella lo dejó consumirse en su propia molestia por un rato.

Hasta que se animó a decir todo lo que tenía atorado en la garganta...

—Adam, sé que eres listo —habló ella, atrayendo su atención —. Y, justo porque lo eres, sé que has notado lo que siento por ti ¿O me equivoco?

Adam dejó de masticar las gomitas en su boca al escucharla confesar eso. Ladeó su cabeza, encontrándose con esos ojos azules tormentosos que le parecían muy familiares. La vio sonrojarse poco a poco, hasta que sus mejillas simularon el color de su cabello teñido. Tragó el dulce de una sola vez y suspiró ante las palabras de Rubí.

—Sí, lo sé —asintió él, sintiéndose mal al instante —. Lo siento, niña. Yo...

—No te disculpes, no estoy esperando que sientas lástima por mi —ella rodó sus ojos y volvió a observarlo —. Sé que no sientes lo mismo, que me ves como una niña y tiene sentido. Jamás esperé que me correspondieras en cuanto a sentimientos.

—Tú eres fantástica, Rubí. Eres talentosa, fuerte, interesante, hermosa...El problema es que soy mucho mayor que tú.

—No, el problema es que amas a Silene —disparó ella —. Jamás podré competir con lo que sientes por ella y no pretendo hacerlo.

En cierta medida, Rubí siempre lo supo. Lo que Adam sentía por Silene era demasiado fuerte y era correspondido, por más que ella lo negara. Era amor, de la clase que ella escribía en sus canciones. No podía ni quería competir contra eso ¿Le dolía? Pues sí, pero era más doloroso ver a Adam consumirse en algo tan fuerte como ese despecho.

—¿Sabes qué he notado de Silene? —le preguntó ella, tomando otra gomita del empaque.

—¿Qué?

—Que tiene un humor de mierda, así como tú y yo —sonrió ella, observándolo —. Y lo jodido de ser así es que la soledad nos mata, aunque lo negamos.

—Te dije eso cuando llegaste a Los Ángeles.

—Y tuviste razón, aprendí a aceptar que no puedo alejarme de los que amo. Estaba en un abismo cuando me conociste, estoy saliendo de él porque descubrí que no quería seguir sintiéndome perdida. Llegar a este punto no fue fácil, pero aquí estoy.

》Y cuando miro atrás, me doy cuenta de todo el miedo que tuve. Fue tan complicado aceptar que me estaba alejando porque no sabía qué otra cosa hacer. Aparté a todos los que amo y por mucho tiempo creí que eso era lo mejor, que así no causaría más daño.

Pero ahora entendía que la respuesta a sus problemas siempre fue apoyarse en personas que amaba. Sus tíos, su hermano, su nueva familia, todos ellos la ayudaron a encontrarse sin darse cuenta. Le dio mucho miedo enfrentarse al mundo en aquel momento y no sabía cómo no había notado el mismo miedo en Silene hasta ahora.

Observó a Adam y recordó la vez que le contó sobre la Silene que él conocía, la chica que tenía espinas y nadie le preguntaba porqué. Quizá ella también se escondía del mundo a su manera, buscando perfección porque fue lo que perdió y alejándose del resto por miedo a salir herida. No lo sabía con certeza, pero en ese momento sentía una gran simpatía por Silene.

Porque la vio a los ojos cuando se enteró de que Cristal creía ser ella y vio culpa, terror. Silene jamás quiso que fuera como ella porque no se sentía bien consigo misma. Jamás quiso herir a Cris.

—Quizá Silene está apartando a todos  porque ni siquiera ella entiende lo que quiere. Se está acercando a la soledad sin saber que eso la matará —pensó ella —. Quizá ya no sabe el alcance que tienen sus espinas, Adam.

—Siento que todos la están justificando —bufó él —. ¿No crees que ya he pensado en todo lo que podría estarle pasando, Rubí? ¿No crees que he pasado noches despierto preocupado por ella? Lo hago y duele. Duele mucho.

Él suspiró y negó con la cabeza, decidido a no arriesgar más su corazón. Silene le preocupaba, pero lo había lastimado. No quería salir herido por ayudarla de nuevo.

—No sabes cuanto lamento verte así —habló Rubí —. Pero tú la amas, Adam. No importa cuanto intentes alejarte, la amas ahora y ella te ama a ti ¿Algún día dejarán de hacerlo? No lo sé, puede ser. Pero hoy la amas y porque lo haces no podrás evitar pensar en ella, preocuparte, querer verla.

》Fingir lo contrario no te está llevando a ningún lado. Si de verdad quieres olvidarla, necesitas cerrar un ciclo que no cerrarás hoy, ni mañana y si sigues sin encarar lo que sientes probablemente seguirá sin cerrarse en años.

—¿Y qué sugieres que haga, niña?

—Enfrenta las cosas, enfrenta lo que sientes y lo que te duele. Escríbele y pregúntale como está, Adam. No te estoy pidiendo que vuelvas a su vida, ni que le pidas una segunda oportunidad. Solo escríbele a la Silene que ha estado ahí para ti en momentos difíciles y asegúrate de que sus espinas no la hayan atravesado.

Rubí había madurado demasiado  desde su llegada a Los Ángeles ¿Cómo no lo había notado hasta ese momento? Ya no veía a la niña de mal carácter que recibió en el aeropuerto aquella primera vez, sino a una adulta dispuesta a enfrentar al mundo.

En ese momento, Rubí se veía incluso más madura que él.

Pensó en lo que decía, en que necesitaba un cierre y no fingir que Silene no existía. Superarla no era sacarla de su vida, era afrontar que su relación no volvería a ser la misma. Suspiró, dándose por vencido. Rubí sonrió al ver que se había rendido.

—Un mensaje —sentenció él, sacando su teléfono —. Eso es todo lo que haré.

—Si es lo que necesitas, adelante —sonrió ella, comiendo otro poco de gomitas —. Espero que poco a poco vuelvas a ser el mismo de siempre.

—Rubí...

—¿Sí?

—De verdad lamento no poder corresponder lo que sientes.

—Alguien me dijo que un corazón necesita romperse varias veces antes de encontrar al indicado. Solo eres mi primer corazón roto, Adam. Estoy bien con eso.

Ella le sonrió y le dijo que iría a la sala de espera de nuevo, pues quería estar al tanto de lo que sucedía a Cris. Lo dejó frente a la máquina expendedora, sin gomitas y con los nervios por tener que escribirle a su princesa luego de días fingiendo que no existía. Él pasó una mano por su cabello, estaba nervioso.

Pero Rubí tenía razón, debía comprobar que las espinas de Silene no la hubiesen atravesado si quería cerrar ese ciclo de dolor. Así que solo escribió:

Adam: Las rosas son rojas,
                 Creo que hay lirios naranjas,
                No es que quiera hablar,
               Solo quiero saber: ¿Cómo estás?

Envió el poema y suspiró. Era triste pensar en todas las rimas que compartió con Silene...

Ahora todas ellas se leían como rimas rotas.

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