CAPÍTULO 2: ROSALÍA
Ante él hay una hermosa mujer rubia de cabello ligeramente ondulado, alta, con un cuerpo hermoso.
Con el cabello recogido en un moño juvenil y unas mechas sueltas enmarcando su rostro, que le dan un aspecto más natural.
No lleva maquillaje, aunque tampoco lo necesita, a diferencia de las mujeres que acostumbra a conocer, que siempre van muy maquilladas y arregladas, como si les fuera la vida en ello.
Esa mujer va bien vestida. Blusa azul y pantalón blanco, pero con todo muy sencillo. Usa pocas joyas, apenas el reloj, unos pendientes pequeños y discretos.
Y no lleva tacones.
El cantante se pregunta si la dama será distinta, solo en su atuendo, o en otros aspectos.
Además debe tener su misma edad o quien sabe, incluso alguno más que él.
El cantante la mira y le dedica una de sus características sonrisas. Esas con las que seduce a las mujeres y a las que hasta ahora ninguna se ha resistido.
Ella parece no parece darse cuenta de esa sonrisa que él le enseña y si la ha visto, la ignora. Parece inmune a los encantos de Raúl y eso es algo a lo que tampoco está acostumbrado. Muy al contrario, las mujeres se vuelven locas por él.
Hasta entre amigas han llegado a pelearse por conquistarle.
¿Cuál será su labor allí? ¿Cuál será su nombre? ¿Estará casada?
«¡Epaa Raúl, para! Es la primera vez que la ves, no sabes nada de ella ¿y ya te preguntas si está casada? No corras tanto» piensa el artista.
La recepcionista entonces le saca de su ensimismamiento.
—Disculpe. —le dice la joven de cabello negro. —El nombre del niño es...
—Ah, sí sí. —dice él tardando en reaccionar. —Luis...Luis Rodriguez Baute. —responde Raúl sin dejar de mirar a la mujer rubia que ha captado toda su atención desde que puso un pie allí. —Viene para un tratamiento para...—comienza a decir él.
—Hola Luis. —se acerca la joven rubia con una sonrisa.
El niño la abraza.
—Ya me dijo tu mamá que hoy vendrías con tu tío. —sonríe ella.
Raúl no puede dejar de contemplar ese rostro.
Algunas líneas de expresión ya están presentes en él, en especial en el contorno de los ojos. No son muy marcadas, pero si evidentes para alguien que está frente a ella. Además como no las camufla con maquillaje, se notan aun más. Tiene una bonita piel, hidratada y sana, es evidente que debe usar cremas faciales, pero no le deben preocupar en exceso esas finas líneas alrededor de sus ojos. Asume su edad con naturalidad, todo lo contrario que su exnovia y las mujeres que ha conocido en su mundo, que enseguida entran en quirófano para arreglarse la más mínima cosa o defecto. Con más motivo unas líneas de expresión que más tarde que temprano se terminarán convirtiendo en arrugas.
No es que sea malo, pero un día la piel ya no dará más de sí.
Sin duda criticarían a esa mujer por no maquillarse y dejar que "eso" se vea.
Por no hablar de esa sencillez vistiendo, ausencia de joyas llamativas y nada de tacones.
Y sin embargo, a pesar de todo eso, esa mujer, porque ella es una mujer y no una niña como aquellas, es más hermosa y sensual.
—Esther, llévate a Luis a seguir con su tratamiento. —le dice la mujer a una de las trabajadoras del lugar, una mujer rondando los cincuenta, de menuda estatura y complexión fuerte.
—Enseguida jefa. —responde la mujer sonriendo.
—Te he dicho que no me llames jefa, aquí soy una trabajadora más como el resto. —la devuelve la sonrisa, mientras la mujer se aleja con el niño a recibir su tratamiento.
«La jefa». «Debe ser la dueña de la clínica.» piensa el artista.
Una mujer humilde a la que no le gusta presumir.
Si Mónica hubiera sido la dueña de aquello, ya habría marcado las distancias entre sus empleados y ella. Se comportaría como lo que siempre ha sido; una niña mimada, caprichosa y elitista.
Después de estar junto a Mónica, se ha vuelto como ella en cierto modo. Sobre todo desde que su relación se acabó. Es lo que su mánager le repite en el último tiempo hasta el cansancio.
—Rosalía Rodriguez, trabajadora y dueña de la clínica, aunque eso es lo menos importante. —se presenta ella extendiéndole la mano. —Supongo que usted es el tío de Luis, el cantante, ¿verdad? —le sonríe ella. —Encantada.
—Encantado. —responde él.
Cuando ambos se estrechan la mano, una cálida corriente eléctrica se produce entre los dos, que se miran las manos y luego a los ojos, por unos segundos
—Sí. Ese soy yo. Me sorprende que no me conozca. Soy un artista muy famoso en este país. —dice él orgulloso haciéndose el interesante y sacudiéndose una imaginaria mota de polvo de su chaqueta.
—Tengo una vida real y bastante ocupada. Apenas tengo tiempo para nada y menos para ver programas de cotilleo, que detesto, ni para escuchar la radio. Sé cuando salgo de casa, pero la mayoría de las veces no sé a que hora llegaré. —se sincera ella haciendo que Raúl se sienta un tanto avergonzado de su infantil actitud.
«Mujer hermosa, sencilla y guerrera. » piensa él.
—¿Me acompaña a mi despacho? Tengo algo que decirle. —dice ella invitándole a acompañarla.
La imaginación de Raúl se dispara. Ya puede verse allí, en el despacho de esa mujer en el que ella se arroja a sus brazos y a acaban haciendo el amor sobre la mesa del despacho de forma apasionada. Típica fantasía masculina.
Una sonrisa pícara y juguetona asoma en el rostro de Raúl.
El despacho de Rosalía, es un lugar no muy grande, con las paredes de un sútil y relajante tono verde. Decorado con muebles sencillos y funcionales de color claro. Un ventana por donde entra mucha luz.
Un fiel reflejo del carácter de su dueña; la sencillez. Y aparatos extraños que él no conoce, supone que serán parte de su trabajo.
—Sientese aquí. —le indica ella.
Rosalía comienza a examinarle el cabello.
—¿Desde cuándo nota que está perdiendo pelo? —le pregunta que ella tocando su cabello.
Aunque él también está allí para tratar su problema de caída de cabello, jamás imaginó que fuera tan evidente y esa bella mujer se fuera a dar cuenta de manera tan rápida sin necesidad decírselo. Es algo que no esperaba y su cara de sorpresa inicial lo demuestra.
Cuando Raúl reacciona se lo dice
—Desde hace dos meses. —se sincera él.
—¿Dos meses? —le mira ella sorprendida. —¿Y por qué no ha acudido antes a resolver este problema? —le pregunta, casi le regaña ella mientras toma un peine y se lo pasa por la cabellera de Raúl.
—Tengo una vida muy ajetreada, además hace poco rompí una relación de cinco años. —se sincera él.
—Ya veo. Probablemente todo se deba al estrés. —dice ella observando la cantidad de cabello del cantante que quedó en el peine.
—¿Qué ocurre? —desea saber Raúl al ver el rostro de Rosalia observando su cabello.
—¿No se ha dado cuenta que tiene una pequeña calva en su cabeza? —le asegura ella.
Entonces él si se empieza a preocupar en serio.
—No. Eso no puede ser. —niega angustiado levantándose y buscando un espejo para vérsela.
—Está en la nuca. Ahí no podemos vernos nada.
No se preocupe. Es pequeña todavía, pero hay que pararla. Tiene solución.
—Usted no lo entiende. En el mundo en que me muevo hay mucha presión. Los artistas siempre debemos estar perfectos, lucir bien y jóvenes. —le explica él. ¡Esto es terrible!
—Imagino, pero ¿no se supone que lo más importante es el talento? —pregunta ella
—Sí, se supone, pero en realidad no es así. Hay mucha competencia. Cada año salen cantantes nuevos, jóvenes y guapos. Hay que mantenerse para poder competir con ellos en todos los terrenos. —le explica Raúl.
—¿Y por qué competir? Cada cuál tiene su público y seguidores. Muchos son flor de un día, pero el verdadero talento permanece inalterable. Solo se mantiene quien tiene talento, aunque la juventud y la belleza les abran más puertas.
Un artista fabricado nunca podrá competir con un artista genuino. Creo que cuando comprendan eso, dejarán de preocuparse en exceso por artistas que durarán apenas unos años. Y con respecto a lo de mantenerse joven y bello, no es algo real. Ese mundo en el que usted se mueve está lleno de frivolidad, de cosas falsas. En muchas ocasiones carente de valores auténticos.
—Es el mundo que nos tocó vivir. —responde Raúl. —Y si no te adaptas, desapareces.
—¿Quién lo dice? Es lo que os hacen creer. El talento auténtico permanece por años, incluso tras la muerte del artista. Mira algunos de los artistas de antaño, aún se los sigue escuchando. El talento sigue ahí. La culpa es de quien lo acepta.
En Venezuela, Mónica sigue su despreocupada vida de fiesta en fiesta. Inmersa en su mundo superficial e irreal, ligando con otros hombres, ricos por supuesto, subiendo fotos a redes sociales.
—¿Es qué no piensas cambiar nunca? —le reprocha su hermana. —¿Piensas pasar toda la vida así, sin interesarte en otra cosa que no sea tú, el dinero, los hombres ricos y subir fotos a redes sociales para que te voten una y otra vez? Te crees que tienes todo en la vida para ser feliz, pero en realidad no tienes nada. Eres como algunos personajes de telenovelas, planos, huecos e irreales que nadie cree que puedan existir, aunque que por desgracia sí existen.
—Estás amargada Alicia. Tengo la vida que cualquier persona desearía, aunque lo nieguen. —responde Mónica a la joven, mientras se toma una foto con su nueva y recién comprada ropa para subir a Internet. —Mírate, no pareces ni de la familia. ¿Cuanto tiempo hace que no renuevas tu armario? Perteneces a la familia que perteneces, por lo menos podrías preocuparte más por tu imagen. —dice Mónica a Alicia.
Aunque Alicia es una mujer femenina que se preocupa por su imagen, no se obsesiona. Hace años que dejó de gastarse fortunas en ropa y joyas porque si.
Viste de manera más sencilla, con un pantalón o vestidos sencillos y peinada de igual forma. Utiliza tacones de vez en cuando y se maquilla solo en ocasiones imprescindibles. Algo que la frívola Mónica está muy lejos de puede comprender.
—Te engañas a ti misma si piensas que esa vida tuya llena de nada la desea todo el mundo. —le aclara Alicia. —Solo eres una niña caprichosa y mimada que siempre quiere salirse con la suya, como hiciste con Raúl. Nunca has estado enamorada de él en realidad. Fue solo uno más de tus caprichos. —le reprocha la joven a su hermana.
—A Raúl lo puedo reconquistar cuando a mi me dé la gana. —le asegura Mónica a su hermana.
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