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Capítulo 12

Capítulo 12:
Problemas del corazón
13 de junio


9:31 am

—¡Buenos días! —exclamó Sanne, con entusiasmo —. ¿Cómo amanecieron las tres personas más importantes de mi vida?

Caleb, Rubí, y Aviv estaban sentados en la gran isla de la cocina, tomando un desayuno más sencillo de lo usual ya que la única que sabía cocinar ahí era Sanne, y se había levantado tarde esa mañana. Ninguno de los hermanos Carlton contestó a la pregunta, tan solo se mantuvieron tan callados como lo habían estado desde que se levantaron. Desde el incidente del día anterior, no se habían hablado. Es más, casi ni se habían atrevido a observar al otro.

Rubí estaba molesta con su hermano por defender a Silene antes que a ella. Se sentía traicionada y, aunque esperó un poco esa reacción, le dolió. En cuanto a Caleb, él estaba molesto con su hermana por estar molesta con él. No tenía derecho a soltar esos resoplidos cada vez que se le acercaba, no cuando todo lo que había dicho era verdad. Todos los humanos tenemos una pizca de orgullo en nosotros, y la de ellos se había intensificado hasta apoderarse por completo de ellos.

—Yo estoy bien, Sanne —respondió Aviv, con una sonrisa ladeada. Al parecer, era el único con ánimos de charlar en esa casa —. ¿Tú? ¿Cómo amaneciste?

—Bien —habló ella, pero su mirada se desvió hacia sus sobrinos —, hasta que me levanté y me encontré a un par de niños malcriados en la cocina. Creí que mis sobrinos eran lo suficientemente grandes como para arreglar una pelea hablando, no con la ley del hielo.

—Caleb empezó —reclamó Rubí, sin ver a su hermano realmente.

—¡¿Yo?! ¡Por Dios! —exclamó Caleb, enojado —. ¡Sabes bien que...!

—Ah, ah, no empiecen —lo detuvo Sanne, cruzandose de brazos —. Ya estan bastante grandes para hacer berrinches, y Avi y yo estamos bastante viejos como para tener que escucharlos. Así que solucionen su mierda como los adultos que son, porque no estoy dispuesta a solucionarla por ustedes.

Justo por eso fue que los padres de Rubí y Caleb insistieron con que Sanne los acompañara. Conocía a los hermanos Carlton tan bien que podía tomar el papel de una segunda madre sin problema. Por ende, sabía como lidiar con los problemas de ambos. Ella era calmada, estructurada, e inclusive sus amigas la apodaban como la "correcta Sanne Coleman", pues era de la clase de persona que tenía una idea muy clara de lo que estaba bien, y lo que no. Ella se aseguraba de que sus sobrinos actuaran de buena manera, razón por la cual era la única persona que tenía el completo respeto de los dos.

Era directa cuando debía serlo, y se encargaba de mantener el orden cada vez que amenazaban con arruinarlo. Cuando lo requería, utilizaba un tono de voz severo, capaz de taladrar la conciencia de los hermanos hasta hacerlos entrar en razón. Eso era lo que estaba ocurriendo en ese momento: A ambos comenzaba a dolerle el pecho, pues las palabras "solucionen su mierda" empezaban a golpearlos.

—Soy testigo de lo mucho que se aman, por más que ese amor tiene ciertos roces de vez en cuando —continuó Sanne, caminando por la cocina mientras se preparaba su propio desayuno. Su voz era calmada, pero no por eso menos severa —. Son hermanos, deben estar ahí para el otro siempre que lo necesiten. No dejen que una absurda pelea los separe por un par de días. Mejor aprovechen ese tiempo en disculparse y en hacer canciones juntos, esos son los Caleb y Rubí que amo y quiero de vuelta —tomó la jarra de jugo de la nevera y volvió a observar a los presentes —. ¿Quieres jugo de naranja, Avi?

—Por favor —respondió él, al tiempo en el que ella se acercaba hasta su vaso —. Chicos, les recomiendo hacerle caso a su tía. Sé lo que es una pelea entre hermanos, tener cuatro me lo ha enseñado, pero de nada sirve encerrarse en el orgullo cuando podrían solucionarlo todo con un simple "lo siento". Además, pasar tanto tiempo con Sanne me ha enseñado una cosa muy valiosa...

—¿Qué? —cuestionó Caleb.

—Rara vez se equivoca, así que hagan lo que dice.

—Esas son palabras muy sabias, Everton.

Ella le sirvió el jugo a su amigo mientras que los dos hermanos todavía luchaban contra las palabras tan acertadas de su tía. Aún no podían verse entre ellos, pero la culpa comenzaba a ablandar un poco su orgullo. Caleb y Rubí siempre fueron muy unidos, a pesar de que las circunstancias los distanciaron una que otra vez. Si es cierto que sus personalidades chocaban, que sabían sacarse de quicio entre ellos, pero seguían siendo hermanos. Se amaban.

Caleb soltó un suspiro al que pronto se le unió su hermana, y fue ahí cuando sus miradas se juntaron. Leb tenía puesto sus lentes de contacto, así que fue un choque entre dos tonos azules en los que se resguardaba enojo, orgullo, y a penas una pizca de culpa. Poco a poco, mientras más tiempo permanecía un par de ojos fijos en el otros, el enojo fue desapareciendo hasta que quedó solo arrepentimiento. Él sonrió de lado, intentando alegrar un poco ese instante.

Ella se cruzó de brazos, intentando protegerse de que su hermano volviera a decepcionarla.

—Sabes que te amo, ¿verdad? —le preguntó él, hablandando un poco el rudo escudo de Rubí.

La chica soltó una larga respiración, no había notado que había estado conteniendo el aliento hasta ese momento. Se negaba a pensar que así era, pero uno de sus miedos más grandes era que Caleb llegara a amar más a Silene que a ella. Sabía que esa rubia era perfecta, mientras que ella...Ella solo era una adolescente problemática. Era más fácil para Leb concentrar todo su amor en la perfección de Sile, y a Rubí le daba miedo pensar que él podría dejarla sola.

No sabía que haría sin su hermano.

Así que fue un alivio escuchar esas palabras salir de la boca del cantante. Todavía tenía una pequeña espina clavada en su corazón, una que le recordaba que habían veces en que Caleb defendería a Silene antes que a ella. Sin embargo, no le dijo algo al respecto. Si él amaba a esa princesa mimada, ella debía vivir con ello. No era egoísta, sabía que debía compartir el corazón de Leb con otra chica. Le molestaba que fuera Silene, ya que ella era famosa por acaparar todo y transformarlo a su estilo. No puso quejas en ese momento. Solo le devolvió la sonrisa, descruzó sus brazos y le dijo:

—Claro que sé que me amas, tarado —ella rodó sus ojos con cierta diversión —. Yo también te amo, Leb. Y mucho.

Él se levantó de su silla y la abrazó con fuerza, tal y como lo hizo la vez que debieron ingresarla en rehabilitación en contra de su voluntad. A diferencia de ese día, ella si le devolvió el abrazo. Su hermano olía a perfume de hombre y a shampoo de manzanilla; olía a seguridad.

—Aw, estos son mis preciosos sobrinos que tanto amo —celebró Sanne, contenta —. Se están abrazando, Avi. Y no, no es un intento de ahorcarse entre ellos.

—Que bonitos —Aviv sonrió, con cierta diversión por el comentario de su amiga —. Pero yo que tú me aseguraría de que no se estén matando. Ya sabes, mejor prevenir que lamentar.

Los dos hermanos soltaron carcajadas en medio de su abrazo y, cuando se soltaron, tenían sonrisas decorando sus labios. Rubí se sintió ligeramente plena, y su frío corazón entró un poco en calor. Todavía podía sentir, a pesar de que era bastante complicado hacerlo. A veces, sus sentimientos se mezclaban y se hacían demasiado complicados como para afrontarlos. En ese momento, se sintió feliz...

Hasta que recordó un par de ojos claros que demostraron puro dolor.

—Tía Sanne...

—¿Sí, preciosa? —respondió ella, con una sonrisa.

—Hoy trabajas en el gimnasio, ¿cierto?

—Claro. Tengo que dar clases hasta tarde, pero capaz pase a visitarlos en mi descanso.

—¿Adam irá a trabajar hoy?

—Supongo...—Sanne frunció su entrecejo, sin comprender a dónde quería llegar su sobrina —. ¿Qué planeas, Rubí?

—Quiero pedirle perdón —suspiró la chica —. Es obvio que toqué un tema demasiado delicado...Necesito disculparme por ser tan imprudente.

Con eso, se ganó unas miradas llenas de sorpresa por parte de su hermano y su tía. Inclusive Aviv, quien no podía enfocarla por razones obvias, alzó su ceja de la forma en la que siempre lo hacía cuando algo lo impresionaba. Ella rodó sus ojos, fingiendo indiferencia ante sus reacciones.

No quería admitir que a ella también le sorprendía estar tan desesperada por ofrecerle sus disculpas a ese molesto hombre que le decía "niña".

—¿Qué? No me miren así —les dijo, bajando su mirada hasta sus cuaderno de canciones —. Todavía tengo sentimientos...muy enterrados en mi interior, pero los tengo.

—Eso lo sabemos —dijo su tía, llevando su taza de café hasta sus labios —, solo creímos que tú no lo habías notado.

Ella levantó la vista unos instantes, los segundos suficientes como para notar la sonrisa ladeada de Sanne. Sabía lo que estaba pensando, lo que todos debían estar pensando: quizá, solo quizá, estaba volviendo la Rubí tierna que no se encerraba en sí misma; ya no le daba miedo la vida.

Les sonrío de vuelta, pero solo porque no quiso sacarlos de su fantasía. Esa Rubí había muerto entre sus vicios, y solo quedaba una chica con cabello de fuego, decorada con sentimientos intermitentes y hecha de notas músicales rotas...

🥀🥀

10:25 am

—Necesitamos un instructor de yoga —comunicó Donovan, observando los documentos en el escritorio frente a ellos —. Hay muchos clientes potenciales que han preguntado al respecto, quizá las inscripciones al gimnasio aumentarían si se impartieran algunas clases a la semana.

Adam colocó las pequeñas pesas en su lugar, y luego le prestó su completa atención a Don. Gabe estaba cerca, arreglando las máquinas de ejercicio y escuchando al mismo tiempo. Se sentía igual que cualquier mañana en el gimnasio antes de abrir: todo estaba tranquilo, con silencios interrumpidos tan solo por charlas agradables que a veces eran sobre trabajo y a veces no. Se sentía aliviado al saber que ninguno de los dos le preguntaría sobre la noche anterior, en la que escapó sin aviso a la playa para desahogar sus tristezas frente a una rosa y a una luna perfecta.

Por eso apreciaba tanto a Don y a Gabe, ellos sabían manejar los silencios, preguntar lo correcto, e ignorar los temas indicados. Les sonrió; a pesar de que le pagaban una "miseria", los quería.

—¿Un instructor de yoga? —cuestionó él, levantando una de las esquinas de sus labios con diversión —. Adelante, Gabe. Es tu momento de brillar.

—Claro, sobre todo yo —el mencionado rodó sus ojos, sin dejar a un lado su trabajo con las máquinas —. Excelente sugerencia, bestia.

Él dejó escapar una carcajada profunda, pues se hizo la idea de Gabe soportando las posiciones flexibles que incluia el hacer yoga. En el pasado, Gabe Bacher fue un hombre cuya musculatura sobrepasó los límites de lo sano, y llegó a verse más como un tanque de guerra que como un ser humano. Tras años luchando para deshacerse de la obseción que lo llevó a enamorarse de su propio reflejo, llegó a conseguir un cuerpo menos voluptuoso y grotesco a simple vista. Tenía una excelente considición física, unos músculos grandes, pero no amorfos. Era mucho menos tosco.

Aún así, todavía daba la impresión de no estar hecho para realizar movimientos delicados. Verlo impartir una clase de yoga sería el equivalente a observar un espectáculo de ballet con gorilas de protagonistas. Él no estaba hecho para ese trabajo.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Gabe, devolviendole la sonrisa bromista —. ¿Por qué no das las clases tu?

—Siento que el yoga no es más que una técnica de tortura antigua que evolucionó hasta verse como un deporte de "relajación" —opinó él, encogiendose de hombros —. Solo imaginen a esos prisioneros en el pasado a los que los torturaban estirando sus músculos. Hoy en día, eso tendría un nombre raro como "posición del perro diciendo buenos días" o, " pose del gato con dolor de espalda". Suena bonito, pero son peligrosas.

—Joder, pero que imaginación —Donovan soltó una carcajada, a veces Adam hablaba sin pensar y de su lengua salían palabras descabelladas —. Supongo que eso significa que no serás el nuevo instructor, ¿o sí?

—Estas frente a la pose del hombre que te dice que te busques a otro, Donovan.

Entonces, se dio la vuelta y continuó en su tarea de ordenar las pesas. Bien, quizá conseguir a alguien dispuesto a convertirse en instructor de yoga sería mucho más difícil de lo que esperó Don.

Los tres voltearon en el instante en el que escucharon la puerta central del gimnasio abrirse. Todos esperaron encontrarse con la cabellera corta y rizada de la entrenadora faltante, que siempre llegaba con cuatro cafés listos para repartir. Encontraron su sonrisa, llegaron a oler el aroma de la cafeína que poco a poco innundaba la habitación...Lo que resultó una novedad fue ver ese color rojo hecho cabello acompañandola.

—Buenos días —saludó Sanne, colocando la bandeja con cafés en el escritorio.

—Buenos días —le respondió Don, con una sonrisa —. Oye, Sanne...¿Te gustaría ser instructora de yoga?

—Me halaga que pienses en mí, Don. Sin embargo, opino que Gabe sería el candidato ideal para una tarea tan importante...

—Saben, si siguen siendo sarcásticos sobre el tema, me pondré un par de pantalones de yoga y haré cualquier pose de mierda solo para callarlos —soltó Gabe, tomando uno de los cafés en el escritorio. Tenía una sonrisa ladeada y divertida en sus labios, lo que le sugirió a Rubí que ellos cuatro solían bromear a menudo —. Eso sí, les advierto que verme a mí intentando doblarme como un pretzel no debe ser una bonita imagen. Si perdemos clientes, será su culpa.

—Pagaría por ver eso —carcajeó Adam.

—Mejor pondré un anuncio en internet y buscaré a un instructor que si funcione —sugirió Donovan, negando con la cabeza. Luego, observó a la chica de ojos azules que acompañaba a Sanne —. Hola, Rubí. No esperaba verte hoy.

—¿Te unes a las clases de yoga, niña? —cuestionó Adam, con una sonrisa divertida —. Te daremos un descuento si consigues que Gabe sea el instructor.

—Sigan soñando —soltó él, tomando de su café.

Ella intentó sonreírles, pero no le funcionó del todo. Se sentía tan culpable por sus palabras la noche anterior que ni siquiera podía ver a Adam a los ojos. Su corazón latía con fuerza, con cierto miedo a encontrarse con la mirada clara de ese chico y encontrar...odio.

¿Y por qué le importaba tanto? ¿Qué más daba si él la odiaba o no?

Sin embargo, en realidad estaba angustiada, diría que hasta desesperada por su perdón. Hay personas que remueven nuestra humanidad, nos conmueven hasta regresarnos la fé en nuestros sentimientos. Rubí aún no tenía fé en los suyos, pero recordó que no era inmune a ellos. Se rodeó a sí misma con sus propios brazos y encajó sus uñas en la parte interna de estos. Le costaba tanto sentirse en control cuando sus pensamientos se escapaban de su comprensión. No comprendía porque se sentía tan nerviosa.

—Yo...No vine por una clase, la verdad —dijo, con una voz un tanto apagada para ella.

—Se nota. Nadie haría ejercicio en esas armas mortales —soltó Adam, señalándo sus botas de tacón demasiado altas —. ¿Cuánto miden esas cosas? ¿Seis centímetros? Con razón te ves mayor. Haces trampa, niña.

No lo desmintió, ella sabía que lo hacía.

—Si no viniste a hacer ejercicio, ¿a qué debemos esta visita? —preguntó Gabe, fijando ese par de ojos verde oliva sobre ella.

—Yo...—ella tragó saliva. Hacía años que no sentía tantos nervios, era extraño —. Quiero hablar con Adam.

Él frunció el entrecejo, un tanto sorprendido ante esa declaración. Observó a la chica, esperando que ella le devolviera la mirada, pero ella continuaba con sus ojos fijos en el suelo ¿Por qué se esforzaba tanto en no verlo? Le resultaba extraño. No conocía a Rubí del todo, todavía le faltaba mucho que saber de la chica con acento británico. No obstante, en ese instante la sintió incluso más desconocida de lo que ya era.

No estaba esa actitud rebelde que solía tener, ni la ironía que acompañaba a la mayoría de sus comentarios. No estaba la frialdad en sus ojos, ni ese gesto que solía hacer con la boca cada vez que él la llamaba niña. Rubí, en ese momento, no se vió como la adolescente de carácter complicado que Adam creía conocer...

Se vió vulnerable.

—Sanne, ¿te ayudo a limpiar la piscina? —le preguntó Gabe a la morena.

—Eso sería maravilloso, grandulón —contestó ella —. ¿Nos ayudas, Don?

—No lo duden —aseguró él, poniendose de pie.

Adam sonrió una vez más, no se necesitaban tres personas para limpiar una piscina, pero ellos sabían interpretar silencios y miradas perdidas. Eran expertos en eso.

Él tomó su café y se apoyó en el escritorio. Esperó a que ella lo observara una vez más, pero nada. Comenzaba a preocuparle su silencio, y a asustarle la forma en la que sus uñas se aferraban en sus brazos. Miró a la adolescente, que aún con todos sus esfuerzos por ocultar su edad se veía pequeña. Su piel era clara, como porcelana, y su cabello rojo caía por sus hombros hasta la parte más baja de su espalda. Mechones cubrían su cara, se encorbaba mientras se abrazaba ¿Qué tanto ocurría en la mente de esa chica? ¿Por qué parecía que intentaba ocultarse de sí misma?

Le dio un sorbo a su bebida caliente, decidió no seguir dándole vueltas al asunto.

—Y bien... —comenzó —. ¿A qué debo el privilegio de que desees hablar conmigo?

—Adam, yo...

—Alto —la detuvo —. Primero mírame a los ojos.

Ella lo intentó, en serio lo hizo. Sin embargo, al sentir que perdería el control de sus sentimientos, no se atrevió. Encajó sus uñas con más fuerza en su piel.

—¿Qué ocurre? —le preguntó él —. ¿Tan feo soy?

—No es eso...—dijo ella, un tanto irritada ante toda esa situación.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Estoy avergonzada.

—¿Por qué?

—Por ayer.

—¿Te averguenzas de un día? Muy mal hecho, niña. Avergonzarte del ayer impide que aproveches el hoy; y si no aprovechas el hoy, ¿qué será de tu mañana?

—¿De qué tarjeta cursi sacaste eso?

—De ninguna, solo paso mucho tiempo con Don —él se encogió de hombros —. Ahora dime, ¿qué es lo que te averguenza en realidad?

—¡Lo que te dije! ¡Lo de tu prometida! ¡Dios, Adam! ¡¿Por qué no simplemente admites que fui un asco de persona y así podemos dejar de dar tantas vueltas?!

Ahí estaba, el instante en el que sentía que todo en ella era demasiado como para conterlo. Se sentía un fuego, un incendio que no podía controlar. Se quemaba a sí misma y dolía; dolía vivir consigo misma como compañera, sentir que no había forma de soportarse. Apretó sus brazos con más fuerza, sintió la necesidad de que Adam le gritase.

Quería que le dijera que era horrible, que la odiaba por no escuchar a las personas que la querían, que su actitud era una mierda y que su mañanasería un fracaso porque su ayerera algo de lo que se avergonzaría toda una vida...

Pero eso no pasó.

Adam dejó el café en el escritorio y dio unos pasos hasta quedar a solo centímetros de ella. Ella pudo sentir su respiración, y no entendía porque todavía no le había gritado. Necesitaba que él la odiara tanto como ella quería odiarse a sí misma.

—Hágamos algo —dijo él, colocando sus dedos en el mentón de la chica. Ella se tensó al inicio, pero tardó unos cortos segundos en calmarse. Parte del incendio se apagó —. Yo te ayudo a verme y tu intentas hablar, ¿está bien?

No soltó una palabra.

—¿Crees que puedas asentir con la cabeza, al menos?

Ella dudó unos segundo, pero terminó por mover su cabeza para decir que sí. Entonces, él aplicó una pequeña presión para levantar su mentón y encontrarse con su mirada. Al instante, Rubí se encontró con todos los tonos de azul en los ojos de Adam: Un color zafiro se mezclaba con uno celeste, y había un tono de verde muy cerca de sus pupilas. Le parecieron un par de ojos tan profundos, tan sinceros, tan...

Obsoletos comparados con su sonrisa.

—Mejor —dijo él, aumentando el tamaño de ese gesto que provocó algo extraño en el incendio de Rubí —. Ahora, ¿quieres hablar?

—Lo siento, Adam —confesó ella, con un nudo extraño en su garganta —. Lo siento mucho. No pretendía causarte dolor.

—Rubí, tú no tienes la culpa—él suspiró, pero no apartó ni su agarre ni su mirada —. Todos tienen heridas, las mías no llevan tu nombre. No te sientas culpable por algo que no causaste tú.

—Yo te lo recordé. Silene tenía razón, me habían hablado de tu prometida y yo no escuché ¡No quise escuchar! ¡Soy una horrible persona, una terrible persona! ¡¿Cómo no me odias?!

Ella aumentó la fuerza de su agarre, lastimando cada vez más sus brazos. El incendio se extendió, arrazó cada pequeño pedazo de alma como si fuera un bosque lleno de árboles preparados para arder en fuego. Adam lo notó y se alarmó un poco, ¿qué le estaba pasando?

—Hey, hey, calma —tomó sus manos, alejándola de sus brazos torturados. Con ese tacto, Rubí se relajó.

Que extraño, su incendio jamás había actuado de esa forma. Sus ojos parecían no poder separarse de los de él, que en ese momento estaban analizandola con sumo cuidado.

—Solo perdóname, Adam.

Bajo toda esa gran cantidad de delineador negro, los ojos de Rubí escondían una profundidad nada propia en su edad. Todavía había un rastro juvenil en su mirada, pero estaba casi opacado por esa intranquilidad que volvía ese azul en sus ojos un turbio mar. En ese momento, Adam comenzó a considerar que la chica quería perderse del mundo por una razón mucho más fuerte que tener un carácter complicado...Pero, ¿qué?

—Perdón...—repitió una vez más.

—Niña, yo te perdono —aseguró él. Sonriendo una vez más —. Que quede claro que no me heriste, ¿está bien? Mis heridas no tienen nada que ver contigo.

Pero su mirada no se tranquilizó. Habían tantas cosas en su mirada: dolor, intranquilidad, temor...Él jamás había visto algo así. Era una tormenta resumida en una mirada.

—Dios, Rubí —él tomó su rostro entre sus manos y la miró con fijeza —. ¿Pero qué clase de batalla estás teniendo con tu mente ahora?

Y lo impresionante fue que, en ese instante—justo ese instante —, Rubí no estaba en medio de ninguna batalla. Todo en su mente calló, su incendió se apagó por primera vez en años, y mientras observaba esos ojos de distintas tonalidades de azul, sintió que algo andaba mal...Como si su corazón tuviera un problema.

Adam le dedicó una sonrisa amable, y sintió un latido de más en su ritmo cardiaco. Luego, él la soltó...Y otro latido de más. No, no, no pensó No te puede pasar esto, Rubí ¡No te puede pasar!

—Gracias por ofrecer tus disculpas —dijo él, sin saber lo que pasaba por la mente de la chica —, pero espero que sepas que tus palabras no fueron el problema. No tienes que avergonzarte conmigo, niña.

—No soy una niña —se quejó ella.

—Claro, sigue creyendote esa.

Él soltó una carcajada que volvió a causarle problemas al corazón de Rubí. Adam le preguntó sobre la batalla en su mente, pero a ella le preocupó otra cosa: él había desatado una nueva guerra.

...

11:21 am

La vida de Elise Blake siempre estuvo vinculada de una u otra manera con la música. A veces, cerraba los ojos para aprovechar los recuerdos que se mantenían frescos en su memoria a pesar del tiempo. Podía sentir la melodía de una canción familiar tocada en ese viejo piano de cola al que su padre atesoraba como una joya, las delicadas y pequeñas manos de su hermana menor siguiendo las notas con su guitarra, el sonido del violín de su madre que acariciaba su instrumento con elegancia, y a sí misma cantando...Podía sentir todo eso en su corazón que, a diferencia del silencio de su garganta, todavía tenía ganas de hacerse escuchar.

Ese órgano latía al ritmo de una orquesta que vivía atorada en la garganta de la chica...

—¿Elise?

Una orquesta que moría en el silencio de su boca.

Ella abrió sus ojos al escuchar su nombre, y se encontró con la mirada confundida de Brandon. Seguro que el chico no esperó encontrarla con los ojos cerrados a las puertas del departamento de música del C.A, y tenía sentido que no lo hubiera hecho. Es decir, nadie espera encontrarse a otra persona en medio de un viaje por sus pensamientos. Así que Elise le sonrió con amabilidad e intentó ignorar que él la salvó de caer en un concierto de recuerdos agridulces solo para no incomodarlo. Apretó su pizarra con fuerza contra su pecho, y asintió para indicarle al adolescente que comenzara a hablar.

—Theo me pidió entregarte esto —él le extendió un sobre amarillo que ella, sin problema, tomó —. Son las fotografías que tomamos el otro día para la publicidad de la presentación de Caleb.

Ella sonrió aún más, como le encantaba saber que ya tenía eso en sus manos.

—Sí, entiendo tu emoción —le dijo Brandon, imitando su sonrisa —. Son buenas fotografías, apuesto que la publicidad quedará increíble.

Elise tomó su pizarra y escribió sin esconder su alegría.

—¡Muchas gracias, Brandon! —leyó él —. Seguro están increíbles, ustedes jamás me decepcionan.

—Sabes que no hay problema, me encantó ayudar —aseguró él —. Ahora debo irme, Cris me está esperando en el jardín de rosas. Te veo luego, Eli.

Ella dejó un beso en su mejilla y lo observó marcharse. Brandon le agradaba, era un chico con muchísimo talento y Theo, el encargado de la sede de fotografía del C.A, lo sabía. Ya había trabajado con él muchas otras veces y sabía que el adolescente tendría un futuro brillante si continuaba detrás de su cámara.

Una vez lo perdió de vista, se adentró en el departamento de música. A Eli le encantaba ese lugar. Amaba escuchar un instrumento diferente en cada rincón, una canción mezclándose con otra hasta hacer melodías tan hermosas que resultaban inolvidables. Siempre que entraba ahí, le daba la sensación de que su familia hubiese amado ese lugar. Ella era la única de los cuatro que tenía el privilegio de disfrutar algo que se habría visto como un sueño para sus seres más amados...

Y ni siquiera podía disfrutarlo del todo.

Al llegar al último piso, ese que estaba diseñado casi exclusivamente para la disquera que representaba a Caleb, escuchó la fuerte e irritante voz del director del departamento de música. Ean era un hombre que se molestaba con mucha facilidad, además de que le gustaba que todo se hiciera a su manera y reclamaba siempre que algo salía aunque fuera un poco de sus espéctativas. Por esa razón, casi siempre se le veía gritando, con esa vena resaltando en su frente como si estuviera a punto de explotar.

Era un hombre alto, esquelético, casi daba la impresión de parecer un fantasma. A Elise nunca le agradó, y le tenía cierto miedo a su hurón...Estaba convencida de que era un animal rabioso por más de que que su dueño lo negaba.

Así que se sintió mal por Aviv cuando lo encontró escuchando los constantes gritos de Ean. Pasó por su lado, y tardó el suficiente tiempo como para notar que la mandíbula de Avi se estaba tensando de a poco y sus respuestas comenzaban a delatar que le quedaba muy poca paciencia ¿Y quién no perdería la paciencia con una conversación así?

A diferencia de Ean, Aviv si le agradaba. Era muy poco lo que compartían, pues juntar a una muda con un ciego en una misma habitación no daba espacio para mucha conversación. Sin embargo, tras pasar bastante tiempo con él y su familia, notó que era un hombre agradable, arrastrado por la melancolía pero se sostenía del amor que le proporcionaban sus allegados. Era de la clase de personas con las que Elise disfrutaba juntarse, así que las barreras de sus limitaciones no le impidieron decidir que Aviv Everton le caía bien.

Es más, para demostrarle lo mucho que lamentaba que él tuviera que aguantar los gritos de Ean, ella choco con sus nudillos la pared al pasar a su lado. El golpe hizo que Aviv comprendiera que la muda estaba de regreso, de esa manera aprendieron a comunicarse. Él sonrió, a modo de saludarla, pero luego continuó charlando con Ean.

Ella decidió dejarlos solos y adentrarse en el estudio, donde seguro estaba Caleb ensayando alguna canción. Ya te lo dije, la vida de Elise siempre estuvo centrada en la música, y trabajar para un cantante conocido era una meta que nunca pensó conseguir. Pero, ¿trabajar para alguien como Caleb Carlton? ¡Se sentía como un sueño hecho realidad!

Era un artista en crecimiento, pero ella ya se consideraba una fanática de su trabajo. Le gustaban sus canciones, la forma en la que las letras siempre parecían adentrarse en los corazones de quienes las escuchaban. Además, su voz era hermosa, quizá la voz más hermosa que había escuchado. Por esa razón, no se atrevió a interrumpirlo cuando lo encontró de espaldas, cantando:

Like a ghost, oh

Yours is my soul, oh

Let's have our last dance, my love

Like a ghost, oh

I'll follow you, oh

Till our last kiss and even beyond

Till our lungs give out, till the stars shot down

Let me love you even when we're ghosts...

Till this dance ends, till heaven raise

This love does not know any end.

Podía escucharlo por horas sin cansarse. Su voz...Su voz debía de ser la más hermosa de todo el planeta tierra, y la guitarra lo acompañaba de una manera tan dulce que hacía de la melodía todavía más perfecta. Elise comenzó a cantar la letra que se sabía de memoria, pero ni un solo sonido salió de su boca.

Era triste tener ganas de cantar y solo eso. Ganas, pero no podía hacerlo.

Entonces, un suspiro salió de su garganta que hizo que Caleb volteara. Ella tardó unos segundos en notar que algo estaba diferente, algo no se veía igual que todas las veces que su mirada se juntó con la de Caleb...

—¿Elise?

Ella abrió su boca con sorpresa y no pudo evitar sentir que algo debía estar mal ¿Por qué los ojos de Caleb eran de distinto color? ¡¿Qué había pasado con el azul en su ojo derecho?!

¿Y por qué le quedaban mejor esas dos tonalidades que solo una?

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