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CAPÍTULO 1: RAÚL

—Raúl darte prisa o perderemos el vuelo a Barselona. —dice con típico acento estadounidense, Jason Morgan a su representado, el cantante Raúl Baute. — Impuntualidad ser nefasta para un artista. Otorgarles falsa fama de divos. —le explica su agente.

—Ya voy, ya voy. Deja de sermonearme. —responde el artista resoplando con fastidio. —Estaba terminando de escribir la letra de una nueva canción.
Además tampoco es tan tarde. —se queja terminando de colocarse su cazadora negra.

—Raúl si no interesar lo que yo decirte puedes buscarte otro mánager. —le dice Jason visiblemente molesto.

—Tranquilo, tampoco es para que te pongas así. —se justifica el cantante.

Jason decide no seguir discutiendo con él. A veces puede ser agotador hacerlo, ya que pocas veces da su brazo a torcer.

Desde que empezó a triunfar se volvió algo caprichoso y a veces se muestra incluso, un tanto inmaduro. La mayoría de las veces lo deja pasar, pero en algunas ocasiones no puede callarse.

Desde que rompió con su última novia, está más impuntual y caprichoso que nunca. Cuando la conoció esperaba que fuese la mujer con la que pasaría el resto de su vida. Porque a pesar de todos sus defectos, Raúl es un romántico empedernido que cuando está enamorado es totalmente fiel. Quería, deseaba que esa mujer lograra lo que ninguna otra había conseguido hasta ahora. Que él se sintiera lleno a su lado y no tuviera la permanente sensación que algo faltaba en la relación.
Enseguida se dió cuenta que esa mujer tampoco le terminaba de llenar. Con ella ha estado los últimos cinco años de su vida, más por no estar solo, que por otra cosa. Estaba con ella y sin embargo se sentía solo.

Mónica prefería pasar el tiempo con sus amigas de compras, de fiesta o subiendo fotos a redes sociales, a estar con él el poco tiempo del que disponían para verse. Tal vez, después de todo, solo le considerara uno más de sus trofeos. Algo que quería y que cuando logró, dejó de interesarle. Un premio más, como uno de esos galardones que su padre, un exitoso ejecutivo del mundo de la cosmética, acumula en casa en una vitrina.

La joven conoció al cantante cuando la empresa propuso al artista ser imagen de la fragancia masculina más vendida y famosa de la línea para hombres. Mónica apareció por "allá por casualidad" el día que Raúl posaba para las fotos de la campaña. Era admiradora del artista y se encaprichó de él, como quien se encapricha de un par de zapatos caros.

Otro capricho más de la "niña", como el de ser imagen de una línea de cosméticos de la empresa de su padre.. No le importó que ya hubiera una modelo contratada para eso. Lo quería hacer y cuando ella quiere algo lo consigue. Tuvieron que despedir a la modelo, por caprichos de la hija del jefe.
La maniquí los demandó con justa razón y el dueño de empresa lo comprendió.
Tuvo que indemnizarla tras perder el juicio, aunque Mónica intentó convencer a su "papi", como ella le llama siempre pese a ser una mujer adulta, para que no la pagara.

—No puede cobrar por algo que no ha hecho. —le decía su hija.

—¿Y porqué no ha trabajado? —le preguntó su padre. —Dímelo tú. Hay que ser responsable con la gente. Había firmado un contrato para trabajar con nosotros. Pero gracias a tu capricho tuve que renunciar a ella, que es una gran profesional.
Te lo advierto Mónica, está es la última vez que cedo a uno de tus infantiles caprichos. No puedes jugar con el trabajo de los demás. Ahora abandona mi oficina, tengo que hacer una cosa que se llama trabajar. ¿Te suena la palabra? —le reprochaba su progenitor.

La chica abandonó la oficina ofendida, mientras su padre la observaba marcharse.
Aunque amaba mucho a su hija, estaba cansado de sus caprichos de niña rica.

Mónica no entendía entonces, ni entiende ahora, que no puede ir por la vida haciendo lo que se le antoje porque si. Está acostumbrada a tener todo lo que quiere sin esforzarse lo más mínimo.
Apenas abre la boca y ya lo tiene.

Su padre se siente en parte culpable de ello. De niña la consentía mucho, pensaba que no hacía nada malo.
Pronto se dió cuenta que ese no era el camino correcto y trató de arreglarlo, no cediendo a sus caprichos.

Su esposa, que la consentía en exceso, se negaba.
Sus hijas tenían que tener lo mejor de lo mejor. Se lo merecían por ser guapas y ricas.

Eso se quedó grabado en el cerebro de Mónica, que desde entonces se aprovecha su belleza y su posición social cuando quiere obtener algo. A fin de cuentas, es un fiel reflejo de la personalidad de su madre, que es tanto o más caprichosa que ella.

En cambio, su hermana mayor, Alicia, aunque ha recibido la misma educación y filosofía de vida que Mónica, es su polo opuesto.

Siendo niña, claro que le gustaba que le regalaran cosas caras y las disfrutaba. Sin embargo, al crecer un poco más, algo la hizo cambiar.

En una ocasión conoció a una joven madre de cuatro hijos, muy humilde. Estaba desesperada. Ni siquiera podía dar leche a sus hijos, pues su situación económica era más que precaria. Por si fuera poco, uno de ellos estaba muy enfermo, cada vez más enfermo. Necesitaba un tratamiento para su enfermedad, pero este era demasiado caro y su madre no se lo podía permitir.

Alicia no pudo evitar conmoverse. Le parecía increíble, que esa pobre mujer no pudiera siquiera dar algo tan básico como la leche a sus hijos, porque no tenía trabajo, ni dinero.
Aunque, sin duda, lo más triste era que uno de sus hijos se estaba muriendo, porque ella no podía pagarle un tratamiento.

Alicia comenzó a pensar en ella y su familia. En especial en su hermana Mónica que era muy materialista y caprichosa. A veces se le antojaba un vestido caro o unas joyas de precio desorbitado. Y lo que Mónica quería, Mónica lo tenía. Lo usaba un par de veces y luego se olvidaba de ello.

¿Cómo iba a repetir modelo más de tres veces alguien como ella? ¿Qué pensaría su círculo de amistades?

Ella preocupada por banalidades y un niño moribundo porque no tenía dinero para curarse.

La joven conversó con su padre y le contó la historia de esa pobre mujer. Pensó que su progenitor le diría que que le importaba a ella esa familia, que no eran como ellos. Se equivocó.

Su padre se conmovió con esa historia.

Entre los dos decidieron ayudar a esa pobre familia, pagando el tratamiento del pequeño y ayudando a la madre en todo lo que estuviese en sus manos.

Al día siguiente, Alicia fue a ver a la madre del pequeño para comunicarle lo que iban a hacer. Ella se lo agradeció de corazón, pero le comunicó que ya no era necesario.

—Mi hijo murió anoche. —le confesó la pobre mujer con lágrimas en los ojos.

Cuando Alicia lo supo, sus ojos se llenaron de lágrimas.
No podía creer que un hermoso y dulce niño hubiera muerto por falta de dinero. Una vez más se volvió a dar de bruces con la realidad de la vida.

La dura realidad

Ella y su familia, vivían en un mundo, en su propio mundo. Desde luego no en el mundo real.

Nunca fue tan caprichosa como Mónica, aunque cuando era niña creía merecerlo todo por ser guapa y rica. El tiempo fue pasando y eso dejo de interesarle como antes. Nada de eso la llenaba. Tenía todo lo material que alguien pudiera desear y sin embargo se sentía vacía.

Su padre y ella decidieron pagar el entierro del pequeño, aún en contra de la opinión de Mónica y su madre que se negaban a que se usara su dinero para eso.

—El día que ganéis vuestro propio dinero podréis hacer con él lo que se os antoje. —les reprochó el director de la empresa cosmética. —Hasta entonces yo decido lo que se hace con él.

Alicia y su padre no se limitaron a pagar el entierro del niño, abonaron las facturas pendientes a la madre, llenaron su nevera y le dieron trabajo en la empresa.

En Barcelona, una joven y bella madre de tres niños, llega a su clínica capilar y la abre. Los trabajadores van llegando e incorporándose a su puesto.

Para ella no ha sido fácil empezar de cero de nuevo.
Tras divorciarse de su esposo, abandonó Suecia con sus tres hijos y regresó a España. Tuvo que pedir ayuda a su familia para poder cuidar de ellos mientras buscaba trabajo. Durante un par de años trabajó duro, día y noche ahorrando todo lo que podía. Ahora por fin ha conseguido su sueño. Ser su propia jefa.
Los comienzos fueron difíciles, pero poco a poco fue logrando lo que se propuso. Aunque no es una clínica grande, tiene bastante éxito.

Todo lo que Rosalía ha logrado ha sido gracias a su trabajo y su esfuerzo.
A pesar de ser la dueña de todo aquello, no se queda en su oficina. Ella trabaja allí como la que más, atiende a algunos clientes y les aplica el tratamiento adecuado para cada caso.

Raúl y su mánager llegan al aeropuerto. Tienen que apresurarse para facturar el equipaje.

—¡Correr! Tener el tiempo justo para facturar maletas. —le dice su agente bastante molesto.

Llegan demasiado tarde.

—Lo siento. Ese vuelo está a punto de despegar. —les informa la persona que atiende aquel mostrador.

Jason se pasa las manos por el rostro desesperado.

—¿No poder hacer una excepción por una vez? —le pide, casi le suplica el estado unidense.

Mientras su agente está hablando con la muchacha del mostrador para buscar una solución, Raúl coquetea con unas jóvenes que están en la fila de al lado para embarcar su equipaje.

Ellas le miran y sonríen hablando entre ellas.
Raúl les guiña un ojo mirándolas con detenimiento, con una sonrisa pícara en su cara.
Sabe como seducir a una mujer tan solo con la mirada.

—Lo siento señor. No puedo hacer nada. El vuelo está cerrado ya. —le dice la joven del mostrador al mánager.

Él resopla agobiado. No pueden quedarse allí, tienen compromisos profesionales en la Ciudad Condal.

—Hay otro vuelo que sale a Barcelona dentro de una hora. Puedo meterlos en él si quieren. —le propone la joven. —Tendrían que pagar billetes de nuevo. El dinero por el vuelo que perdieron no se lo puedo devolver, ya que no ha sido culpa de la compañía que no pudieran subir a bordo —se sincera ella.

—Esto no poder ser. —niega él con la cabeza.

En ese momento, el hombre descubre a Raúl ligando con dos chicas.

—Con permiso. -les sonríe Jason a las jóvenes. —Robaros muchacho. —les explica tomando a Raúl de un brazo y alejándole de allí. —¿Perder vuelo por tu culpa y en lugar de preocupar por arreglarlo, ponerte a ligar? —le reprocha muy enfadado a Raúl.

—Señorita. Viajar en el próximo vuelo a Barselona. —le dice Jason. —Aquí, mi amigo, —comenta poniendo una de sus grandes manos sobre un hombro de Raúl —pagar billetes. Él encargarse de todo. —asegura el representante del cantante con una sonrisa maliciosa en su rostro.

Es la única forma en la que Raúl aprenda a hacerse cargo de sus errores. Él mira a su mánager sin entender, pero no le queda más remedio que hacer lo que él dice.

—¿Va a abonar los billetes en efectivo o con tarjeta? —pregunta la joven a Raúl.

—Con tarjeta. —responde él, forzando una sonrisa, sacando su cartera, extrayendo de su interior la tarjeta de crédito y su carnet de identidad.

Cuando al fin, están en el avión a punto de llegar a su destino dos horas más tarde, el cantante saca un pequeño peine de un bolsillo interior de su chaqueta y comienza a arreglarse el cabello con él.
Cuando lo desliza por su cabellera, Raúl observa preocupado demasiados cabellos en el peine.

El norteamericano también se da cuenta.

—¿Por qué caerse tanto tu pelo? —inquiere.

—No lo sé. Pero esto me ocurre desde hace dos meses. —se sincera Raúl.

—¿En serio? —responde Jason preocupado. —En cuanto llegar Barselona buscar una solución para eso. —asegura.

—Ya se pasará. —responde Raúl. —No tengo tiempo para algo así.

Entonces Jason repara en algo en el cabello de Raúl.

—Deber ir, tú. —le asegura. —Tener... pequeña calva en la cabesa. —le confiesa su agente.

—¿Qué? —responde Raúl preocupado tratando de buscar algo con que mirarse el cabello.

Cuando lo logra y la ve, se echa las manos a la cabeza. Para él, el aspecto es algo muy importante.

—No preocuparte. Ser pequeña todavía, pero buscar remedio. —responde el americano.

Una vez han llegado a Barcelona, Raúl lo primero que hace es ir a ver a su hermana que vive allí. Después del correspondiente abrazo, ella le encarga algo.

—Tienes que llevar a tu sobrino aquí. —le entrega una tarjeta.

—No puedo. —dice Raúl. —Se montaría un revuelo allí si me vieran.

—Eso me da igual. Tienes obligaciones como tío. De vez en cuando te vendría bien relacionarte con gente más normal, de la que está lejos de tu mundo. —le asegura ella.

—Ellos saben que es lo que tienen que hacer. No tienes nada que explicar. Acompaña a tu sobrino y ya. —le dice su hermana mayor. —Hasta dentro de unas horas no tienes nada que hacer, así que en marcha.

Cuando Raúl y su sobrino llegan al lugar indicado por su hermana, la recepcionista les atiende.

—Buenos días. Venía a...—comienza a decir Raúl.

En ese momento Raúl dirige sus ojos hacia otra parte no muy lejos de allí, sin poder apartar la mirada de aquello que tiene ante sus ojos.

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