Él me dió una rosa por cada acto de crueldad.
Una rosa por cada herida hecha en mi.

Siempre creí que yo era el culpable de su ira, de su enojo, siempre pensé que él estaba bien, que era yo quien se equivocaba y lo provocaba... Ahora sé que no es así, pero es muy tarde, ya no tiene sentido para mi.

El amor que sentía por él me cegó, e incluso mató el amor propio.
Dejé que me hiciera cenizas, que me lastimara, que me dañara.

Lo perdonaba con la esperanza de que al día siguiente todo fuese diferente, pero sólo obtenía rosas y una nueva cicatriz.

Cada rosa que me daba, me restaba un día de vida, y no tuve tiempo para darme cuenta.

Ahora, sólo queda el florero en mi habitación, que está desbordando pétalos secos y muertos.

Y si tuviera otra oportunidad, me iría a la primera rosa.
Porque si pudiera desear algo por última vez, sería que nadie aceptara una rosa a cambio de dolor.