Capítulo 13
Capítulo 13
Miradas
13 de junio
11:37 am
Caleb tardó unos segundos en darse cuenta de que aquella mirada llena de sorpresa que le estaban dedicando los espectaculares ojos de Elise se debía a que no tenía sus lentes de contacto puestos. Recordó, como un rayo en su memoria, que se los había quitado porque a veces le irritaban. Aprovechó la soledad del estudio para deshacerse de su mascara, y le permitió al tono marrón de su ojo derecho tener la misma presencia que el tono azul en su izquierdo. Se reclamó en ese instante, pues Elise lo atrapó in fraganti tras su llegada.
Ahora ella estaba frente al secreto mejor guardado de Caleb.
Nació un silencio que sumergió a ambos en una especie de shock. Ella, aún sin saber asimilar el extraño cambio de tonalidades en la mirada azul del cantante; y él, con un dolor en el pecho al relacionar la impresión en el rostro de Elise con recuerdos que todavía dolían. A Leb le diagnosticaron un extraño síndrome a los siete años, luego de quedar parcialmente sordo sin aviso alguno. Sus padres, preocupados, se mudaron de Detroit a Londres con el fin de poder descubrir como tratar aquella "anomalía" que se estaba apoderando de su hijo.
Doctores, inyecciones, pruebas, exámenes...Caleb todavía tenía pesadillas en las que recordaba las voces de enfermeras discutiendo sobre su estado: "Es tan extraño, nunca se ha visto algo así", "es el primer paciente que contrae el síndrome de Waardenburg, no lo heredó", "pobre niño, se convirtió en una completa anomalía".
Anomalía...Excepción...Fenómeno...
Su piel se erizaba con solo pensar en esas palabras, su corazón se aceleraba y volvía a sentirse como un niño pequeño; un niño al que nunca vieron como un niño dentro del hospital, él solo fue un caso raro, un objeto de estudio. Tantos años sintiéndose como un extraño en un mundo que no lo comprendía, y todo por un mechón blanco en su cabello, un aparato de audición en su oreja izquierda, y dos colores diferentes resumidos en su mirada. Ver a Elise, con su boca abierta formando una "o", fue como regresar a ese momento en el que no se sintió como Caleb.
Todo por culpa de miradas que le arrebataron el sentimiento de ser una persona; un humano igual que todos.
Soltó su guitarra, quizá más fuerza de la requerida, y le tomó unos segundos levantarse para caminar hasta Elise. Notó que las manos de la chica temblaban. Ella lo observaba con preocupación, casi aterrada de todo lo que estaba sucediendo. Caleb notó el miedo, el desagrado, y le dolió incluso más que los recuerdos hechos un nudo en su garganta.
—Caleb, tus ojos...—leyó él, en la pizarra —. Están distintos...¿Te sientes bien? ¿Qué ocurrió? ¿Está pasando algo?
Él subió sus ojos hasta los de ella, encontrándose con esa tonalidad tan única hecha mirada. Elise tenía un mundo encerrado en sus ojos, protegido por unas largas pestañas y una cejas gruesas bien arregladas. Sus labios no eran delgados, pero no llegaban a ser rellenos, y tenían la habilidad de expresar demasiado a pesar de que no habían acariciado ni una sola palabra desde hacía años. De hecho, todo en ella era expresivo. Eli era muda, pero Caleb había descubierto que tenía sus tácticas para hacerse entender.
Por eso le dolió tanto encontrar horror en sus ojos, puesto que eran mucho más expresivos que el resto de los ojos que Leb conocía.
Caleb se alejó de ella y caminó hacia la puerta. Eli lo observó mientras la cerraba, y examinó sus movimientos en el instante en el que él colocó el seguro. En todo el tiempo que llevaba trabajando para el cantante, jamás lo había visto tan serio como hasta ese momento. Pudo notar que estaba tenso, y se veía tan diferente al Leb amable y sonriente al que estaba acostumbrada ¿Dónde estaba la dulzura que él mostraba al cantar? ¿En dónde se había escondido todo ese encanto que lo hacía ver como alguien casi perfecto?
Caminó lento, de regreso a ella. Se tomó el suficiente tiempo como para que Elise analizara lo siguiente: Todavía había encanto en él, solo que muy diferente al que solía mostrar. Sus ojos de distinto color mostraban cierto miedo, y al mismo tiempo estaban luchando por ser lo más inexpresivos posible. Era un Caleb distinto al que ella creyó conocer, uno con debilidades...Se veía tan auténtico.
No era el cantante famoso, solo era un chico con temores tan comúnes como ser juzgado.
—Estoy bien, Eli —le aseguró, con una voz tan monótona que sorprendió a Elise. Colocó sus manos en sus bolsillos y bajó su mirada —. Mis ojos siempre han sido así, no es nada de lo que debas preocuparte ¿Okey?
Ella no entendía del todo. Si sus ojos siempre habían sido así, ¿por qué no lo había mostrado hasta ese momento?
—Tengo algo llamado Sindrome de Waanderburg [1] —le explicó —, lo tengo desde que era un niño. Por eso mis ojos son de distintos tonos, también explica el mechon blanco en mi cabello, y este aparato —Caleb señaló su oreja, Elise observó la pequeña máquina a penas visible en su oído —. Tengo sordera parcial y heterocromía.
Elise tomó su pizarra y escribió algo con rapidez.
—Pero... ¿te sientes bien?
Caleb soltó una sonrisa ladeada al ver que ella todavía estaba preocupada. No sabía exactamente porqué, pero la actitud de Elise a veces le parecía muy tierna.
—Sí, me siento bien. Pasé toda mi niñez bajo exámenes, pruebas, diagnósticos...Así que sí, ahora estoy mejor que nunca. Solo necesito que guardes este secreto por mí, ¿sí?
—¿No quieres que alguien más sepa de tus ojos de distinto color? —leyó él, una vez ella lo mostró en su pizarra.
—No.
Entonces, ella abrazó su pizarra y bajó la mirada. Él notó la forma en la que la chica mordió su labio inferior, como si estuviera tragándose las ganas de decir algo ¿Qué tantas cosas estaban atoradas en la garganta de Elise? Sin poder escapar de ello, ella levantó la mirada y volvió a ocurrir ese choque de mundos; se juntaron las tonalidades que escondían tantas cosas, que hablaban por sí solas.
—¿Por qué lo escondes? —le preguntó ella, tras escribirlo en su pizarra.
—¿No es obvio? —él soltó una carcajada para nada divertida —. Soy diferente, Eli. No quiero que la gente me mire como un fenómeno, así que lo mejor que puedo hacer es ponerme esas lentillas. Silene dice que con los ojos azules me veo mejor, y sabes bien que la imagen vende en mi carrera.
"¿Y qué va a saber Silene de esto?" se cuestionó Elise, aunque no tuvo la valentía de escribirlo. Observó los ojos de Caleb una vez más, prácticamente hipnotizada ante la variación de colores. Soltó un leve suspiro, pues encontró en ellos una sinceridad demasiado abrumadora como para respirar con normalidad. Le recordó a una melodía rota, de la clase que cantaría en una voz quebrada a punto de estallar en lágrimas. Leb tenía miedo de ser sí mismo, de desafiar la imagen perfecta que atraía a sus fanáticas y a su novia.
Y Elise habría sentido pena por él, de no haber estado tan encantada con esa mirada. Le pareció demasiado hermosa como para ser real.
—Por favor, Eli —le rogó él, tanto con su voz como con su mirada —. No le cuentes a alguien sobre esto. Solo lo sabe mi familia, Silene y Adam...Ahora también lo sabes tú. Por favor, guarda mi secreto.
Ella asintió con la cabeza, asegurándole que ella mantendría a salvo su secreto pintado de azul y marrón. Fue entonces cuando se sintió muy mal por él. Si bien la voz de Elise estaba apagada desde hace años, ella sabía hacerse escuchar; sabía quien era y se mostraba tal cual era al mundo. En ese momento, Caleb le pareció lo contrario: Se estaba escondiendo del resto, disfrazando su verdadero ser para satisfacer las opiniones de otros.
¿Siquiera estaba claro de quién era él? ¿Y si aquel hombre de entonación hermosa no tenía voz propia?
Vió como él llevó su mano hasta su bolsillo y sacó lo que identificó como el pequeño estuche de sus lentes de contacto. Entonces, ella lo tomó por el brazo y lo detuvo. Él la observó sin comprender, alzando una de sus cejas mientras ella escribía algo en su pizarra. Cuando leyó lo que había escrito, tuvo que revisar dos veces para procesar sus palabras. Después de todo, jamás le habían dicho algo como eso.
—Espera, quédate así un momento —fue lo que pidió Elise —. Tus ojos son...impresionantes.
—No los llamaría de esa forma...
Elise borró lo que tenía en la pizarra y volvió a escribir. Caleb se preguntó cuanto tiempo debió pasar para que ella se acostumbrara a esa rutina de tener que plasmar sus pensamientos con una tiza...¿se había acostumbrado, o aún no lo hacía? Entonces, se dio cuenta de que no sabía si Eli era muda de nacimiento, o no. No sabía nada sobre ella, la verdad.
—No los cubras conmigo, ¿puedes? —leyó él, desde la pizarra —. Te ves más auténtico...
—Si Silene se entera...
Entonces, Elise le dedicó una sonrisa divertida. Le dio a entender a Caleb, con otra nota, que su novia nunca le prestaba atención a ella. Así que, ¿por qué habría de enterarse? Leb soltó un largo suspiro, sintiéndose exhausto por estar tanto tiempo expuesto. No entendía porque ella insistía en verlo de esa forma, no tenía razón de hacerlo. Sin embargo, encontró en sus ojos algo que le dio cierta seguridad.
Ella no lo juzgó. Es más, lo miró como si sus ojos fueran del mismo color.
Así que le sonrió, y no apartó su mirada de ella a pesar de que era la primera persona—fuera de sus allegados y familiares —, que lo veía sin sus lentillas protectoras. Solo se vieron por un largo tiempo, mirada con mirada que dijeron más palabras de las que yo podría poner en contexto. Recuerdo que una vez dijiste que los ojos de una chica huesuda te susurraron todos sus miedos, pues ellos se estaban contando los suyos.
Solo que todavía no sabían descifrarlos.
...
1:27 pm
Ahora que Elise conocía el mayor secreto de Caleb, no podía dejar de pensar en él. Los tonos azules y marrones de su mirada se repetían en su cabeza, pintaban cada pequeño fragmento de su mente y la confundían cada vez más ¿Por qué lo escondía? ¿Por qué, si era algo tan hermoso?
Vio el miedo en Caleb cuando ella lo atrapó sin sus lentes...¿verlo? ¡Ella lo sintió! Bastó con encontrarse con sus ojos de diferentes tonalidades para notar que estaba aterrado, tenso, asustado, e inseguro. Y, aún así, le parecieron unos ojos muy bonitos, capaces de mostrar todo lo que sus palabras intentaron esconder.
Era una mirada única; sentía que, el que lo ocultara, era una especie de pecado ¿Estaría siendo una pecadora más al ayudar a ocultarlo?
Bajó del carro por inercia cuando su primo bajó también de él. Adam y ella eran muy unidos, aunque no siempre fue así. Hubo un momento en el que sus familias se odiaron hasta el punto de separarlos, pero las circunstancias los juntó en su adultez. Y, si bien esas circunstancias fueron del todo buenas, Elise agradecía ese pequeño detalle.
Tras las tormentas, se hacen los cielos más bonitos. Eso era Adam para ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, sacando la guitarra del asiento trasero de su auto —. ¿Por qué estás tan callada? ¿Pasó algo?
A pesar de que la pregunta estaba llena de ironía, hubo cierta seriedad dentro del comentario. Adam sabía que Eli siempre buscaba la forma de expresar sus pensamientos, y su mente era un "mundo paralelo", según su primo. Por ende, había mucho que expresar. Si no había hecho señas, escrito en su pizarra, o mímica, entonces algo debía estar mal.
Ella suspiró, observó a Adam y comenzó a hacer señas que sabía que él comprendería. Empezaron a caminar por el estacionamiento del hospital y, a medida que ella fue contando todo en su lenguaje, su primo comenzó a mirarla con sorpresa. No creyó que Elise llegaría a saber lo que ahora contaban sus manos.
—Sabes de la heterocromía de Leb...—dijo él, reafirmando lo que recién le habían contado. Ella asintió con la cabeza —. Wow, no creí que él llegaría a mostrárselo a alguien más a parte de sus familiares.
—Fue un accidente, Adam —explicó ella, con los movimientos en sus manos que su primo lograba comprender —. Él no me esperaba...Y yo sin duda no me esperaba ver lo que vi.
—Estamos hablando de una mirada de dos colores, no es como si lo hubieras visto desnudo. Deja el sonrojo, El.
Ella rodó sus ojos y evitó pensar que, de hecho, si estaba sonrojada. Él rió ante esa reacción y poco después entraron al hospital. El aire acondicionado los golpeó como una rafaga de viento en el instante en el que atravesaron la puerta, y el olor a desinfectante se metió en sus fosas nazales como un intruso esperado. Estaban acostumbrados. Después de todo, no era la primera vez que hacían ese recorrido.
—Él dijo que Silene le recomendó cubrir su mirada —le dijo Eli, moviendo sus manos —. ¿Qué es lo que le pasa? ¿Por qué le pide a su novio que cubra parte de lo que es?
—Sile tiene sus propias interpretaciones del mundo —habló él, esquivando junto a su prima a todos esos doctores y enfermeros que corrían de un lado a otro por los pasillos. El ala este del hospital siempre era un caos —. Sé que sientes que lo que le pide a Caleb es injusto, pero para ella es un consejo como cualquier otro.
》Después de todo, a ella nunca le ha gustado la heterocromía de Leb. No le pidió que la cubriera por mal, solo cree que al resto del mundo tampoco le gustará saber que él es...diferente.
—Tú no crees eso, ¿verdad?
—Elise, si creyera todo lo que cree mi mejor amiga, me llamaría Silene y no Adam ¿Eso responde tu pregunta?
Muchos cometían el error de pensar que, por ser mejores amigos, Silene Osbone y Adam Blake pensaban lo mismo, tenían las mismas ideas y los mismos gustos. La verdad era que uno era el contrario del otro. Eran tan diferentes que la palabra "opuestos" se les quedaba corta. Ella una rosa y él...
Él cualquier otra flor que no sea roja.
—No sé como la aguantas —soltó Elise, entre señas —. Ella es tan controladora...
—Hey, todos tienen sus defectos —dijo él, parando frente a una puerta conocida. Volteó para encarar a su prima, a su mirada intensa...
Conocía todo el dolor que guardaban esos ojos, todo el pasado que cantaba su mirada. Por eso amaba tanto a su prima, porque nunca necesitó palabras para mostrar lo fuerte que era; bastaba con esa tonalidad avellana.
Y así como conocía lo que estaba encerrado tras los ojos de su prima, también conocía lo que callaba la mirada de Silene.
—Amo a mi mejor amiga porque yo conozco a la chica detrás de esa Silene que tu llamas controladora. Si es cierto que no estoy de acuerdo con muchas de sus desiciones, ni con muchas de sus opiniones, pero no estoy en su vida para estar de acuerdo con ella o no. Si estoy, es para acompañarla, entenderla y cuidarla.
》Del mismo modo, te amo a ti porque sé que, dentro de tu mundo paralelo, hay una mujer con miedos y defectos con los que no estoy de acuerdo. Aún te culpas por cosas que no pasaron por ti, lo que te vuelve una pequeña transtornada, El. Quizá, todos lo somos. Claro que eso jamás me impedirá amarte, o amarla a ella. Sus defectos son parte de ustedes, ya hasta les agarré cariño.
Su prima sonrió de lado, una sonrisa débil en la que dejó salir la tristeza que ocultaba a menudo. Quizá por eso quería tanto a Adam, porque él sabia ver lo bueno y lo malo en una persona y amar ambas partes. Él era experto en mirar a una persona y quererla con sus defectos, con su pasado y su presente.
Su primo podía parecer un completo idiota, con un aspecto ligeramente desaliñado, una actitud bromista y lucir como un casanova. Pero, detrás de todo eso, había un hombre extremadamente sensible y con una inteligencia que todavía sorprendía a Elise. En ocaciones, se preguntaba si él notaba lo sabio que sonaba algunas veces...
Quizá Adam no estaba del todo consciente de lo que sabia.
—Te daré mi opinión sobre este asunto, primita —dijo él, rascando su barba de días con su mano libre —: Caleb Carlton es un hombre con inseguridades. Puede que se vea muy confiado en un escenario, pero tiene casi tantos miedos como tú. Hay seguridad en el amor que le da Silene, en sus consejos y muestras de afecto ¿En verdad crees que alguien con miedo de su propia mirada dejaría ir a una mujer que le da seguridad solo por contradecir su opinión?
Ella negó con la cabeza.
—¿Ves? Ahí está...Quizá crees que Silene es quien está ocultando al verdadero Caleb, quizá en cierta manera es verdad, pero solo puedes esconder a alguien que no quiere salir a la luz. Si Leb no sabe quien es, entonces es su culpa disfrazarse con los consejos de su novia para sentirse seguro.
—No sabia que no te agradaba esa relación.
—Nunca dije que no me agradaba.
—Pero tampoco que te agrada...
—Leb es mi amigo, Silene también, pero no soy nadie para opinar de una relación que no me pertenece. No quiero terminar como Derek en el futuro, escuchando los problemas matrimoniales de mis amigos. No, no, mejor me alejo de toda esa porquería y los dejo vivir. Te recomiendo hacer lo mismo, primita.
—Sabio consejo, primito.
—No sé si sea sabio, pero es conveniente —él se encogió de hombros. Luego, señaló la puerta —. ¿Entramos?
Elise observó la puerta y soltó un largo suspiro. Adam tuvo razón al decir que ella era una persona llena de miedos, el mundo paralelo de Eli era el hogar de miles de recuerdos que dolían como cuchillas en su corazón. Tenía cicatrices, ¡joder, tenia demasiadas! Pero, sobre todo, era un lugar en el que se refugiaba una culpa de la que jamás podría deshacerse.
Todos los días, debía enfrentar su miedo; verlo cara a cara. A pesar de tener todo ese desorden en su mente, todavía era lo suficientemente valiente para tomar la perilla, girarla, y adentrarse en la habitación que le recordaba que su familia estaba tan rota como su voz. Elise aprendió a ver la tristeza a los ojos, y dolía...
Pero, al mismo tiempo, era necesario.
La niña de cabellos tan marrones como los de ella estaba en la misma posición de siempre: en su camilla, ojos cerrados, como si estuviera durmiendo. Elise podía recordar que los doctores le dijeron alguna vez que eso era el coma, un sueño largo del que no se despierta en ocaciones. Tras dos años de ver a su hermana en ese estado, no podía verlo de esa forma.
No era un sueño, era una pesadilla.
El accidente que le quitó la vida a sus padres y la dejó sin voz, introdujo a su hermana menor en esa camilla de la que no se había movido ni siquiera un centimetro los últimos años. Michelle Blake tenía una piel pálida, y sus labios se mantenían entreabiertos soltando pequeñas rafagas de aliento. Tenía diez años en el accidente, ahora estaba a punto de cumplir trece. Su hermana suspiró, se sentía triste ver crecer a su hermanita en una incómoda camilla.
—¡Hola, primita! —Adam saludó a la niña con entusiasmo, a pesar de que no podía contestarle —. Te ves bien, cada día más bonita.
Los doctores le habían dicho a Elise que las personas en coma a veces pueden escuchar lo que ocurre a su al rededor, y le recomendaron que alguien le hablara a diario. Por esa razón, traía a Adam al hospital con ella. Él hablaba y hablaba, le contaba a Michelle sobre su día y se reía de sus propios chistes.
Era el mejor compañero que podía existir.
Ella se acercó hasta la camilla, arregló el cabello de su hermanita y dejó un beso en su frente. Todo eso mientras Adam hablaba sin cansarse. Luego, tomó la guitarra de la mano de su primo, se sentó junto a ella en la camilla y comenzó a tocar una dulce melodía.
Hacía eso a diario, le tocaba su canción favorita. Claro que Michelle siempre fue mejor en la guitarra que ella, la niña tenía un don para tocar melodías complejas y hacerlas ver dulces y fáciles. Elise no tenía ese don, ella era buena cantando...
Corrección: fue buena cantando.
Entonces, pensó en Caleb, sin saber que su primo pensaba también en él y en Rubí ¿Por qué los Carlton eran tan complejos? ¿Por qué no se mostraban al mundo tal cual eran?
Todos tienen problemas, ellos dos lo sabían. Asi que, mientras Elise tocaba la dulce melodía con la leve esperanza de que su hermana despertara, dejaron de preguntarse. Entendieron que ellos tenían sus propios problemas de los cuales ocuparse, los Carlton debían resolver los suyos.
Pero...¿y si se convertían en los problemas del otro?
...
6:54 pm
Tengo otra duda para las rosas, una que me he preguntado durante mucho tiempo: ¿Por qué la gente que se ve perfecta es la que más llora? Tú y yo hemos visto a tantas personas perfectas llorar en este hospital, y siempre hacen más escándalo que aquellos normales ¿Por qué? ¿Acaso las lágrimas son parte de la perfección?
¿O es que la perfección duele tanto que te hace llorar?
Para cuando Adam llegó a casa, encontró a su rosa llorando frente al televisor. Él soltó una carcajada tras cerrar la puerta, no le costó adivinar qué era lo que ocurría. Silene amaba las películas románticas, sobre todo aquellas que incluían un poco de drama y tragedías. Sin embargo, siempre se le escapaban cascadas de lágrimas al verlas. Se acurrucaba entre cobijas, con un balde de helado entre sus manos y una caja de pañuelos cerca. Eran los únicos momentos en los que no se veía arreglada, o perfecta...
Y, por eso, procuraba apagar todas las luces posibles.
—¿Noche de películas? —le preguntó él, a modo de anunciar su llegada.
—Tardaste mucho, así que no te esperé —soltó ella, entre sollozos —. Creo que la protagonista morirá...
—Diablos, ¿y él lo sabe?
—No...Pero lo sabrá.
—Pf, te dolerá el final.
—¡Ya me está doliendo!
Escuchó un sollozo más fuerte, y luego el sonido de ella soplando su nariz. Adam caminó hasta el sillón, hasta poder verla. Estaba iluminada por la poca luz del televisor, así que no podía ver sus mejillas rojas y ojos hinchados del todo bien. Esos momentos de debilidad Silene eran tan escasos, a él le parecían como joyas preciosas; tesoros que solo el tiempo le podía regalar.
—¿Necesitas un abrazo, princesa? —preguntó él.
—¡Más que nunca, Blake!
Él se lanzó al sofá y ella no tardó en dejarse envolver en sus brazos. Silene no sabía que tenían las películas romanticas, pero removían todos los sentimientos encerrados en su corazón; inclusive sentía emociones que a veces olvidaba que tenía. Eran sus instantes más débiles, en los que se permitía exceder el límite de calorías correcto y comía helado para endulzar las amargas heridas que se abrían ante un diálogo lleno de palabras de amor. Y es que, cuando dejaba que sus sentimientos despertaran, a veces se activaban otros recuerdos.
—Ya, ya, solo es una película...—dijo él, acariciando su espalda en forma de apoyo.
Pero no, no lo era. No cuando era capaz de mover todos sus sentimientos de esa forma. Estaba sensible, con un nudo en su garganta que sabía a helado de chocolate. Le encantaban esas películas, le encantaba llorar por ellas y culpar a esos buenos actores y tramas dramáticas por todas las lágrimas que derramaba; sabía que no todas se debían al filme, que estaba soltando sentimientos acumulados...
Pero prefería engañarse a sí misma y pensar que todo era culpa del romance hecho película.
Para cuando se mostraron los créditos, la camisa de Adam estaba repleta de las lágrimas de su amiga, y su brazo estaba ligeramente entumesido por su fuerte agarre. Ella dejó escapar un suspiro, como si toda esa experiencia la hubiera dejado agotada. De hecho, si lo estaba. Estaba exhausta de todo lo que soltó, todo lo que se permitió expresar gracias a esa película. Encontró la sonrisa divertida de su amigo, a quien le encantaba verla en situaciones como esa, en la que era 100% ella.
Porque, con lágrimas, Silene se veía más auténtica.
—¡Que buena película! —exclamó ella, dejándose caer en las piernas de su amigo para usarlo de almohada —. Fue increíble...
—Eh, diría que es un cuatro de diez. Tuvo un final bastante cliché, princesa.
—¡Oh, callate! ¡Fue bello! —ella lo golpeó un poco y, como respuesta, él le quitó el helado de su mano y comenzó a comer de él —. Oye, eso es mío.
—Desde que nos mudamos juntos, todo lo tuyo es mío...Menos los tampones, esos quedatelos tú.
Silene soltó una carcajada, Adam no tenía remedio. Lo observó desde abajo, donde tenía una vista tan solo de su perfil bajo y del cubierto lleno de helado entrando a su boca. Se acurrucó más en la cobija que los cubría y, luego, recordó de dónde venía su amigo.
—¿Cómo está tu prima? —le preguntó ella, jugando con las esquinas de la cobija entre sus manos.
—¿Cuál de las dos? ¿El, o Michi? —cuestionó él, aunque su suspiro quebró cualquier posible respuesta —. Michi está tan dormida como siempre, y El tan triste como el primer día en el que le dijeron que su hermanita estaba en coma.
—¿Todavía crees que deberían desconectarla?
Adam volvió a suspirar, no entró más helado a su boca luego de esa pregunta. La última vez que llegó del hospital, estaba tan frustrado por ver a Elise llorar tan seguido, que le confesó a Silene que lo mejor sería desconectar a Michelle. Quizá sonaba drástico, hasta extremo, pero luego de años viendo la situación en la que estaban atoradas sus primas, solo quería una solución rápida capaz de eliminar toda la tristeza que las envolvía.
Silene se levantó para poder mirarlo a la cara. Su mandíbula estaba tensa, su mirada fija en el pote de helado. Sabía el aprecio que él le tenía a Elise, y también conocía el peso que significaba para él pensar en algo tan doloroso como dejar morir a Michelle. Cuando no conseguía solución, Adam se frustraba y se cuestionaba de más. Era típico en él.
Estaba segura de que eso era lo que estaba ocurriendo.
—Quizá suene egoísta —le confesó él —, pero han sido más de dos años acompañando a El al hospital, viéndola tocar guitarra, esperando a que ella despierte...Y no lo hace.
Observó a Silene, su mirada café era un buen lugar del cual aferrarse. Ella le dedicó una pequeña sonrisa, una triste que le dio cierto apoyo. Ese también era un buen gesto del cual sostenerce.
—Ella está tan decidida a que su hermanita despierte, se ha encerrado en esa ilusión por años —le comentó —. Michelle es un nudo que la tiene atada a ese accidente y no puedo evitar pensar que si ella no estuviera aquí, El estaría mejor.
—¿Crees que Elise podría volver a hablar si desconectan a su hermana? —le preguntó Silene.
—Puede ser...Es decir, El se quedó muda por estrés post-traumático. La terapia no la ayudó, dijeron que ella estaba muy aferrada a los recuerdos de ese día. Si lo único que le queda de ese pasado se va, quizá...
—Quizá ella pueda volver a hablar.
Tenía sentido. Después de todo, las cuerdas vocales de Elise estaban perfectamente bien y los doctores afirmaron que su falta de voz era algo mental. Su cerebro jugaba con ella, le impedía soltar sonidos entendibles y sus risas y gritos se quebraban. Todo eso por un accidente del que se sentía culpable. Pero, ¿y si se libraba del último peso que le quedaba de esa noche?
¿Y si Michelle era la razón por la que la chica no podía cantar?
Silene bajó su mirada unos instantes. La sugerencia de Adam no le parecía egoísta, sobre todo porque él no era así. Era una solución lógica, con mucho sentido. No obstante, algo ardía en su garganta siempre que la mencionaba. Tenía la extraña sensación de poder colocarse en los zapatos de Elise, y entonces le resultaba todo menos una solución con sentido. Era doloroso, razón suficiente como para no querer hablar nunca más.
—¿Qué piensas? —le preguntó Adam, al sentirla muy callada.
—Sabes que no le caigo bien a Elise —dijo ella, abrazando uno de los cojines del sofá —, y el sentimiento es mutuo, Blake.
—Si se conocieran mejor...
—Eso no va al caso. Sé que no le caigo bien a todo el mundo, es imposible. A lo que me refiero es que, aunque no nos llevamos bien, siento que puedo entenderla. Es decir, si yo estuviera en una situación similar, odiaría dejar morir a mi hermano. Ese sí que sería un motivo para no hablar por el resto de mi vida.
—¿Lo dejarías en coma? ¿Incluso si eso significa quedarte estancada en todo ese dolor?
—Elise no está estancada. A pesar de todo, ha logrado muchísimas cosas: Se graduó, consiguió honores, y ahora trabaja en algo que la apasiona y además para alguien famoso. Separó su vida de su tristeza; una parte de ella siguió adelante y la otra se quedó atrás. Sin embargo, siento que si le quitas ese pedazo de ella que la tiene aferrada a su pasado, estará peor.
>> Piensa que perdería a su hermana, a alguien que ama con cada centímetro de su corazón. Entiendo que te duela verla atada a falsas esperanzas, pero a veces las necesitamos para no sentir que nuestra vida está vacía ¿O crees que Elise habría hecho el esfuerzo de seguir adelante si no pensara que su hermana puede despertar en cualquier momento?
—Quizá sí...Pero no tan rápido como lo hizo.
—¿Ves? Ella necesita creer que Michelle todavía tiene oportunidad de despertar. Entiendo tu preocupación, pero dale tiempo al tiempo. Tal vez, tu primita pequeña despierte cuando menos lo imagines y todo estará mejor.
Esa era la Silene que Adam amaba, la chica que daba buenos consejos y unos abrazos tan cálidos que simplemente reparaban el alma. No era la princesa que se mostraba ante el mundo, tampoco la modelo que se hacía notar frente a las cámaras. Tan solo era una chica de sonrisa comprensiva, capaz de ponerse en los zapatos de otras personas sin estar consciente de ello.
Era la chica que lloraba por películas románticas y comía helado envuelta en una manta. No era perfecta, pero se veía como tal.
Él se quedó con su consejo, lo atesoró igual que los otros miles que ella le había dado, y agradeció poder conocer a Silene mejor de lo que cualquier otra persona la conocía. Sin embargo, ni siquiera su mejor amigo la conocía lo suficiente, pues él no conocía la verdadera razón por la cual esa chica tan perfecta veía películas románticas para poder llorar sin que alguien le preguntara la razón de sus lágrimas.
Ni siquiera Adam Blake sabe porque las rosas lloran más que cualquier otra flor en mi prado.
Y tampoco tenía idea de que, al quedarse dormido, ella buscaría su pluma de insulina y afectaría su dosis diaria para que ese helado extra grande no fuera un peso extra en sus caderas. Es que las rosas son tan misteriosas: callan tantas cosas, y gritan tantas otras...
Sindrome de Waanderburg [1]: Es un grupo de afecciones hereditarias. Este síndrome involucra sordera parcial y color claro en la piel, cabello y ojos (https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001428.htm)
Seguro lo recuerdan de Margaritas, y les debo recordar que el caso de Caleb es inventado asi que puede que no concuerde mucho con casos reales.
...
Lamento estar tan ida de aquí, pero he estado super atareada estos últimos días. Nada me gustaría más que escribir y escribir y regalarles capítulos, pero no el tiempo no colabora. En fin, he vuelto con este capítulo sobre Elise. Tiene una vida mucho más dura de lo que esperaban, ¿no es así?
Quiero escuchar sobre ustedes: ¿Les gustó? Háganmelo saber❤
Chaíto, los amo❤❤
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